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Full text of "!Al asalto!"

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El Autor en el Momento de Regresar a su País. 


¡AL ASALTO! 


POR 

ARTURO GUY EMPEY 

ARTILLERO QUE PRESTÓ SUS SERVICIOS EN FRANCIA 

ACOMPAÑADO DEL 

VOCABULARIO DE TOMMY EN LAS TRINCHERAS 


VERSIÓN CASTELLANA POR 

JOSÉ F. GODOY 

AUTOR DE VARIAS OBRAS Y DE LA VERSION CASTELLANA 
DE “MIS CUATRO ANOS EN ALEMANIA,” DEL 
EX-EMBAJADOR JAMES W. GERARD. 


* 


16 GRABADOS Y DIAGRAMAS 



D. APPLETON Y CIA 

NUEVA YORK Y LONDRES 

1918 


íLO ^ 








Copyright, 1918 

BY 

ARTHUR GUY EMPEY 


Y 


La propiedad literaria de la obra original y la de esta versión castellana 
están aseguradas de conformidad con las prescripciones que 

marca la ley. 


Esta versión castellana de la obra es la única autorizada por su autor 

y sus editores. 


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ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR 


N O dudo que el relato que el intrépido militar 
Arthur Guy Empey consignó en las páginas 
del libro tan popular Over the Top, y cuya versión 
castellana comprende este volumen, ofrecerá inte¬ 
rés al público lector en España e Hispano-América. 

Su estilo claro y franco, sus descripciones verí¬ 
dicas y adecuadas, y sus observaciones tan aptas 
y bien expresadas constituyen un gran atractivo 
de esta obra. Su autor nos da a conocer con 
interesantes y exactos detalles como viven los 
soldados en las trincheras, lo que piensan, lo que 
hacen y lo que sufren. Testigo ocular y buen 
observador, su naración lleva el sello de la verdad, 
y por lo tanto ella pone en nuestro conocimiento 
con exactitud lo que está pasando en los lugares 
en que millones de hombres están combatiendo 
con denuedo, constancia y tezón. 

La popularidad de Over the Top ha sido tan 
grande en los Estados Unidos que en unas semanas 
se vendieron trecientos mil ejemplares de la obra, 
y su venta continúa, sin parecer que esa populari¬ 
dad pueda disminuir por mucho tiempo. 

Su autor, herido en la guerra, y por to tanto 
inhábil para continuar combatiendo, se ha dedi¬ 
cado con gran éxito a escribir para la prensa, y a 
iii 


iv Advertencia del Traductor 

dar conferencias que atraen a un público entusiasta 
y numeroso. 

Deseosos de que su obra sea conocida por los 
pueblos de habla español, él y sus editores los 
señores G. P. Putnam’s Sons me han honorado 
confiriéndome la agradable tarea de presentar 
esta versión castellana, que espero será leida por 
aquellos que desean tener informes exactos acerca 
de lo que está pasando en uno de los frentes de 
la lucha titánica, que Dios quiera pueda llegar 
a terminar dentro de breve tiempo. 


José F. Godoy. 


PREFACIO DEL AUTOR 


D URANTE unos diez y seis años que he 
llevado de vida azarosa en distintas partes 
del mundo, he tropezado con gente de altas y 
bajas esferas, y he tenido ámplia oportunidad para 
estudiar muy de cerca a distintos pueblos y com¬ 
prender sus ideales políticos y de otra índole, 
asi como sus esperanzas y principios. Por medio 
de estos viajes, y no por lo que he leido, me he 
convencido de la nobleza, verdad y justicia de la 
causa de los Aliados, y sé que pelean por lo que 
nosotros combatimos, y que ellos están del lado 
de los principios de la democracia, de la justicia 
y de la libertad, asi como lo están los Estados 
Unidos de América. 

Para los americanos que no han vivido ni peleado 
al lado de los ingleses, éstos parecen ser algo 
uraños, reservados, de comprensión tardía y 
carentes de viveza natural, pero yo que he estado 
junto con los que proceden de las Islas Británicas 
considero que tales apreciaciones no tienen razón 
de ser. Tommy Atkins, o sea el inglés nato, ha 
sido para mi el mejor compañero, y casi hermano, 
lleno de buen humor y que al combatir por una 
buena causa sacrificaría todo menos que su honor 
para que ella triunfara. 


VI 


Prefacio del Autor 


Abrigo las mayores esperanzas de que los hijos 
del Tío Samuel y John Bull, estrechándose los 
brazos como buenos y verdaderos compañeros 
y comprendiendo y apreciando sus grandes cuali¬ 
dades mútuas, seguirán hermanados por muchos 
años felices y contentos de estar uno al lado del 
otro. Si con este pobre ensayo mío lograra yo 
de alguna manera hacer que se conociera mejor 
al soldado inglés en los Estados Unidos quedaría 
sumamente satisfecho. 

Puede ser que algunos de mis lectores crean 
que he escrito a veces acerca de una causa grande 
y justa con cierta falta de respeto y seriedad, 
pero puedo asegurarles que esa no ha sido mi 
intención. Sólo he tratado de describir lo que 
me sucedió haciendo uso de las frases que emplearía 
un soldado inglés sentado en el borde superior 
de una trinchera del Frente Occidental—y de la 
manera que se expresaría al hablar con un com¬ 
pañero que estaba a su lado y le pedía informes 
sobre lo que ocurría en otra parte de ese mismo 
Frente. 

A. G. E. 


CONTENIDO 

CAPITULO PÁGINA 

I.—De Paisano a Soldado . . . i 

II.—En Distintos Cuarteles . . 12 

III. —Voy a la Iglesia. ... 24 

IV. —Dentro de las Trincheras . . 27 

V. —Lodo, Ratas y Bombas . . 33 

VI.—Detrás de la Línea ... 39 

VIL—El Rancho.45 

VIII.—La Pequeña Cruz de Madera . 53 

XI.—La Sala del Suicidio ... 58 

X.—Trabajos Diarios . . .61 

XI.—Al Asalto.67 

XII.—Arrojando Bombas ... 76 

XIII. —Mi Primer Baño Oficial . . 85 

XIV. —Picos y Palas .... 90 

XV.—En una Avanzada . . .100 

XVI— La Batería “D 238” . . .105 

XVII.—El la Línea del Frente 

vii 


127 




Contenido 


viii 

CAPÍTULO PÁGINA 

XVIII.— Función Bajo el Fuego . . 131 

XIX.—En su Propia Trinchera . .140 

XX.— Conversaciones con Fritz . .152 

XXI.— Algunas Complicaciones . .160 

XXII.— Castigos y Descargas de Cañones 

de Tiro Rápido . . .170 

XXIII.— Ataques con Gas y Espías . 180 

XXIV.— Incidente Interesante . . 197 

XXV.— Preparativos para el Magno 

Ataque . . . .225 

XXVI.— Hay Calma (?) en el Frente Occi¬ 
dental ..... 233 

XXVII.— Blighty .253 

Vocabulario de Tommy en las Trincheras 273 


GRABADOS 


PÁGINA 

El Autor en el Momento de Regresar a su 
País ..... Frontispicio 

Disco de Identificación .... 24 

Diagrama que Demuestra una Línea del 
Frente y las Trincheras de Comunica¬ 
ción .30 

Reproducción del Sobre Verde . . 44 

Diagrama que Demuestra una Trinchera 
en Primera Línea, la Seguna Línea y 
las Trincheras de Comunicación, el 
Primer Hospital de Sangre, etc. . 94 

Programa de una Función Dada en el 

Frente Occidental . . . .138 

No Parecemos muy Tristes ¿No es Verdad? 150 

El Autor con un Casco Alemán que le Fue 

QUITADO AL ENEMIGO . . . . IÓO 

Tarjeta Postal que se Expide una Vez por 

Semana a los Tommies . . .168 

Máscara contra el Gas . . .190 


X 


Grabados 


PÁGINA 

Mapa de las Trincheras Alemanas. Hebu- 

terne, Francia, 1916 . . . . 238 

Tarjeta que Emplean las Enfermeras de 
la Cruz Roja para Notificar a las 
Familias de los Heridos . . .266 

Después de un Encuentro en las Trincheras 2 68 

Un Grupo de Heridos en la Sala Munsey, 
del Hospital de Sangre de las Mujeres 
Americanas, los Cuales no Parecen 
Estar Descontentos . . .272 


AL ASALTO! 



¡Al Asalto! 


CAPÍTULO I 

DE PAISANO A SOLDADO 

E STABA yo en una oficina en Jersey City, 
sentado cerca de mi escritorio y hablando 
con un teniente de la Guardia Nacional del Estado 
de New Jersey. Suspendido de la pared veíamos 
un gran mapa de la guerra, en que estaban colo¬ 
cadas distintas banderitas de diversos colores, que 
demostraban los lugares ocupados por los ejércitos 
beligerantes en el Frente Occidental en Francia, 
y a mi vista sobre el escritorio se hallaba un 
diario de Nueva York, con un título llamativo en 
grandes letras de molde, que decía: 

HUNDIMIENTO DEL LUSITANIA 
PÉRDIDA DE VIDAS AMERICANAS 

Las ventanas estaban abiertas y el ambiente 
era de temprana primavera. Por esas mismas 

i 



2 


¡Al Asalto! 


ventanas que estaban abiertas penetraban los 
acordes de un organillo que tocaba en la calle la 
canción popular: 11 Yo no crié mi hijo para ser 
soldado Y 

“Hundimiento del Lusitania, Pérdida de Vidas 
Americanas! ”— Yo no Crié mi Hijo para ser Sol¬ 
dado Y No nos parecían concordar esas tres frases. 

El teniente abrió silencioso uno de los cajones 
bajos de su escritorio, sacó una bandera americana 
y la colocó solemnemente sobre el mapa de la 
guerra, que se hallaba en la pared. Después, 
dirigiéndome la palabra con cara tristona me dijo: 

Que le parece a usted, sargento? Debe sacar 
usted la lista de los que componen los Exploradores 
de a Caballo, porque creo ellos serán necesarios 
dentro de breves dias.” 

Nos ocupamos hasta cerca de la noche, diri¬ 
giendo telegramas urgentes a los apuntados en la 
lista, para que pudieran aprestarse para el caso 
de que viniera un llamamiento de Wáshington. Y 
después nos fuimos a nuestras respectivas casas. 

Crucé el río y fui a Nueva York, y al pasar por 
la calle de Fulton para tomar el tranvía subterrᬠ
neo que va a Brooklyn, parecía que las luces de 
los altos edificios de Nueva York estaban más 
brillantes que de costumbre, como si también hubie¬ 
sen leido: “ Hundimiento del Lusitania ! Pérdida 
de Vidas Americanas.” Parecía igualmente que 
estaban brillando de enojo y con verdadera in¬ 
dignación, y que sus rayos entrelazándose decían: 
“retribución.” 


De Paisano a Soldado 


3 


Pasaron varios meses, y los telegramas queda¬ 
ron a la mano, pero ya cubiertos de polvo. En¬ 
tonces en una mañana memorable el teniente, 
con un suspiro que expresaba su contrariedad, 
quitó la bandera del frente del mapa, y la guardó 
en su escritorio. Yo imité de cierta manera su 
proceder, echando los telegramas en el cesto. Nos 
miramos silenciosos y él se movía inquieto en su 
silla, meintras que yo me sentía triste y cabizbajo. 

De repente sonó el teléfono. Lo contesté: era 
alguien que me proponía una comisión fuera de la 
cuidad. Como los negocios no marchaban muy 
bien, esta proposición era halagadora. Después 
de enterarme de lo que se me proponía, y como 
impulsado por fuerza inusitada, contesté: “Lo 
siento; no puedo aceptar su ofrecimiento, pues me 
voy para Inglaterra la semana entrante,” y luego 
colgué la bocina. El teniente se volteó en su 
silla y me miró muy asombrado. Sentí un no sé 
qué, pero sin temor y contestando la pregunta que 
su mirada implicaba, le dije: “Si, estoy resuelto, 
me voy,” y me fui. 

Durante el viaje no hubo ningún incidente que 
deba mencionar. Desembarqué en Inglaterra, 
y me fui para Londres en el tren, llegando a las 
diez de la mañana. Me alojé en un hotel cerca 
de la estación de St. Paneras, en donde pagaba 
“cinco y seis, y un extra por la calefacción.” No 
había nada de calor en el cuarto, pero el “extra” 
que pagaba era suficiente para tenerme caliente. 
Hubo esa noche un ataque por un Zeppelin, pero 


4 


¡Al Asalto! 


yo no presencié mucho de lo que ocurrió, porque 
la apertura en las cortinas era muy pequeña y yo 
no quería agrandarla. A la mañana siguiente oí 
la campanilla del teléfono, y alguien me preguntó 
“¿Está usted allí?” Por supuesto le dije que sí. 
Después supe que los Zeppelines habían regresado 
a su madre patria, y salí a la calle, creyendo pre¬ 
senciar escenas de terribles destrozos y gente ate¬ 
rrorizada, pero todo seguía en su estado normal. 
Los paseantes parecían muy tranquilos yendo a su 
trabajo. Al cruzar una calle, le pregunté a un 
individuo: 

“¿Me puede usted decir por donde están los 
daños y perjuicios?” 

“¿Qué daños y perjuicios?” me preguntó. 

Sorprendido le contesté: “Pues los que hayan 
causado los Zeppelines.” 

Guiñó el ojo y me replicó: 

“No hubo ningunos daños; otra vez no les 
pegamos.” 

Después de interrogar inútilmente a otros indi¬ 
viduos, resolví ir yo mismo en busca de las casas 
destruidas y de las ruinas que se podrían ver. 
Tomé un ómnibus que me llevó hasta Tottenham 
Court Road. Por doquiera veía anuncios para 
el reclutamiento de tropas. El que me llamó más 
la atención fué uno con un retrato de tamaño 
natural de Lord Kitchener, el cual apuntándome 
con el dedo decía: “Tu Rey y tu país te necesi¬ 
tan.” Por' cualquier lado que me volteaba, el 
dedo acusador me perseguía. Yo soy americano, 


De Paisano a Soldado 


5 


estaba vestido de paisano, y llevaba una bande- 
rita americana en la solapa de mi saco. No tenía 
Rey y mi país parecía no necesitar mis servicios, 
y a pesar de todo eso el dedo que me apuntaba me 
tenía inquieto y me molestaba. Me bajé del 
ómnibus para tratar de hacer desaparecer mi in¬ 
quietud, metiéndome entre el gentio de las aceras 
de la calle. 

De repente llegué a un despacho para reclutar 
soldados. Sentado a un escritorio estaba un mili¬ 
tar solitario. Resolví consultarle sobre mis deseos 
de ingresar en el ejército inglés. Abrí la puerta 
y desde luego me dijo: “Entre y dígame si quiere 
probar fortuna.” 

Lo miré y le contesté: “No sé lo que quiere 
decir, pero acepto la invitación.” 

No fué necesario tener intérprete para com¬ 
prender que deseaba saber si ingresaría yo en el 
ejército inglés. Me preguntó: “Acaso ha oido 
usted hablar de los Cazadores Reales? ” Como 
ustedes ya bien saben que en Londres se supone 
que los yankees tienen conocimiento de todo, no 
quise demostrar mi ignorancia, y contesté: “Por 
supuesto.” 

Después de escuchar lo que por una media hora 
ese Tommy me dijo sobre sus proezas en la línea 
del fuego, resolví ingresar en el ejército. Tommy 
me llevó a la oficina principal para inscribirme, y 
allí me encontré con un típico capitán inglés. Me 
preguntó mi nacionalidad. Desde luego saqué 
mi pasaporte americano y se lo enseñé. Estaba 


6 


¡Al Asalto! 


firmado por Lansing—pues hacia poco que Bryan 
ya no era Secretario de Estado. Después de exa¬ 
minar el pasaporte, me informó que mucho lo 
sentía, pero que el aceptarme sería una violación 
de la neutralidad. Insistí en que yo no era neutral, 
porque me parecía que un verdadero americano 
no podía ser neutral en vista de los grandes acon¬ 
tecimientos que acaecían, pero el capitán no quiso 
inscribir mi nombre. 

Muy desazonado, me fui a la calle. Había 
caminado como una cuadra, cuando un sargento 
de reclutamiento que me había seguido del des¬ 
pacho, me tocó la espalda con su bastón, y me 
dijo: “Oiga usted, ¿ que quiere entrar en el ejér¬ 
cito? Tenemos un teniente en el otro despacho 
que hace todo lo que se le antoja. Acaba de salir 
del 0. T. C. (Cuerpo de Oficiales Aspirantes), y él 
no sabe lo que es la neutralidad.” Resolví ver 
lo que me deparaba la suerte y acepté su invitación 
para ser presentado al teniente. Entré en el 
despacho de éste, y desde luego le enseñé mi 
pasaporte y le dije: 

“Antes de entrar en discusiones tengo que de¬ 
cirle que yo soy un americano que no tiene tanto 
orgullo para no pelear, y que quiero ingresar en 
su ejército.” 

Me miró muy tranquilamente y contestó: 
“Está bien. Aqui tomamos a cualquiera que se 
presente.” 

Lo miré con mucha atención y le dije: “Ya lo 
veo,” pero él no comprendió la indirecta. 


De Paisano a Soldado 


7 


Sacó una solicitud de reclutamiento, y enseñán¬ 
dome con el dedo una línea en blanco, me dijo: 
“Firme usted aquí.” 

Le contesté: “No lo haré, ni por su linda cara.” 

“¿Que es lo que dice usted?” Me replicó. 

Le expliqué que no podía firmar el documento 
sino después de leerlo. Lo leí y entonces lo firmé, 
comprometiéndome por todo el periodo de la 
guerra. Algunos de los reclutas tuvieron mejor 
suerte, pues firmaron comprometiéndose por siete 
años únicamente. 

Después me preguntó cual era el lugar de mi 
nacimiento, y le contesté: “Ogden, Utah.” 

Dijo él: “Ah, si un poquito fuera de Nueva 
York.” 

Sonriéndome le repliqué: “Es verdad; algo 
más arriba en ese Estado.” 

Después me llevaron a que me examinara un 
médico, quien me consideró apto en cuanto a la 
salud, y entonces se me dió un uniforme. Cuando 
volví a presentarme al teniente, me indicó que 
puesto que era yo americano podía tratar de con¬ 
seguir a otros reclutas y de hacer avergonzarse a 
los que no querían entrar en el ejército. 

“Todo lo que tiene usted que hacer,” me dijo, 
“es irse por esas calles de Dios, y si encuentra a 
algún joven de paisano, que parece ser fuerte, lo 
para usted y le espeta esta clase de observaciones: 
‘¿Que no tiene usted vergüenza, siendo inglés y 
fuerte, de estar de paisano cuando su Rey y su 
país lo necesitan? ¿Que no sabe usted que su 


8 


¡Al Asalto! 


país está en guerra y que es el deber de todo joven 
súbdito británico de estar en la línea de fuego? 
Míreme, yo soy americano, y sin embargo llevo 
uniforme y he venido viajando cuatro mil millas 
para pelear por su Rey y país, y usted todavía 
no ingresa en el ejército. ¿Por qué no lo hace? 
Ahora mismo debe hacerlo.’ 

“Este argumento debía servirle para conseguir 
muchos reclutas, querido Empey, asi es que salga 
y vea lo que puede hacer.” 

Entonces me dió una pequeña roseta roja, blanca 
y azul con tres cintas cortas colgando de ella. 
Esta era la insignia de los reclutas y debía llevarse 
en el lado izquierdo del gorro. 

Llevando un bastón y con mi roseta patriótica 
me fui por Tottenham Court Road, en busca de 
carne de cañón. 

Pasaron cerca de mi dos o tres paisanos mal 
vestidos, y aunque parecían sanos y fuertes, yo 
reflexioné: “Estos no deben querer ingresar en 
el ejército, porque probablemente tienen alguien 
que depende de ellos para mantenerlos,” asi es 
que no les hablé. 

Poco después vi venir hacia mi por la calle a un 
joven petimetre, de sombrero alto y muy bien 
vestido, llevando a su lado a una señorita ataviada 
a la moda. Entonces dije para mi mismo: “Este 
es el que busco.” Y luego que llegó a mi lado, 
me paré enfrentándome con él, y apuntándole 
con mi bastón, le dije: 

“Usted se vería muy bien de uniforme, asi es 


De Paisano a Soldado 


9 


porque no cambia ese sombrero alto por un casco 
de acero? ¿ Que no tiene usted vengüenza siendo 
joven y fuerte de estar de paisano, cuando se 
necesitan tantos que peleen en las trincheras? 
Aquí me tiene usted, que soy americano y he 
venido viajando cuatro mil millas desde Ogden, 
Utah, en las afueras de Nueva York, para pelear, 
por su Rey y país. No sea cobardón, hágase el 
ánimo y póngase el uniforme; véngase conmigo 
a la oficina de reclutamiento y luego haré que lo 
apunten en la lista.” 

El bostezó y me contestó: “Amino me importa 
si usted ha estado viajando cuarenta mil millas, 
pues nadie le dijo que lo hiciera,” y entonces se 
fué, y la muchacha que iba con él se sonrió, 
quedándome yo estupefacto. 

Continué durante tres semanas tratando de 
conseguir reclutas, y casi conseguí uno. 

Esto por supuesto no era para cacarearlo, pero 
estaba de acuerdo con lo que me había dicho el 
oficial de que “aqui tomamos a cualquiera que se 
presente. ” Yo había estado ocupado por bastante 
tiempo en mis trabajos de reclutamiento en la 
cantina del hotelillo “La espiga de trigo” (en que 
hay una sirvienta rubia bastante atrayente, que 
me ayudada a pasar el tiempo,pues entonces yo 
no era persona tan seria como lo fui después 
cuando llegué, al frente)—pues bien, ya estaba 
en mi sexto dia y mi lista de reclutas estaba ente¬ 
ramente en blanco, ya no tenía mucho dinero en el 
bolsillo—y ya se sabe que las sirvientas en las 


10 


¡Al Asalto! 


cantinas no le hacen mucho caso a los que no 
pueden pagar por sus bebidas—asi es que tuve 
que seguir buscando reclutas. También se sabe 
que todo el que consigue un recluta recibe un 
“bob” o chelín cuando éste ingresa en el ejército, 
aunque se supone que el recluta es el que recibe 
la moneda, pero pocos son los reclutas que saben 
eso. 

Muy en el interior de la cantina estaba un joven 
vestido de paisano que parecía muy patriota, 
pues había tomado como cuatro sendos vasos de 
fuerte bebida. Me invitó a beber con él, hacién¬ 
dome señas con la mano izquierda, de la que le 
faltaban dos dedos, pero yo pensé que eso no 
importaba, puesto que me acordaba de que “aquí 
tomamos a cualquiera que se presente.’’ Además 
cuando se lleva el rifle sobre el hombre izquierdo, 
se hace uso de la mano de ese lado, pues en 
Inglaterra todo es “a la izquierda” y aun en el 
tráfico ordinario la gente siempre toma el lado 
izquierdo. 

Me llevé al solicitante a la oficina principal, y 
allí lo examinaron muy de prisa. Por entonces, 
los cirujanos que examinaban a los reclutas esta¬ 
ban sumamente ocupados y por lo tanto hacían 
sus averiguaciones muy a la ligera. El médico de¬ 
claró que mi recluta estaba en buenas condiciones, 
y se lo entregó al sargento para que viera si tenía 
algunas heridas. De repente el sargento exclamó: 
“ Demonio, pues si le faltan dos dedos,” y volteán¬ 
dose hacia mi me dijo: “Me parece que es usted 


De Paisano a Soldado 


ii 


muy vivo, puesto que nos trae a un individuo 
como éste.” 

El médico se nos acercó y enojado dijo: “ ¿ Cómo 
se atreve usted a traernos a un individuo en tal 
estado?” 

Al mirar hacia un lado vi que el oficial ante 
quien yo me había presentado formaba parte de 
nuestro grupo, asi es que no pude menos que 
contestar: “Pues que no me dijo usted que aquí 
tomamos a cualquiera que se presente.” 

Creo que todos ellos dijeron algo sobre la 
“impertinencia del yankee,” pero de todos modos 
asi terminaron mis trabajos de reclutamiento. 


CAPÍTULO II 

EN DISTINTOS CUARTELES 
LA mañana siguiente el capitán me llamó 



** y me dijo: “Empey, ha fracasado usted 
por completo como agente para reclutas”, y me 
envió a un lugar en donde estaban dando instruc¬ 
ción a las tropas. 

Luego que llegué a ese lugar me llevaron a los 
almacenes y allí tuve una sorpresa muy desagra¬ 
dable. El sargento que tenía a su cargo el alma¬ 
cén puso una tela impermeable sobre el piso, y 
empezó a echar sobre ella distintas clases de 
hebillas, correas y otros artículos en grandes can¬ 
tidades. Yo creía que nunca pararía, pero cuando 
el montón llegó a más arriba de mis rodillas, pare¬ 
ció acabar su tarea, y dijo: “El que sigue No. 
5217, ’Arris, Compañia ‘B.* ” Me quedé atónito 
al ver todo el gran montón que estaba en frente 
de mi, y busqué con la vista al carretón que debía 
de llevar eso al cuartel. Muy pronto desperté 
de mi sueño, cuando el sargento gritó: “Oigame, 
apúrese, qué cree que algún cargador lo va a 
llevar? ” 

Llevando el gran peso de todo, y descansando de 


12 


En Distintos Cuarteles 


13 


vez en cuando, llegué a nuestro cuartel (que era un 
depósito grande para carros) y el jefe de mi com- 
pañia vino a ayudarme. Mucho me soprendió 
ver como arregló todo mi equipo. Después de 
que terminó de hacer ese trabajo, me enseñó como 
debía llevarlo sobre mi. Muy pronto quedé 
transformado en un verdadero Tommy Atkins, 
listo para una marcha larga y sintiéndome como 
un camello muy recargado de peso. 

Llevaba botas con suelas dobles, muy clave¬ 
teadas y que tenían delante y atras unas medias 
lunas de acero. Cubrían mis piernas unas polai¬ 
nas de lana, de color aceitunado y que cubrían 
parte de mis pantalones. Llevaba una blusa 
khaki de lana, debajo de la cual iba una camisa 
gris azulada también de lana, sin cuello, y debajo 
de esta camisa un cinturón de lona como de seis 
pulgadas de ancho, que quedaba sujeto en su 
lugar por medio de cintas blancas. Sobre la 
cabeza tenía un gorro fuerte de lana para las 
trincheras, que llevaba orejeras ajustadas a los 
lados. En seguida venía un cinturón de lona, 
con bolsas para las municiones y dos correas an¬ 
chas de lona, que eran como tirantes, y se llama¬ 
ban correas “D,” que estaban ajustadas al cin¬ 
turón, y que cada una de ellas pasaba por los 
hombros, se cruzaba en medio de mi espalda y 
estaba ajustada con hebillas a la parte de atrás 
del cinturón. Al lado derecho del cinturón había 
una botella para agua cubierta de fieltro; al lado 
izquierdo estaba mi bayoneta con su cubierta, y 


14 


¡Al Asalto! 


el mango para los instrumentos que se usan en las 
trincheras, cuyo mango estaba fijo a la cubierta 
de la bayoneta. Atrás iba mi instrumento para 
las trincheras metido en una cubierta de lona. 
Este instrumento consistia en una combinación 
de pico y pala. A la izquierda del cinturón 
había una bolsa de lona, mientras que en mis 
hombros llevaba el bolsón también de lona, que 
se ajustaba por medio de dos tirantes de lona que 
pasaban por mis hombros, y suspendida al ex¬ 
tremo del bolsón, estaba mi cantina de hojadelata 
muy bien cubierta en una bolsa de lona. Mi 
impermeable, muy bien enrollado iba también 
sujeto arriba del bolsón y llevaba un palo para 
limpiar el rifle. Sujeto a una correa alrededor 
de mi cintura había una gran navaja y un abridor 
de latas. En el bolsón estaban puestos mi sobre¬ 
todo, un par de calcetines, cambio de ropa inte¬ 
rior y un conjunto de cuchillo, tenedor, cuchara, 
peine, cepillo de dientes, brocha y jabón para 
afeitar, y una navaja de afeitar de hoj adelata, que 
llevaba las palabras “ Hecha en Inglaterra” 
estampadas en la hoja, y la cual al afeitarse le 
hacia a uno pensar que mejor seria que la guerra 
fuera con Patagonia, pues asi tendría uno una 
navaja de afeitar mejor, con las palabras “Hecha 
en Alemania.” En seguida venían los útiles 
caseros, como eran los artículos para limpiar 
botones, que consistían de una varilla, dos brochas 
y una cajita de pasta llamada “amiga del soldado”; 
también un cepillo para zapatos y una caja de 


En Distintos Cuarteles 


15 


betún, un bloc de papel para escribir, un lápiz, 
sobres y libro de pagos, y algunos otros pequeños 
artículos como un espejito, una buena navaja de 
afeitar, muchas cartas por contestar y cigarros. 
En la mochila lleva uno su ración común y corrien¬ 
te, esto es una lata de carne, cuatro bizcochos y 
otra lata que tenía té y azúcar; unas dos pipas, 
un paquete de felpa, y una lata de aceite para el 
rifle. El soldado inglés casi siempre lleva el aceite 
junto con sus raciones, y de esa manera el queso 
parece tener el gusto de sardinas. 

Además de todo eso se lleva un bolsón grande 
y un largo rifle de muy mala catadura, que parece 
ser de la época de Daniel Boone, y hay tiene 
usted una muestra de lo que es el soldado inglés 
listo en su país. 

Antes de irse para Francia, le quitan este rifle 
y le dan un pequeño rifle Lee-Enfield para las 
trincheras y un bolsón para sus alimentos. 

En Francia recibe también dos máscaras para 
el gas, una capa de pergamino, un mackintosh 
de goma, un casco de acero, dos cobertores, unos 
espejuelos, un casco balaclava, guantes y una 
lata de grasa para curar cuando se hielan las 
manos, pero que sirve muy bien para limpiar las 
botas. Si se agrega a todos esto, el peso de sus 
raciones, no creo que puede uno culpar a Tommy 
Atkins si se queja alguna vez en una marcha de 
a veinte kilómetros. 

Como había yo servido en la caballería de los 
Estados Unidos de sargento, quise tratar de dar 


i6 


¡Al Asalto! 


mis consejos en los campamentos ingleses, pero 
esto no me dió buenos resultados, pues me pusie¬ 
ron en comisión en las cocinas y para vengarme 
a veces derramaba un plato de guisado sobre ellos 
muy accidentalmente. 

Como yo prefiero pelear a servir de criado, 
luego que se expidió la orden del cuartel general 
pidiendo un refuerzo de doscientos cincuenta 
hombres para ir a Francia, yo ofrecí mis servicios. 

Inmediatamente nos llevaron ante el M. O. 
(Oficial Médico) para ser examinados nueva¬ 
mente. Este examen fué bien corto, pues des¬ 
pués de preguntarnos nuestros nombres y números 
dijo “Sirven,” y asi ya estuvimos listos para la 
contienda. 

Nos metieron en trenes de ferrocarril y nos 
llevaron a Southampton, allí nos bajamos y nos 
dieron nuestros rifles de trinchera. Después en 
columnas de a dos en fondo, subimos a un vapor- 
cito que estaba atracado al muelle. 

Al extremo superior del pasamanos estaba un 
viejo sargento que nos indicaba que debiamos 
colocarnos a lo largo de ambos lados del buque. 
Después nos dió instrucciones para que sacáramos 
los salvavidas de donde estaban colocados y nos 
los pusiéramos. He cruzado el Océano varias 
veces y yo sé que no me había mareado, y sin 
embargo cuando me puse el salvavidas me pareció 
como si principiaba el mareo. 

Después que avanzamos un poco, me entró la 
idea de que había como un millón de submarinos 


En Distintos Cuarteles 


17 


alemanes llevando torpedos y que cada uno tenía 
inscrito mi nombre y mi dirección. 

Pasadas unas cinco horas llegamos a un muelle 
y desembarcamos. Al fin logré uno de mis más 
vivísimos deseos: ya estaba “en algún lugar de 
Francia .’ 1 Dormimos esa noche bajo el cielo 
estrellado cerca de un camino, y a eso de las seis 
de la siguiente mañana nos dieron la orden de 
subir a los trenes. Traté de ver en donde se 
hallaban los carros de pasajeros, pero lo único 
que pude ver en el empalme eran unos carros 
para ganado. Subimos en ellos, y en el lado de 
cada carro, veiamos un rótulo que decia “Hommes 
40, Chevaux 8.” Cuando nos metimos en los 
carros, nos pareció que el pintor había invertido 
las cantidades. Después de viajar como unas 
cuarenta y ocho horas en esos carros llegamos a 
Ruán, y allí permanecimos diez dias ejercitándonos 
constantemente. 

El ejercicio que haciamos comprendía los rudi¬ 
mentos de la guerra en las trincheras. Se habían 
excavado trincheras, con obstáculos de alambres 
de púas, locales para tirar bombas, excavaciones, 
puntos de observación y sitios para los cañones 
de tiro rápido. Nos dieron ligera instrucción de 
cocinar, sobre sanidad, de tirar bombas, hacer 
reconocimientos, situar postes, erigir y componer 
cercas de alambre de púas, de sistema de atacar 
y defenderse, de la manera de atacar en masa y 
el procedimiento de atacar con gas venenoso. 

Al décimo día volvimos a ver a nuestros amigos 


i8 


¡Al Asalto! 


“Hommes 40, Chevaux 8,” y al fin de treinta y 
seis horas más de sufrimientos, llegamos a la 
población de F-. 

Después de desembarcar nuestros víveres y equi¬ 
pos, nos formamos en el camino en columnas de 
a cuatro en fondo, esperando la orden de marcha. 

Se oía un ruido sordo de retumbidos. Como el 
sol estaba brillante, me volteé, y hablándole al 
soldado que estaba a mi izquierda, le pregunté: 
“¿ Que es ese ruido?” No parecía saber, pero su 
cara se puso lívida. El que estaba a mi derecha 
tampoco sabía lo que sucedía, y sugirió que le 
preguntara al sargento. Al acercarse el viejo 
sargento que me pareció ser un verdadero veterano, 
le pregunté: “¿Cree usted que va a llover, sar¬ 
gento?” 

Me vió con desprecio, y refunfuñó “Por supuesto 
que va a llover con este magnífico sol?” Me puse 
muy avergonzado. 

“Estos son los cañonazos que se oyen, hijito, 
y tu oirás bastantes de ellos antes de que vuelvas 
a tu casita.” Temblandome las piernas, apenas 
pude exclamar “Oh.” 

Después emprendimos la marcha hasta la línea 
del frente, caminando diez kilómetros sin parar. 
Al finalizar el primer día llegamos a nuestros 
cuarteles de descanso. Se llaman cuarteles de 
descanso en Francia, porque mientras permanece 
en ellos, Tommy trabaja siete días de la semana, 
y al octavo le dan veinte y cuatro horas para que 
haga lo que se le antoje. 



En Distintos Cuarteles 


19 


Era nuestro cuartel muy grande, en realidad 
un gran pajar que estaba a un lado del camino, y 
que tenía cien entradas, noventa y nueve para las 
balas, ratas, viento y lluvia y la centésima para 
Tommy. Estaba muy cansado y haciendo uso 
de mi casco a prueba de bomba (es a prueba de 
bomba hasta que le cae una bomba), o mi som¬ 
brero de hojadelata como almohada, me eché sobre 
la paja y pronto me quedé dormido. Debo haber 
permanecido durmiendo como dos horas, cuando 
me desperté .sintiendo piquetes por todo el cuerpo. 
Crei que la paja se me había metido por el uni¬ 
forme. Desperté al compañero que estaba a mi 
izquierda, que ya antes había estado en campaña, 
y le pregunté: 

Camarada, que le molesta la paja? Parece 
que se me ha metido por el uniforme y yo no 
puede dormir.” 

Medio soñoliento me contestó: “Hombre, no 
es la paja; son los ‘cooties.’ ” 

Desde esa fecha mis amigos los “cooties” 
siempre han sido mis compañeros constantes. 

Los “cooties” o piojos blancos, son los que 
atormentan la vida de Tommy. 

La aristocracia de las trincheras rara vez los 
llama “cooties,” pues los denomina pulgas. 

Para un americano, la pulga es un pequeño in¬ 
secto que lleva una bayoneta, que se la mete a uno 
y después saltando de aquí allá llega al próximo 
lugar que va a atacar. Hay una ventaja en que 
tenga uno pulgas en lugar de “cooties,” porque 


20 


¡Al Asalto! 


en uno de los grandes saltos que ella hace puede 
ser que se vaya a atacar a otro compañero; ade¬ 
más tiene la energía típica y el empuje del ameri¬ 
cano, mientras que el “cootie,” tiene la tenacidad 
del bull dog inglés; se agarra, se consolida y 
escarba hasta que queda satisfecho. 

Es imposible salvarse de uno de ellos, pues a 
pesar de que se bañe uno con frecuencia, y en 
realidad eso no puede acaecer con tal frecuencia, y 
aunque se cambie la ropa interior muchas veces, 
los amiguitos, los “cooties,” por nada se separan 
de uno. Abundan grandemente en todos los cuar¬ 
teles, y sobre todo cuando hay paja por el suelo. 

Yo me he bañado y después me he puesto nueva 
ropa interior, en realidad un cambio completo 
de uniforme, y en seguida me he ido a acostar, 
y a la mañana siguiente mi camisa estaba llena de 
esos anímale jos. Es cosa común y corriente ver 
a ocho o dies soldados sentados bajo de un árbol, 
con sus camisas en las rodillas y efectuando lo 
que llaman una “caza de camisa.” 

De noche como media hora después de que se 
apagan las luces, se pueden ver a los soldados 
agrupados alrededor de una vela tratando bajo 
de su luz amortiguada, de limpiar su ropa interior 
de esos bichos. Hay un método popular y rápido 
para hacer ésto, y es el colocar la camisa y los 
calzoncillos con sus costuras de fuera, aproximar¬ 
los a la llama de la vela y tratar de quemarlos; 
pero corre uno el peligro de hacer agujeros en la 
ropa, si no se tiene mucho cuidado. 


En Distintos Cuarteles 


21 


Los reclutas como regla general pedían a su 
país una clase de polvo para matar insectos, que 
según los anuncios era “ bueno para los piojos 
blancos.” Tenia razón el anuncio; pues el polvo 
era muy bueno para los piojos y parecía que les 
prolongaba la vida. 

Los veteranos de nuestro batallón comprendían 
eso mejor, y hacían rascadores de madera, que los 
ponían muy lisos con una piedra o arena para 
impedir que tuvieran astillas. Hacían esos rasca¬ 
dores de unas diez y ocho pulgadas de largo, y 
Tommy aseguraba que tales instrumentos de ese 
tamaño podian llegar a rascar cualquier parte del 
cuerpo. Alguno de los compañeros por pereza 
los hacían de doce pulgadas de largo, pero cuando 
esto sucedía a veces de noche al estar de guardia 
en el primer escalón de la trinchera del frente, 
bien hubiera deseado dar mil libras por las otras 
seis pulgadas. 

Mientras que estábamos en nuestros cuarteles 
de descanso se acampó un regimiento de húsares 
irlandeses casi en frente de nuestro cuartel. 
Después de que establecieron sus centinelas y 
dieron de comer a sus caballos, principió la gran 
caza de camisas. Tan engolfados estaban en 
esta tarea, que ni hicieron caso cuando los llamaron 
para tomar su rancho y siguieron cazando. Adop¬ 
taron un nuevo sistema, que consistía en colgar 
sus camisas sobre una cerca y golpearlas violen¬ 
tamente con los mangos de sus instrumentos de 
trinchera. 


22 


¡Al Asalto! 


Le pregunté a uno de ellos que porque no los 
cogían con la mano y me contestó: “No nos hemos 
bañado en nueve semanas ni hemos cambiado 
nuestra ropa interior, asi es que si tratara de 
ir recogiendo los “cooties” de mi camisa, sólo 
terminaría ese trabajo al finalizar la guerra.” 
Después de examinar su camisa, estuve de acuerdo 
con lo que decía, porque estaba plagada de bichos 
vivientes. 

Una de las cosas que más sorprende a un recluta 
al ingresar a su batallón en Francia es ver a sus 
compañeros engolfados en esa caza de “cooties.” 
Al principio uno trata de no ir con los soldados 
viejos que están haciendo eso, pero a poco tiempo, 
empieza a sentir los piquetes y tiene que dedicarse 
también a la caza de camisa, o a tener que pasar 
muchas noches muy molesto y sin dormir. Du¬ 
rante estas cacerías se oyen distintas observa¬ 
ciones chistosas entre los que las verifican, como: 
“¿Díme, qué no quieres cambiarme dos chiquitas 
por una grande? ” o “ ’He cogido a una negra que 
se parece al Kaiser.” 

Durante uno de esos días en que brillaba el sol, 
estaba yo en la línea del frente de las trincheras y 
vi a tres oficiales sentados fuera de la suya (pues 
los “cooties” no hacen reparo del rango de la 
persona, y aun he notado ciertos movimientos 
sospechosos en un general bien conocido). Uno 
de ellos era un mayor y los otros dos estaban 
examinando sus camisas sin hacer ningún reparo 
de las bombas, que de vez en cuando pasaban 


En Distintos Cuarteles 


23 


encima de sus cabezas. El mayor estaba escri¬ 
biendo una carta, y de repente dejaba a un 
lado su bloc de papel de escribir, examinaba su 
camisa por unos minutos, parecía inspirarse en 
nuevas ideas y seguia escribiendo. Al fin terminó 
su carta y se la entregó al mensajero. Yo tuve 
curiosidad de saber si había estado escribiendo a 
alguna compañía que hacía negocios en insectos, 
asi es que cuando el mensajero pasó a mi lado me 
puse a conversar con él y pude leer la dirección en 
el sobre de la carta. Estaba dirigida a Miss 
Alicia fulana, en Londres. El mensajero me 
dijo que la señorita fulana era la novia del mayor 
y que él diariamente le escribía. ¿ Quién pudiera 
creer que se escribiera una carta amorosa, mien¬ 
tras que estaba uno cazando los “cooties”? Pero 
eso es una de las cosas que se ven en las trincheras. 


CAPÍTULO III 


VOY A LA IGLESIA 


UEGO que ingresamos al ejército nos dieron 



discos de identificación. Eran pequeños 
discos de fibra roja que se llevaban colgados al 
cuello por medio de un cordón. La mayor parte 
de los Tommies también llevaban un pequeño 
disco de metal, que tenian colocado sobre el puño 
izquierdo por medio de una cadenita. Sin duda 
habían pensado que caso de que les volaran la 
cabeza, el disco en el puño izquierdo serviría para 
identificarlos. Si perdieran el brazo izquierdo, 
entonces el disco que tenían sobre el cuello les 
serviría para el mismo objeto, pero si les volaban 
la cabeza y el brazo izquierdo, a nadie le impor¬ 
tarla saber quienes serían, asi es que no era nece¬ 
sario identificarlos. De un lado del disco estaba 
inscrito el rango, nombre, número y batallón de 
uno, y en el otro estaba inscrita su religión. 

C. of E. quiere decir de la Iglesia de Inglaterra, 
R. C., Católico Romano; W., Wesleiano; P., 
Presbiteriano; pero si era uno ateo, lo dejaban en 
blanco y nada más le daban al soldado un pico 
y una pala. En mi disco habia las letras C. of 



Disco de Identificación. 
















Voy a la Iglesia 


25 


E., y ésto sucedió de esta manera. El teniente 
que me inscribió en la lista de reclutas me preguntó 
cual era mi religión. Yo no estaba seguro de cual 
sería la religión del ejército británico, y asi le con¬ 
testé: “Oh, cualquier cosa,” y él luego me puso 
C. of E. 

Ahora bien esto me dio muchas molestias, 
puesto que de las cinco religiones que pude haber 
escogido, escogí la única cuyos feligreses tenían 
que ir a los servicios religiosos como ineludible 
obligación. 

A la siguiente mañana que era domingo, estaba 
yo sentado escribiendo a mi hermana y dándole 
a conocer las grandes proezas que ya había hecho 
—pues asi lo hacen todos los reclutas al principio. 
El sargento primero sacando la cabeza por la 
puerta me gritó “C. of E. alístese para los ejerci¬ 
cios religiosos.” 

Seguí escribiendo y entonces volteándose y 
muy enojado me dijo: “¿ Empey, que no es usted 
del C. of E.?” Yo le contesté que sí, y entonces 
más enojado me gritó: “No me diga asi sí, seco; 
dígame si, sargento primero.” 

Asi lo hice y entonces ya medio contento ex¬ 
clamó: “Váyase a los ejercicios religiosos.” 

Lo miré y exclamé: “Yo no voy a ir a la iglesia 
esta mañana.” 

Entonces él dijo: “Si, usted irá.” 

Y le repliqué: “No, no iré,”—pero siempre 
tuve que ir. 

Nos formamos fuera con rifles y bayonetas, 


26 


¡Al Asalto! 


unos ciento veinte cartuchos, y nuestro sombrero 
de hojadelata, y marchamos hacia la iglesia. 
Después de ir unos cinco kilómetros, nos desvia¬ 
mos del camino y entramos en un campo abierto. 
En el extremo de ese campo estaba el capellán, 
parado en un armón. Hicimos un semicírculo a 
su alrededor. Muy alto sobre nosotros se véia 
un punto negro dando vueltas en el cielo. Era 
un Fokker alemán. El capellán tenía su libro 
en la mano izquierda, y con el ojo izquierdo véia 
el libro y con el ojo derecho el aeroplano. Noso¬ 
tros Tommies temamos mejor suerte, porque 
como no llevábamos libros, podiamos fijar los 
dos ojos en el aeroplano. 

Después de la parada regresamos a nuestro 
cuartel y jugamos pelota toda la tarde. 


CAPÍTULO IV 


DENTRO DE LAS TRINCHERAS 
LA mañana siguiente pasamos revista ante 



nuestro general, y nos enviaron a distintas 
compañias. Los soldados de la brigada habían 
dado a este general el apodo de Viejo Pimienta, 
y él bien merecia el tal apodo. Me enviaron a 
la compañía B con otro americano llamado 
Stewart. 

Durante los diez días siguientes “ descansamos’’ 
haciendo composturas a los caminos de los 
franceses, ejercitándonos y excavando trincheras. 

Una mañana nos anunciaron que iríamos a la 
línea de fuego y empezamos nuestra marcha. 
Esta duró unos tres días hasta llegar a nuestros 
nuevos cuarteles, y cada día de nuestra marcha 
se oían con más claridad y más cerca los retumbos 
de los cañones. De noche y a gran distancia aun 
podiamos ver los fogonazos, y su luz illuminaba 
el cielo con un color rojizo. 

Allá a lo lejos en el horizonte veiamos algunos 
globos que estaban haciendo observaciones, y 
que tenían el apodo de “Salchichones.” 

Por la tarde del tercer día de nuestra marcha, 


28 


¡Al Asalto! 


presencié por primera vez el bombardeo de un 
aeroplano. Gran sensación ésto me causó y 
estuve mirando lo que pasaba con gran asombro. 
El aeroplano estaba haciendo grandes círculos 
en el aire, mientras que fogonazos de humo blanco 
se veían circundándolo por todas partes. Pare¬ 
cían pequeñas bolas de algodón, y cada vez que 
una de ellas estallaba se oía un ruido sordo y 
agudo. El sargento de mi compañía me dijo 
que era un aeroplano alemán, y yo verdaderamente 
no podía comprender como él sabía eso estando 
el aeroplano a tal altura, que parecía sólo como 
un punto negro en el cielo. Le expresé mis dudas 
sobre si sería inglés, francés o alemán. Con una 
mirada despreciativa me explicó además que las 
bombas que arrojaban los Aliados contra los 
aeroplanos alemanes emitían humo blanco, mien¬ 
tras que las alemanas arrojaban humo negro, y 
en seguida me dijo: “Debe ser un alemán porque 
nuestros cañones están tirando sobre él, y yo sé 
muy bien que nuestras baterías no se equivocan, 
e indudablemente no están tirando contra nuestros 
aeroplanos—y aqui te daré un buen consejo y es 
que no emitas tu opinión tan pronto, sino después 
de haber estado algún tiempo en la línea de fuego 
y aprendido algo.” 

Inmediatamente tomé la lección a pecho, y 
desde luego me produjo un buen efecto. 

Poco antes de llegar a nuestro cuartel íbamos 
marchando, riéndonos y cantando una de las 
canciones de los Tommies en las trincheras— 


Dentro de las Trincheras 


29 


“Quiero volver a mi casita, quiero volver a mi casita, 
Yo ya no quiero quedarme para nada en las trinche¬ 
ras, 

En donde abundan las salchichas y los ruidos de las 
balas, 

Llévenme del otro lado de los mares, en donde no me 
podrán pescar los alemanes, 

Por Dios yo no quiero morir, 

Yo quiero regresar a mi casita-” 

En estos momentos hubo un fuerte zumbido 
por el aire y luego otros tres más. En seguida, 
a eso de veinte yardas hacia nuestra izquierda y 
en el campo abierto, se elevaron en el aire cuatro 
columnas de tierra y humo negro, y el subsuelo 
tembló debido al estallido, pues eran las bombas 
alemanaá que habían causado la explosión. Muy 
pronto se oyó un nuevo zumbido muy fuerte, y a 
continuación otros dos más que provenían del 
frente de nuestra columna. Esto quería decir 
que se hiciera “formación de artillería. ,, Nos 
dividimos en pequeños grupos y nos internamos 
en los campos a la derecha e izquierda del camino 
y nos tiramos sobre el suelo. Ya después de eso 
no hubo más bombas a continuación del primer 
saludo. Este fué nuestro primer bautismo de 
un bombardeo formal. Muy entusiasmado estaba 
yo de mi cintura para arriba, pero no lo estaba 
tanto de mi cintura para abajo. Yo creí que me 
iba a morir de miedo. Pasado algún tiempo 
nos formamos nuevamente en columnas de a 
cuatro en fondo, y seguimos marchando, y a eso 


30 


¡Al Asalto! 


de las cinco de esa tarde, llegamos al pueblito 

arruinado de H-, y entonces por primera vez 

presencié la destrucción terrible que había causado 
la Cultura Alemana. 

Después de marchar por la calle principal llega¬ 
mos al centro de la población y allí nos acuarte¬ 
lamos en sótanos a prueba de bomba (que son a 
prueba de bomba, mientras que no les pega una 
bomba). Por doquiera en la población se oían 
los zumbidos de las bombas que caían atrás de 
nosotros y queriendo pegarle a nuestra artillería. 

Estos sótanos eran fríos, húmedos y olorosos y 
además estaban llenos de inmensas ratas,—muy 
negras por cierto. Casi todos los compañeros 
dormían cubriéndose las caras con sus sobretodos, 
pero yo no lo hice asi. A media noche me desperté 
aterrorizado, pues sentí los piés fríos y ásperos 
de una rata que se paseaba sobre mi cara. In¬ 
mediatamente me cubrí con el sobretodo, pero no 
pude dormir durante el resto de la noche. 

