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El Autor en el Momento de Regresar a su País.
¡AL ASALTO!
POR
ARTURO GUY EMPEY
ARTILLERO QUE PRESTÓ SUS SERVICIOS EN FRANCIA
ACOMPAÑADO DEL
VOCABULARIO DE TOMMY EN LAS TRINCHERAS
VERSIÓN CASTELLANA POR
JOSÉ F. GODOY
AUTOR DE VARIAS OBRAS Y DE LA VERSION CASTELLANA
DE “MIS CUATRO ANOS EN ALEMANIA,” DEL
EX-EMBAJADOR JAMES W. GERARD.
*
16 GRABADOS Y DIAGRAMAS
D. APPLETON Y CIA
NUEVA YORK Y LONDRES
1918
íLO ^
Copyright, 1918
BY
ARTHUR GUY EMPEY
Y
La propiedad literaria de la obra original y la de esta versión castellana
están aseguradas de conformidad con las prescripciones que
marca la ley.
Esta versión castellana de la obra es la única autorizada por su autor
y sus editores.
*
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ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR
N O dudo que el relato que el intrépido militar
Arthur Guy Empey consignó en las páginas
del libro tan popular Over the Top, y cuya versión
castellana comprende este volumen, ofrecerá inte¬
rés al público lector en España e Hispano-América.
Su estilo claro y franco, sus descripciones verí¬
dicas y adecuadas, y sus observaciones tan aptas
y bien expresadas constituyen un gran atractivo
de esta obra. Su autor nos da a conocer con
interesantes y exactos detalles como viven los
soldados en las trincheras, lo que piensan, lo que
hacen y lo que sufren. Testigo ocular y buen
observador, su naración lleva el sello de la verdad,
y por lo tanto ella pone en nuestro conocimiento
con exactitud lo que está pasando en los lugares
en que millones de hombres están combatiendo
con denuedo, constancia y tezón.
La popularidad de Over the Top ha sido tan
grande en los Estados Unidos que en unas semanas
se vendieron trecientos mil ejemplares de la obra,
y su venta continúa, sin parecer que esa populari¬
dad pueda disminuir por mucho tiempo.
Su autor, herido en la guerra, y por to tanto
inhábil para continuar combatiendo, se ha dedi¬
cado con gran éxito a escribir para la prensa, y a
iii
iv Advertencia del Traductor
dar conferencias que atraen a un público entusiasta
y numeroso.
Deseosos de que su obra sea conocida por los
pueblos de habla español, él y sus editores los
señores G. P. Putnam’s Sons me han honorado
confiriéndome la agradable tarea de presentar
esta versión castellana, que espero será leida por
aquellos que desean tener informes exactos acerca
de lo que está pasando en uno de los frentes de
la lucha titánica, que Dios quiera pueda llegar
a terminar dentro de breve tiempo.
José F. Godoy.
PREFACIO DEL AUTOR
D URANTE unos diez y seis años que he
llevado de vida azarosa en distintas partes
del mundo, he tropezado con gente de altas y
bajas esferas, y he tenido ámplia oportunidad para
estudiar muy de cerca a distintos pueblos y com¬
prender sus ideales políticos y de otra índole,
asi como sus esperanzas y principios. Por medio
de estos viajes, y no por lo que he leido, me he
convencido de la nobleza, verdad y justicia de la
causa de los Aliados, y sé que pelean por lo que
nosotros combatimos, y que ellos están del lado
de los principios de la democracia, de la justicia
y de la libertad, asi como lo están los Estados
Unidos de América.
Para los americanos que no han vivido ni peleado
al lado de los ingleses, éstos parecen ser algo
uraños, reservados, de comprensión tardía y
carentes de viveza natural, pero yo que he estado
junto con los que proceden de las Islas Británicas
considero que tales apreciaciones no tienen razón
de ser. Tommy Atkins, o sea el inglés nato, ha
sido para mi el mejor compañero, y casi hermano,
lleno de buen humor y que al combatir por una
buena causa sacrificaría todo menos que su honor
para que ella triunfara.
VI
Prefacio del Autor
Abrigo las mayores esperanzas de que los hijos
del Tío Samuel y John Bull, estrechándose los
brazos como buenos y verdaderos compañeros
y comprendiendo y apreciando sus grandes cuali¬
dades mútuas, seguirán hermanados por muchos
años felices y contentos de estar uno al lado del
otro. Si con este pobre ensayo mío lograra yo
de alguna manera hacer que se conociera mejor
al soldado inglés en los Estados Unidos quedaría
sumamente satisfecho.
Puede ser que algunos de mis lectores crean
que he escrito a veces acerca de una causa grande
y justa con cierta falta de respeto y seriedad,
pero puedo asegurarles que esa no ha sido mi
intención. Sólo he tratado de describir lo que
me sucedió haciendo uso de las frases que emplearía
un soldado inglés sentado en el borde superior
de una trinchera del Frente Occidental—y de la
manera que se expresaría al hablar con un com¬
pañero que estaba a su lado y le pedía informes
sobre lo que ocurría en otra parte de ese mismo
Frente.
A. G. E.
CONTENIDO
CAPITULO PÁGINA
I.—De Paisano a Soldado . . . i
II.—En Distintos Cuarteles . . 12
III. —Voy a la Iglesia. ... 24
IV. —Dentro de las Trincheras . . 27
V. —Lodo, Ratas y Bombas . . 33
VI.—Detrás de la Línea ... 39
VIL—El Rancho.45
VIII.—La Pequeña Cruz de Madera . 53
XI.—La Sala del Suicidio ... 58
X.—Trabajos Diarios . . .61
XI.—Al Asalto.67
XII.—Arrojando Bombas ... 76
XIII. —Mi Primer Baño Oficial . . 85
XIV. —Picos y Palas .... 90
XV.—En una Avanzada . . .100
XVI— La Batería “D 238” . . .105
XVII.—El la Línea del Frente
vii
127
Contenido
viii
CAPÍTULO PÁGINA
XVIII.— Función Bajo el Fuego . . 131
XIX.—En su Propia Trinchera . .140
XX.— Conversaciones con Fritz . .152
XXI.— Algunas Complicaciones . .160
XXII.— Castigos y Descargas de Cañones
de Tiro Rápido . . .170
XXIII.— Ataques con Gas y Espías . 180
XXIV.— Incidente Interesante . . 197
XXV.— Preparativos para el Magno
Ataque . . . .225
XXVI.— Hay Calma (?) en el Frente Occi¬
dental ..... 233
XXVII.— Blighty .253
Vocabulario de Tommy en las Trincheras 273
GRABADOS
PÁGINA
El Autor en el Momento de Regresar a su
País ..... Frontispicio
Disco de Identificación .... 24
Diagrama que Demuestra una Línea del
Frente y las Trincheras de Comunica¬
ción .30
Reproducción del Sobre Verde . . 44
Diagrama que Demuestra una Trinchera
en Primera Línea, la Seguna Línea y
las Trincheras de Comunicación, el
Primer Hospital de Sangre, etc. . 94
Programa de una Función Dada en el
Frente Occidental . . . .138
No Parecemos muy Tristes ¿No es Verdad? 150
El Autor con un Casco Alemán que le Fue
QUITADO AL ENEMIGO . . . . IÓO
Tarjeta Postal que se Expide una Vez por
Semana a los Tommies . . .168
Máscara contra el Gas . . .190
X
Grabados
PÁGINA
Mapa de las Trincheras Alemanas. Hebu-
terne, Francia, 1916 . . . . 238
Tarjeta que Emplean las Enfermeras de
la Cruz Roja para Notificar a las
Familias de los Heridos . . .266
Después de un Encuentro en las Trincheras 2 68
Un Grupo de Heridos en la Sala Munsey,
del Hospital de Sangre de las Mujeres
Americanas, los Cuales no Parecen
Estar Descontentos . . .272
AL ASALTO!
¡Al Asalto!
CAPÍTULO I
DE PAISANO A SOLDADO
E STABA yo en una oficina en Jersey City,
sentado cerca de mi escritorio y hablando
con un teniente de la Guardia Nacional del Estado
de New Jersey. Suspendido de la pared veíamos
un gran mapa de la guerra, en que estaban colo¬
cadas distintas banderitas de diversos colores, que
demostraban los lugares ocupados por los ejércitos
beligerantes en el Frente Occidental en Francia,
y a mi vista sobre el escritorio se hallaba un
diario de Nueva York, con un título llamativo en
grandes letras de molde, que decía:
HUNDIMIENTO DEL LUSITANIA
PÉRDIDA DE VIDAS AMERICANAS
Las ventanas estaban abiertas y el ambiente
era de temprana primavera. Por esas mismas
i
2
¡Al Asalto!
ventanas que estaban abiertas penetraban los
acordes de un organillo que tocaba en la calle la
canción popular: 11 Yo no crié mi hijo para ser
soldado Y
“Hundimiento del Lusitania, Pérdida de Vidas
Americanas! ”— Yo no Crié mi Hijo para ser Sol¬
dado Y No nos parecían concordar esas tres frases.
El teniente abrió silencioso uno de los cajones
bajos de su escritorio, sacó una bandera americana
y la colocó solemnemente sobre el mapa de la
guerra, que se hallaba en la pared. Después,
dirigiéndome la palabra con cara tristona me dijo:
Que le parece a usted, sargento? Debe sacar
usted la lista de los que componen los Exploradores
de a Caballo, porque creo ellos serán necesarios
dentro de breves dias.”
Nos ocupamos hasta cerca de la noche, diri¬
giendo telegramas urgentes a los apuntados en la
lista, para que pudieran aprestarse para el caso
de que viniera un llamamiento de Wáshington. Y
después nos fuimos a nuestras respectivas casas.
Crucé el río y fui a Nueva York, y al pasar por
la calle de Fulton para tomar el tranvía subterrá¬
neo que va a Brooklyn, parecía que las luces de
los altos edificios de Nueva York estaban más
brillantes que de costumbre, como si también hubie¬
sen leido: “ Hundimiento del Lusitania ! Pérdida
de Vidas Americanas.” Parecía igualmente que
estaban brillando de enojo y con verdadera in¬
dignación, y que sus rayos entrelazándose decían:
“retribución.”
De Paisano a Soldado
3
Pasaron varios meses, y los telegramas queda¬
ron a la mano, pero ya cubiertos de polvo. En¬
tonces en una mañana memorable el teniente,
con un suspiro que expresaba su contrariedad,
quitó la bandera del frente del mapa, y la guardó
en su escritorio. Yo imité de cierta manera su
proceder, echando los telegramas en el cesto. Nos
miramos silenciosos y él se movía inquieto en su
silla, meintras que yo me sentía triste y cabizbajo.
De repente sonó el teléfono. Lo contesté: era
alguien que me proponía una comisión fuera de la
cuidad. Como los negocios no marchaban muy
bien, esta proposición era halagadora. Después
de enterarme de lo que se me proponía, y como
impulsado por fuerza inusitada, contesté: “Lo
siento; no puedo aceptar su ofrecimiento, pues me
voy para Inglaterra la semana entrante,” y luego
colgué la bocina. El teniente se volteó en su
silla y me miró muy asombrado. Sentí un no sé
qué, pero sin temor y contestando la pregunta que
su mirada implicaba, le dije: “Si, estoy resuelto,
me voy,” y me fui.
Durante el viaje no hubo ningún incidente que
deba mencionar. Desembarqué en Inglaterra,
y me fui para Londres en el tren, llegando a las
diez de la mañana. Me alojé en un hotel cerca
de la estación de St. Paneras, en donde pagaba
“cinco y seis, y un extra por la calefacción.” No
había nada de calor en el cuarto, pero el “extra”
que pagaba era suficiente para tenerme caliente.
Hubo esa noche un ataque por un Zeppelin, pero
4
¡Al Asalto!
yo no presencié mucho de lo que ocurrió, porque
la apertura en las cortinas era muy pequeña y yo
no quería agrandarla. A la mañana siguiente oí
la campanilla del teléfono, y alguien me preguntó
“¿Está usted allí?” Por supuesto le dije que sí.
Después supe que los Zeppelines habían regresado
a su madre patria, y salí a la calle, creyendo pre¬
senciar escenas de terribles destrozos y gente ate¬
rrorizada, pero todo seguía en su estado normal.
Los paseantes parecían muy tranquilos yendo a su
trabajo. Al cruzar una calle, le pregunté a un
individuo:
“¿Me puede usted decir por donde están los
daños y perjuicios?”
“¿Qué daños y perjuicios?” me preguntó.
Sorprendido le contesté: “Pues los que hayan
causado los Zeppelines.”
Guiñó el ojo y me replicó:
“No hubo ningunos daños; otra vez no les
pegamos.”
Después de interrogar inútilmente a otros indi¬
viduos, resolví ir yo mismo en busca de las casas
destruidas y de las ruinas que se podrían ver.
Tomé un ómnibus que me llevó hasta Tottenham
Court Road. Por doquiera veía anuncios para
el reclutamiento de tropas. El que me llamó más
la atención fué uno con un retrato de tamaño
natural de Lord Kitchener, el cual apuntándome
con el dedo decía: “Tu Rey y tu país te necesi¬
tan.” Por' cualquier lado que me volteaba, el
dedo acusador me perseguía. Yo soy americano,
De Paisano a Soldado
5
estaba vestido de paisano, y llevaba una bande-
rita americana en la solapa de mi saco. No tenía
Rey y mi país parecía no necesitar mis servicios,
y a pesar de todo eso el dedo que me apuntaba me
tenía inquieto y me molestaba. Me bajé del
ómnibus para tratar de hacer desaparecer mi in¬
quietud, metiéndome entre el gentio de las aceras
de la calle.
De repente llegué a un despacho para reclutar
soldados. Sentado a un escritorio estaba un mili¬
tar solitario. Resolví consultarle sobre mis deseos
de ingresar en el ejército inglés. Abrí la puerta
y desde luego me dijo: “Entre y dígame si quiere
probar fortuna.”
Lo miré y le contesté: “No sé lo que quiere
decir, pero acepto la invitación.”
No fué necesario tener intérprete para com¬
prender que deseaba saber si ingresaría yo en el
ejército inglés. Me preguntó: “Acaso ha oido
usted hablar de los Cazadores Reales? ” Como
ustedes ya bien saben que en Londres se supone
que los yankees tienen conocimiento de todo, no
quise demostrar mi ignorancia, y contesté: “Por
supuesto.”
Después de escuchar lo que por una media hora
ese Tommy me dijo sobre sus proezas en la línea
del fuego, resolví ingresar en el ejército. Tommy
me llevó a la oficina principal para inscribirme, y
allí me encontré con un típico capitán inglés. Me
preguntó mi nacionalidad. Desde luego saqué
mi pasaporte americano y se lo enseñé. Estaba
6
¡Al Asalto!
firmado por Lansing—pues hacia poco que Bryan
ya no era Secretario de Estado. Después de exa¬
minar el pasaporte, me informó que mucho lo
sentía, pero que el aceptarme sería una violación
de la neutralidad. Insistí en que yo no era neutral,
porque me parecía que un verdadero americano
no podía ser neutral en vista de los grandes acon¬
tecimientos que acaecían, pero el capitán no quiso
inscribir mi nombre.
Muy desazonado, me fui a la calle. Había
caminado como una cuadra, cuando un sargento
de reclutamiento que me había seguido del des¬
pacho, me tocó la espalda con su bastón, y me
dijo: “Oiga usted, ¿ que quiere entrar en el ejér¬
cito? Tenemos un teniente en el otro despacho
que hace todo lo que se le antoja. Acaba de salir
del 0. T. C. (Cuerpo de Oficiales Aspirantes), y él
no sabe lo que es la neutralidad.” Resolví ver
lo que me deparaba la suerte y acepté su invitación
para ser presentado al teniente. Entré en el
despacho de éste, y desde luego le enseñé mi
pasaporte y le dije:
“Antes de entrar en discusiones tengo que de¬
cirle que yo soy un americano que no tiene tanto
orgullo para no pelear, y que quiero ingresar en
su ejército.”
Me miró muy tranquilamente y contestó:
“Está bien. Aqui tomamos a cualquiera que se
presente.”
Lo miré con mucha atención y le dije: “Ya lo
veo,” pero él no comprendió la indirecta.
De Paisano a Soldado
7
Sacó una solicitud de reclutamiento, y enseñán¬
dome con el dedo una línea en blanco, me dijo:
“Firme usted aquí.”
Le contesté: “No lo haré, ni por su linda cara.”
“¿Que es lo que dice usted?” Me replicó.
Le expliqué que no podía firmar el documento
sino después de leerlo. Lo leí y entonces lo firmé,
comprometiéndome por todo el periodo de la
guerra. Algunos de los reclutas tuvieron mejor
suerte, pues firmaron comprometiéndose por siete
años únicamente.
Después me preguntó cual era el lugar de mi
nacimiento, y le contesté: “Ogden, Utah.”
Dijo él: “Ah, si un poquito fuera de Nueva
York.”
Sonriéndome le repliqué: “Es verdad; algo
más arriba en ese Estado.”
Después me llevaron a que me examinara un
médico, quien me consideró apto en cuanto a la
salud, y entonces se me dió un uniforme. Cuando
volví a presentarme al teniente, me indicó que
puesto que era yo americano podía tratar de con¬
seguir a otros reclutas y de hacer avergonzarse a
los que no querían entrar en el ejército.
“Todo lo que tiene usted que hacer,” me dijo,
“es irse por esas calles de Dios, y si encuentra a
algún joven de paisano, que parece ser fuerte, lo
para usted y le espeta esta clase de observaciones:
‘¿Que no tiene usted vergüenza, siendo inglés y
fuerte, de estar de paisano cuando su Rey y su
país lo necesitan? ¿Que no sabe usted que su
8
¡Al Asalto!
país está en guerra y que es el deber de todo joven
súbdito británico de estar en la línea de fuego?
Míreme, yo soy americano, y sin embargo llevo
uniforme y he venido viajando cuatro mil millas
para pelear por su Rey y país, y usted todavía
no ingresa en el ejército. ¿Por qué no lo hace?
Ahora mismo debe hacerlo.’
“Este argumento debía servirle para conseguir
muchos reclutas, querido Empey, asi es que salga
y vea lo que puede hacer.”
Entonces me dió una pequeña roseta roja, blanca
y azul con tres cintas cortas colgando de ella.
Esta era la insignia de los reclutas y debía llevarse
en el lado izquierdo del gorro.
Llevando un bastón y con mi roseta patriótica
me fui por Tottenham Court Road, en busca de
carne de cañón.
Pasaron cerca de mi dos o tres paisanos mal
vestidos, y aunque parecían sanos y fuertes, yo
reflexioné: “Estos no deben querer ingresar en
el ejército, porque probablemente tienen alguien
que depende de ellos para mantenerlos,” asi es
que no les hablé.
Poco después vi venir hacia mi por la calle a un
joven petimetre, de sombrero alto y muy bien
vestido, llevando a su lado a una señorita ataviada
a la moda. Entonces dije para mi mismo: “Este
es el que busco.” Y luego que llegó a mi lado,
me paré enfrentándome con él, y apuntándole
con mi bastón, le dije:
“Usted se vería muy bien de uniforme, asi es
De Paisano a Soldado
9
porque no cambia ese sombrero alto por un casco
de acero? ¿ Que no tiene usted vengüenza siendo
joven y fuerte de estar de paisano, cuando se
necesitan tantos que peleen en las trincheras?
Aquí me tiene usted, que soy americano y he
venido viajando cuatro mil millas desde Ogden,
Utah, en las afueras de Nueva York, para pelear,
por su Rey y país. No sea cobardón, hágase el
ánimo y póngase el uniforme; véngase conmigo
a la oficina de reclutamiento y luego haré que lo
apunten en la lista.”
El bostezó y me contestó: “Amino me importa
si usted ha estado viajando cuarenta mil millas,
pues nadie le dijo que lo hiciera,” y entonces se
fué, y la muchacha que iba con él se sonrió,
quedándome yo estupefacto.
Continué durante tres semanas tratando de
conseguir reclutas, y casi conseguí uno.
Esto por supuesto no era para cacarearlo, pero
estaba de acuerdo con lo que me había dicho el
oficial de que “aqui tomamos a cualquiera que se
presente. ” Yo había estado ocupado por bastante
tiempo en mis trabajos de reclutamiento en la
cantina del hotelillo “La espiga de trigo” (en que
hay una sirvienta rubia bastante atrayente, que
me ayudada a pasar el tiempo,pues entonces yo
no era persona tan seria como lo fui después
cuando llegué, al frente)—pues bien, ya estaba
en mi sexto dia y mi lista de reclutas estaba ente¬
ramente en blanco, ya no tenía mucho dinero en el
bolsillo—y ya se sabe que las sirvientas en las
10
¡Al Asalto!
cantinas no le hacen mucho caso a los que no
pueden pagar por sus bebidas—asi es que tuve
que seguir buscando reclutas. También se sabe
que todo el que consigue un recluta recibe un
“bob” o chelín cuando éste ingresa en el ejército,
aunque se supone que el recluta es el que recibe
la moneda, pero pocos son los reclutas que saben
eso.
Muy en el interior de la cantina estaba un joven
vestido de paisano que parecía muy patriota,
pues había tomado como cuatro sendos vasos de
fuerte bebida. Me invitó a beber con él, hacién¬
dome señas con la mano izquierda, de la que le
faltaban dos dedos, pero yo pensé que eso no
importaba, puesto que me acordaba de que “aquí
tomamos a cualquiera que se presente.’’ Además
cuando se lleva el rifle sobre el hombre izquierdo,
se hace uso de la mano de ese lado, pues en
Inglaterra todo es “a la izquierda” y aun en el
tráfico ordinario la gente siempre toma el lado
izquierdo.
Me llevé al solicitante a la oficina principal, y
allí lo examinaron muy de prisa. Por entonces,
los cirujanos que examinaban a los reclutas esta¬
ban sumamente ocupados y por lo tanto hacían
sus averiguaciones muy a la ligera. El médico de¬
claró que mi recluta estaba en buenas condiciones,
y se lo entregó al sargento para que viera si tenía
algunas heridas. De repente el sargento exclamó:
“ Demonio, pues si le faltan dos dedos,” y volteán¬
dose hacia mi me dijo: “Me parece que es usted
De Paisano a Soldado
ii
muy vivo, puesto que nos trae a un individuo
como éste.”
El médico se nos acercó y enojado dijo: “ ¿ Cómo
se atreve usted a traernos a un individuo en tal
estado?”
Al mirar hacia un lado vi que el oficial ante
quien yo me había presentado formaba parte de
nuestro grupo, asi es que no pude menos que
contestar: “Pues que no me dijo usted que aquí
tomamos a cualquiera que se presente.”
Creo que todos ellos dijeron algo sobre la
“impertinencia del yankee,” pero de todos modos
asi terminaron mis trabajos de reclutamiento.
CAPÍTULO II
EN DISTINTOS CUARTELES
LA mañana siguiente el capitán me llamó
** y me dijo: “Empey, ha fracasado usted
por completo como agente para reclutas”, y me
envió a un lugar en donde estaban dando instruc¬
ción a las tropas.
Luego que llegué a ese lugar me llevaron a los
almacenes y allí tuve una sorpresa muy desagra¬
dable. El sargento que tenía a su cargo el alma¬
cén puso una tela impermeable sobre el piso, y
empezó a echar sobre ella distintas clases de
hebillas, correas y otros artículos en grandes can¬
tidades. Yo creía que nunca pararía, pero cuando
el montón llegó a más arriba de mis rodillas, pare¬
ció acabar su tarea, y dijo: “El que sigue No.
5217, ’Arris, Compañia ‘B.* ” Me quedé atónito
al ver todo el gran montón que estaba en frente
de mi, y busqué con la vista al carretón que debía
de llevar eso al cuartel. Muy pronto desperté
de mi sueño, cuando el sargento gritó: “Oigame,
apúrese, qué cree que algún cargador lo va a
llevar? ”
Llevando el gran peso de todo, y descansando de
12
En Distintos Cuarteles
13
vez en cuando, llegué a nuestro cuartel (que era un
depósito grande para carros) y el jefe de mi com-
pañia vino a ayudarme. Mucho me soprendió
ver como arregló todo mi equipo. Después de
que terminó de hacer ese trabajo, me enseñó como
debía llevarlo sobre mi. Muy pronto quedé
transformado en un verdadero Tommy Atkins,
listo para una marcha larga y sintiéndome como
un camello muy recargado de peso.
Llevaba botas con suelas dobles, muy clave¬
teadas y que tenían delante y atras unas medias
lunas de acero. Cubrían mis piernas unas polai¬
nas de lana, de color aceitunado y que cubrían
parte de mis pantalones. Llevaba una blusa
khaki de lana, debajo de la cual iba una camisa
gris azulada también de lana, sin cuello, y debajo
de esta camisa un cinturón de lona como de seis
pulgadas de ancho, que quedaba sujeto en su
lugar por medio de cintas blancas. Sobre la
cabeza tenía un gorro fuerte de lana para las
trincheras, que llevaba orejeras ajustadas a los
lados. En seguida venía un cinturón de lona,
con bolsas para las municiones y dos correas an¬
chas de lona, que eran como tirantes, y se llama¬
ban correas “D,” que estaban ajustadas al cin¬
turón, y que cada una de ellas pasaba por los
hombros, se cruzaba en medio de mi espalda y
estaba ajustada con hebillas a la parte de atrás
del cinturón. Al lado derecho del cinturón había
una botella para agua cubierta de fieltro; al lado
izquierdo estaba mi bayoneta con su cubierta, y
14
¡Al Asalto!
el mango para los instrumentos que se usan en las
trincheras, cuyo mango estaba fijo a la cubierta
de la bayoneta. Atrás iba mi instrumento para
las trincheras metido en una cubierta de lona.
Este instrumento consistia en una combinación
de pico y pala. A la izquierda del cinturón
había una bolsa de lona, mientras que en mis
hombros llevaba el bolsón también de lona, que
se ajustaba por medio de dos tirantes de lona que
pasaban por mis hombros, y suspendida al ex¬
tremo del bolsón, estaba mi cantina de hojadelata
muy bien cubierta en una bolsa de lona. Mi
impermeable, muy bien enrollado iba también
sujeto arriba del bolsón y llevaba un palo para
limpiar el rifle. Sujeto a una correa alrededor
de mi cintura había una gran navaja y un abridor
de latas. En el bolsón estaban puestos mi sobre¬
todo, un par de calcetines, cambio de ropa inte¬
rior y un conjunto de cuchillo, tenedor, cuchara,
peine, cepillo de dientes, brocha y jabón para
afeitar, y una navaja de afeitar de hoj adelata, que
llevaba las palabras “ Hecha en Inglaterra”
estampadas en la hoja, y la cual al afeitarse le
hacia a uno pensar que mejor seria que la guerra
fuera con Patagonia, pues asi tendría uno una
navaja de afeitar mejor, con las palabras “Hecha
en Alemania.” En seguida venían los útiles
caseros, como eran los artículos para limpiar
botones, que consistían de una varilla, dos brochas
y una cajita de pasta llamada “amiga del soldado”;
también un cepillo para zapatos y una caja de
En Distintos Cuarteles
15
betún, un bloc de papel para escribir, un lápiz,
sobres y libro de pagos, y algunos otros pequeños
artículos como un espejito, una buena navaja de
afeitar, muchas cartas por contestar y cigarros.
En la mochila lleva uno su ración común y corrien¬
te, esto es una lata de carne, cuatro bizcochos y
otra lata que tenía té y azúcar; unas dos pipas,
un paquete de felpa, y una lata de aceite para el
rifle. El soldado inglés casi siempre lleva el aceite
junto con sus raciones, y de esa manera el queso
parece tener el gusto de sardinas.
Además de todo eso se lleva un bolsón grande
y un largo rifle de muy mala catadura, que parece
ser de la época de Daniel Boone, y hay tiene
usted una muestra de lo que es el soldado inglés
listo en su país.
Antes de irse para Francia, le quitan este rifle
y le dan un pequeño rifle Lee-Enfield para las
trincheras y un bolsón para sus alimentos.
En Francia recibe también dos máscaras para
el gas, una capa de pergamino, un mackintosh
de goma, un casco de acero, dos cobertores, unos
espejuelos, un casco balaclava, guantes y una
lata de grasa para curar cuando se hielan las
manos, pero que sirve muy bien para limpiar las
botas. Si se agrega a todos esto, el peso de sus
raciones, no creo que puede uno culpar a Tommy
Atkins si se queja alguna vez en una marcha de
a veinte kilómetros.
Como había yo servido en la caballería de los
Estados Unidos de sargento, quise tratar de dar
i6
¡Al Asalto!
mis consejos en los campamentos ingleses, pero
esto no me dió buenos resultados, pues me pusie¬
ron en comisión en las cocinas y para vengarme
a veces derramaba un plato de guisado sobre ellos
muy accidentalmente.
Como yo prefiero pelear a servir de criado,
luego que se expidió la orden del cuartel general
pidiendo un refuerzo de doscientos cincuenta
hombres para ir a Francia, yo ofrecí mis servicios.
Inmediatamente nos llevaron ante el M. O.
(Oficial Médico) para ser examinados nueva¬
mente. Este examen fué bien corto, pues des¬
pués de preguntarnos nuestros nombres y números
dijo “Sirven,” y asi ya estuvimos listos para la
contienda.
Nos metieron en trenes de ferrocarril y nos
llevaron a Southampton, allí nos bajamos y nos
dieron nuestros rifles de trinchera. Después en
columnas de a dos en fondo, subimos a un vapor-
cito que estaba atracado al muelle.
Al extremo superior del pasamanos estaba un
viejo sargento que nos indicaba que debiamos
colocarnos a lo largo de ambos lados del buque.
Después nos dió instrucciones para que sacáramos
los salvavidas de donde estaban colocados y nos
los pusiéramos. He cruzado el Océano varias
veces y yo sé que no me había mareado, y sin
embargo cuando me puse el salvavidas me pareció
como si principiaba el mareo.
Después que avanzamos un poco, me entró la
idea de que había como un millón de submarinos
En Distintos Cuarteles
17
alemanes llevando torpedos y que cada uno tenía
inscrito mi nombre y mi dirección.
Pasadas unas cinco horas llegamos a un muelle
y desembarcamos. Al fin logré uno de mis más
vivísimos deseos: ya estaba “en algún lugar de
Francia .’ 1 Dormimos esa noche bajo el cielo
estrellado cerca de un camino, y a eso de las seis
de la siguiente mañana nos dieron la orden de
subir a los trenes. Traté de ver en donde se
hallaban los carros de pasajeros, pero lo único
que pude ver en el empalme eran unos carros
para ganado. Subimos en ellos, y en el lado de
cada carro, veiamos un rótulo que decia “Hommes
40, Chevaux 8.” Cuando nos metimos en los
carros, nos pareció que el pintor había invertido
las cantidades. Después de viajar como unas
cuarenta y ocho horas en esos carros llegamos a
Ruán, y allí permanecimos diez dias ejercitándonos
constantemente.
El ejercicio que haciamos comprendía los rudi¬
mentos de la guerra en las trincheras. Se habían
excavado trincheras, con obstáculos de alambres
de púas, locales para tirar bombas, excavaciones,
puntos de observación y sitios para los cañones
de tiro rápido. Nos dieron ligera instrucción de
cocinar, sobre sanidad, de tirar bombas, hacer
reconocimientos, situar postes, erigir y componer
cercas de alambre de púas, de sistema de atacar
y defenderse, de la manera de atacar en masa y
el procedimiento de atacar con gas venenoso.
Al décimo día volvimos a ver a nuestros amigos
i8
¡Al Asalto!
“Hommes 40, Chevaux 8,” y al fin de treinta y
seis horas más de sufrimientos, llegamos a la
población de F-.
Después de desembarcar nuestros víveres y equi¬
pos, nos formamos en el camino en columnas de
a cuatro en fondo, esperando la orden de marcha.
Se oía un ruido sordo de retumbidos. Como el
sol estaba brillante, me volteé, y hablándole al
soldado que estaba a mi izquierda, le pregunté:
“¿ Que es ese ruido?” No parecía saber, pero su
cara se puso lívida. El que estaba a mi derecha
tampoco sabía lo que sucedía, y sugirió que le
preguntara al sargento. Al acercarse el viejo
sargento que me pareció ser un verdadero veterano,
le pregunté: “¿Cree usted que va a llover, sar¬
gento?”
Me vió con desprecio, y refunfuñó “Por supuesto
que va a llover con este magnífico sol?” Me puse
muy avergonzado.
“Estos son los cañonazos que se oyen, hijito,
y tu oirás bastantes de ellos antes de que vuelvas
a tu casita.” Temblandome las piernas, apenas
pude exclamar “Oh.”
Después emprendimos la marcha hasta la línea
del frente, caminando diez kilómetros sin parar.
Al finalizar el primer día llegamos a nuestros
cuarteles de descanso. Se llaman cuarteles de
descanso en Francia, porque mientras permanece
en ellos, Tommy trabaja siete días de la semana,
y al octavo le dan veinte y cuatro horas para que
haga lo que se le antoje.
En Distintos Cuarteles
19
Era nuestro cuartel muy grande, en realidad
un gran pajar que estaba a un lado del camino, y
que tenía cien entradas, noventa y nueve para las
balas, ratas, viento y lluvia y la centésima para
Tommy. Estaba muy cansado y haciendo uso
de mi casco a prueba de bomba (es a prueba de
bomba hasta que le cae una bomba), o mi som¬
brero de hojadelata como almohada, me eché sobre
la paja y pronto me quedé dormido. Debo haber
permanecido durmiendo como dos horas, cuando
me desperté .sintiendo piquetes por todo el cuerpo.
Crei que la paja se me había metido por el uni¬
forme. Desperté al compañero que estaba a mi
izquierda, que ya antes había estado en campaña,
y le pregunté:
Camarada, que le molesta la paja? Parece
que se me ha metido por el uniforme y yo no
puede dormir.”
Medio soñoliento me contestó: “Hombre, no
es la paja; son los ‘cooties.’ ”
Desde esa fecha mis amigos los “cooties”
siempre han sido mis compañeros constantes.
Los “cooties” o piojos blancos, son los que
atormentan la vida de Tommy.
La aristocracia de las trincheras rara vez los
llama “cooties,” pues los denomina pulgas.
Para un americano, la pulga es un pequeño in¬
secto que lleva una bayoneta, que se la mete a uno
y después saltando de aquí allá llega al próximo
lugar que va a atacar. Hay una ventaja en que
tenga uno pulgas en lugar de “cooties,” porque
20
¡Al Asalto!
en uno de los grandes saltos que ella hace puede
ser que se vaya a atacar a otro compañero; ade¬
más tiene la energía típica y el empuje del ameri¬
cano, mientras que el “cootie,” tiene la tenacidad
del bull dog inglés; se agarra, se consolida y
escarba hasta que queda satisfecho.
Es imposible salvarse de uno de ellos, pues a
pesar de que se bañe uno con frecuencia, y en
realidad eso no puede acaecer con tal frecuencia, y
aunque se cambie la ropa interior muchas veces,
los amiguitos, los “cooties,” por nada se separan
de uno. Abundan grandemente en todos los cuar¬
teles, y sobre todo cuando hay paja por el suelo.
Yo me he bañado y después me he puesto nueva
ropa interior, en realidad un cambio completo
de uniforme, y en seguida me he ido a acostar,
y a la mañana siguiente mi camisa estaba llena de
esos anímale jos. Es cosa común y corriente ver
a ocho o dies soldados sentados bajo de un árbol,
con sus camisas en las rodillas y efectuando lo
que llaman una “caza de camisa.”
De noche como media hora después de que se
apagan las luces, se pueden ver a los soldados
agrupados alrededor de una vela tratando bajo
de su luz amortiguada, de limpiar su ropa interior
de esos bichos. Hay un método popular y rápido
para hacer ésto, y es el colocar la camisa y los
calzoncillos con sus costuras de fuera, aproximar¬
los a la llama de la vela y tratar de quemarlos;
pero corre uno el peligro de hacer agujeros en la
ropa, si no se tiene mucho cuidado.
En Distintos Cuarteles
21
Los reclutas como regla general pedían a su
país una clase de polvo para matar insectos, que
según los anuncios era “ bueno para los piojos
blancos.” Tenia razón el anuncio; pues el polvo
era muy bueno para los piojos y parecía que les
prolongaba la vida.
Los veteranos de nuestro batallón comprendían
eso mejor, y hacían rascadores de madera, que los
ponían muy lisos con una piedra o arena para
impedir que tuvieran astillas. Hacían esos rasca¬
dores de unas diez y ocho pulgadas de largo, y
Tommy aseguraba que tales instrumentos de ese
tamaño podian llegar a rascar cualquier parte del
cuerpo. Alguno de los compañeros por pereza
los hacían de doce pulgadas de largo, pero cuando
esto sucedía a veces de noche al estar de guardia
en el primer escalón de la trinchera del frente,
bien hubiera deseado dar mil libras por las otras
seis pulgadas.
Mientras que estábamos en nuestros cuarteles
de descanso se acampó un regimiento de húsares
irlandeses casi en frente de nuestro cuartel.
Después de que establecieron sus centinelas y
dieron de comer a sus caballos, principió la gran
caza de camisas. Tan engolfados estaban en
esta tarea, que ni hicieron caso cuando los llamaron
para tomar su rancho y siguieron cazando. Adop¬
taron un nuevo sistema, que consistía en colgar
sus camisas sobre una cerca y golpearlas violen¬
tamente con los mangos de sus instrumentos de
trinchera.
22
¡Al Asalto!
Le pregunté a uno de ellos que porque no los
cogían con la mano y me contestó: “No nos hemos
bañado en nueve semanas ni hemos cambiado
nuestra ropa interior, asi es que si tratara de
ir recogiendo los “cooties” de mi camisa, sólo
terminaría ese trabajo al finalizar la guerra.”
Después de examinar su camisa, estuve de acuerdo
con lo que decía, porque estaba plagada de bichos
vivientes.
Una de las cosas que más sorprende a un recluta
al ingresar a su batallón en Francia es ver a sus
compañeros engolfados en esa caza de “cooties.”
Al principio uno trata de no ir con los soldados
viejos que están haciendo eso, pero a poco tiempo,
empieza a sentir los piquetes y tiene que dedicarse
también a la caza de camisa, o a tener que pasar
muchas noches muy molesto y sin dormir. Du¬
rante estas cacerías se oyen distintas observa¬
ciones chistosas entre los que las verifican, como:
“¿Díme, qué no quieres cambiarme dos chiquitas
por una grande? ” o “ ’He cogido a una negra que
se parece al Kaiser.”
Durante uno de esos días en que brillaba el sol,
estaba yo en la línea del frente de las trincheras y
vi a tres oficiales sentados fuera de la suya (pues
los “cooties” no hacen reparo del rango de la
persona, y aun he notado ciertos movimientos
sospechosos en un general bien conocido). Uno
de ellos era un mayor y los otros dos estaban
examinando sus camisas sin hacer ningún reparo
de las bombas, que de vez en cuando pasaban
En Distintos Cuarteles
23
encima de sus cabezas. El mayor estaba escri¬
biendo una carta, y de repente dejaba a un
lado su bloc de papel de escribir, examinaba su
camisa por unos minutos, parecía inspirarse en
nuevas ideas y seguia escribiendo. Al fin terminó
su carta y se la entregó al mensajero. Yo tuve
curiosidad de saber si había estado escribiendo a
alguna compañía que hacía negocios en insectos,
asi es que cuando el mensajero pasó a mi lado me
puse a conversar con él y pude leer la dirección en
el sobre de la carta. Estaba dirigida a Miss
Alicia fulana, en Londres. El mensajero me
dijo que la señorita fulana era la novia del mayor
y que él diariamente le escribía. ¿ Quién pudiera
creer que se escribiera una carta amorosa, mien¬
tras que estaba uno cazando los “cooties”? Pero
eso es una de las cosas que se ven en las trincheras.
CAPÍTULO III
VOY A LA IGLESIA
UEGO que ingresamos al ejército nos dieron
discos de identificación. Eran pequeños
discos de fibra roja que se llevaban colgados al
cuello por medio de un cordón. La mayor parte
de los Tommies también llevaban un pequeño
disco de metal, que tenian colocado sobre el puño
izquierdo por medio de una cadenita. Sin duda
habían pensado que caso de que les volaran la
cabeza, el disco en el puño izquierdo serviría para
identificarlos. Si perdieran el brazo izquierdo,
entonces el disco que tenían sobre el cuello les
serviría para el mismo objeto, pero si les volaban
la cabeza y el brazo izquierdo, a nadie le impor¬
tarla saber quienes serían, asi es que no era nece¬
sario identificarlos. De un lado del disco estaba
inscrito el rango, nombre, número y batallón de
uno, y en el otro estaba inscrita su religión.
C. of E. quiere decir de la Iglesia de Inglaterra,
R. C., Católico Romano; W., Wesleiano; P.,
Presbiteriano; pero si era uno ateo, lo dejaban en
blanco y nada más le daban al soldado un pico
y una pala. En mi disco habia las letras C. of
Disco de Identificación.
Voy a la Iglesia
25
E., y ésto sucedió de esta manera. El teniente
que me inscribió en la lista de reclutas me preguntó
cual era mi religión. Yo no estaba seguro de cual
sería la religión del ejército británico, y asi le con¬
testé: “Oh, cualquier cosa,” y él luego me puso
C. of E.
Ahora bien esto me dio muchas molestias,
puesto que de las cinco religiones que pude haber
escogido, escogí la única cuyos feligreses tenían
que ir a los servicios religiosos como ineludible
obligación.
A la siguiente mañana que era domingo, estaba
yo sentado escribiendo a mi hermana y dándole
a conocer las grandes proezas que ya había hecho
—pues asi lo hacen todos los reclutas al principio.
El sargento primero sacando la cabeza por la
puerta me gritó “C. of E. alístese para los ejerci¬
cios religiosos.”
Seguí escribiendo y entonces volteándose y
muy enojado me dijo: “¿ Empey, que no es usted
del C. of E.?” Yo le contesté que sí, y entonces
más enojado me gritó: “No me diga asi sí, seco;
dígame si, sargento primero.”
Asi lo hice y entonces ya medio contento ex¬
clamó: “Váyase a los ejercicios religiosos.”
Lo miré y exclamé: “Yo no voy a ir a la iglesia
esta mañana.”
Entonces él dijo: “Si, usted irá.”
Y le repliqué: “No, no iré,”—pero siempre
tuve que ir.
Nos formamos fuera con rifles y bayonetas,
26
¡Al Asalto!
unos ciento veinte cartuchos, y nuestro sombrero
de hojadelata, y marchamos hacia la iglesia.
Después de ir unos cinco kilómetros, nos desvia¬
mos del camino y entramos en un campo abierto.
En el extremo de ese campo estaba el capellán,
parado en un armón. Hicimos un semicírculo a
su alrededor. Muy alto sobre nosotros se véia
un punto negro dando vueltas en el cielo. Era
un Fokker alemán. El capellán tenía su libro
en la mano izquierda, y con el ojo izquierdo véia
el libro y con el ojo derecho el aeroplano. Noso¬
tros Tommies temamos mejor suerte, porque
como no llevábamos libros, podiamos fijar los
dos ojos en el aeroplano.
Después de la parada regresamos a nuestro
cuartel y jugamos pelota toda la tarde.
CAPÍTULO IV
DENTRO DE LAS TRINCHERAS
LA mañana siguiente pasamos revista ante
nuestro general, y nos enviaron a distintas
compañias. Los soldados de la brigada habían
dado a este general el apodo de Viejo Pimienta,
y él bien merecia el tal apodo. Me enviaron a
la compañía B con otro americano llamado
Stewart.
Durante los diez días siguientes “ descansamos’’
haciendo composturas a los caminos de los
franceses, ejercitándonos y excavando trincheras.
Una mañana nos anunciaron que iríamos a la
línea de fuego y empezamos nuestra marcha.
Esta duró unos tres días hasta llegar a nuestros
nuevos cuarteles, y cada día de nuestra marcha
se oían con más claridad y más cerca los retumbos
de los cañones. De noche y a gran distancia aun
podiamos ver los fogonazos, y su luz illuminaba
el cielo con un color rojizo.
Allá a lo lejos en el horizonte veiamos algunos
globos que estaban haciendo observaciones, y
que tenían el apodo de “Salchichones.”
Por la tarde del tercer día de nuestra marcha,
28
¡Al Asalto!
presencié por primera vez el bombardeo de un
aeroplano. Gran sensación ésto me causó y
estuve mirando lo que pasaba con gran asombro.
El aeroplano estaba haciendo grandes círculos
en el aire, mientras que fogonazos de humo blanco
se veían circundándolo por todas partes. Pare¬
cían pequeñas bolas de algodón, y cada vez que
una de ellas estallaba se oía un ruido sordo y
agudo. El sargento de mi compañía me dijo
que era un aeroplano alemán, y yo verdaderamente
no podía comprender como él sabía eso estando
el aeroplano a tal altura, que parecía sólo como
un punto negro en el cielo. Le expresé mis dudas
sobre si sería inglés, francés o alemán. Con una
mirada despreciativa me explicó además que las
bombas que arrojaban los Aliados contra los
aeroplanos alemanes emitían humo blanco, mien¬
tras que las alemanas arrojaban humo negro, y
en seguida me dijo: “Debe ser un alemán porque
nuestros cañones están tirando sobre él, y yo sé
muy bien que nuestras baterías no se equivocan,
e indudablemente no están tirando contra nuestros
aeroplanos—y aqui te daré un buen consejo y es
que no emitas tu opinión tan pronto, sino después
de haber estado algún tiempo en la línea de fuego
y aprendido algo.”
Inmediatamente tomé la lección a pecho, y
desde luego me produjo un buen efecto.
Poco antes de llegar a nuestro cuartel íbamos
marchando, riéndonos y cantando una de las
canciones de los Tommies en las trincheras—
Dentro de las Trincheras
29
“Quiero volver a mi casita, quiero volver a mi casita,
Yo ya no quiero quedarme para nada en las trinche¬
ras,
En donde abundan las salchichas y los ruidos de las
balas,
Llévenme del otro lado de los mares, en donde no me
podrán pescar los alemanes,
Por Dios yo no quiero morir,
Yo quiero regresar a mi casita-”
En estos momentos hubo un fuerte zumbido
por el aire y luego otros tres más. En seguida,
a eso de veinte yardas hacia nuestra izquierda y
en el campo abierto, se elevaron en el aire cuatro
columnas de tierra y humo negro, y el subsuelo
tembló debido al estallido, pues eran las bombas
alemanaá que habían causado la explosión. Muy
pronto se oyó un nuevo zumbido muy fuerte, y a
continuación otros dos más que provenían del
frente de nuestra columna. Esto quería decir
que se hiciera “formación de artillería. ,, Nos
dividimos en pequeños grupos y nos internamos
en los campos a la derecha e izquierda del camino
y nos tiramos sobre el suelo. Ya después de eso
no hubo más bombas a continuación del primer
saludo. Este fué nuestro primer bautismo de
un bombardeo formal. Muy entusiasmado estaba
yo de mi cintura para arriba, pero no lo estaba
tanto de mi cintura para abajo. Yo creí que me
iba a morir de miedo. Pasado algún tiempo
nos formamos nuevamente en columnas de a
cuatro en fondo, y seguimos marchando, y a eso
30
¡Al Asalto!
de las cinco de esa tarde, llegamos al pueblito
arruinado de H-, y entonces por primera vez
presencié la destrucción terrible que había causado
la Cultura Alemana.
Después de marchar por la calle principal llega¬
mos al centro de la población y allí nos acuarte¬
lamos en sótanos a prueba de bomba (que son a
prueba de bomba, mientras que no les pega una
bomba). Por doquiera en la población se oían
los zumbidos de las bombas que caían atrás de
nosotros y queriendo pegarle a nuestra artillería.
Estos sótanos eran fríos, húmedos y olorosos y
además estaban llenos de inmensas ratas,—muy
negras por cierto. Casi todos los compañeros
dormían cubriéndose las caras con sus sobretodos,
pero yo no lo hice asi. A media noche me desperté
aterrorizado, pues sentí los piés fríos y ásperos
de una rata que se paseaba sobre mi cara. In¬
mediatamente me cubrí con el sobretodo, pero no
pude dormir durante el resto de la noche.
A la tarde siguiente tomamos posesión de nuestro
sector en la línea de fuego. Pasamos de uno en
fondo por una trinchera de comunicación en forma
serpentina, y que tenía como seis pulgadas de lodo.
Trinchera era esta que se denominaba “Calle de
whiskey.” Según íbamos avanzando hacia la
línea del frente las bombas que estallaban ilumi¬
naban el cielo, y podíamos oir cuando sus pedazos
caían a la derecha e izquierda de nosotros. Por
entonces un Fritz o soldado alemán, hacia uso de
su “maquinita de escribir” o sea rifle, y cruzaban
Diagrama que Demuestra una Línea del Frente y las Trincheras de Comunicación.
'
>
%
I
Dentro de las Trincheras
3i
las balas que era un gusto, haciendo un ruido bien
desagradable.
Un compañero mío llamado Prentice, que estaba
en frente de mi, cayó sin decir una palabra, pues
un pedazo de bomba le había atravesado su casco
que decia era a prueba de bala. Esto me hizo
ponerme muy débil y nervioso.
Como treinta minutos después llegamos a la
línea del frente; estaba obscuro como boca de
lobo, pero de vez en cuando las estrellitas que
despedía alguna bomba alemana iluminaban la
obscuridad con luz argentina. Estaba temblando
de piés a cabeza, y me sentía con miedo y muy
nervioso. Se daban órdenes en voz muy baja.
La compañía a que nosotros sustituimos se despi¬
dió de nosotros, y desapareció en la obscuridad de
la noche por la trinchera de comunicación a reta¬
guardia. Al pasar cerca de nosotros murmuraron:
Que tengan la mejor suerte, camaradas!”
Estaba sentado en el primer escalón de la trin¬
chera con todos los demás compañeros, y en cada
línea trasversal había dos de los más antiguos
que estaban de guardia sacando la cabeza por
arriba de la trinchera, y tratando de ver en la
obscuridad lo que pasaba en ‘‘La Tierra Inhabi¬
table.* * En esta trinchera había sólo dos covachas,
y en estas estaban Lewis y Vicker, que manejaban
los cañones de tiro rápido, asi es que nosostros
tuvimos que estarnos en el primer escalón. Muy
pronto empezó a llover y nos pusimos nuestros
“makintoshes,” pero no nos protegían mucho,
32
¡Al Asalto!
asi es que las gotas nos escurrían por las espaldas
y muy en breve nos sentimos húmedos y fríos.
Nunca he sabido como pasé esa noche, pero afor¬
tunadamente llegó la madriugada sin que sucediera
nada de particular.
Recibimos la orden de “abajo,” que corrió por
toda la línea y los sentinelas bajaron del escalón
de fuego, y casi en seguida se nos dió un poco de
aguardiente, lo que bien necesitábamos, pues nos
calentó y dió nuevas fuerzas. Pronto llegaron
por las trincheras de comunicación grandes ollas
de hierro, llenas de té hirviendo, que llevaban dos
hombres por medio de dos mangos de madera.
Llené mi cantina y me bebí el té caliente sin qui¬
tármelo de la boca. Poco después caí dormido
en el lodo sobre el escalón de fuego.
Ya había conseguido lo que tanto ansiaba.
Estaba en la trinchera de la línea de fuego en el
Frente Occidental, y oh! como deseaba yo estar
de regreso en Jersey City.
CAPÍTULO V
LODO, RATAS Y BOMBAS
T^vEBO haber dormido unas dos o tres horas,
pero no con el sueño que tiene uno en medio
de sábanas limpias y suaves almohadas, pero con
el sueño que le viene a uno cuando está agotado
por el frío, la humedad y el cansancio.
De repente me pareció que se había iniciado un
terremoto y sentí un terrible estrépito en los oidos.
Abrí los ojos y vi que estaba lleno de lodo pegajoso
y que mis compañeros se estaban levantando del
fondo de la trinchera. Parece que el parapeto
de la izquierda había caído dentro de la trinchera,
llenándola enteramente con la tierra que se había
desalojado. El soldado que estaba a mi izquierda
parecía inerte. Me quité el lodo de la cara, y
contemplé una cosa verdaderamente terrible—
su cabeza estaba hecha pedazos y su casco estaba
lleno de sangre y sesos. Había hecho explosión
una “Minnie,” o sea bomba de mortero alemán
en la trinchera trasversal. Vi que muchos solda¬
dos estaban excavando en la tierra húmeda con
grandísima precipitación, y muy de prisa venían
otros con camillas hacia ese lugar. Después de ex-
3 33
34
¡Al Asalto!
cavar por unos minutos se llevaron en camillas
por la trinchera de comunicación hacia retaguardia
tres cuerpos enlodados e inertes. Pronto que¬
darían sepultados “en algún lugar de Francia,”
con sólo una cruz pequeña de madera que marcará
sus sepulturas. Habían prestado sus servicios a
su Rey y país, habían muerto sin poder tirar sobre
el enemigo, pero de todos modos bien merecían los
encomios de todos. Poco después supe quienes
eran y que pertenecían a los que ingresaron al
mismo tiempo que yo lo hice.
Me quedé atónito y sin movimiento. De
repente alguien me dió una pala y con voz
fuerte, pero bondadosa, me dijo: “Oiga, com¬
pañero, ayúdenos a limpiar esta trinchera, pero
no levante mucho la cabeza y vigile a los tiradores
del enemigo, pues hay uno de ellos que tiene muy
buena puntería y pondrá punto final a su vida si se
descuida un poco.”
Echándome sobre el estómago en el fondo de
la trinchera llenaba costales con el lodo pegajoso
y otros compañeros se los llevaban, y de esa manera
se continuó el trabajo de reconstruir el parapeto.
Mientras más fuerte trabajaba mejor me sentía,
y aunque hacía bastante frío, el sudor me corría
a chorros.
De vez en cuando se oía el zumbido de una bala,
y de vez en cuando también algún cañón de tiro
rápido producía su efecto en el parapeto en que
trabajábamos. A cada estallido bajaba la cabeza
y la cubría con el brazo. Uno de los compañeros
Lodo, Ratas y Bombas
35
rnás antiguos notó lo que hacia, y me dijo muy
bajito: “No necesita bajarse cuando oíga el esta¬
llido de una bala, yankee; pues entonces el peligro
ya ha pasado—uno nunca oye la bala que le debe
pegar. Debe acordarse siempre que si alguna
bala le va a pegar tiene que pegarle, y asi no se
preocupe.”
Esta observación me llamó mucho la atención
entonces, y desde esa época he adoptado el lema
de “Si alguna le va a pegar, tiene que pegarle.”
Esto me sirvió de mucho, y como lo repetía
con frecuencia, algunos de mis compañeros me
dieron al apodo de, “Si le va a pegar tiene que
pegarle.”