A la tarde siguiente tomamos posesión de nuestro 
sector en la línea de fuego. Pasamos de uno en 
fondo por una trinchera de comunicación en forma 
serpentina, y que tenía como seis pulgadas de lodo. 
Trinchera era esta que se denominaba “Calle de 
whiskey.” Según íbamos avanzando hacia la 
línea del frente las bombas que estallaban ilumi¬ 
naban el cielo, y podíamos oir cuando sus pedazos 
caían a la derecha e izquierda de nosotros. Por 
entonces un Fritz o soldado alemán, hacia uso de 
su “maquinita de escribir” o sea rifle, y cruzaban 



Diagrama que Demuestra una Línea del Frente y las Trincheras de Comunicación. 






















































































































































' 




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% 






































I 




























Dentro de las Trincheras 


3i 


las balas que era un gusto, haciendo un ruido bien 
desagradable. 

Un compañero mío llamado Prentice, que estaba 
en frente de mi, cayó sin decir una palabra, pues 
un pedazo de bomba le había atravesado su casco 
que decia era a prueba de bala. Esto me hizo 
ponerme muy débil y nervioso. 

Como treinta minutos después llegamos a la 
línea del frente; estaba obscuro como boca de 
lobo, pero de vez en cuando las estrellitas que 
despedía alguna bomba alemana iluminaban la 
obscuridad con luz argentina. Estaba temblando 
de piés a cabeza, y me sentía con miedo y muy 
nervioso. Se daban órdenes en voz muy baja. 
La compañía a que nosotros sustituimos se despi¬ 
dió de nosotros, y desapareció en la obscuridad de 
la noche por la trinchera de comunicación a reta¬ 
guardia. Al pasar cerca de nosotros murmuraron: 

Que tengan la mejor suerte, camaradas!” 

Estaba sentado en el primer escalón de la trin¬ 
chera con todos los demás compañeros, y en cada 
línea trasversal había dos de los más antiguos 
que estaban de guardia sacando la cabeza por 
arriba de la trinchera, y tratando de ver en la 
obscuridad lo que pasaba en ‘‘La Tierra Inhabi¬ 
table.* * En esta trinchera había sólo dos covachas, 
y en estas estaban Lewis y Vicker, que manejaban 
los cañones de tiro rápido, asi es que nosostros 
tuvimos que estarnos en el primer escalón. Muy 
pronto empezó a llover y nos pusimos nuestros 
“makintoshes,” pero no nos protegían mucho, 


32 


¡Al Asalto! 


asi es que las gotas nos escurrían por las espaldas 
y muy en breve nos sentimos húmedos y fríos. 
Nunca he sabido como pasé esa noche, pero afor¬ 
tunadamente llegó la madriugada sin que sucediera 
nada de particular. 

Recibimos la orden de “abajo,” que corrió por 
toda la línea y los sentinelas bajaron del escalón 
de fuego, y casi en seguida se nos dió un poco de 
aguardiente, lo que bien necesitábamos, pues nos 
calentó y dió nuevas fuerzas. Pronto llegaron 
por las trincheras de comunicación grandes ollas 
de hierro, llenas de té hirviendo, que llevaban dos 
hombres por medio de dos mangos de madera. 
Llené mi cantina y me bebí el té caliente sin qui¬ 
tármelo de la boca. Poco después caí dormido 
en el lodo sobre el escalón de fuego. 

Ya había conseguido lo que tanto ansiaba. 
Estaba en la trinchera de la línea de fuego en el 
Frente Occidental, y oh! como deseaba yo estar 
de regreso en Jersey City. 


CAPÍTULO V 


LODO, RATAS Y BOMBAS 

T^vEBO haber dormido unas dos o tres horas, 
pero no con el sueño que tiene uno en medio 
de sábanas limpias y suaves almohadas, pero con 
el sueño que le viene a uno cuando está agotado 
por el frío, la humedad y el cansancio. 

De repente me pareció que se había iniciado un 
terremoto y sentí un terrible estrépito en los oidos. 
Abrí los ojos y vi que estaba lleno de lodo pegajoso 
y que mis compañeros se estaban levantando del 
fondo de la trinchera. Parece que el parapeto 
de la izquierda había caído dentro de la trinchera, 
llenándola enteramente con la tierra que se había 
desalojado. El soldado que estaba a mi izquierda 
parecía inerte. Me quité el lodo de la cara, y 
contemplé una cosa verdaderamente terrible— 
su cabeza estaba hecha pedazos y su casco estaba 
lleno de sangre y sesos. Había hecho explosión 
una “Minnie,” o sea bomba de mortero alemán 
en la trinchera trasversal. Vi que muchos solda¬ 
dos estaban excavando en la tierra húmeda con 
grandísima precipitación, y muy de prisa venían 
otros con camillas hacia ese lugar. Después de ex- 
3 33 


34 


¡Al Asalto! 


cavar por unos minutos se llevaron en camillas 
por la trinchera de comunicación hacia retaguardia 
tres cuerpos enlodados e inertes. Pronto que¬ 
darían sepultados “en algún lugar de Francia,” 
con sólo una cruz pequeña de madera que marcará 
sus sepulturas. Habían prestado sus servicios a 
su Rey y país, habían muerto sin poder tirar sobre 
el enemigo, pero de todos modos bien merecían los 
encomios de todos. Poco después supe quienes 
eran y que pertenecían a los que ingresaron al 
mismo tiempo que yo lo hice. 

Me quedé atónito y sin movimiento. De 
repente alguien me dió una pala y con voz 
fuerte, pero bondadosa, me dijo: “Oiga, com¬ 
pañero, ayúdenos a limpiar esta trinchera, pero 
no levante mucho la cabeza y vigile a los tiradores 
del enemigo, pues hay uno de ellos que tiene muy 
buena puntería y pondrá punto final a su vida si se 
descuida un poco.” 

Echándome sobre el estómago en el fondo de 
la trinchera llenaba costales con el lodo pegajoso 
y otros compañeros se los llevaban, y de esa manera 
se continuó el trabajo de reconstruir el parapeto. 
Mientras más fuerte trabajaba mejor me sentía, 
y aunque hacía bastante frío, el sudor me corría 
a chorros. 

De vez en cuando se oía el zumbido de una bala, 
y de vez en cuando también algún cañón de tiro 
rápido producía su efecto en el parapeto en que 
trabajábamos. A cada estallido bajaba la cabeza 
y la cubría con el brazo. Uno de los compañeros 


Lodo, Ratas y Bombas 


35 


rnás antiguos notó lo que hacia, y me dijo muy 
bajito: “No necesita bajarse cuando oíga el esta¬ 
llido de una bala, yankee; pues entonces el peligro 
ya ha pasado—uno nunca oye la bala que le debe 
pegar. Debe acordarse siempre que si alguna 
bala le va a pegar tiene que pegarle, y asi no se 
preocupe.” 

Esta observación me llamó mucho la atención 
entonces, y desde esa época he adoptado el lema 
de “Si alguna le va a pegar, tiene que pegarle.” 

Esto me sirvió de mucho, y como lo repetía 
con frecuencia, algunos de mis compañeros me 
dieron al apodo de, “Si le va a pegar tiene que 
pegarle.” 

Después de trabajar duramente por una hora, 
mi nerviosidad desapareció y estaba chanceando 
y riendo con los demás. 

A la una nos dieron de comer un guisado caliente. 

Busqué mi cantina, pero había caído en el esca¬ 
lón de fuego y estaba media enterrada en el lodo. 
El compañero a mi izquierda notó ésto y le dijo 
al sargento que estaba dando el rancho, que 
pusiera mi parte en su cantina, y después me dijo 
en voz baja: “Compañero siempre debe cuidar 
mucho su cantina.” 

Asi aprendí otra de las máximas de las trincheras. 

El guisado me pareció muy bueno, pues estaba 
tan hambriento como un lobo. Tuvimos que 
servirnos mutuamente, porque tres de nuestros 
compañeros “se habían ido al oeste” matados 
por la explosión de un mortero de trinchera ale- 


36 


¡Al Asalto! 


mana, así es que nos comimos la parte que les 
correspondía, pero a pesar de eso tenía hambre, 
y me comí mi carne prensada y galletas. En seguida 
me bebí toda el agua que tenía en mi botella. Poco 
después aprendí otra máxima de la línea del frente 
—“ Economiza tu agua.” La carne que comí me 
dio sed y al llegar la hora del té estaba deseosísimo 
de beber agua, pero mi vanidad me impedía 
pedírsela a mis compañeros. Asi poco a poco fui 
aprendiendo la ética de las trincheras. 

Esa misma noche me pusieron de guardia con 
un compañero de más edad. Estábamos en el 
escalón de fuego, sacando la cabeza por arriba 
para ver lo que pasaba en “la Tierra Inhabitable.” 
Yo me puse bastante nervioso, pero mi compañero 
parecía muy tranquilo como si tuviera una simple 
tarea rutinaria. 

De repente algo pasó cerca de mi cara. Mi 
corazón cesó de palpitar y bajé la cabeza del 
parapeto. Me parecía que mi compañero se 
estaba medio riendo, y eso hizo reponerme y le 
pregunté bajito: “Por Dios que es eso? ” 

El me contestó: “Sólo una rata que se está 
paseando por la trinchera.” Contestación que 
me dejó muy corrido. 

Como cada veinte minutos el centinela en la 
siguiente trinchera trasversal tiraba un pistoletazo. 
La explosión casi siempre me causaba miedo, y 
en realidad nunca me acostumbré a este ruido 
durante mi servicio en las trincheras. 

Me ponía a observar el arco que describía la 


Lodo, Ratas y Bombas 


37 


bombita y después miraba hacia “la Tierra Inha¬ 
bitable” para observar la explosión. Con su luz 
brillante se medio dibujaban los postes y las cer¬ 
cas de alambres con púas como si fueran ventanas 
enrejadas. En seguida todo quedaba en la obscu¬ 
ridad. 

Repentinamente oí un ruido en frente de nuestra 
cerca de alambre, y vi unos bultos obscuros que 
se movían. Me apresuré a tomar mi rifle que 
estaba en el parapeto y ya iba a tirar, cuando mi 
compañero me agarró el brazo y murmuró: “No 
tires.” Entonces él marcó el alto en voz baja. 
Muy pronto contestaron los bultos: “Cállese la 
boca gran tonto; que quiere que sepan los boches 
en donde estamos? ” 

Poco después supe que se había dado la orden 
de “No se marque el alto ni se tire, pues hay una 
partida que está colocando cercas de alambre en 
frente,” a un centinela que estaba a nuestra dere¬ 
cha, pero él se había olvidado de transmitirla a 
los demás en la trinchera. Un oficial oyó que 
habiamos marcado el alto y lo que nos habían 
contestado, y luego ordenó que fuera arrestado el 
que había dejado de cumplir la orden. El centi¬ 
nela tuvo que sufrir un castigo durante veinte y 
un dias, esto es recibió durante veinte y un días 
el castigo número uno, o “crucifixión,” según lo 
denominan los soldados ingleses. 

Consiste esto en ponerlo atravesado sobre la 
rueda de un armón dos horas diarias durante veinte 
y un días, sin tomar en cuenta la temperatura de 


38 


¡Al Asalto! 


la atmósfera, y durante ese periodo solamente 
le dan carne prensada, galletas y agua. 

Algunos meses después hablé con este centinela 
y me dijo que desde que había sido “crucificado” 
no había dejado de comunicar las órdenes en las 
trincheras cuando las recibía. Si se toma en con¬ 
sideración el delito, parece que es leve el castigo 
ya indicado, puesto que el dejar de comunicar 
las órdenes a lo largo de la trinchera, puede resul¬ 
tar la pérdida de muchas vidas y el que se eche 
a perder alguna operación importante en la 
‘ ‘ Tierra Inhabitable. ’ ’ 


CAPÍTULO VI 


ATRÁS DE LA LÍNEA 

N UESTRO servicio en la trinchera de la línea 
del frente duró unos cuatro dias, y entonces 

fuimos relevados por la brigada-. Estábamos 

muy alegres cuando regresamos por la trinchera 
de comunicación, a pesar de que sentíamos frío y 
humedad y todos los huesos nos dolían sobre¬ 
manera. Es verdad que hay una gran diferencia 
en eso de “entrar” y de “regresar.” 

Al salir de la trinchera de comunicación encon¬ 
tramos a unos armones que estaban esperándonos 
en el camino. Yo creí que nos iban a llevar a 
nuestros cuarteles de descanso, pero pronto supe 
que las únicas veces que un soldado de infantería 
puede ir montado, es cuando está herido o cuando 
va a la base de operaciones o regresa a su país. 
Estos armones llevaron nuestras municiones y 
nuestro rancho de reserva. Mucho me gustó la 
caminata que hicimos hasta nuestros cuarteles 
de descanso; parecía que nos habían dado licencia 
y que estábamos dejando detrás de nosotros todo 
lo que era desagradable y horrible. Es eso lo 
39 


4o ¡Al Asalto! 

que siente todo recluta cuando lo relevan de las 
trincheras. 

Marchamos unos ocho kilómetros e hicimos 
alto delante de un estanimet o cantina francesa. 
El capitán dió la orden de que nos fuéramos de 
cada lado del camino y allí permaneciéramos 
hasta que él regresara. Muy pronto volvió y le 
dijo a la compañía B que ocupara los cuarteles 
117, 118 y 119. El supuesto cuartel 117 era una 
antigua caballeriza, en que anteriormente se habían 
alojado algunas vacas. Casi hacia unos cuatro 
piés en frente de la entrada había un gran montón 
de estiércol, y el olor que despedía no era del todo 
agradable. Por medio de mi lamparilla eléctrica 
pude encontrar la puerta, pero antes de entrar 
observé un rótulo blanco que decía: “Sentados 
cincuenta, acostados veinte/’ pero cuando lo leí 
en realidad no comprendí su significado; así es 
que a la mañana siguiente le pregunté al sargento 
primero que significaba el rótulo. Sin preocuparse 
mucho me dijo: 

“Esto es cosa hecha por el R. A. M. C. (Cuerpo 
Médico del Ejército Real). Lo que simplemente 
significa es que en caso de un ataque, este lugar 
puede acomodar a cincuenta heridos que puedan 
pararse o a veinte camillas para enfermos.” 

No pasó mucho tiempo antes de que yo fuera 
uno de los “veinte acostados.” 

Muy pronto me eché sobre el heno y me dormí 
profundamente, pues ni siquiera mis amigos los 
“cooties” pudieron despertarme. 


Atrás de la Línea 


4i 


A eso de las seis de la mañana siguiente me le¬ 
vantó el cabo primero de nuestra sección, y me 
dijo que yo había sido designado como ayudante 
de mesa y que me pusiera a las órdenes del cocinero 
para ayudarle. Asi lo hice encendiendo el fuego, 
llevando agua de un pozo antiguo y friendo tocino, 
y esto lo hacia sobre las tapaderas de las ollas. 
Después de que estuvo listo el almuerzo, llevé 
una olla de té caliente y la tapadera llena de 
tocino a nuestra sección, y le dije al cabo que su 
almuerzo ya estaba listo. Me miró con desdén 
y gritó: “Si el almuerzo está listo ya lo conse¬ 
guiré.” Muy pronto comprendí esta nueva ter¬ 
minología de las trincheras y nunca dije que “el 
almuerzo estaba listo.” 

Los soldados muy pronto aceptan un ofrecimien¬ 
to de esta clase. Medio vestidos se pusieron en 
fila con sus cantinas y yo les serví el té. Cada 
Tommy llevaba en la mano un trozo grueso de 
pan, que se le había dado con su rancho la noche 
anterior. Entonces tuve el gusto de verlos ser¬ 
virse el tocino con sus dedos sucios. Sólo se les 
da una tajada a cada Tommy, y los últimos reci¬ 
ben las tajadas más chicas. Luego que cada uno 
de ellos consigue su tajada desaparece y se va al 
cuartel. A poco rato como quince de ellos se 
precipitaron hacia la cocina llevando cada uno 
un gran pedazo de pan, que metieron en la grasa 
del tocino que se estaba cocinando sobre el fuego. 
Por supuesto que no quedaba nada para el último, 
y yo fui ese último. 


42 


¡Al Asalto! 


Después del almuerzo todos los de nuestra 
sección llevamos nuestros equipos a un campo 
cerca del cuartel, y nos ocupamos diligentemente 
en quitarle el lodo que se les había pegado en la 
trinchera, pues a las ocho cuarenta y cinco a.m. 
iba a haber revista, y Dios le libre a uno de los sol¬ 
dados si lo vieran sin afeitarse o con lodo en su 
uniforme. La limpieza es lo que sigue a la lealtad 
en el ejército británico, y el Viejo Pimienta debe 
haber sido buen amigo de San Pedro. 

Nos estuvimos en el ejercicio hasta el medio 
día, y durante todo ese tiempo sólo nos dieron 
dos descansos de a diez minutos cada uno, y tan 
luego como se oian las palabras “ descanso de 
diez minutos,” cada Tommy sacaba su cigarro 
y lo encendía. 

Todos los domingos por la mañana se repartían 
los cigarros, y cada uno de nosotros recibía de 
veinte a cuarenta. Generalmente la marca que 
se daba era la “Woodbine.” Algunas veces por 
fortuna nos daban “Goldflakes,” “Players,” o 
“Red Hussars,” y con poca frecuencia nos daban 
los “Life Rays.” Cuando esto sucedía los sol¬ 
dados viejos desde luego hacían sus arreglos con 
los reclutas, y les cambiaban esta clase de cigarros 
por los “Woodbines” o “Goldflakes.” Esto sólo 
le sucede una vez a un recluta, pues ya después 
cesa de ser recluta. En realidad los Tommies 
fuman sobremanera; fuman bajo todas las cir¬ 
cunstancias, excepto cuando están sin sentido o 
cuando están haciendo un reconocimiento de 


Atras de la Linea 


43 


noche en “la Tierra Inhabitable,” pues en ese 
caso por razones que caen de su peso, no quieren 
tener un cigarro encendido en la boca. 

Los camilleros les llevan cigarros a los Tommies 
heridos; y cuando un camillero llega cerca de un 
Tommy que ha sido herido, generalmente se oye la 
siguiente conversación—Camillero: “¿Quieres un 
cigarro? Donde te hirieron? ”y entonces Tommy 
lo mira y contesta, “Si. En la pierna.” 

Terminada la revista, regresamos a nuestro 
cuartel, y entonces tuve que ocuparme desde luego 
de los preparativos para la comida. Esta con¬ 
siste de un guisado hecho de carne fresca, un 
par de papas, carne prensada, ración “Macono- 
chie,” y agua—mucha agua. Generalmente hay 
gran rivalidad entre los soldados para ver cual de 
ellos pesca con sus tenedores las dos papas solitarias. 

Después de la comida traté de lavar la olla 
con agua fría y un trapo, y entonces aprendí otra 
máxima de las trincheras—“No se puede hacer.” 
Estuve observando disimuladamente a uno de 
los viejos compañeros de otra sección, y quedé 
azorado al verlo echar cuatro o cinco puñados 
de lodo sobre su olla. Entonces le echó un poco 
de agua y con sus propias manos limpió el “ dixie,” 
u olla por dentro y por fuera. Me pareció que 
era arriesgado su proceder, sobre todo caso de 
que lo viera el cocinero. Después de trabajar 
infructuosamente media hora, llevé mi olla a la 
cocina, teniendo cuidado de ponerle la tapadera 
encima, y regresé al cuartel. Muy en breve el 


44 


¡Al Asalto! 


cocinero sacó la cabeza por la puerta y gritó: 
“Oiga } 7 'ank, venga a limpiar su olla!” Protesté 
y le dije que ya había estado trabajando en eso 
una media hora y aun había echado a perder en 
ese trabajo la única camisa que me quedaba. 
Con gran desdén exclamó: “Para qué demonio 
usa su camisa. ¿Porque no la limpia con lodo?” 

Sin contestarle volví a mi tarea, haciendo uso 
del lodo y muy pronto mi olla se veía limpia y 
brillante. 

Los compañeros pasaron casi toda la tarde 
escribiendo cartas a sus familias. Yo emplée 
mi tiempo disponible cortando madera para el 
cocinero y yendo a traer carbón. Regresé a 
tiempo para los preparativos de nuestra tercer 
comida, que sólo consistia de té caliente. Limpié 
mi olla, la devolví a la cocina y me fui al cuartel 
con la satisfacción de creer que ya había terminado 
la tarea de ese día. Estaba durmiendo sobre la 
paja, cuando nuevamente apareció el cocinero 
en la puerta del cuartel y me dijo: “Caramba, 
que perezosos son ustedes los yankees. ¿ Quien 
demonio va a sacar el agua para el té de la mañana; 
que crees que yo lo voy a hacer? Por supuesto 
que no,” y se fué. Entonces tuve que llenar la 
olla con agua de un antiguo pozo y nuevamente 
me fui a acostar. 



Reproducción del Sobre Verde. 




























CAPÍTULO VII 

EL RANCHO 

E STABA dormitando cuando el cabo primero 
me vino a molestar. 

En la estimación de Tommy, un cabo primero es 
un grado más bajo que un soldado raso; pero en 
la estimación del cabo él es un grado más alto que 
un general. 

Me dio sus órdenes y me dijo que lo ayudara 
a sacar el rancho para el día siguiente, y también 
me dijo que llevara mi impermeable. 

Todas las tardes un cabo primero y un soldado 
raso van a los almacenes de la compañía a recibir 
el rancho del día siguiente para cada sección o 
compañía de cañón de tiro rápido. 

El sargento primero recibe diariamente una 
boleta que le dan en la oficina del capitán, y que 
demuestra el número de hombres que deben reci¬ 
bir rancho, así es que no puede sufrirse ninguna 
equivocación. Siempre se suscitan disputas entre 
el sargento y alguno de la compañia, pero aquel 
siempre sale victorioso. 

Después de colocar sobre el suelo la tela imper¬ 
meable, el ayudante del cabo echó el rancho sobre 
45 


4 6 


¡Al Asalto! 


ella. Mientras tanto el cabo se puso a fumar y 
durante todo el tiempo que yo llevaba el rancho 
al cuartel seguía fumando muy tranquilamente; 
¡Como lo envidiaba! Pero cuando empezó la 
distribución terminó mi envidia, y comprendí 
bien como era necesaria la diplomacia para llevar 
a cabo esa tarea. Había diez y nueve soldados 
en nuestra sección, que formaron en semicírculo 
alrededor del cabo, luego que dijo: “Está listo el 
rancho.’* 

El sargento primero había dado una boleta al 
cabo, en que estaba apuntada la lista del rancho. 
Sentado en el suelo, y sirviéndose de una caja de 
madera como mesa, dió principio a la distribución 
del rancho, que estaba colocado a la izquierda del 
sargento. Consistía el tal rancho de lo siguiente: 

Seis panes de pan fresco, siendo de distintos 
tamaños, uno de los cuales estaba muy aplastado, 
debido a que habían colocado sobre él al traerlo, 
una lata pesada de carne prensada. 

Tres latas de jalea, siendo una de manzana y 
dos de ciruelas. 

Diez y siete cebollas de Bermuda, todas de 
diferentes tamaños. 

Un pedazo de queso en forma de cuña. 

Dos latas con una libra de mantequilla cada una! 

Un racimo de pasas. 

Una lata de galletas, o como Tommy las deno¬ 
mina “quebradoras de mandíbulas.” 

Una botella de encurtidos en mostaza. 

La carne, las papas, la leche condensada, la 


El Rancho 


47 


carne fresca, el tocino y la ración de “Macono- 
chie” (que es una lata llena de carne, legumbres 
y agua grasosa), ya habían sido entregados al 
cocinero de la compañia para que hiciera un 
guisado que se serviría en la comida del día si¬ 
guiente. También recibió el té, el azúcar, la sal y 
la harina. 

Después de rascarse la cabeza, el cabo examinó 
detenidamente la boleta que le habían dado, y en 
seguida muy despacio y con voz misteriosa leyó: 
“No. i Sección, 19 hombres. Panes, seis.” Muy 
sorprendido habló consigo mismo, de la siguiente 
manera: 

“Seis panes, diez y nueve hombres. Vamos a 
ver eso: quiere decir que se dividirán cinco panes 
para quince hombres, y para que todo salga bien, 
cuatro de ustedes tendrán que repartirse un pan.” 

Los cuatro de la mala suerte dieron un grito, 
pero eso no les valió para nada y se hizo la distri¬ 
bución del pan. Muy en breve tres Tommies 
bien enojados se acercaron al cabo y le dijeron: 

“Que esto es lo que llama usted un pan? Más 
bien parece cubierta de palo.” 

El cabo contestó: 

“Pues yo no tengo la culpa,yo no lo cocí. De 
todos modos alguno tiene que comerlo, asi es que 
cállese y espere que le dé el resto del rancho.” 

Entonces empezó el cabo a hacer la distribución 
de la jalea. 

“Jalea, tres latas—una de manzana y dos de 
ciruelas. Diez y nueve hombres, tres latas. Seis 


48 


¡Á1 Asalto! 


para cada lata, lo que hace doce hombres para dos 
latas y los siete restantes tendrán una sola.” 

Empezó a dar la jalea y aquí hubo un verdadero 
jaleo. A algunos no les gustaba la manzana, mien¬ 
tras que otros que recibían ciruelas querían man¬ 
zana. Después de un rato se arreglaron las dis¬ 
putas, y prosiguió la distribución. 

“Cebollas de Bermuda, diez y siete.” 

El cabo pudo lograr que no hubiera pleito, 
diciendo que él no quería su cabolla, y yo dije 
que como daba mal olor a la boca, creía que yo 
no necesitaría una de ellas. El cabo expresó su 
agradecimiento silenciosamente. 

“Queso, dos libras.” 

El cabo pidió prestada una navaja (los cabos 
siempre están pidiendo algo prestado), y cortó el 
queso, dando lugar a distintas observaciones chus¬ 
cas por parte de los que lo presenciaban, con 
respecto a su tino. 

“Pasas, ocho onzas.” 

Ya por entonces el cabo se había puesto muy 
nervioso, y enojado dijo que se entregaría las 
pasas al cocinero para que hiciera plum pudding. 
Esta resolución dio lugar a una nueva acalorada 
discusión, pero al fin se restableció el orden. 

“Galletas, latas, una.” 

Con su navaja que le habían prestado, el cabo 
abrió la lata de galletas, y les dijo a todos que 
metieran la mano y sacaran algunas, pero ninguno 
aceptó esa invitación, pues ya los Tommies están 
muy cansados de comer galletas. 


El Rancho 


49 


“Mantequilla, latas dos.” 

“Nueve para una, y diez para otra.” 

Otra discusión acalorada. 

“Encurtidos en mostaza, botellas, una.” 

Entonces se colocaron los diez y nueve nombres 
en un casco de acero, y el último que quedó se sacó 
los encurtidos. Para el siguiente sorteo sólo hubo 
diez y ocho nombres, pues se eliminó al que había 
ganado, hasta que algún soldado en la sección se 
ganó la botella. 

Vigilan bien todos los sorteos, puesto queTommy 
siempre es muy suspicaz cuando se trata de echar 
la suerte respecto de su rancho. 

Cuando todo terminó, el cabo se sentó y escri¬ 
bió una carta a su país, pidiendo que traten de 
mandar a algún M.P. (Miembro del Parlamento) 
para que lo sustituyera e hiciera la distribución 
del rancho. 

Tommy compra huevos frescos, leche, pan y 
pasteles en las diferentes estaminets franceses de 
la población y en los expendios de licores. A veces 
cuando tiene dinero, compra una lata de peras o 
albericoques. Recibe de sueldo un chelín diario, 
o sea vienticuatro centavos, saliéndole a centavo 
la hora. Ahora, imagínense como recibiendo un 
centavo por hora de estar bajo el fuego, puede 
alguno llegar a hacerse rico. 

Cuando por primera vez Tommy va a la trin¬ 
chera de fuego en la línea del frente, su rancho se 
merma mucho. Lleva en su mochila lo que el 
Gobierno llama rancho de emergencia, el que se 


4 


50 


¡Al Asalto! 


supone Tommy no debe usar sino cuando esté 
muriéndose de hambre. Consiste ese rancho de 
una lata de carne prensada, cuatro galletas, una 
latita que contiene té, azúcar y cubos de Oxo (que 
son tablillas de carne concentrada). Solamente 
deben usarse cuando el enemigo continúa con un 
fuego nutrido sobre las trincheras de comunica¬ 
ción, impidiendo de esa manera que se lleve el 
rancho, o cuando durante un ataque, algún cuerpo 
de tropa se ve separado de su base de víveres. 

El rancho siempre es transportado de noche y 
por una sección de la compañía que está a cargo 
del cabo primero, y que comprende soldados, 
muías y armones con dos ruedas, que son los que 
suplen todas las necesidades de Tommy mientras 
que está en la línea del frente, teniendo ellos que 
estar constantemente amenazados por las balas. 
Se descarga el rancho a la entrada de las trincheras 
de comunicación y después lo llevan adentro unos 
soldados que tienen que cumplir con ese deber. 
El sargento primero nunca va a la trinchera de la 
línea del frente, pues no tiene obligación de hacer 
eso, y yo nunca he visto a alguno de ellos que lo 
hiciera voluntariamente. 

El sargento mayor hace la separación del rancho 
y lo manda para su distribución. 

El rancho de Tommy en las trincheras com¬ 
prende toda la carne prensada que puede comer, 
galletas, queso, mantequilla en lata (a veces hay 
diez y siete soldados para una lata), jalea o mar- 
melada, y de vez en cuando pan fresco (diez sol- 


El Rancho 


5i 


dados por cada pan). Cuando se puede consigue 
té y guisado. 

Cuando hay quietud en las trincheras, y Fritz 
se conduce como un caballero, lo cual rara vez 
sucede, Tommy tiene la oportunidad de hacer 
dulce, el cual se llama “budín de trinchera.” Se 
hace con pedazos de galletas, leche condensada, 
jalea, mezclada con agua, y ésta con algo de lodo, 
todo revuelto y calentado en una cantina que se 
coloca sobre una estufita de alcohol que se llama 
“estufa de Tommy.” 

(Una compañía nacional ha anunciado exten¬ 
samente estas estufas, manifestando que son 
necesarias para los soldados en las trincheras. 
Alguna gente tonta las compra y se las envía a los 
Tommies y estos luego que las reciben las echan 
sobre el parapeto. A veces un Tommy se entera 
del anuncio y emplea la estufa en una covacha, 
causando suma molestia a los demás que están 
allí con él.) 

Esta combinación se revuelve en una lata y se 
deja cocer en las llamas de la estufa hasta que 
Tommy considera que ya está bien cocido (como 
una especie de cola). Agarra su bayoneta y 
usando el mango lo lleva al frente de la trinchera 
para enfriarlo. Después que está ya enfriado trata 
de comerlo. Como regla general hay uno o dos 
Tommies en cada sección que tienen estómagos 
bien fuertes y éstos pronto acaban con el contenido 
de la lata. Yo por mi parte probé ese budín una 
vez, y sólo una vez. 


52 


¡Al Asalto! 


Además de su rancho común y corriente, Tommy 
tiene ótros medios para aumentar su menú. 

Se publica en los periódicos ingleses una columna 
dedicada al “Soldado solitario.” Esto se refiere 
a los soldados que están en el frente y que se su¬ 
pone no tienen ni amigos ni parientes, y los cuales 
escriben a los periódicos en donde se publican sus 
nombres. Las muchachas y las mujeres en Ingla¬ 
terra les contestan y les mandan paquetes con 
viveres, cigarros, dulces, etc. Yo he conocido a 
un soldado “solitario” que recibía hasta cinco 
paquetes y once cartas por semana. 


CAPÍTULO VIII 

LA PEQUEÑA CRUZ DE MADERA 

pvESPUÉS de permanecer en nuestro cuartel 
de descanso unos ocho días, recibimos la 
desagradable noticia de que a la mañana siguiente 
tendríamos que volver a la trinchera, y a las sies 
de esa misma mañana empezamos a marchar, y des¬ 
pués de una marcha bien larga por un camino pol¬ 
voso, llegamos otra vez a los lugares en que antes 
habíamos estado. 

Yo era el número uno de entre los cuatro prime¬ 
ros. El soldado que estaba a mi izquierda se 
llamaba “Pete Walling,” y era persona bien jovial. 
Se reía y decía chistes, mientras que íbamos mar¬ 
chando y así me inspiraba más valor. No me 
podía yo imaginar que atractivo se podría encon¬ 
trar en esa segunda visita de la línea del frente, 
pero a Pete no parecía importarle eso y aun me 
dijo que todo le gustaba. 

Mi talón izquierdo se había lastimado, debido 
al rozamiento de la bota fuerte que llevaba. Pete 
notó que iba cojeando y me ofreció llevar mi rifle, 
pero como ya por entonces conocía bien la ética 
53 


54 


¡Al Asalto! 


referente a las marchas en el ejército británico, con 
cortesía decliné su ofrecimiento. 

Ya habíamos pasado hasta la mitad de la trin¬ 
chera de comunicación y Pete iba detrás de mí. 
Había puesto la mano sobre mi hombro, como 
todos los soldados hacen en las trincheras de 
comunicación para poder estar muy cerca uno de 
otro. Acabábamos de subir sobre una parte de 
la trinchera que había sido barrida por las balas, 
cuando un soldado que estaba detrás de nosotros 
tropezó contra un alambre y lanzó un juramento. 
Como de costumbre Pete se precipitó para ayu¬ 
darlo; pero para llegar hasta donde estaba el 
hombre que se había caído, tuvo que pasar por 
esa parte que estaba al descubierto. De repente 
oí el silbido de una bala y me agaché. Al instante 
oí un quejido detrás de mí. Mi corazón dejó 
de latir y regresé encontrando a Pete tirado en el 
suelo, y con la ayuda de mi lámpara eléctrica 
noté que con la mano se sujetaba el pecho derecho. 
Noté también que tenía los dedos llenos de sangre, 
y al examinar su cara con mi lamparita pude ver 
que empezaba a ponerse de color ciniciento. Pete 
me miró y dijo: “ Ya vez yank, que me acabaron. 
Siento que me estoy yendo hacía el occidente.” 
Su voz iba apagándose gradualmente y tuve que 
arrodillarme para oir lo que decía. Entonces me 
dió un recado que debía yo mandar a su madre y 
a su novia, y yo como un buen tonto empecé a 
llorar como un chiquillo. Había perdido mi 
primer amigo de las trincheras. 


La Pequeña Cruz de Madera 55 

Tan luego como se pudo se pidió una camilla 
que vino de retaguardia, pero él murió antes de 
que llegara. Dos de entre nosotros lo pusimos 
sobre la camilla y lo llevamos al lugar más cercano 
en donde se atendía a los heridos, y allí el médico 
apuntó en su registro oficial el nombre de Pete, 
su número, su rango y regimiento, tomando esos 
datos de su disco de identificación, todo lo cual 
se incluiría en la lista de heridos y se comunicaría 
a su familia. 

Allí dejamos a Pete aunque muy contra nuestra 
voluntad. El médico nos informó que lo podría¬ 
mos enterrar a la mañana siguiente. Esa misma 
tarde, cinco de nuestra sección, incluyéndome a 
mí, fuimos a la pequeña población arruinada a 
retaguardia, y recogimos flores y hojas de los 
jardines abandonados de los castillos franceses, y 
con éstas hicimos una corona. 

Mientras que mis compañeros estaban haciendo 
esa corona, me senté bajo la sombra de un man¬ 
zano acribillado de balas, y grabé unos versos en 
un pequeño escudo que clavamos en la cruz de 
Pete; y en que hacía merecidos elogios de su 
valor y manifestaba que nunca olvidaríamos al 
patriota y buen soldado que había sido nuestro 
compañero muy querido. 

A la mañana siguiente toda la sección fué a 
despedirse de Pete y lo enterramos. 

Después de que cada uno hubo contemplado la 
cara del cadáver por última vez, un cabo de la 
R. A. M. C. envolvió y cosió el cuerpo en una 


56 


¡Al Asalto! 


sábana, y acto continuo colocamos dos cuerdas 
fuertes a través de la camilla (para poder bajar el 
cuerpo a la fosa), pusimos a Pete sobre la camilla, 
y reverentemente colocamos sobre él una gran ban¬ 
dera inglesa, por la cual él había dado su vida. 

El capellán presidia la procesión; en seguida 
iban los oficiales de la sección y después dos de 
los compañeros que llevaban una corona. Muy 
cerca seguía el pobre Pete sobre su camilla cubier¬ 
ta con la bandera, que era llevada por cuatro 
soldados. Yo era uno de ellos. Detrás de la 
camilla, de cuatro en fondo, iban los demás de la 
sección. 

Para llegar al cementerio, tuvimos que pasar 
por la población pequeña que había sido destruida 
por las bombas, y allí encontramos mucha tropa 
en movimiento. Según pasaba la procesión fune¬ 
raria se marcaba el alto, y todos presentaban armas 
en honor del difunto. 

El pobre Pete estaba recibiendo la única despe¬ 
dida a que tiene derecho un soldado raso “ en algún 
lugar en Francia.” 

De vez en cuando se oía el zumbido de una 
bomba procedente de las líneas alemanas, que 
iba a hacer explosión entre las líneas de artillería 
de nuestra retaguardia. 

Cuando llegamos al cementerio, hicimos alto 
ante una fosa abierta, y colocamos la camilla 
cerca de ella. Se formó la tropa en cuadro al¬ 
rededor de la fosa, y el capillán leyó el ritual de 
difuntos. 


La Pequeña Cruz de Madera 57 

Mientras tanto las balas de los cañones de tiro 
rápido de los alemanes se oían cuasando gran 
estrépido, pero eso a Pete no le molestaba, ni a 
nosotros tampoco. 

Cuando se bajó el cadáver a la fosa y se hubo 
quitado la bandera, nosotros hicimos el saludo de 
ordenanza. 

Me fui antes de que llenaran la fosa de tierra. 
No pude resolverme a presenciar el que cubriera 
la tierra las facciones inermes del camarada en¬ 
vuelto en una sábana. Como en el Frente Occiden¬ 
tal no hay atahudes, bien puede uno considerarse 
afortunado si consigue que una sábana le proteja 
de la humedad y de los gusanos. Varios de los 
compañeros se quedaron para adornar la tumba 
con piedras blancas. 

Esa noche a la luz de una miserable vela en la 
covacha de los artilleros de cañón de tiro rápido en 
la trinchera del frente de la línea, escribí dos cartas; 
una era para la madre de Pete y la otra para su 
novia. Mientras que yo hacía eso maldecía de 
todo corazón al Dios de la guerra prusiano, y creo 
que San Pedro debe haber tomado nota de esa 
maldición. 

Los artilleros que se hallaban en la covacha 
estaban liéndose y diciendo chistes, pues para 
ellos Pete era un desconocido. Muy pronto y al 
calor de su alegría, desapareció mi tristeza. ¡ Cúan 
pronto se olvida uno de todo en el Frente Occiden¬ 
tal! 


CAPÍTULO IX 


LA SALA DEL SUICIDIO 

E STABA por primera vez en una covacha y 
empecé a examinarla con curiosidad. Sobre 
la puerta había un rótulo pequeño que decía 
“Sala del Suicidio.” Uno de mis compañeros 
me dijo que esta trinchera del frente se denomi¬ 
naba “Trinchera del Suicidio.” Después supe que 
los artilleros de cañones de tiro rápido y los que 
tiran bombas son llamados el “ Club del Suicidio.” 

Esa covacha era muy lodosa. Los soldados 
dormían en el lodo, se lavaban en el lodo, comían 
lodo, y tenían sueños de lodo. Nunca me había 
parecido posible que pudiera haber tanto pesar y 
molestia, como lo que contienen las cuatro letras 
LODO. El subsuelo de la covacha tenía una 
pulgada de agua. Fuera de ella estaba lloviendo 
a cántaros y corrían verdaderos arroyuelos por los 
escalones, mientras que estaba goteando y goteando 
por el respiradero. La sala del suicidio era una 
cavidad que tenía ocho píes de ancho, diez píes 
de largo y seis píes de alto. Estaba como a veinte 
píes bajo de la trinchera del fuego; por lo menos 
había veinte escalones para llegar a ella. Estos 
58 


La Sala del Suicidio 


59 


escalones se habían hecho en la tierra, pero en 
aquella época estaban lodosos y resbaladizos. Debía 
uno tener sumo cuidado o se iba de cabeza. El 
ambiente era sumamente desagradable, y el humo 
que despedían los cigarros de los compañeros era 
casi impenetrable. Hacía frío. Las paredes y el 
techo estaban sostenidas por fuertes maderos 
cuadrados, mientras que las entradas estaban 
reforzadas por costales de tierra. Se habían 
fijado clavos en estos maderos, y de cada clavo 
colgaba una gran variedad de artículos. El alum¬ 
brado era sorprendente—una vela con un reflector 
hecho de una lata de municiones. Estaba yo 
tiritando de frío y además tenía que soportar el 
goteo que caía del repiradero. Mientras que 
estaba sentado compadeciéndome de mi mismo, 
y deseando estar ya de vuelta en mi hogar, vi 
al compañero que estaba cerca de mi y que 
escribía una carta. Me miró y sin malicia me dijo: 
“¿Dime yank, como deletreas ‘conflagración’?” 

Lo miré con desprecio y le dije que no sabía 
deletrear esa palabra. Allá en la obscuridad de 
uno de los extremos de aquel lugar procedía una 
vocecita que entonaba una de las canciones popu¬ 
lares de las trincheras, que se titulaba: 

“Mete todas tus penas en tu mochila y sonríe, 
sonríe, sonríe.” 

Y de vez en cuando el cantante paraba y tocia, 
tocia, y tocia, lo que demuestra como pueden 


6 o 


¡Al Asalto! 


estar alegres los Tommies, aun en una adversa 
situación. 

Un oficial de artillería entró en la covacha y me 
miró muy enojado. Me salí reculando y resba¬ 
lándome llegué a mi sección en la trinchera del 
frente de la línea, y allí me espetó el sargento la 
pregunta de En donde demonios has estado? ” 

No le contesté, y seguí sentado en el escalón 
enlolado, tiritando de frío y lloviéndome en la 
cara. Como una media hora después fui con otro 
compañero a hacer la guardia, teniendo la cabeza 
fuera del borde de la trinchera. A las diez me 
relevaron y volví a sentarme en el escalón del 
fuego. Al fin cesó la lluvia y pude respirar más 
libremente, deseando que apareciera la madrugada 
y el reparto del aguardiente. 


CAPÍTULO X 


TRABAJOS DIARIOS 

M UY pronto aprendí que había una rutina 
especial con respecto al trabajo en las 
trincheras, aunque a veces los alemanes lo echaban 
todo a perder. 

El verdadero trabajo en la trinchera del fuego 
empieza al anochecer. Tommy es como un ladrón 
de los que trabajan de noche. 

Luego que empieza a anochecer se da la orden 
de 1 ‘listos,’’ y va pasando de una trinchera trasver¬ 
sal a otra, y entonces empieza el trabajo para los 
soldados. El primer relevo que consiste de dos 
soldados para cada trinchera trasversal, toma su 
posición en el escalón del fuego, uno de ellos 
mirando hacia fuera y por arriba, mientras que 
el otro se sienta a sus pies para estar listo, y dar 
al oficial de guardia cualquier informe que dé el 
centinela con respecto a sus observaciones en la 
“ Tierra Inhabitable.” No se le permite al cen¬ 
tinela ni un momento de descanso. Si alguien le 
hace alguna pregunta desde la trinchera, o le pide 
la seña, siempre contesta sin voltearse o quitar la 
vista de la superficie lodosa que tiene en frente 
61 


62 


¡Al Asalto! 


de él. Los demás que están en la trinchera trasver¬ 
sal se sientan en el escalón de fuego, teniendo sus 
bayonetas listas para cualquier emergencia, o si 
tienen suerte y sucede que hay una covacha cerca 
de la trinchera trasversal y la noche es una de 
quietud, se les permite ir y dormir unos ratitos. 
A pesar de eso, se duerme poco, y los soldados se 
quedan sentados fumando o tratando de ver cual 
puede contar la mentira más grande. Algunos 
de ellos con los píes tocando el agua, puede ser 
que escribian a sus parientes en su país expresán¬ 
doles cuanto sentían que se hubieran resfriado al 
ir a trabajar en el arsenal de Woolwich. Si por 
casualidad alguno empezaba a dormitar, es muy 
probable que se despertara repentinamente al sentir 
sobre la cara la pata suida y fría de una rata, o al 
ser molestado por la guardia de relevo de la 
trinchera que le daba un pisotón en el estómago. 

Quisiera ver a uno tratar de dormir con un 
cinturón lleno de municiones, con el gatillo del 
rifle picándole las costillas, teniendo los instru¬ 
mentos para escavar trincheras, picándole en la 
espalda, con un sombrero de hoj adelata de almo¬ 
hada, sintiéndose muy húmedo y frío, con “ cooties ” 
tratando de sacarle aceite de sus sobacos, con una 
atmósfera llena de los malos olores que despiden 
individuos llenos de ollin y el humo de una pipa 
que le penetra por las narices, y si puede uno 
imaginarse todo esto, entonces comprenderá como 
Tommy desea a veces un poco de descanso en 
las trincheras. 


Trabajos Diarios 


63 


Mientras que está en la trinchera de la línea 
del frente no debe Tommy quitarse las botas, 
polainas, ropa o equipo. Los "cooties" se valen 
de esta orden y movilizan sus fuerzas, mientras 
que Tommy jura vengarse de ellos y dice entre 
dientes: "Espérense que esté en el cuartel de 
descanso y pueda contar con todas mis fuerzas." 

Poco antes de amanecer, los soldados tienen que 
salir de las covachas, y vigilar el escalón del fuego, 
hasta que aparezca la luz de la mañana, o hasta 
que reciban la grata orden de "Abajo." A veces 
antes de que se dé la orden de "Abajo," viene la 
otra de "Cinco tiros rápidos," que circula por 
toda la trinchera. Esto quiere decir que cada 
soldado debe colocar su rifle sobre el borde y tirar 
con la mayor rapidez cinco veces, dirigiendo sus 
tiros hacia las trincheras de los alemanes, y en¬ 
tonces escabullirse (con énfasis en lo de "escabu¬ 
llirse "). Hay gran competencia entre las fuerzas 
opuestas para tirar primeramente con la mayor 
rapidez, porque en este caso como en otros, el 
que madruga le gana a su contrario; en realidad 
a veces lo toma desprevenido. 

Había un sargento en nuestro batallón que se 
llamaba Warren. Estaba de guardia con su com¬ 
pañía en la trinchera de fuego una tarde, cuando 
se recibieron órdenes de retaguardia diciendo, 
que le habían concedido siete días de licencia 
para ir a su país, y que lo relevarían a las cinco de 
la tarde para que pudiera irse a Inglaterra. 

Quedó sumamente complacido con esta agra- 


6 4 


¡Al Asalto! 


dable noticia, y convidó a sus compañeros que 
más o menos envidiaban su suerte y que estaban 
con él en el escalón de fuego, a que comieran algo 
de lo bueno que tenía él guardado. Calculaba 
que le tomaría dos días para llegar a la estación de 
Waterloo, Londres, y que después tendría unos 
siete días muy felices. 

A eso de las cinco menos cinco de la tarde em¬ 
pezó a manejar su riñe, y repentinamente saltando 
sobre el escalón de fuego, exclamó entre dientes: 
“Le voy a mandar un par de recuerditos a Fritz, 
para que no se olvide de mi cuando me vaya/’ 
puso su riñe sobre la parte superior de la trinchera, 
y tiró dos veces. De pronto se oyó el estallido 
de una bala, y él cayó del escalón en el lodo en la 
parte baja de la trinchera y allí se quedó inerte 
con un balazo en la frente. 

A la misma hora en que él esperaba llegar a la 
estación de Waterloo, fué enterrado en un pequeño 
cementerio a retaguardia de la línea de fuego. 
Al fin está en su morada. 

Nadie puede decir lo que va a suceder en las 
trincheras; así es que es mejor no formar planes 
de antemano. 

Después de recibir la orden de “Abajo,” los 
soldados se sientan sobre el escalón de fuego o 
componen sus respectivas covachas, y se quedan es¬ 
perando que les den su aguardiente acostumbrado. 
Después del aguardiente, viene el almuerzo que les 
traen de retaguardia; y a continuación se duerme 
uno si no tiene algún trabajo especial que hacer. 


Trabajos Diarios 


65 


A eso de las doce y media se sirve la comida, y 
cuando ésta termina, los soldados se entretienen 
como pueden, y a eso de las cuatro se sirve el té, 
y entonces viene la orden de “Para arriba,” y 
sigue la rutina de siempre. 

Cuando está en el cuartel de descanso, Tommy 
se levanta a eso de las seis de la mañana, se lava 
y pasa lista, lo examina el oficial de su compañía 
y toma su almuerzo. A las ocho y cuarenta y 
cinco hace ejercicio con su propia compañía o se 
dedica a algún otro trabajo, según las órdenes que 
hubiese anunciado el sargento la noche anterior. 

Entre las once y treinta y el medio día lo dejan 
descansar, toma su comida y ya queda a su disposi¬ 
ción el resto del día, a menos que le hayan orde¬ 
nado que vaya a hacer trabajos de excavación o 
de otro género, y asi sigue la rutina de día en día, 
siempre esperando que venga la paz y pueda 
regresar a su hogar. 

A veces cuando está uno engolfado en una caza 
de “cooties,” se pone uno a pensar. Parece ex¬ 
traño, pero es un hecho que mientras que Tommy 
está examinando su camisa, se pone a pensar muy 
seriamente. Muchas veces cuando me dedicaba 
a esta operación, principiaba a reflexionar sobre 
cuando terminaría la guerra y sobre cual sería mi 
suerte. 

Generalmente lo que pensaba yo era algo como 
lo siguiente: 

Qué saldré ileso en el próximo ataque? ¿ Y 
si eso sucede, me salvaré del siguiente y de los 

s 


66 


¡Al Asalto! 


demás sucesivamente? ” Mientras que está uno 
engolfado en estos pensamientos es muy prob¬ 
able que un Tommy se los corte de completo 
con la pregunta: “¿Que cosa es buena para las 
reumas?” 

Entonces si que tiene uno algo en que pensar, 
j Que después de la guerra quedará uno baldado y 
amolado con las reumas, debido a la humedad y 
al lodo de las trincheras y de las covachas! Como 
generalmente no puede uno resolver este enigma, 
se va uno poco a poco hacia el estaminet vecino y 
allí ahoga sus malos pensamientos con un vaso de 
mala cerveza francesa, o trata de ver si la suerte 
le favorce tornando parte en un juego de lotería. 
Uno puede de vez en cuando oir la voz poco melo¬ 
diosa de un Tommy cantando los números al 
sacar los cuadraditos del saco que tiene entre sus 
piés. 


CAPITULO Xí 


AL ASALTO 


UANDO fui por la segunda vez alas trincheras, 



nuestro jefe estaba recorriendo la línea, y 
entonces recibimos la grata noticia de que a las 
cuatro de la mañana tendríamos que ir por arriba 
de la trinchera, y tomar la alemana que estaba en 
frente de nuestra línea. Me pareció que mi 
corazón era de plomo. En seguida el jefe nos dió 
sus instrucciones. Según recuerdo lo que nos 
dijo fue lo siguiente: “A las once una compañía 
irá al frente para cortar los alambres de los cercos 
y hacer un camino que quede libre para el paso 
de las tropas en la mañana. A las dos de la tarde 
nuestra artillería principiará un fuerte bombardeo 
que durará hasta las cuatro. Cuando este ter¬ 
mine, el primero de los tres asaltos deberá verifi¬ 
carse. ’ ’ Entonces se fué. Algunos de los Tommies 
pidieron permiso al sargento y fueron a la covacha 
de los artilleros de tiro rápido, y escribieron cartas 
a sus familias, diciéndoles que por la mañana 
irían por arriba de la trinchera y también que si 
las cartas llegaban a su destino quería decir que 
el que las había escrito había muerto. 


68 


¡Al Asalto! 


Estas cartas fueron entregadas al capitán con 
instrucciones de mandarlas por el correo, para el 
caso de que él que las escribia resultare muerto. 
Algunos de los compañeros hicieron su testamento 
en sus libros de recibo, bajo el título de “último 
testamento.” 

Entonces principiaron los momentos nerviosos de 
espera. De vez en cuando miraba la cara de mi 
reloj que tenía en la muñeca de la mano, y me sor¬ 
prendía notar cuan rápidos volaban los minutos. 
A eso de las dos menos cinco me puse muy ner¬ 
vioso, esperando oir los tiros de nuestros cañones. 
No podía quitar la vista de mi reloj. Me eché 
sobre el parapeto y con una agitación nerviosa 
y febril agarraba mi rifle. Cuando las manecillas 
de mi reloj apuntaron las dos, quedó el cielo ilu¬ 
minado por completo hacia retaguardia con una 
luz rojiza y entonces un terrible estrépito, mez¬ 
clado con fuertes silbidos, se oía como pasando 
por el aire sobre nuestras cabezas. Las balas de 
nuestros cañones ya iban rápidamente a caer sobre 
las líneas alemanas. Todos los soldados de común 
acuerdo saltaron sobre el escalón de fuego y diri¬ 
gieron por arriba las miradas hacia las trincheras 
alemanas. La Tierra Inhabitable estaba ilumi¬ 
nada por bombas que hacían explosión. El ruido 
causado era terrible y el suelo temblada. Enton¬ 
ces muy arriba de nuestras cabezas se oía un mur¬ 
mullo lejano. Nuestros grandes cañones detrás 
de la línea habían empezado a arrojar sus bombas 
de a 9.2 y 15 pulgadas, que caían sobre las líneas 


Al Asalto 


69 


alemanas. Las llamaradas de los cañones que 
estaban detrás de las líneas, los silbidos de las 
bombas al pasar por el aire y el relámpageo de 
ellas, al hacer explosión, constituían un espectᬠ
culo que era mucho más imponente que el de los 
grandes fuegos artificiales de Pain. El constante 
golpeo de los cañones de tiro rápido de los ale¬ 
manes y el ruido que causaban a veces los rifles, 
me daban la impresión de que un inmenso público 
estaba aplaudiendo el trabajo de las baterías. 

Nuestros cañones de a diez y ocho estaban 
destruyendo las cercas de alambre de los alemanes 
mientras que los de mayor calibre estaban haciendo 
añicos sus trincheras y pulverizando sus covachas. 

Entonces le tocó su turno a Fritz. 

Sus bombas principiaron a causar gran estré¬ 
pito sobre nosotros, siendo dirigidos sus tiros 
hacia las llamaradas de nuestras baterías. Los 
morteros de las trincheras empezaron a tirar 
“minnies,” sobre nuestra línea del frente. Nota¬ 
mos varias pérdidas. Entonces de repente cesaron 
ellos de tirar. Nuestra artillería había acabado 
con ellos, o los había hecho callar. 

Durante el bombardeo casi podía uno leer un 
periódico en nuestra trinchera. A veces en la 
llamarada causada por la explosión de una bomba 
se veía el cuerpo de algún soldado oprimido contra 
las paredes de la trinchera y teniendo la apariencia 
de un monstruo deforme. Casi ni podía uno 
pensar. Cuando se comunicaba alguna orden 
a lo largo de la trinchera, tenía uno que pegar de 


7o 


¡Al Asalto! 


gritos, poniendo las manos como una bocina cerca 
de los oídos del compañero, que estaba sentado 
cerca de uno en el escalón del fuego. Después de 
beber el aguardiente que me dió el gusto de varniz 
y que casi me hizo temblar, me ponía a pensar 
sobre porque nos hacian esperar para saltar por 
encima de la trinchera hasta que terminara el 
fuego. A las cuatro menos diez se comunicó la 
seña de 11 En diez minutos el ataque.’ ’ Nos queda¬ 
ban pues diez minutos más de vida. Parecía 
que todos estábamos temblando. Mis piernas 
estaban casi dormidas. Entonces se dió la orden: 
“Principie el primer ataque y arriba por las 
escaleras.” 

Se refería a unas pequeñas escaleras de madera 
que habíamos colocado contra el parapeto, para 
que pudiéramos subir y salir por encima de la 
trinchera cuando terminara el bombardeo. Las 
llamábamos “escalera de la muerte,” y bien 
merecían ese nombre. 

Antes de que se haga un asalto Tommy es el 
más cortés de los hombres. Nada de empellones 
o empujones para ser el primero en subir las esca¬ 
leras. Todos nos agachamos cerca del primer 
escalón de las escaleras, esperando la voz de mando. 
Yo me sentía enfermo y desfallecido y estaba 
chupando febrilmente un cigarro apagado. En¬ 
tonces oimos la orden. “Dentro de tres minutos 
listos, ” y luego que termine el bombardeo y cuando 
se oiga el silbido reglamentario: “Al asalto que 
tengan la mejor suerte y échenlos al infierno.” 


Al Asalto 


7i 


Esta es la frase famosa que se usa en el Frente 
Occidental. Es la frase misteriosa. Para Tommy 
significa que si tiene la fortuna de regresar, volverá 
sin un brazo o una pierna. A Tommy no le gusta 
que le deseen la mejor suerte; asi es que cuando 
se declare la paz, si es que algún día llega a de¬ 
clararse, y uno se encuentre a un Tommy en la calle, 
si se le deseare la mejor suerte debe uno tratar de 
evitar el ladrillazo que él le envie. 

Miré nuevamente el reloj que tenía en la mu-' 
ñeca. Todos nosotros los usábamos, y no creo 
que por eso se nos debe considerar afeminados. 
Sólo faltaba un minuto para las cuatro. Yo podía 
ver la manecilla moviéndose hasta el número 
doce y entonces sobrevino un silencio mortal, que 
causaba pavor. Todos levantamos las miradas 
para ver lo que había sucedido, pero eso no duró 
mucho tiempo. Repentinamente se oyeron fuer¬ 
tes silbidos a lo largo de la trinchera, y prorrum¬ 
piendo en vivas los soldados subieron por las 
escaleras. Por encima se oía el estrépito de las 
balas, y de vez en cuando un cañón de tiro rápido 
rompía o hacia trisas los costales de arena que 
estaban sobre el parapeto. Yo casi no puedo 
comprender somo subí la escalera. Los diez 
primeros pasos que di fueron una verdadera 
agonía. En seguida fuimos por los pasillos o 
callejones de nuestras cercas de alambre. Yo 
sabía que iba corriendo y sin embargo no notaba 
el movimiento de mis piernas. Parecía que iba 
deslizándose parte del suelo y que quedaba a 


72 


¡Al Asalto! 


retaguardia, como si yo estuviera en un molino 
dando vueltas y el paisaje desapareciendo al 
mismo tiempo. Los alemanes habían seguido con 
nutridas descargas de balas a través de la Tierra 
Inhabitable, y uno podía oirlas pegar contra el 
suelo. Después de que crucé nuestra cerca de 
alambres llegué a la Tierra Inhabitable, un Tommy 
que estaba a unos quince piés hacia mi derecha se 
volteó, me miró, puso su mano en la boca y gritó 
algo que no pude comprender, debido al ruido de 
las bombas que estallaban. Entonces tocio, dió 
un traspiés, se fué hacia adelante, cayó y quedó 
inerte. Parecía como que su cuerpo iba flotando 
detrás de mi. Yo seguía oyendo los chiflidos de 
las balas de rifle que pasaban cerca de mi, y con 
frecuencia se levantaban pequeñas columnas de 
polvo, hacia mi derecha e izquierda, y eso era 
causado por algunas balas que rebotaban. Si 
un Tommy veía una de esas columnas en frente de 
él, ya bien comprendía que tendría que terminar 
el cuento diciéndoselo a una enfermera. Hasta 
ahora no sé a punto fijo como yo crucé la Tierra 
Inhabitable. 

Yo veía caer soldados a mi derecha y a mi iz¬ 
quierda; algunos trataban de levantarse, mientras 
que otros permanecían sin movimiento y hechos 
bolas. Al fin llegamos cerca de los alambres 
rotos y parecía que una ola me empujaba hacia 
atras. Repentinamente vi ante de mi una 
trinchera de cuatro piés de ancho que estaba casi 
destruida. Se veían unos bultos deformes que 


Al Asalto 


73 


como tortugas iban subiendo por las paredes. 
Unos de esos bultos se resbaló y cayó al fondo de 
la trinchera, Yo salté por el espacio y por encima 
de él mientras que el soldado que estaba a mi lado 
pareció quedarse quieto y sin movimiento, y 
después cayó de cabeza dentro de la trinchera 
alemana. Aunque medio loco empecé a reirme, 
sin saber por qué. Al pegar el salto y llegar al 
otro lado de la trinchera me paré repentinamente, 
pues en frente de mi se apareció una forma gigan¬ 
tesca que llevaba un rifle que parecía tener diez 
piés de largo y a cuya extremidad se veían como 
siete bayonetas, que relámpageaban todas delante 
de mi. Entonces cruzó por mi mente el consejo 
que me había dado el que me enseñó el ejercicio 
con bayoneta en mi país. El me había dicho: 
“Al hacer una carga de bayoneta si le mete una 
a un alemán hasta el puño, Fritz tiene que caer. 
Puede ser que te quiera quitar el rifle, pero no 
pierdas tiempo y aunque eches a perder la bayo¬ 
neta ponle el pié en el estómago y trata de sacarla. 
Debes únicamente jalar el gatillo y la bala te 
dará la solución deseada. ’ ’ Según lo que me estaba 
pasando creí poder hacer la aplicación de ese 
consejo, pero en realidad no podía acordarme 
como me dijo que debía meterle la bayoneta al 
alemán, y ésto era lo que debía resolver primera¬ 
mente. Cerré los ojos y empujé con fuerza, pero 
mi rifle me fué arrancado de las manos, aunque creo 
que había matado al alemán, pues él había desapa¬ 
recido. A unos veinte piés hacia mi izquierda vi 


74 


¡Al Asalto! 


a un prusiano gigantesco de cerca de seis piés y 
cuatro pulgadas de alto y que en verdad era un 
magnífico y fornido hombre. Parece que su rifle 
no tenía bayoneta, pero él tenía el cañón de su 
arma en ambas manos y le daba vueltas alrededor 
de su cabeza. Casi me parecía oir el ruido que 
eso causaba al pasar por el aire. Estaba comba¬ 
tiendo contra tres pequeños Tommies, que pare¬ 
cían pigmeos a su lado. El Tommy que estaba 
a su izquierda se acercaba a su enemigo. Era 
chistoso ver como cada uno trataba de evitar los 
golpes y de devolverlos con fuerza. Al fin el 
Tommy que estaba más cerca de mi recibió un 
fuertísimo golpe, que le dió la culata del rifle del 
alemán. Hizo pedazos su cabeza, como si fuera 
la cáscara de un huevo. Se inclinó hacia adelante 
y se notó un movimiento convulsivo por todo el 
cuerpo. Mientras tanto el otro Tommy se había 
acercado al prusiano por detrás, y de repente 
contemplé como cuatro pulgadas de una bayoneta 
salía de la garganta del soldado prusiano, el cual 
tambaleó y cayó redondamente. Nunca me ol¬ 
vidaré de cuan atónito parecía él después de 
recibir su herida. 

En esos momentos algo me pegó en el hombro 
izquierdo y sentí que se había adormecido el lado 
izquierdo de mi cuerpo. Parecía como que al¬ 
guien me había metido un tizón candente. No 
sentía ningún dolor; sólo me parecía que estaba 
muy nervioso. Lo que sucedió fué que me habían 
metido una bayoneta por detrás. Caí al suelo, 


Al Asalto 


75 


pero sin perder conocimiento, porque yo veía 
algunos objetos medio borrados que se movían 
a mi alrededor. En seguida contemplé una luz 
brillante en frente de los ojos y perdí los sentidos. 
Parece que algo me había pegado en la cabeza, 
pero nunca supe lo que fué. 

En mis sueños me veía en un bote vagando 
sobre las olas, y cuando abrí los ojos vi que la luna 
brillaba, y que me llevaban en una camilla hacia 
nuestras trincheras de comunicación. En el pri¬ 
mer hospital provisional me vendaron las heridas, 
y entonces me metieron en una ambulancia y me 
llevaron a uno de los hospitales principales. No 
eran de gravedad las heridas en el hombro y la 
cabeza, y por lo tanto a las seis semanas pude 
ingresar nuevamente con mí compañía para 
servir en la línea del frente. 


CAPÍTULO XII 


ARROJANDO BOMBAS 

L OS compañeros de mi sección me dieron la 
bienvenida, pero había muchas caras extra¬ 
ñas. Varios de nuestros soldados habían desa¬ 
parecido yendo hacia el Occidente en la carga que 
hicimos, y estaban enterrados “en algún lugar de 
Francia,” con una pequeña cruz de madera sobre 
sus cabezas. Estábamos en cuarteles de descanso. 
Al día siguiente nuestro capitán preguntó quienes se 
prestarían a ir a la escuela de tiradores de bombas. 
Di mi nombre y fui aceptado. Había ingresado en 
el Club del Suicidio, y por lo tanto tenían que prin¬ 
cipiar muchas peripecies. Treinta y dos soldados 
del batallón, siendo yo uno de ellos, fuimos envia¬ 
dos a L-, en donde estudiamos el arte de 

arrojar bombas. Allí nos enseñaron los métodos 
de arrojarlas y la fabricación de las distintas 
clases de granadas de mano, desde las antiguas 
de hojadelata que ya no se usan, hasta la bomba 
de Mills de hoy en día, que es la que se emplea 
usualmente en el ejército británico. 

Mucho depende del lugar en que uno se encuen¬ 
tra, para comprender porque lo designan de alguna 
76 



Arrojando Bombas 


77 


manera. En Francia lo llaman a uno “tirador de 
bombas” y le dan medallas, mientras que en 
los países neutrales lo llaman anarquista y lo 
encierran por toda la vida. 

Desde el principio los alemanes tenían a su 
disposición bombas adecuadas y hombres que 
sabían arrojarlas, pero el ejército inglés no estaba 
preparado en este importante departamento de 
la guerra como en muchos otros. En la escuela 
en que se enseñaba el arte de arrojar bombas un 
viejo sargento de los Granaderos de la Guardia, 
a quien tuve el gusto de conocer, me contó las 
dificultades que había experimentado en este 
ramo del servicio antes de poder ajustar cuentas 
con los alemanes. {Los pacifistas y los que están 
en el ejército de los Estados Unidos deben tomar nota 
especial de esto.) La primera Fuerza Expedicio¬ 
naria de los ingleses no había llevado bombas, 
pero tuvo que sufrir muchas pérdidas debido a las 
que les arrojaron los boches. Al fin una mañana 
se le ocurrió una idea a cierto personaje, y se expidió 
una orden para que dos hombres de cada compañía 
fueran a una escuela en donde aprendieran como 
se fabricaban y arrojaban las bombas. Se esco¬ 
gieron para este servicio a algunos oficiales de 
baja graduación. Después de cosa de dos semanas 
de estar en la escuela regresaban a sus compañías 
en los cuarteles de descanso o en la trinchera de 
fuego, según fuera el caso, y se dedicaban a enseñar 
a los soldados a hacer esa clase de proyectiles. 

Con anterioridad se había expedido una orden 


78 


¡Al Asalto! 


para no malgastar las latas vacías de hoj adelata 
para dedicarlas a la fabricación de bombas. Uno 
podía contemplar a un profesor del arte que 
estaba sentado en el escalón de fuego de la trin¬ 
chera del frente, mientras que los demás com¬ 
pañeros de la sección se acercaban a presenciar 
sus trabajos. 

Hacia su izquierda se veía una pila de latas de 
jalea vacias y mohosas, y cerca de él en el escalón 
de fuego había un surtido misceláneo de materiales 
que empleaba para la fabricación de esa clase de 
“latas de jalea.” 

Tommy se bajaba, conseguía una “lata de 
jalea” vacía, sacaba un puñado de lodo terroso 
del parapeto, y untaba el interior de la lata con esa 
substancia. Después se agachaba y levantaba 
su detonador y explosivo y los insertaba en la lata, 
dejando por fuera la mecha. Sobre el escalón 
de fuego se veía una colección de fragmentos de 
bombas, balas, pedazos de hierro, clavos, etc.,— 
todo lo que pudiera ser bastante duro para enviarlo 
a Fritz; recogía una mano llena de esta colección 
y la ponía en el interior de la bomba. Acaso al¬ 
guno de la compañía le preguntaba que para que 
hacía esto; y él le explicaba que al hacer explo¬ 
sión la bomba estas cosas se esparcian y mataban 
o herían a cualquier alemán a quien le pegaban; 
entonces el que preguntaba quitaba un botón de 
su saco y entregándolo al que hacia las bombas, 
le decía: “Me alegro saberlo, y por lo tanto 
mándele esto como un recuerdo,” y otro Tommy 


Arrojando Bombas 


79 


regalaba alguna navaja vieja y rota. Todo era 
aceptable y se metía dentro de la bomba. 

Entonces el profesor recogía otra mano llena de 
lodo y llenaba la lata, después de hecho esto agu¬ 
jeraba la cubierta de dicha lata y la colocaba 
sobre la parte superior de la bomba, dejando la 
mecha de fuera. Puede ser que entonces envolvía 
un alambre alrededor de la lata y ya asi la bomba 
estaba lista para ser enviada a Fritz con los 
mejores recuerdos de Tommy. 

Se nos había dado un pedazo de madera como 
de cuatro pulgadas de largo y dos de ancho, que 
fijábamos sobre el antebrazo por medio de dos 
correas de cuero y que parecía como la tapadera 
de una cajetilla de fósforos y se llamaba el “gol¬ 
peador.” La mecha de la bomba tenía algo en 
el extremo que parecía a la cabeza de un fósforo. 
Para encender la mecha tenía uno que refregarla 
sobre el “golpeador,” lo mismo que se hace para 
encender un fósforo. La mecha debía durar en¬ 
cendida como cinco segundos o más tiempo, 
aunque algunas de las mechas que se hacían en¬ 
tonces se acababan en uno o dos segundos, mien¬ 
tras que otras permanecían ardiendo toda una 
semana antes de producir la explosión. Los 
trabajadores en las fábricas de municiones en 
Blighty no sabían lo que tenían entre manos, como 
ahora lo saben. Si la mecha resolvía quemarse 
con suma rapidez, generalmente tenían que ente¬ 
rrar al fabricante de ella al día siguiente. Asi 
es que la fabricación de bombas no se puede 


8o ¡Al Asalto! 

considerar como una ocupación muy segura o 
agradable. 

Después de hacer varias bombas, el profesor 
enseñaba a los soldados de la compañía como de¬ 
bían arrojarlas. Tomaba una “lata de jalea” de 
entre las que estaban en el escalón de fuego y lo 
hacía temblando un poco, porque era trabajo que 
lo ponía a uno nervioso, sobre todo si lo estaba 
empezando a hacer, y luego prendía la mecha 
sobre el golpeador. En seguida la mecha princi¬ 
piaba a arder, silbar y despedir un poco de humo, 
como el que se desprende de un cigarro que se ha 
dejado encendido. Luego se dividia la compañía 
en dos grupos y se iban a esconder en la trinchera 
trasversal más cercana, pues no les simpatiza 
la apariencia y el sonido de la mecha que está 
ardiendo. Luego que la mecha empieza a humear 
y silbar, debe uno despedirse de ella lo más pronto 
posible, asi es que Tommy la tira con todas sus 
fuerzas por arriba de la trinchera, se agacha cerca 
del parapeto y espera la explosión. 

Con frecuencia cuando se arrojaban bombas, 
los alemanes recogían la “lata de jalea” antes de 
que hiciera explosión, y se la devolvían a Tommy 
con resultados desastrosos para él. 

Después de que muchos soldados murieron de 
esta manera, se expidió una orden, que expresaba 
algo como lo siguiente: 

“A todos los soldados del ejército inglés—des¬ 
pués de encender la mecha y antes de tirar la bomba 
de ‘lata de jalea,’ deben contar uno, dos y tres.” 


Arrojando Bombas 


81 


Esto se hacía para que la mecha tuviera tiempo 
de consumirse, de modo que la bomba hiciera 
explosión, antes de que los alemanes pudiesen 
tirarla de vuelta. 

Tommy leyó la orden—él lee todas las órdenes—, 
pero después de que encendió la mecha y empezó 
a humear, se olvidó de esa orden, y la bomba se 
lanzaba precipitadamente y pronto era devuelta, 
causando alguna molestia al que primero la 
había tirado. 

Después se expidió otra orden para que se con¬ 
tara “cien, docientos, trecientos,” pero a Tommy 
le pareció inútil, aunque la orden dijera que se 
contara hasta mil, pues él estaba resuelto a soltar 
muy pronto “ la lata de jalea,” ya que la experiencia 
le había demostrado que no podía depender de 
ella. 

Cuando los jefes comprendieron que no podían 
cambiar el modo de ser de Tommy, resolvieron 
cambiar la clase de bomba, y asi lo hicieron, 
sustituyéndola con la de forma de cepillo, de forma 
de pelota de cricket, y al fin adoptando la bomba 
Mills, que es la reglamentaria del ejército inglés, 
y tiene la forma y tamaño de un gran limón. 
Fritz no parece tener miedo a esta clase de bomba; 
puede ser que asi la estima por el resultado de su 
explosión. Esta bomba Mills se fabrica de acero, 
cuyo exterior está subdividido en cuarenta y ocho 
cuadrados, los cuales se esparcen por una gran 
extensión cuando la bomba hace explosión, y 
mata o hiere a cualquier Fritz que tiene la des- 


82 ¡Al Asalto! 

gracia de ser tocado por algunos de sus distintos 
fragmentos. 

Aunque la bomba Mills es muy eficaz y destruc¬ 
tora, los que las arrojan no le tienen miedo, porque 
saben que no causa explosión antes de soltarla. 

Tiene un aparato mecánico con una palanca 
que entra en una abertura de la parte superior, 
y que se extiende hacia la mitad de su circunfe¬ 
rencia y permanece en su lugar sujeta por una 
espiga en la parte inferior. En esta espiga hay 
una argolla pequeña de metal, que sirve para 
extraer la espiga cuando se va a arrojar. 

Uno no debe arrojar una bomba como se tira 
una pelota de base ball, porque en una trinchera 
angosta podría uno pegar con la mano contra las 
paredes, puntales o parapetos, y entonces pronto 
desaparecería la bomba y en unos dos o tres 
minutos le sucedería lo mismo a Tommy. 

Cuando se arroja la bomba se debe coger junto 
con la palanca en la mano derecha. Se adelanta 
el pié izquierdo con la rodilla tiesa, extendiéndolo 
como una distancia de uno y medio de su tamaño, 
mientras que se dobla la rodilla de la pierna derecha 
un poco hacia la derecha. Se extiende el brazo 
izquierdo a un ángulo de 45 o , haciéndolo en la 
dirección que se debe arrojar la bomba. Es pare¬ 
cida la actitud que uno asume a la del jugador de 
golf, solamente que se extiende el brazo derecho 
hacia abajo. Entonces tira uno la bomba, hacien¬ 
do sobre la cabeza lo mismo que se hace en 
cricket, tirándola bien alta en el aire, pues asi se 


Arrojando Bombas 


83 


consigue que pueda acabar de arder la mecha al 
caer la bomba en la tierra, haciendo la explosión in¬ 
mediatamente, y no dejando a los alemanes tiempo 
para correr evitando el peligro, o devolverla. 

Luego que la bomba se separa de la mano de 
uno, la palanca es arrojada al aire por medio de un 
resorte y cae, sin causar daño sobre la tierra a unos 
cuantos pies en frente del que arroja tal bomba. 

Al separarse la palanca, suelta un resorte fuerte 
que impulsa la aguja en el casquillo de percusión. 
Asi se prende la mecha, que va ardiendo y hace 
funcionar el detonador en que hay fulminato de 
mercurio, el cual causa la explosión de todo el 
amonal que contiene la bomba. 

Como regla general el soldado británico no es 
perito en el arte de arrojar bombas; éste es un 
nuevo juego para él, y por lo tanto los canadenses 
y americanos, que han jugado base ball desde que 
salieron del kindergarten, se familiarizan fácilmente 
con ese arte de arrojar bombas, practicándolo 
con mucho éxito. A veces ve uno a un tirador 
inglés de seis piés de alto que permanece atónito 
y silencioso al contemplar a un pequeño canadense 
de cinco piés de alto tirar una bomba a varias 
yardas más de distancia que él. He leido muchos 
cuentos de la guerra referentes a arrojar bombas, 
en que se describian tiradores de base ball que 
podían dar ciertas curvas cuando arrojaban sus 
bombas, pero un individuo que pudiera hacer 
esto sería considerado más hábil que Christy 
Mathewson y está perdiendo su tiempo, pues 


8 4 


¡Al Asalto! 


indudablemente ganaría gran renombre como 
tirador de bombas en la Gran Guerra. 

Nos divertimos bastante durante el tiempo que 
permanecimos en esta escuela. En realidad con¬ 
sideramos este periodo como uno de asueto, y 
mucho sentimos saber por el ayudante que se 
habían expidido órdenes del cuartel general para 
nuestro viaje de regreso, y que se había distribuido 
el rancho para ese viaje que debía terminar cuando 
ingresáramos con nuestro cuerpo de ejército. 

Luego que llegamos a nuestra sección nuestros 
compañeros nos recibieron con beneplácito, pero 
nos veían como animales raros, pues no compren¬ 
dían como un individuo podía ser tan tonto que 
deseara ingresar en el Club del Suicidio. Prin¬ 
cipié a sentir que me hubiera hecho miembro de 
tal club, y empecé a apreciar mi vida doblemente. 

Ahora que ya soy experto en el arte de arrojar 
bombas, estoy deseando que se arregle la paz, y 
que no se me exija prestar mis servicios en esa 
clase de profesión. 


CAPÍTULO XIII 


MI PRIMER BAÑO OFICIAL 

P OCO atrás de nuestro cuartel de descanso 
había un gran arroyo que tenía como diez 
piés de fondo y veinte de ancho, y todos los que 
eran miembros de nuestra compañía tenían la 
costumbre de aprovechar la oportunidad de nadar, 
y al mismo tiempo lavar bien sus propias per¬ 
sonas y la ropa interior que llevaban encima. Se 
sentía bastante calor y estos baños eran un deleite 
para nosotros. Se véia nadar a los Tommies en 
el agua y después salir y sentarse en el sol para 
dedicarse a lo que hemos llamado una “caza de 
camisa,” pues al principio tratamos de ahogar a 
los “cooties,” pero parecía que a ellos también les 
gustaba el baño. 

Por la mañana de un domingo todos los de la 
sección estaban en el arroyo muy alegres, cuando 
el sargento mayor se presentó delante de nosotros. 
Vino a la orilla del arroyo y gritó: “Salgan luego. 
Consigan su equipo y prepárense para la parada 
de baño. Apúrense amiguitos, pues sólo tienen 
quince minutos para prepararse.” Por todo el 
arroyo se oyeron gritos de descontento, pero 
85 


86 ¡Al Asalto! 

luego todos salimos del agua. La disciplina es la 
disciplina. 

Nos pusimos formados en fila en frente de 
■nuestro cuartel con los rifles y bayonetas (no 
comprendo para qué necesita uno rifles y bayone¬ 
tas cuando va a bañarse), la munición que requiere 
la ordenanza y nuestros sombreros de hojadelata. 
Cada soldado llevaba un jabón y una tohalla. 
Después de marchar unos ocho kilómetros por un 
camino polvoso, mientras que de vez en cuando 
oíamos el estrépito de una bomba que pasaba sobre 
nuestras cabezas, llegamos a un edificio bajo de 
madera que estaba a orillas de un arroyo. Sobre 
la puerta de este edificio se había fijado un rótulo 
que decia: “Baños divisionarios.” En un cober¬ 
tizo de madera que estaba detrás del edificio, se 
oía una bomba antigua que funcionaba con dificul¬ 
tad y con que se subía el agua. 

Nos pusimos en línea en frente de los baños, 
todos llenos de sudor y dejamos nuestros rifles 
puestos en pabellón. Un sargento de la R. A. M. 
C., que llevaba una cinta amarilla alrededor del 
brazo izquierdo en que se leía en letras negras 
S. P. (Policía de Sanidad), nos dictó órdenes para 
que dejáramos nuestros equipos, desenvolviéramos 
nuestras polainas y aflojáramos los cordones de 
nuestras botas. Después principiando por la 
derecha de la línea, nos dividió en grupos de a 
quince soldados. A mi me tocó estar en el primer 
grupo. 

Entramos en un cuarto pequeño en donde nos 


Mi Primer Baño Oficial 


87 


dieron cinco minutos para desvestirnos, y después 
fuimos a la sala de baño. Allí había quince baña- 
deras (barriles cortados por en medio) medio 
llenas de agua. En cada bañadera había un pedazo 
de jabón para lavar ropa. El sargento nos in¬ 
formó que teníamos doce minutos exactos para 
terminar nuestros baños. Nos enjabonamos bien 
por todas partes, ayudándonos mútuamente a 
frotar las espaldas, y después con una manguera 
de jardín nos quitamos el jabón. El agua parecía 
hielo; sin embargo nos agradó. 

De repente tocó una campana y quitaron el 
agua. Algunos de los más despaciosos estaban 
cubiertos de espuma de jabón, pero eso no le 
importó al sargento, quien los obligó a entrar en 
otro cuarto, y allí todos en fila, delante de una 
pequeña ventana, que parecía la taquilla de un 
teatro, recibimos ropa interior limpia y tohallas. 
De allí nos fuimos al cuarto en donde primera¬ 
mente nos habíamos desvestido, permitiéndosenos 
diez minutos para arreglarnos debidamente. 

Mi par de calzoncillos me llegaban hasta la 
barba y la camisa apenas cubría mi estómago, 
pero esa ropa era limpia, no tenía ningunos bichos 
y por lo tanto quedé satisfecho con ella. 

Cuando terminó el plazo que se nos había 
dado, nos obligaron a salir y acabar de vestirnos 
en la yerba. 

Luego que todos los de la compañía se bañaron, 
nos pusimos en marcha de regreso al cuartel. Esa 
marcha fué una de las más desagradables que 


88 


¡Al Asalto! 


pueda imaginarse, y sólo se oían maldiciones y 
quejas por doquiera. Estábamos cubiertos de 
polvo blanco y llenos de sudor, y nuestra ropa 
interior nos estaba picando como un demonio. 

Después de comer el guisado que nos habían 
guardado—y ya eran las cuatro de la tarde— 
regresamos al arroyo y nos bañamos nueva¬ 
mente. 

Si el “ Santo José” hubiera oído las observaciones 
que haciamos acerca de los baños divisionarios y 
los rígidos reglamentos del ejército, creo se hubiera 
desmayado al considerar nuestra maldad. Pero 
debía calcular que Tommy es un ser humano, 
como cualquier otro. 

Acabo de mencionar al 4 ‘Santo José” o sea el 
capellán de manera irreverente, pero eso no se 
debe tomar en serio, pues entre ellos hubo muchos 
muy valientes. 

Conocí muchos casos de hechos heroicos que se 
llevaron a efecto bajo las balas, y con el fin de 
salvar a los heridos, que con sus detalles podrían 
llenar muchos libros; sólo mencionaré los que 
hizo un capellán llamado el capitán Hall, en la 
brigada a nuestra izquierda, pues mucho me llamó 
la atención. 

Los capellanes no se consideran ser combatientes. 
Los reconocen como hombres que no combaten y 
que no llevan armas. Cuándo se verifica una 
carga o el asalto de una trinchera, al soldado le 
inspira valor el contacto de su rifle, revolver o 
bomba que él lleva. Tiene algo para protegerse, 


Mi Primer Baño Oficial 


89 


algo con que puede herir el enemigo,—en otras 
palabras él puede dar tal por cual. 

Pero el capellán no lleva nada, y está a merced 
de todo enemigo que encuentre, asi es que demues¬ 
tra doble valentía cuando se va por arriba de la 
trinchera, bajo el fuego del enemigo, para traer 
a un herido. También es sabido que según los 
reglamentos del Rey no es necesario que un 
capellán tome parte en una carga, pero éste asi 
lo hizo, y fué tres veces bajo uno de los fuegos 
más nutridos que he visto, y cada vez volvía tra¬ 
yendo a un herido sobre las espaldas. Durante 
su tercer viaje recibió una bala en el brazo izquier¬ 
do, pero no dijo nada de eso al médico hasta 
muy tarde durante la noche, y se pasó todo el 
tiempo atendiendo a los heridos que.estaban recos¬ 
tados en las camillas, esperando que las ambulan¬ 
cias los llevaran a los hospitales. 

Los capellanes del ejército británico son gente 
valiente, esforzada y que bien merecen el gran 
respeto que Tommy les tiene. 


CAPÍTULO XIV 


PICOS Y PALAS 


O había dormido yo largo tiempo cuando oí 



I ^ la voz meliflua del sargento que me decía: 
“ La sección número i tiene que ir a hacer trabajos 
de excavación.” Me sonreí con suma satisfacción, 
pues habiendo sido promovido de excavador a 
miembro del Club del Suicidio, quedaba exento 
de esas fatigas; pero no contaba yo con una cosa 
muy desagradable, y esto sucedió cuando el sar¬ 
gento mirándome muy de frente me dijo: 

“Ustedes tiradores de bombas no deben con¬ 
siderarse que son aquí gente extraordinaria. Según 
las órdenes dadas, a pesar de lo que ha hecho 
tendrá que ayudar y cargar el pico y la pala, lo 
mismo que todos los demás de nosotros.” Pro¬ 
rrumpí en fuertes quejas al tomar mi pala, pero lo 
único que conseguí fué perder parte de mi buen 
humor. 

Nos reunimos a las ocho, en el exterior de nuestro 
cuartel y parecíamos una comparsa de máscaras. 
Yo estaba transformado en simple trabajador 
con pico y pala y como cien sacos vacíos. Los 
demás compañeros que eran unos docientos, tam- 


Picos y Palas 


9i 


bién llevaban sus picos, palas, sacos, rifles y 
municiones. 

Marchamos en columnas de cuatro en fondo, 
dirigiéndonos por el camino que iba por las trin¬ 
cheras. Varias veces nos tuvimos que formar de 
uno en fondo, para permitir que pasaran por de¬ 
lante de nosotros columnas de armones, artillería 
y carros con víveres. 

Por supuesto que bajo estas circunstancia 
fuimos marchando muy despacio. Al llegar a la 
entrada de la trinchera de comunicación, vi mi reloj 
que tenía en la muñeca y noté que eran las once. 

Antes de entrar en esta trinchera, se nos comu¬ 
nicó la orden de que “no se debe hablar ni fumar; 
vayan de uno en fondo, y el grupo de guardias irá 
primero.” Este grupo consistía de treinta hom¬ 
bres armados de rifles, bayonetas, bombas y dos 
cañones de tiro rápido de Lewis. Debían prote¬ 
gernos y servir para repeler cualquier sorpresa o 
ataque, mientras que estuviéramos excavando en 
la “Tierra Inhabitable.” 

La trinchera de comunicación se extiende por 
casi media milla, es una excavación que serpentea 
y tiene ocho piés de fondo y tres de ancho. 

De vez en cuando las granadas de los alemanes 
silbaban sobre nuestras cabezas y venían a hacer 
explosión cerca de nosotros. Entonces nos pegᬠ
bamos contra las paredes, mientras que los frag¬ 
mentos de las granadas pegaban contra la tierra 
arriba de nosotros. 

Una vez Fritz empezó a tirarnos con un cañón 


92 


¡Al Asalto! 


de tiro rápido, cuyas balas causaban gran estrépito 
por el aire y levantabán mucho polvo arriba de 
la trinchera, arrojando tierra y piedritas que caían 
sobre nuestros cascos de acero y sonaban como si 
fueran granizo. 

Luego que llegamos a la trinchera de fuego, un 
oficial de los Ingenieros Reales nos dio instruc¬ 
ciones y nos sirvió de guía. 

Debíamos escavar una trinchera delantera a 
unas docientas yardas de los alemanes (las trin¬ 
cheras en ese lugar estaban a distancia de tres¬ 
cientas yardas entre sí). 

Se habían formado dos callejones serpentinos, 
de cinco piés de ancho, por en medio de nuestras 
cercas de alambre para que pasaran los excavadores. 
Con una cinta blanca se había marcado en la 
tierra, procediendo de esos callejones, el lugar en 
donde debiamos principiar a trabajar, y eso se 
había hecho para que no nos perdiéramos en la 
obscuridad. También se había indicado la trin¬ 
chera que se iba a construir por medio de una 
cinta blanca. 

La guardia iba delante. Después de esperar 
un poco, dos exploradores volvieron a decirnos 
que los que iban a trabajar podían proceder y dar 
principio a sus tareas. 

Fuimos avanzando, separados como a distancia 
de dos yardas y sin hacer ruido empezamos a 
cruzar la Tierra Inhabitable. Era tarea que lo 
ponía a uno nervioso, pues a cada minuto esperᬠ
bamos que un cañón de tiro rápido empezara a 


Picos y Palas 


93 


funcionar sobre nosotros. De vez en cuando se 
oía el silbido de las balas y algunas de ellas rebo¬ 
taban con estrépito. 

Luego que llegamos al diagrama que estaba 
trazado en la tierra, llevando nuestros rifles sobre 
los hombros, sin perder tiempo empezamos a 
trabajar. Excavamos tan silenciosamente como 
era posible, pero de repente se oía el ruido de un 
pico o una pala que pegaban contra una piedra y 
ésto nos ponía yertos y fríos, mientras que mumu- 
rando muy bajo blasfemábamos contra el pobre 
Tommy que había causado ese ruido. 

Por intervalos se veía subir una bomba luminosa 
de las líneas alemanas, y entonces nos quedábamos 
quietos hasta que hubiera desaparecido su luz 
blanquecina. 

Cuando ya tuvimos la trinchera profundizada 
a unos dos piés, nos consideramos más seguros, 
pues podría servirnos de escondite, por si nos descu¬ 
brieran y tiraran sobre nosotros. 

Habiamos estado excavando como una dos 
horas, cuando de repente pareció que se había 
abierto el infierno, pues hubo un estruendo ter¬ 
rible de detonaciones de rifles y cañones de tiro 
rápido. 

Nos tiramos sobre nuestros estómagos en la 
trinchera medio abierta, y las balas caían por la 
tierra y estallaban en el aire. Entonces princi¬ 
piaron las granadas con una música muy poco del 
agrado de Tommy. 

La guardia tuvo la peor parte del incidente, 


94 


¡Al Asalto! 


pues como iban al descubierto, tenían que afrontar 
la situación con mayores dificultades. 

Se corrió la orden a lo largo de la línea de que 
nos retiráramos a nuestras trincheras. No era 
necesario urgimos eso, pues agarrando nuestros 
útiles y agachándonos, atravesamos corriendo la 
Tierra Inhabitable. Aunque la guardia empezó 
a correr después de nosotros, llegó a su destino 
mucho antes. Parecía que tenían alas, aunque 
nosotros corrimos con bastante rapidez. 

Sin respiración y muy fatigados, nos arrojamos 
dentro de nuestra trinchera del frente de la línea. 
Me corté las manos al pasar por nuestros cercos 
de alambre, pero eso no me causó mucha impresión, 
pues estaba de viaje muy urgente. 

Cuando pasamos lista, se vió que habíamos 
perdido unos sesenta y tres hombres. 

Nuestra artillería hizo fuego graneado contra la 
línea del frente de Fritz y sus trincheras de comu¬ 
nicación, y de repente cesó el fuego de sus rifles 
y de sus cañones de tiro rápido. 

Al cesar este fuego, los camilleros salieron para 
buscar a los muertos y heridos. Al día siguiente 
supimos que veinte y uno de nuestros soldados 
habían muerto y treinta y siete habían resultado 
heridos. Habían desaparecido cinco soldados, los 
cuales sin duda en la obscuridad habían llegado 
hasta las líneas alemanas, en donde los habían 
matado o hecho prisioneros. 

Ahora que hablo de camilleros y heridos, debo 
decir que la gente en general comprende muy 












































✓ • 






/ 




- 






i- 

























* 





































































L 1 R € S 


B A R ^ Jí O 


!/V / R E 



Diagrama que Demuestra 
una Trinchera en Primera 
Línea, la Seguna Línea y 
las Trincheras de Comun¬ 
icación, el Primer Hos¬ 
pital de Sangre, etc. 













































Picos y Palas 


95 


poco cuanto cuesta el cuidar a los enfermos, y 
cual es el costo de la guerra. Se acostumbra uno 
a leer cifras de billones en los periódicos, y no se 
fija uno en lo que significan realmente esas canti¬ 
dades. 

Según un informe oficial publicado en los perió¬ 
dicos de Londres, se asegura que cuesta seis y 
siete mil libras (de $30,000 a $35,000), para matar 
o herir a un soldado. Se obtiene este resultado 
calculando el costo de la guerra hasta la fecha, y 
dividiéndolo por el número de muertos y heridos. 

Puede ser que se considere inhumano y cruel, 
pero de todos modos es un hecho, que bajo el punto 
de vista militar es mejor que maten a un hombre 
que lo hieran. Si matan a un hombre, lo entierran 
y cesa la responsibilidad del gobierno, excepto que 
su familia recibe una pensión. Pero si un soldado 
resulta herido, tres hombres tienen que abandonar 
la línea de fuego; el herido y dos que lo carguen 
y lo lleven a retaguardia al lugar de su primera 
curación. Allí lo cura un médico , al cual proba¬ 
blemente lo ayudan dos hombres del R. A. M. C. 
Después se le coloca en una ambulancia, que tiene 
que ser manejada por dos o tres hombres. En el 
hospital de sangre del campamento, a donde 
generalmente se le suministran anastéticos, ya sea 
para limpiar sus heridas o para hacerle alguna 
operación, necesita los servicios de unas tres o 
cinco personas. Después de eso es indispensable 
emplear a más personas para llevarlo en otra 
ambulancia, y después al tren de ambulancia, 


96 


¡Al Asalto! 


con un grupo de doctores, individuos del R. A. M. 
C., enfermeras de la Cruz Roja y los empleados 
que manejan el tren. Del tren se le lleva al hospi¬ 
tal principal o a la estación para casos de acciden¬ 
tes, y en ese lugar tienen que estar ocupándose con 
él, un buen grupo de médicos, enfermeras, etc. 
Nuevamente hay otro viaje en ambulancia—esta 
vez para llevarlo al buque hospital. Cruza el 
Canal, llega a Blighty, o sea su país, y allí se nece¬ 
sitan más ambulancias, y puede ser un viaje de 
cinco horas en un tren de la Cruz Roja inglesa 
con cierto número de personas que trabajan en la 
Cruz Roja, y al fin llega al hospital. Como regla 
general permanece de dos a seis meses o más 
tiempo en ese hospital, y de allí lo envían a un 
asilo de convalecientes durante seis semanas. 

Si debido a sus heridas ya no puede servir en 
el ejército activo, se le da de baja, recibe una 
pensión o se le envía a un asilo de inválidos por el 
resto de su vida,—y los gastos continúan todavía 
en aumento. Cuando uno toma en consideración 
todas las ambulancias, trenes y buques, sin contar 
los hombres empleados para ello, que se necesitan 
para transportar a un herido, y se fija en que ese 
costo pudiera usarse para víveres, municiones y 
refuerzos para las tropas que están en el frente, 
no debe estimarse extraño el que bajo el mero 
punto de vista militar, un hombre muerto a veces 
sea mejor que un hombre vivo (si está herido). 

Poco depués de que el primer grupo que estaba 
excavando llegó al lugar indicado, nuestro general 


Picos y Palas 


97 


resolvió, después de examinar cuidadosamente 
las trincheras de comunicación, que allí existia 
“un punto ideal” según se expresó, para colocar 
un cañón de tiro rápido. Entonces sacó su mapa, 
fijó un punto en él, y como de costumbre escribió 
“excávase aquí” y en la noche siguiente nosotros 
excavamos. 

Nuestro grupo consistía de veinte personas, 
contándome a mi entre ellas, que con nuestros 
picos, palas y sacos vados llegamos al “ lugar 
ideal,” y empezamos a excavar. Brillaba la luna, 
pero eso no nos importaba, pues estábamos a 
gran distancia de las líneas alemanas. 

Habíamos excavado unos tres piés, cuando el 
compañero que estaba a mi lado después de dar 
un golpe muy fuerte con su pico soltó el mango, 
y se agarró la nariz con el dedo pulgar y el índice, 
y al mismo tiempo gritó: “Maldito sea, pero 
creo que me han dado gas; al menos me parece 
que estoy envenenado.” Con rapidez miré a 
donde él estaba y al mismo tiempo busqué mi 
máscara contra el gas. Muy pronto supe lo 
que le había sucedido. Luego que pude oler 
también me tapé las narices, pues el olor era te¬ 
rrible. Los demás de nuestro grupo soltaron sus 
picos y palas y se fueron del otro lado de ese pico 
solitario. El oficial vino y preguntó porque se 
había suspendido el trabajo, y entonces nosotros 
tapándonos las narices apuntamos en la direc¬ 
ción de donde venía el olor. Se dirigió hacia el 
pico e inmediatamente se puso la mano sobre la 
i 


98 


¡Al Asalto! 


nariz, dió media vuelta y regresó. En estos 
momentos llegó nuestro capitán, y empezó a 
averiguar, y dijo al minuto de la averiguación 
que debiamos continuar nuestro trabajo de exca¬ 
vación, que no comprendía porque habíamos 
parado, que el olor era muy ligero y que si fuera 
necesario podríamos poner nuestras máscaras con¬ 
tra el gas, mientras seguiamos excavando. Dij o que 
habría continuado vigilando los trabajos, pero que 
tenía que presentar su informe inmediatamente 
al jefe de la brigada. ¡ Cómo hubiéramos deseado 
nosotros ser capitanes y que también tuviéramos 
que informar al jefe de la brigada! Después de 
ponemos las máscaras contra el gas, seguimos 
trabajando en ese agujero, y al fin descubrimos el 
cuerpo descompuesto de un alemán y que el pico le 
había atravesado el estómago. Uno de nuestros 
compañeros se desmayó: yo fui el desmayado. 
Acto continuo un teniente puso término a los 
trabajos y envió informes al jefe de la brigada, 
recibiéndose entonces órdenes para que se llenara 
el agujero y después ya no trabajáramos más esa 
noche. Estas eran noticias agradables para todos 
nosotros, porque- 

Al día siguiente el general cambió el punto en 
su mapa y se asignó otro lugar en que se debía 
trabajar por la noche siguiente. 

El olor que despide un cadáver descompuesto, 
y que se desentierra, produce un efecto que difícil¬ 
mente se puede describir. Al principio tiene uno 
nausea, sobre todo después de comer, y en seguida 



Picos y Palas 


99 


tiene uno que vomitar. Esto es un alivio tem¬ 
poral, pero muy pronto empieza uno a sentirse 
muy débil y queda como si fuera trapo mojado. 
Se siente uno sumamente oprimido, y con el viví¬ 
simo deseo de evitar tal olor, salir al campo abier¬ 
to y aspirar el aroma de las flores en Blighty. 
Le viene a uno una sensación aguda en la nariz 
y un piqueteo que le recuerda lo que le pasa cuando 
aspira gas carbonizado que sale de un radiador 
que está en el suelo, y quiere uno estornudar y 
no puede hacerlo. Esto es lo que me sucedió, 
teniendo además una sensación terrible y que me 
vino repetidas veces, al pensar que yo mismo, 
tarde o temprano, me encontraría en las mismas 
condiciones, y que pudiera ser que un golpe dado 
por algún Tommy que estaba escavando haría 
que me sacaran a la luz del sol. 

Yo he experimentado este olor varias veces, 
pero nunca me acostumbré a él, y siempre me 
causaba una sensación enervante. Me hacía 
odiar la guerra y abrigar el pensamiento de que la 
civilización no debía tolerar tales cosas, y que 
pronto desaparecería la gloria y el brillo del 
conflicto dejando sólo la terrible realidad. Pero, 
después de abandonar ese lugar y de aspirar en los 
pulmones el aire puro y fresco, se olvida uno de 
todo, y quiere uno volver “a darles duro, muy 
duro.” 


CAPÍTULO XV 

EN UNA AVANZADA 

E RAN las seis de la mañana cuando llegamos 
a nuestro cuartel de descanso, y nos dejaron 
que durmiéramos hasta el media día; esto es si 
se abstenía uno de almorzar. Permanecimos en 
nuestro cuartel de descanso diez y seis días, hacien¬ 
do caminos, estando en ejercicio y con otras 
tareas, y después regresamos a la trinchera de la 
línea del frente. 

No sucedió nada notable esa noche, pero a la 
tarde siguiente, descubrí que un tirador de bombas 
tenía que dedicarse a toda clase de tareas. 

A eso de las cinco de esa tarde nuestro teniente 
bajó a la trinchera, y parándose delante de un 
grupo de nosotros en el escalón de fuego, muy 
sonriente, preguntó: 

Quienes pueden prestar sus servicios esta 
noche para la avanzada de observación? Necesito 
dos hombres.” 