Después de trabajar duramente por una hora,
mi nerviosidad desapareció y estaba chanceando
y riendo con los demás.
A la una nos dieron de comer un guisado caliente.
Busqué mi cantina, pero había caído en el esca¬
lón de fuego y estaba media enterrada en el lodo.
El compañero a mi izquierda notó ésto y le dijo
al sargento que estaba dando el rancho, que
pusiera mi parte en su cantina, y después me dijo
en voz baja: “Compañero siempre debe cuidar
mucho su cantina.”
Asi aprendí otra de las máximas de las trincheras.
El guisado me pareció muy bueno, pues estaba
tan hambriento como un lobo. Tuvimos que
servirnos mutuamente, porque tres de nuestros
compañeros “se habían ido al oeste” matados
por la explosión de un mortero de trinchera ale-
36
¡Al Asalto!
mana, así es que nos comimos la parte que les
correspondía, pero a pesar de eso tenía hambre,
y me comí mi carne prensada y galletas. En seguida
me bebí toda el agua que tenía en mi botella. Poco
después aprendí otra máxima de la línea del frente
—“ Economiza tu agua.” La carne que comí me
dio sed y al llegar la hora del té estaba deseosísimo
de beber agua, pero mi vanidad me impedía
pedírsela a mis compañeros. Asi poco a poco fui
aprendiendo la ética de las trincheras.
Esa misma noche me pusieron de guardia con
un compañero de más edad. Estábamos en el
escalón de fuego, sacando la cabeza por arriba
para ver lo que pasaba en “la Tierra Inhabitable.”
Yo me puse bastante nervioso, pero mi compañero
parecía muy tranquilo como si tuviera una simple
tarea rutinaria.
De repente algo pasó cerca de mi cara. Mi
corazón cesó de palpitar y bajé la cabeza del
parapeto. Me parecía que mi compañero se
estaba medio riendo, y eso hizo reponerme y le
pregunté bajito: “Por Dios que es eso? ”
El me contestó: “Sólo una rata que se está
paseando por la trinchera.” Contestación que
me dejó muy corrido.
Como cada veinte minutos el centinela en la
siguiente trinchera trasversal tiraba un pistoletazo.
La explosión casi siempre me causaba miedo, y
en realidad nunca me acostumbré a este ruido
durante mi servicio en las trincheras.
Me ponía a observar el arco que describía la
Lodo, Ratas y Bombas
37
bombita y después miraba hacia “la Tierra Inha¬
bitable” para observar la explosión. Con su luz
brillante se medio dibujaban los postes y las cer¬
cas de alambres con púas como si fueran ventanas
enrejadas. En seguida todo quedaba en la obscu¬
ridad.
Repentinamente oí un ruido en frente de nuestra
cerca de alambre, y vi unos bultos obscuros que
se movían. Me apresuré a tomar mi rifle que
estaba en el parapeto y ya iba a tirar, cuando mi
compañero me agarró el brazo y murmuró: “No
tires.” Entonces él marcó el alto en voz baja.
Muy pronto contestaron los bultos: “Cállese la
boca gran tonto; que quiere que sepan los boches
en donde estamos? ”
Poco después supe que se había dado la orden
de “No se marque el alto ni se tire, pues hay una
partida que está colocando cercas de alambre en
frente,” a un centinela que estaba a nuestra dere¬
cha, pero él se había olvidado de transmitirla a
los demás en la trinchera. Un oficial oyó que
habiamos marcado el alto y lo que nos habían
contestado, y luego ordenó que fuera arrestado el
que había dejado de cumplir la orden. El centi¬
nela tuvo que sufrir un castigo durante veinte y
un dias, esto es recibió durante veinte y un días
el castigo número uno, o “crucifixión,” según lo
denominan los soldados ingleses.
Consiste esto en ponerlo atravesado sobre la
rueda de un armón dos horas diarias durante veinte
y un días, sin tomar en cuenta la temperatura de
38
¡Al Asalto!
la atmósfera, y durante ese periodo solamente
le dan carne prensada, galletas y agua.
Algunos meses después hablé con este centinela
y me dijo que desde que había sido “crucificado”
no había dejado de comunicar las órdenes en las
trincheras cuando las recibía. Si se toma en con¬
sideración el delito, parece que es leve el castigo
ya indicado, puesto que el dejar de comunicar
las órdenes a lo largo de la trinchera, puede resul¬
tar la pérdida de muchas vidas y el que se eche
a perder alguna operación importante en la
‘ ‘ Tierra Inhabitable. ’ ’
CAPÍTULO VI
ATRÁS DE LA LÍNEA
N UESTRO servicio en la trinchera de la línea
del frente duró unos cuatro dias, y entonces
fuimos relevados por la brigada-. Estábamos
muy alegres cuando regresamos por la trinchera
de comunicación, a pesar de que sentíamos frío y
humedad y todos los huesos nos dolían sobre¬
manera. Es verdad que hay una gran diferencia
en eso de “entrar” y de “regresar.”
Al salir de la trinchera de comunicación encon¬
tramos a unos armones que estaban esperándonos
en el camino. Yo creí que nos iban a llevar a
nuestros cuarteles de descanso, pero pronto supe
que las únicas veces que un soldado de infantería
puede ir montado, es cuando está herido o cuando
va a la base de operaciones o regresa a su país.
Estos armones llevaron nuestras municiones y
nuestro rancho de reserva. Mucho me gustó la
caminata que hicimos hasta nuestros cuarteles
de descanso; parecía que nos habían dado licencia
y que estábamos dejando detrás de nosotros todo
lo que era desagradable y horrible. Es eso lo
39
4o ¡Al Asalto!
que siente todo recluta cuando lo relevan de las
trincheras.
Marchamos unos ocho kilómetros e hicimos
alto delante de un estanimet o cantina francesa.
El capitán dió la orden de que nos fuéramos de
cada lado del camino y allí permaneciéramos
hasta que él regresara. Muy pronto volvió y le
dijo a la compañía B que ocupara los cuarteles
117, 118 y 119. El supuesto cuartel 117 era una
antigua caballeriza, en que anteriormente se habían
alojado algunas vacas. Casi hacia unos cuatro
piés en frente de la entrada había un gran montón
de estiércol, y el olor que despedía no era del todo
agradable. Por medio de mi lamparilla eléctrica
pude encontrar la puerta, pero antes de entrar
observé un rótulo blanco que decía: “Sentados
cincuenta, acostados veinte/’ pero cuando lo leí
en realidad no comprendí su significado; así es
que a la mañana siguiente le pregunté al sargento
primero que significaba el rótulo. Sin preocuparse
mucho me dijo:
“Esto es cosa hecha por el R. A. M. C. (Cuerpo
Médico del Ejército Real). Lo que simplemente
significa es que en caso de un ataque, este lugar
puede acomodar a cincuenta heridos que puedan
pararse o a veinte camillas para enfermos.”
No pasó mucho tiempo antes de que yo fuera
uno de los “veinte acostados.”
Muy pronto me eché sobre el heno y me dormí
profundamente, pues ni siquiera mis amigos los
“cooties” pudieron despertarme.
Atrás de la Línea
4i
A eso de las seis de la mañana siguiente me le¬
vantó el cabo primero de nuestra sección, y me
dijo que yo había sido designado como ayudante
de mesa y que me pusiera a las órdenes del cocinero
para ayudarle. Asi lo hice encendiendo el fuego,
llevando agua de un pozo antiguo y friendo tocino,
y esto lo hacia sobre las tapaderas de las ollas.
Después de que estuvo listo el almuerzo, llevé
una olla de té caliente y la tapadera llena de
tocino a nuestra sección, y le dije al cabo que su
almuerzo ya estaba listo. Me miró con desdén
y gritó: “Si el almuerzo está listo ya lo conse¬
guiré.” Muy pronto comprendí esta nueva ter¬
minología de las trincheras y nunca dije que “el
almuerzo estaba listo.”
Los soldados muy pronto aceptan un ofrecimien¬
to de esta clase. Medio vestidos se pusieron en
fila con sus cantinas y yo les serví el té. Cada
Tommy llevaba en la mano un trozo grueso de
pan, que se le había dado con su rancho la noche
anterior. Entonces tuve el gusto de verlos ser¬
virse el tocino con sus dedos sucios. Sólo se les
da una tajada a cada Tommy, y los últimos reci¬
ben las tajadas más chicas. Luego que cada uno
de ellos consigue su tajada desaparece y se va al
cuartel. A poco rato como quince de ellos se
precipitaron hacia la cocina llevando cada uno
un gran pedazo de pan, que metieron en la grasa
del tocino que se estaba cocinando sobre el fuego.
Por supuesto que no quedaba nada para el último,
y yo fui ese último.
42
¡Al Asalto!
Después del almuerzo todos los de nuestra
sección llevamos nuestros equipos a un campo
cerca del cuartel, y nos ocupamos diligentemente
en quitarle el lodo que se les había pegado en la
trinchera, pues a las ocho cuarenta y cinco a.m.
iba a haber revista, y Dios le libre a uno de los sol¬
dados si lo vieran sin afeitarse o con lodo en su
uniforme. La limpieza es lo que sigue a la lealtad
en el ejército británico, y el Viejo Pimienta debe
haber sido buen amigo de San Pedro.
Nos estuvimos en el ejercicio hasta el medio
día, y durante todo ese tiempo sólo nos dieron
dos descansos de a diez minutos cada uno, y tan
luego como se oian las palabras “ descanso de
diez minutos,” cada Tommy sacaba su cigarro
y lo encendía.
Todos los domingos por la mañana se repartían
los cigarros, y cada uno de nosotros recibía de
veinte a cuarenta. Generalmente la marca que
se daba era la “Woodbine.” Algunas veces por
fortuna nos daban “Goldflakes,” “Players,” o
“Red Hussars,” y con poca frecuencia nos daban
los “Life Rays.” Cuando esto sucedía los sol¬
dados viejos desde luego hacían sus arreglos con
los reclutas, y les cambiaban esta clase de cigarros
por los “Woodbines” o “Goldflakes.” Esto sólo
le sucede una vez a un recluta, pues ya después
cesa de ser recluta. En realidad los Tommies
fuman sobremanera; fuman bajo todas las cir¬
cunstancias, excepto cuando están sin sentido o
cuando están haciendo un reconocimiento de
Atras de la Linea
43
noche en “la Tierra Inhabitable,” pues en ese
caso por razones que caen de su peso, no quieren
tener un cigarro encendido en la boca.
Los camilleros les llevan cigarros a los Tommies
heridos; y cuando un camillero llega cerca de un
Tommy que ha sido herido, generalmente se oye la
siguiente conversación—Camillero: “¿Quieres un
cigarro? Donde te hirieron? ”y entonces Tommy
lo mira y contesta, “Si. En la pierna.”
Terminada la revista, regresamos a nuestro
cuartel, y entonces tuve que ocuparme desde luego
de los preparativos para la comida. Esta con¬
siste de un guisado hecho de carne fresca, un
par de papas, carne prensada, ración “Macono-
chie,” y agua—mucha agua. Generalmente hay
gran rivalidad entre los soldados para ver cual de
ellos pesca con sus tenedores las dos papas solitarias.
Después de la comida traté de lavar la olla
con agua fría y un trapo, y entonces aprendí otra
máxima de las trincheras—“No se puede hacer.”
Estuve observando disimuladamente a uno de
los viejos compañeros de otra sección, y quedé
azorado al verlo echar cuatro o cinco puñados
de lodo sobre su olla. Entonces le echó un poco
de agua y con sus propias manos limpió el “ dixie,”
u olla por dentro y por fuera. Me pareció que
era arriesgado su proceder, sobre todo caso de
que lo viera el cocinero. Después de trabajar
infructuosamente media hora, llevé mi olla a la
cocina, teniendo cuidado de ponerle la tapadera
encima, y regresé al cuartel. Muy en breve el
44
¡Al Asalto!
cocinero sacó la cabeza por la puerta y gritó:
“Oiga } 7 'ank, venga a limpiar su olla!” Protesté
y le dije que ya había estado trabajando en eso
una media hora y aun había echado a perder en
ese trabajo la única camisa que me quedaba.
Con gran desdén exclamó: “Para qué demonio
usa su camisa. ¿Porque no la limpia con lodo?”
Sin contestarle volví a mi tarea, haciendo uso
del lodo y muy pronto mi olla se veía limpia y
brillante.
Los compañeros pasaron casi toda la tarde
escribiendo cartas a sus familias. Yo emplée
mi tiempo disponible cortando madera para el
cocinero y yendo a traer carbón. Regresé a
tiempo para los preparativos de nuestra tercer
comida, que sólo consistia de té caliente. Limpié
mi olla, la devolví a la cocina y me fui al cuartel
con la satisfacción de creer que ya había terminado
la tarea de ese día. Estaba durmiendo sobre la
paja, cuando nuevamente apareció el cocinero
en la puerta del cuartel y me dijo: “Caramba,
que perezosos son ustedes los yankees. ¿ Quien
demonio va a sacar el agua para el té de la mañana;
que crees que yo lo voy a hacer? Por supuesto
que no,” y se fué. Entonces tuve que llenar la
olla con agua de un antiguo pozo y nuevamente
me fui a acostar.
Reproducción del Sobre Verde.
CAPÍTULO VII
EL RANCHO
E STABA dormitando cuando el cabo primero
me vino a molestar.
En la estimación de Tommy, un cabo primero es
un grado más bajo que un soldado raso; pero en
la estimación del cabo él es un grado más alto que
un general.
Me dio sus órdenes y me dijo que lo ayudara
a sacar el rancho para el día siguiente, y también
me dijo que llevara mi impermeable.
Todas las tardes un cabo primero y un soldado
raso van a los almacenes de la compañía a recibir
el rancho del día siguiente para cada sección o
compañía de cañón de tiro rápido.
El sargento primero recibe diariamente una
boleta que le dan en la oficina del capitán, y que
demuestra el número de hombres que deben reci¬
bir rancho, así es que no puede sufrirse ninguna
equivocación. Siempre se suscitan disputas entre
el sargento y alguno de la compañia, pero aquel
siempre sale victorioso.
Después de colocar sobre el suelo la tela imper¬
meable, el ayudante del cabo echó el rancho sobre
45
4 6
¡Al Asalto!
ella. Mientras tanto el cabo se puso a fumar y
durante todo el tiempo que yo llevaba el rancho
al cuartel seguía fumando muy tranquilamente;
¡Como lo envidiaba! Pero cuando empezó la
distribución terminó mi envidia, y comprendí
bien como era necesaria la diplomacia para llevar
a cabo esa tarea. Había diez y nueve soldados
en nuestra sección, que formaron en semicírculo
alrededor del cabo, luego que dijo: “Está listo el
rancho.’*
El sargento primero había dado una boleta al
cabo, en que estaba apuntada la lista del rancho.
Sentado en el suelo, y sirviéndose de una caja de
madera como mesa, dió principio a la distribución
del rancho, que estaba colocado a la izquierda del
sargento. Consistía el tal rancho de lo siguiente:
Seis panes de pan fresco, siendo de distintos
tamaños, uno de los cuales estaba muy aplastado,
debido a que habían colocado sobre él al traerlo,
una lata pesada de carne prensada.
Tres latas de jalea, siendo una de manzana y
dos de ciruelas.
Diez y siete cebollas de Bermuda, todas de
diferentes tamaños.
Un pedazo de queso en forma de cuña.
Dos latas con una libra de mantequilla cada una!
Un racimo de pasas.
Una lata de galletas, o como Tommy las deno¬
mina “quebradoras de mandíbulas.”
Una botella de encurtidos en mostaza.
La carne, las papas, la leche condensada, la
El Rancho
47
carne fresca, el tocino y la ración de “Macono-
chie” (que es una lata llena de carne, legumbres
y agua grasosa), ya habían sido entregados al
cocinero de la compañia para que hiciera un
guisado que se serviría en la comida del día si¬
guiente. También recibió el té, el azúcar, la sal y
la harina.
Después de rascarse la cabeza, el cabo examinó
detenidamente la boleta que le habían dado, y en
seguida muy despacio y con voz misteriosa leyó:
“No. i Sección, 19 hombres. Panes, seis.” Muy
sorprendido habló consigo mismo, de la siguiente
manera:
“Seis panes, diez y nueve hombres. Vamos a
ver eso: quiere decir que se dividirán cinco panes
para quince hombres, y para que todo salga bien,
cuatro de ustedes tendrán que repartirse un pan.”
Los cuatro de la mala suerte dieron un grito,
pero eso no les valió para nada y se hizo la distri¬
bución del pan. Muy en breve tres Tommies
bien enojados se acercaron al cabo y le dijeron:
“Que esto es lo que llama usted un pan? Más
bien parece cubierta de palo.”
El cabo contestó:
“Pues yo no tengo la culpa,yo no lo cocí. De
todos modos alguno tiene que comerlo, asi es que
cállese y espere que le dé el resto del rancho.”
Entonces empezó el cabo a hacer la distribución
de la jalea.
“Jalea, tres latas—una de manzana y dos de
ciruelas. Diez y nueve hombres, tres latas. Seis
48
¡Á1 Asalto!
para cada lata, lo que hace doce hombres para dos
latas y los siete restantes tendrán una sola.”
Empezó a dar la jalea y aquí hubo un verdadero
jaleo. A algunos no les gustaba la manzana, mien¬
tras que otros que recibían ciruelas querían man¬
zana. Después de un rato se arreglaron las dis¬
putas, y prosiguió la distribución.
“Cebollas de Bermuda, diez y siete.”
El cabo pudo lograr que no hubiera pleito,
diciendo que él no quería su cabolla, y yo dije
que como daba mal olor a la boca, creía que yo
no necesitaría una de ellas. El cabo expresó su
agradecimiento silenciosamente.
“Queso, dos libras.”
El cabo pidió prestada una navaja (los cabos
siempre están pidiendo algo prestado), y cortó el
queso, dando lugar a distintas observaciones chus¬
cas por parte de los que lo presenciaban, con
respecto a su tino.
“Pasas, ocho onzas.”
Ya por entonces el cabo se había puesto muy
nervioso, y enojado dijo que se entregaría las
pasas al cocinero para que hiciera plum pudding.
Esta resolución dio lugar a una nueva acalorada
discusión, pero al fin se restableció el orden.
“Galletas, latas, una.”
Con su navaja que le habían prestado, el cabo
abrió la lata de galletas, y les dijo a todos que
metieran la mano y sacaran algunas, pero ninguno
aceptó esa invitación, pues ya los Tommies están
muy cansados de comer galletas.
El Rancho
49
“Mantequilla, latas dos.”
“Nueve para una, y diez para otra.”
Otra discusión acalorada.
“Encurtidos en mostaza, botellas, una.”
Entonces se colocaron los diez y nueve nombres
en un casco de acero, y el último que quedó se sacó
los encurtidos. Para el siguiente sorteo sólo hubo
diez y ocho nombres, pues se eliminó al que había
ganado, hasta que algún soldado en la sección se
ganó la botella.
Vigilan bien todos los sorteos, puesto queTommy
siempre es muy suspicaz cuando se trata de echar
la suerte respecto de su rancho.
Cuando todo terminó, el cabo se sentó y escri¬
bió una carta a su país, pidiendo que traten de
mandar a algún M.P. (Miembro del Parlamento)
para que lo sustituyera e hiciera la distribución
del rancho.
Tommy compra huevos frescos, leche, pan y
pasteles en las diferentes estaminets franceses de
la población y en los expendios de licores. A veces
cuando tiene dinero, compra una lata de peras o
albericoques. Recibe de sueldo un chelín diario,
o sea vienticuatro centavos, saliéndole a centavo
la hora. Ahora, imagínense como recibiendo un
centavo por hora de estar bajo el fuego, puede
alguno llegar a hacerse rico.
Cuando por primera vez Tommy va a la trin¬
chera de fuego en la línea del frente, su rancho se
merma mucho. Lleva en su mochila lo que el
Gobierno llama rancho de emergencia, el que se
4
50
¡Al Asalto!
supone Tommy no debe usar sino cuando esté
muriéndose de hambre. Consiste ese rancho de
una lata de carne prensada, cuatro galletas, una
latita que contiene té, azúcar y cubos de Oxo (que
son tablillas de carne concentrada). Solamente
deben usarse cuando el enemigo continúa con un
fuego nutrido sobre las trincheras de comunica¬
ción, impidiendo de esa manera que se lleve el
rancho, o cuando durante un ataque, algún cuerpo
de tropa se ve separado de su base de víveres.
El rancho siempre es transportado de noche y
por una sección de la compañía que está a cargo
del cabo primero, y que comprende soldados,
muías y armones con dos ruedas, que son los que
suplen todas las necesidades de Tommy mientras
que está en la línea del frente, teniendo ellos que
estar constantemente amenazados por las balas.
Se descarga el rancho a la entrada de las trincheras
de comunicación y después lo llevan adentro unos
soldados que tienen que cumplir con ese deber.
El sargento primero nunca va a la trinchera de la
línea del frente, pues no tiene obligación de hacer
eso, y yo nunca he visto a alguno de ellos que lo
hiciera voluntariamente.
El sargento mayor hace la separación del rancho
y lo manda para su distribución.
El rancho de Tommy en las trincheras com¬
prende toda la carne prensada que puede comer,
galletas, queso, mantequilla en lata (a veces hay
diez y siete soldados para una lata), jalea o mar-
melada, y de vez en cuando pan fresco (diez sol-
El Rancho
5i
dados por cada pan). Cuando se puede consigue
té y guisado.
Cuando hay quietud en las trincheras, y Fritz
se conduce como un caballero, lo cual rara vez
sucede, Tommy tiene la oportunidad de hacer
dulce, el cual se llama “budín de trinchera.” Se
hace con pedazos de galletas, leche condensada,
jalea, mezclada con agua, y ésta con algo de lodo,
todo revuelto y calentado en una cantina que se
coloca sobre una estufita de alcohol que se llama
“estufa de Tommy.”
(Una compañía nacional ha anunciado exten¬
samente estas estufas, manifestando que son
necesarias para los soldados en las trincheras.
Alguna gente tonta las compra y se las envía a los
Tommies y estos luego que las reciben las echan
sobre el parapeto. A veces un Tommy se entera
del anuncio y emplea la estufa en una covacha,
causando suma molestia a los demás que están
allí con él.)
Esta combinación se revuelve en una lata y se
deja cocer en las llamas de la estufa hasta que
Tommy considera que ya está bien cocido (como
una especie de cola). Agarra su bayoneta y
usando el mango lo lleva al frente de la trinchera
para enfriarlo. Después que está ya enfriado trata
de comerlo. Como regla general hay uno o dos
Tommies en cada sección que tienen estómagos
bien fuertes y éstos pronto acaban con el contenido
de la lata. Yo por mi parte probé ese budín una
vez, y sólo una vez.
52
¡Al Asalto!
Además de su rancho común y corriente, Tommy
tiene ótros medios para aumentar su menú.
Se publica en los periódicos ingleses una columna
dedicada al “Soldado solitario.” Esto se refiere
a los soldados que están en el frente y que se su¬
pone no tienen ni amigos ni parientes, y los cuales
escriben a los periódicos en donde se publican sus
nombres. Las muchachas y las mujeres en Ingla¬
terra les contestan y les mandan paquetes con
viveres, cigarros, dulces, etc. Yo he conocido a
un soldado “solitario” que recibía hasta cinco
paquetes y once cartas por semana.
CAPÍTULO VIII
LA PEQUEÑA CRUZ DE MADERA
pvESPUÉS de permanecer en nuestro cuartel
de descanso unos ocho días, recibimos la
desagradable noticia de que a la mañana siguiente
tendríamos que volver a la trinchera, y a las sies
de esa misma mañana empezamos a marchar, y des¬
pués de una marcha bien larga por un camino pol¬
voso, llegamos otra vez a los lugares en que antes
habíamos estado.
Yo era el número uno de entre los cuatro prime¬
ros. El soldado que estaba a mi izquierda se
llamaba “Pete Walling,” y era persona bien jovial.
Se reía y decía chistes, mientras que íbamos mar¬
chando y así me inspiraba más valor. No me
podía yo imaginar que atractivo se podría encon¬
trar en esa segunda visita de la línea del frente,
pero a Pete no parecía importarle eso y aun me
dijo que todo le gustaba.
Mi talón izquierdo se había lastimado, debido
al rozamiento de la bota fuerte que llevaba. Pete
notó que iba cojeando y me ofreció llevar mi rifle,
pero como ya por entonces conocía bien la ética
53
54
¡Al Asalto!
referente a las marchas en el ejército británico, con
cortesía decliné su ofrecimiento.
Ya habíamos pasado hasta la mitad de la trin¬
chera de comunicación y Pete iba detrás de mí.
Había puesto la mano sobre mi hombro, como
todos los soldados hacen en las trincheras de
comunicación para poder estar muy cerca uno de
otro. Acabábamos de subir sobre una parte de
la trinchera que había sido barrida por las balas,
cuando un soldado que estaba detrás de nosotros
tropezó contra un alambre y lanzó un juramento.
Como de costumbre Pete se precipitó para ayu¬
darlo; pero para llegar hasta donde estaba el
hombre que se había caído, tuvo que pasar por
esa parte que estaba al descubierto. De repente
oí el silbido de una bala y me agaché. Al instante
oí un quejido detrás de mí. Mi corazón dejó
de latir y regresé encontrando a Pete tirado en el
suelo, y con la ayuda de mi lámpara eléctrica
noté que con la mano se sujetaba el pecho derecho.
Noté también que tenía los dedos llenos de sangre,
y al examinar su cara con mi lamparita pude ver
que empezaba a ponerse de color ciniciento. Pete
me miró y dijo: “ Ya vez yank, que me acabaron.
Siento que me estoy yendo hacía el occidente.”
Su voz iba apagándose gradualmente y tuve que
arrodillarme para oir lo que decía. Entonces me
dió un recado que debía yo mandar a su madre y
a su novia, y yo como un buen tonto empecé a
llorar como un chiquillo. Había perdido mi
primer amigo de las trincheras.
La Pequeña Cruz de Madera 55
Tan luego como se pudo se pidió una camilla
que vino de retaguardia, pero él murió antes de
que llegara. Dos de entre nosotros lo pusimos
sobre la camilla y lo llevamos al lugar más cercano
en donde se atendía a los heridos, y allí el médico
apuntó en su registro oficial el nombre de Pete,
su número, su rango y regimiento, tomando esos
datos de su disco de identificación, todo lo cual
se incluiría en la lista de heridos y se comunicaría
a su familia.
Allí dejamos a Pete aunque muy contra nuestra
voluntad. El médico nos informó que lo podría¬
mos enterrar a la mañana siguiente. Esa misma
tarde, cinco de nuestra sección, incluyéndome a
mí, fuimos a la pequeña población arruinada a
retaguardia, y recogimos flores y hojas de los
jardines abandonados de los castillos franceses, y
con éstas hicimos una corona.
Mientras que mis compañeros estaban haciendo
esa corona, me senté bajo la sombra de un man¬
zano acribillado de balas, y grabé unos versos en
un pequeño escudo que clavamos en la cruz de
Pete; y en que hacía merecidos elogios de su
valor y manifestaba que nunca olvidaríamos al
patriota y buen soldado que había sido nuestro
compañero muy querido.
A la mañana siguiente toda la sección fué a
despedirse de Pete y lo enterramos.
Después de que cada uno hubo contemplado la
cara del cadáver por última vez, un cabo de la
R. A. M. C. envolvió y cosió el cuerpo en una
56
¡Al Asalto!
sábana, y acto continuo colocamos dos cuerdas
fuertes a través de la camilla (para poder bajar el
cuerpo a la fosa), pusimos a Pete sobre la camilla,
y reverentemente colocamos sobre él una gran ban¬
dera inglesa, por la cual él había dado su vida.
El capellán presidia la procesión; en seguida
iban los oficiales de la sección y después dos de
los compañeros que llevaban una corona. Muy
cerca seguía el pobre Pete sobre su camilla cubier¬
ta con la bandera, que era llevada por cuatro
soldados. Yo era uno de ellos. Detrás de la
camilla, de cuatro en fondo, iban los demás de la
sección.
Para llegar al cementerio, tuvimos que pasar
por la población pequeña que había sido destruida
por las bombas, y allí encontramos mucha tropa
en movimiento. Según pasaba la procesión fune¬
raria se marcaba el alto, y todos presentaban armas
en honor del difunto.
El pobre Pete estaba recibiendo la única despe¬
dida a que tiene derecho un soldado raso “ en algún
lugar en Francia.”
De vez en cuando se oía el zumbido de una
bomba procedente de las líneas alemanas, que
iba a hacer explosión entre las líneas de artillería
de nuestra retaguardia.
Cuando llegamos al cementerio, hicimos alto
ante una fosa abierta, y colocamos la camilla
cerca de ella. Se formó la tropa en cuadro al¬
rededor de la fosa, y el capillán leyó el ritual de
difuntos.
La Pequeña Cruz de Madera 57
Mientras tanto las balas de los cañones de tiro
rápido de los alemanes se oían cuasando gran
estrépido, pero eso a Pete no le molestaba, ni a
nosotros tampoco.
Cuando se bajó el cadáver a la fosa y se hubo
quitado la bandera, nosotros hicimos el saludo de
ordenanza.
Me fui antes de que llenaran la fosa de tierra.
No pude resolverme a presenciar el que cubriera
la tierra las facciones inermes del camarada en¬
vuelto en una sábana. Como en el Frente Occiden¬
tal no hay atahudes, bien puede uno considerarse
afortunado si consigue que una sábana le proteja
de la humedad y de los gusanos. Varios de los
compañeros se quedaron para adornar la tumba
con piedras blancas.
Esa noche a la luz de una miserable vela en la
covacha de los artilleros de cañón de tiro rápido en
la trinchera del frente de la línea, escribí dos cartas;
una era para la madre de Pete y la otra para su
novia. Mientras que yo hacía eso maldecía de
todo corazón al Dios de la guerra prusiano, y creo
que San Pedro debe haber tomado nota de esa
maldición.
Los artilleros que se hallaban en la covacha
estaban liéndose y diciendo chistes, pues para
ellos Pete era un desconocido. Muy pronto y al
calor de su alegría, desapareció mi tristeza. ¡ Cúan
pronto se olvida uno de todo en el Frente Occiden¬
tal!
CAPÍTULO IX
LA SALA DEL SUICIDIO
E STABA por primera vez en una covacha y
empecé a examinarla con curiosidad. Sobre
la puerta había un rótulo pequeño que decía
“Sala del Suicidio.” Uno de mis compañeros
me dijo que esta trinchera del frente se denomi¬
naba “Trinchera del Suicidio.” Después supe que
los artilleros de cañones de tiro rápido y los que
tiran bombas son llamados el “ Club del Suicidio.”
Esa covacha era muy lodosa. Los soldados
dormían en el lodo, se lavaban en el lodo, comían
lodo, y tenían sueños de lodo. Nunca me había
parecido posible que pudiera haber tanto pesar y
molestia, como lo que contienen las cuatro letras
LODO. El subsuelo de la covacha tenía una
pulgada de agua. Fuera de ella estaba lloviendo
a cántaros y corrían verdaderos arroyuelos por los
escalones, mientras que estaba goteando y goteando
por el respiradero. La sala del suicidio era una
cavidad que tenía ocho píes de ancho, diez píes
de largo y seis píes de alto. Estaba como a veinte
píes bajo de la trinchera del fuego; por lo menos
había veinte escalones para llegar a ella. Estos
58
La Sala del Suicidio
59
escalones se habían hecho en la tierra, pero en
aquella época estaban lodosos y resbaladizos. Debía
uno tener sumo cuidado o se iba de cabeza. El
ambiente era sumamente desagradable, y el humo
que despedían los cigarros de los compañeros era
casi impenetrable. Hacía frío. Las paredes y el
techo estaban sostenidas por fuertes maderos
cuadrados, mientras que las entradas estaban
reforzadas por costales de tierra. Se habían
fijado clavos en estos maderos, y de cada clavo
colgaba una gran variedad de artículos. El alum¬
brado era sorprendente—una vela con un reflector
hecho de una lata de municiones. Estaba yo
tiritando de frío y además tenía que soportar el
goteo que caía del repiradero. Mientras que
estaba sentado compadeciéndome de mi mismo,
y deseando estar ya de vuelta en mi hogar, vi
al compañero que estaba cerca de mi y que
escribía una carta. Me miró y sin malicia me dijo:
“¿Dime yank, como deletreas ‘conflagración’?”
Lo miré con desprecio y le dije que no sabía
deletrear esa palabra. Allá en la obscuridad de
uno de los extremos de aquel lugar procedía una
vocecita que entonaba una de las canciones popu¬
lares de las trincheras, que se titulaba:
“Mete todas tus penas en tu mochila y sonríe,
sonríe, sonríe.”
Y de vez en cuando el cantante paraba y tocia,
tocia, y tocia, lo que demuestra como pueden
6 o
¡Al Asalto!
estar alegres los Tommies, aun en una adversa
situación.
Un oficial de artillería entró en la covacha y me
miró muy enojado. Me salí reculando y resba¬
lándome llegué a mi sección en la trinchera del
frente de la línea, y allí me espetó el sargento la
pregunta de En donde demonios has estado? ”
No le contesté, y seguí sentado en el escalón
enlolado, tiritando de frío y lloviéndome en la
cara. Como una media hora después fui con otro
compañero a hacer la guardia, teniendo la cabeza
fuera del borde de la trinchera. A las diez me
relevaron y volví a sentarme en el escalón del
fuego. Al fin cesó la lluvia y pude respirar más
libremente, deseando que apareciera la madrugada
y el reparto del aguardiente.
CAPÍTULO X
TRABAJOS DIARIOS
M UY pronto aprendí que había una rutina
especial con respecto al trabajo en las
trincheras, aunque a veces los alemanes lo echaban
todo a perder.
El verdadero trabajo en la trinchera del fuego
empieza al anochecer. Tommy es como un ladrón
de los que trabajan de noche.
Luego que empieza a anochecer se da la orden
de 1 ‘listos,’’ y va pasando de una trinchera trasver¬
sal a otra, y entonces empieza el trabajo para los
soldados. El primer relevo que consiste de dos
soldados para cada trinchera trasversal, toma su
posición en el escalón del fuego, uno de ellos
mirando hacia fuera y por arriba, mientras que
el otro se sienta a sus pies para estar listo, y dar
al oficial de guardia cualquier informe que dé el
centinela con respecto a sus observaciones en la
“ Tierra Inhabitable.” No se le permite al cen¬
tinela ni un momento de descanso. Si alguien le
hace alguna pregunta desde la trinchera, o le pide
la seña, siempre contesta sin voltearse o quitar la
vista de la superficie lodosa que tiene en frente
61
62
¡Al Asalto!
de él. Los demás que están en la trinchera trasver¬
sal se sientan en el escalón de fuego, teniendo sus
bayonetas listas para cualquier emergencia, o si
tienen suerte y sucede que hay una covacha cerca
de la trinchera trasversal y la noche es una de
quietud, se les permite ir y dormir unos ratitos.
A pesar de eso, se duerme poco, y los soldados se
quedan sentados fumando o tratando de ver cual
puede contar la mentira más grande. Algunos
de ellos con los píes tocando el agua, puede ser
que escribian a sus parientes en su país expresán¬
doles cuanto sentían que se hubieran resfriado al
ir a trabajar en el arsenal de Woolwich. Si por
casualidad alguno empezaba a dormitar, es muy
probable que se despertara repentinamente al sentir
sobre la cara la pata suida y fría de una rata, o al
ser molestado por la guardia de relevo de la
trinchera que le daba un pisotón en el estómago.
Quisiera ver a uno tratar de dormir con un
cinturón lleno de municiones, con el gatillo del
rifle picándole las costillas, teniendo los instru¬
mentos para escavar trincheras, picándole en la
espalda, con un sombrero de hoj adelata de almo¬
hada, sintiéndose muy húmedo y frío, con “ cooties ”
tratando de sacarle aceite de sus sobacos, con una
atmósfera llena de los malos olores que despiden
individuos llenos de ollin y el humo de una pipa
que le penetra por las narices, y si puede uno
imaginarse todo esto, entonces comprenderá como
Tommy desea a veces un poco de descanso en
las trincheras.
Trabajos Diarios
63
Mientras que está en la trinchera de la línea
del frente no debe Tommy quitarse las botas,
polainas, ropa o equipo. Los "cooties" se valen
de esta orden y movilizan sus fuerzas, mientras
que Tommy jura vengarse de ellos y dice entre
dientes: "Espérense que esté en el cuartel de
descanso y pueda contar con todas mis fuerzas."
Poco antes de amanecer, los soldados tienen que
salir de las covachas, y vigilar el escalón del fuego,
hasta que aparezca la luz de la mañana, o hasta
que reciban la grata orden de "Abajo." A veces
antes de que se dé la orden de "Abajo," viene la
otra de "Cinco tiros rápidos," que circula por
toda la trinchera. Esto quiere decir que cada
soldado debe colocar su rifle sobre el borde y tirar
con la mayor rapidez cinco veces, dirigiendo sus
tiros hacia las trincheras de los alemanes, y en¬
tonces escabullirse (con énfasis en lo de "escabu¬
llirse "). Hay gran competencia entre las fuerzas
opuestas para tirar primeramente con la mayor
rapidez, porque en este caso como en otros, el
que madruga le gana a su contrario; en realidad
a veces lo toma desprevenido.
Había un sargento en nuestro batallón que se
llamaba Warren. Estaba de guardia con su com¬
pañía en la trinchera de fuego una tarde, cuando
se recibieron órdenes de retaguardia diciendo,
que le habían concedido siete días de licencia
para ir a su país, y que lo relevarían a las cinco de
la tarde para que pudiera irse a Inglaterra.
Quedó sumamente complacido con esta agra-
6 4
¡Al Asalto!
dable noticia, y convidó a sus compañeros que
más o menos envidiaban su suerte y que estaban
con él en el escalón de fuego, a que comieran algo
de lo bueno que tenía él guardado. Calculaba
que le tomaría dos días para llegar a la estación de
Waterloo, Londres, y que después tendría unos
siete días muy felices.
A eso de las cinco menos cinco de la tarde em¬
pezó a manejar su riñe, y repentinamente saltando
sobre el escalón de fuego, exclamó entre dientes:
“Le voy a mandar un par de recuerditos a Fritz,
para que no se olvide de mi cuando me vaya/’
puso su riñe sobre la parte superior de la trinchera,
y tiró dos veces. De pronto se oyó el estallido
de una bala, y él cayó del escalón en el lodo en la
parte baja de la trinchera y allí se quedó inerte
con un balazo en la frente.
A la misma hora en que él esperaba llegar a la
estación de Waterloo, fué enterrado en un pequeño
cementerio a retaguardia de la línea de fuego.
Al fin está en su morada.
Nadie puede decir lo que va a suceder en las
trincheras; así es que es mejor no formar planes
de antemano.
Después de recibir la orden de “Abajo,” los
soldados se sientan sobre el escalón de fuego o
componen sus respectivas covachas, y se quedan es¬
perando que les den su aguardiente acostumbrado.
Después del aguardiente, viene el almuerzo que les
traen de retaguardia; y a continuación se duerme
uno si no tiene algún trabajo especial que hacer.
Trabajos Diarios
65
A eso de las doce y media se sirve la comida, y
cuando ésta termina, los soldados se entretienen
como pueden, y a eso de las cuatro se sirve el té,
y entonces viene la orden de “Para arriba,” y
sigue la rutina de siempre.
Cuando está en el cuartel de descanso, Tommy
se levanta a eso de las seis de la mañana, se lava
y pasa lista, lo examina el oficial de su compañía
y toma su almuerzo. A las ocho y cuarenta y
cinco hace ejercicio con su propia compañía o se
dedica a algún otro trabajo, según las órdenes que
hubiese anunciado el sargento la noche anterior.
Entre las once y treinta y el medio día lo dejan
descansar, toma su comida y ya queda a su disposi¬
ción el resto del día, a menos que le hayan orde¬
nado que vaya a hacer trabajos de excavación o
de otro género, y asi sigue la rutina de día en día,
siempre esperando que venga la paz y pueda
regresar a su hogar.
A veces cuando está uno engolfado en una caza
de “cooties,” se pone uno a pensar. Parece ex¬
traño, pero es un hecho que mientras que Tommy
está examinando su camisa, se pone a pensar muy
seriamente. Muchas veces cuando me dedicaba
a esta operación, principiaba a reflexionar sobre
cuando terminaría la guerra y sobre cual sería mi
suerte.
Generalmente lo que pensaba yo era algo como
lo siguiente:
Qué saldré ileso en el próximo ataque? ¿ Y
si eso sucede, me salvaré del siguiente y de los
s
66
¡Al Asalto!
demás sucesivamente? ” Mientras que está uno
engolfado en estos pensamientos es muy prob¬
able que un Tommy se los corte de completo
con la pregunta: “¿Que cosa es buena para las
reumas?”
Entonces si que tiene uno algo en que pensar,
j Que después de la guerra quedará uno baldado y
amolado con las reumas, debido a la humedad y
al lodo de las trincheras y de las covachas! Como
generalmente no puede uno resolver este enigma,
se va uno poco a poco hacia el estaminet vecino y
allí ahoga sus malos pensamientos con un vaso de
mala cerveza francesa, o trata de ver si la suerte
le favorce tornando parte en un juego de lotería.
Uno puede de vez en cuando oir la voz poco melo¬
diosa de un Tommy cantando los números al
sacar los cuadraditos del saco que tiene entre sus
piés.
CAPITULO Xí
AL ASALTO
UANDO fui por la segunda vez alas trincheras,
nuestro jefe estaba recorriendo la línea, y
entonces recibimos la grata noticia de que a las
cuatro de la mañana tendríamos que ir por arriba
de la trinchera, y tomar la alemana que estaba en
frente de nuestra línea. Me pareció que mi
corazón era de plomo. En seguida el jefe nos dió
sus instrucciones. Según recuerdo lo que nos
dijo fue lo siguiente: “A las once una compañía
irá al frente para cortar los alambres de los cercos
y hacer un camino que quede libre para el paso
de las tropas en la mañana. A las dos de la tarde
nuestra artillería principiará un fuerte bombardeo
que durará hasta las cuatro. Cuando este ter¬
mine, el primero de los tres asaltos deberá verifi¬
carse. ’ ’ Entonces se fué. Algunos de los Tommies
pidieron permiso al sargento y fueron a la covacha
de los artilleros de tiro rápido, y escribieron cartas
a sus familias, diciéndoles que por la mañana
irían por arriba de la trinchera y también que si
las cartas llegaban a su destino quería decir que
el que las había escrito había muerto.
68
¡Al Asalto!
Estas cartas fueron entregadas al capitán con
instrucciones de mandarlas por el correo, para el
caso de que él que las escribia resultare muerto.
Algunos de los compañeros hicieron su testamento
en sus libros de recibo, bajo el título de “último
testamento.”
Entonces principiaron los momentos nerviosos de
espera. De vez en cuando miraba la cara de mi
reloj que tenía en la muñeca de la mano, y me sor¬
prendía notar cuan rápidos volaban los minutos.
A eso de las dos menos cinco me puse muy ner¬
vioso, esperando oir los tiros de nuestros cañones.
No podía quitar la vista de mi reloj. Me eché
sobre el parapeto y con una agitación nerviosa
y febril agarraba mi rifle. Cuando las manecillas
de mi reloj apuntaron las dos, quedó el cielo ilu¬
minado por completo hacia retaguardia con una
luz rojiza y entonces un terrible estrépito, mez¬
clado con fuertes silbidos, se oía como pasando
por el aire sobre nuestras cabezas. Las balas de
nuestros cañones ya iban rápidamente a caer sobre
las líneas alemanas. Todos los soldados de común
acuerdo saltaron sobre el escalón de fuego y diri¬
gieron por arriba las miradas hacia las trincheras
alemanas. La Tierra Inhabitable estaba ilumi¬
nada por bombas que hacían explosión. El ruido
causado era terrible y el suelo temblada. Enton¬
ces muy arriba de nuestras cabezas se oía un mur¬
mullo lejano. Nuestros grandes cañones detrás
de la línea habían empezado a arrojar sus bombas
de a 9.2 y 15 pulgadas, que caían sobre las líneas
Al Asalto
69
alemanas. Las llamaradas de los cañones que
estaban detrás de las líneas, los silbidos de las
bombas al pasar por el aire y el relámpageo de
ellas, al hacer explosión, constituían un espectá¬
culo que era mucho más imponente que el de los
grandes fuegos artificiales de Pain. El constante
golpeo de los cañones de tiro rápido de los ale¬
manes y el ruido que causaban a veces los rifles,
me daban la impresión de que un inmenso público
estaba aplaudiendo el trabajo de las baterías.
Nuestros cañones de a diez y ocho estaban
destruyendo las cercas de alambre de los alemanes
mientras que los de mayor calibre estaban haciendo
añicos sus trincheras y pulverizando sus covachas.
Entonces le tocó su turno a Fritz.
Sus bombas principiaron a causar gran estré¬
pito sobre nosotros, siendo dirigidos sus tiros
hacia las llamaradas de nuestras baterías. Los
morteros de las trincheras empezaron a tirar
“minnies,” sobre nuestra línea del frente. Nota¬
mos varias pérdidas. Entonces de repente cesaron
ellos de tirar. Nuestra artillería había acabado
con ellos, o los había hecho callar.
Durante el bombardeo casi podía uno leer un
periódico en nuestra trinchera. A veces en la
llamarada causada por la explosión de una bomba
se veía el cuerpo de algún soldado oprimido contra
las paredes de la trinchera y teniendo la apariencia
de un monstruo deforme. Casi ni podía uno
pensar. Cuando se comunicaba alguna orden
a lo largo de la trinchera, tenía uno que pegar de
7o
¡Al Asalto!
gritos, poniendo las manos como una bocina cerca
de los oídos del compañero, que estaba sentado
cerca de uno en el escalón del fuego. Después de
beber el aguardiente que me dió el gusto de varniz
y que casi me hizo temblar, me ponía a pensar
sobre porque nos hacian esperar para saltar por
encima de la trinchera hasta que terminara el
fuego. A las cuatro menos diez se comunicó la
seña de 11 En diez minutos el ataque.’ ’ Nos queda¬
ban pues diez minutos más de vida. Parecía
que todos estábamos temblando. Mis piernas
estaban casi dormidas. Entonces se dió la orden:
“Principie el primer ataque y arriba por las
escaleras.”
Se refería a unas pequeñas escaleras de madera
que habíamos colocado contra el parapeto, para
que pudiéramos subir y salir por encima de la
trinchera cuando terminara el bombardeo. Las
llamábamos “escalera de la muerte,” y bien
merecían ese nombre.
Antes de que se haga un asalto Tommy es el
más cortés de los hombres. Nada de empellones
o empujones para ser el primero en subir las esca¬
leras. Todos nos agachamos cerca del primer
escalón de las escaleras, esperando la voz de mando.
Yo me sentía enfermo y desfallecido y estaba
chupando febrilmente un cigarro apagado. En¬
tonces oimos la orden. “Dentro de tres minutos
listos, ” y luego que termine el bombardeo y cuando
se oiga el silbido reglamentario: “Al asalto que
tengan la mejor suerte y échenlos al infierno.”
Al Asalto
7i
Esta es la frase famosa que se usa en el Frente
Occidental. Es la frase misteriosa. Para Tommy
significa que si tiene la fortuna de regresar, volverá
sin un brazo o una pierna. A Tommy no le gusta
que le deseen la mejor suerte; asi es que cuando
se declare la paz, si es que algún día llega a de¬
clararse, y uno se encuentre a un Tommy en la calle,
si se le deseare la mejor suerte debe uno tratar de
evitar el ladrillazo que él le envie.
Miré nuevamente el reloj que tenía en la mu-'
ñeca. Todos nosotros los usábamos, y no creo
que por eso se nos debe considerar afeminados.
Sólo faltaba un minuto para las cuatro. Yo podía
ver la manecilla moviéndose hasta el número
doce y entonces sobrevino un silencio mortal, que
causaba pavor. Todos levantamos las miradas
para ver lo que había sucedido, pero eso no duró
mucho tiempo. Repentinamente se oyeron fuer¬
tes silbidos a lo largo de la trinchera, y prorrum¬
piendo en vivas los soldados subieron por las
escaleras. Por encima se oía el estrépito de las
balas, y de vez en cuando un cañón de tiro rápido
rompía o hacia trisas los costales de arena que
estaban sobre el parapeto. Yo casi no puedo
comprender somo subí la escalera. Los diez
primeros pasos que di fueron una verdadera
agonía. En seguida fuimos por los pasillos o
callejones de nuestras cercas de alambre. Yo
sabía que iba corriendo y sin embargo no notaba
el movimiento de mis piernas. Parecía que iba
deslizándose parte del suelo y que quedaba a
72
¡Al Asalto!
retaguardia, como si yo estuviera en un molino
dando vueltas y el paisaje desapareciendo al
mismo tiempo. Los alemanes habían seguido con
nutridas descargas de balas a través de la Tierra
Inhabitable, y uno podía oirlas pegar contra el
suelo. Después de que crucé nuestra cerca de
alambres llegué a la Tierra Inhabitable, un Tommy
que estaba a unos quince piés hacia mi derecha se
volteó, me miró, puso su mano en la boca y gritó
algo que no pude comprender, debido al ruido de
las bombas que estallaban. Entonces tocio, dió
un traspiés, se fué hacia adelante, cayó y quedó
inerte. Parecía como que su cuerpo iba flotando
detrás de mi. Yo seguía oyendo los chiflidos de
las balas de rifle que pasaban cerca de mi, y con
frecuencia se levantaban pequeñas columnas de
polvo, hacia mi derecha e izquierda, y eso era
causado por algunas balas que rebotaban. Si
un Tommy veía una de esas columnas en frente de
él, ya bien comprendía que tendría que terminar
el cuento diciéndoselo a una enfermera. Hasta
ahora no sé a punto fijo como yo crucé la Tierra
Inhabitable.
Yo veía caer soldados a mi derecha y a mi iz¬
quierda; algunos trataban de levantarse, mientras
que otros permanecían sin movimiento y hechos
bolas. Al fin llegamos cerca de los alambres
rotos y parecía que una ola me empujaba hacia
atras. Repentinamente vi ante de mi una
trinchera de cuatro piés de ancho que estaba casi
destruida. Se veían unos bultos deformes que
Al Asalto
73
como tortugas iban subiendo por las paredes.
Unos de esos bultos se resbaló y cayó al fondo de
la trinchera, Yo salté por el espacio y por encima
de él mientras que el soldado que estaba a mi lado
pareció quedarse quieto y sin movimiento, y
después cayó de cabeza dentro de la trinchera
alemana. Aunque medio loco empecé a reirme,
sin saber por qué. Al pegar el salto y llegar al
otro lado de la trinchera me paré repentinamente,
pues en frente de mi se apareció una forma gigan¬
tesca que llevaba un rifle que parecía tener diez
piés de largo y a cuya extremidad se veían como
siete bayonetas, que relámpageaban todas delante
de mi. Entonces cruzó por mi mente el consejo
que me había dado el que me enseñó el ejercicio
con bayoneta en mi país. El me había dicho:
“Al hacer una carga de bayoneta si le mete una
a un alemán hasta el puño, Fritz tiene que caer.
Puede ser que te quiera quitar el rifle, pero no
pierdas tiempo y aunque eches a perder la bayo¬
neta ponle el pié en el estómago y trata de sacarla.
Debes únicamente jalar el gatillo y la bala te
dará la solución deseada. ’ ’ Según lo que me estaba
pasando creí poder hacer la aplicación de ese
consejo, pero en realidad no podía acordarme
como me dijo que debía meterle la bayoneta al
alemán, y ésto era lo que debía resolver primera¬
mente. Cerré los ojos y empujé con fuerza, pero
mi rifle me fué arrancado de las manos, aunque creo
que había matado al alemán, pues él había desapa¬
recido. A unos veinte piés hacia mi izquierda vi
74
¡Al Asalto!
a un prusiano gigantesco de cerca de seis piés y
cuatro pulgadas de alto y que en verdad era un
magnífico y fornido hombre. Parece que su rifle
no tenía bayoneta, pero él tenía el cañón de su
arma en ambas manos y le daba vueltas alrededor
de su cabeza. Casi me parecía oir el ruido que
eso causaba al pasar por el aire. Estaba comba¬
tiendo contra tres pequeños Tommies, que pare¬
cían pigmeos a su lado. El Tommy que estaba
a su izquierda se acercaba a su enemigo. Era
chistoso ver como cada uno trataba de evitar los
golpes y de devolverlos con fuerza. Al fin el
Tommy que estaba más cerca de mi recibió un
fuertísimo golpe, que le dió la culata del rifle del
alemán. Hizo pedazos su cabeza, como si fuera
la cáscara de un huevo. Se inclinó hacia adelante
y se notó un movimiento convulsivo por todo el
cuerpo. Mientras tanto el otro Tommy se había
acercado al prusiano por detrás, y de repente
contemplé como cuatro pulgadas de una bayoneta
salía de la garganta del soldado prusiano, el cual
tambaleó y cayó redondamente. Nunca me ol¬
vidaré de cuan atónito parecía él después de
recibir su herida.
En esos momentos algo me pegó en el hombro
izquierdo y sentí que se había adormecido el lado
izquierdo de mi cuerpo. Parecía como que al¬
guien me había metido un tizón candente. No
sentía ningún dolor; sólo me parecía que estaba
muy nervioso. Lo que sucedió fué que me habían
metido una bayoneta por detrás. Caí al suelo,
Al Asalto
75
pero sin perder conocimiento, porque yo veía
algunos objetos medio borrados que se movían
a mi alrededor. En seguida contemplé una luz
brillante en frente de los ojos y perdí los sentidos.
Parece que algo me había pegado en la cabeza,
pero nunca supe lo que fué.
En mis sueños me veía en un bote vagando
sobre las olas, y cuando abrí los ojos vi que la luna
brillaba, y que me llevaban en una camilla hacia
nuestras trincheras de comunicación. En el pri¬
mer hospital provisional me vendaron las heridas,
y entonces me metieron en una ambulancia y me
llevaron a uno de los hospitales principales. No
eran de gravedad las heridas en el hombro y la
cabeza, y por lo tanto a las seis semanas pude
ingresar nuevamente con mí compañía para
servir en la línea del frente.
CAPÍTULO XII
ARROJANDO BOMBAS
L OS compañeros de mi sección me dieron la
bienvenida, pero había muchas caras extra¬
ñas. Varios de nuestros soldados habían desa¬
parecido yendo hacia el Occidente en la carga que
hicimos, y estaban enterrados “en algún lugar de
Francia,” con una pequeña cruz de madera sobre
sus cabezas. Estábamos en cuarteles de descanso.