Innecesario es decir que nadie demostró deseos 
de prestar ese servicio, porque no es eso muy 
agradable que digamos. Principié a sentirme 
molesto, porque sabía que pronto me tocaría mi 

IOO 


En Una Avanzada 


IOI 


tumo. Y asi fué, pues sonriéndose nuevamente 
dijo: 

“Empey a ti y a Wheeler les toca, asi es que 
vengan a mi covacha a las seis para recibir las 
instrucciones correspondientes. ’ ’ 

Acababa de irse y estaba cruzando una trinchera 
trasversal, cuando Fritz empezó a tirar con un 
cañón de tiro rápido, y las balas principiaron a 
destrozar los sacos de arena que estaban sobre su 
cabeza. Mucho me gustó verlo esconderse detrás 
del parapeto, pues él estaba haciendo lo que 
nosotros tendríamos que hacer. 

Como siempre sucede en estos casos, principió 
a llover, y eso me hizo comprender que íbamos a 
pasar una noche muy desagradable. Yo no sé 
porqué, pero cada vez que voy al frente, llueve 
mucho: en realidad parece que el Dios de la lluvia 
siempre tiene que ajustar cuentas conmigo. 

A las seis fuimos a recibir nuestras instrucciones, 
que eran muy sencillas y fáciles. Todo lo que 
teniamos que hacer era irnos a la Tierra Inhabita¬ 
ble, descansar sobre nuestros estómagos poniendo 
los oídos cerca del suelo y escuchar el ruido que 
pudieran hacer los zapadores o ingenieros ale¬ 
manes, caso de que estuvieran construyendo un 
túnel bajo de la Tierra Inhabitable, a fin de colo¬ 
car una mina debajo de nuestra trinchera. 

Por supuesto que esas órdenes incluían la de 
evitar que las patrullas alemanas nos capturaran; 
lo que demuestra como en el Frente Occidental 
se dan consejos ociosos por orden superior. 


102 


¡Al Asalto! 


Luego que obscureció, Wheeler y yo fuimos 
sigilosamente a nuestro puesto, que estaba a medio 
camino entre las líneas. Estaba lloviendo a cán¬ 
taros, y la tierra era un mar de lodo pegajoso y 
que se adhería como si fuera cola. 

Nos turnamos, poniendo nuestros oídos al suelo, 
y trataba yo durante veinte minutos de oir lo que 
pasaba, mientras que Wheeler quedaba de guardia 
para vigilar si venían las patrullas alemanas. 
Cada uno de los dos llevaba un reloj en la muñeca 
de la mano, y pueden ustedes creer que ninguno 
de los dos se quedaba en su tarea más de los 
veinte minutos. La lluvia nos empapaba linda¬ 
mente y teníamos las orejas llenas de lodo. 

Entre intervalos de varios minutos se oía el 
silbido de una bala encima de nosotros, o de alguna 
bomba que era arrojada por uno de los cañones 
de tiro rápido. 

Al fin cesó el tiroteo, y entonces le dije muy 
bajo a Wheeler: “Vigile bien, compañero, pues 
creo que Fritz ha mandado una patrulla, y es por 
eso que los boches han dejado de tirar.” 

Ambos llevábamos rifle y bayoneta y tres 
bombas Mills, que sólo debíamos usar para de¬ 
fendemos. 

Estaba con el oído al suelo, cuando de repente 
senti un ruido tenue pero repetido. Con voz 
baja, pero vibrante, le dije a Wheeler, “Creo que 
están haciendo una mina, escucha.” 

Se puso a escuchar, y con voz temblorosa me 
dijo al oído: 


En Una Avanzada 


103 


“Yank, creo que es una patrulla que viene 
hacia acá. Por Dios no hagas ningún ruido.” 

Me quedé como muerto e inmóvil como una 
estatua. 

Casi sin respirar y fijando nuestras miradas 
para tratar de escudriñar la espesa obscuridad, 
esperamos. Con gusto hubiera dado mil libras 
esterlinas para estar sano y salvo en mi covacha. 

Muy claramente oímos pasos y nuestros cora¬ 
zones estaban en un hilo. De repente se presentó 
un bulto obscuro delante de mi, que me pareció 
tan alto como el edificio de Woolworth. Podía 
oir la sangre que corría en borbotones por mis 
venas, y que parecia hacer tanto ruido como las 
Cataratas del Niágara. 

En seguida varios bultos parecieron brotar de 
entre la obscuridad; eran siete por todos. Prin¬ 
cipié a hacer votos por que se fueran, y jamás en 
mi vida he hecho tantas veces votos de esa clase. 
Murmuraron algunas palabras en alemán, y 
después desaparecieron en la obscuridad. Y yo 
seguí haciendo votos por que se fueran. 

De repente oímos un gran ruido, un golpe en el 
lodo y una exclamación “Donner und Blitzen.” 
Uno de los boches se había caido en un agujero 
formado por las granadas. Ni mi compañero ni 
yo nos reimos. En esos momentos este incidente 
no nos pareció chistoso. 

Después de unos veinte minutos de la desapari¬ 
ción de los alemanes, alguien por detrás me agarró 
el pié. Casi me desmayé de miedo. De repente 


104 ¡Al Asalto! 

oí un agradable murmullo con acento inglés que 
decía: 

‘‘Oiga compañero, venimos a relevarlo.’’ 

Wheeler y yo regresamos a nuestra trinchera, 
y pareciamos más bien pollos empapados y nos 
sentiamos aun peor que ellos. Después de tomar 
un trago de aguardiente nos acostamos, y dormimos 
sobre el escalón de fuego sin cambiarnos nuestras 
ropa mojada. 

Al día siguiente estaba tan tieso como un tizón 
y todos mis músculos me dolían de lo lindo, pero 
como todavía estaba en vida, nada de eso me 
importaba. 


CAPÍTULO XVI 


LA BATERÍA D 238 


L día siguiente de ésto recibí la grata noticia 



de que me quedaría en la covacha de los arti¬ 
lleros de tiro rápido, muy cerca de la avanzada pri¬ 
mera de observación de la artillería. Esta covacha 
era muy amplia, muy seca y tenía verdaderos 
catres para dormir. Estos catres los habían hecho 
los R. E. que antes habían ocupado la covacha. 
Yo fui el primero que entré, y desde luego hice un 
rótulo con mi nombre y número y lo suspendí al 
pié del catre que me pareció mas cómodo. 

En las trincheras siempre el que llega primero 
tiene lo mejor, y esta táctica era observada por 
todos los compañeros. 

Dos soldados del R. F. A. (Artillería Real de 
Campamento) de la avanzada de observación 
cercana tenían el privilegio de permanecer en esta 
covacha, cuando no estaban de servicio. 

Uno de estos soldados el tirador de bomba 
Wilson, pues así se llamaba, pertenecía a la batería 
D 238; pareció simpatizar conmigo y yo con él. 

A los dos días ya eramos amigos íntimos y en¬ 
tonces me contó como su batería al principio de la 


io6 


¡Al Asalto! 


guerra le hizo una buena jugada al Viejo Pimienta, 
la que le había dolido mucho. 

Contaré su narrativa con las propias frases que 
el empleó, si bien las recuerdo: 

“Yo vine con la primera fuerza expedicionaria, 
y como todos los demás creía que muy pronto le 
íbamos a dar una buena zurra al enemigo, y que 
regresaríamos a tomar nuestra cena de Noche 
Buena en nuestras casitas. Pues bien hasta ahora 
yo ya he tomado dos cenas de Noche Buena en 
las trincheras, y si las cosas siguen como están, 
tomaré otras dos más; esto es si Frítz no me pega 
una buena y hace que me manden a Blighty. A 
veces yo quisiera salir herido, pues no es nada 
agradable estarse por estas tierras, y ya después de 
veinte y dos meses se cansa uno de la monotonía 
de esta vida. 

“Ahora es mucho mejor que lo que era al prin¬ 
cipio; sin embargo tiene uno que confesar que 
esta trinchera no es del todo agradable. Pero 
ahora siquiera les echamos cinco balas por cada 
una de las suyas, así es que estamos ajustando 
cuentas, pero al principio todo era muy diferente, 
y entonces tenía usted que recibir sin poder con¬ 
testar. En realidad nos devolvian veinte balas 
por cada una que les madabamos. Eso parecía 
gustarle a Frítz pero no a nosotros los ingleses, y 
por lo tanto nosotros pagábamos el pato. Un 
muerto seguía a otro muerto, y a veces toda una 
compañía desaparecía, sobre todo cuando una 
granada caía en medio de nosotros. Se puso la 


La Batería D 258 


107 


situación tan mala, que cuando uno escribía a su 
gente en su tierra ni les pedía que le mandaran 
cigarros, pues temía que no estuviera allí para 
recibirlos. 

“ Después de que se puso punto final al avance 
sobre París, principiamos la guerra de trincheras. 
Nuestro general agarró un mapa, hizo una línea 
con lápiz a través de él, y dijo: “Excaven aquí,” 
después se fué a tomar su té, y Tommy llevando 
un pico y una pala, empezó a excavar, y desde 
entonces sigue excavando. 

“Por supuesto que nosotros excavábamos estas 
trincheras de noche, pero a pesar de eso bien 
sentíamos el tiroteo de rifles y el cañoneo. En 
realidad los camilleros trabajaban aun más que 
los que excavaban las trincheras. 

“Estas trincheras, que a mi a veces me parecen 
fosos o sepulturas, eran para mí una verdadera 
pesadilla. Sólo tenían cinco piés de profundidad 
y cuando uno trabajaba en ellas le dolían las 
espaldas de tanto agacharse. Es verdad que era 
peligroso estar parado, pues luego que la cabeza 
de uno aparecía por arriba, muy cerca brincaba 
una bala, tan cerca que a veces se le erizaban a 
uno los cabellos. 

“Acostumbrábamos llenar sacos de arena y colo¬ 
carlos arriba del parapeto para que fuera más alto, 
pero esto no servía de nada, pues Fritz empezaba 
a tirar duro y pronto los demenuzaba. Hasta me 
dolía el pescuezo tratando de evitar las balas y 
granadas. 


io8 


¡Al Asalto! 


“Se había excavado una trinchera provisional 
cerca del punto en que estaba situada mi batería, 
y a esta trinchera los compañeros le dieron el 
apodo de ‘Foso del Suicidio,’ y creeme yank, 
que éstefué el verdadero ‘Foso del Suicidio,’ y los 
demás han sido sólo imitación de él. 

“Luego que un compañero entraba en esa trin¬ 
chera, tenía igual probabilidad de salir de ella 
en una camilla. En una época un batallón escocés 
estaba allí de guardia, y cuando ellos supieron que 
se hacían apuestas a la par de que regresarían en 
camillas, tomaron todas las apuestas. Como 
verdaderos tontos varios soldados de la batería 
aceptaron ese ofrecimiento, y apostaron su dineríto. 
Los ‘ Jocks’ o escoceses tuvieron muchos muertos, 
y parecía que los soldados de la batería iban a 
ganar muchas de las apuestas. Así es que cuando 
fué relevado el batallón, los jugadores se pusieron 
en filas. Varios ‘Jocks’ recibieron su dinero por 
haber salido sanas y salvos, pero los que se ‘ fueron 
al otro lado,’ no estaban allí para efectuar sus 
pagos. Los artilleros no habían pensado en eso, 
así es que los escoseses tenían que ganar con toda 
seguridad, a pesar de lo que hubiera acontecido. 
Por lo tanto reciba este consejo; nunca haga 
apuestas con un escocés, pues está usted seguro de 
perderlas. 

“En una parte de nuestra trinchera en que una 
trinchera de comunicación se juntaba con la línea 
del frente, un Tommy había colocado un poste de 
madera, con tres brazos, en uno de ellos dirigido 


La Batería D 238 


109 


hacia las líneas alemanas, se leía ‘ A Berlín ’; otro 
que apuntaba hacia la línea de comunicación, 
decía ‘A Blighty,’ mientras que el tercero decía 
‘Foso del Suicidio; aquí se cambia para las 
camillas.’ 

“Mas allá de este poste la trinchera pasaba por 
una antigua huerta; y en su orilla nuestra batería 
había construido una avanzada de observación. 
Los árboles impedían que la vieran desde los 
aeroplanos del enemigo y su techo estaba cubierto 
de yerba. No era tan cómoda como la nuestra, 
y no tenía andamios o refuerzos de concreto, sólo 
se veían las paredes y el techo hecho de sacos 
de tierra o arena. Desde allí se podían ver muy 
bien las líneas alemanas, pero esto hacia que no 
fuera verdaderamente segura esta avanzada. A 
veces se sentía el calorcito de las granadas que 
caían por doquiera y de las balas que destrozaban 
las hojas de los árboles. Muchas veces cuando 
fui a relevar el vigilante en el teléfono tenía que 
arrastrarme sobre el estómago como gusano, para 
evitar que me pegaran un tiro. 

“Era en realidad una avanzada de observación, 
y es para eso que solamente servía, para observar 
a todas horas del día, pues nunca se recibía orden 
para que nuestra batería hiciera uso de sus cañones. 
Debe comprenderse que en este lugar de la línea 
no debía tirarse ni una granada, según las instruc¬ 
ciones terminantes que se habían recibido, a menos 
que éstas las cambiara el jefe de la brigada. Yo le 
diré que si alguno hubiera desobedecido esa orden 


IIO 


¡Al Asalto! 


nuestro general—que era el Viejo Pimienta— 
habría mandado que toda nuestra tropa fuera a 
comparecer ante una corte marcial. Nadie se 
atrevía a desobedecer al Viejo Pimienta en aquella 
época, porque no tenía el genio de un capellán, 
más bien podía figurarse uno que era un pirata. 
Si en cualquier época el diablo se sintiera estar 
muy solitario, y deseaba tener algún compañero 
adecuado, creo que el Viejo Pimienta merecía 
recibir esa distinción. Era más agradable encon¬ 
trarse con los alemanes, que tener una entrevista 
con este verdadero volcán. 

“Si una compañía o un batallón retrocedían 
unas cuantas yardas ante una fuerza superior de 
boches, el Viejo Pimienta mandaba llamar al 
jefe del cuerpo. En media hora ese jefe regresaba 
con la cara cenicienta, y en pocas horas los sol¬ 
dados que quedaban a su mando se veían nueva¬ 
mente en el puesto que antes habían ocupado. 

“Yo conozco a un oficial, que jamás juraba 
aunque le hubieran dado mil dólares por hacerlo, 
que después de estar cinco minutos con ese ter¬ 
rible viejo, regresaba y prorrumpía blasfemando 
de modo que habría avergonzado a los peores de 
su clase. 

“Lo que le voy a contar es lo que hicimos dos 
de nosotros para darle una buena lección a ese 
maldito viejo, y para ganarle la delantera. 

“Yo y mi compañero, un joven llamado Harry 
Cassell, tirador de bombas en la batería D 238, o 
sea cabo primero como lo llamarían en la infantería, 


La Batería D 238 


iii 


íbamos a relevar a los telefonistas. Trabajábamos 
dos horas y descansábamos cuatro. Yo me que¬ 
daba de guardia en la avanzada de observación, 
mientras que él permanecía al otro extremo de la 
línea telefónica, en la estación de la covacha de 
la batería. Se suponía que enviábamos órdenes 
directas a la batería, para que tirara cuando se lo 
mandaba el oficial vigía que estaba en la avanzada. 
Pero se enviaban muy pocos mensajes, y sólo era 
en caso de un asalto verdadero que teníamos la 
oportunidad de ganarnos nuestros ‘dos y seis’ 
diarios. Porque debe usted saber que el Viejo 
Pimienta había expedido la orden de que no se 
tirara, sin que él diera orden expresa para hacerlo. 
Y con respecto al Viejo Pimienta las órdenés dadas 
eran órdenes en realidad y debían ser obedecidas. 

“ Los alemanes deben haber sabido algo respecto 
de esas órdenes, pues aun de día sus trasportes y 
tropas se presentaban y se veían como si estuvieran 
pasando revista. Esto ya empezó a molestarnos, 
puesto que diariamente veíamos delante de noso¬ 
tros tan buenos blancos, sin poderles tirar ni 
siquiera una granada. Maldeciamos de todo cora¬ 
zón al Viejo Pimienta, a sus órdenes, al gobierno, 
a las autoridades en nuestro país y a todo el 
mundo en general. Pero a los boches no les impor¬ 
taban nuestras maldiciones y empezaron a descui¬ 
darse mucho. Caramba, si a veces hasta parecía 
que se mofaban de nosotros, pues al pasar por 
cierto camino, tiraban sus gorros al aire como para 
burlarse de nuestra debilidad. 


112 


¡Al Asalto! 


“Cassell había sido telegrafista, antes de entrar 
al ejército cuando se declaró la guerra. En cuanto 
a mi puedo decir que conozco el sistema Morse, 
que aprendí hacia 1910 en la escuela de señales. 
Nosotros podíamos conversar como dos buenos 
compañeros, aunque hubiera un oficial en la 
avanzada de observación, y así es que usábamos 
el sistema de Morse. Para enviar un mensaje 
uno de nosotros tocaba en el transmisor con las 
uñas de los dedos, y el que estaba al otro extremo lo 
recibía por medio del receptor. De esta manera 
pasamos muchas horas conversando agradable¬ 
mente sobre distintos asuntos. 

“El oficial que estaba en la avanzada de obser¬ 
vación se quedaba sentado durante varias horas 
con un anteojo de larga vista pegado a los ojos. 
Mirando por un agujero muy bien escondido, 
dirigía su vista hacia atrás de las trincheras ale¬ 
manas, buscando el blanco para tirarle y encon¬ 
trándolo muchas veces. Este oficial que era el 

capitán A-, tenía la costumbre de hablar alto 

consigo mismo. A veces expresaba su opinión, 
como lo haría cualquier solado raso cuando se enoja. 
Como en una época el capitán había estado en el 
Estado Mayor del Viejo Pimienta, sabía echar 
juramentos y maldecir en todos los tonos. En 
realidad ya se había acostumbrado a ese modo de 
proceder. 

“Como a unas seis mil yardas de nosotros, 
detrás de las líneas alemanas, se veía muy clara¬ 
mente un camino desde nuestra avanzada. Du- 


La Batería D 238 


H 3 


rante los últimos tres días, Fritz había traído 
mucha tropa por ese camino a la luz del sol, y 
nunca se les había cañoneado. Siempre que esto 
sucedía, el capitán se enfurecía y empezaba a echar 
maldicines contra el Viejo Pimienta, lo cual mucho 
nos agradaba. 

“Cada batería tiene un diagrama en que se 
notan los puntos más prominentes en el paisaje, 
con las distancias de cada uno. Estos puntos se 
llaman blancos y están numerados. En el dia¬ 
grama de nuestra batería este camino estaba 
designado como: ‘Blanco diez y siete, Distancia 
6000, tres grados, treinta minutos a la izquierda.’ 
La batería D 238 consistía de cuatro cañones 
de a ‘4.5/ que tiraban una granada H. E. de a 
treinta y cinco libras. Como tu ya sabes H. E. 
quiere decir ‘fuerte explosivo.’ Yo no quiero 
pregonar lo bueno que era mi batería, pero 
habíamos dado tantas veces al blanco que tenía¬ 
mos una buena reputación en la división, y 
nuestros compañeros estaban deseosísimos de 
poder demostrar su habilidad ante los ojos de 
Fritz. 

“En la tarde del cuarto día de que Fritz había 
estado burlándose de nosotros en el camino indi¬ 
cado, el capitán y yo mismo estábamos de guardia 
como de costumbre. Fritz estaba strafeing de 
nosotros de muy mala manera, como lo está hacien¬ 
do ahora. Las granadas estaban saltando y re¬ 
botando por toda la huerta. 

“Yo estaba conversando en clave con Cassell 
8 


¡Al Asalto! 


114 

al otro extremo por medio del teléfono. Esa 
conversación era algo parecida a lo siguiente: 

“‘Díme Cassell, como te gustaría estar en la 
cantina del King’s Arms, allá donde sabes, tenien¬ 
do una botella de cerveza delante de ti y a esa 
sirvienta rubia esperando para darte otro vaso 
de cerveza?’ 

“A Cassell le gustaba esa rubia. Su contesta¬ 
ción comprendia varias maldiciones, y por lo tanto 
cambié de conversación. 

“ Después ésta se refería a la manera en que 
los boches arriesgaban las vidas en el camino 
designado en el diagrama como Blanco Diez y 
Siete. Lo que dijimos respecto de los boches creo 
que nunca hubiera sido permitido en el Reichstag, 
pero nuestro censor si lo hubiera dejado pasar 
fácilmente. 

“Las granadas que estaban haciendo explosión 
causaban tanto ruido, que yo cesé de hablar y me 
puse a mirar al capitán. Parecia muy nervioso, 
sentado en un saco de arena, mirando por su ante¬ 
ojo. De vez en cuando refunfuñaba, y hacia 
alguna observación que yo no podía comprender 
debido al ruido, pero bien adivinaba lo que era. 
Fritz se estaba insolentado nuevamente en ese 
camino. 

“ Cassell me lo había dicho por medio de nuestra 
clave, pero en realidad yo hacia poco caso de lo 
que estaba pasando. Entonces me envió un O. S. 
y me puse a escuchar, porque esto significaba que 
me iba a comunicar algo de importancia. Por 


La Batería D 238 


ii5 

lo tanto presté toda mi atención y entonces Cassell 
empezó a desbuchar. 

“ ‘Maldito perezoso; he estado tratando de que 
me oyeras desde hace quince minutos. ¿ Qué 
sucede, te has dormido? * (Como si fuera posible 
que uno se durmiera con el ruido infernal que se 
oía.) ‘No me contestes con una insolencia, pero 
óyeme.’ 

“‘¿Que no quisieras hacerle una mala jugada 
a los boches y al Viejo Pimienta al mismo 
tiempo?’ 

“Le contesté que gustoso haría cualquier cosa 
contra los boches, pero le confesé que tenía un 
poco de miedo al sólo mencionar el nombre del 
Viejo Pimienta. 

“Entonces replicó: ‘Es una cosa tan fácil y 
simple que no es posible que ese maldito viejo nos 
descubra. De todos modos si somos descubiertos 
yo pagaré el pato. 

“Bajo tales condiciones le dije que desarrollara 
su plan. Era tan atrevido y sencillo, que casi me 
dejó lelo. Esto es lo que él propuso: 

“Si los boches usaban ese camino nuevamente, 
él mandaría por medio de la clave el blanco y la 
distancia. Yo ya le había dicho antes que nuestro 
capitán hablaba alto, como si estuviera dictando 
órdenes. Pues bién, si esto sucedía, yo debía 
mandar el mensaje a Cassell y él lo trasmitiría al 
jefe de la batería, como si procediera oficialmente 
por conducto de la avanzada de observación. 
Entonces la batería empezaría a hacer una des- 


n6 


¡Al Asalto! 


carga. Después si se trataba de averiguar algo, 
Cassell juraría que él había recibido la orden 
directamente. Tendrían que creerlo, porque era 
imposible que desde el lugar en que estaba en la 
covacha de la batería él pudiera saber cual era 
el camino por donde entonces iban los alemanes. 
Y también era imposible que él comunicara el 
blanco, la distancia y los grados. Bién se com¬ 
prende que un diagrama de una batería no se pasa 
de mano en mano entre los compañeros, como un 
periódico que se recibe de Blighty. Después de 
interrogarlo a él, tendría que continuar la averigua¬ 
ción en la avanzada de observación, y el oficial 
que estaba allí podría decir con toda verdad que 
yo no había enviado el mensaje por el teléfono y 
que él no había expedido ninguna orden para que 
se hiciera la descarga. Así es que la averiguación 
no daría ningún resultado, a nosotros no nos 
pasaría nada, los boches recibirían una buena 
felpa y nosotros le daríamos una leccioncita al 
Viejo Pimienta. Magnífico me pareció el plan, 
y por lo tanto lo aprobé con mucho gusto, y así se 
lo dije a Cassell. 

“ Entonces me esperé, palpitando mi corazón 
y me puse a vigilar al capitán. 

‘‘Empezaba a ponerse nervioso y estaba 
moviéndo los piés y pegándole a los sacos de 
arena. Al fin volteándose hacia mi me dijo: 

“‘Wilson, este ejército es una verdadera mal¬ 
dición. ¿ Para que tenemos artillería, si no hemos 
de hacer una descarga? La gente del gobierno 


La Batería D 238 


ii 7 


de nuestro país debía de ser colgada y es a causa 
de ellos que no tenemos granadas suficientes.’ 

“Le contesté: ‘Si señor,’ y empecé a enviar 
su opinión por medio del teléfono a Cassell, pero 
el capitán me interrumpió: 

“‘Deje esos dedos quietos. ¿Que sucede? 
¿ Se ha puesto nervioso? Cuando 3^0 le hablo debe 
usted prestarme atención.’ 

“Se oprimió mi corazón y pensé que si él había 
comprendido mi manoteo, nuestro plan fracasaría 
por completo. Así es que dejé de tocar con los 
dedos y dije: 

“‘Dispénseme usted, pero es mala costumbre 
mía. 

“‘Y una costumbre bien tonta.’ Me contestó 
y se volteó a ver por sus anteojos y comprendí que 
todo el peligro había pasado, pues él no sabía 
cual era el significado de mi manoteo. 

“De repente, sin voltearse, exclamó: 

“‘Por Dios esto si que demuestra gran osadía. 
Parece imposible que ésto suceda. Hay están 
esos malditos boches yendo otra vez por ese 
camino, y ahora es toda una brigada con carros 
y todo lo demás. Que buen blanco hacen para 
nuestros ‘4.5/ pero ellos bien saben que no les 
vamos a tirar. ¡Maldito sea! es una verdadera 
vergüenza. Cómo desearía hacerles una decarga 
fuerte desde la D 238.’ 

‘ ‘ Estaba yo tan excitado que casi temblaba. Re¬ 
petidas veces había estado mirando el diagrama 
de distancias del capitán, y ese camino y su 


n8 ¡Al Asalto! 

distancia estaban impresos firmemente en mi 
mente. 

“ Entonces dirigí un mensaje por la línea tele¬ 
fónica que decía: ‘Batería D 238. Blanco Diez 
y Siete, Distancia Seis Mil, tres grados, treinta 
minutos, a la izquierda, Descarga, Fuego.’ Cassell 
acusó recibo de mi mensaje, y con el receptor cerca 
del oído esperé y escuché. A los dos minutos 
se oyó por teléfono muy tenuamente la voz de 
nuestro jefe de batería dando la orden: ‘Batería 
D 238. Descarga. Fuego.’ 

“En seguida se sintió un estrépito en el receptor, 
pues los cuatro cañones hicieron una fuerte des¬ 
carga, se oyeron silbidos por todas partes y las 
granadas se pusieron en movimiento. 

“El capitán se levantó como si lo hubieran 
herido, y después de echar un gran juramento, 
dirigió sus anteojos en la dirección del camino de 
los alemanes. También me puse a mirar con suma 
atención aquel blanco. Se levantaron cuatro 
nubes de polvo dentre del medio de la columna 
alemana. Le habían pegado cuatro veces, lo 
cual era un nuevo triunfo para la batería D 238. 

“Siguieron silbando las bombas sobre nuestras 
cabezas, y conté veinte y cuatro de ellas antes de 
que cesara el fuego. Cuando desapareció el 
humo y el polvo, se vió cuan terrible había sido 
la destrucción causada en ese camino. Se notaban 
armones y cañones destrozados, carros rotos y 
tropas que corrían en todas direcciones. El 
camino y sus orillas se veían con puntos grises, 


La Batería D 238 


119 

que demostraba lo que habían causado nuestro 
cañones. 

“El capitán se excitó tan sobremanera, que se 
cayó del saco de arena y se metió en el lodo hasta 
las rodillas, pero siempre viendo por el anteojo. 
Estaba murmurando algo, y pegándose en la 
pierna con la mano desocupada. Cada vez que 
se pegaba echaba una maldición, y enseguida lo 
oía decir: 

“‘Bueno, magnífico,—sorpendente, bien hecho; 
que bién le pegaron a todos.’ 

“Entonces se volteó y me gritó: 

Wilson que te parece todo esto? ¿ Que al¬ 
guna vez has visto algo tan bien hecho? A mi me 
parece que lo han hecho muy bién.’ 

“A poco rato pareció como que se había sor¬ 
prendido de repente, y dijo: 

Pero quien demonios dio la orden para que 
tiraran? vSobre todo ya que el blanco y todo lo 
demás eran exactos. Yo sé que no la di. Wilson, 
l que yo le di orden para que la batería hiciera la 
descarga? ¿ Por supuesto que no ? ¿ No es verdad ? ’ 

“Contesté muy enfáticamente. ‘Por supuesto 
que usted no dió ninguna orden. Nada se comu¬ 
nicó de esta avanzada. De eso estoy muy seguro.’ 

“‘Por supuesto que nada se comunicó de aquí.’ 
Él replicó. Entonces se quedó muy cabizbajo y 
murmuró en voz alta: 

“‘Pero caramba lo que sucederá cuando el 
Viejo Pimienta sepa lo ocurrido; entonces si que 
alguien tendrá que pagar el pato.’ 


120 


¡Al Asalto! 


“En estos momentos llegó un mensaje por telé¬ 
fono de Cassell, que decía: 

“‘El general saluda al capitán A-, y le 

manda que envíe inmediatamente al oficial y al 
telefonista al cuartel general de la brigada, pues 
ya van a relevarlos.’ 

“En voz baja me dijo: ‘Ten mucho valor, 
Wilson, y por Dios ayúdame bien.’ Le contesté, 
‘No tenga cuidado compañero,’ pero yo estaba 
temblando como un azogado. 

“Le di el mensaje del general al capitán, y em¬ 
pezó a alistarme. 

“Pronto llegaron a relevarnos y al retirarnos 
de la avanzada, el capitán me dijo: 

“ ‘Ahora si que va a haber una explosión, y una 
de las peores que hemos visto,’ y así fué. 

“Cuando llegamos a las troneras de los cañones, 
el jefe de la batería, el sargento mayor y Cassell 
nos estaban esperando. Nos juntamos con ellos 
y principió la marcha hacia el cuartel general de 
la brigada, que en realidad parecía una marcha 
fúnebre. 

“Al llegar al cuartel general fué al jefe de la 
batería al que le tocó ser interrogado primeramente. 
Esto se hizo a puerta cerrada. Según se oían 
los gritos y refunfuños del Viejo Pimienta, más 
bien parecía que estaban en una jaula de leones 
a la hora de la distribución de la carne. Cassell 
después me describió la escena, y me dijo que era 
peor que el más fuerte bombardeo. A los dos 
minutos el oficial regresó. El sudor caía a borbo- 


La Batería D 238 


121 


tones de su frente y su cara tenía el color de remo¬ 
lacha; no podía ni hablar, y al pasar cerca del 
capitán sólo indicó con su dedo pulgar lo que podía 
designarse como jaula de león y salió. Entonces 
el capitán entró, y parecía que nuevamente les 
estaban dando de comer a los leones. Quedóse 
el capitán como veinte minutos y salió. Yo no 
podía verle la cara, pero el modo como inclinaba 
la espalda me explicaba lo que había pasado. 
Parecía como pollo mojado. 

“Se abrió la puerta del cuarto del general, y el 
Viejo Pimienta se presentó en el dintel de la puerta. 
Con gritos descompasados dijo: 

“ ‘ Quien de ustedes es Cassell? ¿ Porqué demo¬ 
nios no se presenta y me saluda como debía? 
Entre aquí.’ 

“Cassell empezó a hablar y decir ‘Si señorP 

“Pero el Viejo Pimienta con voz de trueno 
gritó, ‘Cállese.’ 

“Cassell regresó a los cinco minutos, no dijo 
nada, pero al pasar cerca de mi sacó la lengua y 
me giñó el ojo, e indicando la puerta cerrada se puso 
el dedo pulgar en la nariz, hizo una seña y salió. 

“Entonces le tocó su turno al sargento mayor. 
Este no regresó por donde yo estaba. A juzgar 
por los rugidos del Viejo Pimienta, yo creo que se 
lo comió. 

“ Cuando la puerta se abrió y el general me hizo 
señas de que entrara, mis rodillas empezaron a 
tocar la canción popular Home , Sweet Home. 

“Mi entrevista fué muy corta. 


122 


¡Al Asalto! 


“El Viejo Pimienta me dirigió una mirada 
terrible al entrar, y entonces se destapó. 

“‘Por supuesto que tu no sabes nada de lo que 
ocurrió. Tu eres como los demás. Debías llevar 
una mamadera alrededor del pescuezo y un chupón 
entre los dientes. Considerándote como soldado, 
demonios me das asco. Como podemos ganar 
esta guerra, si Inglaterra manda gente como la 
que tenemos en esta brigada. Por supuesto que 
eso es imposible. Ahora bien dime que no sabes 
nada de lo que sucedió. Pronto: desembucha. 
No te quedes con la boca abierta como un pescado. 
Díme la verdad.’ 

1 ‘ Tartamudeé: ‘ Yo no sé nada. Absolutamente 
nada.’ 

“‘Eso bien se comprende,’ gritó descompasada¬ 
mente, ‘pues bien lo demuestra tu cara de idiota. 
No hables más. Salte, aunque yo bien sé que 
eres un mentiroso de la peor ralea.’ 

“Saludé y salí del cuarto. 

“Por la noche el capitán nos mandó llamar, y 
fuimos temblando y llenos de miedo a su covacha. 
Estaba sólo. Después de saludarlo, nos paramos 
y respectuosamente esperamos que nos hablara. 
Poco fué lo que nos dijo: 

“‘No vayan a creer ustedes que Morse inventó 
una lengua muerta. Yo la conozco desde hace 
muchos años. Ambos de ustedes deben dejar su 
costumbre nerviosa de estar tocando los trans¬ 
misores ; pues es ocupación peligrosa. Eso es todo 
lo que tengo que decir.’ 


La Batería D 238 


123 


“Saludamos, y ya estábamos saliendo de la 
puerta de la covacha, cuando el capitán nos llamó 
nuevamente y nos dijo: 

“Que fuman Goldflakes? Por supuesto. Pues 
bien hay dos cajas sobre mi mesa. Regresen a la 
batería, no chisten palabra. ¿ Comprenden?’ 

“Nosotros comprendimos muy bien. 

“Durante cinco semanas después de eso nuestra 
batería sólo tuvo trabajos extraordinarios. Noso¬ 
tros estábamos muy satisfechos y también lo 
estaban nuestros compañeros. Valía la pena de 
haberle dado una leccioncita al Viejo Pimienta 
y también de haber molestado mucho a Fritz.” 

Cuando Wilson acabó su relato miré a mi alre¬ 
dedor y noté que se había llenado la covacha de 
gente. Habían entrado un capitán de artillería 
y dos oficiales, que se quedaron hasta el fin del 
cuento. Wilson escupió una gran cantidad de 
tabaco mascado, levantó la vista, vio al capitán 
y se quedó rojo como una amapola. El capitán 
se sonrió, se fué y entonces Wilson me dijo en voz 
baja: 

“Caramba, compañero, yank, yo creo que 
ahora me van a dar la crucifixión. Ese capitán 
es el mismo que nos dió los Goldflakes en su 
covacha y yo aquí he estado dando detalles que 
debían ser reservados.” 

Pero a pesar de eso Wilson no sufrió ningún 
castigo. 

Muy distinto de Wilson era otro individuo de 
nuestra brigada, llamado Scott, a quien llama- 


124 


¡Al Asalto! 


bamos el “Viejo Scotty,” a causa de su edad, pues 
tenía cincuenta y siete años, aunque parecía tener 
sólo cuarenta. 

El “Viejo Scotty” había nacido en el noroeste 
y había formado parte de la Policía Montada del 
Noroeste. Era uno de esos que han peleado con 
los indios y había sido cow puncher. Era muy 
certero con su rifle y gustoso nos hacía compren¬ 
der su habilidad. Cuidaba su rifle como si fuera 
niño de teta. Casi siempre cuando no tenía 
ninguna otra ocupación, se le veía limpiándolo o 
arreglándolo. Bien tenía que cuidarse el individuo 
que por equivocación tocaba ese rifle, pues pronto 
tenía que lamentar su error. Scott era tan sordo 
como una tapia, y nos hacía reir en las revistas, 
pues para cumplir con su obligación él dirigía la 
mirada cautelosamente al soldado que estaba a 
su lado, para comprender la voz de mando. No 
sé como el médico le dio su certificado; supongo 
que lo engañó de alguna manera. En esa época 
llevaba un gran sombrero, un albardón mexicano 
sobre los hombros, un lazo sobre el brazo y un 
pistolón colgando del cinto. Dejando todos estos 
adminículos en el suelo, se presentó ante el oficial 
que hacia el reclutamiento y gritó: “Yo vengo de 
América hacia el oeste de las Rocallosas y quiero 
formar parte de su maldito ej ército. Yo no quiero 
a los alemanes y puedo matar a algunos de ellos. 
En Scotland Yard no quisieron recibirme; dijeron 
que era sordo y por supuesto que lo soy. A mi 
no me gusta formar parte de los que tienen que 


La Batería D 238 


125 


excavar lodo, pero puesto que no hay lugar para 
mi en la caballería, creo que es mejor que entre en 
este regimiento y no me quede fuera del servicio; 
así es que alarguen sus papeles para que yo los 
firme.” Dijo que tenía cuarenta años y asi pudo 
pasar. Yo estaba en la oficina, cuando él ingresó 
en el ejército. 

Lo que más ambicionaba el Viejo Scotty era ser 
tirador o especie de guerrillero. El día que lo 
nombraron tirador de brigada, celebró ese nom¬ 
bramiento regalando cigarros a todos los de su 
compañía. 

Como yo era americano, el Viejo Scotty sim¬ 
patizó conmigo, y a veces me contaba algunos 
largos relatos sobre lo que había hecho en las 
llanuras, y todos los compañeros después de oir 
esos cuentos le pedían que contara otros más. Por 
supuesto que muchos de ellos eran imaginarios. 

Este amigo mío no podía concordar con la disci¬ 
plina, pero todos los oficiales lo querían, aunque 
era difícil hacerle que cumpliera con su deber, 
así es que cuando lo nombraron tirador, esos mis¬ 
mos oficiales se sintieron relevados de un peso 
desagradable. 

Al Viejo Scotty se le permitía hacer lo que quería 
en la brigada. A veces sacaba su rancho de dos 
o tres días y desaparecía con su vaso, buscador de 
blanco y rifle, y ni lo volviamos a ver ni saber de 
él, hasta que de repente regresaba con dos o tres 
marcas más de las que antes tenía en el mango de 
su rifle. Cada vez que le pegaba a un alemán 


126 


¡Al Asalto! 


hacia una nueva marca, y siempre demostraba 
gran orgullo cuando las enseñaba. 

Pero después de algunos meses tuvo un ataque 
de reumatismo y lo enviaron a Blighty; y apenas 
puede uno imaginarse los juramentos que él 
echaba desde su camilla, pues el Viejo Scotty 
indudablemente sabía blasfemar, y algunas veces 
que lo hacía lo dejaba a uno lelo. 

Es seguro que en estos momentos que escribo 
estas líneas está él “en algún lugar en Blighty,’’ 
haciendo algún trabajo en un puente o en alguna 
fábrica de municiones con la “G. R.” o Cuerpo 
de Defensa Nacional. 


CAPITULO XVII 

EN LA LÍNEA DEL FRENTE 

D ESPUES del té el teniente Stores de nuestra 
sección entró en la covacha y me informó 
que yo tenía que ingresar en una patrulla de reco¬ 
nocimiento y que debía llevar seis bombas Mills. 

Esa noche a las 11.30 doce compañeros con 
nuestro teniente y mi persona nos fuimos por el 
frente, haciendo servicio de patrulla en la “ Tierra 
Inhabitable.” 

Estuvimos caminando en la obscuridad por 
unas dos horas, tratando de bucar camorra y ver 
lo que estaban haciendo algunas de las patrullas 
de los boches. 

A eso de las dos de la mañana íbamos cami¬ 
nando con mucho cuidado a unas treinta yardas 
frente al cerco de alambre de los alemanes, cuando 
de repente nos encontramos con una compañía 
de treinta boches. Entonces principió a tocar la 
orquesta bajo la batuta del director, y nosotros 
tuvimos que pagar la entrada. 

Eso de combatir en la obscuridad con bayonetas 
no es cosa muy agradable. Los alemanes hicie¬ 
ron como que se retiraban, pero nuestro jefe 
127 


128 


¡Al Asalto! 


que no era novicio en el arte, no los siguió, sino 
dictó la órden de “abajo y péguense bien al 
suelo.” 

Bien oportuna fué esta orden, pues pronto una 
descarga de balas pasó sobre nuestras cabezas. 
Entonces en voz baja se nos dijo que nos disper¬ 
só ramos y nos fuéramos gateando hacia nuestras 
trincheras, cada soldado por su propia cuenta. 

Podíamos ver el relámpageo de sus rifles en la 
obscuridad, pero las balas pasaban muy alto sobre 
nuestras cabezas. 

Nos mataron a tres compañeros y uno salió 
herido en el brazo. Si no hubiera sido por la 
presencia de ánimo y previsión de nuestro jefe, 
no hay duda que hubieran acabado con toda 
nuestra patrulla. 

Después de una espera de veinte minutos, 
salimos nuevamente y descubrimos que una 
compañía de tropa alemana estaba trabajando en 
sus cercas de alambres con púas. Regresamos 
a nuestras trincheras, sin ser vistos, dimos los in¬ 
formes correspondientes, y muy pronto empezaron 
a funcionar nuestros cañones de tiro rápido. 

A la noche siguiente cuatro compañeros fueron 
enviados para ver y examinar si habían hecho 
callejones por entre las cercas; pues si esto fuera 
así indicaba que a la mañana siguiente atacarían 
a nuestras trincheras. 

Por supuesto que yo tuve la mala suerte de ser 
uno de los cuatro que escogieron para esta desa¬ 
gradable tarea. Era lo mismo que si lo hubieran 


% 


En la Línea del Frente 


129 


enviado a uno a la agencia funeraria a escoger su 
propio ataúd. 

A las diez salimos llevando tres bombas, una 
bayoneta y un revolver. Después de llegar a la 
“Tierra Inhabitable,’’ nos separamos. Andando 
a gatas por distancias de cuatro o cinco piés a la 
vez, evitaba las granadas que hadan explosión 
muy cerca de nuestras cabezas. Llegué al cerco 
alemán. Lo examiné pulgada por pulgada, casi 
sin respirar. Como yo los podía oir hablando en 
sus trincheras, mi corazón palpitaba de una manera 
terrible. Un movimiento mío en falso o el menor 
ruido, significaba que me descubrirían, y que por 
supuesto me matarían. 

Después de hacer mis investigaciones en mi 
sector, regresé a gatas hacia mi trinchera. Ya 
estaba a mitad camino, cuando noté que me fala- 
taba mi revólver. Estaba tan obscuro como boca 
de lobo. Regresé para ver si lo podía encontrar, 
pues me parecía que hacia poco que lo había 
perdido, porque unos tres o cuatro minutos antes 
había tocado el mango en su funda. Estuve 
andando a gatas en varias direcciones y al fin lo 
encontré, y entonces empecé mi viaje de regreso 
en dirección de nuestras trincheras, según me 
parecía. 

A poco llegué a un cerco de alambres con púas 
y ya iba a dar el santo y seña, cuando algo me im¬ 
pulsó a no darlo. Alargué la mano y toqué uno 
de los postes del cerco de alambre, y noté que era 
de hierro. Los ingleses emplean madera, y los 


9 


130 


¡Al Asalto! 


alemanes hierro. Cesó de latir mi corazón, pues 
equivocadamente había llegado hasta las líneas 
alemanas. 

Traté de regresar muy despacio, pero mi uni¬ 
forme se enganchó en los alambres e hizo un ruido 
al desgarrarse. 

Inmediatemente se me marcó el alto, y yo me 
puse en pié y agachándome corrí precipitadamente 
hacia nuestras líneas. Los alemanes empezaron 
a tirarme y las balas llovían, a mi alrededor, cuando 
pum me encontré y topé con unos alambres y oí 
una voz que me marcaba el alto. Di el santo 
y seña y gateando por el callejón en nuestro 
cerco, cortándome las manos y desgarrando el 
uniforme, llegué a caer en nuestra trinchera, ya 
sano y salvo. Sin embargo durante media hora 
tuve un ataque de nervios, hasta que un buen 
trago de ron me restableció a mi estado normal. 


CAPÍTULO XVIII 

FUNCIÓN BAJO EL FUEGO 

RES días después del incidente que acabo 



* de referir, quedó relevada nuestra compañía 
de la línea del frente, y se nos envió a cuarteles 
de reserva, en donde permanecimos unas dos 
semanas, recibiendo allí mismo la grata noticia 
de que nuestra división regresaría a la línea, para 
quedarse en cuarteles de descanso. Deberíamos 
permanecer en estos cuarteles durante dos meses 
cuando menos, con el objeto de restaurar nuestra 
fuerza númerica, por medio de reclutas que debían 
llegar de Blighty. 

Todos estábamos alegres y contentos cuando 
recibimos esta noticia; y por todos los cuarteles 
sólo se oían canciones y cliiflidos. El día después 
que recibimos esta orden hicimos una marcha for¬ 
zada, yendo como doce kilómetros por día, hasta 
que llegamos a la pequeña población de O’-. 

Al cabo de tres días ya estábamos bien estable¬ 
cidos en ese lugar. En seguida nos pusimos a 
pasar el tiempo alegremente. Pasábamos revista 
de las ocho cuarenta y cinco de la mañana hasta 
el medio día, y después con excepción de algunos 


132 


¡Al Asalto! 


momentos de guardia o trabajo de cuartel, podía¬ 
mos disponer de nuestro tiempo. Las primeras 
cuatro o cinco tardes las dediqué a escribir mis 
cartas atrasadas, que por tanto tiempo había 
descuidado. 

A Tommy le gusta entretenerse, y como yo soy 
yankee, me preguntaron qué podíamos hacer 
para pasar el tiempo. Les enseñé el juego de 
tirar herraduras, y esto los entretuvo mucho 
durante diez días. Entonces Tommy pidió a su 
compañero americano que ideara una nueva diver¬ 
sión, y aunque al principio no sabía qué idear, al 
fin di en el clavo. ¿ Porqué no podría yo es¬ 
cribir un sainete y convertir a Tommy en buen 
actor? 

Una noche después de que se apagaron las luces, 
y cuando estaba prohibido el hablar, comuniqué 
mi plan a mis compañeros muy bajito. Inmedia¬ 
tamente aceptaron la idea de organizar una 
compañía teatral, y apenas podían esperar 
hasta la mañana siguiente para iniciar los arreglos 
conducentes. 

A la tarde siguiente después de la revista, por 
poco me sofocan todos mis compañeros, pues cada 
uno de ellos quería tener un papel en el proyectado 
sainete. Cuando les dije que me tomaría cuando 
menos diez días de duro trabajo para preparar 
el argumento y diálogo, parecieron muy contra¬ 
riados. Sin embargo empecé a trabajar en un 
escritorio que formé con latas de galletas en la 
esquina del cuartel, en donde puse un rótulo que 


Función Bajo el Fuego 133 

decía: “Compañía Teatral de Empey & Wallace.” 
Luego que unos veinte de la sección hubiesen 
leido el rótulo, pidieron que se les nombrara men¬ 
sajeros. Acepté las veinte solicitudes, y los mandé 
en comisión por todo la población francesa que 
estaba casi desierta. Fueron buscando por todos 
los tapancos de las casas la ropa vieja y cuales¬ 
quiera otros objetos que pudieran servir para ador¬ 
nar el foro del proyectado teatro. 

A eso de las cinco de esa tarde regresaron muy 
sucios y polvosos, pero cargados de una multitud 
de objetos de gran variedad, como rara vez se 
han visto. Yo creo que ellos supusieron que iba 
a establecer un almacén al por menor, juzgando 
por los diferentes artículos que trajeron después 
de su excursión. 

Después de escribir constantemente unos ocho 
días terminé un sainete o comedia de dos actos 
que llamé la “Cantina del Palacio de Diamantes.” 
De acuerdo con la indicación de uno de nuestros 
compañeros envié el original del programa a una 
casa impresora de Londres. Después de eso hice 
la distribución de los papeles, y se dió principio a 
los ensayos. Yo creo que David Belasco se hubie¬ 
ra arrancado el cabello al ver la clase de actores 
que formaban mi compañía. Además imagínese 
uno como se puede enseñar a un Tommy, con 
acento marcado inglés, que represente a un car¬ 
gador del Bowery o a un negro del Sur. 

Cerca de nuestro cuartel había un campo abierto. 
Desde luego principiamos a erigir un tablado en 


134 


¡Al Asalto! 


uno de sus extremos, consiguiendo la madera 
para construirlo echando abajo una vieja choza 
de madera que estaba detrás del cuartel. 

La primera escena se suponía que tenía lugar en 
una calle del Bowery de Nueva York, y la decora¬ 
ción del segundo acto era el interior de la cantina 
del Palacio de Diamantes, también en el Bowery. 

En la pieza yo representaba el papel de Abe 
Switch, que era un labrador que venía de Pump- 
kinville Center, Tennessee, para visitar a Nueva 
York por primera vez. 

En la primera escena Abe Switch se encuentra 
con el dueño de la Cantina del Palacio de Dia¬ 
mantes, negocio que iba a poner a su dueño en 
bancarrota. 

Ese dueño se llamaba Tom Twisten, y su canti- 
ñero era Fillem Up. Después de que Tom y 
Fillem Up hablaron con Abe, lo persuadieron a 
que comprara la cantina, alabándola en alto grado, 
y haciéndole apreciaciones exageradas de lo mucho 
que se ganaba en ella. 

Mientras que estaban hablando, pasó un viejo 
judio llamado Ikey Cohenstein, y Abe lo contrató 
como cajero. Después de celebrar ese contrato 
encontraron a un viejo negro del sur, llamado 
Sambo, y por consejo de Ikey lo contrataron como 
mozo. Entonces los tres de brazo se fueron a 
tomar a su cargo el magnífico palacio, por el cual 
Abe acababa de pagar $6000. (Telón.) 

En el segundo acto, al subir el telón se ve el 
interior de la cantina del Palacio de Diamantes, y 


Función Bajo el Fuego 135 

aquí empieza la primera sorpresa del público. La 
cantina parece más bien una pocilga, se ven dos 
méndigos borrachos en el suelo, y al cantinero con 
camisa sucia y sus mangas arremangadas está 
durmiendo recostado sobre el mostrador. 

En esto entran Abe, Sambo y Ikey y empiezan 
las complicaciones. 

Uno de los personajes en el segundo acto se 
llamaba Broadway Kate, y me costó un grandísimo 
trabajo enseñar a uno de los Tommies a que 
hablara y representara el papel de mujer. 

Otro personaje era Allcali Ike de Arizona, que 
hacia el fin de la pieza rompe todo lo que hay en 
la cantina, tirando tiros con su revólver. 

Tuvimos once ensayos de tres horas cada uno, 
antes de que considerara yo que podía darse la 
representación con éxito. 

Todos los compañeros de la brigada estaban 
locos por ver la primera función, la que debía 
verificarse el viernes en la noche, para cuya oca¬ 
sión había un entusiasmo indescriptible, cuando de 
repente se recibieron órdenes para que la brigada 
se pusiera en marcha a las dos de esa misma tarde. 
Echando maldiciones sin cuento al recibirse tal 
orden, tuvimos que cumplirla. 

Esa noche llegamos a la pequeña población de 

S-y allí también nos quedamos en cuarteles 

de descanso, en donde debíamos permanecer 
unas dos semanas. Desde luego nuestra compañía 
principió sus trabajos, y buscó en la población un 
lugar adecuado en donde pudiéramos dar nuestra 



136 ¡Al Asalto! 

función. Entonces tuvimos un desengaño desagra¬ 
dable. 

Ya se había establecido en esa población una 
compañía rival nuestra, se llamaba the “Bow 
Bells,” y anunciaban una pieza llamada Blighty 
—¿que Esperanzas? También estaba al llegar la 
compañía de conciertos de nuestra división. 

La compañía teatral que ya estaba allí cobraba 
un franco por persona, y esa noche todos los de 
nuestra compañía fuimos juntos a ver la represen¬ 
tación, la que en realidad era buena. Muy con¬ 
trariado estaba yo cuando pensaba como podría 
superarla. 

En una de las escenas aparecía una dama joven 
llamada Flossie. El soldado que desempeñaba 
este papel era muchacho de talento, y apareció 
como una señorita bonita y muy chic. Todos 
luego nos enamoramos de ella, hasta que dos días 
depués, mientras que íbamos marchando, pasamos 
al lado de Flossie que estaba con sus mangas 
arremangadas y el sudor cayéndole en borbotones, 
mientras que descargaba unas granadas de un 
carro motor. 

Al pasar nuestra sección le grité: “Oigame 
Flossie. Blighty—¿que Esperanzas?” La con- 
testatión de la señorita puso fin a mi cariño, pues 
me dijo: 

“Váyase al infierno.” 

Esta replica dió lugar a que mis compañeros se 
rieran por un buen rato de mi, lo que me impulsó 
a resolver decididamente que presentaríamos 


Función Bajo el Fuego 


137 


nuestra comedia en oposición a “Blighty—¿Que 
Esperanzas ?” 

Cuando regresamos al cuartel después de la 
marcha, Curley Wallace, mi socio empresario, 
vino corriendo a verme, y dijo que había encon¬ 
trado un magnífico lugar para dar nuestra función. 

Después de quitarme el equipo, y seguido de 
todos los compañeros, fui a ver el edificio que él 
había escogido. Era un granero inmenso que 
tenía una plataforma en un extremo muy adecuada 
para nuestro foro. Desde luego los compañeros 
empezaron a trabajar con entusiasmo, y antes de 
la noche ya lo habían arreglado convenientemente. 
Al día siguiente que era domingo y después de ir a 
la iglesia, nos dedicamos a nuestro último ensayo, 
el cual salió perfectamente. 

Preparé cuatro o cinco grandes rótulos anun¬ 
ciando que nuestra compañía daría una función 
esa noche en el teatro del Rey Jorge V., en la 
esquina de la calle Ammo y la Terraza de Sacos 
de Arena, y que se cobraría medio franco por 
entrada, debiendo pagarse un franco por las dos 
primeras filas en plateas y dos francos en los 
palcos. Por entonces ya habíamos recibido los 
programas impresos de Londres, y además anuncié 
que la noche de la primera función se le daría 
un programa gratis a todos los que tuvieran boletos 
de a un franco o más precio. 

Tuvimos una orquesta de siete músicos y siete 
instrumentos distintos. Esta orquesta era magní¬ 
fica, sobre todo cuando no tocaba. 


138 ¡Al Asalto! 

Se anunció que la representación principiaría 
a las seis p.m. 

A las cinco quince p.m. ya había un gran gentío 
en frente de las puertas, y parecía que íbamos a 
tener una magnífica entrada. Había dos palcos 
que tenían cuatro asientos cada uno y que desde 
luego fueron vendidos. Entonces a Ikey Cohen- 
stein se le ocurrió una brillante idea. Porqué no 
podíamos hacer uso de las vigas del techo, llamar¬ 
las palcos y cobrar dos francos por asiento en una 
de ellas. La única dificultad que había era como 
podrían los espectadores ir a esos palcos, pero a 
Ikey eso le pareció un mero detalle. 

Consiguió largas cuerdas y las ató alrededor de 
cada una de las vigas, y después hizo nudos en las 
tales cuerdas, para que pudieran servir como 
escaleras. 

Calculábamos que las vigas proporcionarían 
asientos para cuarenta individuos e hicimos boletos 
para ese número. 

Cuando los que tenían los boletos para esos 
palcos columbraron las vigas, y se les dijo que 
tenían que subir por las v escaleras de cuerdas, mos¬ 
traron suma indignación, pero como ya habíamos 
recibido su dinero, les dijimos que si eso no les 
convenía podian escribir a los empresarios después 
de la función, y que se les devolvería su dinero; 
pero que en tal caso no se les permitiría ver la 
función de esa noche. 

Después de refunfuñar un poco se conformaron, 
pero bajo la promesa de que en caso de que la 


Programa de una Función Dada en el Frente Occidental. 



The 


K1NG CEORGE V. 
THEATRE 

(Erected 19 X 6 ) 

Situated Córner of Sand Bag Terrace and 
Ammo Street. 

| ?rogramme j 

Under Management of Empey and Waílace, 


NOTE.—The Management warns all patrons of this 
Theatre that they will not be. responsible for 
injuries received from the unauthorized entrance 
of stray shells, “ whizz-bangs,” or rifle bullets. 


Programmes Printod by* Evarett, 



Executive Staff, 


A. G. Empey 
Jack Wallace 
Richard Turpín 
Gcorgc Parsons 
Frederíck Houghton 
WíIIiam Éverett ... 
Willíam Guilford ... 
Sydney Impey 
John Foxcroít 


Producer and Playwright 

. Manager 

. Cashier 

. Stage Manager 

Property Man 

. Electrician 

Carpenter 
... Booking Office 
Head Usher 


NOTE. 

The Management requests that patrons will remove their .steel helmets. 

m case of an attack, keep your seats, don't interrupt the performance 

If you don’t like the show, lea ve, don’t put on your gas helmets. 

Patrons will not bring live bombs into ttns theatre. 

No one allowed past the barbed wire in front óf the footlights as it is 
the actors’ only protection. No firing at actors. 

It is earnestly requested that any incivility or inattention towards 
patrons from the employees of this Theatre be reported at the 
Booking Office, so that the offender may be shot at sunrise (if he 
gets up in time). 

Ladies Room in rear of first balcony. Matron in attendance. 

Lounging and Smoking Room for gentlemen in the shell-proof cellar. 
Identification disc must be shown to prove you are a gentleman. 

Gentlemen are requested not to swear aloud at actors, the show, play¬ 
wright or orchestra. It is not their fault that they are rotten, they 
know it as well as you do. 

No tins of Bully Beef or Maconochie Rations accepted at the Booking 
Office in payment for tickets. 







Gaste of Characters 

(as they appear), 

Tom Twistem (gang leader and wise guy, owner and proprietor of the 
Diamond Palace Saloon, out for the dough) ... JACK WALLACE 

Fillem Up (bar tender of the Diamond Palace Saloon, an ex-burglar, 
a ticket-of-leave man) . WILFRED ISOM 

Sambo (a negro from Virginia, a'ways broke and hungry, joined a, 
minstrel show which went broke and left him stranded in New 
York) . EDWARD FITZGERALD 

Ikey Cohenstein (an East Side Jew, New York City, Dealer in 
Second hand Clothes and a Moneylender) CHARLES HONNEY 

Abe Switch (a Farmer, Postmaster, Constable, and owner of the only 
shop in Pumpkinville Center, Tennessee, U.S.A. First trip to 
New York City- Left his wife, Miranda, at home) A» G. EMPE Y 

Weary Willie (a bum, never works and always drunk) A. G. HALL 

Sid Cocaine (a morphine fiend, a man of few words) 

WILLIAM YERRELE 

“ Kid ” Papes (a tough newsboy) .... CHARLES'DALTON 

** Broadway” Kate (Tom Twistem’s lady friend, clever at getting the 
dough) . MADAME ZARA 

Sing Lee Sung (a Chínese Laundryman) WILLIAM YERRELE 

Alkali Iké (a Texas Cowboy from the Bad Lands, Texas, expert 
revolver shot, quick on the draw ánd shoots from the hip) 

A. G. HALL 


CUSTOMERS, SOLDIERS, ETC. 


Messrs. EMPEY and WALLACE 

PRESENT 

The Ríp Roaríng, Síde Splittíng, Farce Comedy 

ENTITLED 

H¡amonb |taícice ||a.foori 

A TRAVESTY ON NEW YORK LIFE, 

Acted by the All-Star Caste oí the 

167th BRIGADE MACHINE GUN COMPANY (Suicide Club), 

Sectíon No. J. 

Written, rehearsed and produced under ftrc during 
the Europcan War , France, 1916. 


Act I. 

Scbne I. Street Sccne on the Bowery, New York City. 

Time. Any oíd time. j 

Note. Five minutes interval to enable actors to get a drink. 

Act II. 

Scbne I. ( one sccne is sujficient) Interior of Diamond Palace Saloon, 
comer of 3 rd Avenue and I2th Street, New York City. 

Time, Same day as Act I. 


Overtur? 

Selection 

Intermezzo, 

March 

Selection 


Musical ^Programare 

Rendcred by the Trench Orchestra. — 

|. A. M. ROTTEN ... Leader. 

„* . “ Hymn of Hate ” 

.... ,. e ... “ FIow we Love der Kaiser " 

... ... ... ... “ Stick it into a Hun ” 

... »>. ■'*» »•« ... ... “ On to Berlin 

... ... “PoisonGas” 

— GOD SAVE THE KING. — 


P FINIS. P 





Función Bajo el Fuego 


i39 


función no sirviera tendrían el derecho de criticarla 
acerbamente. 

La función tuvo el mayor éxito hasta que Alkali 
Ike apareció en la escena con su revólver cargado 
de cartuchos en blanco. Detrás de la cantina 
había un estante con una gran fila de botellas. 
Se suponía que Alkali Ike debía empezar a la 
izquierda de esta línea, y romper seis de las bote¬ 
llas tirándoles con su revólver. Detrás de estas 
botellas había un telón pintado que se suponía 
representaba la parte interior de la cantina, y a 
cada tiro de la pistola de Alkali, un individuo 
detrás de la decoración le pegaba a una de las 
botellas con el mango de su instrumento para 
excavar trincheras y la hacía añicos, para causar 
la impresión de que Alkali era buen tirador. 

Sucedió que Alkali Ike empezó a tirar a la derecha 
de la línea de botellas en lugar de a la izquierda, 
y el pobre tonto que estaba detrás de la decoración 
empezó a romper las botellas a la izquierda. 
Entonces sí, aquí fue Troya entre los que estaban 
en los palcos. Pero fuera de este pequeño fracaso 
la función tuvo magnífico éxito, y resolvimos 
repetirla durante toda la semana. 

Como estaban pasando por la población nuevas 
tropas constantemente, tuvimos que poner el 
rótulo de “Teatro lleno” durante las seis repre¬ 
sentaciones. 


CAPÍTULO XIX 

EN SU PROPIA TRINCHERA 

P OR supuesto siempre Tommy no puede estar 
dando funciones teatrales bajo las balas, 
pero mientras que está en cuartel de descanso 
tiene distintas maneras de divertirse. Mucho le 
gustan los juegos de azar, pero nunca hace fuertes 
apuestas. Como regla general en cada compañía 
se encuentra algún jugador de profesión, y éste es 
el que generalmente pone el capital para todos 
los juegos, y es la autoridad indisputable acerca 
de las reglas de tales juegos. Siempre que se 
suscita alguna disputa entre los Tommies sobre 
algún punto indeciso del juego, para saber si 
Houghton tiene el derecho de ganarle a Watkins 
sus seis peniques, eso lo resuelve esa autoridad 
tan bien reconocida y su fallo es decisivo. 

Los dos juegos más populares son: “La Corona 
y el Ancla,” y “Lotería.” Lo que se necesita 
para jugar “La Corona y El Ancla” es un pedazo 
de lona de tres piés de largo por dos piés de ancho, 
que se divide en seis cuadrados iguales. En estos 
cuadrados están pintados un oro, una copa, una 
espada, un basto, una corona y una ancla, debien- 
140 


En su Propia Trinchera 141 

do cada cuadrado tener uno de ellos. Se em¬ 
plean tres dados y cada dado está marcado al 
igual de la lona. El director del juego se sitúa 
en la esquina de algún cuarto del cuartel y empieza 
a gritar hasta que se reúne un grupo considerable 
de Tommies, y acto continuo se da principio al 
juego. 

Los Tommies colocan sus apuestas sobre los 
cuadrados, y como regla general apuestan más a 
la corona o al ancla. Entonces el director echa 
los dados y cobra y paga, según sea el caso. Si 
uno apuesta a la corona y sale una en los dados 
le dan el monto de su apuesta, si salen dos le dan 
a uno doble y si tres el triple. Si la corona no 
sale y uno ha apostado por ella, pierde, y así 
sucesivamente. El tanto por ciento del director 
es elevado si se juega en todos los cuadrados, pero 
si los jugadores están a favor de apostar en dos 
cuadrados, digamos, es insegura su ventaja, pero 
como regla general él siempre gana. 

También es muy popular el juego de “Lotería,” 
para el cual se necesitan dos personas que lo dirijan. 
Consiste este juego en muchos cartones que con¬ 
tienen tres líneas de cuadrados con sus números, 
debiendo haber cinco números por cada línea, 
siendo estos números del uno al noventa, y de¬ 
biendo tener cada cartón una combinación distinta. 

Están abiertos los estaminets franceses en las 
poblaciones de once de la mañana a la una de 
tarde, según las órdenes militares. 

Después de comer los Tommies, se reúnen en 


142 


¡Al Asalto! 


estos lugares para beber cerveza francesa a penique 
el vaso y jugar “Lotería.” 

Luego que hay bastante gente en el estaminet , 
los dueños del juego de “Lotería” empiezan a 
trabajar para conseguir una partida, lo que hacen 
vendiendo cartones a un franco cada uno. Si 
hay diez en la partida, los dueños del juego rebajan 
dos francos como pago de su trabajo, y el que gana 
recibe ocho francos. 

Principia el juego, y cada jugador coloca su 
cartón delante de él en la mesa, pero antes corta 
unos fósforos en quince pedacitos. 

Uno de los dueños del juego tiene una pequeña 
bolsa en que hay noventa cuadritos de cartón, en 
que están impresos los números del uno al noventa. 
Golpea la mesa y grita: “Tengan cuidado que 
ya principia el juego, compañeros con buena 
suerte.” Entonces cesa el ruido, y todos atienden 
al juego. 

El que tiene la bolsa en la mano saca un cuadrado 
numerado, y desde luego llama el níímero. El 
individuo que tiene el cartón con ese número 
especial cubre el correspondiente cuadrado con 
un pedazo de fósforo, y el que primero cubre los 
quince números de su cartón, grita “Lotería”; 
entonces el otro dueño va y coteja el cartón, 
llamando los números marcados en él al que tiene 
la bolsa de números. Según los va llamando el 
otro confronta, y al fin dice “Está bien.” Si la 
confronta ha dado ese resultado, exclama: “Ganó 
la Lotería, pague al caballero de buena suerte y 


En su Propia Trinchera 


143 


véndale un cartón para la próxima partida .* 1 El 
“ Caballero de buena suerte,” generalmente compra 
un cartón, a menos que tenga un poco de sangre 
judía en sus venas. 

El que llama los números tiene muchos apodos 
para ellos; por ejemplo “El ojo de Kelly” es el 
uno; “Las piernas” el once, “Clickety-Click” el 
sesenta y seis y el “Más Viejo** es el noventa. 

Es juego de buena fé y bastante divertido. A 
veces tiene uno catorce números marcados en su 
cartón, y está esperando que llamen el décimo 
quinto. Con voz melosa dice uno: “Qye Wat- 
kins compañero, estoy en espera del ‘Ojo de 
Kelly,*” y Watkins le contesta: “Pues búscalo 
con los dos tuyos, que yo no lo veo.” 

Hay otro que se llama el Pontón, que se juega 
con naipes y se parece a nuestro “Veinte y Uno.*’ 

También es muy ‘popular un juego de naipes 
llamado “Brag,” que se juega con las mismas 
cartas que el “Casino,” y en ese juego el que da 
las cartas reparte tres a cada jugador. Se parece 
bastante a nuestro “Poker,” excepto que no se em¬ 
plean más que tres cartas, y que no se puede pedir 
más. Nunca se barajan, hasta que alguno enseña 
tres de la misma clase o un “prile,” como se llama. 
El valor de las manos es: una carta de las más 
altas, un par, una secuencia, todas del mismo 
color o tres de la misma clase o sea “prile.” Como 
regla general el límite es un penique, asi que es 
difícil ganarse una fortuna en este juego. El 
siguiente juego más popular es uno de naipes que 


144 


¡Al Asalto! 


se llama “El Sueño”; está bien denominado, pues 
cada vez que yo lo jugaba me quedaba dormido. 

La aristocracia de la compañía juega el Whist 
y el Solitario. 

Cuando los jugadores se cansan de todos los 
demás, tratan de jugar “El Banquero y el Corre¬ 
dor.” 

Estuve durante una semana tratando de enseñar 
a los Tommies como se jugaba el Poker, pero 
después de ganarles treinta y cinco francos, me 
dijeron que no les gustaba mucho ese juego. 

Los Tommies juegan pocos juegos de naipes; 
y pocos son los que conocen el Poker, Euchre, 
Seven Up, y Pinochle; aunque tienen un juego 
parecido a este último que llaman “ Bezique Real,” 
pero pocos saben jugarlo. 

Casi siempre hay dos barajas en una sección, 
y al poco tiempo están tan sucias y estrujadas, 
que apenas puede uno distinguir el as de bastos 
del de espadas. Los dueños de ellas a veces tienen 
la amabilidad de prestarlas, después de repetidas 
súplicas. 

Asi se ve que Tommy Atkins a veces sufre y a 
veces se divierte, y muy en contra de la opinión 
general se puede decir que los soldados del ejército 
británico viven contentos en las trincheras. 
Cuando fui a la escuela en Virginia leía en un 
antiguo primer libro de lectura del viejo McGuífy, 
que según él opinaba un inglés era un conjunto 
de nuestros revolucionarios del *76 con uno de los 
modernos Sinn Feiners. Pero por mi parte puedo 


En su Propia Trinchera 


145 


decir que Tommy es uno de los mejores compañe¬ 
ros, y es un caballero a carta cabal. Nunca 
habla mal de sus oficiales. Si alguno de ellos 
comete algún craso error, Tommy paga la cuenta 
con su sangre, pero no critica en lo general al 
oficial, y sólo expresa su sentimiento por lo ocu¬ 
rrido. Sucede lo que sucedió con la Brigada 
Ligera en Balaclava como también con lo que 
acaeció en Gallipoli, Neuve Chapelle y Loos. 
Ahora recuerdo un pequeño incidente en que 
veinte de nosotros fuimos a asaltar una trinchera 
y sólo dos regresamos vivos, pero mejor me lo 
reservo para después. 

He dicho que todos estábamos contentos; en 
verdad formábamos una familia unida, y como en 
toda familia tiene que haber sirvientes, también 
hay sirvientes en el ejército inglés; estos son los 
sirvientes u ordenanzas de los oficiales u O. S. como 
son designados. En una disputa que hubo en 
los periódicos ingleses, Winston Churchill dijo, 
según recuerdo, que en las tropas inglesas había 
cerca de doscientos mil sirvientes u ordenanzas de 
oficiales. Dijo que esto eliminaba a doscientos 
mil combatientes, valientes y disciplinados, de 
las líneas de fuego, y además decía que los oficiales 
al escoger a un soldado para que le sirviera de 
ordenanza, generalmente escogía a uno que era 
veterano y sumamente útil. 

Pero según lo que yo observe, creo que un gran 
número de esos sirvientes u ordenanzas también 
van por arriba de las trincheras, aunque cuando 


10 


146 


¡Al Asalto! 


estén trabajando en las líneas rara vez excaven, 
vayan a revista o hagan ejercicio. Esta tarea es 
tan necesaria como el tomar parte en un asalto, 
por lo tanto creo que puede decirse que los trabajos 
hechos por estos doscientos mil hombres son iguales 
a los que harían cincuenta mil hombres dedicados 
a sus deberes militares de costumbre. En muchos 
casos los sirvientes de los oficiales tienen el rango 
de cabos, y ejercen los mismos deberes y la autori¬ 
dad de un mayordomo, y llevan un galón que les 
da precedencia sobre los demás sirvientes. 

Se cuentan muchas anécdotas chistosas respecto 
de los O. S. 

Uno de nuestros mayores se apareció uno de 
esos días en el departamento de los sirvientes y 
empezó a echarles pestes, diciendo que a su caba¬ 
llo no le habían dado paja, y que él personalmente 
sabía que se había expedido la orden con ese fin. 
Increpó al cabo correspondiente, y éste le contestó: 
“ Pues bien señor, puede ser que mandaron la paja, 
pero como no teníamos la suficiente para las camas 
de los sirvientes, puede ser también que utilizamos 
algo de lo que debía servir para su caballo.” 

Innecesario es decir que esa noche los sirvientes 
no tuvieron suficiente paja para poner en sus camas. 

Por supuesto que lo que sucede no es la culpa 
especial de los oficiales, sino que es debido a las 
antiguas costumbres inglesas, y bien se sabe que 
es difícil que un inglés cambie sus costumbres en 
un día. 

Pero como regla general el oficial inglés es un 


En su Propia Trinchera 147 

buen compañero, y aun a veces sentado en el 
escalón de fuego oirá muy atentamente la opinión 
del soldado raso Jones sobre la manera como debía 
llevarse a efecto la guerra; esta guerra que poco 
a poco va desmoronando la muralla que separa 
a las clases sociales. 

De ésto uno puede quedar convencido al ver al 
Rey Jorge estar entre sus soldados pasando revista 
bajo el fuego de las balas, o deteniéndose ante una 
pequeña cruz de madera en un campo destrozado 
por las granadas y derramando lágrimas al leer 
la inscripción en esa cruz; y poco después al verlo 
inclinarse sobre un herido en una camilla, tocándole 
la cabeza cariñosamente. 

Todavía he visto cosas más sorprendentes que 
esa: he visto a una señora de la alta nobleza que 
estaba de enfermera en la Cruz Roja, ir y asistir a 
un soldado herido que puede ser había sido uno 
que anteriormente le entregaba el carbón y lo 
depositaba en su sótano, y ahora no le repugna en¬ 
cender su cigarro o aun lavarle el cuerpo sucio. 

Tommy es un gran admirador del Rey Alberto 
de Bélgica, porque no es uno de esos que obliga 
a los soldados a combatir, sino que él se pone a 
su cabeza y combate con ellos. El no es de aque¬ 
llos que sólo da la voz de mando para atacar a una 
trinchera, sino que él mismo, espada en mano, los 
ayuda a tomarla. 

Muy interesante es notar los distintos caracteres 
de los soldados irlandeses, escoseses e ingleses. 
Los irlandeses y escoseses son muy impetuosos, 


148 


¡Al Asalto! 


sobre todo durante una carga a la bayoneta, 
mientras que los ingleses, aunque algo más despa¬ 
ciosos, pelean con denuedo, son más metódicos, 
y pertinaces como un bulldog para retener una 
posición que hayan tomado. Piensan más des¬ 
pacio, y es por eso que nunca saben cuando los 
han derrotado. 

Veinte minutos antes de que el Tommy inglés 
se vaya a pelear por arriba de la trinchera, estará 
sentado en el escalón de fuego examinando con 
cuidado el mecanismo de su rifle, para ver si puede 
funcionar y tirar con certeza. Después de ese 
examen queda satisfecho, y está listo para com¬ 
batir a los boches. 

Pero el irlandés o escosés se sientan en el escalón 
de fuego, con su rifle con bayoneta lista entre las 
rodillas y puede ser que la culata esté enterrada 
en el lodo. El gatillo no podrá funcionar debido 
al moho que se haya acumulado, pero con todo 
eso después de pulir bien su bayoneta está listo 
para entrar en discusión enérgica con Fritz. 

Casi es innecesario mencionar a los soldados de 
las colonias (a los del Canadá, Australia y de la 
Nueva Zelandia), porque todo el mundo sabe lo 
que han hecho en pro de Inglaterra. 

A los procedentes de Australia y Nueva Zelandia 
se les llama “Anzac,” nombre que se ha formado 
con las primeras letras oficiales de su división (Aus- 
tralian and New Zealand Army Corps) “Cuerpo 
del Ejército de Australia y Nueva Zelandia.” 

Los Tommies dividen el ejército alemán en 


En su Propia Trinchera 


149 


tres clases, según sus facultades para combatir, y 
los colocan en el orden siguiente; prusianos, bávaros 
y sajones. 

Cuando se combate con un regimiento prusiano 
tiene uno que tener sumo cuidado y escabullir el 
cuerpo en el parapeto, pues el tiroteo es constante y 
la lucha es terrible. Los bávaros son casi iguales, 
pero los sajones son más amables y aun a veces 
se conducen como caballeros y no son tan terribles 
como los demás; sin embargo no debe uno des¬ 
cuidarse de ellos por mucho tiempo. 

En un punto de la línea las trincheras están como 
a una distancia de treinta y dos yardas una de 
otra. Parece esto cosa muy terrible, pero en 
realidad no lo es, porque ni un lado ni otro puede 
bombardear la trinchera del frente de la línea del 
enemigo, por temor de que las granadas caigan 
sobre sus propias trincheras, y por lo tanto se 
suprime el fuego de artillería. 

En estas trincheras cuando los Tommies tenían 
de contrincantes a los prusianos y bávaros, el 
combate era rudo, pero cuando los sajones se en¬ 
traban en la pelea no era cosa tan terrible, y aun 
a veces gritaban que ellos eran sajones y que no 
tirarían. Asi es que los soldados de ambos lados 
se sentaban en los parapetos y entablaban una con¬ 
versación, que por regla general consistía en que 
los Tommies les decían que mucho querían al 
Kaiser, mientras que los sajones informaban a 
los Tommies, que el Rey Jorge era amigo íntimo 
de ellos y que deseaban que estuviera bien de salud. 


¡Al Asalto! 


150 

Luego que los sajones eran relevados por pru¬ 
sianos o bávaros, transmitían esta noticia y los 
Tommies luego se escabullían en sus trincheras 
y no sacaban fuera la cabeza. 

Cuando era relevado un regimiento inglés por 
un irlandés, Tommy se lo anunciaba a los sajones, 
y luego se oía un diluvio de “ Donner und Blitzen,” 
y entonces le tocaba a Fritz escabullirse y tener 
el mayor cuidado para evitar un percance. 

Como regla general cuando mandan a un irlan¬ 
dés a las trincheras, algo temprano por la mañana, 
luego coloca su riñe por arriba del parapeto diri¬ 
giéndole hacia la trinchera alemana, y empieza a 
verificar lo que se llama “su minuto de locura,” 
lo que consiste en tirar quince veces consecutivas 
en un minuto. No apunta contra ninguno espe¬ 
cialmente, sólo envía los tiros deseando que alguno 
de ellos le pegue en la nuca a algún pobre Fritz, 
que sin pensar en lo que le va a suceder está a 
unos centenares de yardas detrás de la línea. Y 
generalmente les pega el tiro, y es por eso que los 
boches odian a los irlandeses. 

Los sajones, aunque mejores que los prusianos 
y bávaros, de repente demuestran tendencias 
traicioneras. 

En un lugar de la línea en donde las trincheras 
están muy cerca unas de otras, se había fijado un 
poste en el suelo a media distancia de las dos 
líneas hostiles. De noche cuando le tocaba estar 
de guardia, Tommy gateando iba a este poste y 
colgaba algunos periódicos de Londres, mientras 



No Parecemos muy Tristes ¿No es Verdad? 







• •• 


En su Propia Trinchera 151 

que dejaba a su lado algunas latas de carne pren¬ 
sada, cigarros, dulces y otras cosas de buen gusto 
que él había recibido de Blighty en los paquetes 
que con tanta ansia esperaba. Poco después 
Fritz iba y recogia esos regalos. 

A la noche siguiente Tommy iba a ver lo que 
Fritz le había dejado como recuerdo. General¬ 
mente su donativo consistía en un periódico 
de Berlín que decia que los alemanes estaban 
ganando la guerra, algunas salchichas, cigarros y 
de vez en cuando un poco de cerveza. Lo curioso 
era que Tommy nunca regresaba sin haberse 
bebido la cerveza. Una noche su jefe le olió la 
boca y después de eso ya Tommy no pudo volver 
a hacer de las suyas. Otra noche un joven sar¬ 
gento inglés se acercó al poste y trató de quitar el 
periódico alemán que habían atado .a él, y de 
repente hizo explosión y lo hirió horriblemente. 
Fritz había hecho esta terible treta y había herido 
a un enemigo de manera alevosa, lo que le servirá 
de marca negra contra de él en el libro de esta 
guerra. Después de eso se rompieron todas las 
relaciones diplomáticas. 

Volviendo a hablar de Tommy diré que su modo 
de ser se puede comprender bien por las pregun¬ 
tas que hace. Él nunca pregunta: “¿Quién va 
a ganar la guerra?” sino siempre “¿ Cuanto tiempo 
nos tomará para ganarla?” 


CAPÍTULO XX 

CONVERSACIONES CON FRITZ 

E STABAMOS nadando en plata debido a lo 
que habíamos ganado con nuestra empresa 
teatral, y ya casi nos habíamos olvidado de la 
guerra, cuando se recibieron órdenes para que 
nuestra brigada volviera a ocupar su sector de la 
línea. 

El día que esas órdenes se recibieron, nuestro 
capitán reunió a la compañía y pidió voluntarios 
para ir a la escuela de Cañones de Tiro Rápido en 
St. Omer. Yo me ofrecí y fui aceptado. 

Eramos diez y seis de nuestra brigada los que 
nos fuimos a tomar lecciones en el tiro de cañón. 
Duró dos semanas este curso, y después de él nos 
juntamos con nuestro cuerpo y nos asignaron a 
la compañía de la brigada de Cañones de Tiro 
Rápido. Con sumo sentimiento me separé de 
mis buenos compañeros. 

Empleábamos el cañón llamado Vickers, ligero, 
del .303. 

Todavía yo era miembro del Club del Suicidio, 
asi es que puede decirse que me fui de Guatemala 
a guatepeor. Me mandaron a la Sección 1, Cañón 
152 


Conversaciones con Fri tz 


153 


no. 2, y por la primera vez estuve colocado en la 
trinchera de la línea del frente. 

Durante el día nuestro cañón estaba desmontado 
sobre el escalón de fuego listo para hacerlo fun¬ 
cionar. Estábamos juntos con los artilleros de 
Lewis en la covacha, y cuando recibiamos las 
órdenes de “ arriba,” montábamos nuestro cañón 
sobre el parapeto y nos quedábamos de guardia 
junto de él hasta que venía la orden de 1 ‘ abajo ” 
por la mañana, y entonces se desmontaba el cañón 
y se tenía listo en el escalón de fuego. 

Estuvimos en esta tarea unos ocho días en la 
trinchera del frente de la línea, sin que nada espe¬ 
cial acaeciera fuera del trabajo común y corriente 
de las trincheras. Durante la noche que íbamos 
a hacer la guardia, se organizó una partida para 
bombadear las líneas de los alemanes. Esta 
partida consistía de sesenta hombres de la compa¬ 
ñía, seis tiradores de bomba, y cuatro cañones de 
tiro rápido de Lewis con sus artilleros correspon¬ 
dientes. Muy sorprendidos quedaron los boches 
con ese asalto, que tuvo el mayor éxito, pues 
regresamos trayendo a veinte y un prisioneros. 

Esto debe haber enfurecido a los alemanes, 
porque empezaron a tirar fuertes descargas de 
granadas, balas y toda clase de proyectiles, los 
que caían en frente de nuestra línea como si fueran 
granizos. 

Para vengamos nosotros pudimos hacer dejado 
los prisioneros en la trinchera de fuego a cargo de 
la guardia, y dejar que Fritz al verificar su strafeing 


154 


¡Al Asalto! 


los hubiera matado, pero Tommy no trata a sus 
prisioneros de esa manera. 

Trajeron cinco de ellos a nuestra covacha y me 
los dejaron a mi cargo, a fin de que no les tocaran 
las balas de los alemanes. 

A la luz de la vela se veían muy nerviosos y sus 
caras estaban muy pálidas, con excepción de uno 
de ellos que era un hombrón, que parecía estar muy 
tranquilo y quien desde luego mucho me simpatizó. 

Saqué la botella de ron y les di un traguito a 
cada uno, además de obsequiarles, con algunos 
cigarros de la marca conocida “ Woodbine.” Los 
demás prisioneros demostraron su gratitud con 
las miradas; pero el gigante me dijo en inglés: 
“Mil gracias, el ron es excelente y mucho me 
gusta. Mil gracias por todo.” 

Me dijo que se llamaba Cari Schmidt, que era 
del cuerpo 66 de la Infantería Ligera de Baviera, 
que había vivido seis años en Nueva York (conocía 
la ciudad mejor que yo mismo), que había estado 
en Coney Island, y había asistido a muchos juegos 
de base ball. En verdad era muy afecto a ese 
juego, y sin embargo no le pude convencer que 
Hans Wagner no era el mejor jugador de base ball 
en el mundo. 

De Nueva York se había ido a Londres, y allí 
estuvo de criado en el hotel Russell. Poco antes 
de la guerra regresó a Alemania para ver a sus 
padres, y cuando la guerra principió tuvo que 
ingresar en el ejército. 

Me dijo que mucho sentía que Londres fuera 


Conversaciones con Fritz 


155 


un montón de ruinas debido a los ataques de los 
Zepelines. No le pude convencer que ésto no era 
cierto, porque él me aseguró que había visto en un 
cinematógrafo de una ciudad alemana la catedral 
de San Pablo toda en ruinas. 

Cambié de conversación, porque noté que estaba 
muy fijo en sus ideas. Quería tratar de averiguar 
por él como funcionaban los tiradores alemanes, 
que últimamente nos habían causado bastante 
daño. 

Le sugerí esa conversación, pero luego se quedó 
sordo como una tapia. Después de algunos 
minutos, me dijo muy sencillamente: 

¡ _“A los tiradores alemanes se les pagan premios 
por matar a los ingleses.” Muy interesado le 
pregunté: “¿Y cuales son esos premios?” 

Y me contestó: “Por matar o herir a un soldado 
raso inglés, el tirador recibe un marco. Por herir 
o matar a un oficial inglés recibe cinco marcos, 
pero si mata a un Gorro Rojo o general inglés es 
castigado el tirador, y permanece por veinte y un 
días atado a la rueda de un armón, como castigo 
por su descuido.” 

Entonces dejó de hablar, y esperó que yo cayera 
en el garlito. 

Y caí, y le pregunté por qué castigaban a los 
tiradores que mataran a un general inglés. 
Sonriéndose me contestó: 

“Usted bien comprende que si matáramos a 
todos los generales ingleses, no quedaría ninguno 
que pudiera cometer tan crasos errores.” 


156 


¡Al Asalto! 


Ya no le hice más preguntas, pues me pareció 
su conducta bien atrevida para ser la de un prisio¬ 
nero. Después de un poco de tiempo me giñó el 
y yo hice lo mismo; entonces la escolta vino a 
llevarse a los prisoneros a retaguardia. Le di 
un apretón de manos, y le desée la mejor suerte y 
un viaje feliz a Blighty. 

Me gustaba ese prisionero pues parecía hombre 
valiente, y eso lo demostraba la Cruz de Hierro 
que llevaba. Le aconsejé que no la enseñara, 
porque pudiera suceder que algún Tommy quisiera 
mandársela como recuerdo a su novia en Blighty. 

Durante una noche obscura y lluviosa, mientras 
que estábamos de guardia, seguíamos haciendo 
observaciones por arriba de la trinchera desde el 
escalón de fuego de nuestra línea del frente. Y 
oímos un ruido muy próximo a nuestra cerca de 
alambre. El sentinela que estaba a mi lado marcó 
el alto y apuntó con su rifle. Le contestaron en 
alemán. Un capitán que estaba en la siguiente 
trinchera transversal se montó sobre el parapeto 
de costales de arena para averiguar lo que pasaba 
—lo que fué hecho con mucha valentía y con 
atrevimiento—y de repente se oyó el chiflido de 
una bala y cayó él dentro de la trinchera con un 
agujero en el estómago, muriendo pocos minutos 
después. Un cabo primero de la siguiente com¬ 
pañía se enfureció tanto al ver que habían matado 
al capitán, que tiró una bomba Mills en la direc¬ 
ción de donde provino el ruido, gritándonos al 
mismo tiempo “ Bajen las cabezas compañeros.” 


Conversaciones con Fritz 157 

Luego se oyó el estruendo causado por la dinamita, 
se vio una llamadara y todo quedó en silencio. 

Inmediatamente después arrojamos al aire dos 
granadas y al estallar, por sus reflejos vimos dos 
bultos obscuros que estaban tirados en la tierra 
cerca de nuestro alambrado. Un sargento y cuatro 
camilleros salieron y pronto regresaron trayendo 
a dos cuerpos inertes. Ya dentro de la covacha, 
y contemplando por la luz temblorosa de tres 
velas, vimos que eran dos oficiales, uno un capitán 
y el otro un unteroffizier , que es un rango más 
alto que el de sargento primero, pero más bajo 
que el de teniente. 

La explosión de la bomba casi había destrozado 
por completo la cara del capitán. Aunque respi¬ 
rando con dificultad, el unteroffizier todavía 
estaba en vida, y a los pocos minutos abrió los 
ojos y los parpadeó al sentir el reflejo de las velas. 

Parecía que los dos se habían emborrachado, 
pues el olor del alcohol se sentía por toda la covacha. 
Me voltée muy contrariado, pues a mi me causa 
mucha vergüenza ver que se enborracha un 
hombre cuando está al frente del enemigo. 

Uno de nuestros oficiales podía hablar alemán 
e hizo algunas preguntas al moribundo, el cual 
con voz apagada y con ronquidos frecuentes nos 
contó lo ocurrido. 

Parece que había habido una reunión de oficiales 
en una de las covachas alemanas, en que se había 
bebido mucho, sobre todo mucha champaña. 
Con la mirada estúpida del borracho, nos dijo que 


158 


¡Al Asalto! 


ellos tenían mucha champaña y que esa bebida 
no les costaba nada. A eso de las siete de la 
noche empezaron a hablar sobre la supuesta cobar¬ 
día de los ingleses, y el capitán apostó a que él 
colgaría su gorro en el cerco inglés para demostrar 
como se mofaba de los sentinelas ingleses. Fué 
aceptada la apuesta, y a las ocho el capitán y él 
se fueron silenciosamente por la Tierra Inhabitable 
para dar cumplimiento a la apuesta. 

Ya habían cruzado la mitad de la distancia, 
cuando la bebida produjo sus efectos y el capitán 
se cayó dormido. Después de dos horas de 
trabajo constante, el unteroffizier al fin logró 
despertar al capitán, le recordó su apuesta y le 
dijo que todos sus compañeros se reirían de él si 
no cumplía lo prometido, pero el capitán empezó a 
temblar e insistió en regresar a las líneas alemanas. 
Perdieron su dirección debido a la obscuridad y 
se acercaron a las trincheras inglesas, llegando 
hasta tocar el alambrado, cuando nuestro sentinela 
repentinamente les marcó el alto. Como estaban 
tan borrachos no comprendieron que el sentinela 
les hablaba en inglés, y el capitán se negó a regre¬ 
sar, pero al fin el unteroffizier convenció a su jefe 
que estaban en frente del alambrado inglés. 
Cuando al fin llegó a comprender esto, el capitán 
sacó su revólver y echando un juramento, tiró en 
la dirección de nuestra trinchera, y sin duda su 
bala mató a nuestro capitán. 

Entonces fué que hizo explosión la bomba y 
como ya se sabe los hirió y causó la muerte del 


Conversaciones con Fritz 


i59 


capitán. Y sin dar más informes el unteroffizier 
falleció. 

Registramos sus cuerpos buscando sus discos 
de identificación, pero ellos habían perdido todo 
en su empresa de locos. 

A la tarde siguiente los enterramos en nuestro 
pequeño cementerio en un lugar separado del de 
las tumbas de los Tommies. Si alguna vez llegara 
usted a visitar ese cementerio, encontrará dos 
pequeñas cruces de madera, en la esquina del 
mismo cementerio y aparte de las demás tumbas, 
y leerá lo siguiente: 

Capitán 

Ejército Alemán 
Murió—1916 
Desconocido 
R. I. P. 

Unteroffizier 
Ejército Alemán 
Murió — 1916 
Desconocido 

R. I. P. 


CAPÍTULO XXI 

ALGUNAS COMPLICACIONES 

P OR la tarde siguiente fuimos relevados por 
la brigada—, y otra vez regresamos a nues¬ 
tros cuarteles de descanso. Al llegar nos dieron 
veinte y cuatro horas para hecer un aseo general. 
Había terminado de limpiar mi uniforme, quitán¬ 
dole el lodo que tenía, cuando el sargento segundo 
me informó que mi nombre aparecía en la lista 
de los que habían recibido licencia, y que debía 
presentarme por la mañana siguiente para recibir 
mi licencia, órdenes de marcha y rancho. 

Me volví medio loco, principié a correr de aquí 
allá haciendo mis bultos y llenándolos con recuer¬ 
dos, como pedazos de granada, bombas, tapana- 
rices, balas de rifle y un casco de guardia prusiano. 
En realidad antes de irme a acostar ya tenía todo 
listo, para presentarme a recibir mis órdenes a las 
nueve de la mañana siguiente. 

Todos envidiaban mi buena suerte, y yo demos¬ 
traba mi contento y le decía a mis compañeros 
que iba a entretenerme mucho, que iba a visitar 
muchos lugares, y que iba a beber mucha cerveza 
inglesa. Hasta exageraba yo las cosas, pues así 
160 



El Autor con un Casco Alemán que le Fué quitado al Enemigo. 








Algunas Complicaciones 161 

todos lo hacen, y esta vez a mi me tocaba mi turno 
y yo quería pagarles con la misma moneda. 

A las nueve me presenté ante el capitán, recibí 
mi orden de marcha y el pase correspondiente. 
Me preguntó que suma quería yo recibir como 
anticipo. Muy precipitadamente le dije: “Tres¬ 
cientos francos, señor,” y él tan precipitadamente 
me entregó cien francos. 

Entonces me presenté en el cuartel general de 
la brigada, cargando todos mis bultos que pesaban 
como una tonelada. Esperé con cuarenta otros 
más para que nos examinara el ayudante, quien 
nos hizo esperar como una hora, puede ser que 
porque estaba contrariado por no poder ir con 
nosotros. 

El sargento primero nos entregó el rancho para 
dos días, en un pequeño saco de lona blanco, que 
atamos a nuestros cinturones. 

Llegaron los carros y nos metimos en ellos, 
riéndonos, haciendo chistes y muy contentos. 
Tan contentos íbamos que creo que aun hubiéra¬ 
mos abrigado algún cariño hacia los alemanes. 
Ya principiaba nuestro viaje para ir a gozar siete 
días en Blighty. 

Duró nuestro viaje en los carros unas dos horas, 
y al terminarlo estábamos cubiertos de un polvo 
blanco y fino procedente del camino; pero lo cual 
no nos causó descontento, aunque casi nos sofo¬ 
cábamos. 

En la estación del ferrocarril en F-, nos 

presentamos ante un oficial, que llevaba una cinta 

ii 



IÓ2 


¡Al Asalto! 


blanca alrededor del brazo, en que se leían las 
letras R. T. O. (Oficial de los Transportes Reales). 
Para nosotros ese oficial nos parecía ser Santa 
Claus (San Nicolás). 

Presentamos nuestras órdenes al sargento a 
cargo de la estación, quien después de examinarlas 
nos dijo: “Esténse en la plataforma y hagan lo 
que quieran, pero nó se vayan, pues es probable 
que el tren llegue en cinco minutos—o en cinco 
horas.” 

Llegó en cinco horas, comprendiendo unos once 
carros que parecían fosforeras sobre grandes ruedas 
y que eran llevadas por una pequeña locomotora 
muy averiada. Estas fosforeras eran carros para 
ganado, y en los lados de los cuales llevaban 
pintados los bien conocidos rótulos de “Hommes 
40, Chevaux 8.” 

El R. T. O. nos metió a todos juntos en un sólo 
carro, lo que no nos preocupó de ninguna manera, 
pues nos parecía que estábamos en carros Pullman. 

Pasamos dos días en ese tren, saltando, parán¬ 
donos, yendo aprisa y algunas veces quedándonos 
en un lado del camino. En tres estaciones nos 
quedamos el tiempo suficiente para hacer té, pero 
no pudimos lavamos, asi es que cuando llegamos 

a B-, en donde nos íbamos a embarcar para 

Blighty, ya estábamos tan negros como si fuéra¬ 
mos algerianos, y con nuestras caras sin afeitar, 
parecíamos más bien pordioseros. Pero apesar 
de todo y de estar cansados nos sentíamos muy 
contentos. 


Algunas Complicaciones 163 

Ya habíamos arreglado nuestros bultos, pues 
estábamos listos para bajar de los carros, cuando 
un R. T. 0 . levantó la mano para que pararamos 
en donde estábamos y nos vino a ver. Esto es lo 
que él nos dijo: 

“Compañeros, lo siento mucho, pero se han 
recibido órdenes que revocan todas las licencias 
que se dieron. Si ustedes hubieran llegado tres 
horas antes ya se habrían ido. Ahora tienen que 
permanecer en ese tren que los regresará. Se les 
entregará el rancho necesario para su viaje de 
regreso a sus estaciones respectivas. Son éstas 
muy malas noticias, yo comprendo,” y después se 
fué. 

Al principio hubo un silencio sepulcral. En 
seguida los compañeros todos empezaron a echar 
maldiciones, tirar sus rifles sobre el piso del carro, 
otros no decían nada y parecían estar estupefactos, 
mientras que a algunos les corrían las lágrimas. 
Todos estábamos sumamente contrariados. 

Como maldeciamos al maquinista de ese tren, 
pues deciamos que había sido todo culpa de él (a 
lo menos así lo pensábamos), porque no se había 
apurado un poco y llegado a tiempo, para que nos 
hubiésemos ido antes de que llegara la malhadada 
orden. Asi es que por ahora nos quedábamos 
sin Blighty. 

Ese viaje de regreso fué verdaderamente triste 
para todos, y casi ni puedo describirlo. 

Cuando llegamos de regreso a nuestros cuarteles 
de descanso, nos encontramos con que nuestra 


164 


¡Al Asalto! 


brigada estaba en las trincheras (otra sorpresa 
agradable), y que se tenía la intención de verificar 
un asalto. 

Diez y siete de los cuarenta y uno no tendrán 
otra oportunidad de conseguir licencia; los mata¬ 
ron en el asalto. ¡ Nada más pensar que si aquel 
tren hubiera llegado a tiempo, esos diez y siete 
todavía estuvieran en vida! 

Me da pena decir como mis compañeros me 
bromearon a mi regreso; sólo puedo decir que no 
escasearon tales bromas. 

Nuestra compañía de cañones de tiro rápido 
ocupó su puesto en la línea a las siete de la noche, 
después de que regresé de mi supuesta licencia. 

A las tres y treinta de la mañana siguiente veri¬ 
ficamos tres asaltos y tomamos posesión de la 
primera y segunda trincheras alemanas. Los 
artilleros de cañones de tiro rápido tomaron parte 
en el cuarto asalto para consolidar la línea que se 
había tomado o “ excavarla’ ’ como Tommy lo 
llama. 

Cruzamos la Tierra Inhabitable sin sufrir nin¬ 
gunas pérdidas, llegamos a la trinchera alemana 
y montamos los cañones en los parapetos de la 
misma. 

Jamás he visto una destrucción tal en toda mi 
vida—por doquiera se veían trozos de alambre 
con púas, agujeros hechos por las granadas, la 
trinchera destruida, los parapetos echados abajo 
e infinidad de cadáveres, en realidad esa trin¬ 
chera estaba llena de tales cadáveres, los del 


Algunas Complicaciones 165 

enemigo y de los nuestros. Era un verdadero 
camposanto. Algunos habían sido destrozados 
horriblemente por nuestras bombas, mientras que 
otros estaban enteramente enterrados en el lodo 
o sólo parte del cuerpo, debido a las explosiones 
de las granadas que echaron abajo las paredes de 
la trinchera. Vi a un alemán muerto que estaba 
recostado de espaldas y que tenía un rifle atrave¬ 
sado, cuya bayoneta había penetrado por entero 
hasta el puño en su pecho. A sus piés estaba 
un soldado inglés muerto, con su frente agujereada 
por una bala. Probablemente este Tommy debe 
haber muerto en los momentos en que le enterró 
la bayoneta al alemán. 

Por doquiera se veían tirados rifles y uniformes, 
y de vez en cuando un casco de acero que salía de 
entre el lodo. 

En un lugar que estaba cerca de la entrada de 
una trinchera de comunicación, se veía una camilla. 
Sobre esa camilla estaba un alemán recostado 
que tenía una venda blanca alrededor de la rodilla, 
y cerca de él estaba tirado uno de los camilleros, 
con su cruz roja en el brazo cubierta de lodo y su 
casco lleno de sangre y sesos. Cerca de él y sen¬ 
tado contra la pared de la trinchera con la cabeza 
inclinada hacia el pecho, se veía a otro camillero. 
Parecía estar en vida, pues su postura era tan 
natural, pero cuando me le acerqué pude verle un 
agujero, grande y sesgado, sobre las sienes. Indu¬ 
dablemente la misma bomba debe haber matado 
a los tres simultáneamente. 


i66 


¡Al Asalto! 


Estaban destruidas las covachas y con grietas 
por todas partes, las paredes caídas, y los soportes 
de madera en pedacitos, mientras que las entradas 
estaban llenas de escombros. 

Después de que Tommy toma una trinchera, él 
tiene el sentimiento de saber que todavía le queda 
el trabajo duro, muy duro de retener posesión 
de ella, y asi sucedió en este caso. 

La artillería alemana y sus cañones de tiro ráp ; do 
nos habían metido bien la puntería, asi es que sólo 
arriesgando la vida podía uno presentarse fuera 
de la trinchera. 

Uno no debe suponer que sólo los alemanes 
sufrieron fuertes pérdidas; nosotros también las 
tuvimos y tan numerosas que bien hubiera sido 
necesario una máquina calculadora para estimar¬ 
las con la debida rapidez. 