Al día siguiente nuestro capitán preguntó quienes se
prestarían a ir a la escuela de tiradores de bombas.
Di mi nombre y fui aceptado. Había ingresado en
el Club del Suicidio, y por lo tanto tenían que prin¬
cipiar muchas peripecies. Treinta y dos soldados
del batallón, siendo yo uno de ellos, fuimos envia¬
dos a L-, en donde estudiamos el arte de
arrojar bombas. Allí nos enseñaron los métodos
de arrojarlas y la fabricación de las distintas
clases de granadas de mano, desde las antiguas
de hojadelata que ya no se usan, hasta la bomba
de Mills de hoy en día, que es la que se emplea
usualmente en el ejército británico.
Mucho depende del lugar en que uno se encuen¬
tra, para comprender porque lo designan de alguna
76
Arrojando Bombas
77
manera. En Francia lo llaman a uno “tirador de
bombas” y le dan medallas, mientras que en
los países neutrales lo llaman anarquista y lo
encierran por toda la vida.
Desde el principio los alemanes tenían a su
disposición bombas adecuadas y hombres que
sabían arrojarlas, pero el ejército inglés no estaba
preparado en este importante departamento de
la guerra como en muchos otros. En la escuela
en que se enseñaba el arte de arrojar bombas un
viejo sargento de los Granaderos de la Guardia,
a quien tuve el gusto de conocer, me contó las
dificultades que había experimentado en este
ramo del servicio antes de poder ajustar cuentas
con los alemanes. {Los pacifistas y los que están
en el ejército de los Estados Unidos deben tomar nota
especial de esto.) La primera Fuerza Expedicio¬
naria de los ingleses no había llevado bombas,
pero tuvo que sufrir muchas pérdidas debido a las
que les arrojaron los boches. Al fin una mañana
se le ocurrió una idea a cierto personaje, y se expidió
una orden para que dos hombres de cada compañía
fueran a una escuela en donde aprendieran como
se fabricaban y arrojaban las bombas. Se esco¬
gieron para este servicio a algunos oficiales de
baja graduación. Después de cosa de dos semanas
de estar en la escuela regresaban a sus compañías
en los cuarteles de descanso o en la trinchera de
fuego, según fuera el caso, y se dedicaban a enseñar
a los soldados a hacer esa clase de proyectiles.
Con anterioridad se había expedido una orden
78
¡Al Asalto!
para no malgastar las latas vacías de hoj adelata
para dedicarlas a la fabricación de bombas. Uno
podía contemplar a un profesor del arte que
estaba sentado en el escalón de fuego de la trin¬
chera del frente, mientras que los demás com¬
pañeros de la sección se acercaban a presenciar
sus trabajos.
Hacia su izquierda se veía una pila de latas de
jalea vacias y mohosas, y cerca de él en el escalón
de fuego había un surtido misceláneo de materiales
que empleaba para la fabricación de esa clase de
“latas de jalea.”
Tommy se bajaba, conseguía una “lata de
jalea” vacía, sacaba un puñado de lodo terroso
del parapeto, y untaba el interior de la lata con esa
substancia. Después se agachaba y levantaba
su detonador y explosivo y los insertaba en la lata,
dejando por fuera la mecha. Sobre el escalón
de fuego se veía una colección de fragmentos de
bombas, balas, pedazos de hierro, clavos, etc.,—
todo lo que pudiera ser bastante duro para enviarlo
a Fritz; recogía una mano llena de esta colección
y la ponía en el interior de la bomba. Acaso al¬
guno de la compañía le preguntaba que para que
hacía esto; y él le explicaba que al hacer explo¬
sión la bomba estas cosas se esparcian y mataban
o herían a cualquier alemán a quien le pegaban;
entonces el que preguntaba quitaba un botón de
su saco y entregándolo al que hacia las bombas,
le decía: “Me alegro saberlo, y por lo tanto
mándele esto como un recuerdo,” y otro Tommy
Arrojando Bombas
79
regalaba alguna navaja vieja y rota. Todo era
aceptable y se metía dentro de la bomba.
Entonces el profesor recogía otra mano llena de
lodo y llenaba la lata, después de hecho esto agu¬
jeraba la cubierta de dicha lata y la colocaba
sobre la parte superior de la bomba, dejando la
mecha de fuera. Puede ser que entonces envolvía
un alambre alrededor de la lata y ya asi la bomba
estaba lista para ser enviada a Fritz con los
mejores recuerdos de Tommy.
Se nos había dado un pedazo de madera como
de cuatro pulgadas de largo y dos de ancho, que
fijábamos sobre el antebrazo por medio de dos
correas de cuero y que parecía como la tapadera
de una cajetilla de fósforos y se llamaba el “gol¬
peador.” La mecha de la bomba tenía algo en
el extremo que parecía a la cabeza de un fósforo.
Para encender la mecha tenía uno que refregarla
sobre el “golpeador,” lo mismo que se hace para
encender un fósforo. La mecha debía durar en¬
cendida como cinco segundos o más tiempo,
aunque algunas de las mechas que se hacían en¬
tonces se acababan en uno o dos segundos, mien¬
tras que otras permanecían ardiendo toda una
semana antes de producir la explosión. Los
trabajadores en las fábricas de municiones en
Blighty no sabían lo que tenían entre manos, como
ahora lo saben. Si la mecha resolvía quemarse
con suma rapidez, generalmente tenían que ente¬
rrar al fabricante de ella al día siguiente. Asi
es que la fabricación de bombas no se puede
8o ¡Al Asalto!
considerar como una ocupación muy segura o
agradable.
Después de hacer varias bombas, el profesor
enseñaba a los soldados de la compañía como de¬
bían arrojarlas. Tomaba una “lata de jalea” de
entre las que estaban en el escalón de fuego y lo
hacía temblando un poco, porque era trabajo que
lo ponía a uno nervioso, sobre todo si lo estaba
empezando a hacer, y luego prendía la mecha
sobre el golpeador. En seguida la mecha princi¬
piaba a arder, silbar y despedir un poco de humo,
como el que se desprende de un cigarro que se ha
dejado encendido. Luego se dividia la compañía
en dos grupos y se iban a esconder en la trinchera
trasversal más cercana, pues no les simpatiza
la apariencia y el sonido de la mecha que está
ardiendo. Luego que la mecha empieza a humear
y silbar, debe uno despedirse de ella lo más pronto
posible, asi es que Tommy la tira con todas sus
fuerzas por arriba de la trinchera, se agacha cerca
del parapeto y espera la explosión.
Con frecuencia cuando se arrojaban bombas,
los alemanes recogían la “lata de jalea” antes de
que hiciera explosión, y se la devolvían a Tommy
con resultados desastrosos para él.
Después de que muchos soldados murieron de
esta manera, se expidió una orden, que expresaba
algo como lo siguiente:
“A todos los soldados del ejército inglés—des¬
pués de encender la mecha y antes de tirar la bomba
de ‘lata de jalea,’ deben contar uno, dos y tres.”
Arrojando Bombas
81
Esto se hacía para que la mecha tuviera tiempo
de consumirse, de modo que la bomba hiciera
explosión, antes de que los alemanes pudiesen
tirarla de vuelta.
Tommy leyó la orden—él lee todas las órdenes—,
pero después de que encendió la mecha y empezó
a humear, se olvidó de esa orden, y la bomba se
lanzaba precipitadamente y pronto era devuelta,
causando alguna molestia al que primero la
había tirado.
Después se expidió otra orden para que se con¬
tara “cien, docientos, trecientos,” pero a Tommy
le pareció inútil, aunque la orden dijera que se
contara hasta mil, pues él estaba resuelto a soltar
muy pronto “ la lata de jalea,” ya que la experiencia
le había demostrado que no podía depender de
ella.
Cuando los jefes comprendieron que no podían
cambiar el modo de ser de Tommy, resolvieron
cambiar la clase de bomba, y asi lo hicieron,
sustituyéndola con la de forma de cepillo, de forma
de pelota de cricket, y al fin adoptando la bomba
Mills, que es la reglamentaria del ejército inglés,
y tiene la forma y tamaño de un gran limón.
Fritz no parece tener miedo a esta clase de bomba;
puede ser que asi la estima por el resultado de su
explosión. Esta bomba Mills se fabrica de acero,
cuyo exterior está subdividido en cuarenta y ocho
cuadrados, los cuales se esparcen por una gran
extensión cuando la bomba hace explosión, y
mata o hiere a cualquier Fritz que tiene la des-
82 ¡Al Asalto!
gracia de ser tocado por algunos de sus distintos
fragmentos.
Aunque la bomba Mills es muy eficaz y destruc¬
tora, los que las arrojan no le tienen miedo, porque
saben que no causa explosión antes de soltarla.
Tiene un aparato mecánico con una palanca
que entra en una abertura de la parte superior,
y que se extiende hacia la mitad de su circunfe¬
rencia y permanece en su lugar sujeta por una
espiga en la parte inferior. En esta espiga hay
una argolla pequeña de metal, que sirve para
extraer la espiga cuando se va a arrojar.
Uno no debe arrojar una bomba como se tira
una pelota de base ball, porque en una trinchera
angosta podría uno pegar con la mano contra las
paredes, puntales o parapetos, y entonces pronto
desaparecería la bomba y en unos dos o tres
minutos le sucedería lo mismo a Tommy.
Cuando se arroja la bomba se debe coger junto
con la palanca en la mano derecha. Se adelanta
el pié izquierdo con la rodilla tiesa, extendiéndolo
como una distancia de uno y medio de su tamaño,
mientras que se dobla la rodilla de la pierna derecha
un poco hacia la derecha. Se extiende el brazo
izquierdo a un ángulo de 45 o , haciéndolo en la
dirección que se debe arrojar la bomba. Es pare¬
cida la actitud que uno asume a la del jugador de
golf, solamente que se extiende el brazo derecho
hacia abajo. Entonces tira uno la bomba, hacien¬
do sobre la cabeza lo mismo que se hace en
cricket, tirándola bien alta en el aire, pues asi se
Arrojando Bombas
83
consigue que pueda acabar de arder la mecha al
caer la bomba en la tierra, haciendo la explosión in¬
mediatamente, y no dejando a los alemanes tiempo
para correr evitando el peligro, o devolverla.
Luego que la bomba se separa de la mano de
uno, la palanca es arrojada al aire por medio de un
resorte y cae, sin causar daño sobre la tierra a unos
cuantos pies en frente del que arroja tal bomba.
Al separarse la palanca, suelta un resorte fuerte
que impulsa la aguja en el casquillo de percusión.
Asi se prende la mecha, que va ardiendo y hace
funcionar el detonador en que hay fulminato de
mercurio, el cual causa la explosión de todo el
amonal que contiene la bomba.
Como regla general el soldado británico no es
perito en el arte de arrojar bombas; éste es un
nuevo juego para él, y por lo tanto los canadenses
y americanos, que han jugado base ball desde que
salieron del kindergarten, se familiarizan fácilmente
con ese arte de arrojar bombas, practicándolo
con mucho éxito. A veces ve uno a un tirador
inglés de seis piés de alto que permanece atónito
y silencioso al contemplar a un pequeño canadense
de cinco piés de alto tirar una bomba a varias
yardas más de distancia que él. He leido muchos
cuentos de la guerra referentes a arrojar bombas,
en que se describian tiradores de base ball que
podían dar ciertas curvas cuando arrojaban sus
bombas, pero un individuo que pudiera hacer
esto sería considerado más hábil que Christy
Mathewson y está perdiendo su tiempo, pues
8 4
¡Al Asalto!
indudablemente ganaría gran renombre como
tirador de bombas en la Gran Guerra.
Nos divertimos bastante durante el tiempo que
permanecimos en esta escuela. En realidad con¬
sideramos este periodo como uno de asueto, y
mucho sentimos saber por el ayudante que se
habían expidido órdenes del cuartel general para
nuestro viaje de regreso, y que se había distribuido
el rancho para ese viaje que debía terminar cuando
ingresáramos con nuestro cuerpo de ejército.
Luego que llegamos a nuestra sección nuestros
compañeros nos recibieron con beneplácito, pero
nos veían como animales raros, pues no compren¬
dían como un individuo podía ser tan tonto que
deseara ingresar en el Club del Suicidio. Prin¬
cipié a sentir que me hubiera hecho miembro de
tal club, y empecé a apreciar mi vida doblemente.
Ahora que ya soy experto en el arte de arrojar
bombas, estoy deseando que se arregle la paz, y
que no se me exija prestar mis servicios en esa
clase de profesión.
CAPÍTULO XIII
MI PRIMER BAÑO OFICIAL
P OCO atrás de nuestro cuartel de descanso
había un gran arroyo que tenía como diez
piés de fondo y veinte de ancho, y todos los que
eran miembros de nuestra compañía tenían la
costumbre de aprovechar la oportunidad de nadar,
y al mismo tiempo lavar bien sus propias per¬
sonas y la ropa interior que llevaban encima. Se
sentía bastante calor y estos baños eran un deleite
para nosotros. Se véia nadar a los Tommies en
el agua y después salir y sentarse en el sol para
dedicarse a lo que hemos llamado una “caza de
camisa,” pues al principio tratamos de ahogar a
los “cooties,” pero parecía que a ellos también les
gustaba el baño.
Por la mañana de un domingo todos los de la
sección estaban en el arroyo muy alegres, cuando
el sargento mayor se presentó delante de nosotros.
Vino a la orilla del arroyo y gritó: “Salgan luego.
Consigan su equipo y prepárense para la parada
de baño. Apúrense amiguitos, pues sólo tienen
quince minutos para prepararse.” Por todo el
arroyo se oyeron gritos de descontento, pero
85
86 ¡Al Asalto!
luego todos salimos del agua. La disciplina es la
disciplina.
Nos pusimos formados en fila en frente de
■nuestro cuartel con los rifles y bayonetas (no
comprendo para qué necesita uno rifles y bayone¬
tas cuando va a bañarse), la munición que requiere
la ordenanza y nuestros sombreros de hojadelata.
Cada soldado llevaba un jabón y una tohalla.
Después de marchar unos ocho kilómetros por un
camino polvoso, mientras que de vez en cuando
oíamos el estrépito de una bomba que pasaba sobre
nuestras cabezas, llegamos a un edificio bajo de
madera que estaba a orillas de un arroyo. Sobre
la puerta de este edificio se había fijado un rótulo
que decia: “Baños divisionarios.” En un cober¬
tizo de madera que estaba detrás del edificio, se
oía una bomba antigua que funcionaba con dificul¬
tad y con que se subía el agua.
Nos pusimos en línea en frente de los baños,
todos llenos de sudor y dejamos nuestros rifles
puestos en pabellón. Un sargento de la R. A. M.
C., que llevaba una cinta amarilla alrededor del
brazo izquierdo en que se leía en letras negras
S. P. (Policía de Sanidad), nos dictó órdenes para
que dejáramos nuestros equipos, desenvolviéramos
nuestras polainas y aflojáramos los cordones de
nuestras botas. Después principiando por la
derecha de la línea, nos dividió en grupos de a
quince soldados. A mi me tocó estar en el primer
grupo.
Entramos en un cuarto pequeño en donde nos
Mi Primer Baño Oficial
87
dieron cinco minutos para desvestirnos, y después
fuimos a la sala de baño. Allí había quince baña-
deras (barriles cortados por en medio) medio
llenas de agua. En cada bañadera había un pedazo
de jabón para lavar ropa. El sargento nos in¬
formó que teníamos doce minutos exactos para
terminar nuestros baños. Nos enjabonamos bien
por todas partes, ayudándonos mútuamente a
frotar las espaldas, y después con una manguera
de jardín nos quitamos el jabón. El agua parecía
hielo; sin embargo nos agradó.
De repente tocó una campana y quitaron el
agua. Algunos de los más despaciosos estaban
cubiertos de espuma de jabón, pero eso no le
importó al sargento, quien los obligó a entrar en
otro cuarto, y allí todos en fila, delante de una
pequeña ventana, que parecía la taquilla de un
teatro, recibimos ropa interior limpia y tohallas.
De allí nos fuimos al cuarto en donde primera¬
mente nos habíamos desvestido, permitiéndosenos
diez minutos para arreglarnos debidamente.
Mi par de calzoncillos me llegaban hasta la
barba y la camisa apenas cubría mi estómago,
pero esa ropa era limpia, no tenía ningunos bichos
y por lo tanto quedé satisfecho con ella.
Cuando terminó el plazo que se nos había
dado, nos obligaron a salir y acabar de vestirnos
en la yerba.
Luego que todos los de la compañía se bañaron,
nos pusimos en marcha de regreso al cuartel. Esa
marcha fué una de las más desagradables que
88
¡Al Asalto!
pueda imaginarse, y sólo se oían maldiciones y
quejas por doquiera. Estábamos cubiertos de
polvo blanco y llenos de sudor, y nuestra ropa
interior nos estaba picando como un demonio.
Después de comer el guisado que nos habían
guardado—y ya eran las cuatro de la tarde—
regresamos al arroyo y nos bañamos nueva¬
mente.
Si el “ Santo José” hubiera oído las observaciones
que haciamos acerca de los baños divisionarios y
los rígidos reglamentos del ejército, creo se hubiera
desmayado al considerar nuestra maldad. Pero
debía calcular que Tommy es un ser humano,
como cualquier otro.
Acabo de mencionar al 4 ‘Santo José” o sea el
capellán de manera irreverente, pero eso no se
debe tomar en serio, pues entre ellos hubo muchos
muy valientes.
Conocí muchos casos de hechos heroicos que se
llevaron a efecto bajo las balas, y con el fin de
salvar a los heridos, que con sus detalles podrían
llenar muchos libros; sólo mencionaré los que
hizo un capellán llamado el capitán Hall, en la
brigada a nuestra izquierda, pues mucho me llamó
la atención.
Los capellanes no se consideran ser combatientes.
Los reconocen como hombres que no combaten y
que no llevan armas. Cuándo se verifica una
carga o el asalto de una trinchera, al soldado le
inspira valor el contacto de su rifle, revolver o
bomba que él lleva. Tiene algo para protegerse,
Mi Primer Baño Oficial
89
algo con que puede herir el enemigo,—en otras
palabras él puede dar tal por cual.
Pero el capellán no lleva nada, y está a merced
de todo enemigo que encuentre, asi es que demues¬
tra doble valentía cuando se va por arriba de la
trinchera, bajo el fuego del enemigo, para traer
a un herido. También es sabido que según los
reglamentos del Rey no es necesario que un
capellán tome parte en una carga, pero éste asi
lo hizo, y fué tres veces bajo uno de los fuegos
más nutridos que he visto, y cada vez volvía tra¬
yendo a un herido sobre las espaldas. Durante
su tercer viaje recibió una bala en el brazo izquier¬
do, pero no dijo nada de eso al médico hasta
muy tarde durante la noche, y se pasó todo el
tiempo atendiendo a los heridos que.estaban recos¬
tados en las camillas, esperando que las ambulan¬
cias los llevaran a los hospitales.
Los capellanes del ejército británico son gente
valiente, esforzada y que bien merecen el gran
respeto que Tommy les tiene.
CAPÍTULO XIV
PICOS Y PALAS
O había dormido yo largo tiempo cuando oí
I ^ la voz meliflua del sargento que me decía:
“ La sección número i tiene que ir a hacer trabajos
de excavación.” Me sonreí con suma satisfacción,
pues habiendo sido promovido de excavador a
miembro del Club del Suicidio, quedaba exento
de esas fatigas; pero no contaba yo con una cosa
muy desagradable, y esto sucedió cuando el sar¬
gento mirándome muy de frente me dijo:
“Ustedes tiradores de bombas no deben con¬
siderarse que son aquí gente extraordinaria. Según
las órdenes dadas, a pesar de lo que ha hecho
tendrá que ayudar y cargar el pico y la pala, lo
mismo que todos los demás de nosotros.” Pro¬
rrumpí en fuertes quejas al tomar mi pala, pero lo
único que conseguí fué perder parte de mi buen
humor.
Nos reunimos a las ocho, en el exterior de nuestro
cuartel y parecíamos una comparsa de máscaras.
Yo estaba transformado en simple trabajador
con pico y pala y como cien sacos vacíos. Los
demás compañeros que eran unos docientos, tam-
Picos y Palas
9i
bién llevaban sus picos, palas, sacos, rifles y
municiones.
Marchamos en columnas de cuatro en fondo,
dirigiéndonos por el camino que iba por las trin¬
cheras. Varias veces nos tuvimos que formar de
uno en fondo, para permitir que pasaran por de¬
lante de nosotros columnas de armones, artillería
y carros con víveres.
Por supuesto que bajo estas circunstancia
fuimos marchando muy despacio. Al llegar a la
entrada de la trinchera de comunicación, vi mi reloj
que tenía en la muñeca y noté que eran las once.
Antes de entrar en esta trinchera, se nos comu¬
nicó la orden de que “no se debe hablar ni fumar;
vayan de uno en fondo, y el grupo de guardias irá
primero.” Este grupo consistía de treinta hom¬
bres armados de rifles, bayonetas, bombas y dos
cañones de tiro rápido de Lewis. Debían prote¬
gernos y servir para repeler cualquier sorpresa o
ataque, mientras que estuviéramos excavando en
la “Tierra Inhabitable.”
La trinchera de comunicación se extiende por
casi media milla, es una excavación que serpentea
y tiene ocho piés de fondo y tres de ancho.
De vez en cuando las granadas de los alemanes
silbaban sobre nuestras cabezas y venían a hacer
explosión cerca de nosotros. Entonces nos pegá¬
bamos contra las paredes, mientras que los frag¬
mentos de las granadas pegaban contra la tierra
arriba de nosotros.
Una vez Fritz empezó a tirarnos con un cañón
92
¡Al Asalto!
de tiro rápido, cuyas balas causaban gran estrépito
por el aire y levantabán mucho polvo arriba de
la trinchera, arrojando tierra y piedritas que caían
sobre nuestros cascos de acero y sonaban como si
fueran granizo.
Luego que llegamos a la trinchera de fuego, un
oficial de los Ingenieros Reales nos dio instruc¬
ciones y nos sirvió de guía.
Debíamos escavar una trinchera delantera a
unas docientas yardas de los alemanes (las trin¬
cheras en ese lugar estaban a distancia de tres¬
cientas yardas entre sí).
Se habían formado dos callejones serpentinos,
de cinco piés de ancho, por en medio de nuestras
cercas de alambre para que pasaran los excavadores.
Con una cinta blanca se había marcado en la
tierra, procediendo de esos callejones, el lugar en
donde debiamos principiar a trabajar, y eso se
había hecho para que no nos perdiéramos en la
obscuridad. También se había indicado la trin¬
chera que se iba a construir por medio de una
cinta blanca.
La guardia iba delante. Después de esperar
un poco, dos exploradores volvieron a decirnos
que los que iban a trabajar podían proceder y dar
principio a sus tareas.
Fuimos avanzando, separados como a distancia
de dos yardas y sin hacer ruido empezamos a
cruzar la Tierra Inhabitable. Era tarea que lo
ponía a uno nervioso, pues a cada minuto esperá¬
bamos que un cañón de tiro rápido empezara a
Picos y Palas
93
funcionar sobre nosotros. De vez en cuando se
oía el silbido de las balas y algunas de ellas rebo¬
taban con estrépito.
Luego que llegamos al diagrama que estaba
trazado en la tierra, llevando nuestros rifles sobre
los hombros, sin perder tiempo empezamos a
trabajar. Excavamos tan silenciosamente como
era posible, pero de repente se oía el ruido de un
pico o una pala que pegaban contra una piedra y
ésto nos ponía yertos y fríos, mientras que mumu-
rando muy bajo blasfemábamos contra el pobre
Tommy que había causado ese ruido.
Por intervalos se veía subir una bomba luminosa
de las líneas alemanas, y entonces nos quedábamos
quietos hasta que hubiera desaparecido su luz
blanquecina.
Cuando ya tuvimos la trinchera profundizada
a unos dos piés, nos consideramos más seguros,
pues podría servirnos de escondite, por si nos descu¬
brieran y tiraran sobre nosotros.
Habiamos estado excavando como una dos
horas, cuando de repente pareció que se había
abierto el infierno, pues hubo un estruendo ter¬
rible de detonaciones de rifles y cañones de tiro
rápido.
Nos tiramos sobre nuestros estómagos en la
trinchera medio abierta, y las balas caían por la
tierra y estallaban en el aire. Entonces princi¬
piaron las granadas con una música muy poco del
agrado de Tommy.
La guardia tuvo la peor parte del incidente,
94
¡Al Asalto!
pues como iban al descubierto, tenían que afrontar
la situación con mayores dificultades.
Se corrió la orden a lo largo de la línea de que
nos retiráramos a nuestras trincheras. No era
necesario urgimos eso, pues agarrando nuestros
útiles y agachándonos, atravesamos corriendo la
Tierra Inhabitable. Aunque la guardia empezó
a correr después de nosotros, llegó a su destino
mucho antes. Parecía que tenían alas, aunque
nosotros corrimos con bastante rapidez.
Sin respiración y muy fatigados, nos arrojamos
dentro de nuestra trinchera del frente de la línea.
Me corté las manos al pasar por nuestros cercos
de alambre, pero eso no me causó mucha impresión,
pues estaba de viaje muy urgente.
Cuando pasamos lista, se vió que habíamos
perdido unos sesenta y tres hombres.
Nuestra artillería hizo fuego graneado contra la
línea del frente de Fritz y sus trincheras de comu¬
nicación, y de repente cesó el fuego de sus rifles
y de sus cañones de tiro rápido.
Al cesar este fuego, los camilleros salieron para
buscar a los muertos y heridos. Al día siguiente
supimos que veinte y uno de nuestros soldados
habían muerto y treinta y siete habían resultado
heridos. Habían desaparecido cinco soldados, los
cuales sin duda en la obscuridad habían llegado
hasta las líneas alemanas, en donde los habían
matado o hecho prisioneros.
Ahora que hablo de camilleros y heridos, debo
decir que la gente en general comprende muy
✓ •
/
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i-
*
L 1 R € S
B A R ^ Jí O
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Diagrama que Demuestra
una Trinchera en Primera
Línea, la Seguna Línea y
las Trincheras de Comun¬
icación, el Primer Hos¬
pital de Sangre, etc.
Picos y Palas
95
poco cuanto cuesta el cuidar a los enfermos, y
cual es el costo de la guerra. Se acostumbra uno
a leer cifras de billones en los periódicos, y no se
fija uno en lo que significan realmente esas canti¬
dades.
Según un informe oficial publicado en los perió¬
dicos de Londres, se asegura que cuesta seis y
siete mil libras (de $30,000 a $35,000), para matar
o herir a un soldado. Se obtiene este resultado
calculando el costo de la guerra hasta la fecha, y
dividiéndolo por el número de muertos y heridos.
Puede ser que se considere inhumano y cruel,
pero de todos modos es un hecho, que bajo el punto
de vista militar es mejor que maten a un hombre
que lo hieran. Si matan a un hombre, lo entierran
y cesa la responsibilidad del gobierno, excepto que
su familia recibe una pensión. Pero si un soldado
resulta herido, tres hombres tienen que abandonar
la línea de fuego; el herido y dos que lo carguen
y lo lleven a retaguardia al lugar de su primera
curación. Allí lo cura un médico , al cual proba¬
blemente lo ayudan dos hombres del R. A. M. C.
Después se le coloca en una ambulancia, que tiene
que ser manejada por dos o tres hombres. En el
hospital de sangre del campamento, a donde
generalmente se le suministran anastéticos, ya sea
para limpiar sus heridas o para hacerle alguna
operación, necesita los servicios de unas tres o
cinco personas. Después de eso es indispensable
emplear a más personas para llevarlo en otra
ambulancia, y después al tren de ambulancia,
96
¡Al Asalto!
con un grupo de doctores, individuos del R. A. M.
C., enfermeras de la Cruz Roja y los empleados
que manejan el tren. Del tren se le lleva al hospi¬
tal principal o a la estación para casos de acciden¬
tes, y en ese lugar tienen que estar ocupándose con
él, un buen grupo de médicos, enfermeras, etc.
Nuevamente hay otro viaje en ambulancia—esta
vez para llevarlo al buque hospital. Cruza el
Canal, llega a Blighty, o sea su país, y allí se nece¬
sitan más ambulancias, y puede ser un viaje de
cinco horas en un tren de la Cruz Roja inglesa
con cierto número de personas que trabajan en la
Cruz Roja, y al fin llega al hospital. Como regla
general permanece de dos a seis meses o más
tiempo en ese hospital, y de allí lo envían a un
asilo de convalecientes durante seis semanas.
Si debido a sus heridas ya no puede servir en
el ejército activo, se le da de baja, recibe una
pensión o se le envía a un asilo de inválidos por el
resto de su vida,—y los gastos continúan todavía
en aumento. Cuando uno toma en consideración
todas las ambulancias, trenes y buques, sin contar
los hombres empleados para ello, que se necesitan
para transportar a un herido, y se fija en que ese
costo pudiera usarse para víveres, municiones y
refuerzos para las tropas que están en el frente,
no debe estimarse extraño el que bajo el mero
punto de vista militar, un hombre muerto a veces
sea mejor que un hombre vivo (si está herido).
Poco depués de que el primer grupo que estaba
excavando llegó al lugar indicado, nuestro general
Picos y Palas
97
resolvió, después de examinar cuidadosamente
las trincheras de comunicación, que allí existia
“un punto ideal” según se expresó, para colocar
un cañón de tiro rápido. Entonces sacó su mapa,
fijó un punto en él, y como de costumbre escribió
“excávase aquí” y en la noche siguiente nosotros
excavamos.
Nuestro grupo consistía de veinte personas,
contándome a mi entre ellas, que con nuestros
picos, palas y sacos vados llegamos al “ lugar
ideal,” y empezamos a excavar. Brillaba la luna,
pero eso no nos importaba, pues estábamos a
gran distancia de las líneas alemanas.
Habíamos excavado unos tres piés, cuando el
compañero que estaba a mi lado después de dar
un golpe muy fuerte con su pico soltó el mango,
y se agarró la nariz con el dedo pulgar y el índice,
y al mismo tiempo gritó: “Maldito sea, pero
creo que me han dado gas; al menos me parece
que estoy envenenado.” Con rapidez miré a
donde él estaba y al mismo tiempo busqué mi
máscara contra el gas. Muy pronto supe lo
que le había sucedido. Luego que pude oler
también me tapé las narices, pues el olor era te¬
rrible. Los demás de nuestro grupo soltaron sus
picos y palas y se fueron del otro lado de ese pico
solitario. El oficial vino y preguntó porque se
había suspendido el trabajo, y entonces nosotros
tapándonos las narices apuntamos en la direc¬
ción de donde venía el olor. Se dirigió hacia el
pico e inmediatamente se puso la mano sobre la
i
98
¡Al Asalto!
nariz, dió media vuelta y regresó. En estos
momentos llegó nuestro capitán, y empezó a
averiguar, y dijo al minuto de la averiguación
que debiamos continuar nuestro trabajo de exca¬
vación, que no comprendía porque habíamos
parado, que el olor era muy ligero y que si fuera
necesario podríamos poner nuestras máscaras con¬
tra el gas, mientras seguiamos excavando. Dij o que
habría continuado vigilando los trabajos, pero que
tenía que presentar su informe inmediatamente
al jefe de la brigada. ¡ Cómo hubiéramos deseado
nosotros ser capitanes y que también tuviéramos
que informar al jefe de la brigada! Después de
ponemos las máscaras contra el gas, seguimos
trabajando en ese agujero, y al fin descubrimos el
cuerpo descompuesto de un alemán y que el pico le
había atravesado el estómago. Uno de nuestros
compañeros se desmayó: yo fui el desmayado.
Acto continuo un teniente puso término a los
trabajos y envió informes al jefe de la brigada,
recibiéndose entonces órdenes para que se llenara
el agujero y después ya no trabajáramos más esa
noche. Estas eran noticias agradables para todos
nosotros, porque-
Al día siguiente el general cambió el punto en
su mapa y se asignó otro lugar en que se debía
trabajar por la noche siguiente.
El olor que despide un cadáver descompuesto,
y que se desentierra, produce un efecto que difícil¬
mente se puede describir. Al principio tiene uno
nausea, sobre todo después de comer, y en seguida
Picos y Palas
99
tiene uno que vomitar. Esto es un alivio tem¬
poral, pero muy pronto empieza uno a sentirse
muy débil y queda como si fuera trapo mojado.
Se siente uno sumamente oprimido, y con el viví¬
simo deseo de evitar tal olor, salir al campo abier¬
to y aspirar el aroma de las flores en Blighty.
Le viene a uno una sensación aguda en la nariz
y un piqueteo que le recuerda lo que le pasa cuando
aspira gas carbonizado que sale de un radiador
que está en el suelo, y quiere uno estornudar y
no puede hacerlo. Esto es lo que me sucedió,
teniendo además una sensación terrible y que me
vino repetidas veces, al pensar que yo mismo,
tarde o temprano, me encontraría en las mismas
condiciones, y que pudiera ser que un golpe dado
por algún Tommy que estaba escavando haría
que me sacaran a la luz del sol.
Yo he experimentado este olor varias veces,
pero nunca me acostumbré a él, y siempre me
causaba una sensación enervante. Me hacía
odiar la guerra y abrigar el pensamiento de que la
civilización no debía tolerar tales cosas, y que
pronto desaparecería la gloria y el brillo del
conflicto dejando sólo la terrible realidad. Pero,
después de abandonar ese lugar y de aspirar en los
pulmones el aire puro y fresco, se olvida uno de
todo, y quiere uno volver “a darles duro, muy
duro.”
CAPÍTULO XV
EN UNA AVANZADA
E RAN las seis de la mañana cuando llegamos
a nuestro cuartel de descanso, y nos dejaron
que durmiéramos hasta el media día; esto es si
se abstenía uno de almorzar. Permanecimos en
nuestro cuartel de descanso diez y seis días, hacien¬
do caminos, estando en ejercicio y con otras
tareas, y después regresamos a la trinchera de la
línea del frente.
No sucedió nada notable esa noche, pero a la
tarde siguiente, descubrí que un tirador de bombas
tenía que dedicarse a toda clase de tareas.
A eso de las cinco de esa tarde nuestro teniente
bajó a la trinchera, y parándose delante de un
grupo de nosotros en el escalón de fuego, muy
sonriente, preguntó:
Quienes pueden prestar sus servicios esta
noche para la avanzada de observación? Necesito
dos hombres.”
Innecesario es decir que nadie demostró deseos
de prestar ese servicio, porque no es eso muy
agradable que digamos. Principié a sentirme
molesto, porque sabía que pronto me tocaría mi
IOO
En Una Avanzada
IOI
tumo. Y asi fué, pues sonriéndose nuevamente
dijo:
“Empey a ti y a Wheeler les toca, asi es que
vengan a mi covacha a las seis para recibir las
instrucciones correspondientes. ’ ’
Acababa de irse y estaba cruzando una trinchera
trasversal, cuando Fritz empezó a tirar con un
cañón de tiro rápido, y las balas principiaron a
destrozar los sacos de arena que estaban sobre su
cabeza. Mucho me gustó verlo esconderse detrás
del parapeto, pues él estaba haciendo lo que
nosotros tendríamos que hacer.
Como siempre sucede en estos casos, principió
a llover, y eso me hizo comprender que íbamos a
pasar una noche muy desagradable. Yo no sé
porqué, pero cada vez que voy al frente, llueve
mucho: en realidad parece que el Dios de la lluvia
siempre tiene que ajustar cuentas conmigo.
A las seis fuimos a recibir nuestras instrucciones,
que eran muy sencillas y fáciles. Todo lo que
teniamos que hacer era irnos a la Tierra Inhabita¬
ble, descansar sobre nuestros estómagos poniendo
los oídos cerca del suelo y escuchar el ruido que
pudieran hacer los zapadores o ingenieros ale¬
manes, caso de que estuvieran construyendo un
túnel bajo de la Tierra Inhabitable, a fin de colo¬
car una mina debajo de nuestra trinchera.
Por supuesto que esas órdenes incluían la de
evitar que las patrullas alemanas nos capturaran;
lo que demuestra como en el Frente Occidental
se dan consejos ociosos por orden superior.
102
¡Al Asalto!
Luego que obscureció, Wheeler y yo fuimos
sigilosamente a nuestro puesto, que estaba a medio
camino entre las líneas. Estaba lloviendo a cán¬
taros, y la tierra era un mar de lodo pegajoso y
que se adhería como si fuera cola.
Nos turnamos, poniendo nuestros oídos al suelo,
y trataba yo durante veinte minutos de oir lo que
pasaba, mientras que Wheeler quedaba de guardia
para vigilar si venían las patrullas alemanas.
Cada uno de los dos llevaba un reloj en la muñeca
de la mano, y pueden ustedes creer que ninguno
de los dos se quedaba en su tarea más de los
veinte minutos. La lluvia nos empapaba linda¬
mente y teníamos las orejas llenas de lodo.
Entre intervalos de varios minutos se oía el
silbido de una bala encima de nosotros, o de alguna
bomba que era arrojada por uno de los cañones
de tiro rápido.
Al fin cesó el tiroteo, y entonces le dije muy
bajo a Wheeler: “Vigile bien, compañero, pues
creo que Fritz ha mandado una patrulla, y es por
eso que los boches han dejado de tirar.”
Ambos llevábamos rifle y bayoneta y tres
bombas Mills, que sólo debíamos usar para de¬
fendemos.
Estaba con el oído al suelo, cuando de repente
senti un ruido tenue pero repetido. Con voz
baja, pero vibrante, le dije a Wheeler, “Creo que
están haciendo una mina, escucha.”
Se puso a escuchar, y con voz temblorosa me
dijo al oído:
En Una Avanzada
103
“Yank, creo que es una patrulla que viene
hacia acá. Por Dios no hagas ningún ruido.”
Me quedé como muerto e inmóvil como una
estatua.
Casi sin respirar y fijando nuestras miradas
para tratar de escudriñar la espesa obscuridad,
esperamos. Con gusto hubiera dado mil libras
esterlinas para estar sano y salvo en mi covacha.
Muy claramente oímos pasos y nuestros cora¬
zones estaban en un hilo. De repente se presentó
un bulto obscuro delante de mi, que me pareció
tan alto como el edificio de Woolworth. Podía
oir la sangre que corría en borbotones por mis
venas, y que parecia hacer tanto ruido como las
Cataratas del Niágara.
En seguida varios bultos parecieron brotar de
entre la obscuridad; eran siete por todos. Prin¬
cipié a hacer votos por que se fueran, y jamás en
mi vida he hecho tantas veces votos de esa clase.
Murmuraron algunas palabras en alemán, y
después desaparecieron en la obscuridad. Y yo
seguí haciendo votos por que se fueran.
De repente oímos un gran ruido, un golpe en el
lodo y una exclamación “Donner und Blitzen.”
Uno de los boches se había caido en un agujero
formado por las granadas. Ni mi compañero ni
yo nos reimos. En esos momentos este incidente
no nos pareció chistoso.
Después de unos veinte minutos de la desapari¬
ción de los alemanes, alguien por detrás me agarró
el pié. Casi me desmayé de miedo. De repente
104 ¡Al Asalto!
oí un agradable murmullo con acento inglés que
decía:
‘‘Oiga compañero, venimos a relevarlo.’’
Wheeler y yo regresamos a nuestra trinchera,
y pareciamos más bien pollos empapados y nos
sentiamos aun peor que ellos. Después de tomar
un trago de aguardiente nos acostamos, y dormimos
sobre el escalón de fuego sin cambiarnos nuestras
ropa mojada.
Al día siguiente estaba tan tieso como un tizón
y todos mis músculos me dolían de lo lindo, pero
como todavía estaba en vida, nada de eso me
importaba.
CAPÍTULO XVI
LA BATERÍA D 238
L día siguiente de ésto recibí la grata noticia
de que me quedaría en la covacha de los arti¬
lleros de tiro rápido, muy cerca de la avanzada pri¬
mera de observación de la artillería. Esta covacha
era muy amplia, muy seca y tenía verdaderos
catres para dormir. Estos catres los habían hecho
los R. E. que antes habían ocupado la covacha.
Yo fui el primero que entré, y desde luego hice un
rótulo con mi nombre y número y lo suspendí al
pié del catre que me pareció mas cómodo.
En las trincheras siempre el que llega primero
tiene lo mejor, y esta táctica era observada por
todos los compañeros.
Dos soldados del R. F. A. (Artillería Real de
Campamento) de la avanzada de observación
cercana tenían el privilegio de permanecer en esta
covacha, cuando no estaban de servicio.
Uno de estos soldados el tirador de bomba
Wilson, pues así se llamaba, pertenecía a la batería
D 238; pareció simpatizar conmigo y yo con él.
A los dos días ya eramos amigos íntimos y en¬
tonces me contó como su batería al principio de la
io6
¡Al Asalto!
guerra le hizo una buena jugada al Viejo Pimienta,
la que le había dolido mucho.
Contaré su narrativa con las propias frases que
el empleó, si bien las recuerdo:
“Yo vine con la primera fuerza expedicionaria,
y como todos los demás creía que muy pronto le
íbamos a dar una buena zurra al enemigo, y que
regresaríamos a tomar nuestra cena de Noche
Buena en nuestras casitas. Pues bien hasta ahora
yo ya he tomado dos cenas de Noche Buena en
las trincheras, y si las cosas siguen como están,
tomaré otras dos más; esto es si Frítz no me pega
una buena y hace que me manden a Blighty. A
veces yo quisiera salir herido, pues no es nada
agradable estarse por estas tierras, y ya después de
veinte y dos meses se cansa uno de la monotonía
de esta vida.
“Ahora es mucho mejor que lo que era al prin¬
cipio; sin embargo tiene uno que confesar que
esta trinchera no es del todo agradable. Pero
ahora siquiera les echamos cinco balas por cada
una de las suyas, así es que estamos ajustando
cuentas, pero al principio todo era muy diferente,
y entonces tenía usted que recibir sin poder con¬
testar. En realidad nos devolvian veinte balas
por cada una que les madabamos. Eso parecía
gustarle a Frítz pero no a nosotros los ingleses, y
por lo tanto nosotros pagábamos el pato. Un
muerto seguía a otro muerto, y a veces toda una
compañía desaparecía, sobre todo cuando una
granada caía en medio de nosotros. Se puso la
La Batería D 258
107
situación tan mala, que cuando uno escribía a su
gente en su tierra ni les pedía que le mandaran
cigarros, pues temía que no estuviera allí para
recibirlos.
“ Después de que se puso punto final al avance
sobre París, principiamos la guerra de trincheras.
Nuestro general agarró un mapa, hizo una línea
con lápiz a través de él, y dijo: “Excaven aquí,”
después se fué a tomar su té, y Tommy llevando
un pico y una pala, empezó a excavar, y desde
entonces sigue excavando.
“Por supuesto que nosotros excavábamos estas
trincheras de noche, pero a pesar de eso bien
sentíamos el tiroteo de rifles y el cañoneo. En
realidad los camilleros trabajaban aun más que
los que excavaban las trincheras.
“Estas trincheras, que a mi a veces me parecen
fosos o sepulturas, eran para mí una verdadera
pesadilla. Sólo tenían cinco piés de profundidad
y cuando uno trabajaba en ellas le dolían las
espaldas de tanto agacharse. Es verdad que era
peligroso estar parado, pues luego que la cabeza
de uno aparecía por arriba, muy cerca brincaba
una bala, tan cerca que a veces se le erizaban a
uno los cabellos.
“Acostumbrábamos llenar sacos de arena y colo¬
carlos arriba del parapeto para que fuera más alto,
pero esto no servía de nada, pues Fritz empezaba
a tirar duro y pronto los demenuzaba. Hasta me
dolía el pescuezo tratando de evitar las balas y
granadas.
io8
¡Al Asalto!
“Se había excavado una trinchera provisional
cerca del punto en que estaba situada mi batería,
y a esta trinchera los compañeros le dieron el
apodo de ‘Foso del Suicidio,’ y creeme yank,
que éstefué el verdadero ‘Foso del Suicidio,’ y los
demás han sido sólo imitación de él.
“Luego que un compañero entraba en esa trin¬
chera, tenía igual probabilidad de salir de ella
en una camilla. En una época un batallón escocés
estaba allí de guardia, y cuando ellos supieron que
se hacían apuestas a la par de que regresarían en
camillas, tomaron todas las apuestas. Como
verdaderos tontos varios soldados de la batería
aceptaron ese ofrecimiento, y apostaron su dineríto.
Los ‘ Jocks’ o escoceses tuvieron muchos muertos,
y parecía que los soldados de la batería iban a
ganar muchas de las apuestas. Así es que cuando
fué relevado el batallón, los jugadores se pusieron
en filas. Varios ‘Jocks’ recibieron su dinero por
haber salido sanas y salvos, pero los que se ‘ fueron
al otro lado,’ no estaban allí para efectuar sus
pagos. Los artilleros no habían pensado en eso,
así es que los escoseses tenían que ganar con toda
seguridad, a pesar de lo que hubiera acontecido.
Por lo tanto reciba este consejo; nunca haga
apuestas con un escocés, pues está usted seguro de
perderlas.
“En una parte de nuestra trinchera en que una
trinchera de comunicación se juntaba con la línea
del frente, un Tommy había colocado un poste de
madera, con tres brazos, en uno de ellos dirigido
La Batería D 238
109
hacia las líneas alemanas, se leía ‘ A Berlín ’; otro
que apuntaba hacia la línea de comunicación,
decía ‘A Blighty,’ mientras que el tercero decía
‘Foso del Suicidio; aquí se cambia para las
camillas.’
“Mas allá de este poste la trinchera pasaba por
una antigua huerta; y en su orilla nuestra batería
había construido una avanzada de observación.
Los árboles impedían que la vieran desde los
aeroplanos del enemigo y su techo estaba cubierto
de yerba. No era tan cómoda como la nuestra,
y no tenía andamios o refuerzos de concreto, sólo
se veían las paredes y el techo hecho de sacos
de tierra o arena. Desde allí se podían ver muy
bien las líneas alemanas, pero esto hacia que no
fuera verdaderamente segura esta avanzada. A
veces se sentía el calorcito de las granadas que
caían por doquiera y de las balas que destrozaban
las hojas de los árboles. Muchas veces cuando
fui a relevar el vigilante en el teléfono tenía que
arrastrarme sobre el estómago como gusano, para
evitar que me pegaran un tiro.
“Era en realidad una avanzada de observación,
y es para eso que solamente servía, para observar
a todas horas del día, pues nunca se recibía orden
para que nuestra batería hiciera uso de sus cañones.
Debe comprenderse que en este lugar de la línea
no debía tirarse ni una granada, según las instruc¬
ciones terminantes que se habían recibido, a menos
que éstas las cambiara el jefe de la brigada. Yo le
diré que si alguno hubiera desobedecido esa orden
IIO
¡Al Asalto!
nuestro general—que era el Viejo Pimienta—
habría mandado que toda nuestra tropa fuera a
comparecer ante una corte marcial. Nadie se
atrevía a desobedecer al Viejo Pimienta en aquella
época, porque no tenía el genio de un capellán,
más bien podía figurarse uno que era un pirata.
Si en cualquier época el diablo se sintiera estar
muy solitario, y deseaba tener algún compañero
adecuado, creo que el Viejo Pimienta merecía
recibir esa distinción. Era más agradable encon¬
trarse con los alemanes, que tener una entrevista
con este verdadero volcán.
“Si una compañía o un batallón retrocedían
unas cuantas yardas ante una fuerza superior de
boches, el Viejo Pimienta mandaba llamar al
jefe del cuerpo. En media hora ese jefe regresaba
con la cara cenicienta, y en pocas horas los sol¬
dados que quedaban a su mando se veían nueva¬
mente en el puesto que antes habían ocupado.
“Yo conozco a un oficial, que jamás juraba
aunque le hubieran dado mil dólares por hacerlo,
que después de estar cinco minutos con ese ter¬
rible viejo, regresaba y prorrumpía blasfemando
de modo que habría avergonzado a los peores de
su clase.
“Lo que le voy a contar es lo que hicimos dos
de nosotros para darle una buena lección a ese
maldito viejo, y para ganarle la delantera.
“Yo y mi compañero, un joven llamado Harry
Cassell, tirador de bombas en la batería D 238, o
sea cabo primero como lo llamarían en la infantería,
La Batería D 238
iii
íbamos a relevar a los telefonistas. Trabajábamos
dos horas y descansábamos cuatro. Yo me que¬
daba de guardia en la avanzada de observación,
mientras que él permanecía al otro extremo de la
línea telefónica, en la estación de la covacha de
la batería. Se suponía que enviábamos órdenes
directas a la batería, para que tirara cuando se lo
mandaba el oficial vigía que estaba en la avanzada.
Pero se enviaban muy pocos mensajes, y sólo era
en caso de un asalto verdadero que teníamos la
oportunidad de ganarnos nuestros ‘dos y seis’
diarios. Porque debe usted saber que el Viejo
Pimienta había expedido la orden de que no se
tirara, sin que él diera orden expresa para hacerlo.
Y con respecto al Viejo Pimienta las órdenés dadas
eran órdenes en realidad y debían ser obedecidas.
“ Los alemanes deben haber sabido algo respecto
de esas órdenes, pues aun de día sus trasportes y
tropas se presentaban y se veían como si estuvieran
pasando revista. Esto ya empezó a molestarnos,
puesto que diariamente veíamos delante de noso¬
tros tan buenos blancos, sin poderles tirar ni
siquiera una granada. Maldeciamos de todo cora¬
zón al Viejo Pimienta, a sus órdenes, al gobierno,
a las autoridades en nuestro país y a todo el
mundo en general. Pero a los boches no les impor¬
taban nuestras maldiciones y empezaron a descui¬
darse mucho. Caramba, si a veces hasta parecía
que se mofaban de nosotros, pues al pasar por
cierto camino, tiraban sus gorros al aire como para
burlarse de nuestra debilidad.
112
¡Al Asalto!
“Cassell había sido telegrafista, antes de entrar
al ejército cuando se declaró la guerra. En cuanto
a mi puedo decir que conozco el sistema Morse,
que aprendí hacia 1910 en la escuela de señales.
Nosotros podíamos conversar como dos buenos
compañeros, aunque hubiera un oficial en la
avanzada de observación, y así es que usábamos
el sistema de Morse. Para enviar un mensaje
uno de nosotros tocaba en el transmisor con las
uñas de los dedos, y el que estaba al otro extremo lo
recibía por medio del receptor. De esta manera
pasamos muchas horas conversando agradable¬
mente sobre distintos asuntos.
“El oficial que estaba en la avanzada de obser¬
vación se quedaba sentado durante varias horas
con un anteojo de larga vista pegado a los ojos.
Mirando por un agujero muy bien escondido,
dirigía su vista hacia atrás de las trincheras ale¬
manas, buscando el blanco para tirarle y encon¬
trándolo muchas veces. Este oficial que era el
capitán A-, tenía la costumbre de hablar alto
consigo mismo. A veces expresaba su opinión,
como lo haría cualquier solado raso cuando se enoja.
Como en una época el capitán había estado en el
Estado Mayor del Viejo Pimienta, sabía echar
juramentos y maldecir en todos los tonos. En
realidad ya se había acostumbrado a ese modo de
proceder.
“Como a unas seis mil yardas de nosotros,
detrás de las líneas alemanas, se veía muy clara¬
mente un camino desde nuestra avanzada. Du-
La Batería D 238
H 3
rante los últimos tres días, Fritz había traído
mucha tropa por ese camino a la luz del sol, y
nunca se les había cañoneado. Siempre que esto
sucedía, el capitán se enfurecía y empezaba a echar
maldicines contra el Viejo Pimienta, lo cual mucho
nos agradaba.
“Cada batería tiene un diagrama en que se
notan los puntos más prominentes en el paisaje,
con las distancias de cada uno. Estos puntos se
llaman blancos y están numerados. En el dia¬
grama de nuestra batería este camino estaba
designado como: ‘Blanco diez y siete, Distancia
6000, tres grados, treinta minutos a la izquierda.’
La batería D 238 consistía de cuatro cañones
de a ‘4.5/ que tiraban una granada H. E. de a
treinta y cinco libras. Como tu ya sabes H. E.
quiere decir ‘fuerte explosivo.’ Yo no quiero
pregonar lo bueno que era mi batería, pero
habíamos dado tantas veces al blanco que tenía¬
mos una buena reputación en la división, y
nuestros compañeros estaban deseosísimos de
poder demostrar su habilidad ante los ojos de
Fritz.
“En la tarde del cuarto día de que Fritz había
estado burlándose de nosotros en el camino indi¬
cado, el capitán y yo mismo estábamos de guardia
como de costumbre. Fritz estaba strafeing de
nosotros de muy mala manera, como lo está hacien¬
do ahora. Las granadas estaban saltando y re¬
botando por toda la huerta.
“Yo estaba conversando en clave con Cassell
8
¡Al Asalto!
114
al otro extremo por medio del teléfono. Esa
conversación era algo parecida a lo siguiente:
“‘Díme Cassell, como te gustaría estar en la
cantina del King’s Arms, allá donde sabes, tenien¬
do una botella de cerveza delante de ti y a esa
sirvienta rubia esperando para darte otro vaso
de cerveza?’
“A Cassell le gustaba esa rubia. Su contesta¬
ción comprendia varias maldiciones, y por lo tanto
cambié de conversación.
“ Después ésta se refería a la manera en que
los boches arriesgaban las vidas en el camino
designado en el diagrama como Blanco Diez y
Siete. Lo que dijimos respecto de los boches creo
que nunca hubiera sido permitido en el Reichstag,
pero nuestro censor si lo hubiera dejado pasar
fácilmente.
“Las granadas que estaban haciendo explosión
causaban tanto ruido, que yo cesé de hablar y me
puse a mirar al capitán. Parecia muy nervioso,
sentado en un saco de arena, mirando por su ante¬
ojo. De vez en cuando refunfuñaba, y hacia
alguna observación que yo no podía comprender
debido al ruido, pero bien adivinaba lo que era.
Fritz se estaba insolentado nuevamente en ese
camino.
“ Cassell me lo había dicho por medio de nuestra
clave, pero en realidad yo hacia poco caso de lo
que estaba pasando. Entonces me envió un O. S.
y me puse a escuchar, porque esto significaba que
me iba a comunicar algo de importancia. Por
La Batería D 238
ii5
lo tanto presté toda mi atención y entonces Cassell
empezó a desbuchar.
“ ‘Maldito perezoso; he estado tratando de que
me oyeras desde hace quince minutos. ¿ Qué
sucede, te has dormido? * (Como si fuera posible
que uno se durmiera con el ruido infernal que se
oía.) ‘No me contestes con una insolencia, pero
óyeme.’