Si alguno ha visto unas de esas dragas de vapor 
trabajando en el Canal de Panamá, no le parecería 
trabajo tan fuerte como el que estaban haciendo 
los Tommies al excavar bajo el fuego de las balas, 
pues apenas se podía ver por entre las nubes de 
polvo que levantaban con sus palas. 

Después de la pérdida de tres de nuestros seis 
compañeros, conseguimos colocar en buena posi¬ 
ción al cañón de tiro rápido. Uno de los piés del 
trípode estaba colocado sobre el pecho, de un 
cadáver medio enterrado, y cuando tiraba el 
cañón parecía como que el cuerpo estuviera respi¬ 
rando, lo que era ocasionado por la vibración tan 
fuerte que tenía. 


Algunas Complicaciones 167 

Como a unos tres o cuatro piés en el fondo de la 
trinchera, y como a tres piés del subsuelo, se veía 
que salía un pié de la tierra; sabíamos que era el 
de un alemán por tener una bota de cuero negro. 
Uno de los compañeros se servía de ese pié para 
colgar las cargas de municiones que necesitaba. 
El era individuo que sabía utilizar todo, aun cosas 
que ninguno se hubiera imaginado. 

Los alemanes dieron tres asaltos, que nosotros 
rechazamos, pero con grandes pérdidas por nuestro 
lado. También ellos las tuvieron y en gran número, 
debido al fuego de nuestros cañones de tiro rápido. 
Por doquiera se veían los muertos y los heridos. 

La mañana siguiente fué un poco más tranquila, 
pero no lo suficiente para poder enterrar a los 
muertos. 

Durante seis días nosotros vivimos, comimos y 
dormimos en esa trinchera, junto con los cuerpos 
de los muertos sin enterrar. ¡ Cuan horrible era 
contemplar sus caras cuando se hinchaban y 
perdían su color natural! ¡ Cuan terrible era 
el hedor que despedían! 

Pero lo que más me puso nervioso fué ver el 
pié que salía fuera de la tierra. De noche y a la 
luz de la luna parecía que trataba de moverse. 
La impresión que esto me causó fué tal que varias 
veces fui y lo agarré con las manos, para ver si se 
movía. 

Le conté esto al compañero que lo había usado 
como sombrerera un poco antes de tratar de dor¬ 
mitar, pues como había un poco de quietud creí 


i68 


¡Al Asalto! 


poder descansar algo, pues bien lo necesitaba. 
Cuando desperté el pié había desaparecido. Lo 
había cortado con una sierra que estaba allí a 
mano, y después había cubierto con lodo lo que 
sobraba de la pierna. 

Durante los siguientes dos o tres días y antes 
de que nos relevaran, parecía que me hacia falta 
ese pié, y me imaginaba como si había perdido 
de repente a un compañero. 

Creo que lo más desagradable que era en todo 
esto era el ver las ratas de noche y a veces de día, 
correr y hasta jugar por entre los cadáveres. 

Cerca de nuestro cañón y casi en frente del para¬ 
peto se veía el cadáver de un teniente alemán, 
cuya cabeza y brazos estaban colgando fuera de 
la trinchera. El compañero que había cortado 
el pié aquel, se sentaba y conversaba en monólogo 
con ese oficial, tratando de demostrar que Alemania 
había hecho mal en iniciar la guerra. Durante 
tal monólogo nunca le oí decir nada que estuviera 
mal dicho, nada que hubiera podido molestar al 
oficial si hubiese estado en vida. Discutía con 
toda justicia, y sin tratar de obtener la vic¬ 
toria del muerto por medio de argumentos in¬ 
adecuados. 

A los que están en la vida ordinaria ésto les 
debe parecer horrible, pero a nosotros que estába¬ 
mos combatiendo y que nos habíamos acostum¬ 
brado a ver cosas tan terribles, eso no nos causaba 
mucha impresión. Al pasar por una carnicería 
a nadie le causa impresión ver un pavo muerto 


fe 


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rcquired may be erased. lf anythlng clse te added 
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[ siete ) and am going on well. 

\ icounded / and hope ¿o be discharged soon. 

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Letter followe atfirst opportunity . 

1 have received no letter /rom you 
i lattly. 

\ for a lortg time . 


Signatura ] 
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Dale ...... 

[Postese musfc be prepaid on any letter or posfe c&rd 
addressed feo the sender oí this card.j 

{#3509) Wt. W3197 293 5/18 3. 3. K. á: Co., Ltd, 


Tarjeta Postal que se Expide una Vez por Semana a los Tommies. 















Algunas Complicaciones 169 

colgado de un gancho; pues bién en Francia un 
cadáver se contempla de igual manera. 

Pero a pesar de todo, muy contentos nos pusimos 
cuando terminaron nuestros seis días. 

Nuestra compañía de cañón de tiro rápido tuvo 
diez y siete muertos y treinta y un heridos en ese 
pequeño encuentro para “enderezar la línea,” 
mientras que otras compañías tuvieron pérdidas 
más numerosas. 

Después de ese asalto permanecimos seis días 
en cuarteles de reserva, y al séptimo fuimos nueva¬ 
mente a nuestros cuarteles de descanso. 


CAPITULO XXII 


CASTIGOS Y DESCARGAS DE CAÑONES DE TIRO 
RÁPIDO 

OCO después de mi llegada en Francia, y en 



A realidad desde que ingresé en el ejército, 
me convencí que la disciplina del ejército británico 
era muy estricta. Tiene uno que tener mucho 
cuidado para cumplir bien con las obligaciones 
que impone el gobierno. 

Hay como siete millones de modos de quebran¬ 
tar el reglamento del Rey; y a veces para cumplir 
uno se tiene que quebrantar otro. 

El peor castigo es ser fusilado o “colocarlo 
contra la pared,” como Tommy lo llama. 

Este castigo es por deserción, cobardía, levan¬ 
tamiento, dar informes al enemigo, destruir o 
echar a perder maliciosamente las municiones, 
robo, estupro, despojo de los muertos, pegar a un 
superior, etc. 

Después de eso viene el castigo de sesenta y 
cuatro días en la trinchera de la línea del frente, 
sin ser relevado. Durante todo ese tiempo tiene 
uno que tomar parte en todos los asaltos, ingresar 
en los grupos que trabajan en la Tierra Inhabitable 


Castigos 


171 

y hacer cualquier otra tarea peligrosa que se 
presente. Si logra uno escapar con la vida durante 
esos sesenta y cuatro días, es que tiene uno muy 
buena suerte. 

Este castigo se da cuando existe alguna duda 
acerca de la criminalidad de un individuo que 
hubiese cometido un delito que se castiga con la 
muerte. 

En seguida viene el famoso castigo de campa¬ 
mento, número 1. Tommy le ha dado el apodo 
de “ crucifixión ,’' que implica el que se ponga a 
un individuo en cruz sobre la rueda de un armón 
dos horas por día durante veinte y un días, y en 
ese tiempo sólo le dan agua, carne prensada y 
galletas para su rancho. Lo “ crucifican ” a uno 
por cometer faltas leves con frecuencia. 

En seguida existe el castigo de campamento 
no. 2, 

Este consiste en que lo encierren en la “deten¬ 
ción,” sin cobertores, dándole agua, carne prensada 
y galletas como rancho, y obligándole a hacer 
todos los trabajos desagradables que pueda haber. 
Esto dura durante veinte y cuatro horas, o veinte 
días, según la gravedad del delito cometido. 

En seguida viene la revista de faltistas, que 
consiste en pasar revista, durante dos horas con 
equipo completo. A Tommy no le gusta esto, 
porque es trabajo muy fuerte. A veces llena su 
mochila con paja para que pese menos, y a veces 
se descubre su superchería. Cuando esto sucede 
tiene que permanecer durante veinte y un días 


172 ¡Al Asalto! 

contemplando a los demás, sujeto a la rueda de un 
armón. 

Después hay el “C. B.” que quiere decir en¬ 
cierro en el cuartel, y esto consiste en quedarse en 
el cuartel de veinte y cuatro horas a siete días. 
Además tiene uno que de vez en cuando pasar 
revista de faltista y desempeñar todas las tareas 
desagradables en el cuartel. 

El sargento primero lleva lo que se llama un 
Registro de Delitos. Cuando un soldado comete 
algún delito se le apunta, esto es se asienta su 
nombre, número y delito en el Registro de Delitos. 
Al día siguiente a las nueve A.M., va a la sección 
de órdenes y comparece ante el capitán, quien lo 
castiga con C. B. o lo envía ante el O. C. (Oficial 
que manda el Batallón). El capitán de la com¬ 
pañía sólo puede dictar un C. B. 

Con frecuencia los Tommies han tenido que 
agradecer al Rey por haber dictado esta disposi¬ 
ción en su reglamento. 

Para que consiga uno el título de “ buen soldado,” 
Tommy tiene que no figurar en el Registro de Deli¬ 
tos, y eso se puede decir que es cosa bien difícil. 

Yo figuré en él varias veces, casi siempre por lo 
que llamaban mi “osadía yankee.” 

Durante nuestra permanencia de dos semanas 
en los cuarteles de descanso, nuestro capitán nos 
dió algunas lecciones con respecto al ejercicio de 
los cañones de tiro rápido, discutió con nosotros 
algunas teorías y nos dió a conocer algo sobre su 
mecanismo. 


Cañones de Tiro Rápido 


173 


Después de que terminaban las revistas, nuestros 
compañeros se juntaban y trataban de discutir 
algunas teorías de su propia cuenta con referencia 
a la manera de manejar los cañones. Estas dis- 
cuciones no tenían nada que ver con el progreso 
de la guerra, pues se referían más bien a la coloca¬ 
ción de algunos obstáculos en el cañón para que 
los demás compañeros trataren de determinar en 
donde existía tal obstáculo y hacer funcionar el 
cañón, lo que nos entretenía por algún tiempo. 

Uno de los compañeros que servía conmigo en 
nuestro cañón, decía que él podía tocar una pieza 
de música mientras que estuviera tirando el 
cañón, y eso lo demostró un día cuando estábamos 
tirando al blanco. Fué esto tan de nuestro agrado, 
que todos resolvimos dedicarnos a ese arte 
v musical. 

Después de practicar constantemente logré ser 
buen perito con referencia a la canción “ All con¬ 
ductor s haré bigfeet” (Todos los conductores tienen 
piés grandes). 

Cuando ya me había perfeccionado en esta 
pieza musical, terminaron nuestras dos semanas 
de descanso, y otra vez nos fuimos a la línea de 
fuego y nos situamos en el sector en frente del 
bosque G-. 

Las trincheras alemanas que estaban en este 
lugar circundaban un cerro, en cuya parte superior 
había un bosque tupido, que estaba erizado con 
cañones de tiro rápido, los que dominaban muy 
bien nuestras líneas transversales, asi como las 



174 


¡Al Asalto! 


calles de una pequeña población, en que teníamos 
nuestros cuarteles de reserva. 

Había un cañón que especialmente nos moles¬ 
taba sobremanera, pues tiraba con certeza sobre 
la entrada principal de nuestra covacha, y todas 
las noches hacia la hora en que se repartía el 
rancho, sus balas llegaban muy cerca y levantaban 
el polvo del camino; y hubo más de un Tommy 
que emprendió su viaje hacia el Occidente o a 
Blighty, por pasar en frente de la dirección en 
que venían sus balas. 

Este cañón nos ponía sumamente nerviosos, y 
parecía que Fritz lo comprendía, pues ni por una 
sola hora dejaba de hacerlo funcionar sobre noso¬ 
tros. Corría peligro nuestra reputación de bue¬ 
nos artilleros; asi es que tratamos de descubrir 
el lugar en que este cañón estaba situado para 
desmontarlo, pero por más que hadamos no podía¬ 
mos lograrlo y Fritz continuaba haciendo de las 
suyas. Diariamente nos molestaba más y más 
y hacia todo lo posible por enfurecernos, y en 
realidad se consideraba invencible. 

Al fin uno de nuestros compañeros tuvo una 
magnífica idea, que todos aprobamos con entu¬ 
siasmo y resolvimos ponerla en práctica. 

Este era su plan: 

Cuando yo debiera hacer fuego con nuestro 
cañón, tocaría mi pieza musical, e indudablemente 
Fritz trataría de imitarla, como si fuera para 
mofarse de nosotros, y entonces este artillero y 
dos más de nuestros compañeros tratarían por 


Cañones de Tiro Rápido 175 

medio del sonido, de determinar en donde estaban 
Fritz y su cañón. Después de determinar el local, 
colocarían dos cañones de tiro rápido en unos 
árboles, en un pequeño bosque cercano hacia la 
izquierda de nuestro cementerio, y mientras que 
Fritz estaba en medio de su lección, le harían una 
buena descarga y esperarían su resultado. Según 
nuestros cálculos este plan no podía realizarse 
antes de una semana. 

Si Fritz no caía en la red, no nos sería posible 
determinar el punto en donde estaba colocado 
este cañón especial, y éste es el que queríamos 
localizar, porque todos se parecían y su sonido 
era siempre el lento pup-pup-pup. 

Estaba nuestra reputación de por medio y 
pendiente de un hilo. Teníamos que soportar 
las bromas y los chistes de los demás compañeros 
del batallón, debido a que no podíamos poner 
punto final a los tiros de Fritz. Aun para nuestro 
batallón ese cañón alemán era una verdadera 
pesadilla. 

Al día siguiente Fritz empezó a tirar como de 
costumbre. Dejé que continuara haciéndolo por 
algún tiempo, y después yo reliqué con mi “pup- 
pup-pup-pup-pup-pup-pup. ’ ’ Continué haciéndolo 
hasta acabar con dos repuestos de municiones. 
Fritz había dejado de tirar, sin duda para ponerse 
a escuchar, y entonces principió de nuevo; y como 
lo habíamos supuesto, cayó en la red, y su cañón 
principió a imitar al mío, pero al principio lo hizo 
como mal aficionado. Entonces nuevamente 


176 


¡Al Asalto! 


comencé varios versos de la pieza y luego paraba, 
y entonces él trataba de imitar lo que yo tocaba. 
Sabía imitar bien y parecía estar bromeando, pues 
sus balas pasaban muy alto sobre nuestras cabezas 
y parecía que sólo tiraba al aire. Ya casi me sim¬ 
patizaba el tal cañón. 

Nuestro dúo continuó durante cinco días. 
Fritz era buen discípulo y aprendía rápidamente; 
en realidad ya superaba a su maestro, lo que 
principiaba a causarme envidia. Cuando ter¬ 
minó de aprender la tonada, nuevamente principió 
a hacer descargas sobre el camino, causándonos 
tantas pérdidas como anteriormente, pero al hacer 
ésto firmó su propia sentencia de muerte, y mi 
amistad se convirtió en odio, pues cada vez que 
tocaba esa pieza musical bien nos causaba estragos. 

Los compañeros del batallón continuaban mofán¬ 
dose de nosotros, pues ellos no comprendían ni 
sabían nuestro plan. 

El que lo ideó y otros dos artilleros ya habían 
logrado localizar el punto en que estaba Fritz. 
Colocaron sus dos cañones y también a mi me 
dieron la puntería, y fijamos el desenlace del drama 
para la siguiente tarde. 

Nuestros tres cañones, dirigidos a distintas 
elevaciones, tenían arregladas sus punterías de tal 
manera que empezarían a descargar simultánea¬ 
mente y sus balas caerían sobre Fritz de repente 
como si fueran una verdadera granizada. 

A eso de las tres de la tarde del día siguiente, 
Fritz principió con su tonada de pup-pup-pup. 


Cañones de Tiro Rápido 177 

Por medio de un pito di un fuerte silbido, y ésta 
era la señal convenida; principiamos nuestras 
descargas y de repente el cañón de Fritz paró de 
tocar en medio de la pieza. Habíamos acabado 
con su carrera musical, y nuestro plan había 
tenido un éxito brillante. Después de hacer dos 
descargas más para digamos darle el tiro de gracia, 
desmontamos nuestros cañones con rapidez y nos 
fuimos a esconder en la covacha, pues bien sabía¬ 
mos lo que iba a acontecer. No tuvimos que 
esperar mucho tiempo, pues vinieron tres fuertes 
descargas desde luego de la artillería de Fritz, 
lo cual confirmaba nuestra idea de que habían 
terminado las proezas de aquel cañón de tiro 
rápido y que con su música se había ido a otra 
parte. 

Ya ese consabido cañón no volvió a molestarnos. 
Adquirimos gran reputación en el batallón, nuestro 
capitán nos felicitó y di jó que habíamos hecho 
una buena proeza, y por lo tanto nos pusimos 
sumamente orgullosos por lo que habíamos hecho. 

Hay distintas maneras en que Tommy trata de 
ocultar el lugar en donde coloca su cañón de tiro 
rápido y para obtener su puntería. Daré cuenta 
de los métodos más usuales que emplea con ese 
objeto. 

De noche cuando él coloca su cañón sobre el 
borde de su trinchera, y quiere acertar la puntería 
hacia la trinchera de Fritz, adopta el sistema que 
él denomina “ sacar las chispas.” Consiste ésto 
en tirar varias veces con su cañón hasta que las 


12 


i 7 8 


¡Al Asalto! 


balas le pegan al cerco de alambre de los alemanes. 
Bien comprende él cuando ha cortado el alambre, 
porque cuando una bala pega contra un alambre 
despide una chispa azul eléctrica. Los cañones 
de tiro rápido causan muchos destrozos en los 
cercos de alambre, y es por eso que de noche tienen 
que salir algunas patrullas cuando todo está quieto 
para hacer las reparaciones correspondientes. 

Para ocultar la llamarada de su cañón cuando 
tira de noche, Tommy emplea lo que llama un 
protector del resplandor. Este consiste en una 
especie de tubo de chimenea que cubre la cubierta 
del cañón, e impide que se noten las chispas por los 
lados de derecha e izquierda, pero no por el frente. 
Tommy que siempre tiene buena inventiva, ha 
adoptado este plan. Como unos tres piés o menos 
en frente del cañón fija dos postes en la tierra, que 
están a unos cinco piés de distancia entre si. Co¬ 
loca una cortina hecha de sacos vacíos descosidos 
y puesta entre los dos postes. Humedece esta 
cortina con agua y tira a través de ella. Como 


/ 


\ 



•:—-too vos. - 

SUPUESTO CAÑON CAÑÓN DE 


CAÑÓN DE 


LA IZQUIÉRDA 


LA DERECHA 






Cañones de Tiro Rápido 179 

el agua impide que arda la cortina eso da por 
resultado que oculte al enemigo la llamarada del 
cañón que está tirando. 

El sonido es uno de los indicios más valiosos 
para localizar un cañón, pero Tommy ha logrado 
vencer este obstáculo, colocando dos cañones de tiro 
rápido a una distancia de cien a ciento cincuenta 
yardas entre sí, para que el cañón de la derecha cu¬ 
bra con sus tiros el sector del cañón de la izquierda 
y el cañón que está a la izquierda cubra el de la 
derecha. De esa manera los fuegos se cruzan y 
se hacen simultáneamente. Siguiendo este plan 
parece como que sólo un cañón está tirando, y eso 
da la impresión a los alemanes de que están tirando 
de un lugar que se encuentra a media distancia 
entre los cañones que en realidad están haciendo 
las descargas, y por lo tanto echa sus granada 
sobre ese punto especial. Los artilleros de los 
cañones de tiro rápido se ríen a carcajadas y dicen: 
“Fritz tiene buen sentido común, pero esta vez 
no lo demuestra.’’ 

Pero los compañeros de nuestra línea que están 
en el lugar a donde llegan las granadas maldicen 
a Fritz por su ignorancia, y hacen algunas obser¬ 
vaciones a los demás a lo largo de nuestra línea 
en que indican que nuestros artilleros son muy 
vivos, pero que no les gusta tomar lo que ellos 
mismos recetan. 


CAPÍTULO XXIII 

ATAQUES CON GAS Y ESPÍAS 
RES días después de que desmontamos el 



1 cañón de Fritz, los alemanes nos atacaron 
con gas, pero esto no nos causó gran sorpresa, 
pues ya habíamos notado que el viento venía en 
nuestra dirección, procedente de las trincheras 
alemanas y soplando con la velocidad de unas 
cinco millas por hora. 

Ya se había corrido la voz por toda la trinchera 
de que pronto seríamos atacados con gas. 

Estaba situado un compañero en el periscopio 
la tarde a que me refiero, y yo estaba sentado en 
el escalón de fuego limpiando mi rifle, cuando me 
gritó: 

“Veo una especie de nube amarillenta y verdosa 
que está avanzando a lo largo del suelo cerca de 
nuestro frente, ya viene-” 

Pero no esperé recibir informes más detallados, 
sino que agarré mi bayoneta que estaba cerca del 
rifle, y di el alarma pegando contra una granada 
rota y vacía que estaba colgada cerca del peris¬ 
copio. Inmediatemante sonaron y se dieron repe¬ 
tidas señales a lo largo de la trinchera, lo que le 


180 


Ataques con Gas y Espías 181 

indicaba a Tommy que debía ponerse su respirador 
o máscara contra el humo, como él lo llama. 

El gas anda con suma rapidez, asi es que no 
debe uno perder el tiempo. Como regla general 
sólo le quedan a uno diez y ocho o veinte segundos 
para ajustarse su máscara contra el gas. 

Esta máscara contra el gas se hace de paño, que 
está empapado de ciertas sustancias químicas; 
tiene dos aperturas, u ojos de vidrio, por los cuales 
uno puede ver, y dentro de ella hay un tubo cubier¬ 
to de goma, que llega hasta la boca. Uno res¬ 
pira por la nariz, y el gas, al pasar por la máscara 
de paño, queda neutralizado por medio de las 
sustancias químicas. Se arroja fuera el aire 
nocivo por medio del tubo en la boca, siendo 
construido este tubo de modo que impida que se 
respire el aire o gas de afuera. Nuestras máscaras 
pueden servir contra el gas más fuerte durante 
cinco horas. Cada Tommy lleva dos de ellas 
suspendidas sobre los hombros, en un saco de tela 
impermeable. Debe llevar este saco a toda hora, 
aun cuando esté durmiendo. Para cambiar una 
máscara defectuosa saca uno una nueva, retiene 
su respiración, se quita la antigua y coloca la 
nueva sobre la cabeza, metiendo los extremos 
sueltos bajo el cuello de su saco. 

Durante algunos momentos hubo un ruido 
infernal en nuestra trinchera. Los Tommies 
estaban arreglando sus máscaras, los tiradores de 
bombas corrían en distintas direcciones y los 
soldados que estaban en las covachas salían con 


182 ¡Al Asalto! 

las bayonetas listas para defender el escalón de 
fuego. 

Empezaron a llegar muchos refuerzos de las 
trincheras de comunicación, y los que atendían 
a nuestro cañón lo empezaron a alistar sobre el 
parapeto y sacaron más municiones de la covacha. 

El gas alemán es más pesado que el aire, y por 
lo tanto llena las trincheras y las covachas, en 
donde a veces permanece oculto durante dos o 
tres días, hasta que el aire se purifica por medio 
de riegos abundantes de sustancias químicas. 

Teníamos que trabajar con suma rapidez, pues 
Fritz, como regla general, a continuación de su 
ataque con gas, verifica un asalto de infantería. 

Un compañero de mi compañía que estaba a 
mi derecha se puso la máscara muy despacio; de 
repente cayó como plomo en el suelo, agarrándose 
la garganta, y después de unas pocas contorsiones 
nerviosas, se fué hacia el Occidente (murió). 
Horrible fué la escena de su muerte, y más horrible 
el pensar que no podíamos hacer nada por él. En 
una de las esquinas de una trinchera transversal 
se veía a un perrito todo enlodado y que era muy 
mimado por la compañía; estaba muerto, y tapán¬ 
dose la nariz con las patitas. 

Son los animales los que sufren más debido al 
gas; los caballos, las muías, los bueyes, los perros, 
los gatos y las ratas, pues no tienen máscaras que 
les sirvan de protección. A Tommy poco le 
importa lo que le sobrevenga a las ratas durante 
un ataque con gas. 


Ataques con Gas y Espías 183 

Se sabe que a veces el gas ha recorrido hasta 
quince millas de distancia detrás de las líneas 
con funestos resultados. 

Las máscaras contra el gas, o contra el humo, 
según algunos las llaman, son de todos modos algo 
que huele muy mal, y cuando las usa uno algún 
tiempo le vienen fuertes dolores de cabeza. 

Nuestros cañones con balas de diez y ocho libras 
estaban haciendo sus descargas sobre la Tierra 
Inhabitable, pues nuestra artillería estaba tra¬ 
tando de poner término a las nubes de gas. 

En el escalón de fuego se veían muchos soldados 
agachados, con las bayonetas listas y las bombas 
muy cercanas para contrarrestar el asalto que se 
esperaba. 

Nuestra artillería había seguido con un fuego 
graneado intenso sobre las líneas alemanas, con 
el objeto de poner fin a su asalto e impedir que les 
llegaran refuerzos. 

Dirigí la puntería de mi cañón de tiro rápido 
sobre la trinchera alemana y bien notaba que sus 
balas pegaban con frecuencia sobre el parapeto. 

De repente los vimos venir hacia nosotros con 
sus bayonetas centellando. Traían unas máscaras 
para respirar, que tenían una gran proyección en 
la parte delantera que les daba la apariencia de 
monstruos horribles y horripilantes. 

Entonces principió la nutrida descarga de nues¬ 
tros rifles y cañones de tiro rápido a lo largo de 
nuestra trinchera, y se veían nuestras granadas 
hacer explosión sobre sus cabezas. Caían muchos 


184 


¡Al Asalto! 


de ellos en montones, pero luego nuevos comba¬ 
tientes aparecían para reemplazar a los que habían 
caído, y parecía que nada podía contrarrestar su 
empuje. Al fin los alemanes llegaron hasta nuestro 
cerco de alambre, que ya antes habían destruido 
por medio de su metralla; y entonces fué un duelo 
de bombas de mano, y aquello parecía un infierno 
más bien que otra cosa. 

De repente me pareció que se me partía la 
cabeza, debido a un fuerte golpe en los oídos. 
Sentí que se me iba la cabeza, que la garganta se 
secaba y que tenía un fuerte peso sobre los pul¬ 
mones, lo que me indicaba que mi máscara había 
sufrido algún desperfecto. Entregué mi fusil al 
no. 2 y cambié de máscara. 

Me pareció entonces que la trinchera se en¬ 
roscaba como una serpiente y que los sacos de 
arena estaban flotando por el aire. El ruido 
que oía era terrible; caí desfallecido sobre el 
escalón de fuego, en seguida me pareció que me 
piqueteaban con agujas, y al fin todo quedó en 
la obscuridad. 

Desperté cuando uno de mis compañeros me 
quitó la máscara contra el humo, y aspiré con 
delicia el aire puro que me penetraba por los 
pulmones. 

En estos momentos fuertes ráfagas de viento 
hicieron que desapareciera el gas. 

Me dijeron que había estado yo sin sentido 
durante tres horas, y que creían que había muerto. 

Había sido rechazado el asalto, después de una 


Ataques con Gas y Espías i 85 

refriega terrible. Dos veces los alemanes habían 
llegado y penetrado en nuestra trinchera, y dos 
veces habían sido rechazados por nuestras tropas. 
La trinchera se veía llena de muertos de ambos 
lados. Por medio de un periscopio conté diez y 
ocho alemanes muertos en nuestro cerco, consti¬ 
tuyendo con sus horribles máscaras un espectáculo 
bien horroroso. 

Examiné mi primer máscara contra el gas y 
noté que una bala le había penetrado por el lado 
izquierdo y así me había rozado la oreja, permi¬ 
tiendo que por el agujero que se hizo en la tela 
pudiera penetrar el gas. 

De los seis de nosotros que manejaban el catión, 
dos resultaron muertos y dos heridos. 

Esa noche enterramos a todos los muertos, con 
excepción de los que estaban en la Tierra Inhabi¬ 
table. Con la muerte desaparecen las distinciones, 
asi es que se trata de igual manera al amigo que 
al enemigo. 

Después de que el viento hubo hecho que desa¬ 
pareciera el gas, los R. A. M. C. principiaron 
a trabajar con sus regaderas químicas, arrojando 
las sustancias necesarias en las covachas y en 
las partes bajas de las trincheras para disipar el 
humo del gas alemán, que pudiera todavía estar 
oculto en ellas. 

Dos días después del ataque con gas, me envia¬ 
ron al Cuartel General de la División, debido a 
que se había expedido una orden para que los 
capitanes de las distintas compañías enviaran a 


i86 


¡Al Asalto! 


alguno que ellos considerasen aptos para sufrir 
un examen en el Departamentp de Señales de la 
División. 

Antes de salir para cumplir esta comisión, me 
fui a la trinchera del frente de la línea para des¬ 
pedirme de mis compañeros, y con mucho orgu¬ 
llo les decía que había recibido una magnífica 
comisión para prestar mis servicios detrás de las 
líneas y que mucho sentia que no pudiera perma¬ 
necer en la línea del frente para seguir discutiendo, 
sobre la guerra con Fritz. Todos envidiaban mi 
buena fortuna, pero de buena manera, y al salirme 
de la trinchera para ir a retaguardia, todos me 
gritaban: 

“Que tengas buena fortuna yank, compañero, 
no te olvides de mandar unos cuantos cigarros a 
tus viejos compañeros.” 

Después de prometer que cumpliría esa pro¬ 
mesa, me fui. 

Me presenté en el Cuartel General con diez y 
seis compañeros más y fui aprobado después del 
examen correspondiente. Fueron escogidos cuatro 
de los diez y seis que se presentaron. 

Muy complacido quedé con lo ocurrido, pues 
creía que iba a tener una tarea muy fácil y agra¬ 
dable en donde me enviaran. 

A la mañana siguiente los cuatro nos presenta¬ 
mos en el Cuartel General de la División para 
recibir nuestras instrucciones. A dos de los com¬ 
pañeros los enviaron a unas poblaciones grandes a 
retaguardia de las líneas, para desempeñar tareas 


Ataques con Gas y Espías 187 

bien fáciles. Cuando nos tocó a nosotros nuestro 
turno, el oficial nos dijo que éramos muy buenos 
soldados y que habíamos hecho un brillante 
exámen. 

Parecíame que mi sombrero de hojadelata era 
demasiado chico para la cabeza, y noté que el 
otro individuo llamado Atwell se había puesto muy 
orondo. 

Continuó hablando el oficial: “Creo que puedo 
emplear a ustedes dos con gran provecho en la 
línea del frente. Aquí les entrego sus órdenes e 
instrucciones y también el pase que les confiere 
plena autorización como M.P. especiales para 
desempeñar tareas de suma importancia. Pre¬ 
séntense en la línea del frente, de acuerdo con las 
instrucciones que han recibido. Lo que tienen 
que hacer es muy arriesgado, y les deseo la mejor 
suerte en su desempeño.” 

Mi corazón se quedó en un hilo y la cara de 
Atwell era digna de contemplarse. Hicimos nues¬ 
tros saludos de ordenanza y nos fuimos. 

Eso de desearnos “la mejor suerte” parecía ser 
de mal agüero; si nos hubiera dicho “espero que 
ambos morirán pronto y sin ningún sufrimiento,” 
puede ser que hubiera sido una observación más 
adecuada. 

Cuando leimos nuestras instrucciones, com¬ 
prendimos que nuestra tarea era una sumamente 
peligrosa y delicada. 

Lo que Atwell dijo no puede ponerse en letras 
de molde, pero yo aprobé de todas veras lo que él 


i88 


¡Al Asalto! 


opinaba acerca de la guerra, acerca del ejército 
y acerca del Cuartel General de la División. 

Pasado un poco de tiempo nos animamos algo. 
Habíamos sido nombrados en comisión para descu¬ 
brir espías, y así lo indicaban nuestras instruc¬ 
ciones y órdenes. 

Lo primero que hicimos fué presentamos en el 
estaminet francés más cercano y beber unos cuantos 
vasos de agua lodosa, que ellos llaman cerveza. 
Después de beber la cerveza, salimos del estaminet 
y paramos a una ambulancia vacía. 

Después de enseñar al chauffeur nuestros pases, 
nos metimos en el carro y él nos llevó hacia el 
lugar de la línea en donde nos debíamos presentar. 
La ambulancia era un Ford y bien merecía su 
reputación, pues no puedo comprender como los 
heridos podían sobrevivir después de viajar en él. 
Era peor que ir en una cureña de cañón sobre un 
camino pedregoso. 

El chauffeur de la ambulancia era un cabo de la 
R. A. M. C., y era de los nerviosos, ésto es de los 
que no les gusta estar bajo el fuego de las balas. 

Yo iba sentado a su lado, mientras que Atwell 
estaba dentro de la ambulancia, con las piernas 
colgando en la testera. 

Al pasar por una población que había sido 
destruida por las bombas, un policía militar de a 
caballo nos paró e informó al chauffeur que debía 
tener mucho cuidado cuando saliera por el camino 
abierto, por ser eso bien peligroso, puesto que 
recientemente los alemanes habían adquirido la 


Ataques con Gas y Espías 189 

costumbre de ametrallarlo. El cabo preguntó al 
policía si no había otro camino que pudiera tomar, 
y recibió el informe de que no había ningún otro. 
Entonces se puso muy nervioso y quería regresar, 
pero nosotros insistimos en que debía seguir hasta 
su destino, y le explicamos que quedaría muy mal 
con su jefe si regresaba sin recibir órdenes para 
ello, y que nosotros queríamos ir en carro y no a 
pié. 

Al conversar con él supimos que hacia poco que 
había venido de Inglaterra como recluta, que 
nunca había estado bajo las balas, y que por eso 
se había puesto nervioso. Lo convencimos de 
que en realidad había poco peligro, y al fin pareció 
quedar satisfecho con nuestras explicaciones. 

Pero al entrar en el camino abierto nosotros no 
teníamos mucha confianza y temimos que nos 
sucediera algún percance. De ambos lados había 
existido una hilera de árboles, pero en la actualidad 
todo lo que quedaba de ellos eran unos troncos 
destrozados y maltrechos. Por los campos a 
ambos lados del camino se veían agujeros hechos 
por las granadas, y aun en el mismo camino vimos 
algunos de ellos. Habíamos caminado como una 
media milla, cuando de repente vimos pasar una 
granada haciendo estrépito por el aire, yendo a 
caer y haciendo explosión en un campo que estaba 
a unas trescientas yardas a nuestra derecha. 
Hubo otra en seguida, y ésta cayó en la orilla del 
camino hacia unas cuatrocientas yardas en frente 
de nosotros. 


¡Al Asalto! 


190 

Le dije al chauffeur que soltara el freno dando 
mayor velocidad, pues ya debíamos estar muy 
cerca de los alemanes. Yo bien comprendí la 
situación, y supuse que la batería nos estaba 
tomando puntería, y que por lo tanto mientras 
más pronto saliéramos de la línea del fuego mejor 
sería para nosotros. El chauffeur estaba tem¬ 
blando como una hoja, y a cada momento yo creía 
que nos iba a desbarrancar en la zanja. En reali¬ 
dad yo prefería el peligro de las balas alemanas. 

Atwell estaba agarrándose con todas sus fuerzas 
de unas correas en la testera, y con voz muy alta 
entonaba los versos aquellos de: 

“Les ganamos en el Marne, 

Les ganamos en el Aisne, 

Los arrojamos al infierno en Neuve Chapelle, 

Y aqúi haremos igual cosa.” 

En esos momentos nos atoramos en un pequeño 
agujero hecho por las granadas y casi nos volcamos. 
Al oir un grito fuertísimo que provenía de reta¬ 
guardia, eché la mirada en esa dirección y vi a 
Atwell sentado en medio del camino y amenazán¬ 
donos con el puño cerrado. Se veía su equipo, 
que se había quitado al entrar en la ambulancia 
todo esparcido en la tierra y su riñe estaba en la 
zanja. 

Le grité al chauffeur que parara, y como estaba 
tan nervioso aplicó el freno, y con eso casi nos echó 
de cabeza fuera del carro. Pero también, debido 
a eso salvamos nuestras vidas, porque a los pocos 



Máscara contra el Gas. 







- 







































* 




Ataques con Gas y Espías 191 

momentos hubo un ruido terrible y una llamarada 
vivísima. Todo lo que recuerdo es que yo estaba 
volando por el aire y pensando si podría caer en 
algún lugar blando. Y en seguida toda la luz 
desapareció. 

Cuando reviví, Atwell estaba frontándome la 
cabeza con agua que sacaba de su botella. Del 
otro lado del camino se veía al cabo sentado y 
que estaba frotando un chichón que tenía en la 
frente; ésto lo hacia con la mano izquierda, mien¬ 
tras que su derecha estaba vendada y llena de 
sangre. Estaba lamentándose en voz alta. Yo 
me sentía con un fuerte dolor de cabeza, y el cutis 
del lado izquierdo de la cara estaba lleno de piedri- 
tas y me salía sangre de la nariz. 

En cuanto a la ambulancia se había volcado en 
la zanja y se veía llena de agujeros causados por los 
fragmentos de la granada. Una de sus ruedas 
delanteras estaba dando vueltas muy despacio, 
asi es que no debo haber estado sin sentido por 
largo tiempo. 

Si Mr. Ford hubiese visto ese carro, se hubiera 
convencido más de su teoría de “La paz de cual¬ 
quier modo,” e indudablemente hubiera alistado 
otro buque de la paz. 

Seguía el fuego graneado y las balas se oían 
por arriba de nuestras cabezas, pero la puntería 
se había desviado y las granadas estaban cayendo 
en un pequeño bosque a eso de media milla de 
donde estábamos. 

Atwell fué el primero que habló: ‘ ‘ Mucho deseara 


192 


¡Al Asalto! 


que ese oficial no nos hubiera vaticinado 1 la mejor 
suerte/ ” Entonces empezó a echar juramentos, 
lo que promovió mi risa, a pesar de que parecía 
que se me estaba partiendo la cabeza. 

Levantándome poco a poco, me tenté por todo 
el cuerpo, para ver si no me habían roto algunos 
huesos. Pero fuera de algunas cuantas rozaduras 
y rasguños, nada me había sucedido. El cabo 
seguía lamentándose, pero eso más debido al 
miedo que a los dolores. Sólo le había penetrado 
un pedazo pequeño de granada por el antebrazo 
derecho. Atwell y yo mismo, haciendo uso de 
nuestros útiles de cirujía, le vendamos el brazo e 
impedimos que sangrara más, y después recogimos 
nuestro equipo. 

Comprendimos que estábamos en un lugar 
peligroso y que en cualquier momento alguna 
granada podía caer sobre el camino y acabar con 
nosotros. Como la población de donde habíamos 
salido no estaba a gran distancia, le dijimos al 
cabo que mejor sería que regresara para que le 
curaran el brazo, y que también informara a la 
policía militar acerca de la destrucción de la am¬ 
bulancia. Podía caminar bien, asi es que se diri¬ 
gió hacia la población, mientras que Atwell y yo 
continuamos por nuestro derrotero a pié. 

Llegamos a nuestro destino sin ningún otro 
incidente, y nos presentamos en el Cuartel General 
de la Brigada, para que nos designaran alojamiento 
y nos dieran nuestro rancho. 

Dormimos esa noche en la covacha del sargento 


Ataques con Gas y Espías 193 

primero del batallón, y a la mañana siguiente 
fui al hospital auxiliar de sangre, para que me 
quitaran las piedritas que tenía pegadas a la 
cara. 

Según las instrucciones que recibimos del Cuar¬ 
tel General de la División debíamos tratar de 
arrestar espías, vigilar las trincheras, examinar 
los cadáveres de los alemanes, hacer reconocimien¬ 
tos en la Tierra Inhabitable, tomar parte en los 
asaltos de trincheras e impedir que fueran robados 
los cadáveres insepultos. 

Tenía un pase que me permitía ir en donde yo 
quisiera y a cualquiera hora por el sector de la 
línea, que estaba en poder de nuestra división. 
También me daba autorización para marcar el 
alto y examinar las ambulancias, automóviles, 
carretones y aun a los oficiales y soldados siempre 
que se tuvieran vehementes sospechas de ellos, y 
asi se considerase que eso era necesario. Se nos 
permitió a Atwell y a mi que trabajáramos juntos 
o por separado, según nos pareciera más convenien¬ 
te, y optamos por trabajar juntos. 

Atwell era buen compañero y de muy buen 
trato. Arrostraba cualquier peligro, pero no 
inútilmente. Era número uno en eso de echar 
juramentos. Podía muy bien haber figurado 
entre los mejores en un regimiento de caballería. 
Aunque había nacido en Inglaterra, había perma¬ 
necido varios años en Nueva York. Tenía seis 
piés de alto y era tan fuerte como un toro, y 
como yo sólo tengo cinco piés cinco pulgadas de 


13 


194 


¡Al Asalto! 


estatura, cuando nos juntábamos nos parecíamos 
a “Mutt y Jeff,” de Bud Fischer. 

Nos alojamos en una amplia covacha de los 
Ingenieros Reales, y desde luego convinimos en 
nuestros planes para lo futuro. Esta covacha 
estaba al extremo de un extenso cementerio, y 
varias veces a nuestro regreso de noche nos caímos 
en las tumbas de ingleses, franceses y alemanes. 
Atwell cuando sucedía eso, nunca profería en 
juramentos, aunque en cualquier otro momento 
que hubiera dado el menor traspié habría echado 
maldiciones de lo lindo. 

Una sección de nuestras trincheras estaba a 
cargo de los Rifleros Reales de Irlanda. Durante 
varios días circuló insistentemente el rumor de 
que había un espía alemán entre nosotros, y que 
ese espía llevaba el uniforme de oficial del Estado 
Mayor británico. Se relataban varios cuentos 
acerca de un oficial que tenía una cinta roja sobre 
el gorro, y que se paseaba por la línea del frente 
y por las trincheras de comunicación, haciendo 
preguntas sospechosas sobre el lugar en donde 
estaban las baterías, los puntos en que estaban 
situados los cañones de tiro rápido y los morteros. 
Luego que caía alguna granada en la batería, 
sobre un cañón de tiro rápido o aun cerca de una 
covacha, todo eso se atribuía al espía. 

Circuló ese rumor con tanta insistencia que se 
expidió una orden a todas las tropas, para que 
arrestaran desde luego a cualquiera que pareciera 
ser tal espía. 


Ataques con Gas y Espías 195 

Atwell y yo estábamos muy alertas y constan¬ 
temente visitábamos las trincheras por la noche 
y aun de día, pero no lográbamos pescar al espía. 

Un día, mientras que estábamos en una trin¬ 
chera de comunicación, nos horrorizamos al ver a 
nuestro general de brigada, el Viejo Pimienta, 
que venía detenido por un soldado raso muy alto, 
que pertenecía a los Rifleros Reales de Irlanda. 
Caminaba el general delante del soldado, que le 
seguia con la bayoneta lista y en ristre. 

Como de ordenanza saludamos al general al 
pasar cerca de nosotros. El irlandés se sonreía 
de muy buena gana, y apenas podíamos creer lo 
que veíamos, pues el general estaba arrestado. 
Después de adelantarse a una distancia de unos 
pocos piés, se volteó el general, y le dijo con voz 
enojada a Atwell: 

“Dígale a este maldito loco quien soy yo. Me 
ha arrestado creyendo que soy espía.” 

Quedó atónito Atwell, pero el sentinela inte¬ 
rrumpió al general y dijo: 

“No meta su cuchara a donde no debe, ahorita 
usted Mr. Fritz tendrá que regresar al Cuartel 
General y si vuelve a abrir esa boca, verá como le 
doy un buen golpe con la culata de mi rifle.” 

Difícilmente podría describir la terrible mirada 
que le dió el general, quien estaba ciego de enojo, 
pero sin proferir una sola palabra. 

Atwell trató de colocarse en frente del sentinela, 
para explicarle que realmente era el general a 
quien había arrestado, pero el sentinela le amenazó 


196 


¡Al Asalto! 


con la bayoneta e indudablemente lo hubiese 
herido, si hubiera insistido. Asi es que Atwell 
se separó y ya no chistó nada. Yo casi estaba 
próximo a prorrumpir en carcajadas, y por poco 
esto sucede, y si eso hubiera acaecido no creo que 
podría haberse considerado que obraba de manera 
diplomática al burlarme de mi general, aunque 
estuviera en ese aprieto. 

Llegaron el sentinela y su prisionero al Cuartel 
General de la Brigada, dando esa llegada un 
resultado muy desastrozo para el sentinela. 

Lo más chistoso del caso es que el general había 
sido el que personalmente había expedido la 
orden para arrestar al espía. Tenía él la cos¬ 
tumbre de pasar por las trincheras haciendo una 
visita de inspección, y sin que lo acompañara nin¬ 
guno de su Estado Mayor. El irlandés que acababa 
de llegar al regimiento, nunca había visto al 
general, asi es que cuando lo encontró en la trin¬ 
chera de comunicación, lo arrestó desde luego. 
Débese notar que los generales llevan una cinta 
roja alrededor del gorro. Al día siguiente vimos 
que el irlandés estaba atado a la rueda de un 
armón, y así principiaba a sufrir el castigo de veinte 
y un días, o sea el castigo no. 1 del campamento. 
Jamás he visto una cara más tristona que la que 
tenía el pobre irlandés. 

Durante varios días Atwell y yo tratamos de 
no ir al Cuartel General de la Brigada, pues no 
deseábamos topamos con el general. 

El espía nunca fué capturado. 


CAPÍTULO XXIV 

INCIDENTE INTERESANTE 

P OCOS días después recibí órdenes para que 
me presentara en el Cuartel General de la 
División, que estaba a treinta kilómetros a reta¬ 
guardia de la línea. Me presenté ante el A. P. M. 
(Ayudante del Capitán Preboste). Me dijo que 
me presentara en el cuartel no. 78, para que me 
asignaran alojamiento y me dieran el rancho. 

Eran como eso de las ocho de la noche, estaba 
muy cansado y a poco me dormí sobre la paja del 
cuartel. Por fuera se notaba que era una noche 
muy desagradable, fría y algo lluviosa. 

Como a eso de las dos de la mañana, alguien me 
despertó, tocándome en el hombro. Al abrir 
los ojos vi que un sargento primero del regimiento 
estaba cerca de mí, y que llevaba una linterna en¬ 
cendida en la mano derecha. Iba yo a preguntarle 
lo que había sucedido, cuando colocando el dedo 
sobre los labios para imponerme silencio, murmuró: 

“¿Consigue tu equipo y sin hacer ruido, 
sigueme?” 

Muy misterioso me pareció todo esto, pero 
obedecí sus órdenes. 


197 


198 


¡Al Asalto! 


Ya fuera del cuartel, le pregunté lo que quería 
decir todo eso, pero sólo me dijo: 

“No hagas preguntas: es contra las órdenes 
dictadas. Yo mismo no sé lo que ha pasado.” 

Seguía lloviendo a cántaros. 

Caminamos como unos quince minutos a lo 
largo de un camino lodoso, y al fin nos paramos a 
la entrada de lo que debe haber sido un antiguo 
granero. Parecía yo oir en la obscuridad algunos 
cerdos gruniendo, como por haber sido molestados. 
En frente de la puerta estaba un oficial envuelto 
en su impermeable. El R. S. M. se le acercó, le 
dijo algo al oído y en seguida se fué. Este oficial 
me llamó, me preguntó mi nombre, número y regi¬ 
miento, todo a la vez y bajo la luz de una linterna 
que él llevaba, hizo sus apuntes en un pequeño 
libro que tenía. 

Cuando terminó de escribir, dijo en voz baja: 

“¿Vete a ese lugar y espera nuevas órdenes, 
pero nada de hablar, comprendes? ” 

Entré en el granero y me senté en el suelo en la 
obscuridad. No podía ver a nadie, pero podía 
oir a algunos hombres que se movían y respiraban. 
Todos ellos parecían nerviosos e impacientes. A 
mi me sucedía lo mismo. Mientras que yo estaba 
esperando, entraron tres hombres más. Después 
el oficial metió la cabeza por la puerta y dio la 
orden siguiente: 

“Fórmense fuera del cuartel en simple fila.” 

Nos formamos y quedamos esperando órdenes 
y él las dió: 


Incidente Interesante 


199 


u Compañía, atención. Número.” 

Eramos doce. 

“Vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda, 
marchen,” y así fuimos marchando. Continuaba 
la lluvia y yo estaba mojado hasta la médula de 
los huesos y casi tiritando de frío. 

Encabezados por el oficial debemos haber 
marchado como una hora, metiéndonos por el 
lodo y a veces cayéndonos en algún agujero hecho 
por las granadas, cuando de repente el oficial dio 
vuelta a la izquierda, y nos encontramos en una 
especie de patio circundado de paredes. Ya había 
cesado la lluvia, y empezaba a amanecer. 

Frente a nosotros había cuatro pabellones de 
rifles, formando cada tres de ellos un pabellón. 

El oficial nos ordenó que prestáramos atención 
y nos dijo que tomáramos las armas. Cada uno 
tomó un rifle. Después diciendo: “Descansen, 
armas,” con voz nerviosa y temblorosa, continuó: 

“Compañeros: estáis aquí para dar cumplimien¬ 
to a un deber solemne. Os han escogido como 
el grupo que debe fusilar a un soldado que ha sido 
declarado culpable de un gran delito contra su 
Rey y patria, que ha sido juzgado debida y legal¬ 
mente y que fué sentenciado a ser fusilado a las 
tres veinte y ocho a.m. de este día. Esta senten¬ 
cia ha sido aprobada por la autoridad competente 
en apelación, y debe cumplirse. Es el deber de 
ustedes darle cumplimiento.” 

“Allí están doce rifles, uno délos cuales contiene 
un cartucho en blanco y los otros once contienen 


200 


¡Al Asalto! 


cartuchos con bala. Se le exige a cada uno de 
ustedes que cumpla con su deber y tire para matar. 
Ustedes recibirán las órdenes directamente de mi. 
¡Compañía, atención!” 

Presentamos armas y entonces se fué. Me 
sentía como desfallecido y mis rodillas temblaban. 

Después de estar parados por lo que me parecía 
una semana, aunque en realidad no fué más de 
cinco minutos, oímos unos murmullos detrás de 
nosotros y pasos sobre las baldosas del patio. 

Nuestro oficial se presentó nuevamente, y en 
voz baja, pero firme, dió la orden: “Media vuelta.” 

Dimos la vuelta y bajo la luz medio amortiguada 
del amanecer y a una distancia de varias yardas 
en frente de nosotros, distinguí una pared de 
ladrillo. Parado contra esta pared se veía un 
bulto negro que llevaba un cuadrado blanco sobre 
el pecho. Se suponía que ese cuadrado debería 
ser nuestro blanco. Pero hacia la derecha del 
bulto noté que había otro lugar blanco en la pared 
y resolví apuntar en esa dirección. 