“‘¿Que no quisieras hacerle una mala jugada
a los boches y al Viejo Pimienta al mismo
tiempo?’
“Le contesté que gustoso haría cualquier cosa
contra los boches, pero le confesé que tenía un
poco de miedo al sólo mencionar el nombre del
Viejo Pimienta.
“Entonces replicó: ‘Es una cosa tan fácil y
simple que no es posible que ese maldito viejo nos
descubra. De todos modos si somos descubiertos
yo pagaré el pato.
“Bajo tales condiciones le dije que desarrollara
su plan. Era tan atrevido y sencillo, que casi me
dejó lelo. Esto es lo que él propuso:
“Si los boches usaban ese camino nuevamente,
él mandaría por medio de la clave el blanco y la
distancia. Yo ya le había dicho antes que nuestro
capitán hablaba alto, como si estuviera dictando
órdenes. Pues bién, si esto sucedía, yo debía
mandar el mensaje a Cassell y él lo trasmitiría al
jefe de la batería, como si procediera oficialmente
por conducto de la avanzada de observación.
Entonces la batería empezaría a hacer una des-
n6
¡Al Asalto!
carga. Después si se trataba de averiguar algo,
Cassell juraría que él había recibido la orden
directamente. Tendrían que creerlo, porque era
imposible que desde el lugar en que estaba en la
covacha de la batería él pudiera saber cual era
el camino por donde entonces iban los alemanes.
Y también era imposible que él comunicara el
blanco, la distancia y los grados. Bién se com¬
prende que un diagrama de una batería no se pasa
de mano en mano entre los compañeros, como un
periódico que se recibe de Blighty. Después de
interrogarlo a él, tendría que continuar la averigua¬
ción en la avanzada de observación, y el oficial
que estaba allí podría decir con toda verdad que
yo no había enviado el mensaje por el teléfono y
que él no había expedido ninguna orden para que
se hiciera la descarga. Así es que la averiguación
no daría ningún resultado, a nosotros no nos
pasaría nada, los boches recibirían una buena
felpa y nosotros le daríamos una leccioncita al
Viejo Pimienta. Magnífico me pareció el plan,
y por lo tanto lo aprobé con mucho gusto, y así se
lo dije a Cassell.
“ Entonces me esperé, palpitando mi corazón
y me puse a vigilar al capitán.
‘‘Empezaba a ponerse nervioso y estaba
moviéndo los piés y pegándole a los sacos de
arena. Al fin volteándose hacia mi me dijo:
“‘Wilson, este ejército es una verdadera mal¬
dición. ¿ Para que tenemos artillería, si no hemos
de hacer una descarga? La gente del gobierno
La Batería D 238
ii 7
de nuestro país debía de ser colgada y es a causa
de ellos que no tenemos granadas suficientes.’
“Le contesté: ‘Si señor,’ y empecé a enviar
su opinión por medio del teléfono a Cassell, pero
el capitán me interrumpió:
“‘Deje esos dedos quietos. ¿Que sucede?
¿ Se ha puesto nervioso? Cuando 3^0 le hablo debe
usted prestarme atención.’
“Se oprimió mi corazón y pensé que si él había
comprendido mi manoteo, nuestro plan fracasaría
por completo. Así es que dejé de tocar con los
dedos y dije:
“‘Dispénseme usted, pero es mala costumbre
mía.
“‘Y una costumbre bien tonta.’ Me contestó
y se volteó a ver por sus anteojos y comprendí que
todo el peligro había pasado, pues él no sabía
cual era el significado de mi manoteo.
“De repente, sin voltearse, exclamó:
“‘Por Dios esto si que demuestra gran osadía.
Parece imposible que ésto suceda. Hay están
esos malditos boches yendo otra vez por ese
camino, y ahora es toda una brigada con carros
y todo lo demás. Que buen blanco hacen para
nuestros ‘4.5/ pero ellos bien saben que no les
vamos a tirar. ¡Maldito sea! es una verdadera
vergüenza. Cómo desearía hacerles una decarga
fuerte desde la D 238.’
‘ ‘ Estaba yo tan excitado que casi temblaba. Re¬
petidas veces había estado mirando el diagrama
de distancias del capitán, y ese camino y su
n8 ¡Al Asalto!
distancia estaban impresos firmemente en mi
mente.
“ Entonces dirigí un mensaje por la línea tele¬
fónica que decía: ‘Batería D 238. Blanco Diez
y Siete, Distancia Seis Mil, tres grados, treinta
minutos, a la izquierda, Descarga, Fuego.’ Cassell
acusó recibo de mi mensaje, y con el receptor cerca
del oído esperé y escuché. A los dos minutos
se oyó por teléfono muy tenuamente la voz de
nuestro jefe de batería dando la orden: ‘Batería
D 238. Descarga. Fuego.’
“En seguida se sintió un estrépito en el receptor,
pues los cuatro cañones hicieron una fuerte des¬
carga, se oyeron silbidos por todas partes y las
granadas se pusieron en movimiento.
“El capitán se levantó como si lo hubieran
herido, y después de echar un gran juramento,
dirigió sus anteojos en la dirección del camino de
los alemanes. También me puse a mirar con suma
atención aquel blanco. Se levantaron cuatro
nubes de polvo dentre del medio de la columna
alemana. Le habían pegado cuatro veces, lo
cual era un nuevo triunfo para la batería D 238.
“Siguieron silbando las bombas sobre nuestras
cabezas, y conté veinte y cuatro de ellas antes de
que cesara el fuego. Cuando desapareció el
humo y el polvo, se vió cuan terrible había sido
la destrucción causada en ese camino. Se notaban
armones y cañones destrozados, carros rotos y
tropas que corrían en todas direcciones. El
camino y sus orillas se veían con puntos grises,
La Batería D 238
119
que demostraba lo que habían causado nuestro
cañones.
“El capitán se excitó tan sobremanera, que se
cayó del saco de arena y se metió en el lodo hasta
las rodillas, pero siempre viendo por el anteojo.
Estaba murmurando algo, y pegándose en la
pierna con la mano desocupada. Cada vez que
se pegaba echaba una maldición, y enseguida lo
oía decir:
“‘Bueno, magnífico,—sorpendente, bien hecho;
que bién le pegaron a todos.’
“Entonces se volteó y me gritó:
Wilson que te parece todo esto? ¿ Que al¬
guna vez has visto algo tan bien hecho? A mi me
parece que lo han hecho muy bién.’
“A poco rato pareció como que se había sor¬
prendido de repente, y dijo:
Pero quien demonios dio la orden para que
tiraran? vSobre todo ya que el blanco y todo lo
demás eran exactos. Yo sé que no la di. Wilson,
l que yo le di orden para que la batería hiciera la
descarga? ¿ Por supuesto que no ? ¿ No es verdad ? ’
“Contesté muy enfáticamente. ‘Por supuesto
que usted no dió ninguna orden. Nada se comu¬
nicó de esta avanzada. De eso estoy muy seguro.’
“‘Por supuesto que nada se comunicó de aquí.’
Él replicó. Entonces se quedó muy cabizbajo y
murmuró en voz alta:
“‘Pero caramba lo que sucederá cuando el
Viejo Pimienta sepa lo ocurrido; entonces si que
alguien tendrá que pagar el pato.’
120
¡Al Asalto!
“En estos momentos llegó un mensaje por telé¬
fono de Cassell, que decía:
“‘El general saluda al capitán A-, y le
manda que envíe inmediatamente al oficial y al
telefonista al cuartel general de la brigada, pues
ya van a relevarlos.’
“En voz baja me dijo: ‘Ten mucho valor,
Wilson, y por Dios ayúdame bien.’ Le contesté,
‘No tenga cuidado compañero,’ pero yo estaba
temblando como un azogado.
“Le di el mensaje del general al capitán, y em¬
pezó a alistarme.
“Pronto llegaron a relevarnos y al retirarnos
de la avanzada, el capitán me dijo:
“ ‘Ahora si que va a haber una explosión, y una
de las peores que hemos visto,’ y así fué.
“Cuando llegamos a las troneras de los cañones,
el jefe de la batería, el sargento mayor y Cassell
nos estaban esperando. Nos juntamos con ellos
y principió la marcha hacia el cuartel general de
la brigada, que en realidad parecía una marcha
fúnebre.
“Al llegar al cuartel general fué al jefe de la
batería al que le tocó ser interrogado primeramente.
Esto se hizo a puerta cerrada. Según se oían
los gritos y refunfuños del Viejo Pimienta, más
bien parecía que estaban en una jaula de leones
a la hora de la distribución de la carne. Cassell
después me describió la escena, y me dijo que era
peor que el más fuerte bombardeo. A los dos
minutos el oficial regresó. El sudor caía a borbo-
La Batería D 238
121
tones de su frente y su cara tenía el color de remo¬
lacha; no podía ni hablar, y al pasar cerca del
capitán sólo indicó con su dedo pulgar lo que podía
designarse como jaula de león y salió. Entonces
el capitán entró, y parecía que nuevamente les
estaban dando de comer a los leones. Quedóse
el capitán como veinte minutos y salió. Yo no
podía verle la cara, pero el modo como inclinaba
la espalda me explicaba lo que había pasado.
Parecía como pollo mojado.
“Se abrió la puerta del cuarto del general, y el
Viejo Pimienta se presentó en el dintel de la puerta.
Con gritos descompasados dijo:
“ ‘ Quien de ustedes es Cassell? ¿ Porqué demo¬
nios no se presenta y me saluda como debía?
Entre aquí.’
“Cassell empezó a hablar y decir ‘Si señorP
“Pero el Viejo Pimienta con voz de trueno
gritó, ‘Cállese.’
“Cassell regresó a los cinco minutos, no dijo
nada, pero al pasar cerca de mi sacó la lengua y
me giñó el ojo, e indicando la puerta cerrada se puso
el dedo pulgar en la nariz, hizo una seña y salió.
“Entonces le tocó su turno al sargento mayor.
Este no regresó por donde yo estaba. A juzgar
por los rugidos del Viejo Pimienta, yo creo que se
lo comió.
“ Cuando la puerta se abrió y el general me hizo
señas de que entrara, mis rodillas empezaron a
tocar la canción popular Home , Sweet Home.
“Mi entrevista fué muy corta.
122
¡Al Asalto!
“El Viejo Pimienta me dirigió una mirada
terrible al entrar, y entonces se destapó.
“‘Por supuesto que tu no sabes nada de lo que
ocurrió. Tu eres como los demás. Debías llevar
una mamadera alrededor del pescuezo y un chupón
entre los dientes. Considerándote como soldado,
demonios me das asco. Como podemos ganar
esta guerra, si Inglaterra manda gente como la
que tenemos en esta brigada. Por supuesto que
eso es imposible. Ahora bien dime que no sabes
nada de lo que sucedió. Pronto: desembucha.
No te quedes con la boca abierta como un pescado.
Díme la verdad.’
1 ‘ Tartamudeé: ‘ Yo no sé nada. Absolutamente
nada.’
“‘Eso bien se comprende,’ gritó descompasada¬
mente, ‘pues bien lo demuestra tu cara de idiota.
No hables más. Salte, aunque yo bien sé que
eres un mentiroso de la peor ralea.’
“Saludé y salí del cuarto.
“Por la noche el capitán nos mandó llamar, y
fuimos temblando y llenos de miedo a su covacha.
Estaba sólo. Después de saludarlo, nos paramos
y respectuosamente esperamos que nos hablara.
Poco fué lo que nos dijo:
“‘No vayan a creer ustedes que Morse inventó
una lengua muerta. Yo la conozco desde hace
muchos años. Ambos de ustedes deben dejar su
costumbre nerviosa de estar tocando los trans¬
misores ; pues es ocupación peligrosa. Eso es todo
lo que tengo que decir.’
La Batería D 238
123
“Saludamos, y ya estábamos saliendo de la
puerta de la covacha, cuando el capitán nos llamó
nuevamente y nos dijo:
“Que fuman Goldflakes? Por supuesto. Pues
bien hay dos cajas sobre mi mesa. Regresen a la
batería, no chisten palabra. ¿ Comprenden?’
“Nosotros comprendimos muy bien.
“Durante cinco semanas después de eso nuestra
batería sólo tuvo trabajos extraordinarios. Noso¬
tros estábamos muy satisfechos y también lo
estaban nuestros compañeros. Valía la pena de
haberle dado una leccioncita al Viejo Pimienta
y también de haber molestado mucho a Fritz.”
Cuando Wilson acabó su relato miré a mi alre¬
dedor y noté que se había llenado la covacha de
gente. Habían entrado un capitán de artillería
y dos oficiales, que se quedaron hasta el fin del
cuento. Wilson escupió una gran cantidad de
tabaco mascado, levantó la vista, vio al capitán
y se quedó rojo como una amapola. El capitán
se sonrió, se fué y entonces Wilson me dijo en voz
baja:
“Caramba, compañero, yank, yo creo que
ahora me van a dar la crucifixión. Ese capitán
es el mismo que nos dió los Goldflakes en su
covacha y yo aquí he estado dando detalles que
debían ser reservados.”
Pero a pesar de eso Wilson no sufrió ningún
castigo.
Muy distinto de Wilson era otro individuo de
nuestra brigada, llamado Scott, a quien llama-
124
¡Al Asalto!
bamos el “Viejo Scotty,” a causa de su edad, pues
tenía cincuenta y siete años, aunque parecía tener
sólo cuarenta.
El “Viejo Scotty” había nacido en el noroeste
y había formado parte de la Policía Montada del
Noroeste. Era uno de esos que han peleado con
los indios y había sido cow puncher. Era muy
certero con su rifle y gustoso nos hacía compren¬
der su habilidad. Cuidaba su rifle como si fuera
niño de teta. Casi siempre cuando no tenía
ninguna otra ocupación, se le veía limpiándolo o
arreglándolo. Bien tenía que cuidarse el individuo
que por equivocación tocaba ese rifle, pues pronto
tenía que lamentar su error. Scott era tan sordo
como una tapia, y nos hacía reir en las revistas,
pues para cumplir con su obligación él dirigía la
mirada cautelosamente al soldado que estaba a
su lado, para comprender la voz de mando. No
sé como el médico le dio su certificado; supongo
que lo engañó de alguna manera. En esa época
llevaba un gran sombrero, un albardón mexicano
sobre los hombros, un lazo sobre el brazo y un
pistolón colgando del cinto. Dejando todos estos
adminículos en el suelo, se presentó ante el oficial
que hacia el reclutamiento y gritó: “Yo vengo de
América hacia el oeste de las Rocallosas y quiero
formar parte de su maldito ej ército. Yo no quiero
a los alemanes y puedo matar a algunos de ellos.
En Scotland Yard no quisieron recibirme; dijeron
que era sordo y por supuesto que lo soy. A mi
no me gusta formar parte de los que tienen que
La Batería D 238
125
excavar lodo, pero puesto que no hay lugar para
mi en la caballería, creo que es mejor que entre en
este regimiento y no me quede fuera del servicio;
así es que alarguen sus papeles para que yo los
firme.” Dijo que tenía cuarenta años y asi pudo
pasar. Yo estaba en la oficina, cuando él ingresó
en el ejército.
Lo que más ambicionaba el Viejo Scotty era ser
tirador o especie de guerrillero. El día que lo
nombraron tirador de brigada, celebró ese nom¬
bramiento regalando cigarros a todos los de su
compañía.
Como yo era americano, el Viejo Scotty sim¬
patizó conmigo, y a veces me contaba algunos
largos relatos sobre lo que había hecho en las
llanuras, y todos los compañeros después de oir
esos cuentos le pedían que contara otros más. Por
supuesto que muchos de ellos eran imaginarios.
Este amigo mío no podía concordar con la disci¬
plina, pero todos los oficiales lo querían, aunque
era difícil hacerle que cumpliera con su deber,
así es que cuando lo nombraron tirador, esos mis¬
mos oficiales se sintieron relevados de un peso
desagradable.
Al Viejo Scotty se le permitía hacer lo que quería
en la brigada. A veces sacaba su rancho de dos
o tres días y desaparecía con su vaso, buscador de
blanco y rifle, y ni lo volviamos a ver ni saber de
él, hasta que de repente regresaba con dos o tres
marcas más de las que antes tenía en el mango de
su rifle. Cada vez que le pegaba a un alemán
126
¡Al Asalto!
hacia una nueva marca, y siempre demostraba
gran orgullo cuando las enseñaba.
Pero después de algunos meses tuvo un ataque
de reumatismo y lo enviaron a Blighty; y apenas
puede uno imaginarse los juramentos que él
echaba desde su camilla, pues el Viejo Scotty
indudablemente sabía blasfemar, y algunas veces
que lo hacía lo dejaba a uno lelo.
Es seguro que en estos momentos que escribo
estas líneas está él “en algún lugar en Blighty,’’
haciendo algún trabajo en un puente o en alguna
fábrica de municiones con la “G. R.” o Cuerpo
de Defensa Nacional.
CAPITULO XVII
EN LA LÍNEA DEL FRENTE
D ESPUES del té el teniente Stores de nuestra
sección entró en la covacha y me informó
que yo tenía que ingresar en una patrulla de reco¬
nocimiento y que debía llevar seis bombas Mills.
Esa noche a las 11.30 doce compañeros con
nuestro teniente y mi persona nos fuimos por el
frente, haciendo servicio de patrulla en la “ Tierra
Inhabitable.”
Estuvimos caminando en la obscuridad por
unas dos horas, tratando de bucar camorra y ver
lo que estaban haciendo algunas de las patrullas
de los boches.
A eso de las dos de la mañana íbamos cami¬
nando con mucho cuidado a unas treinta yardas
frente al cerco de alambre de los alemanes, cuando
de repente nos encontramos con una compañía
de treinta boches. Entonces principió a tocar la
orquesta bajo la batuta del director, y nosotros
tuvimos que pagar la entrada.
Eso de combatir en la obscuridad con bayonetas
no es cosa muy agradable. Los alemanes hicie¬
ron como que se retiraban, pero nuestro jefe
127
128
¡Al Asalto!
que no era novicio en el arte, no los siguió, sino
dictó la órden de “abajo y péguense bien al
suelo.”
Bien oportuna fué esta orden, pues pronto una
descarga de balas pasó sobre nuestras cabezas.
Entonces en voz baja se nos dijo que nos disper¬
só ramos y nos fuéramos gateando hacia nuestras
trincheras, cada soldado por su propia cuenta.
Podíamos ver el relámpageo de sus rifles en la
obscuridad, pero las balas pasaban muy alto sobre
nuestras cabezas.
Nos mataron a tres compañeros y uno salió
herido en el brazo. Si no hubiera sido por la
presencia de ánimo y previsión de nuestro jefe,
no hay duda que hubieran acabado con toda
nuestra patrulla.
Después de una espera de veinte minutos,
salimos nuevamente y descubrimos que una
compañía de tropa alemana estaba trabajando en
sus cercas de alambres con púas. Regresamos
a nuestras trincheras, sin ser vistos, dimos los in¬
formes correspondientes, y muy pronto empezaron
a funcionar nuestros cañones de tiro rápido.
A la noche siguiente cuatro compañeros fueron
enviados para ver y examinar si habían hecho
callejones por entre las cercas; pues si esto fuera
así indicaba que a la mañana siguiente atacarían
a nuestras trincheras.
Por supuesto que yo tuve la mala suerte de ser
uno de los cuatro que escogieron para esta desa¬
gradable tarea. Era lo mismo que si lo hubieran
%
En la Línea del Frente
129
enviado a uno a la agencia funeraria a escoger su
propio ataúd.
A las diez salimos llevando tres bombas, una
bayoneta y un revolver. Después de llegar a la
“Tierra Inhabitable,’’ nos separamos. Andando
a gatas por distancias de cuatro o cinco piés a la
vez, evitaba las granadas que hadan explosión
muy cerca de nuestras cabezas. Llegué al cerco
alemán. Lo examiné pulgada por pulgada, casi
sin respirar. Como yo los podía oir hablando en
sus trincheras, mi corazón palpitaba de una manera
terrible. Un movimiento mío en falso o el menor
ruido, significaba que me descubrirían, y que por
supuesto me matarían.
Después de hacer mis investigaciones en mi
sector, regresé a gatas hacia mi trinchera. Ya
estaba a mitad camino, cuando noté que me fala-
taba mi revólver. Estaba tan obscuro como boca
de lobo. Regresé para ver si lo podía encontrar,
pues me parecía que hacia poco que lo había
perdido, porque unos tres o cuatro minutos antes
había tocado el mango en su funda. Estuve
andando a gatas en varias direcciones y al fin lo
encontré, y entonces empecé mi viaje de regreso
en dirección de nuestras trincheras, según me
parecía.
A poco llegué a un cerco de alambres con púas
y ya iba a dar el santo y seña, cuando algo me im¬
pulsó a no darlo. Alargué la mano y toqué uno
de los postes del cerco de alambre, y noté que era
de hierro. Los ingleses emplean madera, y los
9
130
¡Al Asalto!
alemanes hierro. Cesó de latir mi corazón, pues
equivocadamente había llegado hasta las líneas
alemanas.
Traté de regresar muy despacio, pero mi uni¬
forme se enganchó en los alambres e hizo un ruido
al desgarrarse.
Inmediatemente se me marcó el alto, y yo me
puse en pié y agachándome corrí precipitadamente
hacia nuestras líneas. Los alemanes empezaron
a tirarme y las balas llovían, a mi alrededor, cuando
pum me encontré y topé con unos alambres y oí
una voz que me marcaba el alto. Di el santo
y seña y gateando por el callejón en nuestro
cerco, cortándome las manos y desgarrando el
uniforme, llegué a caer en nuestra trinchera, ya
sano y salvo. Sin embargo durante media hora
tuve un ataque de nervios, hasta que un buen
trago de ron me restableció a mi estado normal.
CAPÍTULO XVIII
FUNCIÓN BAJO EL FUEGO
RES días después del incidente que acabo
* de referir, quedó relevada nuestra compañía
de la línea del frente, y se nos envió a cuarteles
de reserva, en donde permanecimos unas dos
semanas, recibiendo allí mismo la grata noticia
de que nuestra división regresaría a la línea, para
quedarse en cuarteles de descanso. Deberíamos
permanecer en estos cuarteles durante dos meses
cuando menos, con el objeto de restaurar nuestra
fuerza númerica, por medio de reclutas que debían
llegar de Blighty.
Todos estábamos alegres y contentos cuando
recibimos esta noticia; y por todos los cuarteles
sólo se oían canciones y cliiflidos. El día después
que recibimos esta orden hicimos una marcha for¬
zada, yendo como doce kilómetros por día, hasta
que llegamos a la pequeña población de O’-.
Al cabo de tres días ya estábamos bien estable¬
cidos en ese lugar. En seguida nos pusimos a
pasar el tiempo alegremente. Pasábamos revista
de las ocho cuarenta y cinco de la mañana hasta
el medio día, y después con excepción de algunos
132
¡Al Asalto!
momentos de guardia o trabajo de cuartel, podía¬
mos disponer de nuestro tiempo. Las primeras
cuatro o cinco tardes las dediqué a escribir mis
cartas atrasadas, que por tanto tiempo había
descuidado.
A Tommy le gusta entretenerse, y como yo soy
yankee, me preguntaron qué podíamos hacer
para pasar el tiempo. Les enseñé el juego de
tirar herraduras, y esto los entretuvo mucho
durante diez días. Entonces Tommy pidió a su
compañero americano que ideara una nueva diver¬
sión, y aunque al principio no sabía qué idear, al
fin di en el clavo. ¿ Porqué no podría yo es¬
cribir un sainete y convertir a Tommy en buen
actor?
Una noche después de que se apagaron las luces,
y cuando estaba prohibido el hablar, comuniqué
mi plan a mis compañeros muy bajito. Inmedia¬
tamente aceptaron la idea de organizar una
compañía teatral, y apenas podían esperar
hasta la mañana siguiente para iniciar los arreglos
conducentes.
A la tarde siguiente después de la revista, por
poco me sofocan todos mis compañeros, pues cada
uno de ellos quería tener un papel en el proyectado
sainete. Cuando les dije que me tomaría cuando
menos diez días de duro trabajo para preparar
el argumento y diálogo, parecieron muy contra¬
riados. Sin embargo empecé a trabajar en un
escritorio que formé con latas de galletas en la
esquina del cuartel, en donde puse un rótulo que
Función Bajo el Fuego 133
decía: “Compañía Teatral de Empey & Wallace.”
Luego que unos veinte de la sección hubiesen
leido el rótulo, pidieron que se les nombrara men¬
sajeros. Acepté las veinte solicitudes, y los mandé
en comisión por todo la población francesa que
estaba casi desierta. Fueron buscando por todos
los tapancos de las casas la ropa vieja y cuales¬
quiera otros objetos que pudieran servir para ador¬
nar el foro del proyectado teatro.
A eso de las cinco de esa tarde regresaron muy
sucios y polvosos, pero cargados de una multitud
de objetos de gran variedad, como rara vez se
han visto. Yo creo que ellos supusieron que iba
a establecer un almacén al por menor, juzgando
por los diferentes artículos que trajeron después
de su excursión.
Después de escribir constantemente unos ocho
días terminé un sainete o comedia de dos actos
que llamé la “Cantina del Palacio de Diamantes.”
De acuerdo con la indicación de uno de nuestros
compañeros envié el original del programa a una
casa impresora de Londres. Después de eso hice
la distribución de los papeles, y se dió principio a
los ensayos. Yo creo que David Belasco se hubie¬
ra arrancado el cabello al ver la clase de actores
que formaban mi compañía. Además imagínese
uno como se puede enseñar a un Tommy, con
acento marcado inglés, que represente a un car¬
gador del Bowery o a un negro del Sur.
Cerca de nuestro cuartel había un campo abierto.
Desde luego principiamos a erigir un tablado en
134
¡Al Asalto!
uno de sus extremos, consiguiendo la madera
para construirlo echando abajo una vieja choza
de madera que estaba detrás del cuartel.
La primera escena se suponía que tenía lugar en
una calle del Bowery de Nueva York, y la decora¬
ción del segundo acto era el interior de la cantina
del Palacio de Diamantes, también en el Bowery.
En la pieza yo representaba el papel de Abe
Switch, que era un labrador que venía de Pump-
kinville Center, Tennessee, para visitar a Nueva
York por primera vez.
En la primera escena Abe Switch se encuentra
con el dueño de la Cantina del Palacio de Dia¬
mantes, negocio que iba a poner a su dueño en
bancarrota.
Ese dueño se llamaba Tom Twisten, y su canti-
ñero era Fillem Up. Después de que Tom y
Fillem Up hablaron con Abe, lo persuadieron a
que comprara la cantina, alabándola en alto grado,
y haciéndole apreciaciones exageradas de lo mucho
que se ganaba en ella.
Mientras que estaban hablando, pasó un viejo
judio llamado Ikey Cohenstein, y Abe lo contrató
como cajero. Después de celebrar ese contrato
encontraron a un viejo negro del sur, llamado
Sambo, y por consejo de Ikey lo contrataron como
mozo. Entonces los tres de brazo se fueron a
tomar a su cargo el magnífico palacio, por el cual
Abe acababa de pagar $6000. (Telón.)
En el segundo acto, al subir el telón se ve el
interior de la cantina del Palacio de Diamantes, y
Función Bajo el Fuego 135
aquí empieza la primera sorpresa del público. La
cantina parece más bien una pocilga, se ven dos
méndigos borrachos en el suelo, y al cantinero con
camisa sucia y sus mangas arremangadas está
durmiendo recostado sobre el mostrador.
En esto entran Abe, Sambo y Ikey y empiezan
las complicaciones.
Uno de los personajes en el segundo acto se
llamaba Broadway Kate, y me costó un grandísimo
trabajo enseñar a uno de los Tommies a que
hablara y representara el papel de mujer.
Otro personaje era Allcali Ike de Arizona, que
hacia el fin de la pieza rompe todo lo que hay en
la cantina, tirando tiros con su revólver.
Tuvimos once ensayos de tres horas cada uno,
antes de que considerara yo que podía darse la
representación con éxito.
Todos los compañeros de la brigada estaban
locos por ver la primera función, la que debía
verificarse el viernes en la noche, para cuya oca¬
sión había un entusiasmo indescriptible, cuando de
repente se recibieron órdenes para que la brigada
se pusiera en marcha a las dos de esa misma tarde.
Echando maldiciones sin cuento al recibirse tal
orden, tuvimos que cumplirla.
Esa noche llegamos a la pequeña población de
S-y allí también nos quedamos en cuarteles
de descanso, en donde debíamos permanecer
unas dos semanas. Desde luego nuestra compañía
principió sus trabajos, y buscó en la población un
lugar adecuado en donde pudiéramos dar nuestra
136 ¡Al Asalto!
función. Entonces tuvimos un desengaño desagra¬
dable.
Ya se había establecido en esa población una
compañía rival nuestra, se llamaba the “Bow
Bells,” y anunciaban una pieza llamada Blighty
—¿que Esperanzas? También estaba al llegar la
compañía de conciertos de nuestra división.
La compañía teatral que ya estaba allí cobraba
un franco por persona, y esa noche todos los de
nuestra compañía fuimos juntos a ver la represen¬
tación, la que en realidad era buena. Muy con¬
trariado estaba yo cuando pensaba como podría
superarla.
En una de las escenas aparecía una dama joven
llamada Flossie. El soldado que desempeñaba
este papel era muchacho de talento, y apareció
como una señorita bonita y muy chic. Todos
luego nos enamoramos de ella, hasta que dos días
depués, mientras que íbamos marchando, pasamos
al lado de Flossie que estaba con sus mangas
arremangadas y el sudor cayéndole en borbotones,
mientras que descargaba unas granadas de un
carro motor.
Al pasar nuestra sección le grité: “Oigame
Flossie. Blighty—¿que Esperanzas?” La con-
testatión de la señorita puso fin a mi cariño, pues
me dijo:
“Váyase al infierno.”
Esta replica dió lugar a que mis compañeros se
rieran por un buen rato de mi, lo que me impulsó
a resolver decididamente que presentaríamos
Función Bajo el Fuego
137
nuestra comedia en oposición a “Blighty—¿Que
Esperanzas ?”
Cuando regresamos al cuartel después de la
marcha, Curley Wallace, mi socio empresario,
vino corriendo a verme, y dijo que había encon¬
trado un magnífico lugar para dar nuestra función.
Después de quitarme el equipo, y seguido de
todos los compañeros, fui a ver el edificio que él
había escogido. Era un granero inmenso que
tenía una plataforma en un extremo muy adecuada
para nuestro foro. Desde luego los compañeros
empezaron a trabajar con entusiasmo, y antes de
la noche ya lo habían arreglado convenientemente.
Al día siguiente que era domingo y después de ir a
la iglesia, nos dedicamos a nuestro último ensayo,
el cual salió perfectamente.
Preparé cuatro o cinco grandes rótulos anun¬
ciando que nuestra compañía daría una función
esa noche en el teatro del Rey Jorge V., en la
esquina de la calle Ammo y la Terraza de Sacos
de Arena, y que se cobraría medio franco por
entrada, debiendo pagarse un franco por las dos
primeras filas en plateas y dos francos en los
palcos. Por entonces ya habíamos recibido los
programas impresos de Londres, y además anuncié
que la noche de la primera función se le daría
un programa gratis a todos los que tuvieran boletos
de a un franco o más precio.
Tuvimos una orquesta de siete músicos y siete
instrumentos distintos. Esta orquesta era magní¬
fica, sobre todo cuando no tocaba.
138 ¡Al Asalto!
Se anunció que la representación principiaría
a las seis p.m.
A las cinco quince p.m. ya había un gran gentío
en frente de las puertas, y parecía que íbamos a
tener una magnífica entrada. Había dos palcos
que tenían cuatro asientos cada uno y que desde
luego fueron vendidos. Entonces a Ikey Cohen-
stein se le ocurrió una brillante idea. Porqué no
podíamos hacer uso de las vigas del techo, llamar¬
las palcos y cobrar dos francos por asiento en una
de ellas. La única dificultad que había era como
podrían los espectadores ir a esos palcos, pero a
Ikey eso le pareció un mero detalle.
Consiguió largas cuerdas y las ató alrededor de
cada una de las vigas, y después hizo nudos en las
tales cuerdas, para que pudieran servir como
escaleras.
Calculábamos que las vigas proporcionarían
asientos para cuarenta individuos e hicimos boletos
para ese número.
Cuando los que tenían los boletos para esos
palcos columbraron las vigas, y se les dijo que
tenían que subir por las v escaleras de cuerdas, mos¬
traron suma indignación, pero como ya habíamos
recibido su dinero, les dijimos que si eso no les
convenía podian escribir a los empresarios después
de la función, y que se les devolvería su dinero;
pero que en tal caso no se les permitiría ver la
función de esa noche.
Después de refunfuñar un poco se conformaron,
pero bajo la promesa de que en caso de que la
Programa de una Función Dada en el Frente Occidental.
The
K1NG CEORGE V.
THEATRE
(Erected 19 X 6 )
Situated Córner of Sand Bag Terrace and
Ammo Street.
| ?rogramme j
Under Management of Empey and Waílace,
NOTE.—The Management warns all patrons of this
Theatre that they will not be. responsible for
injuries received from the unauthorized entrance
of stray shells, “ whizz-bangs,” or rifle bullets.
Programmes Printod by* Evarett,
Executive Staff,
A. G. Empey
Jack Wallace
Richard Turpín
Gcorgc Parsons
Frederíck Houghton
WíIIiam Éverett ...
Willíam Guilford ...
Sydney Impey
John Foxcroít
Producer and Playwright
. Manager
. Cashier
. Stage Manager
Property Man
. Electrician
Carpenter
... Booking Office
Head Usher
NOTE.
The Management requests that patrons will remove their .steel helmets.
m case of an attack, keep your seats, don't interrupt the performance
If you don’t like the show, lea ve, don’t put on your gas helmets.
Patrons will not bring live bombs into ttns theatre.
No one allowed past the barbed wire in front óf the footlights as it is
the actors’ only protection. No firing at actors.
It is earnestly requested that any incivility or inattention towards
patrons from the employees of this Theatre be reported at the
Booking Office, so that the offender may be shot at sunrise (if he
gets up in time).
Ladies Room in rear of first balcony. Matron in attendance.
Lounging and Smoking Room for gentlemen in the shell-proof cellar.
Identification disc must be shown to prove you are a gentleman.
Gentlemen are requested not to swear aloud at actors, the show, play¬
wright or orchestra. It is not their fault that they are rotten, they
know it as well as you do.
No tins of Bully Beef or Maconochie Rations accepted at the Booking
Office in payment for tickets.
Gaste of Characters
(as they appear),
Tom Twistem (gang leader and wise guy, owner and proprietor of the
Diamond Palace Saloon, out for the dough) ... JACK WALLACE
Fillem Up (bar tender of the Diamond Palace Saloon, an ex-burglar,
a ticket-of-leave man) . WILFRED ISOM
Sambo (a negro from Virginia, a'ways broke and hungry, joined a,
minstrel show which went broke and left him stranded in New
York) . EDWARD FITZGERALD
Ikey Cohenstein (an East Side Jew, New York City, Dealer in
Second hand Clothes and a Moneylender) CHARLES HONNEY
Abe Switch (a Farmer, Postmaster, Constable, and owner of the only
shop in Pumpkinville Center, Tennessee, U.S.A. First trip to
New York City- Left his wife, Miranda, at home) A» G. EMPE Y
Weary Willie (a bum, never works and always drunk) A. G. HALL
Sid Cocaine (a morphine fiend, a man of few words)
WILLIAM YERRELE
“ Kid ” Papes (a tough newsboy) .... CHARLES'DALTON
** Broadway” Kate (Tom Twistem’s lady friend, clever at getting the
dough) . MADAME ZARA
Sing Lee Sung (a Chínese Laundryman) WILLIAM YERRELE
Alkali Iké (a Texas Cowboy from the Bad Lands, Texas, expert
revolver shot, quick on the draw ánd shoots from the hip)
A. G. HALL
CUSTOMERS, SOLDIERS, ETC.
Messrs. EMPEY and WALLACE
PRESENT
The Ríp Roaríng, Síde Splittíng, Farce Comedy
ENTITLED
H¡amonb |taícice ||a.foori
A TRAVESTY ON NEW YORK LIFE,
Acted by the All-Star Caste oí the
167th BRIGADE MACHINE GUN COMPANY (Suicide Club),
Sectíon No. J.
Written, rehearsed and produced under ftrc during
the Europcan War , France, 1916.
Act I.
Scbne I. Street Sccne on the Bowery, New York City.
Time. Any oíd time. j
Note. Five minutes interval to enable actors to get a drink.
Act II.
Scbne I. ( one sccne is sujficient) Interior of Diamond Palace Saloon,
comer of 3 rd Avenue and I2th Street, New York City.
Time, Same day as Act I.
Overtur?
Selection
Intermezzo,
March
Selection
Musical ^Programare
Rendcred by the Trench Orchestra. —
|. A. M. ROTTEN ... Leader.
„* . “ Hymn of Hate ”
.... ,. e ... “ FIow we Love der Kaiser "
... ... ... ... “ Stick it into a Hun ”
... »>. ■'*» »•« ... ... “ On to Berlin
... ... “PoisonGas”
— GOD SAVE THE KING. —
P FINIS. P
Función Bajo el Fuego
i39
función no sirviera tendrían el derecho de criticarla
acerbamente.
La función tuvo el mayor éxito hasta que Alkali
Ike apareció en la escena con su revólver cargado
de cartuchos en blanco. Detrás de la cantina
había un estante con una gran fila de botellas.
Se suponía que Alkali Ike debía empezar a la
izquierda de esta línea, y romper seis de las bote¬
llas tirándoles con su revólver. Detrás de estas
botellas había un telón pintado que se suponía
representaba la parte interior de la cantina, y a
cada tiro de la pistola de Alkali, un individuo
detrás de la decoración le pegaba a una de las
botellas con el mango de su instrumento para
excavar trincheras y la hacía añicos, para causar
la impresión de que Alkali era buen tirador.
Sucedió que Alkali Ike empezó a tirar a la derecha
de la línea de botellas en lugar de a la izquierda,
y el pobre tonto que estaba detrás de la decoración
empezó a romper las botellas a la izquierda.
Entonces sí, aquí fue Troya entre los que estaban
en los palcos. Pero fuera de este pequeño fracaso
la función tuvo magnífico éxito, y resolvimos
repetirla durante toda la semana.
Como estaban pasando por la población nuevas
tropas constantemente, tuvimos que poner el
rótulo de “Teatro lleno” durante las seis repre¬
sentaciones.
CAPÍTULO XIX
EN SU PROPIA TRINCHERA
P OR supuesto siempre Tommy no puede estar
dando funciones teatrales bajo las balas,
pero mientras que está en cuartel de descanso
tiene distintas maneras de divertirse. Mucho le
gustan los juegos de azar, pero nunca hace fuertes
apuestas. Como regla general en cada compañía
se encuentra algún jugador de profesión, y éste es
el que generalmente pone el capital para todos
los juegos, y es la autoridad indisputable acerca
de las reglas de tales juegos. Siempre que se
suscita alguna disputa entre los Tommies sobre
algún punto indeciso del juego, para saber si
Houghton tiene el derecho de ganarle a Watkins
sus seis peniques, eso lo resuelve esa autoridad
tan bien reconocida y su fallo es decisivo.
Los dos juegos más populares son: “La Corona
y el Ancla,” y “Lotería.” Lo que se necesita
para jugar “La Corona y El Ancla” es un pedazo
de lona de tres piés de largo por dos piés de ancho,
que se divide en seis cuadrados iguales. En estos
cuadrados están pintados un oro, una copa, una
espada, un basto, una corona y una ancla, debien-
140
En su Propia Trinchera 141
do cada cuadrado tener uno de ellos. Se em¬
plean tres dados y cada dado está marcado al
igual de la lona. El director del juego se sitúa
en la esquina de algún cuarto del cuartel y empieza
a gritar hasta que se reúne un grupo considerable
de Tommies, y acto continuo se da principio al
juego.
Los Tommies colocan sus apuestas sobre los
cuadrados, y como regla general apuestan más a
la corona o al ancla. Entonces el director echa
los dados y cobra y paga, según sea el caso. Si
uno apuesta a la corona y sale una en los dados
le dan el monto de su apuesta, si salen dos le dan
a uno doble y si tres el triple. Si la corona no
sale y uno ha apostado por ella, pierde, y así
sucesivamente. El tanto por ciento del director
es elevado si se juega en todos los cuadrados, pero
si los jugadores están a favor de apostar en dos
cuadrados, digamos, es insegura su ventaja, pero
como regla general él siempre gana.
También es muy popular el juego de “Lotería,”
para el cual se necesitan dos personas que lo dirijan.
Consiste este juego en muchos cartones que con¬
tienen tres líneas de cuadrados con sus números,
debiendo haber cinco números por cada línea,
siendo estos números del uno al noventa, y de¬
biendo tener cada cartón una combinación distinta.
Están abiertos los estaminets franceses en las
poblaciones de once de la mañana a la una de
tarde, según las órdenes militares.
Después de comer los Tommies, se reúnen en
142
¡Al Asalto!
estos lugares para beber cerveza francesa a penique
el vaso y jugar “Lotería.”
Luego que hay bastante gente en el estaminet ,
los dueños del juego de “Lotería” empiezan a
trabajar para conseguir una partida, lo que hacen
vendiendo cartones a un franco cada uno. Si
hay diez en la partida, los dueños del juego rebajan
dos francos como pago de su trabajo, y el que gana
recibe ocho francos.
Principia el juego, y cada jugador coloca su
cartón delante de él en la mesa, pero antes corta
unos fósforos en quince pedacitos.
Uno de los dueños del juego tiene una pequeña
bolsa en que hay noventa cuadritos de cartón, en
que están impresos los números del uno al noventa.
Golpea la mesa y grita: “Tengan cuidado que
ya principia el juego, compañeros con buena
suerte.” Entonces cesa el ruido, y todos atienden
al juego.
El que tiene la bolsa en la mano saca un cuadrado
numerado, y desde luego llama el níímero. El
individuo que tiene el cartón con ese número
especial cubre el correspondiente cuadrado con
un pedazo de fósforo, y el que primero cubre los
quince números de su cartón, grita “Lotería”;
entonces el otro dueño va y coteja el cartón,
llamando los números marcados en él al que tiene
la bolsa de números. Según los va llamando el
otro confronta, y al fin dice “Está bien.” Si la
confronta ha dado ese resultado, exclama: “Ganó
la Lotería, pague al caballero de buena suerte y
En su Propia Trinchera
143
véndale un cartón para la próxima partida .* 1 El
“ Caballero de buena suerte,” generalmente compra
un cartón, a menos que tenga un poco de sangre
judía en sus venas.
El que llama los números tiene muchos apodos
para ellos; por ejemplo “El ojo de Kelly” es el
uno; “Las piernas” el once, “Clickety-Click” el
sesenta y seis y el “Más Viejo** es el noventa.
Es juego de buena fé y bastante divertido. A
veces tiene uno catorce números marcados en su
cartón, y está esperando que llamen el décimo
quinto. Con voz melosa dice uno: “Qye Wat-
kins compañero, estoy en espera del ‘Ojo de
Kelly,*” y Watkins le contesta: “Pues búscalo
con los dos tuyos, que yo no lo veo.”
Hay otro que se llama el Pontón, que se juega
con naipes y se parece a nuestro “Veinte y Uno.*’
También es muy ‘popular un juego de naipes
llamado “Brag,” que se juega con las mismas
cartas que el “Casino,” y en ese juego el que da
las cartas reparte tres a cada jugador. Se parece
bastante a nuestro “Poker,” excepto que no se em¬
plean más que tres cartas, y que no se puede pedir
más. Nunca se barajan, hasta que alguno enseña
tres de la misma clase o un “prile,” como se llama.
El valor de las manos es: una carta de las más
altas, un par, una secuencia, todas del mismo
color o tres de la misma clase o sea “prile.” Como
regla general el límite es un penique, asi que es
difícil ganarse una fortuna en este juego. El
siguiente juego más popular es uno de naipes que
144
¡Al Asalto!
se llama “El Sueño”; está bien denominado, pues
cada vez que yo lo jugaba me quedaba dormido.
La aristocracia de la compañía juega el Whist
y el Solitario.
Cuando los jugadores se cansan de todos los
demás, tratan de jugar “El Banquero y el Corre¬
dor.”
Estuve durante una semana tratando de enseñar
a los Tommies como se jugaba el Poker, pero
después de ganarles treinta y cinco francos, me
dijeron que no les gustaba mucho ese juego.
Los Tommies juegan pocos juegos de naipes;
y pocos son los que conocen el Poker, Euchre,
Seven Up, y Pinochle; aunque tienen un juego
parecido a este último que llaman “ Bezique Real,”
pero pocos saben jugarlo.
Casi siempre hay dos barajas en una sección,
y al poco tiempo están tan sucias y estrujadas,
que apenas puede uno distinguir el as de bastos
del de espadas. Los dueños de ellas a veces tienen
la amabilidad de prestarlas, después de repetidas
súplicas.
Asi se ve que Tommy Atkins a veces sufre y a
veces se divierte, y muy en contra de la opinión
general se puede decir que los soldados del ejército
británico viven contentos en las trincheras.
Cuando fui a la escuela en Virginia leía en un
antiguo primer libro de lectura del viejo McGuífy,
que según él opinaba un inglés era un conjunto
de nuestros revolucionarios del *76 con uno de los
modernos Sinn Feiners. Pero por mi parte puedo
En su Propia Trinchera
145
decir que Tommy es uno de los mejores compañe¬
ros, y es un caballero a carta cabal. Nunca
habla mal de sus oficiales. Si alguno de ellos
comete algún craso error, Tommy paga la cuenta
con su sangre, pero no critica en lo general al
oficial, y sólo expresa su sentimiento por lo ocu¬
rrido. Sucede lo que sucedió con la Brigada
Ligera en Balaclava como también con lo que
acaeció en Gallipoli, Neuve Chapelle y Loos.
Ahora recuerdo un pequeño incidente en que
veinte de nosotros fuimos a asaltar una trinchera
y sólo dos regresamos vivos, pero mejor me lo
reservo para después.
He dicho que todos estábamos contentos; en
verdad formábamos una familia unida, y como en
toda familia tiene que haber sirvientes, también
hay sirvientes en el ejército inglés; estos son los
sirvientes u ordenanzas de los oficiales u O. S. como
son designados. En una disputa que hubo en
los periódicos ingleses, Winston Churchill dijo,
según recuerdo, que en las tropas inglesas había
cerca de doscientos mil sirvientes u ordenanzas de
oficiales. Dijo que esto eliminaba a doscientos
mil combatientes, valientes y disciplinados, de
las líneas de fuego, y además decía que los oficiales
al escoger a un soldado para que le sirviera de
ordenanza, generalmente escogía a uno que era
veterano y sumamente útil.
Pero según lo que yo observe, creo que un gran
número de esos sirvientes u ordenanzas también
van por arriba de las trincheras, aunque cuando
10
146
¡Al Asalto!
estén trabajando en las líneas rara vez excaven,
vayan a revista o hagan ejercicio. Esta tarea es
tan necesaria como el tomar parte en un asalto,
por lo tanto creo que puede decirse que los trabajos
hechos por estos doscientos mil hombres son iguales
a los que harían cincuenta mil hombres dedicados
a sus deberes militares de costumbre. En muchos
casos los sirvientes de los oficiales tienen el rango
de cabos, y ejercen los mismos deberes y la autori¬
dad de un mayordomo, y llevan un galón que les
da precedencia sobre los demás sirvientes.
Se cuentan muchas anécdotas chistosas respecto
de los O. S.
Uno de nuestros mayores se apareció uno de
esos días en el departamento de los sirvientes y
empezó a echarles pestes, diciendo que a su caba¬
llo no le habían dado paja, y que él personalmente
sabía que se había expedido la orden con ese fin.
Increpó al cabo correspondiente, y éste le contestó:
“ Pues bien señor, puede ser que mandaron la paja,
pero como no teníamos la suficiente para las camas
de los sirvientes, puede ser también que utilizamos
algo de lo que debía servir para su caballo.”
Innecesario es decir que esa noche los sirvientes
no tuvieron suficiente paja para poner en sus camas.
Por supuesto que lo que sucede no es la culpa
especial de los oficiales, sino que es debido a las
antiguas costumbres inglesas, y bien se sabe que
es difícil que un inglés cambie sus costumbres en
un día.
Pero como regla general el oficial inglés es un
En su Propia Trinchera 147
buen compañero, y aun a veces sentado en el
escalón de fuego oirá muy atentamente la opinión
del soldado raso Jones sobre la manera como debía
llevarse a efecto la guerra; esta guerra que poco
a poco va desmoronando la muralla que separa
a las clases sociales.
De ésto uno puede quedar convencido al ver al
Rey Jorge estar entre sus soldados pasando revista
bajo el fuego de las balas, o deteniéndose ante una
pequeña cruz de madera en un campo destrozado
por las granadas y derramando lágrimas al leer
la inscripción en esa cruz; y poco después al verlo
inclinarse sobre un herido en una camilla, tocándole
la cabeza cariñosamente.
Todavía he visto cosas más sorprendentes que
esa: he visto a una señora de la alta nobleza que
estaba de enfermera en la Cruz Roja, ir y asistir a
un soldado herido que puede ser había sido uno
que anteriormente le entregaba el carbón y lo
depositaba en su sótano, y ahora no le repugna en¬
cender su cigarro o aun lavarle el cuerpo sucio.
Tommy es un gran admirador del Rey Alberto
de Bélgica, porque no es uno de esos que obliga
a los soldados a combatir, sino que él se pone a
su cabeza y combate con ellos. El no es de aque¬
llos que sólo da la voz de mando para atacar a una
trinchera, sino que él mismo, espada en mano, los
ayuda a tomarla.
Muy interesante es notar los distintos caracteres
de los soldados irlandeses, escoseses e ingleses.
Los irlandeses y escoseses son muy impetuosos,
148
¡Al Asalto!
sobre todo durante una carga a la bayoneta,
mientras que los ingleses, aunque algo más despa¬
ciosos, pelean con denuedo, son más metódicos,
y pertinaces como un bulldog para retener una
posición que hayan tomado. Piensan más des¬
pacio, y es por eso que nunca saben cuando los
han derrotado.
Veinte minutos antes de que el Tommy inglés
se vaya a pelear por arriba de la trinchera, estará
sentado en el escalón de fuego examinando con
cuidado el mecanismo de su rifle, para ver si puede
funcionar y tirar con certeza. Después de ese
examen queda satisfecho, y está listo para com¬
batir a los boches.
Pero el irlandés o escosés se sientan en el escalón
de fuego, con su rifle con bayoneta lista entre las
rodillas y puede ser que la culata esté enterrada
en el lodo. El gatillo no podrá funcionar debido
al moho que se haya acumulado, pero con todo
eso después de pulir bien su bayoneta está listo
para entrar en discusión enérgica con Fritz.
Casi es innecesario mencionar a los soldados de
las colonias (a los del Canadá, Australia y de la
Nueva Zelandia), porque todo el mundo sabe lo
que han hecho en pro de Inglaterra.
A los procedentes de Australia y Nueva Zelandia
se les llama “Anzac,” nombre que se ha formado
con las primeras letras oficiales de su división (Aus-
tralian and New Zealand Army Corps) “Cuerpo
del Ejército de Australia y Nueva Zelandia.”
Los Tommies dividen el ejército alemán en
En su Propia Trinchera
149
tres clases, según sus facultades para combatir, y
los colocan en el orden siguiente; prusianos, bávaros
y sajones.
Cuando se combate con un regimiento prusiano
tiene uno que tener sumo cuidado y escabullir el
cuerpo en el parapeto, pues el tiroteo es constante y
la lucha es terrible. Los bávaros son casi iguales,
pero los sajones son más amables y aun a veces
se conducen como caballeros y no son tan terribles
como los demás; sin embargo no debe uno des¬
cuidarse de ellos por mucho tiempo.
En un punto de la línea las trincheras están como
a una distancia de treinta y dos yardas una de
otra. Parece esto cosa muy terrible, pero en
realidad no lo es, porque ni un lado ni otro puede
bombardear la trinchera del frente de la línea del
enemigo, por temor de que las granadas caigan
sobre sus propias trincheras, y por lo tanto se
suprime el fuego de artillería.
En estas trincheras cuando los Tommies tenían
de contrincantes a los prusianos y bávaros, el
combate era rudo, pero cuando los sajones se en¬
traban en la pelea no era cosa tan terrible, y aun
a veces gritaban que ellos eran sajones y que no
tirarían. Asi es que los soldados de ambos lados
se sentaban en los parapetos y entablaban una con¬
versación, que por regla general consistía en que
los Tommies les decían que mucho querían al
Kaiser, mientras que los sajones informaban a
los Tommies, que el Rey Jorge era amigo íntimo
de ellos y que deseaban que estuviera bien de salud.
¡Al Asalto!
150
Luego que los sajones eran relevados por pru¬
sianos o bávaros, transmitían esta noticia y los
Tommies luego se escabullían en sus trincheras
y no sacaban fuera la cabeza.
Cuando era relevado un regimiento inglés por
un irlandés, Tommy se lo anunciaba a los sajones,
y luego se oía un diluvio de “ Donner und Blitzen,”
y entonces le tocaba a Fritz escabullirse y tener
el mayor cuidado para evitar un percance.
Como regla general cuando mandan a un irlan¬
dés a las trincheras, algo temprano por la mañana,
luego coloca su riñe por arriba del parapeto diri¬
giéndole hacia la trinchera alemana, y empieza a
verificar lo que se llama “su minuto de locura,”
lo que consiste en tirar quince veces consecutivas
en un minuto. No apunta contra ninguno espe¬
cialmente, sólo envía los tiros deseando que alguno
de ellos le pegue en la nuca a algún pobre Fritz,
que sin pensar en lo que le va a suceder está a
unos centenares de yardas detrás de la línea. Y
generalmente les pega el tiro, y es por eso que los
boches odian a los irlandeses.
Los sajones, aunque mejores que los prusianos
y bávaros, de repente demuestran tendencias
traicioneras.
En un lugar de la línea en donde las trincheras
están muy cerca unas de otras, se había fijado un
poste en el suelo a media distancia de las dos
líneas hostiles. De noche cuando le tocaba estar
de guardia, Tommy gateando iba a este poste y
colgaba algunos periódicos de Londres, mientras
No Parecemos muy Tristes ¿No es Verdad?
• ••
En su Propia Trinchera 151
que dejaba a su lado algunas latas de carne pren¬
sada, cigarros, dulces y otras cosas de buen gusto
que él había recibido de Blighty en los paquetes
que con tanta ansia esperaba. Poco después
Fritz iba y recogia esos regalos.