“Listos! Apunten! Fuego! ” 

Cayó el bulto negro en el suelo. Mi bala había 
ido a pegar contra el punto blanco en la pared, 
pues noté que algunas astillas se desprendían 
de ella. Algún otro de los compañeros había 
recibido el rifle que contenia el cartucho en blanco, 
pero yo estaba satisfecho, pues la sangre de un 
Tommy no había teñido mis manos. 

“Atención. Descansen armas.” 

Se volvieron a formar los pabellones y entonces 


Incidente Interesante 


201 


nos dieron la orden “En marcha hacia la derecha,” 
y asi dejamos el lugar en que se había verificado 
la ejecución. 

Ya estaba amaneciendo, y después de marchar 
como unos cinco minutos, nos despacharon dán¬ 
donos el oficial en jefe las siguientes instrucciones. 

“Vuélvanse por separado a sus compañías 
respectivas, y acuérdense que no deben hablar 
sobre este asunto; si no fuera asi, el culpable 
tendrá que ser castigado.” 

No necesitábamos que nos urgieran el regreso 
a nuestros cuarteles. Debo decir que no conocía 
a ninguno de los que formaron la compañía que 
ejecutó la sentencia, y aun el oficial me era desco¬ 
nocido. 

Los amigos y parientes de la víctima en Blighty 
nunca sabrán que fué ejecutado, ellos creerán que 
murió combatiendo por su Rey y por su patria. 

En la lista de los heridos y muertos que se sumi¬ 
nistra al público su nombre aparecerá como “muer¬ 
to accidentalmente” o simplemento “muerto.” 

El día después de la ejecución recibí órdenes de 
presentarme nuevamente en la línea del fuego, y 
de no chistar palabra. 

Diariamente hay fusilamientos, y éstos son unos 
de los incidentes que más repugnan y en realidad 
son los más tristes. Muchos creen que el Departa¬ 
mento de la Guerra Británico se compone de 
reglamentos muy estrictos que se hacen cumplir 
con toda rigidez, pero al mismo tiempo debe 
decirse que comprende sentimientos de benevo- 


202 


¡Al Asalto! 


lencia, y una de las pruebas de ésto es la manera 
con que se ocultan los fusilamientos y se dan 
informes de ellos a los parientes del pobre des¬ 
graciado. Nunca saben la verdad de lo ocurrido 
y siempre aparecen en los boletines entre los 
“muertos accidentalmente.” 

Durante los últimos años he leido varias veces 
en las revistas algunos cuentos de hombres cobar¬ 
des, que en un asalto se han convertido en héroes. 
A mi ésto siempre me parecía cosa ridicula. 
Creía que ésto lo hacian los escritores para contar 
algo que llamara la atención, pues yo decía “los 
hombres no se conducen de esta manera,” pero 
después que estuve en Francia tuve conocimiento 
de algunos casos en que los cobardes se habían 
convertido en hombres valientes. Presentaré un 
caso, de que tuve conocimiento, inquiriendo del 
capitán de la compañía, de los sentinelas que 
vigilaron al protagonista del cuento, como también 
por mis propias observaciones. Al principio no 
supe todo lo que había ocurrido, pero después de 
estar averiguando los incidentes y los hechos 
durante toda una semana se esbozó en mi mente 
con la misma claridad que las montañas de mi 
patria al oeste durante un día de sol de primavera. 
Todo me causó tanta impresión, que lo apunté 
durante mi permanencia en el cuartel de descanso 
en distintos pedazos de papel. Debo asegurar 
que todos los incidentes son enteramente verídicos 
y que también describo exactamente lo que pen¬ 
saba y sentía ese individuo, pues yo ahora bien 


Incidente Interesante 


203 


lo comprendo, después de haber tomado parte en 
los combates en Francia. 

Lo llamaremos Albert Lloyd. Ese no era su 
nombre, pero tampoco nos importa saberlo. 

Albert Lloyd era lo que todos denominan un 
verdadero cobarde. 

En Londres lo llamaba faltista. 

Ya hacia diez y ocho meses que su patria había 
tomado parte en la guerra y todavía no se había 
puesto el uniforme. 

No tenía ningún pretexto para no ingresar en 
el ejército, pues estaba sólo en el mundo, había 
sido educado en un asilo de huérfanos y nadie 
dependía de él para su manutención. No tenía 
ningún buen empleo que pudiera perder, ni tam¬ 
poco tenía novia cuyos labios le dijeran que se 
fuera, mientras que sus ojos le suplicaban que se 
quedara. 

Cada vez que veía a un sargento que estaba re¬ 
clutando, desaparecía detrás de cualquier esquina, 
abrigando el mayor miedo en el corazón. Al pasar 
en frente de los grandes anuncios para reclu¬ 
tamiento, a su ida y regreso de la oficina en que 
estaba empleado, siempre se bajaba el gorro y 
veía a otro lado para evitar ese amenazante dedo 
que le apuntaba y le decia “Tu Rey y tu país te 
necesitan,” o los ojos penetrantes de Kitchener 
que le hacían arder su mente y le ocasionaban 
gran terror. 

Después tuvieron lugar los ataques de los Zep- 
pelines, y mientras que se verificaban él se escondía 


204 


¡Al Asalto! 


en una esquina del sótano de su casa de huéspedes, 
casi llorando como un perrito faldero y pidiendo 
la protección de Dios. 

Aun el ama de la casa lo detestaba, aunque tenía 
que confesar que pagaba su cuenta con regu¬ 
laridad. 

Rara vez leía los periódicos, pero durante una 
mañana memorable el ama de la casa colocó el 
periódico en su lugar, antes de que fuera a al¬ 
morzar. AÍ sentarse leyó el título en grandes 
letras, “La ley sobre servicio obligatorio fué 
aprobada,” y casi se desmayó. 

Pidiendo que lo excusaran, subió precipitada¬ 
mente a su cuarto, horrorizado y acozado por un 
miedo cerval. 

Como había economizado algunas libras ester¬ 
linas, resolvió no salir de su casa, y aparentar que 
estaba enfermo; asi es que se quedó en su cuarto 
y el ama le llevaba allá sus alimentos. 

Cada vez que alguien tocaba la puerta, se ponía 
a temblar, porque creía que era un policía que lo 
iba a llevar por la fuerza al ejército. 

Al fin una mañana sus temores se convirtieron 
en realidad, y ante de él se presentó un policía 
con el fatídico documento. Lo agarró en la mano 
leyó que se ordenaba a Albert Lloyd que se pre¬ 
sentara a la oficina para reclutamiento más cer¬ 
cana para ser examinado. Se presentó luego, 
pues estaba temeroso de desobedecer. 

El médico examinó con agrado a Lloyd, por ser 
hombre bien formado, de seis piés de alto y que 


Incidente Interesante 


205 


parecía adecuado para ser buen soldado, pero 
tuvo que examinarle el corazón dos veces, antes 
de declarar que podía ingresar en el ejército, pues 
latía con suma rapidez. 

De la oficina de reclutas Llovd fué llevado con 
muchos otros, bajo las órdenes de un sargento, 
hasta el depósito del ejército en Aldershot, en 
donde le dieron su uniforme de khaki y el resto 
de su equipo. En apariencia era un soldado de 
buen porte, pero se le notaba alguna inclinación 
de los hombros y una mirada vaga en los ojos. 

Durante los ejercicios militares luego se com¬ 
prendió el carácter de ese individuo, y a Lloyd se 
le designó como “ nervioso.” En el ejército inglés 
“nervioso” significa cobarde. 

El recluta de menor estatura en el cuartel lo 
contemplaba con desprecio, y así se lo desmostra¬ 
ban todos de mil maneras. 

Lloyd era un buen soldado, aprendía fácilmente, 
obedecía con prontitud todas las órdenes dadas, 
y nunca se quejaba de las mayores fatigas, pues 
tenía miedo de hacerlo. Vivía con un miedo 
constante de los oficiales y de los subalternos que 
lo mandaban, y éstos lo despreciaban. 

Una mañana como tres meses después de haber 
ingresado en el ejército, la compañía de Lloyd 
pasó revista y se leyeron los nombres de los que 
habían sido escogidos para ir a combatir en 
Francia. Cuando llamaron su nombre, no dio 
dos pasos de frente ante las filas y como los demás 
contestó alegremente “Aquí estoy.” El en reali- 


20 Ó 


¡Al Asalto! 


dad se desmayó y lo llevaron al cuartel entre las 
risotadas de los compañeros. 

Esa noche él no pudo dormir y la pasó en conti¬ 
nuo sobresalto. Lloraba y murmuraba en su 
catre, porque reflexionaba que al día siguiente 
tendría que embarcarse para Francia, y por todas 
partes vería su muerte y que probablemente lo 
matarían. Al cruzar el Canal y mientras que 
estaba en el vapor, hubiera deseado echarse al 
agua para escaparse, pero tenía miedo de ahogarse. 

Al llegar a Francia él y los demás fueron metidos 
en carros para ganado, en cuyos lados aparecían 
las grandes letras blancas: “Chevaux 8, Hommes 
40.” Después de hacer un viaje muy molesto 
por las vías francesas mal niveladas, llegaron a 
Ruán en donde iban a hacer ejercicios. 

En ese lugar les dieron instrucciones en la guerra 
de trincheras, y a la mañana del octavo día pasaron 
revista a las diez, y después que eso se verificó 

ante el general FI-, se les hizo presentarse 

ante el Cuartel General para recibir sus máscaras 
contra el gas y su equipo de trincheras. 

A eso de la cuatro de la tarde los metieron nueva¬ 
mente en carros para ganado, y esta vez su viaje 
duró dos días. Desembarcaron en la población 
de Frévent, y principiaron a oir un ruido sordo 
bastante lejano. A Lloyd le temblaban las rodi¬ 
llas y preguntó al sargento que era el ruido que 
oía, y casi se desmayó cuando el sargento le con¬ 
testó con voz algo molesta: 

“Oh, esos son los cañones que están tirando 


Incidente Interesante 


207 


por nuestra línea. Ya en unos dos días estaremos 
en donde están. No te apures, compañero, muy 
pronto verás más de lo que desearas ver antes 
de volver a Blighty; ésto es si tienes la buena 
suerte de volver a ese lugar. Ahora bien ayúda- 
mos a descargar estos carros y deja de temblar 
tanto. Caramba creo que tienes miedo.” Y 
esto último lo dijo con una mirada despreciativa. 

Se pusieron en marcha, caminaron diez kiló¬ 
metros, muy bien cargados hasta una pequeña 
población casi en ruinas, y por entonces el estallido 
de los cañones se oía con más claridad y más 
fuerte. 

La población estaba llena de soldados que salie¬ 
ron a ver a los nuevos reclutas, a esos que pronto 
serian sus compañeros en las trincheras, porque 
a la mañana siguiente tendrían que ocupar su 
lugar en la línea y quedarse de guardia en algún 
sector de las trincheras. 

Pasaron revista los reclutas en frente del Cuar¬ 
tel General del batallón, y fueron distribuidos 
entra las distinas compañías. 

A Lloyd le tocó ser el único recluta que ingresó 
en la compañía “D.” Puede ser que el oficial 
que había tenido los reclutas a su cargo tuvo algo 
que hacer en esta distribución, porque llamando 
a Lloyd a un lado le dijo: 

“Lloyd, vas a ingresar a una nueva compañía. 
Nadie te conoce, asi es que puedes principiar, 
digamos asi tu carrera. Por Dios ten un poco 
de ánimo, háste hombre. Yo creo que tienes 


208 


¡Al Asalto! 


bastantes cualidades, asi es que te deseo la mejor 
suerte y me despido de ti.” 

Al día siguiente el batallón tomó el puesto que 
le asignaron en las trincheras. Sucedió que fué 
día bastante quieto, y la artillería colocada detrás 
de las líneas casi no tiraba; sólo había de repente 
alguna granada que se dirigía hacia los alemanes, 
para que supieran que nuestros artilleros no se 
habían dormido. 

La compañía fué pasando, en la obscuridad y 
uno en fondo, por la trinchera de comunicación 
hacia la línea del frente. Nadie notó cuan pálida 
y contraida estaba la cara de Lloyd. 

Después de que relevaron a la compañía en las 
trincheras, Lloyd, con dos de la antigua compañía, 
quedó de guardia en una de las trincheras transver¬ 
sales. No había habido ni un sólo tiro procedente 
de las líneas alemanes, ni nadie notó que él estaba 
muy encogido en el escalón de fuego. 

Durante el primer día de guardia no necesita 
un nuevo recluta estar parado con la cabeza fuera, 
observando por arriba de la trinchera. Sólo 
tiene que permanecer sentado, mientras que el 
más antiguo vigila al enemigo. 

De repente a eso de las diez le pareció que el 
infierno se había destapado, y se quedó temblando 
y arrinconado contra el parapeto. Principiaron 
a hacer explosión las bombas en las meras trin¬ 
cheras, según él se imaginaba, cuando en realidad 
estaban cayendo a unas cien yardas a retaguardia 
de ellos, en las segundas líneas. 


Incidente Interesante 


209 


Uno de los soldados antiguos que estaba de 
guardia, se volteó hacia su compañero, y le dijo: 

“Ya empieza Fritz con sus malditos morteros 
de sus trincheras. Ya debía nuestra artillería 
pegarles una buena y acabar con algunos de ellos. 
Pero caramba a donde demonios se fué ese nuevo 
recluta. Hay está su rifle recostado contra el 
parapeto; debe haberse fugado. Oye Dick sigue 
vigilando mientras que informo al sargento de lo 
ocurrido; yo no sé si ese tonto comprende que 
bien lo pueden fusilar por haber abandonado su 
puesto.” 

Lloyd se había ido. Luego que empezó la des¬ 
carga de los morteros, se posesionó de él un terror 
pánico tal que le impulsaba a correr, a evitar esa 
terrible conmoción, a tratar de ponerse en salvo. 
Asi es que sigilosamente pasó por la trinchera 
transversal, llegó a una de comunicación, y en¬ 
tonces corriendo con todas sus fuerzas y sin reparar 
por donde iba se metía en distintas trincheras, 
cayéndose en agujeros llenos de lodo y a veces 
brincando sobre todos los obstáculos que encon¬ 
traba a su paso a lo largo de las trincheras. 

Sin saber por donde iba, y con los brazos exten¬ 
didos y a veces cubriéndose la cara, salió de las 
trincheras y llegó a la población, o a lo que había 
sido una población, antes de que la artillería 
alemana la hubiese destruido. 

Aunque tenía un miedo terrible, también parecía 
tener cierta viveza que le aconsejaba que tratara 
de evitar a todos los sentinelas, porque si algunos 


14 


210 


¡Al Asalto! 


de ellos lo vieran lo llevarían nuevamente a esa 
terrible escena de destrucción en la línea del 
frente, y puede ser que saliera herido o muerto. 
Sólo el pensar eso lo hacía temblar, y las gotas 
del sudor frío le rodaban por las mejillas. En la 
obscuridad y hacia la izquierda pudo distinguir 
algo que parecían ser árboles. Asi es que gateando 
y agachándose y parándose según estallaban las 
bombas, al fin llegó a un huerto antiguo y se 
acurrucó cerca del tronco de un manzano, que 
había sido casi destruido por las palas. 

Allí permaneció toda la noche, escuchando el 
estampido de los cañones, y rogando, siempre 
rogando, que pudiera salvar su miserable vida. 

Ya al amanecer, principió a notar algunos 
bultos obscuros que se veían colocados en la tierra 
cerca de él. La curiosidad venció sus temores 
y agachándose se acercó a uno de esos objetos, y 
allí por la luz temprana de la mañana leyó sobre 
una pequeña cruz de madera: 

“Soldado H. S. Wheaton, No. 1670, Primer 
Regimiento R. F. de Londres. Muerto en Acción, 
Abril 25, 1916. R. I. P.” (Que Descanse en Paz). 

Entonces bien comprendió él que toda esa noche 
había estado escondido en un cementerio, y ese 
pensamiento lo medio enloqueció, y guiado por 
un vehemente deseo de no permanecer más en 
ese lugar, con toda prisa corrió, cayendo sobre 
pequeñas cruces de madera, tirando algunas y 
destrozando otras bajo sus piés. 

Huyendo, llegó a una antigua covacha francesa 


Incidente Interesante 


211 

que estaba medio destruida y medio llena de agua 
suicia y lodosa. 

Como una zorra perseguida por los galgos, se 
metió en ese agujero, y se tiró sobre unos sacos 
vacios todos húmedos y lodosos. Después, quedó 
sin conocimiento. 

Al día siguiente se despertó de su letargo, oyendo 
algunas voces algo lejos de sus oídos. Al abrir los 
ojos notó que estaban un cabo y dos soldados con 
sus bayonetas listas a la entrada de la covacha. 

Entonces el cabo le dirigió la palabra: 

“Levántante, maldito cobardón. ¡ Que lástima 
que hayas ingresado a la compañía ‘D ’ pues has 
echado a perder su buena reputación! Pero no 
tengas cuidado, ya te pondrán contra la pared, y 
asi acabarán con tu cobardía. Agárrenlo com¬ 
pañeros, llévenselo y si trata de evadirse metánle la 
bayoneta y maten a este mandria. ¿ Anda, leván¬ 
tate pronto; ya estábamos cansados de buscarte?” 

Lloyd temblando y debilitado por su largo 
ayuno se medio levantó, ayudado por un soldado 
de cada lado. 

Lo llevaron a la presencia del capitán, pero sólo 
podían conseguir que dijera constantemente: 

“¡ Por Dios, señor, no me fusile, no me fusile!” 

El capitán demostrando su profundo desprecio, 
lo envió bajo escolta al Cuartel General de la 
División para que fuera juzgado por corte marcial, 
acusado de haber desertado durante la refriega. 

En Francia los desertores son fusilados. 

Mientras que lo juzgaban, Lloyd parecía casi 


212 


¡Al Asalto! 


atontado, y no podía decir nada para defenderse. 
Solamente de vez en cuando exclamaba: “¡Que 
no me fusilen! ¡ Que no me fusilen! ’ ’ 

Le impusieron la siguiente sentencia: “Será 
fusilado a las tres y treinta y ocho de la mañana 
del 18 de Mayo de 1916.” Esto quería decir que 
sólo le quedaba un día de vida. 

No parecía comprender lo terrible de su senten¬ 
cia, pues su mente estaba como paralizada. Des¬ 
pués no recordaba nada sobre el viaje que hizo 
bien vigilado en un motor blindado con sacos de 
arena, hasta el cuerpo de guardia en la población, 
y como lo echaron sobre el suelo y lo dejaron allí 
con un sentinela con su bayoneta y que se paseaba 
a lo largo de la entrada. 

Le dejaron carne prensada y galletas muy cerca 
de él para que pudiera cenar. 

El sentinela al ver que nada comía, entró, y 
tocándole sobre el hombro le dijo con voz bonda¬ 
dosa. : 

“No te desanimes compañero, come un poquito 
que eso te hará bien. No pierdas esperanza, que 
mañana te perdonarán. Yo sé bien como se 
hacen estas cosas. Lo que quieren es infundirte 
miedo; eso es todo. Vuelvo a suplicarte que comas 
algo. Verás que después de comer recobrarás las 
fuerzas.” 

El sentinela tan bondadoso sabía muy bien 
que no decía la verdad al referirse al perdón, porque 
bien sabía que sólo un milagro hubiera podido 
salvar la vida del pobre compañero. 


Incidente Interesante 


213 


Lloyd escuchó con atención lo que decía su 
sen tíñela, y lo creyó; asi es que consideró sus 
palabras como un rayo de esperanza, y principió 
a comer, o más bien a devorar los alimentos que 
tenía a su lado. 

Pasada una hora, el capellán vino a verlo, pero 
Lloyd dijo que no lo necesitaba. No le hacia 
falta un capellán; pues estaba seguro de que lo 
iban a perdonar. 

La artillería que estaba a retaguardia de la 
línea empezó de repente a hacer fuertísimas des¬ 
cargas, y principió un terrible bombardeo contra 
las líneas del enemigo. Era pavoroso el estruendo 
de los cañonazos. Lloyd volvió a tener miedo, 
grandísimo miedo, y se echó de rodillas en el suelo, 
cubriéndose la cara con las manos. 

El sentinela, al notar como se hallaba se le 
acercó y trató de darle valor, diciéndole: 

“No debes preocuparte por esos cañones, com¬ 
pañero; no te harán ningún mal, pues son los 
nuestros. Estamos enviando a los boches algunas 
píldoras como las que ellos nos echan. Nuestros 
compañeros al amanecer irán y tomarán sus trin¬ 
cheras, y entonces les haremos probar nuestros 
aceros fríos, al mismo tiempo que coman sus sal¬ 
chichas y beban su cerveza. Quédate quieto 
hasta que te perdonen. Tengo que irme, com¬ 
pañero, pues ya casi es hora de que me releven y 
no quiero que me vean hablando contigo. Así es 
que hasta la vista compañero, y mucho valor.’’ 

Al terminar esas palabras, el sentinela siguió 


214 


¡Al Asalto! 


paseándose en frente de la puerta, y a eso de diez 
minutos fué relevado, y un soldado de la compañía 
“D” tomó su lugar. 

El sentinela miró dentro del calabozo y notando 
que Lloyd parecía muy acobardado, le dirigió la 
palabra, despreciativamente: 

“En lugar de estar lloriqueando en esa esquina, 
debías estar rezando. Son únicamente los malos 
reclutas como tu que echan a perder nuestra buena 
reputación. Hemos estado aquí ya casi diez y 
ocho meses, y tu eres el único entre nosotros que 
ha desertado. Todo el batallón se está riendo de 
nosotros y mofándose de la compañía ‘D.’ Mal¬ 
dito seas; pero es seguro que ya no lo harás otra 
vez, pues a la mañanita acabarán contigo.” 

Después de escuchar estas frases, Lloyd, con 
voz temblorosa preguntó: “¿ Como, que me van 
a fusilar? El otro sentinela me dijo que me per¬ 
donarían. Por Dios no me digas que me van a 
fusilar,” y su voz cesó casi en medio de su llanto. 

“Por supuesto que te van a fusilar. El otro 
sentinela nada más se estaba burlando de ti. Asi 
siempre lo hace el viejo Smith. Siempre trata de 
decir cosas agradables a los compañeros. Tu 
tienes la misma probabilidad de que te perdonen 
que yo tengo de ser coronel de mi batallón.” 

Cuando en la mente de Lloyd desapareció toda 
esperanza de que lo perdonaran, pareció que se 
había calmado su terror, y poniéndose de rodillas 
y levantando los brazos hacia el cielo, imploró al 
Todopoderoso y de todo corazón rogó. 


Incidente Interesante 


215 


“Oh Dios, tu que eres tan bueno y bondadoso, 
dame el valor suficiente para morir como todo 
hombre debe morir. Líbrame de la muerte de 
un cobarde. Dame la oportunidad de morir como 
mis compañeros en la batalla, de morir comba¬ 
tiendo por mi patria. Esto es todo lo que te pido.” 

De repente se tranquilizó su espiritu, como 
nunca lo había estado, y ya no se acurrucó cobar¬ 
demente, pero muy tranquilo esperó el amanecer, 
ya estando listo para sufrir la pena de muerte. 
Las granadas seguían cayendo todos alrededor 
del calabozo, y él no parecía hacer aprecio de ellas. 

Mientras que estaba esperando oyó la voz del 
sentinela que estaba cantando en voz baja. Can¬ 
taba el coro de la canción popular de las trincheras: 

4 ‘Quiero volver a mi casita, quiero volver a mi casita, 
Yo ya no quiero quedarme para nada en las trin¬ 
cheras, 

En donde abundan las salchichas y los ruidos de las 
balas, 

Lléveme al otro lado de los mares, en donde no me 
pueden pescar los alemanes, 

Por Dios yo no quiero morir, 

Yo quiero regresar a mi casita.” 

Lloyd escuchó esas palabras con intenso interés, 
y pensaba en la clase de hogar o país adonde iría 
cuando tuviera que irse al otro mundo; pues en 
realidad ese sería el único hogar verdadero que él 
habría tenido. 

De repente se oyó un gran estruendo por el aire, 


2IÓ 


¡Al Asalto! 


un estrépito formidable y vió una llamarada que 
casi lo cegaba, y las paredes de sacos de arena 
cayeron esparcidas por todo el calabozo, y después 
de eso todo permaneció en la obscuridad. 

Cuando Lloyd recobró los sentidos, vió que 
estaba tirado sobre el lado derecho, y frente de él 
se veíá lo que había sido la entrada de su calabozo 
y que ahora sólo era un montón de sacos rotos y 
hechos trizas. Le parecía que iba a reventar su 
cabeza. Poco a poco se incorporó sobre el codo 
y vió que por el Oriente despuntaba la aurora. 
¿ Pero que era ese bulto maltrecho que estaba un 
poco más allá entre los sacos de arena? Yendo 
a gatas poco a poco notó que era el cadáver del 
sentinela; se cercioró de eso con sólo una mirada, 
pues el cuerpo estaba sin cabeza. Los deseos del 
sentinela se habían cumplido. El ya se había 
“ido a su hogar.” Al fin se había libertado de los 
tiros de los cañones y de los allemands. 

Repentinamente Lloyd comprendió que él ya 
era libre; que él era libre para ir por arriba a com¬ 
batir con su compañía, para morir como todo 
inglés patriota, peleando por su Rey y por su 
patria. Un gran contento y un sentimiento de 
felicidad parecieron infiltrarse en él. Cuidadosa¬ 
mente pasó sobre el cadáver del sentinela, y 
corriendo con suma velocidad por la calle arrui¬ 
nada de la población, y entre las granadas que 
hadan explosión, sin hacer caso de ellas, y pasando 
por entre destacamentos de soldados que también 
se dirigían hacia la trinchera para pasar por arriba 


Incidente Interesante 


217 


de ella y combatir, llegó a una trinchera de 
comunicación. No podía atraversarla, pues estaba 
llena de soldados que reían, maldecían y vitorea¬ 
ban. Escaló la trinchera y corrió nuevamente 
con rapidez por encima de ella, sin resguardarse 
de las balas de los cañones de tiro rápido y de las 
granadas, y sin hacer caso de los gritos de los 
oficiales que le decían que regresara a la trinchera. 
El estaba resuelto a juntarse con su compañía 
que debía estar en la línea del frente. Él iba a 
combatir con ellos. El, el cobarde despreciado, 
había recobrado su valor. 

Mientras que estaba haciendo su correría, y 
saltando sobre las trincheras llenas de soldados, 
oyó unos gritos y vivas a lo largo de toda la línea 
del frente, y esto hizo decaer su ánimo, pues bien 
comprendió que había llegado demasiado tarde, 
porque su compañía ya había salido a combatir. 
A pesar de eso siguió corriendo violentamente; él 
los alcazaría, él moriría al lado de ellos. 

Mientras tanto su compañía ya había entrado 
en la refriega, y con las demás compañías ya había 
tomado la primera y la segunda trincheras alema¬ 
nas y estaba dirigiéndose a asaltar la tercera. 
La compañía “D ” con su capitán a la cabeza, 
con el mismo que había mandado a Lloyd para 
ser juzgado en el Cuartel General de la División 
acusado de ser desertor, se había adelantado con 
valentía, hasta que se encontraban muy en frente 
del resto de las fuerzas que atacaban. Arrojando 
bombas de trinchera en trinchera, y llevando a 


218 


¡Al Asalto! 


efecto cargas de bayoneta, llegaron a una trinchera 
alemana de comunicación que terminaba en un 
callejón sin salida, y entonces el capitán que 
seguía a la cabeza de sus soldados, comprendió 
que habían caído en una trampa. Ellos no se 
iban a retirar, porque la compañía “D” nunca 
se había retirado, y ellos eran parte de esa com¬ 
pañía “D.” Enteramente en frente de ellos 
había centenares de alemanes que estaban listos 
para arrojarles bombas y cargar contra ellos a la 
bayoneta. Pudiera ser que lograran defenderse 
si les llegaran bombas y municiones de retaguardia, 
pues ya las que tenían se habían agotado, y los 
soldados comprendieron que sólo tenían la alter¬ 
nativa de vender caras sus vidas o huir vergozo- 
samente. Pero la compañía “D” nunca había 
huido y no podía faltar a esa tradición, a ese 
valiente modo de proceder. 

Los alemanes tendrían que avanzar cruzando 
un espacio abierto de trescientos a cuatrocientas 
yardas, antes de llegar al punto en que pudieran 
arrojar sus bombas ventajosamente, y al llegar 
allí ya su victoria estaba asegurada. 

Volteándose hacia su compañía, el capitán les 
gritó: 

“Compañeros, sólo nos queda la muerte como 
último recurso. Ya no nos quedan municiones 
ni bombas, y los boches ya casi nos tienen en su 
poder. Con sus bombas nos acabarán y no podre¬ 
mos defendemos a la bayoneta. Asi es que tene¬ 
mos que atacarlos, y aunque hay treinta de ellos 


Incidente Interesante 


219 


contra cada uno de nosotros, debemos cumplir 
con nuestro deber, y morir con valor, como siempre 
lo han hecho los que pertenecen a la Compañía 
‘D/ Cuando dé la voz de mando, síganme y 
fuerte con ellos; al infierno con ellos. ¡ Oh, si 
sólo tuviéramos un cañón de tiro rápido, muy 
distinto sería el cuento! Acabaríamos con ellos. 
Hay vienen; a matarlos, compañeros.” 

Acababa de decir estas palabras, cuando se oyó 
el bienvenido “pup-pup-pup” de un cañón de tiro 
rápido procedente de retaguardia, y la línea más 
avanzada de los alemanes que atacaba, de repente 
quedó desecha. Parecía que retrocedían, pero 
nuevamente avanzaron, y nuevamente la segunda 
línea quedó disuelta, pues el cañón de tiro rápido, 
estaba acabando con casi todos ellos. Por tercera 
vez atacaron, y por tercera vez los cañonazos los 
dispersaron, matando infinidad de ellos. Tiraron 
sus rifles y bombas y se retiraron corriendo preci¬ 
pitadamente hacia su trinchera, oyendo los vivas 
de la compañía “D.” Nuevamente reformaron 
sus filas para atacar por cuarta vez, cuando se 
oyeron estrepitosas exclamaciones de alegría a 
retaguardia de la compañía “ D.” Habían llegado 
las municiones, y con ellas un batallón escocés de 
refuerzo, salvándolos asi de una muerta segura. 
El artillero desconocido había cumplido con su 
deber en los momentos más críticos. 

Con los refuerzos que habían llegado, ya era 
muy fácil tomar la tercera línea de los alemanes. 

Después de que terminó el asalto, el capitán y 


220 


¡Al Asalto! 


tres de sus subalternos se dirigieron hacia el lugar 
de donde el cañón de tiro rápido había desem¬ 
peñado su mortífera labor. Deseaba demostrar su 
agradecimiento al artillero en nombre de la com¬ 
pañía “D” por sus hechos gloriosos. Llegaron 
al cañón y contemplaron un espectáculo terrible 
y conmovedor. 

Lloyd había llegado a la trinchera del frente di 
la línea, después de que su compañía había salido 
de ella. Vió que una nueva compañía estaba 
subiendo las escaleras de las trincheras; eran los 
refuerzos que iban a ayudar a sus compañeros; 
eran escoceses que con sus trajes típicos de distin¬ 
tos colores y sus rodillas descubiertas ofrecían un 
esplendido aspecto guerrero. 

Lloyd saltó a través de la trinchera y en seguida 
siguió por la Tierra Inhabitable o “que no es de 
nadie,” sin hacer caso de la lluvia de balas, sab 
tando sobre bultos obscuros tirados por tierra, 
algunos de los cuales permanecían inertes, mien¬ 
tras que otros lo llamaban al pasar cerca de ellos. 

Llegó a la línea alemana del frente pero la en¬ 
contró desierta, pues sólo vió montones de 
muertos y heridos, que demostraba lo que había 
hecho su compañía, su valiente compañía “D.” 
Brincando trincheras y casi sin aliento, Lloyd 
podía ver un poco delante de él a su compañía que 
estaba metida en una trinchera de comunicación 
sin salida, y que tenía en frente de ella a un gran 
tropel de alemanes listos para atacarla. ¿ Porqué 
la compañía “D” no les tiraba? ¿Porqué per- 


Incidente Interesante 


221 


manecían tan tranquilos? ¿ Que es lo que espera¬ 
ban ? Entonces él comprendió—se habían agotado 
las municiones. 

Mirando hacia la derecha ¿ que es lo que con¬ 
templó? Un cañón de tiro rápido. ¿ Y porqué 
no tiraba ese cañón y los salvaba? El obligaría 
a los artilleros a que cumplieran con su deber. Se 
precipitó hacia el cañón, y entonces comprendió 
porqué no tiraba. Esparcidos cerca de él estaban 
seis bultos sin movimiento, eran los artilleros que 
habían tratado de hacer funcionar el cañón, pero 
que los alemanes con sus tiros certeros habían 
resuelto que ya no volvería a hacer fuego. 

Lloyd se precipitó y corrió hacia el cañón, y 
agarrando los soportes transversales lo apuntó 
contra los alemanes. Hizo presión con el dedo 
pulgar, pero sólo se oía un sonido hueco, pues el 
cañón no estaba cargado. Entonces él compren¬ 
dió cuan inútiles serían sus esfuerzos, pues no 
sabía como se cargaba un cañón. ¿ Oh, porqué 
no había él aprendido el método de cargar cañones 
en Inglaterra? Le habían ofrecido enseñarle, 
pero avergozado ahora recordaba que había tenido 
miedo, y aun miedo del mero apodo de los arti¬ 
lleros, pues los llamaban miembros del “Club del 
Suicidio.’’ Ahora a causa de ese miedo, su com¬ 
pañía quedaría destruida, tendrían que morir 
todos los compañeros de la Compañía “ D,” porque 
él, Albert Lloyd, se había amedrentado de un 
apodo. Avergonzado se puso a llorar. De todos 
modos él moriría con ellos. Al levantarse casi se 


222 


¡Al Asalto! 


cayó sobre el cuerpo de uno de los artilleros que 
parecía estar quejándose. Esto le dió un rayo 
de esperanza, y pensó que este compañero le diría 
como pobria cargar el cañón. Agachándose movió 
suavemente el cuerpo y el soldado abrió los ojos. 
Al ver a Lloyd, los cerró nuevamente y con voz 
apagada dijo: 

“Vete, mandria y cobarde, déjame sólo. No 
quiero que un cobarde esté a mi lado.” 

Al oir esas palabras parecía que herían a Lloyd 
con un cuchillo, pero de todos modos como estaba 
desesperado, sacó el revólver de la funda que 
tenía el moribundo al cinto, y poniéndole el 
cañón cerca de la cabeza del soldado, contestó: 

“Si soy Lloyd, el cobarde de la compañía ‘D,’ 
pero con la ayuda de Dios si ahora no me dices 
como debo cargar ese cañón, te partiré el alma 
con esta bala.” 

De repente una sonrisa de satisfección se dibujó 
en la cara del moribundo, y murmuró en voz baja: 

“Buen compañero, yo sabía que no avergon¬ 
zarías a tu compañía-” 

Lloyd le interrumpo. “Por Dios si quieres 
salvar esa compañía que tanto amas, dime como 
debo cargar este maldito cañón.” 

Como si estuviera recitando una clase en la 
escuela, el soldado replicó en voz débil y turbada: 
“Mete el extremo de la correa en esa cuña, y con 
la mano izquierda tira de la correa del frente hacia 
la izquierda. Da vuelta a la manigueta sobre el 
cilindro, suéltalo y repite ese movimiento. Ya 



Incidente Interesante 


223 


entonces el cañón está cargado. Para tirar levanta 
la llave automática de seguridad y oprime la pieza 
con el dedo pulgar, y entonces el cañón principia¬ 
rá a descargar. Si para de tirar, trata de ver 
como está la manigueta-” 

Pero Lloyd no esperó oir más. Con el corazón 
lleno de júbilo, tomó una de las correas de la caja 
de municiones que estaba cerca del cañón, y cum¬ 
plió con las instrucciones del moribundo. En¬ 
tonces oprimió el gatillo con su dedo pulgar y 
como resultado se oyó el estrépito de la descarga, 
pues el cañón ya estaba funcionando. 

Dirigiendo la puntería hacia los alemanes, lleno 
de júbilo gritó al ver que la fila de enfrente caía 
bajo las balas. 

Cambiando de puntería, y siempre dirigiéndolo 
hacia los alemanes vió que se retiraban, corriendo 
para meterse en sus trincheras, dejando tirados en 
el campo sus muertos y heridos. El había salvado 
a su compañía, él Lloyd, el cobarde, había cum¬ 
plido con su deber. Soltando el gatillo con el dedo 
pulgar miró al reloj que llevaba en la muñeca. 
Todavía él estaba en vida, a pesar de que las 
manecillas marcaban las “3:38” que era la hora 
designada por el tribunal para su fusilamiento. 

11 Ping! ’ ’—se oyó el chiflido de una bala cruzando 
el aire y Lloyd cayó de cabeza sobre el cañón. 
Unas cuantas gotas de sangre se esparcían sobre 
sus mejillas y en la frente se veía un agujero negro. 

Se había cumplido debidamente la sentencia 
del tribunal. 


224 


¡Al Asalto! 


El capitán levantó lentamente el cadáver que 
estaba sobre el cañón, y al quitarle la sangre de su 
cara pálida, reconoció a Lloyd, al cobarde de la 
compañía “D.” Reverentemente cubrió la cara 
con vSU pañuelo, y volteándose hacia sus subaternos 
con voz sumamente conmovida, les dijo: 

“Compañeros éste es Lloyd el desertor. Se ha 
redimido; ha muerto como todo un héroe. Murió 
para que pudieran vivir sus compañeros. ” 

Esa tarde hubo una procesión fúnebre que se 
dirigió hacia el cementerio y al frente iba una 
camilla llevada por dos sargentos, y sobre esa 
camilla estaba colocada la bandera nacional. 
Detrás de la camilla iban el capitán y cuarenta y 
tres soldados, todos los que quedaban de la 
compañía “D.” 

Llegados al cementerio, se pararon en frente de 
una fosa abierta. Por doquiera se veían cruces 
de madera, rotas y despedazadas sobre la tierra. 
Un antiguo y canoso sargento al notar esos destro¬ 
zos, exclamó en voz baja: “¡ Maldito sea el 
cobarde que destruyó esas cruces! si sólo yo 
pudiera con estas manos sujetarle por el pescuezo, 
su viaje al Occidente sería bien corto.” 

El cadáver tendido sobre la camilla parecía 
moverse, o puede bien haber sido que el viento 
agitaba los pliegues de la bandera nacional. 


CAPÍTULO XXV 


PREPARATIVOS PARA EL GRAN ASALTO 

yNESPUES de reunirme con Atwell en seguida 
del fusilamiento, bien difícil fué para mi 
guardarme el secreto. Creo que perdí cuando 
menos unas diez libras en mi ansiedad de hacer eso. 

A las siete de la noche debía principiar nuestra 
tarea de vigilar todas las trincheras de comunica¬ 
ción y de la línea del frente, tomar nota de todo 
lo que ocurriera de extraordinario y arrestar a 
cualquiera que según nuestro parecer, estuviera 
obrando de manera sospechosa. Dormíamos 
durante el día. 

Había gran actividad detrás de las líneas, y se 
estaban recibiendo grandes cantidades de muni¬ 
ciones y víveres, y extensas columnas de tropas 
estaban pasando en distintas direcciones. Estᬠ
bamos preparándonos para el gran movimiento 
de ataque, que debía ser el precursor de la batalla 
del Somme o sea del “Gran Asalto.’' 

Grandioso era el espectáculo de la interminable 
corriente de soldados, víveres, municiones y 
cañones que llegaban a las líneas inglesas y en 
realidad difícil sería describirlo; sólo presencián- 
225 


226 ¡Al Asalto! 

dolo como yo lo presencié, podría uno apreciar 
su magnitud. 

Interminable era la constante llegada de víveres 
y pertrechos en nuestra parte de la línea. Más 
bien parecía eso una enorme serpiente que iba 
aproximándose, sin que nunca hubiera una inte¬ 
rrupción o dificultad, demostrando asi la eficacia y 
el buen sistema del “pequeño y mediocre ejército” 
de la Gran Bretaña de cinco millones de hombres. 

Los inmensos cañones de a quince pulgadas iban 
avanzando poco a poco, tirados por poderosa maqui¬ 
naría de vapor. En seguida se veía una larga fila 
de baterías de a cuatro y cinco, siendo llevado 
cada cañón por seis caballos, y después un par de 
morteros de nueve por dos que eran conducidos 
por inmensa maquinaria de lento movimiento. 

Cuando una de estas máquinas inmensas pasaba 
a mi lado llevando el gigantesco monstruo morti- 
fero, me llenaba de orgullo, y eso se notaba en 
mi cara, pues podía ver bien en la plancha del 
rótulo las palabras “Made in U. S. A.” (Hecho 
en los Estados Unidos de América), y a veces 
pensaba que si yo tuviera que llevar un rótulo 
también debía de consistir en “Made in U. S. A.” 
Después pensaba yo cuan limitada y exigua sería 
esa voluminosa corriente, si todos sus componentes 
hechos en los Estados Unidos fueren eliminados. 

A continuación venían centenares de armones 
y carros “G. S.” conducidos por muías gordas y 
bien cuidadas, que llevaban en ancas hombres 
también fuertes y bien acondicionados, y siempre 


Preparativos para el Gran Asalto 227 

sonrientes, a pesar del polvo y del sudor que les 
cubría las caras, y del polvo de esos caminos 
franceses tan bién construidos. 

No hay duda que los vigías alemanes en sus 
aeroplanos deben haber llevado informes descon¬ 
soladores a los jefes de sus respectivas divisiones, 
pues contemplarían esa corriente que iba poco a 
poco pero aumentando diariamente y con un paso 
igual y bien mesurado. No iban más despacio 
ni más aprisa, pero siempre seguían avanzando, 
siempre avanzando. 

Tres semanas antes del Gran Asalto del primero 
de Julio—pues así se ha designado a la batalla 
del Somme—se excavaron duplicados exactos de 
las trincheras alemanas, como a unos treinta kiló¬ 
metros detrás de nuestras líneas. Los planos de 
las trincheras fueron dibujados de conformidad 
con las fotografías hechas desde unos aeroplanos 
y que había sometido el Cuerpo Real de Aero¬ 
planos. Esas imitaciones de las trincheras eran 
enteramente exactas, y en ellas se veían las cova¬ 
chas, los fosos, los cercos de alambre y los puntos 
peligrosos. 

A los batallones que debían formar la primera 
línea de ataque se les tuvo durante tres días estu¬ 
diando estas trincheras, haciendo simulacros de 
asaltos y maniobras nocturnas. A cada hombre se 
le exigía que hiciera un mapa de las trincheras, y 
se familiarizara con los nombres y la localidad de 
los puntos que su batallón debía atacar. 

En el ejército americano los oficiales subalternos 


228 


¡Al Asalto! 


tienen que estudiar el dibujo de mapas y el deli- 
namiento de caminos, y durante los seis años que 
presté mis servicios en la caballería de los Estados 
Unidos, tuve bastante experiencia en esta clase 
de tarea, y por lo tanto me fué bastante fácil hacer 
los mapas correspondientes de esas trincheras. 
Cada soldado tenía que presentar su mapa al jefe 
de la compañía para su aprobación, y yo tuve la 
buena suerte de que se escogiera el mío por ser 
suficientemente exacto para que sirviera al 
verificarse el asalto. 

No se permite que se saquen de Francia ningunas 
fotografías ni mapas, pero en el caso actual me 
parecían ser recuerdos tan valiosos de la Gran 
Guerra, que pude escamotearlos. En la actuali¬ 
dad no son de importancia con respecto a las líneas 
inglesas, pues me es grato decir que esas ya se 
han adelantado más allá de ese punto. Por lo 
tanto puede hacerse su reproducción en este libro, 
sin quebrantar ningún reglamento ni prescripción 
del ejército británico. 

El asalto o ataque fué ensayado y vuelto a en¬ 
sayar a tal grado, que maldecíamos al individuo 
que había ideado tal plan. 

Se designaron las trincheras según un sistema 
que facilitaba a Tommy el encontrar cualquier 
punto de las líneas alemanes, aunque fuera en la 
obscuridad. 

Estas trincheras de imitación, o modelos de 
trincheras, estaban bien vigiladas para evitar que 
fueran descubiertas, por numerosos aeroplanos de 


Preparativos para el Gran Asalto 229 

los Aliados que constantemente hacían círculos 
en el aire alrededor de ellas. No se permitía 
que ningún aeroplano alemán se aproximara a una 
distancia que facilitara sus observaciones. Se 
estableció una area vedada y no se permitía a 
ninguno del ramo civil que penetrara dentro de 
tres millas de ella, asi es que estábamos seguros 
de que le íbamos a causar una gran sorpresa a Fritz. 

Cuando tomamos la línea del frente tuvimos 
una sorpresa desagradable. Los alemanes colo¬ 
caron rótulos sobre el borde de sus trincheras en 
que estaban escritos los nombres que le habíamos 
dado a sus mismas trincheras. Los rótulos eran 
“Fair,” “Fact,” “Fate,” y “Fancy” y así sucesi¬ 
vamente, según los nombres en clave de nuestro 
mapa. Y para mofarse más de nosotros subieron 
otros rótulos en que se leía: Cuando van a venir 
ustedes?” o “Vengan; estamos listos para recibir 
a ustedes, estúpidos ingleses.” 

Todavía es un misterio para mi saber como 
tuvieron el conocimiento de todo eso. No hubo 
ningunos ataques, no obtuvieron ningunos prisio¬ 
neros, asi es que debe haber sido trabajo de 
algunos espías dentro de nuestras líneas. 

Tres o cuatro días antes del Gran Asalto trata¬ 
mos de poner un poco nervioso a Fritz, verificando 
asaltos simulados, y esto nos dió buenos resultados 
como lo demuestran los partes oficiales del primero 
de Julio. 

Aunque estábamos constantemente bombardean¬ 
do sus líneas día y noche, varias veces logramos 


230 


¡Al Asalto! 


engañar a los alemanes. Esto lo conseguía¬ 
mos haciendo un fuerte bombardeo contra sus 
líneas, y después de un fuego graneado muy 
constante, tapábamos puede decirse con humo 
blanco toda la Tierra Inhabitable, de modo que 
era imposible ver nuestras trincheras, y entonces 
arrojábamos nuestras descargas nutridas como si 
iba a verificarse un asalto verdadero. Nuestros 
soldados prorrumpían en gritos y vivas a lo largo 
de nuestras trincheras, y Fritz creyendo que lo 
íbamos a atacar, empezaba a descargar sus cañones 
de tiro rápido, rifles y morteros. 

Después de tres o cuatro de estos ataques simu¬ 
lados, creo que su nerviosidad debe haber sido 
extrema. 

Por la mañana del 24 de Junio de 1916 a eso 
de las nueve y cuarenta principió nuestro fuego 
de artillería, y entonces se desencadenó el infierno. 
El estruendo era terrible y sólo se oía un constante 
boom-boom-boom. 

De noche el cielo se ponía enteramente rojizo. 
Nuestro bombardeo había durado unas dos horas, 
cuando Fritz principió a contestar. Aunque noso¬ 
tros enviábamos diez bombas para cada una de 
ellos, nuestras pérdidas eran muy fuertes. Se 
veía una corriente continua de camillas que salían 
de las trincheras de comunicación y los entierros 
eran cosas muy frecuentes. 

El estruendo de los cañones que se oía en las 
covachas era inaguantable. Tenía uno la misma 
sensación que tiene estando en el ferrocarril sub- 


Preparativos para el Gran Asalto 231 

terráneo al penetrar por el tubo bajo del río yendo 
a Brooklyn—como una presión en los tambores 
de los oídos y como que tiembla constantemente 
la tierra por donde pasa uno. 

Los caminos que estaban detras de las trincheras 
eran muy peligrosos, porque la metralla de los 
boches constantemente caía a su rededor. Tratᬠ
bamos de eludir estos lugares peligrosos y cru¬ 
zábamos por el campo abierto. 

La destrucción que acaecía en xas líneas alema¬ 
nas era horrible y verdaderamente yo les tenía 
compasión, pues comprendía que la mortandad 
de ellos era verdaderamente terrible. 

Con frecuencia oíamos desde nuestras trincheras 
de la línea del frente los chillidos agudos proce¬ 
dentes de las trincheras alemanas. Estos chiflidos 
eran para llamar a los camilleros, y significaban 
que habían resultado muertos y heridos algunos 
alemanes que peleaban por su patria. 

Fué bien difícil para Atwell y para mi llevar a 
efecto nuestra tarea de vigilar las distintas trin¬ 
cheras por las noches, pero después de un poco de 
tiempo nos acostumbramos a ese trabajo. 

Mis antiguos compañeros, los de la compañía 
del cañón de tiro rápido, habían sido colocados en 
amplias covachas que estaban a unas cuatrocientas 
yardas detrás de nuestras trincheras de la línea 
del frente—pues estaban de reserva. Con frecuen¬ 
cia me quedaba en su covacha, y conversaba con 
mis antiguos compañeros, aunque tratábamos de 
estar alegres, debo decir como que presentíamos 


232 


¡Al Asalto! 


algún desastre. Cada uno de los compañeros 
estaba pensando si después de que le hubieran 
dado la despedida de “Por arriba y con la mejor 
suerte” quedaría él vivo o permanecería tirado 
“En algún lugar de Francia.” La sección no. 3 
de la compañía del cañón de tiro rápido había 
establecido su cuartel en una casa medio arruinada, 
cuyas paredes estaban medio destrozadas por las 
balas y granadas. Los cocineros de la compañía 
alistaban la comida en este lugar. A la quinta 
noche del bombardeo, una bomba alemana de a 
ocho pulgadas pegó directamente en el cuartel y 
mató a diez soldados que estaban durmiendo en 
el sótano que se suponía estaba a prueba de bomba. 
Al día siguiente fueron enterrados y yo concurrí 
a sus funerales. 


CAPÍTULO XXVI 


HAY CALMA (?) EN EL FRENTE OCCIDENTAL 

DOR casualidad, estando en el Cuartel General 
A de la Brigada oí una conversación entre 
nuestro G. O. C. (Jefe al mando de la fuerzas) 
y el jefe de la división. Por esta conversación 
supe que íbamos a bombadear las líneas alemanas 
durante ocho días, y que el primero de Julio el 
“ Gran Asalto” principaría. 

A los pocos días se expidieron las órdenes co¬ 
rrespondientes, y todo el mundo tuvo conocimiento 
de lo que iba a suceder. 