A la noche siguiente Tommy iba a ver lo que
Fritz le había dejado como recuerdo. General¬
mente su donativo consistía en un periódico
de Berlín que decia que los alemanes estaban
ganando la guerra, algunas salchichas, cigarros y
de vez en cuando un poco de cerveza. Lo curioso
era que Tommy nunca regresaba sin haberse
bebido la cerveza. Una noche su jefe le olió la
boca y después de eso ya Tommy no pudo volver
a hacer de las suyas. Otra noche un joven sar¬
gento inglés se acercó al poste y trató de quitar el
periódico alemán que habían atado .a él, y de
repente hizo explosión y lo hirió horriblemente.
Fritz había hecho esta terible treta y había herido
a un enemigo de manera alevosa, lo que le servirá
de marca negra contra de él en el libro de esta
guerra. Después de eso se rompieron todas las
relaciones diplomáticas.
Volviendo a hablar de Tommy diré que su modo
de ser se puede comprender bien por las pregun¬
tas que hace. Él nunca pregunta: “¿Quién va
a ganar la guerra?” sino siempre “¿ Cuanto tiempo
nos tomará para ganarla?”
CAPÍTULO XX
CONVERSACIONES CON FRITZ
E STABAMOS nadando en plata debido a lo
que habíamos ganado con nuestra empresa
teatral, y ya casi nos habíamos olvidado de la
guerra, cuando se recibieron órdenes para que
nuestra brigada volviera a ocupar su sector de la
línea.
El día que esas órdenes se recibieron, nuestro
capitán reunió a la compañía y pidió voluntarios
para ir a la escuela de Cañones de Tiro Rápido en
St. Omer. Yo me ofrecí y fui aceptado.
Eramos diez y seis de nuestra brigada los que
nos fuimos a tomar lecciones en el tiro de cañón.
Duró dos semanas este curso, y después de él nos
juntamos con nuestro cuerpo y nos asignaron a
la compañía de la brigada de Cañones de Tiro
Rápido. Con sumo sentimiento me separé de
mis buenos compañeros.
Empleábamos el cañón llamado Vickers, ligero,
del .303.
Todavía yo era miembro del Club del Suicidio,
asi es que puede decirse que me fui de Guatemala
a guatepeor. Me mandaron a la Sección 1, Cañón
152
Conversaciones con Fri tz
153
no. 2, y por la primera vez estuve colocado en la
trinchera de la línea del frente.
Durante el día nuestro cañón estaba desmontado
sobre el escalón de fuego listo para hacerlo fun¬
cionar. Estábamos juntos con los artilleros de
Lewis en la covacha, y cuando recibiamos las
órdenes de “ arriba,” montábamos nuestro cañón
sobre el parapeto y nos quedábamos de guardia
junto de él hasta que venía la orden de 1 ‘ abajo ”
por la mañana, y entonces se desmontaba el cañón
y se tenía listo en el escalón de fuego.
Estuvimos en esta tarea unos ocho días en la
trinchera del frente de la línea, sin que nada espe¬
cial acaeciera fuera del trabajo común y corriente
de las trincheras. Durante la noche que íbamos
a hacer la guardia, se organizó una partida para
bombadear las líneas de los alemanes. Esta
partida consistía de sesenta hombres de la compa¬
ñía, seis tiradores de bomba, y cuatro cañones de
tiro rápido de Lewis con sus artilleros correspon¬
dientes. Muy sorprendidos quedaron los boches
con ese asalto, que tuvo el mayor éxito, pues
regresamos trayendo a veinte y un prisioneros.
Esto debe haber enfurecido a los alemanes,
porque empezaron a tirar fuertes descargas de
granadas, balas y toda clase de proyectiles, los
que caían en frente de nuestra línea como si fueran
granizos.
Para vengamos nosotros pudimos hacer dejado
los prisioneros en la trinchera de fuego a cargo de
la guardia, y dejar que Fritz al verificar su strafeing
154
¡Al Asalto!
los hubiera matado, pero Tommy no trata a sus
prisioneros de esa manera.
Trajeron cinco de ellos a nuestra covacha y me
los dejaron a mi cargo, a fin de que no les tocaran
las balas de los alemanes.
A la luz de la vela se veían muy nerviosos y sus
caras estaban muy pálidas, con excepción de uno
de ellos que era un hombrón, que parecía estar muy
tranquilo y quien desde luego mucho me simpatizó.
Saqué la botella de ron y les di un traguito a
cada uno, además de obsequiarles, con algunos
cigarros de la marca conocida “ Woodbine.” Los
demás prisioneros demostraron su gratitud con
las miradas; pero el gigante me dijo en inglés:
“Mil gracias, el ron es excelente y mucho me
gusta. Mil gracias por todo.”
Me dijo que se llamaba Cari Schmidt, que era
del cuerpo 66 de la Infantería Ligera de Baviera,
que había vivido seis años en Nueva York (conocía
la ciudad mejor que yo mismo), que había estado
en Coney Island, y había asistido a muchos juegos
de base ball. En verdad era muy afecto a ese
juego, y sin embargo no le pude convencer que
Hans Wagner no era el mejor jugador de base ball
en el mundo.
De Nueva York se había ido a Londres, y allí
estuvo de criado en el hotel Russell. Poco antes
de la guerra regresó a Alemania para ver a sus
padres, y cuando la guerra principió tuvo que
ingresar en el ejército.
Me dijo que mucho sentía que Londres fuera
Conversaciones con Fritz
155
un montón de ruinas debido a los ataques de los
Zepelines. No le pude convencer que ésto no era
cierto, porque él me aseguró que había visto en un
cinematógrafo de una ciudad alemana la catedral
de San Pablo toda en ruinas.
Cambié de conversación, porque noté que estaba
muy fijo en sus ideas. Quería tratar de averiguar
por él como funcionaban los tiradores alemanes,
que últimamente nos habían causado bastante
daño.
Le sugerí esa conversación, pero luego se quedó
sordo como una tapia. Después de algunos
minutos, me dijo muy sencillamente:
¡ _“A los tiradores alemanes se les pagan premios
por matar a los ingleses.” Muy interesado le
pregunté: “¿Y cuales son esos premios?”
Y me contestó: “Por matar o herir a un soldado
raso inglés, el tirador recibe un marco. Por herir
o matar a un oficial inglés recibe cinco marcos,
pero si mata a un Gorro Rojo o general inglés es
castigado el tirador, y permanece por veinte y un
días atado a la rueda de un armón, como castigo
por su descuido.”
Entonces dejó de hablar, y esperó que yo cayera
en el garlito.
Y caí, y le pregunté por qué castigaban a los
tiradores que mataran a un general inglés.
Sonriéndose me contestó:
“Usted bien comprende que si matáramos a
todos los generales ingleses, no quedaría ninguno
que pudiera cometer tan crasos errores.”
156
¡Al Asalto!
Ya no le hice más preguntas, pues me pareció
su conducta bien atrevida para ser la de un prisio¬
nero. Después de un poco de tiempo me giñó el
y yo hice lo mismo; entonces la escolta vino a
llevarse a los prisoneros a retaguardia. Le di
un apretón de manos, y le desée la mejor suerte y
un viaje feliz a Blighty.
Me gustaba ese prisionero pues parecía hombre
valiente, y eso lo demostraba la Cruz de Hierro
que llevaba. Le aconsejé que no la enseñara,
porque pudiera suceder que algún Tommy quisiera
mandársela como recuerdo a su novia en Blighty.
Durante una noche obscura y lluviosa, mientras
que estábamos de guardia, seguíamos haciendo
observaciones por arriba de la trinchera desde el
escalón de fuego de nuestra línea del frente. Y
oímos un ruido muy próximo a nuestra cerca de
alambre. El sentinela que estaba a mi lado marcó
el alto y apuntó con su rifle. Le contestaron en
alemán. Un capitán que estaba en la siguiente
trinchera transversal se montó sobre el parapeto
de costales de arena para averiguar lo que pasaba
—lo que fué hecho con mucha valentía y con
atrevimiento—y de repente se oyó el chiflido de
una bala y cayó él dentro de la trinchera con un
agujero en el estómago, muriendo pocos minutos
después. Un cabo primero de la siguiente com¬
pañía se enfureció tanto al ver que habían matado
al capitán, que tiró una bomba Mills en la direc¬
ción de donde provino el ruido, gritándonos al
mismo tiempo “ Bajen las cabezas compañeros.”
Conversaciones con Fritz 157
Luego se oyó el estruendo causado por la dinamita,
se vio una llamadara y todo quedó en silencio.
Inmediatamente después arrojamos al aire dos
granadas y al estallar, por sus reflejos vimos dos
bultos obscuros que estaban tirados en la tierra
cerca de nuestro alambrado. Un sargento y cuatro
camilleros salieron y pronto regresaron trayendo
a dos cuerpos inertes. Ya dentro de la covacha,
y contemplando por la luz temblorosa de tres
velas, vimos que eran dos oficiales, uno un capitán
y el otro un unteroffizier , que es un rango más
alto que el de sargento primero, pero más bajo
que el de teniente.
La explosión de la bomba casi había destrozado
por completo la cara del capitán. Aunque respi¬
rando con dificultad, el unteroffizier todavía
estaba en vida, y a los pocos minutos abrió los
ojos y los parpadeó al sentir el reflejo de las velas.
Parecía que los dos se habían emborrachado,
pues el olor del alcohol se sentía por toda la covacha.
Me voltée muy contrariado, pues a mi me causa
mucha vergüenza ver que se enborracha un
hombre cuando está al frente del enemigo.
Uno de nuestros oficiales podía hablar alemán
e hizo algunas preguntas al moribundo, el cual
con voz apagada y con ronquidos frecuentes nos
contó lo ocurrido.
Parece que había habido una reunión de oficiales
en una de las covachas alemanas, en que se había
bebido mucho, sobre todo mucha champaña.
Con la mirada estúpida del borracho, nos dijo que
158
¡Al Asalto!
ellos tenían mucha champaña y que esa bebida
no les costaba nada. A eso de las siete de la
noche empezaron a hablar sobre la supuesta cobar¬
día de los ingleses, y el capitán apostó a que él
colgaría su gorro en el cerco inglés para demostrar
como se mofaba de los sentinelas ingleses. Fué
aceptada la apuesta, y a las ocho el capitán y él
se fueron silenciosamente por la Tierra Inhabitable
para dar cumplimiento a la apuesta.
Ya habían cruzado la mitad de la distancia,
cuando la bebida produjo sus efectos y el capitán
se cayó dormido. Después de dos horas de
trabajo constante, el unteroffizier al fin logró
despertar al capitán, le recordó su apuesta y le
dijo que todos sus compañeros se reirían de él si
no cumplía lo prometido, pero el capitán empezó a
temblar e insistió en regresar a las líneas alemanas.
Perdieron su dirección debido a la obscuridad y
se acercaron a las trincheras inglesas, llegando
hasta tocar el alambrado, cuando nuestro sentinela
repentinamente les marcó el alto. Como estaban
tan borrachos no comprendieron que el sentinela
les hablaba en inglés, y el capitán se negó a regre¬
sar, pero al fin el unteroffizier convenció a su jefe
que estaban en frente del alambrado inglés.
Cuando al fin llegó a comprender esto, el capitán
sacó su revólver y echando un juramento, tiró en
la dirección de nuestra trinchera, y sin duda su
bala mató a nuestro capitán.
Entonces fué que hizo explosión la bomba y
como ya se sabe los hirió y causó la muerte del
Conversaciones con Fritz
i59
capitán. Y sin dar más informes el unteroffizier
falleció.
Registramos sus cuerpos buscando sus discos
de identificación, pero ellos habían perdido todo
en su empresa de locos.
A la tarde siguiente los enterramos en nuestro
pequeño cementerio en un lugar separado del de
las tumbas de los Tommies. Si alguna vez llegara
usted a visitar ese cementerio, encontrará dos
pequeñas cruces de madera, en la esquina del
mismo cementerio y aparte de las demás tumbas,
y leerá lo siguiente:
Capitán
Ejército Alemán
Murió—1916
Desconocido
R. I. P.
Unteroffizier
Ejército Alemán
Murió — 1916
Desconocido
R. I. P.
CAPÍTULO XXI
ALGUNAS COMPLICACIONES
P OR la tarde siguiente fuimos relevados por
la brigada—, y otra vez regresamos a nues¬
tros cuarteles de descanso. Al llegar nos dieron
veinte y cuatro horas para hecer un aseo general.
Había terminado de limpiar mi uniforme, quitán¬
dole el lodo que tenía, cuando el sargento segundo
me informó que mi nombre aparecía en la lista
de los que habían recibido licencia, y que debía
presentarme por la mañana siguiente para recibir
mi licencia, órdenes de marcha y rancho.
Me volví medio loco, principié a correr de aquí
allá haciendo mis bultos y llenándolos con recuer¬
dos, como pedazos de granada, bombas, tapana-
rices, balas de rifle y un casco de guardia prusiano.
En realidad antes de irme a acostar ya tenía todo
listo, para presentarme a recibir mis órdenes a las
nueve de la mañana siguiente.
Todos envidiaban mi buena suerte, y yo demos¬
traba mi contento y le decía a mis compañeros
que iba a entretenerme mucho, que iba a visitar
muchos lugares, y que iba a beber mucha cerveza
inglesa. Hasta exageraba yo las cosas, pues así
160
El Autor con un Casco Alemán que le Fué quitado al Enemigo.
Algunas Complicaciones 161
todos lo hacen, y esta vez a mi me tocaba mi turno
y yo quería pagarles con la misma moneda.
A las nueve me presenté ante el capitán, recibí
mi orden de marcha y el pase correspondiente.
Me preguntó que suma quería yo recibir como
anticipo. Muy precipitadamente le dije: “Tres¬
cientos francos, señor,” y él tan precipitadamente
me entregó cien francos.
Entonces me presenté en el cuartel general de
la brigada, cargando todos mis bultos que pesaban
como una tonelada. Esperé con cuarenta otros
más para que nos examinara el ayudante, quien
nos hizo esperar como una hora, puede ser que
porque estaba contrariado por no poder ir con
nosotros.
El sargento primero nos entregó el rancho para
dos días, en un pequeño saco de lona blanco, que
atamos a nuestros cinturones.
Llegaron los carros y nos metimos en ellos,
riéndonos, haciendo chistes y muy contentos.
Tan contentos íbamos que creo que aun hubiéra¬
mos abrigado algún cariño hacia los alemanes.
Ya principiaba nuestro viaje para ir a gozar siete
días en Blighty.
Duró nuestro viaje en los carros unas dos horas,
y al terminarlo estábamos cubiertos de un polvo
blanco y fino procedente del camino; pero lo cual
no nos causó descontento, aunque casi nos sofo¬
cábamos.
En la estación del ferrocarril en F-, nos
presentamos ante un oficial, que llevaba una cinta
ii
IÓ2
¡Al Asalto!
blanca alrededor del brazo, en que se leían las
letras R. T. O. (Oficial de los Transportes Reales).
Para nosotros ese oficial nos parecía ser Santa
Claus (San Nicolás).
Presentamos nuestras órdenes al sargento a
cargo de la estación, quien después de examinarlas
nos dijo: “Esténse en la plataforma y hagan lo
que quieran, pero nó se vayan, pues es probable
que el tren llegue en cinco minutos—o en cinco
horas.”
Llegó en cinco horas, comprendiendo unos once
carros que parecían fosforeras sobre grandes ruedas
y que eran llevadas por una pequeña locomotora
muy averiada. Estas fosforeras eran carros para
ganado, y en los lados de los cuales llevaban
pintados los bien conocidos rótulos de “Hommes
40, Chevaux 8.”
El R. T. O. nos metió a todos juntos en un sólo
carro, lo que no nos preocupó de ninguna manera,
pues nos parecía que estábamos en carros Pullman.
Pasamos dos días en ese tren, saltando, parán¬
donos, yendo aprisa y algunas veces quedándonos
en un lado del camino. En tres estaciones nos
quedamos el tiempo suficiente para hacer té, pero
no pudimos lavamos, asi es que cuando llegamos
a B-, en donde nos íbamos a embarcar para
Blighty, ya estábamos tan negros como si fuéra¬
mos algerianos, y con nuestras caras sin afeitar,
parecíamos más bien pordioseros. Pero apesar
de todo y de estar cansados nos sentíamos muy
contentos.
Algunas Complicaciones 163
Ya habíamos arreglado nuestros bultos, pues
estábamos listos para bajar de los carros, cuando
un R. T. 0 . levantó la mano para que pararamos
en donde estábamos y nos vino a ver. Esto es lo
que él nos dijo:
“Compañeros, lo siento mucho, pero se han
recibido órdenes que revocan todas las licencias
que se dieron. Si ustedes hubieran llegado tres
horas antes ya se habrían ido. Ahora tienen que
permanecer en ese tren que los regresará. Se les
entregará el rancho necesario para su viaje de
regreso a sus estaciones respectivas. Son éstas
muy malas noticias, yo comprendo,” y después se
fué.
Al principio hubo un silencio sepulcral. En
seguida los compañeros todos empezaron a echar
maldiciones, tirar sus rifles sobre el piso del carro,
otros no decían nada y parecían estar estupefactos,
mientras que a algunos les corrían las lágrimas.
Todos estábamos sumamente contrariados.
Como maldeciamos al maquinista de ese tren,
pues deciamos que había sido todo culpa de él (a
lo menos así lo pensábamos), porque no se había
apurado un poco y llegado a tiempo, para que nos
hubiésemos ido antes de que llegara la malhadada
orden. Asi es que por ahora nos quedábamos
sin Blighty.
Ese viaje de regreso fué verdaderamente triste
para todos, y casi ni puedo describirlo.
Cuando llegamos de regreso a nuestros cuarteles
de descanso, nos encontramos con que nuestra
164
¡Al Asalto!
brigada estaba en las trincheras (otra sorpresa
agradable), y que se tenía la intención de verificar
un asalto.
Diez y siete de los cuarenta y uno no tendrán
otra oportunidad de conseguir licencia; los mata¬
ron en el asalto. ¡ Nada más pensar que si aquel
tren hubiera llegado a tiempo, esos diez y siete
todavía estuvieran en vida!
Me da pena decir como mis compañeros me
bromearon a mi regreso; sólo puedo decir que no
escasearon tales bromas.
Nuestra compañía de cañones de tiro rápido
ocupó su puesto en la línea a las siete de la noche,
después de que regresé de mi supuesta licencia.
A las tres y treinta de la mañana siguiente veri¬
ficamos tres asaltos y tomamos posesión de la
primera y segunda trincheras alemanas. Los
artilleros de cañones de tiro rápido tomaron parte
en el cuarto asalto para consolidar la línea que se
había tomado o “ excavarla’ ’ como Tommy lo
llama.
Cruzamos la Tierra Inhabitable sin sufrir nin¬
gunas pérdidas, llegamos a la trinchera alemana
y montamos los cañones en los parapetos de la
misma.
Jamás he visto una destrucción tal en toda mi
vida—por doquiera se veían trozos de alambre
con púas, agujeros hechos por las granadas, la
trinchera destruida, los parapetos echados abajo
e infinidad de cadáveres, en realidad esa trin¬
chera estaba llena de tales cadáveres, los del
Algunas Complicaciones 165
enemigo y de los nuestros. Era un verdadero
camposanto. Algunos habían sido destrozados
horriblemente por nuestras bombas, mientras que
otros estaban enteramente enterrados en el lodo
o sólo parte del cuerpo, debido a las explosiones
de las granadas que echaron abajo las paredes de
la trinchera. Vi a un alemán muerto que estaba
recostado de espaldas y que tenía un rifle atrave¬
sado, cuya bayoneta había penetrado por entero
hasta el puño en su pecho. A sus piés estaba
un soldado inglés muerto, con su frente agujereada
por una bala. Probablemente este Tommy debe
haber muerto en los momentos en que le enterró
la bayoneta al alemán.
Por doquiera se veían tirados rifles y uniformes,
y de vez en cuando un casco de acero que salía de
entre el lodo.
En un lugar que estaba cerca de la entrada de
una trinchera de comunicación, se veía una camilla.
Sobre esa camilla estaba un alemán recostado
que tenía una venda blanca alrededor de la rodilla,
y cerca de él estaba tirado uno de los camilleros,
con su cruz roja en el brazo cubierta de lodo y su
casco lleno de sangre y sesos. Cerca de él y sen¬
tado contra la pared de la trinchera con la cabeza
inclinada hacia el pecho, se veía a otro camillero.
Parecía estar en vida, pues su postura era tan
natural, pero cuando me le acerqué pude verle un
agujero, grande y sesgado, sobre las sienes. Indu¬
dablemente la misma bomba debe haber matado
a los tres simultáneamente.
i66
¡Al Asalto!
Estaban destruidas las covachas y con grietas
por todas partes, las paredes caídas, y los soportes
de madera en pedacitos, mientras que las entradas
estaban llenas de escombros.
Después de que Tommy toma una trinchera, él
tiene el sentimiento de saber que todavía le queda
el trabajo duro, muy duro de retener posesión
de ella, y asi sucedió en este caso.
La artillería alemana y sus cañones de tiro ráp ; do
nos habían metido bien la puntería, asi es que sólo
arriesgando la vida podía uno presentarse fuera
de la trinchera.
Uno no debe suponer que sólo los alemanes
sufrieron fuertes pérdidas; nosotros también las
tuvimos y tan numerosas que bien hubiera sido
necesario una máquina calculadora para estimar¬
las con la debida rapidez.
Si alguno ha visto unas de esas dragas de vapor
trabajando en el Canal de Panamá, no le parecería
trabajo tan fuerte como el que estaban haciendo
los Tommies al excavar bajo el fuego de las balas,
pues apenas se podía ver por entre las nubes de
polvo que levantaban con sus palas.
Después de la pérdida de tres de nuestros seis
compañeros, conseguimos colocar en buena posi¬
ción al cañón de tiro rápido. Uno de los piés del
trípode estaba colocado sobre el pecho, de un
cadáver medio enterrado, y cuando tiraba el
cañón parecía como que el cuerpo estuviera respi¬
rando, lo que era ocasionado por la vibración tan
fuerte que tenía.
Algunas Complicaciones 167
Como a unos tres o cuatro piés en el fondo de la
trinchera, y como a tres piés del subsuelo, se veía
que salía un pié de la tierra; sabíamos que era el
de un alemán por tener una bota de cuero negro.
Uno de los compañeros se servía de ese pié para
colgar las cargas de municiones que necesitaba.
El era individuo que sabía utilizar todo, aun cosas
que ninguno se hubiera imaginado.
Los alemanes dieron tres asaltos, que nosotros
rechazamos, pero con grandes pérdidas por nuestro
lado. También ellos las tuvieron y en gran número,
debido al fuego de nuestros cañones de tiro rápido.
Por doquiera se veían los muertos y los heridos.
La mañana siguiente fué un poco más tranquila,
pero no lo suficiente para poder enterrar a los
muertos.
Durante seis días nosotros vivimos, comimos y
dormimos en esa trinchera, junto con los cuerpos
de los muertos sin enterrar. ¡ Cuan horrible era
contemplar sus caras cuando se hinchaban y
perdían su color natural! ¡ Cuan terrible era
el hedor que despedían!
Pero lo que más me puso nervioso fué ver el
pié que salía fuera de la tierra. De noche y a la
luz de la luna parecía que trataba de moverse.
La impresión que esto me causó fué tal que varias
veces fui y lo agarré con las manos, para ver si se
movía.
Le conté esto al compañero que lo había usado
como sombrerera un poco antes de tratar de dor¬
mitar, pues como había un poco de quietud creí
i68
¡Al Asalto!
poder descansar algo, pues bien lo necesitaba.
Cuando desperté el pié había desaparecido. Lo
había cortado con una sierra que estaba allí a
mano, y después había cubierto con lodo lo que
sobraba de la pierna.
Durante los siguientes dos o tres días y antes
de que nos relevaran, parecía que me hacia falta
ese pié, y me imaginaba como si había perdido
de repente a un compañero.
Creo que lo más desagradable que era en todo
esto era el ver las ratas de noche y a veces de día,
correr y hasta jugar por entre los cadáveres.
Cerca de nuestro cañón y casi en frente del para¬
peto se veía el cadáver de un teniente alemán,
cuya cabeza y brazos estaban colgando fuera de
la trinchera. El compañero que había cortado
el pié aquel, se sentaba y conversaba en monólogo
con ese oficial, tratando de demostrar que Alemania
había hecho mal en iniciar la guerra. Durante
tal monólogo nunca le oí decir nada que estuviera
mal dicho, nada que hubiera podido molestar al
oficial si hubiese estado en vida. Discutía con
toda justicia, y sin tratar de obtener la vic¬
toria del muerto por medio de argumentos in¬
adecuados.
A los que están en la vida ordinaria ésto les
debe parecer horrible, pero a nosotros que estába¬
mos combatiendo y que nos habíamos acostum¬
brado a ver cosas tan terribles, eso no nos causaba
mucha impresión. Al pasar por una carnicería
a nadie le causa impresión ver un pavo muerto
fe
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Algunas Complicaciones 169
colgado de un gancho; pues bién en Francia un
cadáver se contempla de igual manera.
Pero a pesar de todo, muy contentos nos pusimos
cuando terminaron nuestros seis días.
Nuestra compañía de cañón de tiro rápido tuvo
diez y siete muertos y treinta y un heridos en ese
pequeño encuentro para “enderezar la línea,”
mientras que otras compañías tuvieron pérdidas
más numerosas.
Después de ese asalto permanecimos seis días
en cuarteles de reserva, y al séptimo fuimos nueva¬
mente a nuestros cuarteles de descanso.
CAPITULO XXII
CASTIGOS Y DESCARGAS DE CAÑONES DE TIRO
RÁPIDO
OCO después de mi llegada en Francia, y en
A realidad desde que ingresé en el ejército,
me convencí que la disciplina del ejército británico
era muy estricta. Tiene uno que tener mucho
cuidado para cumplir bien con las obligaciones
que impone el gobierno.
Hay como siete millones de modos de quebran¬
tar el reglamento del Rey; y a veces para cumplir
uno se tiene que quebrantar otro.
El peor castigo es ser fusilado o “colocarlo
contra la pared,” como Tommy lo llama.
Este castigo es por deserción, cobardía, levan¬
tamiento, dar informes al enemigo, destruir o
echar a perder maliciosamente las municiones,
robo, estupro, despojo de los muertos, pegar a un
superior, etc.
Después de eso viene el castigo de sesenta y
cuatro días en la trinchera de la línea del frente,
sin ser relevado. Durante todo ese tiempo tiene
uno que tomar parte en todos los asaltos, ingresar
en los grupos que trabajan en la Tierra Inhabitable
Castigos
171
y hacer cualquier otra tarea peligrosa que se
presente. Si logra uno escapar con la vida durante
esos sesenta y cuatro días, es que tiene uno muy
buena suerte.
Este castigo se da cuando existe alguna duda
acerca de la criminalidad de un individuo que
hubiese cometido un delito que se castiga con la
muerte.
En seguida viene el famoso castigo de campa¬
mento, número 1. Tommy le ha dado el apodo
de “ crucifixión ,’' que implica el que se ponga a
un individuo en cruz sobre la rueda de un armón
dos horas por día durante veinte y un días, y en
ese tiempo sólo le dan agua, carne prensada y
galletas para su rancho. Lo “ crucifican ” a uno
por cometer faltas leves con frecuencia.
En seguida existe el castigo de campamento
no. 2,
Este consiste en que lo encierren en la “deten¬
ción,” sin cobertores, dándole agua, carne prensada
y galletas como rancho, y obligándole a hacer
todos los trabajos desagradables que pueda haber.
Esto dura durante veinte y cuatro horas, o veinte
días, según la gravedad del delito cometido.
En seguida viene la revista de faltistas, que
consiste en pasar revista, durante dos horas con
equipo completo. A Tommy no le gusta esto,
porque es trabajo muy fuerte. A veces llena su
mochila con paja para que pese menos, y a veces
se descubre su superchería. Cuando esto sucede
tiene que permanecer durante veinte y un días
172 ¡Al Asalto!
contemplando a los demás, sujeto a la rueda de un
armón.
Después hay el “C. B.” que quiere decir en¬
cierro en el cuartel, y esto consiste en quedarse en
el cuartel de veinte y cuatro horas a siete días.
Además tiene uno que de vez en cuando pasar
revista de faltista y desempeñar todas las tareas
desagradables en el cuartel.
El sargento primero lleva lo que se llama un
Registro de Delitos. Cuando un soldado comete
algún delito se le apunta, esto es se asienta su
nombre, número y delito en el Registro de Delitos.
Al día siguiente a las nueve A.M., va a la sección
de órdenes y comparece ante el capitán, quien lo
castiga con C. B. o lo envía ante el O. C. (Oficial
que manda el Batallón). El capitán de la com¬
pañía sólo puede dictar un C. B.
Con frecuencia los Tommies han tenido que
agradecer al Rey por haber dictado esta disposi¬
ción en su reglamento.
Para que consiga uno el título de “ buen soldado,”
Tommy tiene que no figurar en el Registro de Deli¬
tos, y eso se puede decir que es cosa bien difícil.
Yo figuré en él varias veces, casi siempre por lo
que llamaban mi “osadía yankee.”
Durante nuestra permanencia de dos semanas
en los cuarteles de descanso, nuestro capitán nos
dió algunas lecciones con respecto al ejercicio de
los cañones de tiro rápido, discutió con nosotros
algunas teorías y nos dió a conocer algo sobre su
mecanismo.
Cañones de Tiro Rápido
173
Después de que terminaban las revistas, nuestros
compañeros se juntaban y trataban de discutir
algunas teorías de su propia cuenta con referencia
a la manera de manejar los cañones. Estas dis-
cuciones no tenían nada que ver con el progreso
de la guerra, pues se referían más bien a la coloca¬
ción de algunos obstáculos en el cañón para que
los demás compañeros trataren de determinar en
donde existía tal obstáculo y hacer funcionar el
cañón, lo que nos entretenía por algún tiempo.
Uno de los compañeros que servía conmigo en
nuestro cañón, decía que él podía tocar una pieza
de música mientras que estuviera tirando el
cañón, y eso lo demostró un día cuando estábamos
tirando al blanco. Fué esto tan de nuestro agrado,
que todos resolvimos dedicarnos a ese arte
v musical.
Después de practicar constantemente logré ser
buen perito con referencia a la canción “ All con¬
ductor s haré bigfeet” (Todos los conductores tienen
piés grandes).
Cuando ya me había perfeccionado en esta
pieza musical, terminaron nuestras dos semanas
de descanso, y otra vez nos fuimos a la línea de
fuego y nos situamos en el sector en frente del
bosque G-.
Las trincheras alemanas que estaban en este
lugar circundaban un cerro, en cuya parte superior
había un bosque tupido, que estaba erizado con
cañones de tiro rápido, los que dominaban muy
bien nuestras líneas transversales, asi como las
174
¡Al Asalto!
calles de una pequeña población, en que teníamos
nuestros cuarteles de reserva.
Había un cañón que especialmente nos moles¬
taba sobremanera, pues tiraba con certeza sobre
la entrada principal de nuestra covacha, y todas
las noches hacia la hora en que se repartía el
rancho, sus balas llegaban muy cerca y levantaban
el polvo del camino; y hubo más de un Tommy
que emprendió su viaje hacia el Occidente o a
Blighty, por pasar en frente de la dirección en
que venían sus balas.
Este cañón nos ponía sumamente nerviosos, y
parecía que Fritz lo comprendía, pues ni por una
sola hora dejaba de hacerlo funcionar sobre noso¬
tros. Corría peligro nuestra reputación de bue¬
nos artilleros; asi es que tratamos de descubrir
el lugar en que este cañón estaba situado para
desmontarlo, pero por más que hadamos no podía¬
mos lograrlo y Fritz continuaba haciendo de las
suyas. Diariamente nos molestaba más y más
y hacia todo lo posible por enfurecernos, y en
realidad se consideraba invencible.
Al fin uno de nuestros compañeros tuvo una
magnífica idea, que todos aprobamos con entu¬
siasmo y resolvimos ponerla en práctica.
Este era su plan:
Cuando yo debiera hacer fuego con nuestro
cañón, tocaría mi pieza musical, e indudablemente
Fritz trataría de imitarla, como si fuera para
mofarse de nosotros, y entonces este artillero y
dos más de nuestros compañeros tratarían por
Cañones de Tiro Rápido 175
medio del sonido, de determinar en donde estaban
Fritz y su cañón. Después de determinar el local,
colocarían dos cañones de tiro rápido en unos
árboles, en un pequeño bosque cercano hacia la
izquierda de nuestro cementerio, y mientras que
Fritz estaba en medio de su lección, le harían una
buena descarga y esperarían su resultado. Según
nuestros cálculos este plan no podía realizarse
antes de una semana.
Si Fritz no caía en la red, no nos sería posible
determinar el punto en donde estaba colocado
este cañón especial, y éste es el que queríamos
localizar, porque todos se parecían y su sonido
era siempre el lento pup-pup-pup.
Estaba nuestra reputación de por medio y
pendiente de un hilo. Teníamos que soportar
las bromas y los chistes de los demás compañeros
del batallón, debido a que no podíamos poner
punto final a los tiros de Fritz. Aun para nuestro
batallón ese cañón alemán era una verdadera
pesadilla.
Al día siguiente Fritz empezó a tirar como de
costumbre. Dejé que continuara haciéndolo por
algún tiempo, y después yo reliqué con mi “pup-
pup-pup-pup-pup-pup-pup. ’ ’ Continué haciéndolo
hasta acabar con dos repuestos de municiones.
Fritz había dejado de tirar, sin duda para ponerse
a escuchar, y entonces principió de nuevo; y como
lo habíamos supuesto, cayó en la red, y su cañón
principió a imitar al mío, pero al principio lo hizo
como mal aficionado. Entonces nuevamente
176
¡Al Asalto!
comencé varios versos de la pieza y luego paraba,
y entonces él trataba de imitar lo que yo tocaba.
Sabía imitar bien y parecía estar bromeando, pues
sus balas pasaban muy alto sobre nuestras cabezas
y parecía que sólo tiraba al aire. Ya casi me sim¬
patizaba el tal cañón.
Nuestro dúo continuó durante cinco días.
Fritz era buen discípulo y aprendía rápidamente;
en realidad ya superaba a su maestro, lo que
principiaba a causarme envidia. Cuando ter¬
minó de aprender la tonada, nuevamente principió
a hacer descargas sobre el camino, causándonos
tantas pérdidas como anteriormente, pero al hacer
ésto firmó su propia sentencia de muerte, y mi
amistad se convirtió en odio, pues cada vez que
tocaba esa pieza musical bien nos causaba estragos.
Los compañeros del batallón continuaban mofán¬
dose de nosotros, pues ellos no comprendían ni
sabían nuestro plan.
El que lo ideó y otros dos artilleros ya habían
logrado localizar el punto en que estaba Fritz.
Colocaron sus dos cañones y también a mi me
dieron la puntería, y fijamos el desenlace del drama
para la siguiente tarde.
Nuestros tres cañones, dirigidos a distintas
elevaciones, tenían arregladas sus punterías de tal
manera que empezarían a descargar simultánea¬
mente y sus balas caerían sobre Fritz de repente
como si fueran una verdadera granizada.
A eso de las tres de la tarde del día siguiente,
Fritz principió con su tonada de pup-pup-pup.
Cañones de Tiro Rápido 177
Por medio de un pito di un fuerte silbido, y ésta
era la señal convenida; principiamos nuestras
descargas y de repente el cañón de Fritz paró de
tocar en medio de la pieza. Habíamos acabado
con su carrera musical, y nuestro plan había
tenido un éxito brillante. Después de hacer dos
descargas más para digamos darle el tiro de gracia,
desmontamos nuestros cañones con rapidez y nos
fuimos a esconder en la covacha, pues bien sabía¬
mos lo que iba a acontecer. No tuvimos que
esperar mucho tiempo, pues vinieron tres fuertes
descargas desde luego de la artillería de Fritz,
lo cual confirmaba nuestra idea de que habían
terminado las proezas de aquel cañón de tiro
rápido y que con su música se había ido a otra
parte.
Ya ese consabido cañón no volvió a molestarnos.
Adquirimos gran reputación en el batallón, nuestro
capitán nos felicitó y di jó que habíamos hecho
una buena proeza, y por lo tanto nos pusimos
sumamente orgullosos por lo que habíamos hecho.
Hay distintas maneras en que Tommy trata de
ocultar el lugar en donde coloca su cañón de tiro
rápido y para obtener su puntería. Daré cuenta
de los métodos más usuales que emplea con ese
objeto.
De noche cuando él coloca su cañón sobre el
borde de su trinchera, y quiere acertar la puntería
hacia la trinchera de Fritz, adopta el sistema que
él denomina “ sacar las chispas.” Consiste ésto
en tirar varias veces con su cañón hasta que las
12
i 7 8
¡Al Asalto!
balas le pegan al cerco de alambre de los alemanes.
Bien comprende él cuando ha cortado el alambre,
porque cuando una bala pega contra un alambre
despide una chispa azul eléctrica. Los cañones
de tiro rápido causan muchos destrozos en los
cercos de alambre, y es por eso que de noche tienen
que salir algunas patrullas cuando todo está quieto
para hacer las reparaciones correspondientes.
Para ocultar la llamarada de su cañón cuando
tira de noche, Tommy emplea lo que llama un
protector del resplandor. Este consiste en una
especie de tubo de chimenea que cubre la cubierta
del cañón, e impide que se noten las chispas por los
lados de derecha e izquierda, pero no por el frente.
Tommy que siempre tiene buena inventiva, ha
adoptado este plan. Como unos tres piés o menos
en frente del cañón fija dos postes en la tierra, que
están a unos cinco piés de distancia entre si. Co¬
loca una cortina hecha de sacos vacíos descosidos
y puesta entre los dos postes. Humedece esta
cortina con agua y tira a través de ella. Como
/
\
•:—-too vos. -
SUPUESTO CAÑON CAÑÓN DE
CAÑÓN DE
LA IZQUIÉRDA
LA DERECHA
Cañones de Tiro Rápido 179
el agua impide que arda la cortina eso da por
resultado que oculte al enemigo la llamarada del
cañón que está tirando.
El sonido es uno de los indicios más valiosos
para localizar un cañón, pero Tommy ha logrado
vencer este obstáculo, colocando dos cañones de tiro
rápido a una distancia de cien a ciento cincuenta
yardas entre sí, para que el cañón de la derecha cu¬
bra con sus tiros el sector del cañón de la izquierda
y el cañón que está a la izquierda cubra el de la
derecha. De esa manera los fuegos se cruzan y
se hacen simultáneamente. Siguiendo este plan
parece como que sólo un cañón está tirando, y eso
da la impresión a los alemanes de que están tirando
de un lugar que se encuentra a media distancia
entre los cañones que en realidad están haciendo
las descargas, y por lo tanto echa sus granada
sobre ese punto especial. Los artilleros de los
cañones de tiro rápido se ríen a carcajadas y dicen:
“Fritz tiene buen sentido común, pero esta vez
no lo demuestra.’’
Pero los compañeros de nuestra línea que están
en el lugar a donde llegan las granadas maldicen
a Fritz por su ignorancia, y hacen algunas obser¬
vaciones a los demás a lo largo de nuestra línea
en que indican que nuestros artilleros son muy
vivos, pero que no les gusta tomar lo que ellos
mismos recetan.
CAPÍTULO XXIII
ATAQUES CON GAS Y ESPÍAS
RES días después de que desmontamos el
1 cañón de Fritz, los alemanes nos atacaron
con gas, pero esto no nos causó gran sorpresa,
pues ya habíamos notado que el viento venía en
nuestra dirección, procedente de las trincheras
alemanas y soplando con la velocidad de unas
cinco millas por hora.
Ya se había corrido la voz por toda la trinchera
de que pronto seríamos atacados con gas.
Estaba situado un compañero en el periscopio
la tarde a que me refiero, y yo estaba sentado en
el escalón de fuego limpiando mi rifle, cuando me
gritó:
“Veo una especie de nube amarillenta y verdosa
que está avanzando a lo largo del suelo cerca de
nuestro frente, ya viene-”
Pero no esperé recibir informes más detallados,
sino que agarré mi bayoneta que estaba cerca del
rifle, y di el alarma pegando contra una granada
rota y vacía que estaba colgada cerca del peris¬
copio. Inmediatemante sonaron y se dieron repe¬
tidas señales a lo largo de la trinchera, lo que le
180
Ataques con Gas y Espías 181
indicaba a Tommy que debía ponerse su respirador
o máscara contra el humo, como él lo llama.
El gas anda con suma rapidez, asi es que no
debe uno perder el tiempo. Como regla general
sólo le quedan a uno diez y ocho o veinte segundos
para ajustarse su máscara contra el gas.
Esta máscara contra el gas se hace de paño, que
está empapado de ciertas sustancias químicas;
tiene dos aperturas, u ojos de vidrio, por los cuales
uno puede ver, y dentro de ella hay un tubo cubier¬
to de goma, que llega hasta la boca. Uno res¬
pira por la nariz, y el gas, al pasar por la máscara
de paño, queda neutralizado por medio de las
sustancias químicas. Se arroja fuera el aire
nocivo por medio del tubo en la boca, siendo
construido este tubo de modo que impida que se
respire el aire o gas de afuera. Nuestras máscaras
pueden servir contra el gas más fuerte durante
cinco horas. Cada Tommy lleva dos de ellas
suspendidas sobre los hombros, en un saco de tela
impermeable. Debe llevar este saco a toda hora,
aun cuando esté durmiendo. Para cambiar una
máscara defectuosa saca uno una nueva, retiene
su respiración, se quita la antigua y coloca la
nueva sobre la cabeza, metiendo los extremos
sueltos bajo el cuello de su saco.
Durante algunos momentos hubo un ruido
infernal en nuestra trinchera. Los Tommies
estaban arreglando sus máscaras, los tiradores de
bombas corrían en distintas direcciones y los
soldados que estaban en las covachas salían con
182 ¡Al Asalto!
las bayonetas listas para defender el escalón de
fuego.
Empezaron a llegar muchos refuerzos de las
trincheras de comunicación, y los que atendían
a nuestro cañón lo empezaron a alistar sobre el
parapeto y sacaron más municiones de la covacha.
El gas alemán es más pesado que el aire, y por
lo tanto llena las trincheras y las covachas, en
donde a veces permanece oculto durante dos o
tres días, hasta que el aire se purifica por medio
de riegos abundantes de sustancias químicas.
Teníamos que trabajar con suma rapidez, pues
Fritz, como regla general, a continuación de su
ataque con gas, verifica un asalto de infantería.
Un compañero de mi compañía que estaba a
mi derecha se puso la máscara muy despacio; de
repente cayó como plomo en el suelo, agarrándose
la garganta, y después de unas pocas contorsiones
nerviosas, se fué hacia el Occidente (murió).
Horrible fué la escena de su muerte, y más horrible
el pensar que no podíamos hacer nada por él. En
una de las esquinas de una trinchera transversal
se veía a un perrito todo enlodado y que era muy
mimado por la compañía; estaba muerto, y tapán¬
dose la nariz con las patitas.
Son los animales los que sufren más debido al
gas; los caballos, las muías, los bueyes, los perros,
los gatos y las ratas, pues no tienen máscaras que
les sirvan de protección. A Tommy poco le
importa lo que le sobrevenga a las ratas durante
un ataque con gas.
Ataques con Gas y Espías 183
Se sabe que a veces el gas ha recorrido hasta
quince millas de distancia detrás de las líneas
con funestos resultados.
Las máscaras contra el gas, o contra el humo,
según algunos las llaman, son de todos modos algo
que huele muy mal, y cuando las usa uno algún
tiempo le vienen fuertes dolores de cabeza.
Nuestros cañones con balas de diez y ocho libras
estaban haciendo sus descargas sobre la Tierra
Inhabitable, pues nuestra artillería estaba tra¬
tando de poner término a las nubes de gas.
En el escalón de fuego se veían muchos soldados
agachados, con las bayonetas listas y las bombas
muy cercanas para contrarrestar el asalto que se
esperaba.
Nuestra artillería había seguido con un fuego
graneado intenso sobre las líneas alemanas, con
el objeto de poner fin a su asalto e impedir que les
llegaran refuerzos.
Dirigí la puntería de mi cañón de tiro rápido
sobre la trinchera alemana y bien notaba que sus
balas pegaban con frecuencia sobre el parapeto.
De repente los vimos venir hacia nosotros con
sus bayonetas centellando. Traían unas máscaras
para respirar, que tenían una gran proyección en
la parte delantera que les daba la apariencia de
monstruos horribles y horripilantes.
Entonces principió la nutrida descarga de nues¬
tros rifles y cañones de tiro rápido a lo largo de
nuestra trinchera, y se veían nuestras granadas
hacer explosión sobre sus cabezas. Caían muchos
184
¡Al Asalto!
de ellos en montones, pero luego nuevos comba¬
tientes aparecían para reemplazar a los que habían
caído, y parecía que nada podía contrarrestar su
empuje. Al fin los alemanes llegaron hasta nuestro
cerco de alambre, que ya antes habían destruido
por medio de su metralla; y entonces fué un duelo
de bombas de mano, y aquello parecía un infierno
más bien que otra cosa.
De repente me pareció que se me partía la
cabeza, debido a un fuerte golpe en los oídos.
Sentí que se me iba la cabeza, que la garganta se
secaba y que tenía un fuerte peso sobre los pul¬
mones, lo que me indicaba que mi máscara había
sufrido algún desperfecto. Entregué mi fusil al
no. 2 y cambié de máscara.
Me pareció entonces que la trinchera se en¬
roscaba como una serpiente y que los sacos de
arena estaban flotando por el aire. El ruido
que oía era terrible; caí desfallecido sobre el
escalón de fuego, en seguida me pareció que me
piqueteaban con agujas, y al fin todo quedó en
la obscuridad.
Desperté cuando uno de mis compañeros me
quitó la máscara contra el humo, y aspiré con
delicia el aire puro que me penetraba por los
pulmones.
En estos momentos fuertes ráfagas de viento
hicieron que desapareciera el gas.
Me dijeron que había estado yo sin sentido
durante tres horas, y que creían que había muerto.
Había sido rechazado el asalto, después de una
Ataques con Gas y Espías i 85
refriega terrible. Dos veces los alemanes habían
llegado y penetrado en nuestra trinchera, y dos
veces habían sido rechazados por nuestras tropas.
La trinchera se veía llena de muertos de ambos
lados. Por medio de un periscopio conté diez y
ocho alemanes muertos en nuestro cerco, consti¬
tuyendo con sus horribles máscaras un espectáculo
bien horroroso.
Examiné mi primer máscara contra el gas y
noté que una bala le había penetrado por el lado
izquierdo y así me había rozado la oreja, permi¬
tiendo que por el agujero que se hizo en la tela
pudiera penetrar el gas.
De los seis de nosotros que manejaban el catión,
dos resultaron muertos y dos heridos.
Esa noche enterramos a todos los muertos, con
excepción de los que estaban en la Tierra Inhabi¬
table. Con la muerte desaparecen las distinciones,
asi es que se trata de igual manera al amigo que
al enemigo.
Después de que el viento hubo hecho que desa¬
pareciera el gas, los R. A. M. C. principiaron
a trabajar con sus regaderas químicas, arrojando
las sustancias necesarias en las covachas y en
las partes bajas de las trincheras para disipar el
humo del gas alemán, que pudiera todavía estar
oculto en ellas.
Dos días después del ataque con gas, me envia¬
ron al Cuartel General de la División, debido a
que se había expedido una orden para que los
capitanes de las distintas compañías enviaran a
i86
¡Al Asalto!
alguno que ellos considerasen aptos para sufrir
un examen en el Departamentp de Señales de la
División.
Antes de salir para cumplir esta comisión, me
fui a la trinchera del frente de la línea para des¬
pedirme de mis compañeros, y con mucho orgu¬
llo les decía que había recibido una magnífica
comisión para prestar mis servicios detrás de las
líneas y que mucho sentia que no pudiera perma¬
necer en la línea del frente para seguir discutiendo,
sobre la guerra con Fritz. Todos envidiaban mi
buena fortuna, pero de buena manera, y al salirme
de la trinchera para ir a retaguardia, todos me
gritaban:
“Que tengas buena fortuna yank, compañero,
no te olvides de mandar unos cuantos cigarros a
tus viejos compañeros.”
Después de prometer que cumpliría esa pro¬
mesa, me fui.
Me presenté en el Cuartel General con diez y
seis compañeros más y fui aprobado después del
examen correspondiente. Fueron escogidos cuatro
de los diez y seis que se presentaron.
Muy complacido quedé con lo ocurrido, pues
creía que iba a tener una tarea muy fácil y agra¬
dable en donde me enviaran.
A la mañana siguiente los cuatro nos presenta¬
mos en el Cuartel General de la División para
recibir nuestras instrucciones. A dos de los com¬
pañeros los enviaron a unas poblaciones grandes a
retaguardia de las líneas, para desempeñar tareas
Ataques con Gas y Espías 187
bien fáciles. Cuando nos tocó a nosotros nuestro
turno, el oficial nos dijo que éramos muy buenos
soldados y que habíamos hecho un brillante
exámen.
Parecíame que mi sombrero de hojadelata era
demasiado chico para la cabeza, y noté que el
otro individuo llamado Atwell se había puesto muy
orondo.
Continuó hablando el oficial: “Creo que puedo
emplear a ustedes dos con gran provecho en la
línea del frente. Aquí les entrego sus órdenes e
instrucciones y también el pase que les confiere
plena autorización como M.P. especiales para
desempeñar tareas de suma importancia. Pre¬
séntense en la línea del frente, de acuerdo con las
instrucciones que han recibido. Lo que tienen
que hacer es muy arriesgado, y les deseo la mejor
suerte en su desempeño.”
Mi corazón se quedó en un hilo y la cara de
Atwell era digna de contemplarse. Hicimos nues¬
tros saludos de ordenanza y nos fuimos.
Eso de desearnos “la mejor suerte” parecía ser
de mal agüero; si nos hubiera dicho “espero que
ambos morirán pronto y sin ningún sufrimiento,”
puede ser que hubiera sido una observación más
adecuada.
Cuando leimos nuestras instrucciones, com¬
prendimos que nuestra tarea era una sumamente
peligrosa y delicada.
Lo que Atwell dijo no puede ponerse en letras
de molde, pero yo aprobé de todas veras lo que él
i88
¡Al Asalto!
opinaba acerca de la guerra, acerca del ejército
y acerca del Cuartel General de la División.
Pasado un poco de tiempo nos animamos algo.
Habíamos sido nombrados en comisión para descu¬
brir espías, y así lo indicaban nuestras instruc¬
ciones y órdenes.
Lo primero que hicimos fué presentamos en el
estaminet francés más cercano y beber unos cuantos
vasos de agua lodosa, que ellos llaman cerveza.
Después de beber la cerveza, salimos del estaminet
y paramos a una ambulancia vacía.
Después de enseñar al chauffeur nuestros pases,
nos metimos en el carro y él nos llevó hacia el
lugar de la línea en donde nos debíamos presentar.
La ambulancia era un Ford y bien merecía su
reputación, pues no puedo comprender como los
heridos podían sobrevivir después de viajar en él.
Era peor que ir en una cureña de cañón sobre un
camino pedregoso.
El chauffeur de la ambulancia era un cabo de la
R. A. M. C., y era de los nerviosos, ésto es de los
que no les gusta estar bajo el fuego de las balas.
Yo iba sentado a su lado, mientras que Atwell
estaba dentro de la ambulancia, con las piernas
colgando en la testera.
Al pasar por una población que había sido
destruida por las bombas, un policía militar de a
caballo nos paró e informó al chauffeur que debía
tener mucho cuidado cuando saliera por el camino
abierto, por ser eso bien peligroso, puesto que
recientemente los alemanes habían adquirido la
Ataques con Gas y Espías 189
costumbre de ametrallarlo. El cabo preguntó al
policía si no había otro camino que pudiera tomar,
y recibió el informe de que no había ningún otro.
Entonces se puso muy nervioso y quería regresar,
pero nosotros insistimos en que debía seguir hasta
su destino, y le explicamos que quedaría muy mal
con su jefe si regresaba sin recibir órdenes para
ello, y que nosotros queríamos ir en carro y no a
pié.
Al conversar con él supimos que hacia poco que
había venido de Inglaterra como recluta, que
nunca había estado bajo las balas, y que por eso
se había puesto nervioso. Lo convencimos de
que en realidad había poco peligro, y al fin pareció
quedar satisfecho con nuestras explicaciones.
Pero al entrar en el camino abierto nosotros no
teníamos mucha confianza y temimos que nos
sucediera algún percance. De ambos lados había
existido una hilera de árboles, pero en la actualidad
todo lo que quedaba de ellos eran unos troncos
destrozados y maltrechos. Por los campos a
ambos lados del camino se veían agujeros hechos
por las granadas, y aun en el mismo camino vimos
algunos de ellos. Habíamos caminado como una
media milla, cuando de repente vimos pasar una
granada haciendo estrépito por el aire, yendo a
caer y haciendo explosión en un campo que estaba
a unas trescientas yardas a nuestra derecha.
Hubo otra en seguida, y ésta cayó en la orilla del
camino hacia unas cuatrocientas yardas en frente
de nosotros.
¡Al Asalto!
190
Le dije al chauffeur que soltara el freno dando
mayor velocidad, pues ya debíamos estar muy
cerca de los alemanes. Yo bien comprendí la
situación, y supuse que la batería nos estaba
tomando puntería, y que por lo tanto mientras
más pronto saliéramos de la línea del fuego mejor
sería para nosotros. El chauffeur estaba tem¬
blando como una hoja, y a cada momento yo creía
que nos iba a desbarrancar en la zanja. En reali¬
dad yo prefería el peligro de las balas alemanas.
Atwell estaba agarrándose con todas sus fuerzas
de unas correas en la testera, y con voz muy alta
entonaba los versos aquellos de:
“Les ganamos en el Marne,
Les ganamos en el Aisne,
Los arrojamos al infierno en Neuve Chapelle,
Y aqúi haremos igual cosa.”
En esos momentos nos atoramos en un pequeño
agujero hecho por las granadas y casi nos volcamos.
Al oir un grito fuertísimo que provenía de reta¬
guardia, eché la mirada en esa dirección y vi a
Atwell sentado en medio del camino y amenazán¬
donos con el puño cerrado. Se veía su equipo,
que se había quitado al entrar en la ambulancia
todo esparcido en la tierra y su riñe estaba en la
zanja.
Le grité al chauffeur que parara, y como estaba
tan nervioso aplicó el freno, y con eso casi nos echó
de cabeza fuera del carro. Pero también, debido
a eso salvamos nuestras vidas, porque a los pocos
Máscara contra el Gas.
-
*
Ataques con Gas y Espías 191
momentos hubo un ruido terrible y una llamarada
vivísima. Todo lo que recuerdo es que yo estaba
volando por el aire y pensando si podría caer en
algún lugar blando. Y en seguida toda la luz
desapareció.
Cuando reviví, Atwell estaba frontándome la
cabeza con agua que sacaba de su botella. Del
otro lado del camino se veía al cabo sentado y
que estaba frotando un chichón que tenía en la
frente; ésto lo hacia con la mano izquierda, mien¬
tras que su derecha estaba vendada y llena de
sangre. Estaba lamentándose en voz alta. Yo
me sentía con un fuerte dolor de cabeza, y el cutis
del lado izquierdo de la cara estaba lleno de piedri-
tas y me salía sangre de la nariz.
En cuanto a la ambulancia se había volcado en
la zanja y se veía llena de agujeros causados por los
fragmentos de la granada. Una de sus ruedas
delanteras estaba dando vueltas muy despacio,
asi es que no debo haber estado sin sentido por
largo tiempo.
Si Mr. Ford hubiese visto ese carro, se hubiera
convencido más de su teoría de “La paz de cual¬
quier modo,” e indudablemente hubiera alistado
otro buque de la paz.
Seguía el fuego graneado y las balas se oían
por arriba de nuestras cabezas, pero la puntería
se había desviado y las granadas estaban cayendo
en un pequeño bosque a eso de media milla de
donde estábamos.
Atwell fué el primero que habló: ‘ ‘ Mucho deseara
192
¡Al Asalto!
que ese oficial no nos hubiera vaticinado 1 la mejor
suerte/ ” Entonces empezó a echar juramentos,
lo que promovió mi risa, a pesar de que parecía
que se me estaba partiendo la cabeza.
Levantándome poco a poco, me tenté por todo
el cuerpo, para ver si no me habían roto algunos
huesos. Pero fuera de algunas cuantas rozaduras
y rasguños, nada me había sucedido. El cabo
seguía lamentándose, pero eso más debido al
miedo que a los dolores. Sólo le había penetrado
un pedazo pequeño de granada por el antebrazo
derecho. Atwell y yo mismo, haciendo uso de
nuestros útiles de cirujía, le vendamos el brazo e
impedimos que sangrara más, y después recogimos
nuestro equipo.
Comprendimos que estábamos en un lugar
peligroso y que en cualquier momento alguna
granada podía caer sobre el camino y acabar con
nosotros. Como la población de donde habíamos
salido no estaba a gran distancia, le dijimos al
cabo que mejor sería que regresara para que le
curaran el brazo, y que también informara a la
policía militar acerca de la destrucción de la am¬
bulancia. Podía caminar bien, asi es que se diri¬
gió hacia la población, mientras que Atwell y yo
continuamos por nuestro derrotero a pié.
Llegamos a nuestro destino sin ningún otro
incidente, y nos presentamos en el Cuartel General
de la Brigada, para que nos designaran alojamiento
y nos dieran nuestro rancho.
Dormimos esa noche en la covacha del sargento
Ataques con Gas y Espías 193
primero del batallón, y a la mañana siguiente
fui al hospital auxiliar de sangre, para que me
quitaran las piedritas que tenía pegadas a la
cara.
Según las instrucciones que recibimos del Cuar¬
tel General de la División debíamos tratar de
arrestar espías, vigilar las trincheras, examinar
los cadáveres de los alemanes, hacer reconocimien¬
tos en la Tierra Inhabitable, tomar parte en los
asaltos de trincheras e impedir que fueran robados
los cadáveres insepultos.
Tenía un pase que me permitía ir en donde yo
quisiera y a cualquiera hora por el sector de la
línea, que estaba en poder de nuestra división.
También me daba autorización para marcar el
alto y examinar las ambulancias, automóviles,
carretones y aun a los oficiales y soldados siempre
que se tuvieran vehementes sospechas de ellos, y
asi se considerase que eso era necesario. Se nos
permitió a Atwell y a mi que trabajáramos juntos
o por separado, según nos pareciera más convenien¬
te, y optamos por trabajar juntos.
Atwell era buen compañero y de muy buen
trato. Arrostraba cualquier peligro, pero no
inútilmente. Era número uno en eso de echar
juramentos. Podía muy bien haber figurado
entre los mejores en un regimiento de caballería.
Aunque había nacido en Inglaterra, había perma¬
necido varios años en Nueva York. Tenía seis
piés de alto y era tan fuerte como un toro, y
como yo sólo tengo cinco piés cinco pulgadas de
13
194
¡Al Asalto!
estatura, cuando nos juntábamos nos parecíamos
a “Mutt y Jeff,” de Bud Fischer.
Nos alojamos en una amplia covacha de los
Ingenieros Reales, y desde luego convinimos en
nuestros planes para lo futuro. Esta covacha
estaba al extremo de un extenso cementerio, y
varias veces a nuestro regreso de noche nos caímos
en las tumbas de ingleses, franceses y alemanes.
Atwell cuando sucedía eso, nunca profería en
juramentos, aunque en cualquier otro momento
que hubiera dado el menor traspié habría echado
maldiciones de lo lindo.
Una sección de nuestras trincheras estaba a
cargo de los Rifleros Reales de Irlanda. Durante
varios días circuló insistentemente el rumor de
que había un espía alemán entre nosotros, y que
ese espía llevaba el uniforme de oficial del Estado
Mayor británico. Se relataban varios cuentos
acerca de un oficial que tenía una cinta roja sobre
el gorro, y que se paseaba por la línea del frente
y por las trincheras de comunicación, haciendo
preguntas sospechosas sobre el lugar en donde
estaban las baterías, los puntos en que estaban
situados los cañones de tiro rápido y los morteros.
Luego que caía alguna granada en la batería,
sobre un cañón de tiro rápido o aun cerca de una
covacha, todo eso se atribuía al espía.
Circuló ese rumor con tanta insistencia que se
expidió una orden a todas las tropas, para que
arrestaran desde luego a cualquiera que pareciera
ser tal espía.
Ataques con Gas y Espías 195
Atwell y yo estábamos muy alertas y constan¬
temente visitábamos las trincheras por la noche
y aun de día, pero no lográbamos pescar al espía.
Un día, mientras que estábamos en una trin¬
chera de comunicación, nos horrorizamos al ver a
nuestro general de brigada, el Viejo Pimienta,
que venía detenido por un soldado raso muy alto,
que pertenecía a los Rifleros Reales de Irlanda.
Caminaba el general delante del soldado, que le
seguia con la bayoneta lista y en ristre.
Como de ordenanza saludamos al general al
pasar cerca de nosotros. El irlandés se sonreía
de muy buena gana, y apenas podíamos creer lo
que veíamos, pues el general estaba arrestado.
Después de adelantarse a una distancia de unos
pocos piés, se volteó el general, y le dijo con voz
enojada a Atwell:
“Dígale a este maldito loco quien soy yo. Me
ha arrestado creyendo que soy espía.”
Quedó atónito Atwell, pero el sentinela inte¬
rrumpió al general y dijo:
“No meta su cuchara a donde no debe, ahorita
usted Mr. Fritz tendrá que regresar al Cuartel
General y si vuelve a abrir esa boca, verá como le
doy un buen golpe con la culata de mi rifle.”
Difícilmente podría describir la terrible mirada
que le dió el general, quien estaba ciego de enojo,
pero sin proferir una sola palabra.
Atwell trató de colocarse en frente del sentinela,
para explicarle que realmente era el general a
quien había arrestado, pero el sentinela le amenazó
196
¡Al Asalto!
con la bayoneta e indudablemente lo hubiese
herido, si hubiera insistido. Asi es que Atwell
se separó y ya no chistó nada. Yo casi estaba
próximo a prorrumpir en carcajadas, y por poco
esto sucede, y si eso hubiera acaecido no creo que
podría haberse considerado que obraba de manera
diplomática al burlarme de mi general, aunque
estuviera en ese aprieto.
Llegaron el sentinela y su prisionero al Cuartel
General de la Brigada, dando esa llegada un
resultado muy desastrozo para el sentinela.
Lo más chistoso del caso es que el general había
sido el que personalmente había expedido la
orden para arrestar al espía. Tenía él la cos¬
tumbre de pasar por las trincheras haciendo una
visita de inspección, y sin que lo acompañara nin¬
guno de su Estado Mayor. El irlandés que acababa
de llegar al regimiento, nunca había visto al
general, asi es que cuando lo encontró en la trin¬
chera de comunicación, lo arrestó desde luego.
Débese notar que los generales llevan una cinta
roja alrededor del gorro. Al día siguiente vimos
que el irlandés estaba atado a la rueda de un
armón, y así principiaba a sufrir el castigo de veinte
y un días, o sea el castigo no. 1 del campamento.
Jamás he visto una cara más tristona que la que
tenía el pobre irlandés.
Durante varios días Atwell y yo tratamos de
no ir al Cuartel General de la Brigada, pues no
deseábamos topamos con el general.
El espía nunca fué capturado.
CAPÍTULO XXIV
INCIDENTE INTERESANTE
P OCOS días después recibí órdenes para que
me presentara en el Cuartel General de la
División, que estaba a treinta kilómetros a reta¬
guardia de la línea. Me presenté ante el A. P. M.
(Ayudante del Capitán Preboste). Me dijo que
me presentara en el cuartel no. 78, para que me
asignaran alojamiento y me dieran el rancho.
Eran como eso de las ocho de la noche, estaba
muy cansado y a poco me dormí sobre la paja del
cuartel. Por fuera se notaba que era una noche
muy desagradable, fría y algo lluviosa.
Como a eso de las dos de la mañana, alguien me
despertó, tocándome en el hombro. Al abrir
los ojos vi que un sargento primero del regimiento
estaba cerca de mí, y que llevaba una linterna en¬
cendida en la mano derecha. Iba yo a preguntarle
lo que había sucedido, cuando colocando el dedo
sobre los labios para imponerme silencio, murmuró:
“¿Consigue tu equipo y sin hacer ruido,
sigueme?”
Muy misterioso me pareció todo esto, pero
obedecí sus órdenes.
197
198
¡Al Asalto!
Ya fuera del cuartel, le pregunté lo que quería
decir todo eso, pero sólo me dijo:
“No hagas preguntas: es contra las órdenes
dictadas. Yo mismo no sé lo que ha pasado.”
Seguía lloviendo a cántaros.
Caminamos como unos quince minutos a lo
largo de un camino lodoso, y al fin nos paramos a
la entrada de lo que debe haber sido un antiguo
granero. Parecía yo oir en la obscuridad algunos
cerdos gruniendo, como por haber sido molestados.
En frente de la puerta estaba un oficial envuelto
en su impermeable. El R. S. M. se le acercó, le
dijo algo al oído y en seguida se fué. Este oficial
me llamó, me preguntó mi nombre, número y regi¬
miento, todo a la vez y bajo la luz de una linterna
que él llevaba, hizo sus apuntes en un pequeño
libro que tenía.
Cuando terminó de escribir, dijo en voz baja:
“¿Vete a ese lugar y espera nuevas órdenes,
pero nada de hablar, comprendes? ”
Entré en el granero y me senté en el suelo en la
obscuridad. No podía ver a nadie, pero podía
oir a algunos hombres que se movían y respiraban.
Todos ellos parecían nerviosos e impacientes. A
mi me sucedía lo mismo. Mientras que yo estaba
esperando, entraron tres hombres más. Después
el oficial metió la cabeza por la puerta y dio la
orden siguiente:
“Fórmense fuera del cuartel en simple fila.”
Nos formamos y quedamos esperando órdenes
y él las dió:
Incidente Interesante
199
u Compañía, atención. Número.”
Eramos doce.
“Vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda,
marchen,” y así fuimos marchando. Continuaba
la lluvia y yo estaba mojado hasta la médula de
los huesos y casi tiritando de frío.
Encabezados por el oficial debemos haber
marchado como una hora, metiéndonos por el
lodo y a veces cayéndonos en algún agujero hecho
por las granadas, cuando de repente el oficial dio
vuelta a la izquierda, y nos encontramos en una
especie de patio circundado de paredes. Ya había
cesado la lluvia, y empezaba a amanecer.
Frente a nosotros había cuatro pabellones de
rifles, formando cada tres de ellos un pabellón.
El oficial nos ordenó que prestáramos atención
y nos dijo que tomáramos las armas. Cada uno
tomó un rifle. Después diciendo: “Descansen,
armas,” con voz nerviosa y temblorosa, continuó:
“Compañeros: estáis aquí para dar cumplimien¬
to a un deber solemne. Os han escogido como
el grupo que debe fusilar a un soldado que ha sido
declarado culpable de un gran delito contra su
Rey y patria, que ha sido juzgado debida y legal¬
mente y que fué sentenciado a ser fusilado a las
tres veinte y ocho a.m. de este día. Esta senten¬
cia ha sido aprobada por la autoridad competente
en apelación, y debe cumplirse. Es el deber de
ustedes darle cumplimiento.”
“Allí están doce rifles, uno délos cuales contiene
un cartucho en blanco y los otros once contienen
200
¡Al Asalto!
cartuchos con bala. Se le exige a cada uno de
ustedes que cumpla con su deber y tire para matar.
Ustedes recibirán las órdenes directamente de mi.
¡Compañía, atención!”
Presentamos armas y entonces se fué. Me
sentía como desfallecido y mis rodillas temblaban.
Después de estar parados por lo que me parecía
una semana, aunque en realidad no fué más de
cinco minutos, oímos unos murmullos detrás de
nosotros y pasos sobre las baldosas del patio.
Nuestro oficial se presentó nuevamente, y en
voz baja, pero firme, dió la orden: “Media vuelta.”
Dimos la vuelta y bajo la luz medio amortiguada
del amanecer y a una distancia de varias yardas
en frente de nosotros, distinguí una pared de
ladrillo. Parado contra esta pared se veía un
bulto negro que llevaba un cuadrado blanco sobre
el pecho. Se suponía que ese cuadrado debería
ser nuestro blanco. Pero hacia la derecha del
bulto noté que había otro lugar blanco en la pared
y resolví apuntar en esa dirección.
“Listos! Apunten! Fuego! ”
Cayó el bulto negro en el suelo. Mi bala había
ido a pegar contra el punto blanco en la pared,
pues noté que algunas astillas se desprendían
de ella. Algún otro de los compañeros había
recibido el rifle que contenia el cartucho en blanco,
pero yo estaba satisfecho, pues la sangre de un
Tommy no había teñido mis manos.
“Atención. Descansen armas.”
Se volvieron a formar los pabellones y entonces
Incidente Interesante
201
nos dieron la orden “En marcha hacia la derecha,”
y asi dejamos el lugar en que se había verificado
la ejecución.
Ya estaba amaneciendo, y después de marchar
como unos cinco minutos, nos despacharon dán¬
donos el oficial en jefe las siguientes instrucciones.
“Vuélvanse por separado a sus compañías
respectivas, y acuérdense que no deben hablar
sobre este asunto; si no fuera asi, el culpable
tendrá que ser castigado.”
No necesitábamos que nos urgieran el regreso
a nuestros cuarteles. Debo decir que no conocía
a ninguno de los que formaron la compañía que
ejecutó la sentencia, y aun el oficial me era desco¬
nocido.
Los amigos y parientes de la víctima en Blighty
nunca sabrán que fué ejecutado, ellos creerán que
murió combatiendo por su Rey y por su patria.
En la lista de los heridos y muertos que se sumi¬
nistra al público su nombre aparecerá como “muer¬
to accidentalmente” o simplemento “muerto.”
El día después de la ejecución recibí órdenes de
presentarme nuevamente en la línea del fuego, y
de no chistar palabra.
Diariamente hay fusilamientos, y éstos son unos
de los incidentes que más repugnan y en realidad
son los más tristes. Muchos creen que el Departa¬
mento de la Guerra Británico se compone de
reglamentos muy estrictos que se hacen cumplir
con toda rigidez, pero al mismo tiempo debe
decirse que comprende sentimientos de benevo-
202
¡Al Asalto!
lencia, y una de las pruebas de ésto es la manera
con que se ocultan los fusilamientos y se dan
informes de ellos a los parientes del pobre des¬
graciado. Nunca saben la verdad de lo ocurrido
y siempre aparecen en los boletines entre los
“muertos accidentalmente.”
Durante los últimos años he leido varias veces
en las revistas algunos cuentos de hombres cobar¬
des, que en un asalto se han convertido en héroes.
A mi ésto siempre me parecía cosa ridicula.
Creía que ésto lo hacian los escritores para contar
algo que llamara la atención, pues yo decía “los
hombres no se conducen de esta manera,” pero
después que estuve en Francia tuve conocimiento
de algunos casos en que los cobardes se habían
convertido en hombres valientes. Presentaré un
caso, de que tuve conocimiento, inquiriendo del
capitán de la compañía, de los sentinelas que
vigilaron al protagonista del cuento, como también
por mis propias observaciones. Al principio no
supe todo lo que había ocurrido, pero después de
estar averiguando los incidentes y los hechos
durante toda una semana se esbozó en mi mente
con la misma claridad que las montañas de mi
patria al oeste durante un día de sol de primavera.
Todo me causó tanta impresión, que lo apunté
durante mi permanencia en el cuartel de descanso
en distintos pedazos de papel. Debo asegurar
que todos los incidentes son enteramente verídicos
y que también describo exactamente lo que pen¬
saba y sentía ese individuo, pues yo ahora bien
Incidente Interesante
203
lo comprendo, después de haber tomado parte en
los combates en Francia.
Lo llamaremos Albert Lloyd. Ese no era su
nombre, pero tampoco nos importa saberlo.
Albert Lloyd era lo que todos denominan un
verdadero cobarde.
En Londres lo llamaba faltista.
Ya hacia diez y ocho meses que su patria había
tomado parte en la guerra y todavía no se había
puesto el uniforme.
No tenía ningún pretexto para no ingresar en
el ejército, pues estaba sólo en el mundo, había
sido educado en un asilo de huérfanos y nadie
dependía de él para su manutención. No tenía
ningún buen empleo que pudiera perder, ni tam¬
poco tenía novia cuyos labios le dijeran que se
fuera, mientras que sus ojos le suplicaban que se
quedara.
Cada vez que veía a un sargento que estaba re¬
clutando, desaparecía detrás de cualquier esquina,
abrigando el mayor miedo en el corazón. Al pasar
en frente de los grandes anuncios para reclu¬
tamiento, a su ida y regreso de la oficina en que
estaba empleado, siempre se bajaba el gorro y
veía a otro lado para evitar ese amenazante dedo
que le apuntaba y le decia “Tu Rey y tu país te
necesitan,” o los ojos penetrantes de Kitchener
que le hacían arder su mente y le ocasionaban
gran terror.
Después tuvieron lugar los ataques de los Zep-
pelines, y mientras que se verificaban él se escondía
204
¡Al Asalto!
en una esquina del sótano de su casa de huéspedes,
casi llorando como un perrito faldero y pidiendo
la protección de Dios.
Aun el ama de la casa lo detestaba, aunque tenía
que confesar que pagaba su cuenta con regu¬
laridad.
Rara vez leía los periódicos, pero durante una
mañana memorable el ama de la casa colocó el
periódico en su lugar, antes de que fuera a al¬
morzar. AÍ sentarse leyó el título en grandes
letras, “La ley sobre servicio obligatorio fué
aprobada,” y casi se desmayó.
Pidiendo que lo excusaran, subió precipitada¬
mente a su cuarto, horrorizado y acozado por un
miedo cerval.
Como había economizado algunas libras ester¬
linas, resolvió no salir de su casa, y aparentar que
estaba enfermo; asi es que se quedó en su cuarto
y el ama le llevaba allá sus alimentos.
Cada vez que alguien tocaba la puerta, se ponía
a temblar, porque creía que era un policía que lo
iba a llevar por la fuerza al ejército.
Al fin una mañana sus temores se convirtieron
en realidad, y ante de él se presentó un policía
con el fatídico documento. Lo agarró en la mano
leyó que se ordenaba a Albert Lloyd que se pre¬
sentara a la oficina para reclutamiento más cer¬
cana para ser examinado. Se presentó luego,
pues estaba temeroso de desobedecer.
El médico examinó con agrado a Lloyd, por ser
hombre bien formado, de seis piés de alto y que
Incidente Interesante
205
parecía adecuado para ser buen soldado, pero
tuvo que examinarle el corazón dos veces, antes
de declarar que podía ingresar en el ejército, pues
latía con suma rapidez.
De la oficina de reclutas Llovd fué llevado con
muchos otros, bajo las órdenes de un sargento,
hasta el depósito del ejército en Aldershot, en
donde le dieron su uniforme de khaki y el resto
de su equipo. En apariencia era un soldado de
buen porte, pero se le notaba alguna inclinación
de los hombros y una mirada vaga en los ojos.
Durante los ejercicios militares luego se com¬
prendió el carácter de ese individuo, y a Lloyd se
le designó como “ nervioso.” En el ejército inglés
“nervioso” significa cobarde.
El recluta de menor estatura en el cuartel lo
contemplaba con desprecio, y así se lo desmostra¬
ban todos de mil maneras.
Lloyd era un buen soldado, aprendía fácilmente,
obedecía con prontitud todas las órdenes dadas,
y nunca se quejaba de las mayores fatigas, pues
tenía miedo de hacerlo. Vivía con un miedo
constante de los oficiales y de los subalternos que
lo mandaban, y éstos lo despreciaban.
Una mañana como tres meses después de haber
ingresado en el ejército, la compañía de Lloyd
pasó revista y se leyeron los nombres de los que
habían sido escogidos para ir a combatir en
Francia. Cuando llamaron su nombre, no dio
dos pasos de frente ante las filas y como los demás
contestó alegremente “Aquí estoy.” El en reali-
20 Ó
¡Al Asalto!
dad se desmayó y lo llevaron al cuartel entre las
risotadas de los compañeros.
Esa noche él no pudo dormir y la pasó en conti¬
nuo sobresalto. Lloraba y murmuraba en su
catre, porque reflexionaba que al día siguiente
tendría que embarcarse para Francia, y por todas
partes vería su muerte y que probablemente lo
matarían. Al cruzar el Canal y mientras que
estaba en el vapor, hubiera deseado echarse al
agua para escaparse, pero tenía miedo de ahogarse.
Al llegar a Francia él y los demás fueron metidos
en carros para ganado, en cuyos lados aparecían
las grandes letras blancas: “Chevaux 8, Hommes
40.” Después de hacer un viaje muy molesto
por las vías francesas mal niveladas, llegaron a
Ruán en donde iban a hacer ejercicios.
En ese lugar les dieron instrucciones en la guerra
de trincheras, y a la mañana del octavo día pasaron
revista a las diez, y después que eso se verificó
ante el general FI-, se les hizo presentarse
ante el Cuartel General para recibir sus máscaras
contra el gas y su equipo de trincheras.
A eso de la cuatro de la tarde los metieron nueva¬
mente en carros para ganado, y esta vez su viaje
duró dos días. Desembarcaron en la población
de Frévent, y principiaron a oir un ruido sordo
bastante lejano. A Lloyd le temblaban las rodi¬
llas y preguntó al sargento que era el ruido que
oía, y casi se desmayó cuando el sargento le con¬
testó con voz algo molesta:
“Oh, esos son los cañones que están tirando
Incidente Interesante
207
por nuestra línea. Ya en unos dos días estaremos
en donde están. No te apures, compañero, muy
pronto verás más de lo que desearas ver antes
de volver a Blighty; ésto es si tienes la buena
suerte de volver a ese lugar. Ahora bien ayúda-
mos a descargar estos carros y deja de temblar
tanto. Caramba creo que tienes miedo.” Y
esto último lo dijo con una mirada despreciativa.
Se pusieron en marcha, caminaron diez kiló¬
metros, muy bien cargados hasta una pequeña
población casi en ruinas, y por entonces el estallido
de los cañones se oía con más claridad y más
fuerte.
La población estaba llena de soldados que salie¬
ron a ver a los nuevos reclutas, a esos que pronto
serian sus compañeros en las trincheras, porque
a la mañana siguiente tendrían que ocupar su
lugar en la línea y quedarse de guardia en algún
sector de las trincheras.
Pasaron revista los reclutas en frente del Cuar¬
tel General del batallón, y fueron distribuidos
entra las distinas compañías.
A Lloyd le tocó ser el único recluta que ingresó
en la compañía “D.” Puede ser que el oficial
que había tenido los reclutas a su cargo tuvo algo
que hacer en esta distribución, porque llamando
a Lloyd a un lado le dijo:
“Lloyd, vas a ingresar a una nueva compañía.
Nadie te conoce, asi es que puedes principiar,
digamos asi tu carrera. Por Dios ten un poco
de ánimo, háste hombre. Yo creo que tienes
208
¡Al Asalto!
bastantes cualidades, asi es que te deseo la mejor
suerte y me despido de ti.”
Al día siguiente el batallón tomó el puesto que
le asignaron en las trincheras. Sucedió que fué
día bastante quieto, y la artillería colocada detrás
de las líneas casi no tiraba; sólo había de repente
alguna granada que se dirigía hacia los alemanes,
para que supieran que nuestros artilleros no se
habían dormido.
La compañía fué pasando, en la obscuridad y
uno en fondo, por la trinchera de comunicación
hacia la línea del frente. Nadie notó cuan pálida
y contraida estaba la cara de Lloyd.
Después de que relevaron a la compañía en las
trincheras, Lloyd, con dos de la antigua compañía,
quedó de guardia en una de las trincheras transver¬
sales. No había habido ni un sólo tiro procedente
de las líneas alemanes, ni nadie notó que él estaba
muy encogido en el escalón de fuego.
Durante el primer día de guardia no necesita
un nuevo recluta estar parado con la cabeza fuera,
observando por arriba de la trinchera. Sólo
tiene que permanecer sentado, mientras que el
más antiguo vigila al enemigo.
De repente a eso de las diez le pareció que el
infierno se había destapado, y se quedó temblando
y arrinconado contra el parapeto. Principiaron
a hacer explosión las bombas en las meras trin¬
cheras, según él se imaginaba, cuando en realidad
estaban cayendo a unas cien yardas a retaguardia
de ellos, en las segundas líneas.
Incidente Interesante
209
Uno de los soldados antiguos que estaba de
guardia, se volteó hacia su compañero, y le dijo:
“Ya empieza Fritz con sus malditos morteros
de sus trincheras. Ya debía nuestra artillería
pegarles una buena y acabar con algunos de ellos.
Pero caramba a donde demonios se fué ese nuevo
recluta. Hay está su rifle recostado contra el
parapeto; debe haberse fugado. Oye Dick sigue
vigilando mientras que informo al sargento de lo
ocurrido; yo no sé si ese tonto comprende que
bien lo pueden fusilar por haber abandonado su
puesto.”
Lloyd se había ido. Luego que empezó la des¬
carga de los morteros, se posesionó de él un terror
pánico tal que le impulsaba a correr, a evitar esa
terrible conmoción, a tratar de ponerse en salvo.
Asi es que sigilosamente pasó por la trinchera
transversal, llegó a una de comunicación, y en¬
tonces corriendo con todas sus fuerzas y sin reparar
por donde iba se metía en distintas trincheras,
cayéndose en agujeros llenos de lodo y a veces
brincando sobre todos los obstáculos que encon¬
traba a su paso a lo largo de las trincheras.
Sin saber por donde iba, y con los brazos exten¬
didos y a veces cubriéndose la cara, salió de las
trincheras y llegó a la población, o a lo que había
sido una población, antes de que la artillería
alemana la hubiese destruido.
Aunque tenía un miedo terrible, también parecía
tener cierta viveza que le aconsejaba que tratara
de evitar a todos los sentinelas, porque si algunos
14
210
¡Al Asalto!
de ellos lo vieran lo llevarían nuevamente a esa
terrible escena de destrucción en la línea del
frente, y puede ser que saliera herido o muerto.
Sólo el pensar eso lo hacía temblar, y las gotas
del sudor frío le rodaban por las mejillas. En la
obscuridad y hacia la izquierda pudo distinguir
algo que parecían ser árboles. Asi es que gateando
y agachándose y parándose según estallaban las
bombas, al fin llegó a un huerto antiguo y se
acurrucó cerca del tronco de un manzano, que
había sido casi destruido por las palas.
Allí permaneció toda la noche, escuchando el
estampido de los cañones, y rogando, siempre
rogando, que pudiera salvar su miserable vida.
Ya al amanecer, principió a notar algunos
bultos obscuros que se veían colocados en la tierra
cerca de él. La curiosidad venció sus temores
y agachándose se acercó a uno de esos objetos, y
allí por la luz temprana de la mañana leyó sobre
una pequeña cruz de madera:
“Soldado H. S. Wheaton, No. 1670, Primer
Regimiento R. F. de Londres. Muerto en Acción,
Abril 25, 1916. R. I. P.” (Que Descanse en Paz).
Entonces bien comprendió él que toda esa noche
había estado escondido en un cementerio, y ese
pensamiento lo medio enloqueció, y guiado por
un vehemente deseo de no permanecer más en
ese lugar, con toda prisa corrió, cayendo sobre
pequeñas cruces de madera, tirando algunas y
destrozando otras bajo sus piés.
Huyendo, llegó a una antigua covacha francesa
Incidente Interesante
211
que estaba medio destruida y medio llena de agua
suicia y lodosa.
Como una zorra perseguida por los galgos, se
metió en ese agujero, y se tiró sobre unos sacos
vacios todos húmedos y lodosos. Después, quedó
sin conocimiento.
Al día siguiente se despertó de su letargo, oyendo
algunas voces algo lejos de sus oídos. Al abrir los
ojos notó que estaban un cabo y dos soldados con
sus bayonetas listas a la entrada de la covacha.
Entonces el cabo le dirigió la palabra:
“Levántante, maldito cobardón. ¡ Que lástima
que hayas ingresado a la compañía ‘D ’ pues has
echado a perder su buena reputación! Pero no
tengas cuidado, ya te pondrán contra la pared, y
asi acabarán con tu cobardía. Agárrenlo com¬
pañeros, llévenselo y si trata de evadirse metánle la
bayoneta y maten a este mandria. ¿ Anda, leván¬
tate pronto; ya estábamos cansados de buscarte?”
Lloyd temblando y debilitado por su largo
ayuno se medio levantó, ayudado por un soldado
de cada lado.
Lo llevaron a la presencia del capitán, pero sólo
podían conseguir que dijera constantemente:
“¡ Por Dios, señor, no me fusile, no me fusile!”
El capitán demostrando su profundo desprecio,
lo envió bajo escolta al Cuartel General de la
División para que fuera juzgado por corte marcial,
acusado de haber desertado durante la refriega.
En Francia los desertores son fusilados.
Mientras que lo juzgaban, Lloyd parecía casi
212
¡Al Asalto!
atontado, y no podía decir nada para defenderse.
Solamente de vez en cuando exclamaba: “¡Que
no me fusilen! ¡ Que no me fusilen! ’ ’
Le impusieron la siguiente sentencia: “Será
fusilado a las tres y treinta y ocho de la mañana
del 18 de Mayo de 1916.” Esto quería decir que
sólo le quedaba un día de vida.
No parecía comprender lo terrible de su senten¬
cia, pues su mente estaba como paralizada. Des¬
pués no recordaba nada sobre el viaje que hizo
bien vigilado en un motor blindado con sacos de
arena, hasta el cuerpo de guardia en la población,
y como lo echaron sobre el suelo y lo dejaron allí
con un sentinela con su bayoneta y que se paseaba
a lo largo de la entrada.
Le dejaron carne prensada y galletas muy cerca
de él para que pudiera cenar.
El sentinela al ver que nada comía, entró, y
tocándole sobre el hombro le dijo con voz bonda¬
dosa. :
“No te desanimes compañero, come un poquito
que eso te hará bien. No pierdas esperanza, que
mañana te perdonarán. Yo sé bien como se
hacen estas cosas. Lo que quieren es infundirte
miedo; eso es todo. Vuelvo a suplicarte que comas
algo. Verás que después de comer recobrarás las
fuerzas.”
El sentinela tan bondadoso sabía muy bien
que no decía la verdad al referirse al perdón, porque
bien sabía que sólo un milagro hubiera podido
salvar la vida del pobre compañero.
Incidente Interesante
213
Lloyd escuchó con atención lo que decía su
sen tíñela, y lo creyó; asi es que consideró sus
palabras como un rayo de esperanza, y principió
a comer, o más bien a devorar los alimentos que
tenía a su lado.
Pasada una hora, el capellán vino a verlo, pero
Lloyd dijo que no lo necesitaba. No le hacia
falta un capellán; pues estaba seguro de que lo
iban a perdonar.
La artillería que estaba a retaguardia de la
línea empezó de repente a hacer fuertísimas des¬
cargas, y principió un terrible bombardeo contra
las líneas del enemigo. Era pavoroso el estruendo
de los cañonazos. Lloyd volvió a tener miedo,
grandísimo miedo, y se echó de rodillas en el suelo,
cubriéndose la cara con las manos.
El sentinela, al notar como se hallaba se le
acercó y trató de darle valor, diciéndole:
“No debes preocuparte por esos cañones, com¬
pañero; no te harán ningún mal, pues son los
nuestros. Estamos enviando a los boches algunas
píldoras como las que ellos nos echan. Nuestros
compañeros al amanecer irán y tomarán sus trin¬
cheras, y entonces les haremos probar nuestros
aceros fríos, al mismo tiempo que coman sus sal¬
chichas y beban su cerveza. Quédate quieto
hasta que te perdonen. Tengo que irme, com¬
pañero, pues ya casi es hora de que me releven y
no quiero que me vean hablando contigo. Así es
que hasta la vista compañero, y mucho valor.’’
Al terminar esas palabras, el sentinela siguió
214
¡Al Asalto!
paseándose en frente de la puerta, y a eso de diez
minutos fué relevado, y un soldado de la compañía
“D” tomó su lugar.
El sentinela miró dentro del calabozo y notando
que Lloyd parecía muy acobardado, le dirigió la
palabra, despreciativamente:
“En lugar de estar lloriqueando en esa esquina,
debías estar rezando. Son únicamente los malos
reclutas como tu que echan a perder nuestra buena
reputación. Hemos estado aquí ya casi diez y
ocho meses, y tu eres el único entre nosotros que
ha desertado. Todo el batallón se está riendo de
nosotros y mofándose de la compañía ‘D.’ Mal¬
dito seas; pero es seguro que ya no lo harás otra
vez, pues a la mañanita acabarán contigo.”
Después de escuchar estas frases, Lloyd, con
voz temblorosa preguntó: “¿ Como, que me van
a fusilar? El otro sentinela me dijo que me per¬
donarían. Por Dios no me digas que me van a
fusilar,” y su voz cesó casi en medio de su llanto.
“Por supuesto que te van a fusilar. El otro
sentinela nada más se estaba burlando de ti. Asi
siempre lo hace el viejo Smith. Siempre trata de
decir cosas agradables a los compañeros. Tu
tienes la misma probabilidad de que te perdonen
que yo tengo de ser coronel de mi batallón.”
Cuando en la mente de Lloyd desapareció toda
esperanza de que lo perdonaran, pareció que se
había calmado su terror, y poniéndose de rodillas
y levantando los brazos hacia el cielo, imploró al
Todopoderoso y de todo corazón rogó.
Incidente Interesante
215
“Oh Dios, tu que eres tan bueno y bondadoso,
dame el valor suficiente para morir como todo
hombre debe morir. Líbrame de la muerte de
un cobarde. Dame la oportunidad de morir como
mis compañeros en la batalla, de morir comba¬
tiendo por mi patria. Esto es todo lo que te pido.”
De repente se tranquilizó su espiritu, como
nunca lo había estado, y ya no se acurrucó cobar¬
demente, pero muy tranquilo esperó el amanecer,
ya estando listo para sufrir la pena de muerte.
Las granadas seguían cayendo todos alrededor
del calabozo, y él no parecía hacer aprecio de ellas.
Mientras que estaba esperando oyó la voz del
sentinela que estaba cantando en voz baja. Can¬
taba el coro de la canción popular de las trincheras:
4 ‘Quiero volver a mi casita, quiero volver a mi casita,
Yo ya no quiero quedarme para nada en las trin¬
cheras,
En donde abundan las salchichas y los ruidos de las
balas,
Lléveme al otro lado de los mares, en donde no me
pueden pescar los alemanes,
Por Dios yo no quiero morir,
Yo quiero regresar a mi casita.”
Lloyd escuchó esas palabras con intenso interés,
y pensaba en la clase de hogar o país adonde iría
cuando tuviera que irse al otro mundo; pues en
realidad ese sería el único hogar verdadero que él
habría tenido.
De repente se oyó un gran estruendo por el aire,
2IÓ
¡Al Asalto!
un estrépito formidable y vió una llamarada que
casi lo cegaba, y las paredes de sacos de arena
cayeron esparcidas por todo el calabozo, y después
de eso todo permaneció en la obscuridad.
Cuando Lloyd recobró los sentidos, vió que
estaba tirado sobre el lado derecho, y frente de él
se veíá lo que había sido la entrada de su calabozo
y que ahora sólo era un montón de sacos rotos y
hechos trizas. Le parecía que iba a reventar su
cabeza. Poco a poco se incorporó sobre el codo
y vió que por el Oriente despuntaba la aurora.
¿ Pero que era ese bulto maltrecho que estaba un
poco más allá entre los sacos de arena? Yendo
a gatas poco a poco notó que era el cadáver del
sentinela; se cercioró de eso con sólo una mirada,
pues el cuerpo estaba sin cabeza. Los deseos del
sentinela se habían cumplido. El ya se había
“ido a su hogar.” Al fin se había libertado de los
tiros de los cañones y de los allemands.
Repentinamente Lloyd comprendió que él ya
era libre; que él era libre para ir por arriba a com¬
batir con su compañía, para morir como todo
inglés patriota, peleando por su Rey y por su
patria. Un gran contento y un sentimiento de
felicidad parecieron infiltrarse en él. Cuidadosa¬
mente pasó sobre el cadáver del sentinela, y
corriendo con suma velocidad por la calle arrui¬
nada de la población, y entre las granadas que
hadan explosión, sin hacer caso de ellas, y pasando
por entre destacamentos de soldados que también
se dirigían hacia la trinchera para pasar por arriba
Incidente Interesante
217
de ella y combatir, llegó a una trinchera de
comunicación. No podía atraversarla, pues estaba
llena de soldados que reían, maldecían y vitorea¬
ban. Escaló la trinchera y corrió nuevamente
con rapidez por encima de ella, sin resguardarse
de las balas de los cañones de tiro rápido y de las
granadas, y sin hacer caso de los gritos de los
oficiales que le decían que regresara a la trinchera.
El estaba resuelto a juntarse con su compañía
que debía estar en la línea del frente. Él iba a
combatir con ellos. El, el cobarde despreciado,
había recobrado su valor.
Mientras que estaba haciendo su correría, y
saltando sobre las trincheras llenas de soldados,
oyó unos gritos y vivas a lo largo de toda la línea
del frente, y esto hizo decaer su ánimo, pues bien
comprendió que había llegado demasiado tarde,
porque su compañía ya había salido a combatir.
A pesar de eso siguió corriendo violentamente; él
los alcazaría, él moriría al lado de ellos.
Mientras tanto su compañía ya había entrado
en la refriega, y con las demás compañías ya había
tomado la primera y la segunda trincheras alema¬
nas y estaba dirigiéndose a asaltar la tercera.
La compañía “D ” con su capitán a la cabeza,
con el mismo que había mandado a Lloyd para
ser juzgado en el Cuartel General de la División
acusado de ser desertor, se había adelantado con
valentía, hasta que se encontraban muy en frente
del resto de las fuerzas que atacaban. Arrojando
bombas de trinchera en trinchera, y llevando a
218
¡Al Asalto!
efecto cargas de bayoneta, llegaron a una trinchera
alemana de comunicación que terminaba en un
callejón sin salida, y entonces el capitán que
seguía a la cabeza de sus soldados, comprendió
que habían caído en una trampa. Ellos no se
iban a retirar, porque la compañía “D” nunca
se había retirado, y ellos eran parte de esa com¬
pañía “D.” Enteramente en frente de ellos
había centenares de alemanes que estaban listos
para arrojarles bombas y cargar contra ellos a la
bayoneta. Pudiera ser que lograran defenderse
si les llegaran bombas y municiones de retaguardia,
pues ya las que tenían se habían agotado, y los
soldados comprendieron que sólo tenían la alter¬
nativa de vender caras sus vidas o huir vergozo-
samente. Pero la compañía “D” nunca había
huido y no podía faltar a esa tradición, a ese
valiente modo de proceder.
Los alemanes tendrían que avanzar cruzando
un espacio abierto de trescientos a cuatrocientas
yardas, antes de llegar al punto en que pudieran
arrojar sus bombas ventajosamente, y al llegar
allí ya su victoria estaba asegurada.
Volteándose hacia su compañía, el capitán les
gritó:
“Compañeros, sólo nos queda la muerte como
último recurso. Ya no nos quedan municiones
ni bombas, y los boches ya casi nos tienen en su
poder. Con sus bombas nos acabarán y no podre¬
mos defendemos a la bayoneta. Asi es que tene¬
mos que atacarlos, y aunque hay treinta de ellos
Incidente Interesante
219
contra cada uno de nosotros, debemos cumplir
con nuestro deber, y morir con valor, como siempre
lo han hecho los que pertenecen a la Compañía
‘D/ Cuando dé la voz de mando, síganme y
fuerte con ellos; al infierno con ellos. ¡ Oh, si
sólo tuviéramos un cañón de tiro rápido, muy
distinto sería el cuento! Acabaríamos con ellos.
Hay vienen; a matarlos, compañeros.”
Acababa de decir estas palabras, cuando se oyó
el bienvenido “pup-pup-pup” de un cañón de tiro
rápido procedente de retaguardia, y la línea más
avanzada de los alemanes que atacaba, de repente
quedó desecha. Parecía que retrocedían, pero
nuevamente avanzaron, y nuevamente la segunda
línea quedó disuelta, pues el cañón de tiro rápido,
estaba acabando con casi todos ellos. Por tercera
vez atacaron, y por tercera vez los cañonazos los
dispersaron, matando infinidad de ellos. Tiraron
sus rifles y bombas y se retiraron corriendo preci¬
pitadamente hacia su trinchera, oyendo los vivas
de la compañía “D.” Nuevamente reformaron
sus filas para atacar por cuarta vez, cuando se
oyeron estrepitosas exclamaciones de alegría a
retaguardia de la compañía “ D.” Habían llegado
las municiones, y con ellas un batallón escocés de
refuerzo, salvándolos asi de una muerta segura.
El artillero desconocido había cumplido con su
deber en los momentos más críticos.
Con los refuerzos que habían llegado, ya era
muy fácil tomar la tercera línea de los alemanes.
Después de que terminó el asalto, el capitán y
220
¡Al Asalto!
tres de sus subalternos se dirigieron hacia el lugar
de donde el cañón de tiro rápido había desem¬
peñado su mortífera labor. Deseaba demostrar su
agradecimiento al artillero en nombre de la com¬
pañía “D” por sus hechos gloriosos. Llegaron
al cañón y contemplaron un espectáculo terrible
y conmovedor.
Lloyd había llegado a la trinchera del frente di
la línea, después de que su compañía había salido
de ella. Vió que una nueva compañía estaba
subiendo las escaleras de las trincheras; eran los
refuerzos que iban a ayudar a sus compañeros;
eran escoceses que con sus trajes típicos de distin¬
tos colores y sus rodillas descubiertas ofrecían un
esplendido aspecto guerrero.
Lloyd saltó a través de la trinchera y en seguida
siguió por la Tierra Inhabitable o “que no es de
nadie,” sin hacer caso de la lluvia de balas, sab
tando sobre bultos obscuros tirados por tierra,
algunos de los cuales permanecían inertes, mien¬
tras que otros lo llamaban al pasar cerca de ellos.
Llegó a la línea alemana del frente pero la en¬
contró desierta, pues sólo vió montones de
muertos y heridos, que demostraba lo que había
hecho su compañía, su valiente compañía “D.”
Brincando trincheras y casi sin aliento, Lloyd
podía ver un poco delante de él a su compañía que
estaba metida en una trinchera de comunicación
sin salida, y que tenía en frente de ella a un gran
tropel de alemanes listos para atacarla. ¿ Porqué
la compañía “D” no les tiraba? ¿Porqué per-
Incidente Interesante
221
manecían tan tranquilos? ¿ Que es lo que espera¬
ban ? Entonces él comprendió—se habían agotado
las municiones.
Mirando hacia la derecha ¿ que es lo que con¬
templó? Un cañón de tiro rápido. ¿ Y porqué
no tiraba ese cañón y los salvaba? El obligaría
a los artilleros a que cumplieran con su deber. Se
precipitó hacia el cañón, y entonces comprendió
porqué no tiraba. Esparcidos cerca de él estaban
seis bultos sin movimiento, eran los artilleros que
habían tratado de hacer funcionar el cañón, pero
que los alemanes con sus tiros certeros habían
resuelto que ya no volvería a hacer fuego.
Lloyd se precipitó y corrió hacia el cañón, y
agarrando los soportes transversales lo apuntó
contra los alemanes. Hizo presión con el dedo
pulgar, pero sólo se oía un sonido hueco, pues el
cañón no estaba cargado. Entonces él compren¬
dió cuan inútiles serían sus esfuerzos, pues no
sabía como se cargaba un cañón. ¿ Oh, porqué
no había él aprendido el método de cargar cañones
en Inglaterra? Le habían ofrecido enseñarle,
pero avergozado ahora recordaba que había tenido
miedo, y aun miedo del mero apodo de los arti¬
lleros, pues los llamaban miembros del “Club del
Suicidio.’’ Ahora a causa de ese miedo, su com¬
pañía quedaría destruida, tendrían que morir
todos los compañeros de la Compañía “ D,” porque
él, Albert Lloyd, se había amedrentado de un
apodo. Avergonzado se puso a llorar. De todos
modos él moriría con ellos. Al levantarse casi se
222
¡Al Asalto!
cayó sobre el cuerpo de uno de los artilleros que
parecía estar quejándose. Esto le dió un rayo
de esperanza, y pensó que este compañero le diría
como pobria cargar el cañón. Agachándose movió
suavemente el cuerpo y el soldado abrió los ojos.
Al ver a Lloyd, los cerró nuevamente y con voz
apagada dijo:
“Vete, mandria y cobarde, déjame sólo. No
quiero que un cobarde esté a mi lado.”
Al oir esas palabras parecía que herían a Lloyd
con un cuchillo, pero de todos modos como estaba
desesperado, sacó el revólver de la funda que
tenía el moribundo al cinto, y poniéndole el
cañón cerca de la cabeza del soldado, contestó:
“Si soy Lloyd, el cobarde de la compañía ‘D,’
pero con la ayuda de Dios si ahora no me dices
como debo cargar ese cañón, te partiré el alma
con esta bala.”
De repente una sonrisa de satisfección se dibujó
en la cara del moribundo, y murmuró en voz baja:
“Buen compañero, yo sabía que no avergon¬
zarías a tu compañía-”
Lloyd le interrumpo. “Por Dios si quieres
salvar esa compañía que tanto amas, dime como
debo cargar este maldito cañón.”
Como si estuviera recitando una clase en la
escuela, el soldado replicó en voz débil y turbada:
“Mete el extremo de la correa en esa cuña, y con
la mano izquierda tira de la correa del frente hacia
la izquierda. Da vuelta a la manigueta sobre el
cilindro, suéltalo y repite ese movimiento. Ya
Incidente Interesante
223
entonces el cañón está cargado. Para tirar levanta
la llave automática de seguridad y oprime la pieza
con el dedo pulgar, y entonces el cañón principia¬
rá a descargar. Si para de tirar, trata de ver
como está la manigueta-”
Pero Lloyd no esperó oir más. Con el corazón
lleno de júbilo, tomó una de las correas de la caja
de municiones que estaba cerca del cañón, y cum¬
plió con las instrucciones del moribundo. En¬
tonces oprimió el gatillo con su dedo pulgar y
como resultado se oyó el estrépito de la descarga,
pues el cañón ya estaba funcionando.
Dirigiendo la puntería hacia los alemanes, lleno
de júbilo gritó al ver que la fila de enfrente caía
bajo las balas.
Cambiando de puntería, y siempre dirigiéndolo
hacia los alemanes vió que se retiraban, corriendo
para meterse en sus trincheras, dejando tirados en
el campo sus muertos y heridos. El había salvado
a su compañía, él Lloyd, el cobarde, había cum¬
plido con su deber. Soltando el gatillo con el dedo
pulgar miró al reloj que llevaba en la muñeca.
Todavía él estaba en vida, a pesar de que las
manecillas marcaban las “3:38” que era la hora
designada por el tribunal para su fusilamiento.
11 Ping! ’ ’—se oyó el chiflido de una bala cruzando
el aire y Lloyd cayó de cabeza sobre el cañón.
Unas cuantas gotas de sangre se esparcían sobre
sus mejillas y en la frente se veía un agujero negro.
Se había cumplido debidamente la sentencia
del tribunal.
224
¡Al Asalto!
El capitán levantó lentamente el cadáver que
estaba sobre el cañón, y al quitarle la sangre de su
cara pálida, reconoció a Lloyd, al cobarde de la
compañía “D.” Reverentemente cubrió la cara
con vSU pañuelo, y volteándose hacia sus subaternos
con voz sumamente conmovida, les dijo:
“Compañeros éste es Lloyd el desertor. Se ha
redimido; ha muerto como todo un héroe. Murió
para que pudieran vivir sus compañeros. ”
Esa tarde hubo una procesión fúnebre que se
dirigió hacia el cementerio y al frente iba una
camilla llevada por dos sargentos, y sobre esa
camilla estaba colocada la bandera nacional.
Detrás de la camilla iban el capitán y cuarenta y
tres soldados, todos los que quedaban de la
compañía “D.”
Llegados al cementerio, se pararon en frente de
una fosa abierta. Por doquiera se veían cruces
de madera, rotas y despedazadas sobre la tierra.
Un antiguo y canoso sargento al notar esos destro¬
zos, exclamó en voz baja: “¡ Maldito sea el
cobarde que destruyó esas cruces! si sólo yo
pudiera con estas manos sujetarle por el pescuezo,
su viaje al Occidente sería bien corto.”
El cadáver tendido sobre la camilla parecía
moverse, o puede bien haber sido que el viento
agitaba los pliegues de la bandera nacional.
CAPÍTULO XXV
PREPARATIVOS PARA EL GRAN ASALTO
yNESPUES de reunirme con Atwell en seguida
del fusilamiento, bien difícil fué para mi
guardarme el secreto. Creo que perdí cuando
menos unas diez libras en mi ansiedad de hacer eso.
A las siete de la noche debía principiar nuestra
tarea de vigilar todas las trincheras de comunica¬
ción y de la línea del frente, tomar nota de todo
lo que ocurriera de extraordinario y arrestar a
cualquiera que según nuestro parecer, estuviera
obrando de manera sospechosa. Dormíamos
durante el día.
Había gran actividad detrás de las líneas, y se
estaban recibiendo grandes cantidades de muni¬
ciones y víveres, y extensas columnas de tropas
estaban pasando en distintas direcciones. Está¬
bamos preparándonos para el gran movimiento
de ataque, que debía ser el precursor de la batalla
del Somme o sea del “Gran Asalto.’'
Grandioso era el espectáculo de la interminable
corriente de soldados, víveres, municiones y
cañones que llegaban a las líneas inglesas y en
realidad difícil sería describirlo; sólo presencián-
225
226 ¡Al Asalto!
dolo como yo lo presencié, podría uno apreciar
su magnitud.
Interminable era la constante llegada de víveres
y pertrechos en nuestra parte de la línea. Más
bien parecía eso una enorme serpiente que iba
aproximándose, sin que nunca hubiera una inte¬
rrupción o dificultad, demostrando asi la eficacia y
el buen sistema del “pequeño y mediocre ejército”
de la Gran Bretaña de cinco millones de hombres.
Los inmensos cañones de a quince pulgadas iban
avanzando poco a poco, tirados por poderosa maqui¬
naría de vapor. En seguida se veía una larga fila
de baterías de a cuatro y cinco, siendo llevado
cada cañón por seis caballos, y después un par de
morteros de nueve por dos que eran conducidos
por inmensa maquinaria de lento movimiento.
Cuando una de estas máquinas inmensas pasaba
a mi lado llevando el gigantesco monstruo morti-
fero, me llenaba de orgullo, y eso se notaba en
mi cara, pues podía ver bien en la plancha del
rótulo las palabras “Made in U. S. A.” (Hecho
en los Estados Unidos de América), y a veces
pensaba que si yo tuviera que llevar un rótulo
también debía de consistir en “Made in U. S. A.”
Después pensaba yo cuan limitada y exigua sería
esa voluminosa corriente, si todos sus componentes
hechos en los Estados Unidos fueren eliminados.
A continuación venían centenares de armones
y carros “G. S.” conducidos por muías gordas y
bien cuidadas, que llevaban en ancas hombres
también fuertes y bien acondicionados, y siempre
Preparativos para el Gran Asalto 227
sonrientes, a pesar del polvo y del sudor que les
cubría las caras, y del polvo de esos caminos
franceses tan bién construidos.
No hay duda que los vigías alemanes en sus
aeroplanos deben haber llevado informes descon¬
soladores a los jefes de sus respectivas divisiones,
pues contemplarían esa corriente que iba poco a
poco pero aumentando diariamente y con un paso
igual y bien mesurado. No iban más despacio
ni más aprisa, pero siempre seguían avanzando,
siempre avanzando.
Tres semanas antes del Gran Asalto del primero
de Julio—pues así se ha designado a la batalla
del Somme—se excavaron duplicados exactos de
las trincheras alemanas, como a unos treinta kiló¬
metros detrás de nuestras líneas. Los planos de
las trincheras fueron dibujados de conformidad
con las fotografías hechas desde unos aeroplanos
y que había sometido el Cuerpo Real de Aero¬
planos. Esas imitaciones de las trincheras eran
enteramente exactas, y en ellas se veían las cova¬
chas, los fosos, los cercos de alambre y los puntos
peligrosos.
A los batallones que debían formar la primera
línea de ataque se les tuvo durante tres días estu¬
diando estas trincheras, haciendo simulacros de
asaltos y maniobras nocturnas. A cada hombre se
le exigía que hiciera un mapa de las trincheras, y
se familiarizara con los nombres y la localidad de
los puntos que su batallón debía atacar.
En el ejército americano los oficiales subalternos
228
¡Al Asalto!
tienen que estudiar el dibujo de mapas y el deli-
namiento de caminos, y durante los seis años que
presté mis servicios en la caballería de los Estados
Unidos, tuve bastante experiencia en esta clase
de tarea, y por lo tanto me fué bastante fácil hacer
los mapas correspondientes de esas trincheras.
Cada soldado tenía que presentar su mapa al jefe
de la compañía para su aprobación, y yo tuve la
buena suerte de que se escogiera el mío por ser
suficientemente exacto para que sirviera al
verificarse el asalto.
No se permite que se saquen de Francia ningunas
fotografías ni mapas, pero en el caso actual me
parecían ser recuerdos tan valiosos de la Gran
Guerra, que pude escamotearlos. En la actuali¬
dad no son de importancia con respecto a las líneas
inglesas, pues me es grato decir que esas ya se
han adelantado más allá de ese punto. Por lo
tanto puede hacerse su reproducción en este libro,
sin quebrantar ningún reglamento ni prescripción
del ejército británico.
El asalto o ataque fué ensayado y vuelto a en¬
sayar a tal grado, que maldecíamos al individuo
que había ideado tal plan.
Se designaron las trincheras según un sistema
que facilitaba a Tommy el encontrar cualquier
punto de las líneas alemanes, aunque fuera en la
obscuridad.
Estas trincheras de imitación, o modelos de
trincheras, estaban bien vigiladas para evitar que
fueran descubiertas, por numerosos aeroplanos de
Preparativos para el Gran Asalto 229
los Aliados que constantemente hacían círculos
en el aire alrededor de ellas. No se permitía
que ningún aeroplano alemán se aproximara a una
distancia que facilitara sus observaciones. Se
estableció una area vedada y no se permitía a
ninguno del ramo civil que penetrara dentro de
tres millas de ella, asi es que estábamos seguros
de que le íbamos a causar una gran sorpresa a Fritz.
Cuando tomamos la línea del frente tuvimos
una sorpresa desagradable. Los alemanes colo¬
caron rótulos sobre el borde de sus trincheras en
que estaban escritos los nombres que le habíamos
dado a sus mismas trincheras. Los rótulos eran
“Fair,” “Fact,” “Fate,” y “Fancy” y así sucesi¬
vamente, según los nombres en clave de nuestro
mapa. Y para mofarse más de nosotros subieron
otros rótulos en que se leía: Cuando van a venir
ustedes?” o “Vengan; estamos listos para recibir
a ustedes, estúpidos ingleses.”
Todavía es un misterio para mi saber como
tuvieron el conocimiento de todo eso. No hubo
ningunos ataques, no obtuvieron ningunos prisio¬
neros, asi es que debe haber sido trabajo de
algunos espías dentro de nuestras líneas.
Tres o cuatro días antes del Gran Asalto trata¬
mos de poner un poco nervioso a Fritz, verificando
asaltos simulados, y esto nos dió buenos resultados
como lo demuestran los partes oficiales del primero
de Julio.
Aunque estábamos constantemente bombardean¬
do sus líneas día y noche, varias veces logramos
230
¡Al Asalto!
engañar a los alemanes. Esto lo conseguía¬
mos haciendo un fuerte bombardeo contra sus
líneas, y después de un fuego graneado muy
constante, tapábamos puede decirse con humo
blanco toda la Tierra Inhabitable, de modo que
era imposible ver nuestras trincheras, y entonces
arrojábamos nuestras descargas nutridas como si
iba a verificarse un asalto verdadero. Nuestros
soldados prorrumpían en gritos y vivas a lo largo
de nuestras trincheras, y Fritz creyendo que lo
íbamos a atacar, empezaba a descargar sus cañones
de tiro rápido, rifles y morteros.
Después de tres o cuatro de estos ataques simu¬
lados, creo que su nerviosidad debe haber sido
extrema.
Por la mañana del 24 de Junio de 1916 a eso
de las nueve y cuarenta principió nuestro fuego
de artillería, y entonces se desencadenó el infierno.
El estruendo era terrible y sólo se oía un constante
boom-boom-boom.
De noche el cielo se ponía enteramente rojizo.
Nuestro bombardeo había durado unas dos horas,
cuando Fritz principió a contestar. Aunque noso¬
tros enviábamos diez bombas para cada una de
ellos, nuestras pérdidas eran muy fuertes. Se
veía una corriente continua de camillas que salían
de las trincheras de comunicación y los entierros
eran cosas muy frecuentes.
El estruendo de los cañones que se oía en las
covachas era inaguantable. Tenía uno la misma
sensación que tiene estando en el ferrocarril sub-
Preparativos para el Gran Asalto 231
terráneo al penetrar por el tubo bajo del río yendo
a Brooklyn—como una presión en los tambores
de los oídos y como que tiembla constantemente
la tierra por donde pasa uno.
Los caminos que estaban detras de las trincheras
eran muy peligrosos, porque la metralla de los
boches constantemente caía a su rededor. Tratá¬
bamos de eludir estos lugares peligrosos y cru¬
zábamos por el campo abierto.
La destrucción que acaecía en xas líneas alema¬
nas era horrible y verdaderamente yo les tenía
compasión, pues comprendía que la mortandad
de ellos era verdaderamente terrible.
Con frecuencia oíamos desde nuestras trincheras
de la línea del frente los chillidos agudos proce¬
dentes de las trincheras alemanas. Estos chiflidos
eran para llamar a los camilleros, y significaban
que habían resultado muertos y heridos algunos
alemanes que peleaban por su patria.
Fué bien difícil para Atwell y para mi llevar a
efecto nuestra tarea de vigilar las distintas trin¬
cheras por las noches, pero después de un poco de
tiempo nos acostumbramos a ese trabajo.
Mis antiguos compañeros, los de la compañía
del cañón de tiro rápido, habían sido colocados en
amplias covachas que estaban a unas cuatrocientas
yardas detrás de nuestras trincheras de la línea
del frente—pues estaban de reserva. Con frecuen¬
cia me quedaba en su covacha, y conversaba con
mis antiguos compañeros, aunque tratábamos de
estar alegres, debo decir como que presentíamos
232
¡Al Asalto!
algún desastre. Cada uno de los compañeros
estaba pensando si después de que le hubieran
dado la despedida de “Por arriba y con la mejor
suerte” quedaría él vivo o permanecería tirado
“En algún lugar de Francia.” La sección no. 3
de la compañía del cañón de tiro rápido había
establecido su cuartel en una casa medio arruinada,
cuyas paredes estaban medio destrozadas por las
balas y granadas. Los cocineros de la compañía
alistaban la comida en este lugar. A la quinta
noche del bombardeo, una bomba alemana de a
ocho pulgadas pegó directamente en el cuartel y
mató a diez soldados que estaban durmiendo en
el sótano que se suponía estaba a prueba de bomba.
Al día siguiente fueron enterrados y yo concurrí
a sus funerales.
CAPÍTULO XXVI
HAY CALMA (?) EN EL FRENTE OCCIDENTAL
DOR casualidad, estando en el Cuartel General
A de la Brigada oí una conversación entre
nuestro G. O. C. (Jefe al mando de la fuerzas)
y el jefe de la división. Por esta conversación
supe que íbamos a bombadear las líneas alemanas
durante ocho días, y que el primero de Julio el
“ Gran Asalto” principaría.
A los pocos días se expidieron las órdenes co¬
rrespondientes, y todo el mundo tuvo conocimiento
de lo que iba a suceder.
Durante la tarde del octavo día de nuestro
strafeing , Atwell y yo estábamos sentados en la
trinchera de la línea del frente fumando cigarros,
y preparando nuestros informes sobre la inspección
que habíamos hecho en las trincheras durante la
noche anterior, que teníamos que presentar al día
siguiente en el Cuartel General, cuando circuló
una orden por toda la trinchera de que el Viejo
Pimienta quería que veinte de nosotros nos pre¬
sentáramos como voluntarios para formar un
destacamento que verificara un asalto sobre una
trinchera esa misma noche, y para coger a algunos
233
234
¡Al Asalto!
prisioneros alemanes con el objeto de que nos
dieran informes. Inmediatamente dije que yo
aceptaría tal comisión, y después de darle un apre¬
tón de manos a Atwell, me retiré a retaguardia
para dar mi nombre al oficial que iba a estar al
mando de los que verificarían el asalto.
Por mi mala fortuna, fui aceptado.
A las nueve y cuarenta de esa noche nos presen¬
tamos en la covacha del Cuartel General de la
Brigada para recibir instrucciones del Viejo
Pimienta.
Después de llegar a esa covacha formamos un
semicírculo a su alrededor, y él nos dirigió la pala¬
bra de la siguiente manera:
“Todo lo que quiero es que ustedes se dirijan
esta noche hacia las líneas alemanas, les caigan
de sorpresa, les quiten unos dos prisioneros y
regresen inmediatamente. Nuestra artillería ha
bombardeado esa sección de la línea durante dos
días, y yo personalmente creo que esa parte de la
trinchera alemana no tiene defensores, asi es que
traten de conseguir unos dos prisioneros y regresen
lo más pronto que les sea posible.”
El sargento que estaba a mi derecha, en voz
baja murmuró a mi oído:
“Dime, yank, como vamos a conseguir irnos
dos prisioneros si este viejo tonto cree ‘personal¬
mente que esa parte de la trinchera no tiene defen¬
sores*—ésto lo veo de color obscuro, ¿ no te parece
compañerito? ”
Sentí como si tuviera una depresión en el esto-
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 235
mago, y me parecía que mi sombrero de hojade¬
lata pesaba como una tonelada y que además ya
mi entusiasmo estaba decayendo por completo.
El Viejo Pimienta debe haber comprendido que el
sargento había dicho algo, porque se volteó en su
dirección y con voz de trueno le preguntó:
Que dijiste? ”
El sargento aterrorizado y temblándole las rodi¬
llas, se cuadró muy tieso y contestó:
“Nada, señor.”
Entonces el Viejo Pimienta dijo:
“Pues bién la próxima vez no lo digas en voz
tan alta.”
Continuó hablando el Viejo Pimienta:
“En esta sección de las trincheras alemanas
hay dos o tres cañones de tiro rápido, a los que
no ha podido pegar nuestra artillería durante los
dos o tres últimos días. Estos cañones dominan
el sector en donde dos de nuestras trincheras de
comunicación se juntan con la línea del frente,
y como la brigada va mañana por la mañana a
hacer el asalto por arriba, quiero que me cojan
prisioneros a dos o tres de los artilleros que mane¬
jan esos cañones, y por medio de ellos podré
obtener informes importantes acerca del local
exacto en que están los tales cañones, de modo que
nuestra artillería podrá destruirlos antes que se
verifique el asalto, asi se impedirá que perdamos
mucha gente al hacer uso de esas trincheras de
comunicación para que pasen por ellas los refuerzos
que nos envian.”
236
¡Al Asalto!
Estas son las instrucciones que nos dió:
“ Quítense sus discos de identificación, quítense
de los uniformes todos los números, galones, etc.,
dejen sus papeles con sus capitanes respectivos,
porque yo no quiero que los boches sepan cuales
son los regimientos que están combatiéndolos,
pues esto les daría informes de importancia acerca
del asalto que se verificará mañana, y por lo tanto
no quiero que a ninguno de ustedes los pesquen
en vida. Lo que deseo es conseguir dos prisioneros,
y si los consigo tengo la manera segura de obligar¬
les a damos todos los informes necesarios con
respecto a esos cañones. Pueden escoger dos
clases de armas—pueden llevar sus ‘persuadi-
dores,’ o sus cuchillos de defensa, y cada uno de
ustedes llevará además cuatro bombas Mills, que
sólo deberán emplear para el caso de una emer¬
gencia.”
El “ persuadidor” es el apodo que Tommy da
a una varilla que llevan los tiradores de bombas.
Tiene como dos pies de largo, es muy delgada por
un extremo y muy gruesa por el otro; y este
extremo grueso está lleno de clavos puntiagudos
de acero, y por el centro de la varilla hay una
barra de plomo de nueve pulgadas, para igualar
su peso y poder balancearla. Luego que consigue
uno un prisionero, todo lo que tiene uno que
hacer es presentarle esa varilla, y pueden creerme
que a pesar del patriotismo del prisionero por
Deutschland über Alies , éste se desvanece y con
aparente gusto obedece las órdenes del que lo ha
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 237
cogido prisionero. Pero caso de que el prisionero
se insubordine y se niegue a seguir a uno, simple¬
mente lo “persuade/’ quitándole primero su casco
de hoj adelata y después,—pues bién se comprende
que el peso del plomo en el “ persuadidor ” queda
plenamente demostrado, y Tommy tiene que
buscar a otro prisionero.
La navaja de puño es una especie de puñal, cuya
hoja tiene como ocho pulgadas de largo, y su
mango está protegido por una cubierta de acero.
Esta cubierta está llena de picos de acero también.
De noche en una trinchera, que tiene sólo tres o
cuatro piés de ancho, se convierte en una arma
muy manuable. Con sólo un golpe en la cara se
le rompe la mandíbula a un individuo, y después
usando la navaja uno puede acabar con él antes
de que caiga redondo.
También llevamos unos “auxiliares,” los que se
pueden llamar “vente conmigo.” Estos consisten
en varios alambres con púas como de tres piés de
largo que están atados por un extremo; en el
otro llevan las púas cortadas y por lo tanto Tommy
puede meter el puño en un lazo que se forma y de
esa manera tener bien firme los alambres. Si el
prisionero demuestra querer entrar en dibujos o
discusiones, lo único que se tiene que hacer es
sujetarle el cogote con el lazo grande y aunque
Tommy desee regresar a su trinchera andando,
trotando o a galope, Fritz estará de completo
acuerdo en seguir a Tommy al mismo paso con
la misma velocidad.
238
¡Al Asalto!
Nos mandaron tiznar las caras y las manos.
Se hace eso por la siguiente razón: de noche los
ingleses y alemanes emplean lo que llaman bombas
de estrellas, o sea una especie de cohetes. Las
tiran por medio de una gran pistola de veinte
pulgadas de largo, que se coloca sobre el parapeto
de sacos de arena de la trinchera y que se descarga
en el aire. Estas bombas de estrellas llegan hasta
la altura de unos sesenta piés y a una distancia
de cincuenta a setenta y cinco yardas. Cuando
caen sobre la tierra hacen explosión y arrojan una
fuerte luz de calcio que ilumina todo el subsuelo
en un círculo, cuyo radio es de unas diez a quince
yardas. También tienen una bomba de estrellas
con paracaidas, la cual al llegar a una elevación
de unos sesenta piés hace explosión. Se desen¬
vuelve en un paracaidas y va flotando muy des¬
pacio hasta la tierra e iluminando un gran círculo
en la Tierra Inhabitable o sea “tierra que no es
de nadie.” El nombre oficial de la bomba de
estrella es “Muchaluz.” Se emplean las “muchas
luces” para impedir que se verifiquen ataques de
sorpresas contra las trincheras por las noches.
Si una de esas bombas de estrellas cae en frente
de uno, o entre uno y las líneas alemanas, está
uno seguro de no ser descubierto, porque el ene¬
migo no puede ver a causa de la brillante luz que
sur je, pero si cae detrás de uno y, como Tommy lo
expresa “se mete uno en la zona de la bomba de
estrellas,” entonces la danza principia, y uno tiene
que echarse a tierra sobre el estómago y permanecer
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Hebuterne, Francia, 1916,
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Hay Calma (?) en el Frente Occidental 239
inerme enteramente hasta que se acaba la luz
que despide la bomba, y ésto se verifica en unos
cuarenta o setenta segundos. Si uno no tiene
tiempo de echarse sobre la tierra debe permanecer
enteramente quieto, en cualquier posición que
esté cuando hizo explosión la luz; es muy pru¬
dente que ni respire uno, pues Fritz tiene ojo
muy observador y lo descubre todo y en casi
todos los casos, cuando una bomba de estrellas
empieza a arder a retaguardia de Tommy, ya
puede ajustar sus cuentas con el enemigo.
Se tizna uno las caras y manos para que la luz
de las bombas de estrellas no se refleje en las caras
blancas. Cuando se va al asalto de una trinchera
es casi seguro que la cara de uno tiene que ponerse
blanca o pálida. El que crea que esto no es cierto,
debe hacer el ensayo una sola vez.
Hay otro motivo para que se tiznara uno la
cara y las manos, y era que cuando se mete uno
en una trinchera alemana de noche “cara blanca’'
quería decir alemanes, y “cara negra 1 ' quería
decir ingleses. Suponiendo que al llegar a una
trinchera transversal viera una cara blanca que
se enfrentara con uno; entonces elevando una
oración y deseándole a Fritz “la mejor suerte"
desde luego debe uno presentarle su “ persuadidor"
o su navaja de puño.
Poco tiempo después llagamos a la trinchera
de comunicación que se llama calle de Whiskey,
que iba a la trinchera de fuego, en donde debíamos
pasar por arriba y atacar por el frente.
240
¡Al Asalto!
A retaguardia de nosotros iban cuatro camilleros
y un cabo del R. A. M. C. que llevaban un saco
con medicinas, vendajes y cosas parecidas. Lo
que servía como un triste recordatorio de que
nuestra expedición no iba a ser exactamente una
gira campestre. Por allá se cambia el, orden de las
cosas. En tiempo de paz los médicos general¬
mente van primero, siguiéndolos los enterradores
y después el agente de seguros, pero en nuestro
caso, los enterradores iban en primer lugar, y a
continuación los médicos, sin que estuvieran
presentes los agentes de seguros.
El que estuvieran presentes los que pertenecen
al R. A. M. C. no parecía causar molestia a los
que iban a verificar el asalto, puesto que se oían
con frecuencia observaciones jocosas, en voz baja,
y a lo largo de la columna que estaba moviéndose,
acerca de quien sería el que primeramente ocupara
una de esas camillas. Estas observaciones casi
siempre daban lugar a que se expresara el deseo
de que si uno tuviera que ocupar una camilla, su
herida fuera tal que lo obligara a irse a Blighty.
Indudablemente los camilleros estaban deseando
de que cuando tuvieran que llevar a alguno a
retaguardia, fuera uno pequeño y de poco peso.
Puede ser que me miraban al hacer estos votos,
porque me entró una sensación desagradable como
si preveía lo que pudiera suceder. El caso es que
sus votos se vieron cumplidos.
Al pasar por esta trinchera a cada sesenta yardas
de distancia o cosa parecida pasábamos cerca de
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 241
un sentinela solitario, el cual en voz baja nos
deseaba “la mejor suerte, compañeros.” Le
dábamos las gracias muy quedito, pero esa frase
fatídica parecía ser de mal agüero.
Sin ningún incidente nuestra compañía de en¬
mascarados llegó al Foso del Suicidio en la trin¬
chera del frente de la línea.
Antes de esto una compañía de los Ingenieros
Reales había cortado un callejón para que pasa-
ramos por entre el cerco de alambre y llegáramos
a la Tierra Inhabitable. Yendo paso a paso por
este callejón, nuestro destacamento de veinte
soldados nos formamos en una línea, estando
separados uno de otro a una yarda de distancia.
Habíamos arreglado una clave de señales por
medio de toquidos para guiar nuestros movimientos
en la Tierra Inhabitable, porque por distintas
razones es algo peligroso el tener conversaciones
animadas a unas cuantas yardas en frente de las
líneas de Fritz. El oficial se había situado al
extremo derecho de la línea, y yo estaba en el
extremo izquierdo. Corrían dos golpes o toquidos
dados de la derecha a lo largo de la línea, hasta
que yo los distinguía y entonces enviaba uno sólo.
El oficial al oir este golpe comprendía que la orden
que él había dado había llegado a conocimiento
de todos los que formaban la línea, y que todo el
grupo ya estaba listo para obedecer la señal de
los dos toquidos. Esos dos toquidos significaban
que debíamos ir gateando muy despacio—y
créanme que lo hadamos bien despacio—por unas
16
2\2
¡Al Asalto!
cinco yardas, y que entonces descansaríamos y
esperaríamos nuevas instrucciones. El significado
de tres toquidos, cuando se llegaba a un punto
cercano de la trinchera alemana, era que se
asaltara la trinchera, tratara uno de matar a
cuantos pudiera, consiguiera unos dos prisioneros
y regresara a nuestras líneas con la mayor
velocidad que las piernas le permitieran. Cuatro
toquidos significaba “Te he metido en un lugar
de donde no me es posible sacarte, y por lo tanto
puedes hacer lo que más te convenga."
Luego que a Tommy se le mete en un berenjenal
en el Frente Occidental, como regla general se le
dice que “puede hacer lo que más le convenga,”
lo que significa “sálvate si puedes.” A Tommy
mucho le agrada, “hacer lo que más le convenga,”
detrás de las líneas, pero no durante el asalto de
una trinchera.
Las bombas de estrellas que procedían de las
líneas alemanas, estaban cayendo en frente de
nosotros, y por lo tanto no corríamos ningún
peligro. Como veinte minutos después entramos
en la zona de las bombas de estrellas. Una de
ellas que venía de las líneas alemanas cayó a unas
cinco yardas a mi derecha y detrás de mi; nos
echamos por tierra y tratamos de evitar aun
respirar hasta que se apagó. El humo que despe¬
día iba corriendo por el suelo y llegó hasta la mitad
de nuestra línea. Uno de nuestros compañeros
estornudó, pues el humo le había entrado en la
nariz. Nos quedamos muy quietos pegados a la
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 243
tierra, maldiciendo al infractor en voz muy baja,
y esperando la descarga que generalmente viene
en seguida de cualquier ruido que oyen los alema¬
nes en la Tierra Inhabitable; pero nada sucedió.
Oímos dos toquidos y nos adelantamos gateando
muy despacio por una distancia de cinco yardas;
pues sin duda el oficial estaba en la creencia de
lo que había dicho el Viejo Pimienta: “Creo
verdaderamente que esa parte de la trinchera
está sin ser defendida.” Obrando con sumo
cuidado y quedándonos muy quietos cuando las
bombas caían detrás de nosotros, llegamos al
cerco de alambre de los alemanes sin ningún
percance. Entonces principiamos a divertirnos.
Yo abrigada algún temor de lo que pudiera ocurrir,
porque es cosa muy difícil hacer un camino por
entre el cerco de alambre cuando a unos treinta
piés en frente está la línea de los boches escudri¬
ñando la Tierra Inhabitable con sus rifles listos
sobre el parapeto, y tratando de ver y oir cualquier
cosa que pase en esa misma Tierra Inhabitable;
pues de noche Fritz nunca sabe cuando le pueda
llegar alguna bomba con su número y nombre que
le toque y que haya sido dirigida hacia su trinchera.
El soldado que estaba a la derecha, uno que estaba
en el centro y yo que estaba al extremo de la iz¬
quierda llevábamos cortadores de alambre. Están
insulados por medio de goma, sin ser hecho ésto
porque se crea que los alambres alemanes están
cargados de electricidad, pero para impedir que
esos cortadores peguen contra los postes del cerco
244
¡Al Asalto!
de alambre que son de hierro, y que por lo tanto
pudieran hacer algún ruido, que sirviera de aviso
a los vigilantes en la trinchera enemiga de que
algún intruso se había presentado. No hay más
que una manera de cortar un alambre con púas sin
hacer ruido, y Tommy después de una experien¬
cia que mucho le ha costado ya es perito en tal
operación. Uno agarra el alambre como a dos
pulgadas del poste con la mano derecha y corta
entre el poste y la mano.
Si uno corta el alambre de manera inadecuada,
se oye un sonido fuerte que durante la noche se
asemeja al tañer de una cuerda de “ banjo.” Puede
oirse ese ruido a distancia de unas cincuenta o
setenta y cinco yardas, pero a Tommy le parece
que ese ruido puede llegar hasta Berlín.
Ya habíamos cortado un callejón hasta la mitad
de la distancia por entre el cerco, cuando hacia el
centro de la línea, se oyó el ruido de un alambre
que había sido mal cortado. Nos echamos al
suelo, maldiciendo en voz baja, temblando como
azogados, con las rodillas rasguñadas por los hilos
de los alambres que se habían cortado y sus púas,
esperando que nos marcaran el alto y en seguida la
correspondiente descarga. Nada ocurrió. Yo me
supongo que el soldado que cortó mal el alambre con
púas era el mismo que había estornudado una hora
antes; creo que los votos que hicimos por su por¬
venir no le trairán buena suerte durante todo el año.
Según yo opino el oficial al oir el ruido del
alambre roto debió haber dado la señal de los
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 245
cuatro toquidos, que significaba “sálvese quien
pueda y regresen a sus trincheras lo más pronto
que les sea posible,” pero nuevamente debe haber
confiado en los que había dicho en la covacha el
Viejo Pimienta: “Yo creo en realidad que esa
parte de la trinchera alemana no está defendida.”
De todos modos nos descuidamos un poco, pero
no tanto que cantáramos himnos patrióticos ni
hiciéramos ruidos innecesarios.
Durante los intervalos en que caían las bom¬
bas alemanas, seguíamos nosotros cortando los
alambres del cerco, hasta que al fin terminamos
nuestra tarea con respecto al alambrado alemán.
Ya por entonces estábamos a unos diez piés de las
trincheras alemanas. Si nos llegaran a descubrir,
estaríamos como ratones es un una ratonera, pues
ya nuestra retirada estaba cortada, a menos que
pudiéramos regresar por el callejón que habíamos
hecho en el cerco de alambres. Con el alma en
un hilo esperamos la orden de los tres toquidos,
para iniciar el asalto contra la trinchera alemana.
Ya había corrido la orden de los tres toquidos
como hasta la mitad de la línea, cuando de repente
tiraron los alemanes de diez a veinte bombas de
estrellas que cayeron a lo largo del cerco de alambre
detrás de nosotros, y que convirtieron la obscuri¬
dad en luz brillante, apareciendo nuestras sombras
destacadas en el resplandor que hacían los esta¬
llidos de esas bombas. Por medio de esa luz
brillante pudimos contemplar el siguiente cuadro
poco halagüeño.
246
¡Al Asalto!
A lo largo de la trinchera alemana, y a intervalos
de a tres piés de distancia se había colocado un alto
guardia prusiano apuntando con el rifle, y entonces
comprendimos porque no nos habían marcado
el alto cuando nuestro compañero estornudó y
cortamos de manera inadecuada el cerco de alambre.
Como a unos tres piés en frente de la trinchera
ellos habían erigido un cerco de alambres de púas,
y bien comprendían que las probabilidades que
teníamos de salvarnos las vidas era como una en
mil. No podíamos tomar la trinchera por asalto,
debido a esta nueva línea de defensa. Repen¬
tinamente se oyó en frente de mi la voz de “ alto,”
dada en inglés con suma claridad, y entonces
aconteció una de las escenas más interesantes que
he presenciado en el Frente Occidental.
Del medio de nuestra línea un Tommy contestó
la voz de alto diciendo “Váyanse al infierno”;
debe haber sido el soldado que estornudó o el que
había cortado de mal manera el alambre con púas.
Quería demostrar a Fritz que sabía morir como
buen soldado. Entonces vino la descarga. Em¬
pezaron a tirar sus cañones de tiro rápido y varias
bombas cayeron detrás de nosotros. El boche
que estaba en frente de mi me estaba mirando
fijamente y apuntándome. Puede ser que este
maldito habría sido considerado bien parecido en
otras circunstancias, pero cuando lo vi en frente
de mi y apuntándome con su rifle, me pareció el
demonio más horrible que me hubiera imaginado.
De repente noté una llamarada delante de mi,
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 247
oí el estallido de su rifle—y me pareció que me
habían despedazado la cabeza. Una bala me
había penetrado por el cachete izquierdo a una
pulgada debajo del ojo y había desecho los huesos
de la mejilla. Puse la mano sobre la cara y caí
repentinamente revoleándome en el suelo y levan¬
tando los piés al aire. Creí que me estaba murien¬
do, pero debo decir, que mi vida pasada no se me
presentó en esos momentos, ni la recordé como nos
lo cuentan en las novelas.
Estaba corriéndome la sangre por todo el uni¬
forme y sufría yo indeciblemente. Cuando re¬
cobré mis sentidos, pensé, “Amigo Empey, tu
eres de Jersey City y debes de regresar a ese lugar
lo más pronto que te sea posible.”
Se seguía oyendo el estrépito de las balas por
encima de nuestras cabezas. Gateando pude
retirarme unos cuanto piés del cerco alemán de
alambres, y muy agachado y sirviéndome del
alambre como guía, fui recorriendo la línea bus¬
cando el callejón que habíamos cortado en ese
cerco. Antes de llegar a ese callejón topé con un
bulto flexible, que parecía como si fuera un saco
de avena colgado del alambre. Por medio de la
luz mortigua que había, pude ver unas manos
tiznadas y comprendí que era el cadáver de uno
de mis compañeros. Con la mano toqué su cabeza
y noté que se la había volado una bomba. Pene¬
traron mis dedos en el agujero y al retirar la mano
vi que estaba llena de sangre y sesos, y loco de
espanto y terror corrí a lo largo del alambre hasta
248
¡Al Asalto!
que llegué a nuestro callejón. Ya había dado la
vuelta por este callejón, cuando algo dentro de
mi mismo parecía decirme: “Voltéate.” Así lo
hice, y una bala me hirió en el hombro izquierdo.
No me dolió mucho la herida, pues sólo parecía
como que alguien me hubiera dado un guantón
en la espalda y que mi lado izquierdo hubiese
quedado entumecido. Colgaba mi brazo al lado
como si fuera un trapo, y caí redondo sentado en
el suelo. Pero ya no me quedaba el menor miedo,
sólo maldecía y quería vengarme de lo que me
había sucedido en las trincheras alemanas. Con
la mano derecha busqué en mi saco el paquete
con las vendas para hacer mi primera curación.
Al tentar mi saco toqué una de las bombas que
yo llevaba; agarrándola con fuerza saqué con los
dientes el espigúete y sin ver lo que hacía la tiré
hacia la trinchera alemana. Sin duda alguna
estaba yo medio loco, puesto que como estaba
sólo a diez piés de la trinchera corría el riego de
ser hecho pedazos. Era seguro que si la bomba
no caía en la trinchera, haría explosión en el aire
y yo habría quedado hecho añicos con mi propia
bomba.
Al contemplar la llamarada que hizo, y diré
que afortunadamente cayó en la trinchera alemana,
noté que un “boche” alto levantaba las manos
y se caía para atrás botando el rifle al aire; y otro
cayó sobre los sacos de arena—en seguida sobre¬
vino una obscuridad completa.
Comprendiendo que había obrado con suma
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 249
temeridad, nuevamente me puse a temblar. Me
levanté lentamente, y después corrí con todas mis
fuerzas por entre el alambrado, cayéndome sobre
las púas y los alambres cortados, rompiendo mi
uniforme y hiriéndome en los brazos y manos.
Casi al llegar nuevamente a la Tierra Inhabitable,
me pareció que la misma voz me volvió a decir
* ‘ Voltéate.*’ Así lo hice, cuando 11 pum ’’ una nueva
bala me hirió, esta vez en el hombro izquierdo
como una media pulgada más abajo de la otra
herida. Esto fué lo último que me sucedió, antes
de quedarme enteramente desmayado.
Cuando desperté de mi letargo, estaba acurru¬
cado en un agujero en la Tierra Inhabitable.
Era agujero formado por la explosión de una bomba
y de unos tres piés de profundidad, así es que
quedaba la cabeza a unas pocas pulgadas debajo
del nivel del suelo. Nunca he comprendido como
pude llegar a este agujero. Seguían las balas y
granadas alemanas cruzando en todas direcciones
por la Tierra Inhabitable y caían en la orilla del
agujero en que me encontraba, esparciendo arena
sobre todo mi cuerpo. Por las alturas notaba la
explosión de las granadas, y oía caer sus fragmen¬
tos sobre la tierra. Nuevamente me desmayé y
cuando volví a mis sentidos, no se oía ningún
ruido y reinaba la más profunda obscuridad en
la Tierra Inhabitable. Estaba lleno de sangre y
parte del cachete herido estaba colgando sobre
mi boca, y la sangre que caía casi me ahogaba.
Trataba de soplar y por medio de esos soplidos
250
¡Al Asalto!
hacer que subiera esa parte del cachete, pero no
lo podía mover. Entonces con una mano busqué
mi saco de medicinas y traté de vendarme la cara,
para impedir que saliera más la sangre. Tenia
un grandísimo temor de desangrarme y empezaba
a sentirme sumamente débil. Cualquiera que me
hubiera visto tratando de vendarme con una
mano, se hubiese reido de mis inútiles esfuerzos.
Terribles eran los dolores que tenía en el hombro
herido y ya empezaba a sentir nausea en el estó¬
mago. Dejé de tratar de vendar la heridia y por
tercera vez me desmayé.
Cuando recobré la razón, parecía que se había
desencadenado un infierno. Se oía un terrible
bombardeo, yo desde luego comprendí que estaba
en un lugar sumamente peligroso. Entonces de
repente cesó nuestro cañoneo, Ese silencio opri-
mia mi corazón, pero no duró mucho tiempo, por¬
que Fritz renovó su bombardeo y sus descargas
de rifle y de cañones de tiro rápido. Entonces oí
los vivas de mis compañeros a lo largo de toda la
línea y saltando por arriba de la trinchera car¬
garon sobre el enemigo. La primera “ola” se
componía de “Jocks” (escoceses). Magnífico era
su aspecto con sus trajes típicos flotando en el aire,
con las rodillas desnudas y sus brillantes bayo¬
netas. Al pasar esa primera ola cerca del agujero
en que yo estaba, uno de esos “Jocks” que era
casi un gigante de unos seis piés y dos pulgadas
de alto saltó sobre mi. Quedaron a mi derecha e
izquierda varios de esos soldados heridos o muertos
Hay Calma (?) en el Frente Occidental 251
en la tierra. De repente vino el segundo asalto,
también hecho por los “ Jocks.” Un joven escocés
al llegar cerca de mi agujero saltó al aire y tiró
el rifle que llevaba en las manos y cayó a unos
seis piés en frente de mi metiendo la bayoneta en
la tierra y quedando la culata como si estuviera
vibrando, lo que me causó suma impresión.
Todavía me parece ver vibrar la culata de ese
rifle. El escocés había dado una vuelta completa
en el aire, cayó después en la tierra donde dió
también dos vueltas, y cada vez trataba de aga¬
rrarse de la tierra y al fin permaneció quieto casi
sentado a unos cuatro piés de donde yo estaba.
Lo llamé y le pregunté: Que estás mal herido,
‘Jock?’” Pero no contestó. Había muerto.
Luego percibí una mancha roja que estaba sobre
su saco encima del corazón. La sangre corría
por sus rodillas desnudas, presentando un aspecto
horrible. Llevaba al lado derecho una botella de
agua. Estaba loco por beber un poco de agua y
traté de tomarla, pero me fué enteramente impo¬
sible arrimarme a él aunque estaba sólo a cuatro
piés de distancia. Nuevamente me desmayé, y
cuando desperté estaba ya en el hospital provi¬
sional de nuestras avanzadas. Le pregunté al
médico si habíamos tomado la trinchera. 1 ‘Toma¬
mos la trinchera y también el bosque que está
atrás,” él contestó. “Y todos ustedes se condu¬
jeron con mucha valentía; pero amiguito eso fué
hace unas treinta y seis horas. Usted permaneció
en aquel agujero de la Tierra Inhabitable durante
252
¡Al Asalto!
un día y medio. Ni comprendo como quedó
usted vivo.” También me dijo que de los veinte
que iban conmigo en el asalto diez y siete habían
muerto. El oficial murió de sus heridas al regre¬
sar gateando a nuestra trinchera y yo fui grave¬
mente herido, pero un compañero regresó sin un
rasguño y también sin traer prisioneros. Indu¬
dablemente este compañerito era el que había
estornudado y el que cortó mal el alambre.
En la comunicación oficial referente a nuestro
asalto de la trinchera, éste se describía de la
siguiente manera:
“Hay calma en el Frente Occidental, excepto
en la vecindad del bosque Gommecourt, en que
un destacamento de nuestros soldados asaltó y
penetró en las líneas alemanas.”
Innecesario es decir que no pudimos usar
nuestros “persuadidores” ni los cuchillos consabi¬
dos, porque no pudimos regresar trayendo prisi¬
oneros, y hasta que yo pase a mejor vida he de
recordar las palabras del Viejo Pimienta: “Yo creo
realmente que esa parte de la trinchera alemana no
está defendida,” cuando oiga yo a algún individuo
asegurar algo sumamente inverosímil.
CAPÍTULO XXVII
BLIGHTY
CN el hospital provisional en que se hizo mi
primer curación me inocularon con el suero
para impedir que me viniera el tétano, y después
me enviaron en una ambulancia al hospital pro¬
visional que había a retaguardia. Para llegar a
ese hospital teníamos que pasar a lo largo de un
camino de cinco millas de extensión. Este camino
recibía las descargas de bombas, que de cuando
en cuando iluminaban el cielo y causaban grandí¬
simo estruendo, a tal grado que hasta el camino
parecía estar temblando. No hacíamos caso de
eso, e indudablemente algunos de nosotros hubiéra¬
mos estado satisfechos si una bomba hubiera
puesto punto final a sus sufrimientos. En realidad
a mi no me importaba lo que podía suceder; lo
único que sé es que era un continuo jaleo de golpes,
ruidos, explosiones y trepidaciones.
Varias veces el conductor se volteaba y nos
decía: “Tengan valor compañeros, pronto llegare¬
mos.’ f Esos conductores de ambulancia eran
muy buenos compañeros y ya muchos de ellos
han pasado a mejor vida.
253
254
¡Al Asalto!
Poco a poco nos retiramos de la zona de fuego
y llegamos en frente de una inmensa covacha.
Los camilleros me bajaron por varios escalones y
me colocaron sobre una mesa blanca en un cuarto
muy bien alumbrado.
Un sargento del Cuerpo Médico del Ejército
Real me quitó las vendas y cortó el saco. En¬
tonces el médico, con sus mangas arremangadas,
tomó todo a su cargo. Me giñó el ojo y yo le
giñé el mió, y entonces me dij o: “¿ Como te sientes,
un poco maltrecho? ”
Contesté: “Me siento bien, pero daría una
libra esterlina por un vaso de cerveza.” Le dijo
algo en voz baja al sargento, quien salió del cuarto,
y creánmelo pero muy pronto regresó con un vaso
de cerveza. Apenas podía abrir la boca como
la cuarta parte de una pulgada, y sin embargo
me bebí todo gota por gota. Eso hizo que me
imaginara que estaba en Blighty, lo que es lo
mismo para un Tommy que estar en el cielo.
El médico le dijo algo a un ordenanza, y la
única palabra que pude oir era “cloroformo”, y
después me colocaron algún aparato sobre la nariz
y la boca y a poco fui trasportado al país de los
sueños.
Cuando abrí los ojos estaba yo recostado en una
camilla en un edificio bajo de madera. Por todas
partes yo veía hileras de Tommies en camillas,
algunos sin conocimiento y otros con cigarros en
las bocas.
Casi todo conversaban sobre Blighty; casi
Blighty
255
todos tenían una sonrisa en los labios, excepto
aquellos cuyos labios maltrechos no les permitían
sonreírse. En lugar de sonreirme, giñaba yo el
ojo derecho, pues el otro estaba vendado.
Entraban y salían camilleros que sacaban a los
Tommies, y por fuera se oía el ruido de los auto¬
móviles que estaban esperando.
Me metieron en un Ford con tres otros compa¬
ñeros y emprendimos un viaje de unas diez y ocho
millas. El que esté herido debe evitar ir en un
Ford; debe insistir en ir andando, pues es mucho
mejor.
Yo estaba colocado en una camilla en el fondo
de la ambulancia, y el compañero que estaba a
mi derecha estaba herido horriblemente.
Encima de mi había un soldado de los Rifleros
Reales de Irlanda y en frente de él estaba un
escocés.
Habíamos viajado unas tres millas, cuando oí
el estertor de la muerte en la garganta del com¬
pañero que estaba en frente. Ya había pasado
a mejor vida. Yo creo que en esos momentos
envidiaba su suerte.
El soldado de los Rifleros Reales de Irlanda
tenía el pié izquierdo magullado horriblemente,
y con el movimiento de la ambulancia sobre el
camino pedrogoso, las vendas que sujetaban el pié
se aflogaron, y éste empezó a chorrear sangre.
La sangre corría por el lado de la camilla y empezó
a gotear. Yo estaba recostado sobre la espalda
y en un estado tan débil que no me podía mover.
256
¡Al Asalto!
asi es que principió a gotear esa sangre cayendo
sobre mi ojo derecho que no estaba vendado.
Cerré el ojo y pronto ya no podía abrir el párpado,
pues la sangre se había cuajado y lo había cerrado
como si estuviera pegado con goma.
Conducía la ambulancia una muchacha inglesa
con uniforme de khaki, y a su lado iba sentado un
cabo del R. A. M. C. Estaban conversando
mucho sobre Blighty, y eso me puso sumamente
nervioso. A poco el irlandés que estaba en la
camilla encima de la mia, notó que la venda que
le ataba el pié se había aflojado, y esto debe
haberle dolido mucho, pues empezó a gritar en
voz alta:
“Si no paran este condenado carretón funerario
y me arreglan esta maldita venda en el pié, me
voy a bajar e iré caminando.”
La muchacha que estaba sentada en el pescante
se volteó y con voz bondadosa preguntó : 11 ¿ Dígame
amigo, que está usted muy mal herido?”
El irlandés al oir esta pregunta se indignó en
alto grado, y gritó: “¿Con qué quiere saber si
estoy mal herido? Bonita pregunta; no si yo no
estoy herido, si soló me pegó un canario con su
pata.”
Inmediatamente la ambulancia paró, y el cabo
fué y arregló la venda y también me lavó el ojo
derecho. Yo estaba tan débil que ni tuve fuerzas
para darle las gracias, pero lo que hizo fué un gran
consuelo para mi. Después debo haber quedado
sin conocimiento, porque cuando desperté la
Blighty 257
ambulancia estaba parada y estaban sacando mi
camilla.
Era de noche, y por doquier se veían las luces
de distintas linternas y varios camilleros que
corrían en diferentes direcciones. Después me
llevaron a un tren-hospital.
El interior de este tren me pareció casi como si
fuera el cielo, pues estaba enteramente de blanco
y allí vimos a nuestras primereas enfermeras de la
Cruz Roja. Nosotros creíamos que eran ángeles,
y en realidad lo son.
Los catres tenían colchones blandos y sábanas
blancas y limpias.
Estaba sentada junto a mi una enfermera de la
Cruz Roja, que permaneció a mi lado durante
todo el viaje que duró unas tres horas. Me tenía
la mano entre la suya, y creí que yo le había
causado una impresión agradable, asi es que traté
de contarle como había sido herido, pero ella po¬
niendo el dedo a los labios me dijo: “Si ya lo sé,
pero usted no debe hablar por ahora, trate de
dormir, pues eso le hará provecho y es lo que ha
ordenado el médico.” Después supe que lo que
ella estaba haciendo era tomándome el pulso a
intervalos cortos, pues estaba yo muy débil debido
a la pérdida de sangre y todos creían que yo me
iba a morir, pero no me morí.
Del tren fuimos conducidos en ambulancias por
un corto trayecto hasta el buque hospital Panamá.
Este era otro palacio con más ángeles. No re¬
cuerdo nada de lo que aconteció al cruzar el Canal.
17
25»
¡Al Asalto!
Cuando abrí los ojos me llevaban en una camilla
por entre hileras de gente algunas de las cuales
vitoreaban, otras tremolaban banderas y otras
lloraban. Las banderas eran inglesas; yo estaba
en Southampton. Blighty al fin. Mi camilla
estaba llena de flores, cigarros y chocolates. Las
lágrimas me empezaron a correr por la mejilla y
brotaban de mi buen ojo. ¡ Decir que estaba yo
llorando como un chiquillo! ¡Quién lo hubiera
creido!
Después fuimos en otro tren-hospital, haciendo
un viaje de cinco horas hasta Paignton; en seguida
otro viaje en ambulancia y al fin fui llevado al
salón Munsey del Hospital de Guerra de las Mujeres
Americanas, y me colocaron en una verdadera
cama. Esta cama era demasiado buena para mi,
me puso tan nervioso que me quedé sin sentido.
Cuando desperté estaba una bonita enfermera
de la Cruz Roja agachada sobre mi lavándome
la frente con agua fría. Cuando salió de la sala,
el ordenanza colocó un biombo alrededor de mi
cama y me dió un baño que bien necesitaba y
pajamas limpias. Entonces quitaron el biombo
y me dieron un plato de sopa hirviendo, que me
pareció magnífica.
Antes de acabar la sopa, regresó la enfermera
y me preguntó mi nombre y número, asentó estos
datos en un librito y me preguntó: “¿ De donde
viene usted?” Y yo le contesté: “De la gran
cuidad que está detrás de la Estatua de la Liber¬
tad,” y al oir eso se puso a dar brincos, palmoteo
Blighty
259
y llamando a las otras tres enfermeras que estaban
en la sala, les dijo:
“ Vengan aquí compañeras—al fin tenemos aquí
a un verdadero yankee muy vivo.” Todas se
acercaron y me empezaron a hacer muchas pre¬
guntas hasta la llegada del médico. Cuando supo
que yo era americano, casi me estrujó la mano al
darme un apretón amistoso. Todos eran ameri¬
canos y se mostraban muy alegres de verme.
El médico cuidadosamente me quitó las vendas,
y después de examinar las heridas, me dijo que
tendrían que llevarme inmediatamente a la sala
de operaciones. Esto para mi era lo mismo que
la carabina de Ambrosio.
Pocos minutos después, cuatro ordenanzas, que
me parecían como enterradores vestidos de blanco,
trajeron una camilla cerca de mi cama, me colo¬
caron en ella y me llevaron a través de un patio
hasta el salón de operaciones, o “cinematógrafo,”
como lo llama Tommy. Yo no recuerdo como
me dieron el anastético.
Cuando recobré los sentidos, estaba nueva¬
mente en cama en la sala Munsey. Una de las
enfermeras había colocado sobre la cabecera de
la cama una gran bandera americana, y me había
puesto en la mano una chica, todo lo cual me llenó
de contento, pues así volví a ver la bandera de
las “barras y estrellas.”
En aquel momento yo estaba pensando cuando
llegaría la época en que los compañeros en las
trincheras verían el emblema de “la tierra del
26o
¡Al Asalto!
hombre libre y el hogar de los valientes,” junto a
ellos y combatiendo a su lado en esta gran guerra
de la civilización.
Mis heridas me causaban agudos dolores, y a
veces de noche soñaba que miles de formas vestidas
de khaki pasaban cerca de mi cama, y cada una
de ellas se agachaba y murmuraba cerca de mis
oídos: “La mejor suerte, compañero.”
Eso me hacía sudar abundantemente, desper¬
taba gritando y la enfermera que estaba de guardia
en la noche se aproximaba a la cama y me tomaba
la mano. Después de eso se volvió una costumbre
en mi el despertar con frecuencia, hasta que trasla¬
daron esa enfermera a otra sala.
Después de unas tres semanas, debido al gran
cuidado y atenciones que recibí, pude sentarme y
empezar a mirar a mi alrededor. Nuestra sala
comprendía unos setenta y cinco enfermos, el
noventa por ciento de los cuales tenían que sufrir
operaciones de cirujía. A la cabecera de cada
cama había un diagrama de temperatura y una
nota con el diagnosis del caso. Sobre esta lista
se veían las letras “ G. S. W.” o “ S. W., ” lo primero
significaba herida de fusil y lo segundo herida
de bomba. Predominaban las “S. W.,” sobre
todo entre los soldados de la Artillería Real de
Campamento y de los Ingenieros Reales.
Estaban representados como cuarenta distintos
regimientos, y surgían muchas discusiones sobre el
valor y pericia de cada regimiento. Notable era
la rivalidad que existía entre ellos. Empezaba a
BHghty
261
discutir un “Jock” con un irlandés, y entonces
algún súbdito británico con acento típico inglés
se metía en la discusión, abogando en pro de un
regimiento de Londres. A poco uno de Gales y
otro de un regimiento de Yorkshire y puede ser
que un canadense, también tomaban parte en la
conversación y entonces la discusión se ponía
sumamente animada y vehemente. Los enfermos
que estaban en sus camas principiaban a disgus¬
tarse, y a gritar que arreglaran sus disputas
fuera de la sala y entonces prorrumpían todos en
gritos, hasta que la matrona entraba y con sólo
un movimiento de su mano derrotaba a esos
valientes guerreros, y de repente el silencio volvía
a imperar.
El miércoles y el domingo de cada semana eran
los días en que se recibían visitas, y los enfermos
las esperaban con ansiedad, porque muchas veces
recibían paquetes con frutas, dulces o cigarros.
Cuando un enfermo tenía a uno que lo visitaba con
frecuencia, generalmente guardaba un buen re¬
puesto de tales regalos. Casi todos demostraban
alguna envidia con respecto a esas visitas, y cuando
ellas salían se suscitaban acaloradas discusiones.
Cuando un enfermo es llevado a una casa de con¬
valecientes, como regla general, suplica a sus
visitas de costumbre que vean al compañero de
la cama siguiente.
Muchos de los que los visitan llevan álbums de
autógrafos, y molestan mucho a Tommy pidién*
dolé que escriba en ellos informes sobre sus heridas.
2 Ó2
¡Al Asalto!
Varios Tommies tratan de evitar esta tarea molesta,
diciéndole al visitante que no pueden escribir,
pero con esto no se vence la insistencia del dueño
del álbum, porque él o ella, generalmente ella,
ofrece escribirle lo que desea, y Tommy se ve
obligado a decir lo que hubiere pasado.
Las preguntas que los visitantes hacen a Tommy
podrían formar una colección de chistes adecuados
a los militares.
Una señora ya de edad, con mirada bondadosa,
se acercó a la cama de uno y con voz cariñosa le
dijo: “Pobre muchacho, con qué te hirieron esos
terribles alemanes. Por supuesto debes tener
muy fuertes dolores. ¿ Con que fué una bala
que te hirió? Pues bien dime, lo que quisiera
saber es: ¿ qué duele más al entrar que al salir?”
Generalmente Tommy contesta que no formó
su opinión sobre eso, cuando recibió el balazo.
Una señorita bien parecida y joven acercándose
a mi cama, me preguntó: “¿Que es lo que le hiró
en la cara? ”
Cortesmente, pero algo cansado le contesté:
“Una bala de rifle.”
Con mucho desdén se fué a la siguiente cama,
pero antes exclamó: “Oh, con qué sólo fué una
bala, yo creí que hubiera sido una bomba.” Lo
que no comprendo es porqué quería hacer la dis¬
tinción entre la herida de una bala y la de una
bomba. Para mí no había gran diferencia.
El Hospital de Guerra de las Mujeres America¬
nas era un verdadero cielo para los heridos. Se
Blighty
263
les permitían todos los previlegios imaginables,
con tal de que concordaran con los reglamentos y
la disciplina militar. Lo único que si era muy
difícil, era conseguir pases para los enfermos,
pues parecía casi necesario una ley del Parlamento
para conseguirlos. Tommy ponía en juego muchas
tretas para poder salir del hospital, pero el jefe
que era un antiguo oficial de la guerra boera las
comprendía todas, y era indispensable fraguar
una nueva para conseguir que firmara el documento
deseado.
Luego que obscurecía, había muchos enfermos
que trepaban la pared y se iban a hacer lo que les
conviniera, a pesar de los muchos rótulos que
podían ver en que se leía “No es lugar para los
enfermos.” Como regla general las enfermeras
hacían como que estaban con otras ocupaciones
cuando se verificaban algunos de estos viajes
nocturnos. Espero que este informe no les
causará ninguna molestia, pero no puedo impe¬
dir el realizar el deseo de que sepa el jefe que
alguna que otra vez le ganamos la delantera.
Una tarde recibí una carta, por medios ocultos,
de una visita del sexo feminino, en que me invitaba
a concurir a una reunión que se iba a verificar en
su casa esa misma noche. Le contesté que podía
esperarme, que me reuniría con ella en un lugar
del camino muy conocido de todos los enfermos,
y de algunos que los visitaban como “del otro
lado de la pared.” Le dije que estaría allí a las
siete y media en punto.
264
¡Al Asalto!
A eso de las siete y cuarto saqué mi sobretodo
y gorro muy sigilosamente fuera del edificio, y lo
escondí en unos arbustos. Le dije a la enfermera
que ira íntima amiga mia, que iba a dar una vuelta
por el jardín. Me giñó el ojo y comprendí que
por ese lado yo no tenía anda que temer.
Después de salir del edificio, me metí por entre
los arbustos y me acerqué a la pared. Estaba
tan obscuro como boca de lobo y al acercarme a un
arbusto, repentinamente di un paso en el aire y
caí a una gran distancia en el suelo, dándome un
fuerte golpe y viendo estrellas. Cuando me pude
levantar, me estaba doliendo mucho el hombro
herido y me encontraba recargado contra una
pared circular de ladrillos, muy húmeda por cierto,
y a alguna distancia de la cual se podía oir el
goteo del agua. En la obscuridad me había
caído en un antiguo pozo. ¿ Pero porqué no estaba
mojado? Según lo que era natural debí haberme
ahogado. Puede ser que eso me sucedió y que no
lo comprendí bien. Poco a poco principiaron a
desaparecer mis dolores, y entonces noté que
estaba yo tirado en un borde del pozo un poco
abajo de su apertura y que con el menor movi¬
miento yo me hubiera caído al fondo.
Encendí un fósforo y por su luz mortecina noté
que estaba metido en un agujero circular de unos
doce piés de fondo casi todo lleno de agua. Las
gotas que caían provenían de una tubería que
estaba a mi derecha.
A causa del hombro herido no me era posible
Blighty
265
subirme por la tubería; y no podía pedir auxilio,
porque el que viniera a socorrerme tendría que
preguntarme como había sucedido el accidente,
y por supuesto que eso daría por resultado que el
jefe tuviera que castigarme. Asi es que lo único
que tuve que hacer fué esperar, deseando que
alguno de los que habían salido a divertirse regre¬
saran y yo les pudiera dar la señal acostumbrada
de “siss-s-s-s,” que lo haría venir a auxiliarme.
Yo oía el reloj de la población dar cada media
hora, y a cada campanazo yo profería en una mal¬
dición contra el individuo que había hecho ese
pozo infernal.
Pasadas dos horas, oí a dos personas que estaban
hablando en voz baja, reconocí al cabo Cook, que
era uno de los más veteranos paseadores de noche.
Oyó mi “ siss-s-s-s,” y se acercó a la orilla del
agujero. Le expliqué lo que me había sucedido
y después de dirigirme algunas observaciones algo
impertinentes, que por entonces no causaron mi
resentimiento, me ayudó a salir del atolladero.
Al llegar a la sala nos quitamos los zapatos y
entramos sigilosamente. Estaba sentado en la
cama a obscuras, y principiaba a desvestirme,
cuando el compañero que estaba cerca de mi,
Phillips se llamaba, me dijo en voz baja: “Ten
cuidado yank, aquí viene la matrona.”
Inmediatamente me cubrí con la sobrecama y
pretendí estar dormido. La matrona se quedó
hablando unos instantes con la enfermera nocturna
y caí dormido.
266
¡Al Asalto!
Cuando desperté a la mañana siguiente la enfer¬
mera de noche que era una americana, estaba
inclinada hacia mi y por lo pronto contemplé una
cosa muy desagradable. El cobertor de la cama
y las sábanas estaban llenas de lodo y cieno ver¬
doso. Era muy bondadosa, y luego se apuró y me
trajo ropa y sábanas limpias, de modo que nadie
pudo descubrir lo ocurrido, pero por su cuenta
ella me dió un buen regaño, aunque no informó de
ninguna manera sobre lo que había sucedido.
Uno de los canadenses que estaba en esa sala la
llamaba ^la buena y bondadosa compañerita.”
Al día siguiente tuve que explicar con grandísima
dificultad a la amiga que me visitaba, porqué no la
había encontrado en el lugar y a la hora convenidos.
Y durante una semana, cada vez que pasaba
por donde estaba cierto enfermo, él exclamaba:
“El gozo se fué al pozo, yank; no es verdad, al
mero pozo.”
El cirujano de nuestra sala era americano y se
había educado en la Universidad de Harvard; se
llamaba Frost y tenía el apodo de “Jack Frost.”
Todos lo queríamos mucho, y si un Tommy tenía
que ser operado, no le importaba nada si Jack
Frost era él que debía manejar la cuchilla; le
tenían suma confianza y lo querían como si fuera
un verdadero compañero y amigo.
Un sábado por la mañana el jefe y algunos de
los altos funcionarios estaban visitando nuestra
sala, cuando uno de los enfermos que había sido
herido en la cabeza por un fragmento de granada,
Tarjeta que Emplean las Enfermeras de la Cruz Roja para Notificar a las Familias de los Heridos
*
Blighty
267
cayó al suelo en convulsiones. Luego lo curaron
y entonces buscaron a un ordenanza para que
llevara al enfermo a su cama, que estaba al otro
extremo de la sala. No se podía encontrar al
ordenanza en ninguna parte—en eso se parecía
a nuestra policía que nunca se encuentra cuando
uno la necesita, No sabían qué hacer para colocar
a Palmer en su cama. El Dr. Frost se puso
bastante nervioso, cuando de repente con un
“maldito sea” en voz baja y otros adjetivos algo
fuertes, se agachó y levantó al enfermo como si
fuera un niño, y cuidado que no era una pluma,
y con su peso atravesó la sala, lo puso en la cama
y lo desvistió. Todos los enfermos demostraron de
palabra como alababan su modo de proceder. El
Dr. Frost se puso muy colorado, y luego que acabó
de desvestir a Palmer se fué precipitadamente de
la sala.
Ya casi se había curado la herida que tenía yo en
la cara, pero era horrible mi aspecto, pues el
cachete izquierdo estaba todo estrujado, el ojo
virado y la boca tenia una dirección de norte a
noroeste. Muy acongojado me sentía y ya me
parecía que por el resto de la vida nadie querría
estar a mi lado o acercárseme, a causa de mi
horrible herida.
El Dr. Frost arregló que yo fuera al hospital
militar de Cambridge en Aldershot, para ver si
por medio de una operación especial se conseguía
que mi cicatriz mejorara de aspecto.
Llegué al hospital y allí tuve una sorpresa desa-
268
¡Al Asalto!
gradable, pues los alimentos que daban eran malos
y la disciplina sumamente estricta. No se le
permitía a ningún enfermo que se sentara en la
cama, y no podía fumar más que en ciertas horas
dadas. El médico especialista simplemente me
vió la cara y la herida y no hizo más. Pedí que se
me permitiera regresar a Paignton, y ofrecí pagar
el costo de mi viaje de regreso. Se aceptó mi
ofrecimiento, y después de una ausencia de dos
semanas ingresé nuevamente en la sala Munsey,
muy decaído en esperanzas.
Al día siguiente de mi regreso, el Dr. Frost se
acercó a mi cama y me dijo: “Pues bien Empey
si quieres que yo haga el experimento veré como
arreglo esa cicatriz; lo haré pero tu correrás un
grave peligro.”
A eso le contesté: “Pues doctor, Steve Brodie
arriesgó su vida, él era de Nueva York y yo soy
del mismo lugar.”
A los dos días después, los que yo llamo ente¬
rradores me llevaron a la sala de operaciones o de
“cinematógrafo,” pues asi la llamamos porque
allí se ven caras tan chistosas bajo la influencia del
éter, y se llevó a efecto la operación. Tuvo un
magnífico resultado y fué un truinfo del arte
cirúrgico. De aquí en adelante ese médico siempre
merecerá mi eterno agradecimiento.
Con frecuencia algún pobre soldado ha sido
llevado a la sala en estado moribundo, debido a
la pérdida de sangre y agotamiento que le ha
ocasionado su largo viaje desde las trincheras.
Después de un Encuentro en las Trincheras.
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Blighty
269
Después de examinarlo, el médico dice que la
única cosa que puede salvarlo es una transfusión
de sangre. ¿ De donde se sacará esa sangre? No
tiene que esperar mucho, para que le contesten
esa pregunta, pues varios Tommies desde luego
ofrecen su sangre para favorecer a su compañero.
Se aceptan tres o cuatro, se hace un experimento
con la sangre, y al día siguiente la transfusión se
verifica, y poco después hay un nuevo semblante
pálido que permanece en la sala.
Siempre que se necesita algún hueso para una
operación quirúrgica especial, se encuentran com¬
pañeros que lo ofrecen voluntariemente—aun
una pierna si fuera necesario—para impedir que
otro compañero quede cojo por toda la vida. Ha
habido más de un soldado que ha seguido en vida
corriendo por sus venas la sangre de otro soldado,
o con una costilla o una canilla que no son de su
propio cuerpo: lo curioso es que a veces ni sabe
quien le ha hecho ese favor.
Sorprendente es notar como todos quieren
sacrificarse.
En realidad debe decirse que con todo el sufri¬
miento que ha causado esta guerra, ha traido
muchos bienes a Inglaterra—ha convertido sus
hijos en hombres nobles y buenos; ha fundido
todas las clases en un conjunto glorioso.
Y no puedo menos que decir que los médicos,
las hermanas de Caridad y las enfermeras en los
hospitales ingleses son verdaderos ángeles de esta
tierra. Les tengo el mayor cariño y nunca podré
270
¡Al Asalto!
recompensarles por el cuidado y por la bondad
con que me trataron. Por el resto de mi vida la
Cruz Roja será para mi el símbolo de la Fe, la
Esperanza y la Caridad.
Después de permanecer cuatro meses en el
hospital me pesenté ante una junta examinadora,
y me dieron de baja del servicio de Su Majestad
Británica por “no ser apto físicamente para
prestar más servicios en la guerra.”
A poco de ser dado de baja, me embarqué en
el vapor americano New York, y después de un
viaje tempestuoso a través del Atlántico, en un
día memorable y bajo la neblina de un temprano
amanecer, contemplé la Estatua de la Libertad
a lo lejos de la proa del buque, y entonces pensé
entre mi mismo que si alguna otra vez yo iría
“por arriba con la mejor suerte y echándolos al
infierno.”
Y aun entonces, aunque parezca extraño, me
embargaba un verdadero sentimiento, al pensar
que ya no estaba al lado de mis compañeros en
las trincheras. La guerra no es un té de sociedad,
pero cuando se combate por una causa noble como
es la nuestra, el lodo, las ratas, los “cooties,” las
bombas, las heridas y aun la misma muerte no
pesan lo suficiente para amortiguar el sentimiento
de satisfacción que tiene el hombre que cumple
con su deber por la patria.
Hay una cosa que me enseñó la experiencia, y
que puede servir de ayuda a los compañeros que
tengan que ir a la guerra, y es esto, que uno piensa
Parecen Estar Descontentos.
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Blighty
271
que lo que va a acaecer es peor que lo que es en
realidad. En la vida cívica todo hombre teme
al que está sobre él, y a veces no comprende como
puede desempeñar debidamente su cometido.
Pero cuando se presenta la ocasión y tiene que
cumplir con ese deber, muy pronto se sorprende
al notar como desempeña tal deber más fácil¬
mente de lo que él creía poder hacer. Y lo mismo
sucede “allá del otro lado.”
Adquiere valor para sobreponerse a los sufrimien¬
tos; se interesa sumamente en las tareas que
desempeña; encuentra solaz en las diversiones y
el espiritu de compañerismo que hay en las trin¬
cheras y al fin concibe esa clase de felicidad que
proviene del cumplimiento del deber.
“ VOCABULARIO DE TOMMY EN LAS
TRINCHERAS ”
En éste que yo llamo vocabulario he tratado
de anotar la mayor parte de los dichos y frases
que acostumbra usar Tommy Atkins, o sea el
soldado inglés, como mil veces diariamente cuando
está combatiendo en Francia. Los he coleccionado
pues estuve con él en las trincheras y en los cuar¬
teles y después en los hospitales en Inglaterra,
en donde vi a muchos soldados de diferentes y
distintos países del mundo.
Por supuesto que las definiciones no tienen
carácter oficial. Tommy no es un ente sentimen¬
tal, asi es que algunas de sus definiciones no son
del todo corteses, pero como no es cínico no trata
de molestar a sus jefes. Puede decirse que las
emplea en tono de broma, y con el objeto de pasar
el tiempo agradablemente.
FRASES, DICHOS, EXPRESIONES FAMILIARES, ETC.
A
“ Abajo.” Orden que se da para retirarse de las trincheras al
amanecer, y con que Tommy termina su guardia de noche.
Es muy del agrado de Tommy.
A. D. M. S. Ayudante del director del servicio médico. Yo
jamás lo he visto, pero se supone que ayuda al director para
273
274 ¡Al Asalto!
determinar cuando Tommy ya queda inhábil para el servicio
de las trincheras.
Aero Torpedo. Clase de bomba de mortero, que según sus
inventores tiene que poner fin a las comidas de salchichas y
cerveza de Fritz, aunque él esté comiendo en una covacha
a treinta piés de profundidad. A veces bien merece su
reputación.
Agujero hecho por bomba. Es uno que lo hace una bomba
cuando se verifica su explosión; es lugar preferido por
Tommy para descansar durante los bombardeos o cuando
hay fuego graneado.
Alambrado con púas. Cerco que se construye con postes que
sostienen alambres con púas, delante de las trincheras.
Se crée que este obstáculo impide a los alemanes que se
vayan a alojar en nuestras covachas. También sirven para
que el enemigo se divierta tratando de destruirlos.
Alambre. Véase alambrado con púas, pero no debe uno irse
“por arriba de la trinchera" para verlo, porque eso es
algo peligroso.
Alarma. La señal que se da en las trincheras para anunciar
que el enemigo va a atacar, y que a veces es falsa. Se emplea
generalmente para poner fin a las ideas que tenga Tommy
de que pronto va a volver a su país.
Alto. Se marca el alto por un sentinela cuando ve un bulto
que se mueve en la obscuridad, siempre con la esperanza
de que este bulto conteste “amigo."
Allemand. Palabra francesa que significa “alemán." Tommy
la emplea, porque cree que es una especie de juramento.
Allumettes. Palabra francesa que significa lo que venden a
Tommy con el nombre de fósforos, y cuyo humo a veces ha
llegado a envenenar a todos los miembros de una compañía.
“ Ammo.” Munición de rifle, que sirve para darle más peso
que cargar a Tommy. Lleva ciento veinte cartuchos como
regla general, excepto cuando la esconde debajo de la paja
en su cuartel al ir a hacer una marcha forzada. En las
trincheras lo emplea arrojándolo en la dirección de Berlín.
Ammo, Depósito de. Lugar en donde se almacenan las muni¬
ciones. Es sumamente útil para hacer que el enemigo mal¬
gaste sus bombas tratando de pegarle.
Ammonal. Fuerte explosivo que se emplea en las bombas Mills.
“Vocabulario de Tommy” 275
Los alemanes mejor que Tommy pueden describir sus
efectos.
A. O. C. Cuerpo de alimentos del ejército. Departamento que
destribuye los víveres a las tropas. A veces considera ser
su deber principal el devolver el rancho, porque en las
instrucciones respectivas se olvidaron de colocar una coma
en su lugar.
“ Aprés la Guerre.” Después de la Guerra. Sinónimo de Cielo
para Tommy.
Armón. Una fosforera sobre dos ruedas que sirve para que
trabajen las muías del ejército; también sirve para llevar
el equipaje de los oficiales.
“ Arriba.” Orden para subir al escalón de fuego que se da al
anochecer.
Asalto de trinchera. Varios soldados son enviados “por arriba
de la trinchera," para que den un apretón de manos a los
alemanes y si es posible los persuadan a que se constituyan
prisioneros de ellos. A veces los asaltantes son ellos mismos
asaltados y Fritz rehúsa darles el apretón de manos y se
conduce poco cortesmente.
Atrás de la línea. Cualquier lugar detrás de la línea de fuego,
a donde no puedan llegar las balas del enemigo.
Avanzada de observación. Lugar en la línea del frente en donde
se sitúa un oficial para observar la puntería de nuestros
cañones. Continúa haciendo sus observaciones hasta que
una bomba alemana lo observa a él, y entonces lo sustituye
un nuevo oficial y también se escoje un nuevo local para
esa avanzada.
Ayudante. El término con que se designa al oficial que ayuda
al Coronel a no hacer nada. Va a caballo y se le ve siempre
montado en toda revista.
B
Bantames. Soldados que son de menos estatura que la regla¬
mentaria de cinco piés tres pulgadas. Se ha constituido
una organización por separado que se llama el batallón
Bantam, y aunque son chicos de cuerpo, ellos creen que
pueden derrotar a todo el ejército alemán.
Barricada. Obstáculo de sacos de arena que impide el paso
del enemigo en nuestras trincheras. Uno las erije y él muy
276 ¡Al Asalto!
pronto las echa abajo, asi es que a veces son de poca
utilidad.
Bayoneta. Una especie de cuchillo que se ajusta al extremo del
rifle. El gobierno lo da para que pinche a los alemanes y
Tommy lo emplea para hacer tostadas de pan.
“ Big Willie.” El Alto Guillermo. Apodo que Tommy le da
a su amigo íntimo el Kaiser.
Birinbán. Instrumento con que al tocarlo Tommy se venga
de los compañeros que no le simpatizan. Algunos están
en la creencia de que éste es un instrumento de música.
Bivouac. Palabra que Tommy aplica a una especie de tienda
de campaña hecha con lienzos impermeables.
Blastina. Un explosivo fuerte que fomenta la Kultur en las
líneas alemanas.
Blighty. Palabra de la India Oriental que significa “del otro
lado del mar.’ ’ Tommy la ha adoptado como sinónimo de
patria, hogar. Trata de distintos modos de llegar a Blighty,
pero las altas autoridades no lo ayudan en esa tarea, y por
lo tanto generalmente no consigue su deseo.
B. M. G. C. Compañía de la Brigada de Cañones de Tiro Rápido,
compuesta de artilleros de cañones Vickers. Ellos colocan
sus paquetes en un armón o carro pequeño durante las mar¬
chas, y eso hace que Tommy los envidie sobremanera.
Boches. Los amigos de Tommy—los alemanes.
Bomba. Invención infernal que está llena de altos explosivos
y que uno debe tirar contra los alemanes. Tiene el mal
gusto de hacer explosión antes de que uno la suelte.
Bomba. Un aparato inútil para desaguar las trincheras. Digo
inútil, porque las trincheras no se dejan desaguar.
Bombas, Almacén de. Lugar en donde se guardan las bombas
que se fabriquen, de modo que no pueda localizarlo el ene¬
migo. En realidad Tommy a veces tampoco puede hacerlo.
Botas de Goma. Las usa Tommy en las trincheras, pero a
veces no le sirven, porque el agua le llega hasta el cogote.
Botella para agua. Botella de metal que sirve para llevar agua
“cuando no se emplea para llevar ron, cerveza o vino.”
B. S. M. Sargento Mayor del Batallón. El oficial más bajo o
inferior del batallón, y que causa pavor constante a To mm y
cuando se olvida de limpiar sus botones o dar betún a sus
zapatos.
“Vocabulario de Tommy”
277
Budín de trinchera. Una magnífica mezcolanza de pedazos de
galletas, leche condensada, jalea y lodo y ligeramente
sazonada con humo. Tommy la prepara, la cocina y la
come. Al día siguiente le dan las calenturas de las trincheras.
Burro. Asi se designan a las muías del ejército. Es animal
que Tommy respeta y con el cual nunca se intima.
C
Cabo Primero. Aunque sólo tiene un grado más alto que un
soldado raso, cree que la guerra debiera llevarse a efecto
de acuerdo con sus ideas.
Camilla. Aparato en que se colocan y llevan a los muertos y
heridos. La única vez que Tommy puede ir en coche es
cuando lo llevan en una camilla; pero como regla general
no le gusta este método de transporte.
Camillero. El amigo que lleva Tommy al hospital y a otros
lugares.
“Camino peligroso; haga uso de la trinchera. ,, Rótulo que
con frecuencia se ve en los caminos detrás de la línea de
fuego. Sirve para que sepan los soldados que están a la
vista de Fritz. Tommy nunca cree que el rótulo dice la
verdad, y prosigue por el camino vedado. Poco después
él tiene que decirle, a la enfermera de la Cruz Roja que
después de todo el rótulo decía la verdad.
Cañón Lewis. Un cañón de tiro rápido riflado y que se emplea
mucho en las trincheras.
Cañón Vickers. Un cañón de tiro rápido mejorado por un indivi¬
duo llamado Vickers. Sus intenciones fueron muy buenas,
pero sus mejoras, según Tommy, no valen un comino.
Cantina. Un receptáculo de hojadelata que se le da a Tommy,
el cual él se olvida de lavar después de la comida y le sirve
para el té que pide a sus compañeros.
“ Carbonera.” Término cariñoso que Tommy emplea respecto
de una bomba alemana que emite un humo negro, y que da
lugar a que se erizen los cabellos de Tommy cuando cae
muy cerca de él.
Castigo del Campamento no. 1. Nombre oficial del castigo que
consiste en poner a un soldado en cruz en la rueda de un
armón por dos horas diarias durante veinte y un días. En¬
tonces su rancho consiste de carne prensada y galletas.
278 ¡Al Asalto!
Tommy denomina a este castigo “Crucifixión,” sobre todo
cuando lo ha tenido que sufrir.
Cena. La cuarta comida de Tommy, que generalmente se le
da antes de que se apaguen las luces y que consiste de lo
que queda del rancho del día. Hay muchos Tommies que
no cenan, y es con sobrada razón.
Cigarros. Tommy los llama “fags,” y es cosa que siempre está
pidiendo.
“ Cinco Nueve.” Bomba alemana de a cincuenta y nueve
pulgadas de diámetro. A Tommy no le gustan mucho,
pero son como las aceitunas que después de algún tiempo
se acostumbra uno a ellas.
Club del Sucidio. Apodo que se da a los tiradores de bomba y
a los artilleros de cañón de tiro rápido. Este apodo es muy
adecuado.
C. of E. Iglesia de Inglaterra o Anglicana. Estas letras están
estampadas en el disco de identificación de Tommy y en
tal virtud tiene que ir a la revista de ejercicios religiosos,
que quiera o no quiera ir al cielo.
Cocinero. Un soldado que recibe órdenes para echar a perder
el rancho de Tommy. Generalmente lo escogen para desem¬
peñar ese cargo, por haber sido herrero en su vida cívica.
“ Colé.” Apodo que Tommy dá a un penique; le sirve para
comprar un vaso de cerveza francesa.
Columna ligera o volante. Una columna de tropas, que en lugar
de volar, camina despacio de un punto de la línea a otro,
Cuando se le necesita, nunca llega al lugar deseado.
Communiqué. Informe oficial que los distintos gobiernos beli¬
gerantes publican diariamente para chotear al público. A
Tommy no lo chotean.
Compañero. Término cariñoso que Tommy emplea con respecto
a los demás soldados, cuando quiere pedirles prestado algo
o desea que le hagan algún favor.
Compañero casero. Pequeño bulto con agujas, hilo, cintas
para zapatos y botones. Cuando Tommy pierde un botón
de sus pantalones, en lugar de hacer uso de su “compañero
casero,” apela a un clavo que esté a la mano.
“ Compray.” Palabra afrancesada de Tommy, en lugar de
comprennez (comprendes); es palabra que se usa con mucha
frecuencia en las trincheras.
“Vocabulario de Tommy”
279
41 Contra la pared.” Las palabras con que Tommy denomina
un fusilamiento.
Convalecencia. Las seis semanas de descanso que le conceden
a un Tommy, cuando está herido. Durante ese tiempo el
gobernó está pensando en el lugar en donde debe mandar a
Tommy para que lo hieran por segunda vez.
44 Cooties.” (Piojos blancos). Habitantes poco gratos de la
camisa de Tommy.
Cortadores de alambres. Instrumentos hechos para cortar
alambre, pero que Tommy usa para clavar.
Cortina de fuego. Palabras que se aplica al fuego graneado
que se tira sobre las trincheras de comunicación del enemigo
para impedir que vengan refuerzos de soldados y víveres,
y también para sostener el ataque de nuestras fuerzas.
Pero a veces sucede que llegan soldados y víveres a pesar
de todo eso.
Covacha. Un agujero hondo en las trincheras excavado por el
Cuerpo Real de Ingenieros y que se supone está a prueba
de bomba; lo cual es cierto mientras que no le pega una
bomba. Las ratas y Tommy la consideran una excelente
morada para pescar las reumas.
Covacha de elefante. Una covacha ámplia, segura y que está
sostenida por soportes de acero.
Cráter. Un gran agujero circular en la tierra, causado por la
explosión de una mina. Según los Communiqués oficiales
Tommy siempre toma posesión de un cráter debido a su
gran arrojo, pero a veces los alemanes le toman la delantera.
Cruz de madera. La que se coloca en la tumba de un Tommy,
y que consiste de dos pedazos de madera puestos en forma
de cruz.
Cruz Militar. Distinción honrosa que se les da a los oficiales por
su valentía. En cuanto a Tommy él insiste en que se
debía decidir quien es el más valiente por la suerte de los
dados y que el que ganare debía llevarse la medalla.
Cruz Victoria. Es una medalla de bronce que Tommy merece
y recibe cuando ha demostrado mucho descuido con su vida.
C. S. M. Sargento Primero de la Compañía, cuyo principal
deber consiste en llevar una corona en el brazo, un par de
cintas de la guerra boera sobre el pecho y asentar el nombre
y el número de Tommy en la lista de delitos.
28o
¡Al Asalto!
Cuartel. A veces es un granero, otras una caballeriza, y aun
otras más una casa particular. La mayor parte de los
cuarteles tienen muchas entradas; una para Tommy y las
demás para la lluvia, las ratas, el viento y las bombas.
Cuartel de descanso. Pequeñas casas, o en lo general graneros,
en donde Tommy descansa, cuando se retira de la línea de
fuego.
Cuerpo de camellos. Apodo que Tommy da a la infantería,
porque parecen como camellos con cargas pesadas, y porque
probablemente se están ocho días y más sin beber nada—
esto es, ninguna bebida fuerte.
Ch
Char. Un líquido negro y ponzoñoso que Tommy cree que es té.
lt Chevaux-de-Frise.” Cercos de alambres con púas para im¬
pedir el paso de la caballería.
D
D. A. C. Columna de Municiones de la División. Una colección
de hombres, caballos y armones con municiones y pertrechos
para la línea, que no deja dormir a Tommy cuando está en
el cuartel, debido al ruido infernal que hace. Son como los
buhos—trabajan siempre de noche.
D. C. M. Medalla por conducta distinguida. Una pieza de
metal que recibe un soldado por ser bobo.
D. C. P. E. Compañía de conciertos de la división. Un grupo
de llamados artistas que molestan a Tommy, demostrándole
su talento a razón de medio franco por cabeza.
“ Der uffs.” “ Deux ceufs.” Pronunciación francesa de Tommy
de las palabras dos huevos.
Descanso. Periodo de tiempo que se le concede a Tommy
cuando se le releva de estar en las trincheras. Emplea ese
“descanso’' arreglando los caminos, excavando trincheras
y haciendo muchas otras cosas útiles detrás de la línea de
fuego.
Destacamento para excavaciones. Son los que mandan a exca¬
var trincheras, fosos o tumbas. A Tommy no le importa
qué clase de excavación tiene que hacer, lo que no le gusta
es la tarea de excavar,
‘‘Vocabulario de Tommy”
281
Detonador. Un aparato en una bomba que contiene fulminato
de mercurio, que cuando lo enciende una mecha, produce
una explosión.
Diez y ocho libras, canón de a. Cañón que tira balas que pesan
diez y ocho libras y que sirven para destruir los cercos de
alambres de los alemanes. Cuando así lo verifica Tommy
alaba mucho este cañón.
“ Doce en uno.” Quiere decir que doce soldados tienen que
repartirse un sólo pan. Con ese motivo se suscitan acalora¬
das discusiones.
D. S. O. Orden por distinguidos servicios. Otra pieza de
metal que se ofrece a los oficiales que son valientes.
Dud. Una bomba o granada alemana que no ha hecho explosión,
debido a una mecha defectuosa. Tommy que le gusta colec¬
cionar recuerdos, hace colecciones de estos “ Duds.” A veces
trata de desatornillar la tapa y estando de prisa emplea un
martillo con ese objeto—y entonces la imprenta tiene que
emplear más tinta para llenar la lista de muertos y heridos.
“ Du pan.” La palabra que Tommy usa en su dialecto francés
y que significa pan.
E
Emplacement. Local rodeado de tierra o sacos de arena de
donde se verifica el tiro de un cañón. Se supone que el
enemigo no lo puede ver, pero esto no es muy cierto, pues en
un par de días generalmente logran destruirlo por completo.
“ En algún lugar de Francia.” Algún punto en Francia en donde
Tommy tiene que vivir en el lodo, cazando “cooties” y
evitando balas y bombas. Es su residencia oficial.
“ En frente.” El pasar por arriba y colocarse en frente de la
primera trinchera en la Tierra Inhabitable.
“ En reserva.” Las tropas que ocupan posiciones, cuarteles o
covachas inmediatamente a retaguardia de la línea del frente,
las cuales deben ayudar a la línea de fuego en caso de un
nuevo ataque.
Escalas o escaleras. Pequeñas escaleras de madera que Tommy
emplea para subir la trinchera del frente cuando va por
arriba” a tomar parte en el combate. Cuando Tommy ve
que traen estas escaleras en la trinchera, se sienta y escribe
su testamento en su librito de cuentas.
282 ¡Al Asalto!
Escalón de fuego. Un borde sobre la trinchera del frente que
le permite a Tommy descargar su fusil por arriba de la
trinchera. Durante los días lluviosos tiene uno que ser
acróbata para poder quedar parado en él, pues es sumamente
resbaloso.
Escolta. Una guardia de soldados que lleva a los prisioneros
a distintos lugares. Tommy a veces desempeña el papel
de escolta y a veces el de prisoniero.
Espía. Una persona sospechosa de quien nadie tiene sospechas
hasta que lo cojen. Entonces todos dicen que sabían que
era espía, pero que no tuvieron la oportunidad de delatarlo
ante las autoridades competentes.
Estaminet. Cantina francesa en que el agua lodosa se llama
y se vende como si fuera cerveza.
F
Ferrocarril ligero. Dos rieles estrechos de hierro por donde se
llevan plataformas llenas de municienes y pertrechos. Estos
ferrocarriles sirven de gran diversión para Tommy cuando
tiene que cargar, descargar y empujar los carros.
Fokker. Clase de aeroplano alemán, que según los boches es el
más rápido del mundo. Tommy cree que eso es cierto,
porque nuestros aeroplanos nunca los alcanzan.
Fritz. Nombre con que Tommy designa a un alemán. Tommy
quiere a los alemanes como si fueran veneno.
Fuego líquido. Otra prueba convincente de la Kultur alemana.
Según ellos ese invento diabólico debiera destruir brigadas
enteras, pero a pesar de ello Tommy ha resulto seguir en
vida.
“ Fuegos artificiales.” Un bombardeo de noche.
Fumigador. Una invención infernal en un hospital que sirve
para cocinar el uniforme de Fritz y se lo devuelve encogido
de manera notable.
Fusilamiento. Lo verifican doce soldados con el que ha sido
sentenciado a muerte por una corte marcial. Sin comentarios
por parte de Tommy.
G
Galletas. Una mezcolanza de harina y agua que se cocina hasta
que esté muy dura. Se deben haber empleado anteriormente
“Vocabulario de Tommy”
283
para construcción de edificios, pero se supone que Tommy
tiene que comerlas. Tommy no es un cobarde, pero les
tiene miedo. Las galletas sirven muy bien para combustible
y no producen humo.
Gas. Humo venenoso que los alemanes arrojan sobre nuestras
trincheras. Cuando el viento es favorable lo descargan en
el aire por medio de grandes cilindros y el aire se lo lleva
hacia nuestras líneas. Parece como una gran nube amari¬
llenta y verdosa que va por el suelo. Se da la alarma y
Tommy inmediatamente se pone su máscara contra el gas
y se burla de los boches.
u Gaseado.” Un soldado que aspira mucho gas venenoso
de los alemanes, o las sempiternas conversaciones de algún
compañero fastidioso.
Globo de Observación. Un globo cautivo detrás de las líneas
que observa al enemigo. Como al enemigo no le importa
que lo observe, no hace caso del tal globo. A veces da mucho
trabajo par recogerlo de noche, lo cual es muy del agrado de
Tommy.
“ Globo salchicha.” Así llama Tommy a los que se emplean
para observar al enemigo.
G. M. P. Policía Militar de la Guarnición. Los soldados que
son enviados como patrulla para vigilar los caminos y
dirigir el tráfico detrás de las líneas. Tommy los odia de
buena gana.
G. O. C. General en Jefe. Tommy nunca le oye dar la voz de
mando, pero siempre tiene la oportunidad de leer muchas
órdenes firmadas G. O. C.
“ Gippo.” Una especie de sopa que le dan a Tommy.
Goma. Sirve para hacer las botas que Tommy usa en las trin¬
cheras húmedas. Estas botas le sirven para que sus piés
estén secos, y asi sucede cuando por casualidad consigue
un par de ellas.
“ Gorro Rojo.” Apodo que Tommy da a un jefe del Estado
Mayor, porque lleva una cinta roja alrededor de su gorro.
Granada. Una invención de la artillería que a veces hace que
Tommy desee que él hubiese nacido en un país neutral.
“ Granada de mano.” Término genérico para una bomba que
se tira con la mano. Tommy tiene algún recelo de toda
clase de bombas, pues una larga experiencia le ha desmos-
284 ¡Al Asalto!
trado que se debe uno cuidar de ellas, aun después de que le
hayan quitado el detonador.
G. S. W. Herida de fusil. Cuando Tommy resulta herido,
no le importa si ha sido por una bala de fusil, o sea un G. S.
W. o por una coz de muía, con tal de que lo manden de
regreso a Blighty.
Guisado. Una mezcolanza del cocinero que contiene carne
prensada, agua, unos pedacitos de carne fresca, una papa
y otras cosas. A veces le cae un poco de sal accidentalmente.
Se supone que Tommy debe comer esta mezcolanza—y a
veces asi lo hace—¡ pobre de él!
H
“ Hacer lo que se le antoja.” Frase famosa que significa que
a Tommy se le permite hacer lo que quiera. Como regla
general un oficial le deja a Tommy “hacer lo que se le
antoja,” cuando lo coloca en una situación difícil y no sabe
como puede sacarlo de ella.
“Haversack.” Un saco de lona que forma parte del equipo de
Tommy y que lo lleva al lado izquierdo. Antes servía para
llevar su rancho de emergencia y algunas otras cosas. En
la actualidad lo llena de tabaco, pipas, migajas de pan,
cartas y una gran cantidad de recuerdos inservibles.
“ Honroza distinción.” Así se distingue a la que aparece junto
con el nombre de Tommy en la lista de muertos, heridos,
etc. Es sólo del agrado de Tommy cuando indica que fué
levemento herido.
Huno. Otra palabra que sirve de apodo a un alemán, y que como
regla general lo emplean los corresponsales de periódicos.
I
Identificación. Se verifica la de los soldados por medio de un
disco que llevan colgado del cuello. De un lado de ese
disco están estampados el nombre, el rango, el número y le
nombre del regimiento y del otro lado su religión. Si en
cualquier momento Tommy está en duda acerca de su iden¬
tificación, sólo tiene que mirar ese disco para satisfacer sus
dudas.
“Vocabulario de Tommy”
285
Indispuesto. Asi cree Tommy estarlo a veces, aunque el médico
le dice que no padece ninguna enfermedad.
Intérprete. Trabajo muy remunerativo que se le da a un soldado
que cree que puede hablar dos idiomas. El pregunta a los
prisioneros cual es el color de los ojos de sus abuelos y
porqué ingresaron en el ejército. ¿ Imaginense que chiste
tiene el preguntar a un alemán el porqué ingresó en el ejér¬
cito?
** Inválido.” Soldado que es enviado de regreso a Inglaterra
a causa de alguna enfermedad.
J
u Jack Johnson.” Una bomba alemana de a diez y siete pulga¬
das. Probablemente he han llamado Jack Johnson, porque
los alemanes creían que podían pegarle a todo el mundo
con ella.
Jalea. Una composición horrible de fruta y azúcar con que
To mm y unta su pan. Siempre tiene el mismo gusto,
aunque lleve el rótulo de fresas, frambuesas o peras.
“ Jock.” Apodo que se le da a un escocés.
K
“ Khaki.” El uniforme usual de Tommy.
Kilómetro. Cinco octavos de una milla; pero como regla general
diez kilómetros significan una marcha de quince millas.
“Kip.” Apodo que Tommy le da al sueño; también llama
Kip a su cama. Casi siempre cuando está de guardia
Tommy desea vehemente su Kip.
Kitchener, Ejército de. El ejército de voluntarios formado
por Lord Kitchener, que se comprometieron a pelear mien¬
tras que durara la guerra, y que a veces era llamado el
nuevo ejército.
L
tt Lata de aceite.” Asi llama Tommy a las bombas de los mor¬
teros de las trincheras alemanas.
Lata de jalea. Una clase de granada de mano que al principio
de la guerra Tommy tenía la costumbre de fabricar con
2 86
¡Al Asalto!
latas de jalea, ammonal y lodo. El fabricante con frecuen¬
cia recibía una pequeña cruz de madera para demostrar
que había muerto por su Rey y patria.
Lee Enfield. Nombre del rifle que usa el ejército británico.
Su calibre es de .303 y lleva diez tiros. Cuando queda sucio
tiene la mala costumbre de dar lugar a que el nombre de
Tommy aparezca en la lista de delitos.
Libro de pagos. Un librito en que se apuntan las cantidades que
recibe Tommy. Hacia el fin de este libro se deja un espacio
para su testamento, con lo cual recuerda Tommy que
pudiera ser que lo mataran. ¡ Como si fuera necesario tal
recuerdito!
Línea del frente. La que está más cerca del enemigo. Este
no es lugar adecuado para los pacifistas.
Lista de delitos. Documento inútil en que se enumeran las
faltas que Tommy ha cometido.
“ Little Willie.” El pequeño Guillermo. Apodo que Tommy
da al Príncipe Heredero de la Corona, aunque no existe
ningún lazo de intimidad entre ellos.
Lodo. Una substancia café muy pegajosa que se encuentra en
las trincheras después de copiosas lluvias. Es muy amiga
de Tommy, y se le pega como goma, aunque a veces él le
demuestra poco cariño, maldiciéndola de buena gana.
Lyddite. Material sumamente explosivo que se emplea en las
bombas. Tiene la mala costumbre de arrojar pedazos de
la anatomía humana por todo el paisaje.
L1
Llamarada. La que despide una pistola cuando tira de noche
un cohete, que ilumina el terreno en frente de una trinchera.
M
Maconochie, Alimento compuesto de carne, verduras y agua
enjabonada que está metido en una lata. Mr. Maconochie,
el químico que inventó este revoltijo, parece que va a cometer
“hari-kari,” o suicidarse, antes de que los compañeros
regresen del Frente, y tendrá razón en hacerlo.
Maniobras. Evoluciones innecesarias de tropas, ideadas por
alguna autoridad superior para demostrar a Tommy cuan
“Vocabulario de Tommy”
287
valientes son sus oficiales y como las batallas deberían
ganarse. El enemigo nunca presencia estas maniobras,
para ver si están bien hechas.
Máscara contra el gas. La que usa Tommy para que los alema¬
nes no lo manden al otro mundo con el gas venenoso que
le envían desde sus trincheras.
Maxim. Tipo de cañón de tiro rápido que ha sido suplantado
por el Vickers, a fin de que Tommy se olvide de lo que había
aprendido con respecto a un Maxim.
Mayor. Oficial de un batallón que lleva una corona en su uni¬
forme, que manda a dos compañías y que vive en una
covacha.
Mecha. Parte de una bomba o granada que arde en un tiempo
dado y sirve para prender el detonador.
Medalla Militar. Una baratija que se le da a Tommy por hacer
algo que no es un acto de valentía, ni tampoco un hecho de
cobardía. Cuando se le da, se pone a pensar porqué se lo
dieron.
M Mejor Suerte, La.” La frase fatídica de las trincheras. Cada
vez que Tommy va “por arriba,” al asalto, sus camaradas
le desean “la mejor suerte,” lo que quiere decir que si
queda en vida, regresará con un brazo o una pierna de menos.
“ Mercy Kamerad.” Lo que Fritz dice cuando se cansa de
pelear y quiere rendirse. Recientemente esta frase ha sido
muy popular para él y ha reemplazado al Himno del Odio.
Metralla. Una bomba de mortero alemán, que se llena de clavos
y pedazos de hierro. A Tommy no le causa mucha impre¬
sión este recuerdo del afecto de los alemanes hacia su persona,
y emplea los clavos que contiene para colgar su equipo en
las covachas.
M. G. Artillero de cañón de tiro rápido. Un individuo el cual,
como el policía americano, nunca se encuentra en donde
se le necesita.
M. G. C. Cuerpo de cañones de tiro rápido. Colección de
artilleros de cañones de tiro rápido que creen que ellos van
a decidir la guerra, y que ya la demás artillería es innecesaria.
“ Mills.” El nombre de una bomba inventada por Mills. La
única bomba en que Tommy tiene confianza, y aun a veces
desconfia de ella.
Mina. Un túnel subterráneo que ha sido excavado por los zapa-
288
¡Al Asalto!
dores del Cuerpo Real de Ingenieros. Este túnel pone en
comunicación nuestra trinchera con el enemigo, y al extremo
de ella están almacenadas una gran cantidad de substancias
explosivas que deben causar su efecto en un momento dado.
Uno de los deberes de Tommy es ir “por arriba,” y ocupar
el cráter que la explosión haya hecho.
Minnenwerfer. Una bomba de mortero que tiran los alemanes
de sus trincheras y que no hace ningún rmdo al cruzar por
el aire. Fué inventada por el Professor Kultur. Tommy
nunca sabe cuando se acerca, hasta que le da el golpe, y
después ya no se preocupa de nada. Tommy les da el apodo
de “Minnies.”
“ Minuto loco.” Quince tiros de un rifle dados en sesenta
segundos. Es una locura el tratar de hacerlo, pero lo
hacen.
M. O. Oficial Médico. Un médico que tiene a su cargo el
decir a Tommy que no está enfermo.
Mortero de Trinchera. Mortero que parece un tubo ¿e estufa,
que echa bombas sobre las trincheras alemanas. A Tommy
no le gustan estos morteros, porque cuando los colocan
cerca de él en las trincheras, sabe muy bien que a los pocos
minutos alguna bomba alemana con su nombre y número
estará tocando a la puerta de su casa.
M. P. Policía Militar. Esos son soldados con quien uno no
debe discutir nada.
M. T. Transporte mecánico, cuyos miembros son ex-chauffeurs
de taxis; por eso es que el ranchp de Tommy desaparece
cuando lo lleva el M. T.
Mufti. Palabra con que Tommy designa el traje de los del
estado civil, y que es traje muy de su agrado actualmente.
“ M. y D.” Lo que el doctor anota en la lista de los enfermos,
cuando cree que Tommy pretende estar enfermo. Lo que
quiere decir medicina y deber.
N
“ Nap.” Juego de naipes en que el que se quede sin dormirse
gana la partida. Si todos los que juegan toman su “nap”
(siesta), las apuestas se regalan al Fondo de Soldados
Heridos.
‘‘Vocabulario de Tommy” 289
“ Napoo-Fini.” Palabra en el francés de Tommy que quiere
decir acabado, terminado o desaparecido.
Navaja. La que usa Tommy generalmente pesa una tonelada
y no corta. Tiene la ventaja de que en una de sus extremi¬
dades tiene un abridor de latas, que nunca las puede abrir.
N. C. C. Cuerpo de los que no combaten. Individuos que han
entrado en el ejército bajo la condición de que sólo pelearán
por conseguir sus raciones. Estos no tiene ni Rey ni pais.
N. C. O. Oficial subalterno; individuo que casi es odiado tanto
como los alemanes.
Neutral. Tommy dice que esta palabra significa uno que no
quiere pelear.
“No. 9.” Una píldora que el médico le da a uno cuando tiene
callos, irritación de la cara o cualquiera otra enfermedad.
Si no tiene ninguna a la mano le da a uno un No. 6 y un
No. 3, o un No. 5 y un No. 4, con tal de que sumen 9.
“ No se permite la entrada.” Ese rótulo es suficiente para que
Tommy trate de entrar en el lugar en que está colocado.
Número de regimiento. Todo soldado tiene un número, aunque
no haya estado en la cárcel. Tommy nunca se olvida de
su número, sobre todo cuando lo ve en las órdenes en que
conceden licencias.
O
O. C. Oficial que manda una compañía o un destacamento.
Occidente. Irse al Occidente es lo mismo que haber muerto,
ya sea en batalla o por enfermedad.
Oficial de Ordenanza. Un oficial que durante la semana va
preguntado si alguien tiene una queja que formular, y comu¬
nica el nombre del soldado que se queje al sargento de
ordenanza, para que le dé tareas más onerosas.
Ola. Asi Tommy llama a un destacamento que va “por arriba"
para cargar contra el enemigo. Las olas están numeradas
según el turno en que les toca ir “por arriba”; por ejemplo,
“ola primera,” “ola segunda,” etc. A Tommy le gustaría
más ir con la “ola décima.”
Oxo. Cubos de carne prensada que una mamá cariñosa envía
a Tommy, proque según los anuncios son enteramente fabri¬
cados en Inglaterra.
19
290 ¡Al Asalto!
P
Pala. Un instrumento, hermano del pico. En Francia la “pala ”
vale más que la espada.
Papa. El nombre con que Tommy designa a la legumbre soli¬
taria que encuentra en su guisado. Casi no se comprende
como ella se encuentra en tan mala compañía.
“ Parados.” Las paredes de atrás de una trinchera, que los
alemanes continuamente llenan de pedazos de bombas y
balas de rifles. A Tommy no le importa si Fritz se dedica
a esa diversión.
Parapeto. La parte alta de la trinchera que Tommy está cons¬
tantemente construyendo y que los alemanes están tan
constantemente destruyendo.
Parientes. Hay algunos oficiales que molestan a los soldados
dos o tres veces al mes, preguntándoles para apuntarlos los
nombres de sus parientes, pues creen que su abuela se ha
convertido en tío.
Patrulla. Unos cuantos soldados que son enviados a la Tierra
Inhabitable, por la noche y que regresan sin traer ningún
informe. En cuando a esto, siempre tienen el mejor éxito.
Pelota de Cricket. Así se denomina una bomba que tiene la
forma y el tamaño de una pelota de cricket. Tommy no
la emplea para tal juego.
Periscopio. Un instrumento que sirve en las trincheras para
observar. Luego que uno ha mirado por él,.también mira
“por arriba,” y entonces ve lo que no es de su agrado.
Pico. Un instrumento puntiagudo que parece una ancla y que
a Tommy le suministran para que trabaje duro.
Pistola detonadora. Pistola grande que parece fusil. Cuando
uno más la necesita se acuerda que la dejó en la covacha.
“ Poilu.” Palabra francesa que se aplica a los soldados rasos
franceses. Tommy la usa a veces pero simpre la pronuncia
de manera distinta, así es que no se comprende a lo que él
se refiere.
“ Pontoon.” Un juego de naipes que se parece al llamado
“Veinte y Uno” en los Estados Unidos. El que da las
cartas es el único que gana en este juego.
“Por Allá.” Palabra que significa “En Francia.” Los paci¬
fistas hacen reparos cuando se les quiere enviar “por allá.”
“Vocabulario de Tomitiy”
291
“Por Arriba.” Famosa frase de las trincheras. En general es
la órden que se da para asaltar las trincheras alemanas.
Casi siempre van acompañadas de las fatídicas frases “ con
la mejor suerte y échenlos al infierno.”
Q
“ Quid.” Palabra con que designa Tommy a la libra esterlina,
o sean veinte chelines ($4.80 poco más o menos). No es muy
amiga de Tommy, pues rara vez se le ven juntos.
Q. M. Sargento. Sargento del cuartel Maestre. Un subalterno
que lleva tres galones y una corona y que tiene a su cargo
los víveres de la compañía. En la vida cívica se cree fué
un politicastro o un ladrón.
R
Rancho. Las distintas clases de alimentos que el gobierno le
da a Tommy, que muchas veces no tienen buen sabor,
aunque le hacen creer que él come bien, mientras que los
alemanes están muriéndose de hambre.
Ratas. Los principales habitantes de las trincheras y de las
covechas. Son muy útiles para comerse los cinturones y
las correas, y para dar sus paseos nocturnos sobre las caras
de los Tommies. La rata inglesa se asemeja a un “bull
dog,” mientras que la rata alemana, debido a la “Kultur”
se parece a un “dachshund.”
Recluta. Un individuo que trató de esperar hasta que terminara
la guerra para presentarse como voluntario, pero a quien
el gobierno obligó a cumplir con sus deberes militares. A
Tommy le gusta meterle miedo, contándole distintos acci¬
dentes y malos pasos que no le han acaecido.
Recuerdo. Palabra que usan los muchachos franceses, pero que
la pronuncian “Sou venir,” y que indica que Tommy debe
darles un centavo, galletas o una lata de jalea.
R. E. Ingenieros Reales.
Refuerzos. Destacamentos de soldados que vienen de Ingla¬
terra y que creen que la guerra terminará a la semana des¬
pués de que ellos lleguen a las trincheras.
Respirador. Una máscara de paño, que tiene substancias químicas
y dos vidrios para los ojos, y que Tommy pone sobre la
cabeza para protegerle contra el gas venenoso. Acompaña
292 ¡Al Asalto!
a Tommy por todas partes, aun mientras que él está dur¬
miendo.
Revistas. Las hay de distintas clases; a Tommy le agradan
algunas y otras nó. Entre las que le desagradan hay la
que tiene que hacer con su mochila bien cargada, cuando lo
castigan por alguna falta leve.
R. P. Policía del Regimiento. Soldados que tienen órdenes
del Jefe de un batallón para molestar a Tommy e impedirle
que haga lo que más le guste.
“ Ricco.” Palabra que se aplica a una bala “ricochet.” Hace
un ruido muy conocido. Tommy tiene la costumbre de
bajar la cabeza cuando se le acerca una “ricco.”
“ R. I. P.” Es en latín “Requiescat in pace,” y se ponen estas
letras en las pequeñas cruces de madera que marcan las
tumbas de los soldados. Significan “Descanse en paz,”
pero Tommy dice que más bien quieren decir “Descanse en
pedazos,” sobre todo si el individuo que está debajo de la
cruz ha sido enviado al Occidente por una bomba o una
granada.
R. C. Católico Romano. Una de las ventajas de ser católico
romano es que uno no está obligado a concurrir a las revistas
de ejercicios religiosos.
Ron. Néctar de los dioses que se le da a Tommy muy temprano
por la mañana.
“ Rooty.” Apodo que Tommy da al pan.
S
“ Sacar chispas.” Al cortar las balas el alambrado enemigo
por las noches le saca chispas, y de esa manera los artilleros
localizan la posición de las trincheras.
Sacos de Arena. Los emplea Tommy para reforzar parapetos
y para construir su blanda cama.
Salvo. Una descarga que hace una batería de cuatro cañones
simultáneamente.
" Santo José.” El nombre familiar, pero no en tono burlón,
que Tommy da al capellán del batallón. En realidad lo
admira mucho, pues aunque no combate, a veces expone
la vida para salvar a un herido.
Sector de fuego. Espacio de terreno que se supone puede ser
dominado por un cañón de tiro rápido.
“Vocabulario de Tommy”
293
tl Setenta y cinco.” Buen cañón francés de campaña que puede
tirar treinta bombas por minuto. Como este cañón supera
al que denominan “Jack Johnson,'’ debía llamarse “Jess
Willard.”
“ Shrapnel.” Bomba que hace explosión en el aire y distribuye
pequeños fragmentos de metal por una area bastante ex¬
tensa. Se usa para ver que resistencia tienen los cascos
de acero.
Sobre verde. Se da a los Tommies una vez por semana. Sólo
se debe usar para asuntos particulares y dar noticias suyas
a sus parientes, según certificado que debe firmar.
“ Sombreros Altos en la Patria.” Nombre con que Tommy
designa al Parlamento cuando le niegan su solicitud de
licencia o no le dan jalea con su rancho.
“ Strafeing.” La diversión que más le gusta a Tommy—tirar
bombas a los alemanes. Esta palabra es tomada del
diccionario de “ Fritz.' ’
S. W. Herida de bomba. Esas son las iniciales que el médico
marca en su diagrama del hospital, cuando le ha cortado a
uno la pierna.
T
“ Taube.” Clase de aeroplano alemán cuyo principal objeto
es subir a la mayor altitud posible. A veces pierde su derro¬
tero, vuela por encima de las líneas inglesas y entonces ya
deja de volar.
Té. Droga de color obscuro que Tommy tiene que recibir a
ciertas horas del día. Se asegura que se han suspendido
algunas batallas para que Tommy pudiera tomar su té, o
44 char,” como se ñama comunmente.
Teléfono. Un pequeño instrumento a que está pegado un
alambre. Un observador del ramo de artillería dice algo en
voz baja en este instrumento, y luego una de nuestras bate¬
rías detrás de la línea principia a tirar bombas que caen
sobre nuestras trincheras del frente. Esto continúa hasta
que el observador exclama: “es muy baja la puntería,” y
entonces las bombas principian a caer en las líneas alemanas.
Territorial. Soldado que puede clasificarse al igual de la guardia
nacional americana. Antes de la guerra los llamaban
294 ¡Al Asalto!
“soldados de las noches del sábado,” pero después han
demostrado que son buenos soldados de todas las noches.
Tierra Inhabitable. El espacio que existe entre las trincheras
hostiles, que se llama “No Man’s Land,” o sea “Tierra
Inhabitable,” o “Tierra que no es de nadie.” En realidad
a nadie lo pertenece, y nadie quisiera poseerla. En Francia
ninguna persona la aceptaría, ni como regalo.
Tiro rápido. Asi debe verificarse “por arriba,” y de noche, que
haya o no haya luna llena.
T. N. T. Un alto explosivo que el cuerpo de la artillería del
ejército ha prescrito para “Fritz,” pero éste preferiría una
pildora No. 9.
“ Tommy Atkins.” El nombre que en Inglatera se da al soldado
inglés, aunque se llame Willie Jones.
Toñita. El explosivo que contiene una granada de rifle. En
apariencia cree uno que era una bola de algodón que no
causaba daño, pero después que hace explosión desaparece
él que la estaba mirando.
“ Toots Sweet.” Pronunciación de Tommy, de las palabras
francesas “Tout de Suite,” ésto es “apúrese.” Tommy
las usa generalmente en un estaminet, cuando sólo tiene
dos minutos para beber su cerveza.
Transporte. Una colección de muías, armones y cocheros,
cuyos deberes consisten en suministrar a los soldados en
las trincheras su rancho y pertrechos. A veces una bomba
cae cerca de ellos y entonces Tommy no recibe ni rancho ni
pertrechos.
“ Trenchiritis ” o “ Trincheritis.” Enfermedad que le da a
Tommy en las trincheras, sobre todo cuando recibe una
carta de un amigo en Blighty que está haciendo una fortuna
trabajando en una fábrica de municiones.
Trinchera. Una zanja llena de agua, ratas y soldados. Mien¬
tras que está en Francia Tommy usa esas trincheras como
su casa particular. De vez en cuando saca la cabeza “por
arriba” para ver el paisaje circumvecino. Cuando tiene
buena suerte puede contar a sus compañeros lo que él viera.
Trinchera de fuego. La primera al frente de la línea. Sinónimo
del infierno.
Turpenita. Una bomba química qué fué inventada por un co¬
rresponsal de periódico que dijo que sus efectos eran mortí-
•‘Vocabulario de Tommy”
295
feros. Se suponía que acabaría con compañías y baterías
completas, pero eso nunca se ha llegado a realizar.
V
V. C. Cruz de Victoria. Es una medalla de bronce que la
gana Tommy cuando descuida mucho su vida.
Vela. Un trozo de mecha rodeada de cera o sebo que se em¬
plea para alumbrar. Se distribuye una vela para cada seis
soldados.
Vicker. Inventor del cañón de tiro rápido que lleva su nombre.
Tommy no cree que haya hecho mejoras en los anteriores
cañones.
Viejo, El. El capitán de la compañía, que así lo llaman, por
tener más de veinte y ocho años de edad.
Vin Blanc. Vino blanco francés hecho de vinagre, y en que se
olvidaron poner tinta roja.
Vin Rouge. Vino rojo francés hecho de vinagre y tinta roja.
A Tommy le cuesta bien caro.
W
“ Whizz Bang.” Una bomba chica alemana que pasa por el
aire y estalla dando un “bang.” En este caso se puede
decir que son más el ruido que las nueces.
“ Wipers.” Asi Tommy llama a Ypres, y a veces lo llama
“ Yeps.” Es un lugar de la línea a donde Tommy prefiere
no ir. En “Wipers” se siente mucho calor aun en invierno.
Woodbine. Cigarro hecho de papel y heno viejo, que es muy
del agrado de Tommy.
Z
Zapador. Un individuo que escava minas. Cree que es más
que un soldado raso, cuando en realidad trabaja debajo de él.
Zeppelin. Un globo lleno de gas inventado por un conde. Es
el globo dirigible que emplean los alemanes para matar
niños de pecho y tirar bombas en el campo abierto. Nunca
los ve uno pasar sobre las trincheras, pues les es más fácil
bombardear a la gente indefensa en las ciudades.
V
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I