Durante la tarde del octavo día de nuestro 
strafeing , Atwell y yo estábamos sentados en la 
trinchera de la línea del frente fumando cigarros, 
y preparando nuestros informes sobre la inspección 
que habíamos hecho en las trincheras durante la 
noche anterior, que teníamos que presentar al día 
siguiente en el Cuartel General, cuando circuló 
una orden por toda la trinchera de que el Viejo 
Pimienta quería que veinte de nosotros nos pre¬ 
sentáramos como voluntarios para formar un 
destacamento que verificara un asalto sobre una 
trinchera esa misma noche, y para coger a algunos 
233 


234 


¡Al Asalto! 


prisioneros alemanes con el objeto de que nos 
dieran informes. Inmediatamente dije que yo 
aceptaría tal comisión, y después de darle un apre¬ 
tón de manos a Atwell, me retiré a retaguardia 
para dar mi nombre al oficial que iba a estar al 
mando de los que verificarían el asalto. 

Por mi mala fortuna, fui aceptado. 

A las nueve y cuarenta de esa noche nos presen¬ 
tamos en la covacha del Cuartel General de la 
Brigada para recibir instrucciones del Viejo 
Pimienta. 

Después de llegar a esa covacha formamos un 
semicírculo a su alrededor, y él nos dirigió la pala¬ 
bra de la siguiente manera: 

“Todo lo que quiero es que ustedes se dirijan 
esta noche hacia las líneas alemanas, les caigan 
de sorpresa, les quiten unos dos prisioneros y 
regresen inmediatamente. Nuestra artillería ha 
bombardeado esa sección de la línea durante dos 
días, y yo personalmente creo que esa parte de la 
trinchera alemana no tiene defensores, asi es que 
traten de conseguir unos dos prisioneros y regresen 
lo más pronto que les sea posible.” 

El sargento que estaba a mi derecha, en voz 
baja murmuró a mi oído: 

“Dime, yank, como vamos a conseguir irnos 
dos prisioneros si este viejo tonto cree ‘personal¬ 
mente que esa parte de la trinchera no tiene defen¬ 
sores*—ésto lo veo de color obscuro, ¿ no te parece 
compañerito? ” 

Sentí como si tuviera una depresión en el esto- 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 235 

mago, y me parecía que mi sombrero de hojade¬ 
lata pesaba como una tonelada y que además ya 
mi entusiasmo estaba decayendo por completo. 
El Viejo Pimienta debe haber comprendido que el 
sargento había dicho algo, porque se volteó en su 
dirección y con voz de trueno le preguntó: 

Que dijiste? ” 

El sargento aterrorizado y temblándole las rodi¬ 
llas, se cuadró muy tieso y contestó: 

“Nada, señor.” 

Entonces el Viejo Pimienta dijo: 

“Pues bién la próxima vez no lo digas en voz 
tan alta.” 

Continuó hablando el Viejo Pimienta: 

“En esta sección de las trincheras alemanas 
hay dos o tres cañones de tiro rápido, a los que 
no ha podido pegar nuestra artillería durante los 
dos o tres últimos días. Estos cañones dominan 
el sector en donde dos de nuestras trincheras de 
comunicación se juntan con la línea del frente, 
y como la brigada va mañana por la mañana a 
hacer el asalto por arriba, quiero que me cojan 
prisioneros a dos o tres de los artilleros que mane¬ 
jan esos cañones, y por medio de ellos podré 
obtener informes importantes acerca del local 
exacto en que están los tales cañones, de modo que 
nuestra artillería podrá destruirlos antes que se 
verifique el asalto, asi se impedirá que perdamos 
mucha gente al hacer uso de esas trincheras de 
comunicación para que pasen por ellas los refuerzos 
que nos envian.” 


236 


¡Al Asalto! 


Estas son las instrucciones que nos dió: 

“ Quítense sus discos de identificación, quítense 
de los uniformes todos los números, galones, etc., 
dejen sus papeles con sus capitanes respectivos, 
porque yo no quiero que los boches sepan cuales 
son los regimientos que están combatiéndolos, 
pues esto les daría informes de importancia acerca 
del asalto que se verificará mañana, y por lo tanto 
no quiero que a ninguno de ustedes los pesquen 
en vida. Lo que deseo es conseguir dos prisioneros, 
y si los consigo tengo la manera segura de obligar¬ 
les a damos todos los informes necesarios con 
respecto a esos cañones. Pueden escoger dos 
clases de armas—pueden llevar sus ‘persuadi- 
dores,’ o sus cuchillos de defensa, y cada uno de 
ustedes llevará además cuatro bombas Mills, que 
sólo deberán emplear para el caso de una emer¬ 
gencia.” 

El “ persuadidor” es el apodo que Tommy da 
a una varilla que llevan los tiradores de bombas. 
Tiene como dos pies de largo, es muy delgada por 
un extremo y muy gruesa por el otro; y este 
extremo grueso está lleno de clavos puntiagudos 
de acero, y por el centro de la varilla hay una 
barra de plomo de nueve pulgadas, para igualar 
su peso y poder balancearla. Luego que consigue 
uno un prisionero, todo lo que tiene uno que 
hacer es presentarle esa varilla, y pueden creerme 
que a pesar del patriotismo del prisionero por 
Deutschland über Alies , éste se desvanece y con 
aparente gusto obedece las órdenes del que lo ha 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 237 

cogido prisionero. Pero caso de que el prisionero 
se insubordine y se niegue a seguir a uno, simple¬ 
mente lo “persuade/’ quitándole primero su casco 
de hoj adelata y después,—pues bién se comprende 
que el peso del plomo en el “ persuadidor ” queda 
plenamente demostrado, y Tommy tiene que 
buscar a otro prisionero. 

La navaja de puño es una especie de puñal, cuya 
hoja tiene como ocho pulgadas de largo, y su 
mango está protegido por una cubierta de acero. 
Esta cubierta está llena de picos de acero también. 
De noche en una trinchera, que tiene sólo tres o 
cuatro piés de ancho, se convierte en una arma 
muy manuable. Con sólo un golpe en la cara se 
le rompe la mandíbula a un individuo, y después 
usando la navaja uno puede acabar con él antes 
de que caiga redondo. 

También llevamos unos “auxiliares,” los que se 
pueden llamar “vente conmigo.” Estos consisten 
en varios alambres con púas como de tres piés de 
largo que están atados por un extremo; en el 
otro llevan las púas cortadas y por lo tanto Tommy 
puede meter el puño en un lazo que se forma y de 
esa manera tener bien firme los alambres. Si el 
prisionero demuestra querer entrar en dibujos o 
discusiones, lo único que se tiene que hacer es 
sujetarle el cogote con el lazo grande y aunque 
Tommy desee regresar a su trinchera andando, 
trotando o a galope, Fritz estará de completo 
acuerdo en seguir a Tommy al mismo paso con 
la misma velocidad. 


238 


¡Al Asalto! 


Nos mandaron tiznar las caras y las manos. 
Se hace eso por la siguiente razón: de noche los 
ingleses y alemanes emplean lo que llaman bombas 
de estrellas, o sea una especie de cohetes. Las 
tiran por medio de una gran pistola de veinte 
pulgadas de largo, que se coloca sobre el parapeto 
de sacos de arena de la trinchera y que se descarga 
en el aire. Estas bombas de estrellas llegan hasta 
la altura de unos sesenta piés y a una distancia 
de cincuenta a setenta y cinco yardas. Cuando 
caen sobre la tierra hacen explosión y arrojan una 
fuerte luz de calcio que ilumina todo el subsuelo 
en un círculo, cuyo radio es de unas diez a quince 
yardas. También tienen una bomba de estrellas 
con paracaidas, la cual al llegar a una elevación 
de unos sesenta piés hace explosión. Se desen¬ 
vuelve en un paracaidas y va flotando muy des¬ 
pacio hasta la tierra e iluminando un gran círculo 
en la Tierra Inhabitable o sea “tierra que no es 
de nadie.” El nombre oficial de la bomba de 
estrella es “Muchaluz.” Se emplean las “muchas 
luces” para impedir que se verifiquen ataques de 
sorpresas contra las trincheras por las noches. 
Si una de esas bombas de estrellas cae en frente 
de uno, o entre uno y las líneas alemanas, está 
uno seguro de no ser descubierto, porque el ene¬ 
migo no puede ver a causa de la brillante luz que 
sur je, pero si cae detrás de uno y, como Tommy lo 
expresa “se mete uno en la zona de la bomba de 
estrellas,” entonces la danza principia, y uno tiene 
que echarse a tierra sobre el estómago y permanecer 

























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Hay Calma (?) en el Frente Occidental 239 

inerme enteramente hasta que se acaba la luz 
que despide la bomba, y ésto se verifica en unos 
cuarenta o setenta segundos. Si uno no tiene 
tiempo de echarse sobre la tierra debe permanecer 
enteramente quieto, en cualquier posición que 
esté cuando hizo explosión la luz; es muy pru¬ 
dente que ni respire uno, pues Fritz tiene ojo 
muy observador y lo descubre todo y en casi 
todos los casos, cuando una bomba de estrellas 
empieza a arder a retaguardia de Tommy, ya 
puede ajustar sus cuentas con el enemigo. 

Se tizna uno las caras y manos para que la luz 
de las bombas de estrellas no se refleje en las caras 
blancas. Cuando se va al asalto de una trinchera 
es casi seguro que la cara de uno tiene que ponerse 
blanca o pálida. El que crea que esto no es cierto, 
debe hacer el ensayo una sola vez. 

Hay otro motivo para que se tiznara uno la 
cara y las manos, y era que cuando se mete uno 
en una trinchera alemana de noche “cara blanca’' 
quería decir alemanes, y “cara negra 1 ' quería 
decir ingleses. Suponiendo que al llegar a una 
trinchera transversal viera una cara blanca que 
se enfrentara con uno; entonces elevando una 
oración y deseándole a Fritz “la mejor suerte" 
desde luego debe uno presentarle su “ persuadidor" 
o su navaja de puño. 

Poco tiempo después llagamos a la trinchera 
de comunicación que se llama calle de Whiskey, 
que iba a la trinchera de fuego, en donde debíamos 
pasar por arriba y atacar por el frente. 


240 


¡Al Asalto! 


A retaguardia de nosotros iban cuatro camilleros 
y un cabo del R. A. M. C. que llevaban un saco 
con medicinas, vendajes y cosas parecidas. Lo 
que servía como un triste recordatorio de que 
nuestra expedición no iba a ser exactamente una 
gira campestre. Por allá se cambia el, orden de las 
cosas. En tiempo de paz los médicos general¬ 
mente van primero, siguiéndolos los enterradores 
y después el agente de seguros, pero en nuestro 
caso, los enterradores iban en primer lugar, y a 
continuación los médicos, sin que estuvieran 
presentes los agentes de seguros. 

El que estuvieran presentes los que pertenecen 
al R. A. M. C. no parecía causar molestia a los 
que iban a verificar el asalto, puesto que se oían 
con frecuencia observaciones jocosas, en voz baja, 
y a lo largo de la columna que estaba moviéndose, 
acerca de quien sería el que primeramente ocupara 
una de esas camillas. Estas observaciones casi 
siempre daban lugar a que se expresara el deseo 
de que si uno tuviera que ocupar una camilla, su 
herida fuera tal que lo obligara a irse a Blighty. 

Indudablemente los camilleros estaban deseando 
de que cuando tuvieran que llevar a alguno a 
retaguardia, fuera uno pequeño y de poco peso. 
Puede ser que me miraban al hacer estos votos, 
porque me entró una sensación desagradable como 
si preveía lo que pudiera suceder. El caso es que 
sus votos se vieron cumplidos. 

Al pasar por esta trinchera a cada sesenta yardas 
de distancia o cosa parecida pasábamos cerca de 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 241 

un sentinela solitario, el cual en voz baja nos 
deseaba “la mejor suerte, compañeros.” Le 
dábamos las gracias muy quedito, pero esa frase 
fatídica parecía ser de mal agüero. 

Sin ningún incidente nuestra compañía de en¬ 
mascarados llegó al Foso del Suicidio en la trin¬ 
chera del frente de la línea. 

Antes de esto una compañía de los Ingenieros 
Reales había cortado un callejón para que pasa- 
ramos por entre el cerco de alambre y llegáramos 
a la Tierra Inhabitable. Yendo paso a paso por 
este callejón, nuestro destacamento de veinte 
soldados nos formamos en una línea, estando 
separados uno de otro a una yarda de distancia. 
Habíamos arreglado una clave de señales por 
medio de toquidos para guiar nuestros movimientos 
en la Tierra Inhabitable, porque por distintas 
razones es algo peligroso el tener conversaciones 
animadas a unas cuantas yardas en frente de las 
líneas de Fritz. El oficial se había situado al 
extremo derecho de la línea, y yo estaba en el 
extremo izquierdo. Corrían dos golpes o toquidos 
dados de la derecha a lo largo de la línea, hasta 
que yo los distinguía y entonces enviaba uno sólo. 
El oficial al oir este golpe comprendía que la orden 
que él había dado había llegado a conocimiento 
de todos los que formaban la línea, y que todo el 
grupo ya estaba listo para obedecer la señal de 
los dos toquidos. Esos dos toquidos significaban 
que debíamos ir gateando muy despacio—y 
créanme que lo hadamos bien despacio—por unas 

16 


2\2 


¡Al Asalto! 


cinco yardas, y que entonces descansaríamos y 
esperaríamos nuevas instrucciones. El significado 
de tres toquidos, cuando se llegaba a un punto 
cercano de la trinchera alemana, era que se 
asaltara la trinchera, tratara uno de matar a 
cuantos pudiera, consiguiera unos dos prisioneros 
y regresara a nuestras líneas con la mayor 
velocidad que las piernas le permitieran. Cuatro 
toquidos significaba “Te he metido en un lugar 
de donde no me es posible sacarte, y por lo tanto 
puedes hacer lo que más te convenga." 

Luego que a Tommy se le mete en un berenjenal 
en el Frente Occidental, como regla general se le 
dice que “puede hacer lo que más le convenga,” 
lo que significa “sálvate si puedes.” A Tommy 
mucho le agrada, “hacer lo que más le convenga,” 
detrás de las líneas, pero no durante el asalto de 
una trinchera. 

Las bombas de estrellas que procedían de las 
líneas alemanas, estaban cayendo en frente de 
nosotros, y por lo tanto no corríamos ningún 
peligro. Como veinte minutos después entramos 
en la zona de las bombas de estrellas. Una de 
ellas que venía de las líneas alemanas cayó a unas 
cinco yardas a mi derecha y detrás de mi; nos 
echamos por tierra y tratamos de evitar aun 
respirar hasta que se apagó. El humo que despe¬ 
día iba corriendo por el suelo y llegó hasta la mitad 
de nuestra línea. Uno de nuestros compañeros 
estornudó, pues el humo le había entrado en la 
nariz. Nos quedamos muy quietos pegados a la 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 243 

tierra, maldiciendo al infractor en voz muy baja, 
y esperando la descarga que generalmente viene 
en seguida de cualquier ruido que oyen los alema¬ 
nes en la Tierra Inhabitable; pero nada sucedió. 
Oímos dos toquidos y nos adelantamos gateando 
muy despacio por una distancia de cinco yardas; 
pues sin duda el oficial estaba en la creencia de 
lo que había dicho el Viejo Pimienta: “Creo 
verdaderamente que esa parte de la trinchera 
está sin ser defendida.” Obrando con sumo 
cuidado y quedándonos muy quietos cuando las 
bombas caían detrás de nosotros, llegamos al 
cerco de alambre de los alemanes sin ningún 
percance. Entonces principiamos a divertirnos. 
Yo abrigada algún temor de lo que pudiera ocurrir, 
porque es cosa muy difícil hacer un camino por 
entre el cerco de alambre cuando a unos treinta 
piés en frente está la línea de los boches escudri¬ 
ñando la Tierra Inhabitable con sus rifles listos 
sobre el parapeto, y tratando de ver y oir cualquier 
cosa que pase en esa misma Tierra Inhabitable; 
pues de noche Fritz nunca sabe cuando le pueda 
llegar alguna bomba con su número y nombre que 
le toque y que haya sido dirigida hacia su trinchera. 
El soldado que estaba a la derecha, uno que estaba 
en el centro y yo que estaba al extremo de la iz¬ 
quierda llevábamos cortadores de alambre. Están 
insulados por medio de goma, sin ser hecho ésto 
porque se crea que los alambres alemanes están 
cargados de electricidad, pero para impedir que 
esos cortadores peguen contra los postes del cerco 


244 


¡Al Asalto! 


de alambre que son de hierro, y que por lo tanto 
pudieran hacer algún ruido, que sirviera de aviso 
a los vigilantes en la trinchera enemiga de que 
algún intruso se había presentado. No hay más 
que una manera de cortar un alambre con púas sin 
hacer ruido, y Tommy después de una experien¬ 
cia que mucho le ha costado ya es perito en tal 
operación. Uno agarra el alambre como a dos 
pulgadas del poste con la mano derecha y corta 
entre el poste y la mano. 

Si uno corta el alambre de manera inadecuada, 
se oye un sonido fuerte que durante la noche se 
asemeja al tañer de una cuerda de “ banjo.” Puede 
oirse ese ruido a distancia de unas cincuenta o 
setenta y cinco yardas, pero a Tommy le parece 
que ese ruido puede llegar hasta Berlín. 

Ya habíamos cortado un callejón hasta la mitad 
de la distancia por entre el cerco, cuando hacia el 
centro de la línea, se oyó el ruido de un alambre 
que había sido mal cortado. Nos echamos al 
suelo, maldiciendo en voz baja, temblando como 
azogados, con las rodillas rasguñadas por los hilos 
de los alambres que se habían cortado y sus púas, 
esperando que nos marcaran el alto y en seguida la 
correspondiente descarga. Nada ocurrió. Yo me 
supongo que el soldado que cortó mal el alambre con 
púas era el mismo que había estornudado una hora 
antes; creo que los votos que hicimos por su por¬ 
venir no le trairán buena suerte durante todo el año. 

Según yo opino el oficial al oir el ruido del 
alambre roto debió haber dado la señal de los 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 245 

cuatro toquidos, que significaba “sálvese quien 
pueda y regresen a sus trincheras lo más pronto 
que les sea posible,” pero nuevamente debe haber 
confiado en los que había dicho en la covacha el 
Viejo Pimienta: “Yo creo en realidad que esa 
parte de la trinchera alemana no está defendida.” 
De todos modos nos descuidamos un poco, pero 
no tanto que cantáramos himnos patrióticos ni 
hiciéramos ruidos innecesarios. 

Durante los intervalos en que caían las bom¬ 
bas alemanas, seguíamos nosotros cortando los 
alambres del cerco, hasta que al fin terminamos 
nuestra tarea con respecto al alambrado alemán. 
Ya por entonces estábamos a unos diez piés de las 
trincheras alemanas. Si nos llegaran a descubrir, 
estaríamos como ratones es un una ratonera, pues 
ya nuestra retirada estaba cortada, a menos que 
pudiéramos regresar por el callejón que habíamos 
hecho en el cerco de alambres. Con el alma en 
un hilo esperamos la orden de los tres toquidos, 
para iniciar el asalto contra la trinchera alemana. 
Ya había corrido la orden de los tres toquidos 
como hasta la mitad de la línea, cuando de repente 
tiraron los alemanes de diez a veinte bombas de 
estrellas que cayeron a lo largo del cerco de alambre 
detrás de nosotros, y que convirtieron la obscuri¬ 
dad en luz brillante, apareciendo nuestras sombras 
destacadas en el resplandor que hacían los esta¬ 
llidos de esas bombas. Por medio de esa luz 
brillante pudimos contemplar el siguiente cuadro 
poco halagüeño. 


246 


¡Al Asalto! 


A lo largo de la trinchera alemana, y a intervalos 
de a tres piés de distancia se había colocado un alto 
guardia prusiano apuntando con el rifle, y entonces 
comprendimos porque no nos habían marcado 
el alto cuando nuestro compañero estornudó y 
cortamos de manera inadecuada el cerco de alambre. 
Como a unos tres piés en frente de la trinchera 
ellos habían erigido un cerco de alambres de púas, 
y bien comprendían que las probabilidades que 
teníamos de salvarnos las vidas era como una en 
mil. No podíamos tomar la trinchera por asalto, 
debido a esta nueva línea de defensa. Repen¬ 
tinamente se oyó en frente de mi la voz de “ alto,” 
dada en inglés con suma claridad, y entonces 
aconteció una de las escenas más interesantes que 
he presenciado en el Frente Occidental. 

Del medio de nuestra línea un Tommy contestó 
la voz de alto diciendo “Váyanse al infierno”; 
debe haber sido el soldado que estornudó o el que 
había cortado de mal manera el alambre con púas. 
Quería demostrar a Fritz que sabía morir como 
buen soldado. Entonces vino la descarga. Em¬ 
pezaron a tirar sus cañones de tiro rápido y varias 
bombas cayeron detrás de nosotros. El boche 
que estaba en frente de mi me estaba mirando 
fijamente y apuntándome. Puede ser que este 
maldito habría sido considerado bien parecido en 
otras circunstancias, pero cuando lo vi en frente 
de mi y apuntándome con su rifle, me pareció el 
demonio más horrible que me hubiera imaginado. 

De repente noté una llamarada delante de mi, 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 247 

oí el estallido de su rifle—y me pareció que me 
habían despedazado la cabeza. Una bala me 
había penetrado por el cachete izquierdo a una 
pulgada debajo del ojo y había desecho los huesos 
de la mejilla. Puse la mano sobre la cara y caí 
repentinamente revoleándome en el suelo y levan¬ 
tando los piés al aire. Creí que me estaba murien¬ 
do, pero debo decir, que mi vida pasada no se me 
presentó en esos momentos, ni la recordé como nos 
lo cuentan en las novelas. 

Estaba corriéndome la sangre por todo el uni¬ 
forme y sufría yo indeciblemente. Cuando re¬ 
cobré mis sentidos, pensé, “Amigo Empey, tu 
eres de Jersey City y debes de regresar a ese lugar 
lo más pronto que te sea posible.” 

Se seguía oyendo el estrépito de las balas por 
encima de nuestras cabezas. Gateando pude 
retirarme unos cuanto piés del cerco alemán de 
alambres, y muy agachado y sirviéndome del 
alambre como guía, fui recorriendo la línea bus¬ 
cando el callejón que habíamos cortado en ese 
cerco. Antes de llegar a ese callejón topé con un 
bulto flexible, que parecía como si fuera un saco 
de avena colgado del alambre. Por medio de la 
luz mortigua que había, pude ver unas manos 
tiznadas y comprendí que era el cadáver de uno 
de mis compañeros. Con la mano toqué su cabeza 
y noté que se la había volado una bomba. Pene¬ 
traron mis dedos en el agujero y al retirar la mano 
vi que estaba llena de sangre y sesos, y loco de 
espanto y terror corrí a lo largo del alambre hasta 


248 


¡Al Asalto! 


que llegué a nuestro callejón. Ya había dado la 
vuelta por este callejón, cuando algo dentro de 
mi mismo parecía decirme: “Voltéate.” Así lo 
hice, y una bala me hirió en el hombro izquierdo. 
No me dolió mucho la herida, pues sólo parecía 
como que alguien me hubiera dado un guantón 
en la espalda y que mi lado izquierdo hubiese 
quedado entumecido. Colgaba mi brazo al lado 
como si fuera un trapo, y caí redondo sentado en 
el suelo. Pero ya no me quedaba el menor miedo, 
sólo maldecía y quería vengarme de lo que me 
había sucedido en las trincheras alemanas. Con 
la mano derecha busqué en mi saco el paquete 
con las vendas para hacer mi primera curación. 
Al tentar mi saco toqué una de las bombas que 
yo llevaba; agarrándola con fuerza saqué con los 
dientes el espigúete y sin ver lo que hacía la tiré 
hacia la trinchera alemana. Sin duda alguna 
estaba yo medio loco, puesto que como estaba 
sólo a diez piés de la trinchera corría el riego de 
ser hecho pedazos. Era seguro que si la bomba 
no caía en la trinchera, haría explosión en el aire 
y yo habría quedado hecho añicos con mi propia 
bomba. 

Al contemplar la llamarada que hizo, y diré 
que afortunadamente cayó en la trinchera alemana, 
noté que un “boche” alto levantaba las manos 
y se caía para atrás botando el rifle al aire; y otro 
cayó sobre los sacos de arena—en seguida sobre¬ 
vino una obscuridad completa. 

Comprendiendo que había obrado con suma 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 249 

temeridad, nuevamente me puse a temblar. Me 
levanté lentamente, y después corrí con todas mis 
fuerzas por entre el alambrado, cayéndome sobre 
las púas y los alambres cortados, rompiendo mi 
uniforme y hiriéndome en los brazos y manos. 
Casi al llegar nuevamente a la Tierra Inhabitable, 
me pareció que la misma voz me volvió a decir 
* ‘ Voltéate.*’ Así lo hice, cuando 11 pum ’’ una nueva 
bala me hirió, esta vez en el hombro izquierdo 
como una media pulgada más abajo de la otra 
herida. Esto fué lo último que me sucedió, antes 
de quedarme enteramente desmayado. 

Cuando desperté de mi letargo, estaba acurru¬ 
cado en un agujero en la Tierra Inhabitable. 
Era agujero formado por la explosión de una bomba 
y de unos tres piés de profundidad, así es que 
quedaba la cabeza a unas pocas pulgadas debajo 
del nivel del suelo. Nunca he comprendido como 
pude llegar a este agujero. Seguían las balas y 
granadas alemanas cruzando en todas direcciones 
por la Tierra Inhabitable y caían en la orilla del 
agujero en que me encontraba, esparciendo arena 
sobre todo mi cuerpo. Por las alturas notaba la 
explosión de las granadas, y oía caer sus fragmen¬ 
tos sobre la tierra. Nuevamente me desmayé y 
cuando volví a mis sentidos, no se oía ningún 
ruido y reinaba la más profunda obscuridad en 
la Tierra Inhabitable. Estaba lleno de sangre y 
parte del cachete herido estaba colgando sobre 
mi boca, y la sangre que caía casi me ahogaba. 
Trataba de soplar y por medio de esos soplidos 


250 


¡Al Asalto! 


hacer que subiera esa parte del cachete, pero no 
lo podía mover. Entonces con una mano busqué 
mi saco de medicinas y traté de vendarme la cara, 
para impedir que saliera más la sangre. Tenia 
un grandísimo temor de desangrarme y empezaba 
a sentirme sumamente débil. Cualquiera que me 
hubiera visto tratando de vendarme con una 
mano, se hubiese reido de mis inútiles esfuerzos. 
Terribles eran los dolores que tenía en el hombro 
herido y ya empezaba a sentir nausea en el estó¬ 
mago. Dejé de tratar de vendar la heridia y por 
tercera vez me desmayé. 

Cuando recobré la razón, parecía que se había 
desencadenado un infierno. Se oía un terrible 
bombardeo, yo desde luego comprendí que estaba 
en un lugar sumamente peligroso. Entonces de 
repente cesó nuestro cañoneo, Ese silencio opri- 
mia mi corazón, pero no duró mucho tiempo, por¬ 
que Fritz renovó su bombardeo y sus descargas 
de rifle y de cañones de tiro rápido. Entonces oí 
los vivas de mis compañeros a lo largo de toda la 
línea y saltando por arriba de la trinchera car¬ 
garon sobre el enemigo. La primera “ola” se 
componía de “Jocks” (escoceses). Magnífico era 
su aspecto con sus trajes típicos flotando en el aire, 
con las rodillas desnudas y sus brillantes bayo¬ 
netas. Al pasar esa primera ola cerca del agujero 
en que yo estaba, uno de esos “Jocks” que era 
casi un gigante de unos seis piés y dos pulgadas 
de alto saltó sobre mi. Quedaron a mi derecha e 
izquierda varios de esos soldados heridos o muertos 


Hay Calma (?) en el Frente Occidental 251 

en la tierra. De repente vino el segundo asalto, 
también hecho por los “ Jocks.” Un joven escocés 
al llegar cerca de mi agujero saltó al aire y tiró 
el rifle que llevaba en las manos y cayó a unos 
seis piés en frente de mi metiendo la bayoneta en 
la tierra y quedando la culata como si estuviera 
vibrando, lo que me causó suma impresión. 

Todavía me parece ver vibrar la culata de ese 
rifle. El escocés había dado una vuelta completa 
en el aire, cayó después en la tierra donde dió 
también dos vueltas, y cada vez trataba de aga¬ 
rrarse de la tierra y al fin permaneció quieto casi 
sentado a unos cuatro piés de donde yo estaba. 
Lo llamé y le pregunté: Que estás mal herido, 

‘Jock?’” Pero no contestó. Había muerto. 
Luego percibí una mancha roja que estaba sobre 
su saco encima del corazón. La sangre corría 
por sus rodillas desnudas, presentando un aspecto 
horrible. Llevaba al lado derecho una botella de 
agua. Estaba loco por beber un poco de agua y 
traté de tomarla, pero me fué enteramente impo¬ 
sible arrimarme a él aunque estaba sólo a cuatro 
piés de distancia. Nuevamente me desmayé, y 
cuando desperté estaba ya en el hospital provi¬ 
sional de nuestras avanzadas. Le pregunté al 
médico si habíamos tomado la trinchera. 1 ‘Toma¬ 
mos la trinchera y también el bosque que está 
atrás,” él contestó. “Y todos ustedes se condu¬ 
jeron con mucha valentía; pero amiguito eso fué 
hace unas treinta y seis horas. Usted permaneció 
en aquel agujero de la Tierra Inhabitable durante 


252 


¡Al Asalto! 


un día y medio. Ni comprendo como quedó 
usted vivo.” También me dijo que de los veinte 
que iban conmigo en el asalto diez y siete habían 
muerto. El oficial murió de sus heridas al regre¬ 
sar gateando a nuestra trinchera y yo fui grave¬ 
mente herido, pero un compañero regresó sin un 
rasguño y también sin traer prisioneros. Indu¬ 
dablemente este compañerito era el que había 
estornudado y el que cortó mal el alambre. 

En la comunicación oficial referente a nuestro 
asalto de la trinchera, éste se describía de la 
siguiente manera: 

“Hay calma en el Frente Occidental, excepto 
en la vecindad del bosque Gommecourt, en que 
un destacamento de nuestros soldados asaltó y 
penetró en las líneas alemanas.” 

Innecesario es decir que no pudimos usar 
nuestros “persuadidores” ni los cuchillos consabi¬ 
dos, porque no pudimos regresar trayendo prisi¬ 
oneros, y hasta que yo pase a mejor vida he de 
recordar las palabras del Viejo Pimienta: “Yo creo 
realmente que esa parte de la trinchera alemana no 
está defendida,” cuando oiga yo a algún individuo 
asegurar algo sumamente inverosímil. 


CAPÍTULO XXVII 


BLIGHTY 

CN el hospital provisional en que se hizo mi 
primer curación me inocularon con el suero 
para impedir que me viniera el tétano, y después 
me enviaron en una ambulancia al hospital pro¬ 
visional que había a retaguardia. Para llegar a 
ese hospital teníamos que pasar a lo largo de un 
camino de cinco millas de extensión. Este camino 
recibía las descargas de bombas, que de cuando 
en cuando iluminaban el cielo y causaban grandí¬ 
simo estruendo, a tal grado que hasta el camino 
parecía estar temblando. No hacíamos caso de 
eso, e indudablemente algunos de nosotros hubiéra¬ 
mos estado satisfechos si una bomba hubiera 
puesto punto final a sus sufrimientos. En realidad 
a mi no me importaba lo que podía suceder; lo 
único que sé es que era un continuo jaleo de golpes, 
ruidos, explosiones y trepidaciones. 

Varias veces el conductor se volteaba y nos 
decía: “Tengan valor compañeros, pronto llegare¬ 
mos.’ f Esos conductores de ambulancia eran 
muy buenos compañeros y ya muchos de ellos 
han pasado a mejor vida. 

253 


254 


¡Al Asalto! 


Poco a poco nos retiramos de la zona de fuego 
y llegamos en frente de una inmensa covacha. 
Los camilleros me bajaron por varios escalones y 
me colocaron sobre una mesa blanca en un cuarto 
muy bien alumbrado. 

Un sargento del Cuerpo Médico del Ejército 
Real me quitó las vendas y cortó el saco. En¬ 
tonces el médico, con sus mangas arremangadas, 
tomó todo a su cargo. Me giñó el ojo y yo le 
giñé el mió, y entonces me dij o: “¿ Como te sientes, 
un poco maltrecho? ” 

Contesté: “Me siento bien, pero daría una 
libra esterlina por un vaso de cerveza.” Le dijo 
algo en voz baja al sargento, quien salió del cuarto, 
y creánmelo pero muy pronto regresó con un vaso 
de cerveza. Apenas podía abrir la boca como 
la cuarta parte de una pulgada, y sin embargo 
me bebí todo gota por gota. Eso hizo que me 
imaginara que estaba en Blighty, lo que es lo 
mismo para un Tommy que estar en el cielo. 

El médico le dijo algo a un ordenanza, y la 
única palabra que pude oir era “cloroformo”, y 
después me colocaron algún aparato sobre la nariz 
y la boca y a poco fui trasportado al país de los 
sueños. 

Cuando abrí los ojos estaba yo recostado en una 
camilla en un edificio bajo de madera. Por todas 
partes yo veía hileras de Tommies en camillas, 
algunos sin conocimiento y otros con cigarros en 
las bocas. 

Casi todo conversaban sobre Blighty; casi 


Blighty 


255 


todos tenían una sonrisa en los labios, excepto 
aquellos cuyos labios maltrechos no les permitían 
sonreírse. En lugar de sonreirme, giñaba yo el 
ojo derecho, pues el otro estaba vendado. 

Entraban y salían camilleros que sacaban a los 
Tommies, y por fuera se oía el ruido de los auto¬ 
móviles que estaban esperando. 

Me metieron en un Ford con tres otros compa¬ 
ñeros y emprendimos un viaje de unas diez y ocho 
millas. El que esté herido debe evitar ir en un 
Ford; debe insistir en ir andando, pues es mucho 
mejor. 

Yo estaba colocado en una camilla en el fondo 
de la ambulancia, y el compañero que estaba a 
mi derecha estaba herido horriblemente. 

Encima de mi había un soldado de los Rifleros 
Reales de Irlanda y en frente de él estaba un 
escocés. 

Habíamos viajado unas tres millas, cuando oí 
el estertor de la muerte en la garganta del com¬ 
pañero que estaba en frente. Ya había pasado 
a mejor vida. Yo creo que en esos momentos 
envidiaba su suerte. 

El soldado de los Rifleros Reales de Irlanda 
tenía el pié izquierdo magullado horriblemente, 
y con el movimiento de la ambulancia sobre el 
camino pedrogoso, las vendas que sujetaban el pié 
se aflogaron, y éste empezó a chorrear sangre. 
La sangre corría por el lado de la camilla y empezó 
a gotear. Yo estaba recostado sobre la espalda 
y en un estado tan débil que no me podía mover. 


256 


¡Al Asalto! 


asi es que principió a gotear esa sangre cayendo 
sobre mi ojo derecho que no estaba vendado. 
Cerré el ojo y pronto ya no podía abrir el párpado, 
pues la sangre se había cuajado y lo había cerrado 
como si estuviera pegado con goma. 

Conducía la ambulancia una muchacha inglesa 
con uniforme de khaki, y a su lado iba sentado un 
cabo del R. A. M. C. Estaban conversando 
mucho sobre Blighty, y eso me puso sumamente 
nervioso. A poco el irlandés que estaba en la 
camilla encima de la mia, notó que la venda que 
le ataba el pié se había aflojado, y esto debe 
haberle dolido mucho, pues empezó a gritar en 
voz alta: 

“Si no paran este condenado carretón funerario 
y me arreglan esta maldita venda en el pié, me 
voy a bajar e iré caminando.” 

La muchacha que estaba sentada en el pescante 
se volteó y con voz bondadosa preguntó : 11 ¿ Dígame 
amigo, que está usted muy mal herido?” 

El irlandés al oir esta pregunta se indignó en 
alto grado, y gritó: “¿Con qué quiere saber si 
estoy mal herido? Bonita pregunta; no si yo no 
estoy herido, si soló me pegó un canario con su 
pata.” 

Inmediatamente la ambulancia paró, y el cabo 
fué y arregló la venda y también me lavó el ojo 
derecho. Yo estaba tan débil que ni tuve fuerzas 
para darle las gracias, pero lo que hizo fué un gran 
consuelo para mi. Después debo haber quedado 
sin conocimiento, porque cuando desperté la 


Blighty 257 

ambulancia estaba parada y estaban sacando mi 
camilla. 

Era de noche, y por doquier se veían las luces 
de distintas linternas y varios camilleros que 
corrían en diferentes direcciones. Después me 
llevaron a un tren-hospital. 

El interior de este tren me pareció casi como si 
fuera el cielo, pues estaba enteramente de blanco 
y allí vimos a nuestras primereas enfermeras de la 
Cruz Roja. Nosotros creíamos que eran ángeles, 
y en realidad lo son. 

Los catres tenían colchones blandos y sábanas 
blancas y limpias. 

Estaba sentada junto a mi una enfermera de la 
Cruz Roja, que permaneció a mi lado durante 
todo el viaje que duró unas tres horas. Me tenía 
la mano entre la suya, y creí que yo le había 
causado una impresión agradable, asi es que traté 
de contarle como había sido herido, pero ella po¬ 
niendo el dedo a los labios me dijo: “Si ya lo sé, 
pero usted no debe hablar por ahora, trate de 
dormir, pues eso le hará provecho y es lo que ha 
ordenado el médico.” Después supe que lo que 
ella estaba haciendo era tomándome el pulso a 
intervalos cortos, pues estaba yo muy débil debido 
a la pérdida de sangre y todos creían que yo me 
iba a morir, pero no me morí. 

Del tren fuimos conducidos en ambulancias por 
un corto trayecto hasta el buque hospital Panamá. 
Este era otro palacio con más ángeles. No re¬ 
cuerdo nada de lo que aconteció al cruzar el Canal. 


17 


25» 


¡Al Asalto! 


Cuando abrí los ojos me llevaban en una camilla 
por entre hileras de gente algunas de las cuales 
vitoreaban, otras tremolaban banderas y otras 
lloraban. Las banderas eran inglesas; yo estaba 
en Southampton. Blighty al fin. Mi camilla 
estaba llena de flores, cigarros y chocolates. Las 
lágrimas me empezaron a correr por la mejilla y 
brotaban de mi buen ojo. ¡ Decir que estaba yo 
llorando como un chiquillo! ¡Quién lo hubiera 
creido! 

Después fuimos en otro tren-hospital, haciendo 
un viaje de cinco horas hasta Paignton; en seguida 
otro viaje en ambulancia y al fin fui llevado al 
salón Munsey del Hospital de Guerra de las Mujeres 
Americanas, y me colocaron en una verdadera 
cama. Esta cama era demasiado buena para mi, 
me puso tan nervioso que me quedé sin sentido. 

Cuando desperté estaba una bonita enfermera 
de la Cruz Roja agachada sobre mi lavándome 
la frente con agua fría. Cuando salió de la sala, 
el ordenanza colocó un biombo alrededor de mi 
cama y me dió un baño que bien necesitaba y 
pajamas limpias. Entonces quitaron el biombo 
y me dieron un plato de sopa hirviendo, que me 
pareció magnífica. 

Antes de acabar la sopa, regresó la enfermera 
y me preguntó mi nombre y número, asentó estos 
datos en un librito y me preguntó: “¿ De donde 
viene usted?” Y yo le contesté: “De la gran 
cuidad que está detrás de la Estatua de la Liber¬ 
tad,” y al oir eso se puso a dar brincos, palmoteo 


Blighty 


259 


y llamando a las otras tres enfermeras que estaban 
en la sala, les dijo: 

“ Vengan aquí compañeras—al fin tenemos aquí 
a un verdadero yankee muy vivo.” Todas se 
acercaron y me empezaron a hacer muchas pre¬ 
guntas hasta la llegada del médico. Cuando supo 
que yo era americano, casi me estrujó la mano al 
darme un apretón amistoso. Todos eran ameri¬ 
canos y se mostraban muy alegres de verme. 

El médico cuidadosamente me quitó las vendas, 
y después de examinar las heridas, me dijo que 
tendrían que llevarme inmediatamente a la sala 
de operaciones. Esto para mi era lo mismo que 
la carabina de Ambrosio. 

Pocos minutos después, cuatro ordenanzas, que 
me parecían como enterradores vestidos de blanco, 
trajeron una camilla cerca de mi cama, me colo¬ 
caron en ella y me llevaron a través de un patio 
hasta el salón de operaciones, o “cinematógrafo,” 
como lo llama Tommy. Yo no recuerdo como 
me dieron el anastético. 

Cuando recobré los sentidos, estaba nueva¬ 
mente en cama en la sala Munsey. Una de las 
enfermeras había colocado sobre la cabecera de 
la cama una gran bandera americana, y me había 
puesto en la mano una chica, todo lo cual me llenó 
de contento, pues así volví a ver la bandera de 
las “barras y estrellas.” 

En aquel momento yo estaba pensando cuando 
llegaría la época en que los compañeros en las 
trincheras verían el emblema de “la tierra del 


26o 


¡Al Asalto! 


hombre libre y el hogar de los valientes,” junto a 
ellos y combatiendo a su lado en esta gran guerra 
de la civilización. 

Mis heridas me causaban agudos dolores, y a 
veces de noche soñaba que miles de formas vestidas 
de khaki pasaban cerca de mi cama, y cada una 
de ellas se agachaba y murmuraba cerca de mis 
oídos: “La mejor suerte, compañero.” 

Eso me hacía sudar abundantemente, desper¬ 
taba gritando y la enfermera que estaba de guardia 
en la noche se aproximaba a la cama y me tomaba 
la mano. Después de eso se volvió una costumbre 
en mi el despertar con frecuencia, hasta que trasla¬ 
daron esa enfermera a otra sala. 

Después de unas tres semanas, debido al gran 
cuidado y atenciones que recibí, pude sentarme y 
empezar a mirar a mi alrededor. Nuestra sala 
comprendía unos setenta y cinco enfermos, el 
noventa por ciento de los cuales tenían que sufrir 
operaciones de cirujía. A la cabecera de cada 
cama había un diagrama de temperatura y una 
nota con el diagnosis del caso. Sobre esta lista 
se veían las letras “ G. S. W.” o “ S. W., ” lo primero 
significaba herida de fusil y lo segundo herida 
de bomba. Predominaban las “S. W.,” sobre 
todo entre los soldados de la Artillería Real de 
Campamento y de los Ingenieros Reales. 

Estaban representados como cuarenta distintos 
regimientos, y surgían muchas discusiones sobre el 
valor y pericia de cada regimiento. Notable era 
la rivalidad que existía entre ellos. Empezaba a 


BHghty 


261 


discutir un “Jock” con un irlandés, y entonces 
algún súbdito británico con acento típico inglés 
se metía en la discusión, abogando en pro de un 
regimiento de Londres. A poco uno de Gales y 
otro de un regimiento de Yorkshire y puede ser 
que un canadense, también tomaban parte en la 
conversación y entonces la discusión se ponía 
sumamente animada y vehemente. Los enfermos 
que estaban en sus camas principiaban a disgus¬ 
tarse, y a gritar que arreglaran sus disputas 
fuera de la sala y entonces prorrumpían todos en 
gritos, hasta que la matrona entraba y con sólo 
un movimiento de su mano derrotaba a esos 
valientes guerreros, y de repente el silencio volvía 
a imperar. 

El miércoles y el domingo de cada semana eran 
los días en que se recibían visitas, y los enfermos 
las esperaban con ansiedad, porque muchas veces 
recibían paquetes con frutas, dulces o cigarros. 
Cuando un enfermo tenía a uno que lo visitaba con 
frecuencia, generalmente guardaba un buen re¬ 
puesto de tales regalos. Casi todos demostraban 
alguna envidia con respecto a esas visitas, y cuando 
ellas salían se suscitaban acaloradas discusiones. 
Cuando un enfermo es llevado a una casa de con¬ 
valecientes, como regla general, suplica a sus 
visitas de costumbre que vean al compañero de 
la cama siguiente. 

Muchos de los que los visitan llevan álbums de 
autógrafos, y molestan mucho a Tommy pidién* 
dolé que escriba en ellos informes sobre sus heridas. 


2 Ó2 


¡Al Asalto! 


Varios Tommies tratan de evitar esta tarea molesta, 
diciéndole al visitante que no pueden escribir, 
pero con esto no se vence la insistencia del dueño 
del álbum, porque él o ella, generalmente ella, 
ofrece escribirle lo que desea, y Tommy se ve 
obligado a decir lo que hubiere pasado. 

Las preguntas que los visitantes hacen a Tommy 
podrían formar una colección de chistes adecuados 
a los militares. 

Una señora ya de edad, con mirada bondadosa, 
se acercó a la cama de uno y con voz cariñosa le 
dijo: “Pobre muchacho, con qué te hirieron esos 
terribles alemanes. Por supuesto debes tener 
muy fuertes dolores. ¿ Con que fué una bala 
que te hirió? Pues bien dime, lo que quisiera 
saber es: ¿ qué duele más al entrar que al salir?” 

Generalmente Tommy contesta que no formó 
su opinión sobre eso, cuando recibió el balazo. 

Una señorita bien parecida y joven acercándose 
a mi cama, me preguntó: “¿Que es lo que le hiró 
en la cara? ” 

Cortesmente, pero algo cansado le contesté: 
“Una bala de rifle.” 

Con mucho desdén se fué a la siguiente cama, 
pero antes exclamó: “Oh, con qué sólo fué una 
bala, yo creí que hubiera sido una bomba.” Lo 
que no comprendo es porqué quería hacer la dis¬ 
tinción entre la herida de una bala y la de una 
bomba. Para mí no había gran diferencia. 

El Hospital de Guerra de las Mujeres America¬ 
nas era un verdadero cielo para los heridos. Se 


Blighty 


263 


les permitían todos los previlegios imaginables, 
con tal de que concordaran con los reglamentos y 
la disciplina militar. Lo único que si era muy 
difícil, era conseguir pases para los enfermos, 
pues parecía casi necesario una ley del Parlamento 
para conseguirlos. Tommy ponía en juego muchas 
tretas para poder salir del hospital, pero el jefe 
que era un antiguo oficial de la guerra boera las 
comprendía todas, y era indispensable fraguar 
una nueva para conseguir que firmara el documento 
deseado. 

Luego que obscurecía, había muchos enfermos 
que trepaban la pared y se iban a hacer lo que les 
conviniera, a pesar de los muchos rótulos que 
podían ver en que se leía “No es lugar para los 
enfermos.” Como regla general las enfermeras 
hacían como que estaban con otras ocupaciones 
cuando se verificaban algunos de estos viajes 
nocturnos. Espero que este informe no les 
causará ninguna molestia, pero no puedo impe¬ 
dir el realizar el deseo de que sepa el jefe que 
alguna que otra vez le ganamos la delantera. 

Una tarde recibí una carta, por medios ocultos, 
de una visita del sexo feminino, en que me invitaba 
a concurir a una reunión que se iba a verificar en 
su casa esa misma noche. Le contesté que podía 
esperarme, que me reuniría con ella en un lugar 
del camino muy conocido de todos los enfermos, 
y de algunos que los visitaban como “del otro 
lado de la pared.” Le dije que estaría allí a las 
siete y media en punto. 


264 


¡Al Asalto! 


A eso de las siete y cuarto saqué mi sobretodo 
y gorro muy sigilosamente fuera del edificio, y lo 
escondí en unos arbustos. Le dije a la enfermera 
que ira íntima amiga mia, que iba a dar una vuelta 
por el jardín. Me giñó el ojo y comprendí que 
por ese lado yo no tenía anda que temer. 

Después de salir del edificio, me metí por entre 
los arbustos y me acerqué a la pared. Estaba 
tan obscuro como boca de lobo y al acercarme a un 
arbusto, repentinamente di un paso en el aire y 
caí a una gran distancia en el suelo, dándome un 
fuerte golpe y viendo estrellas. Cuando me pude 
levantar, me estaba doliendo mucho el hombro 
herido y me encontraba recargado contra una 
pared circular de ladrillos, muy húmeda por cierto, 
y a alguna distancia de la cual se podía oir el 
goteo del agua. En la obscuridad me había 
caído en un antiguo pozo. ¿ Pero porqué no estaba 
mojado? Según lo que era natural debí haberme 
ahogado. Puede ser que eso me sucedió y que no 
lo comprendí bien. Poco a poco principiaron a 
desaparecer mis dolores, y entonces noté que 
estaba yo tirado en un borde del pozo un poco 
abajo de su apertura y que con el menor movi¬ 
miento yo me hubiera caído al fondo. 

Encendí un fósforo y por su luz mortecina noté 
que estaba metido en un agujero circular de unos 
doce piés de fondo casi todo lleno de agua. Las 
gotas que caían provenían de una tubería que 
estaba a mi derecha. 

A causa del hombro herido no me era posible 


Blighty 


265 


subirme por la tubería; y no podía pedir auxilio, 
porque el que viniera a socorrerme tendría que 
preguntarme como había sucedido el accidente, 
y por supuesto que eso daría por resultado que el 
jefe tuviera que castigarme. Asi es que lo único 
que tuve que hacer fué esperar, deseando que 
alguno de los que habían salido a divertirse regre¬ 
saran y yo les pudiera dar la señal acostumbrada 
de “siss-s-s-s,” que lo haría venir a auxiliarme. 

Yo oía el reloj de la población dar cada media 
hora, y a cada campanazo yo profería en una mal¬ 
dición contra el individuo que había hecho ese 
pozo infernal. 

Pasadas dos horas, oí a dos personas que estaban 
hablando en voz baja, reconocí al cabo Cook, que 
era uno de los más veteranos paseadores de noche. 
Oyó mi “ siss-s-s-s,” y se acercó a la orilla del 
agujero. Le expliqué lo que me había sucedido 
y después de dirigirme algunas observaciones algo 
impertinentes, que por entonces no causaron mi 
resentimiento, me ayudó a salir del atolladero. 

Al llegar a la sala nos quitamos los zapatos y 
entramos sigilosamente. Estaba sentado en la 
cama a obscuras, y principiaba a desvestirme, 
cuando el compañero que estaba cerca de mi, 
Phillips se llamaba, me dijo en voz baja: “Ten 
cuidado yank, aquí viene la matrona.” 

Inmediatamente me cubrí con la sobrecama y 
pretendí estar dormido. La matrona se quedó 
hablando unos instantes con la enfermera nocturna 
y caí dormido. 


266 


¡Al Asalto! 


Cuando desperté a la mañana siguiente la enfer¬ 
mera de noche que era una americana, estaba 
inclinada hacia mi y por lo pronto contemplé una 
cosa muy desagradable. El cobertor de la cama 
y las sábanas estaban llenas de lodo y cieno ver¬ 
doso. Era muy bondadosa, y luego se apuró y me 
trajo ropa y sábanas limpias, de modo que nadie 
pudo descubrir lo ocurrido, pero por su cuenta 
ella me dió un buen regaño, aunque no informó de 
ninguna manera sobre lo que había sucedido. 
Uno de los canadenses que estaba en esa sala la 
llamaba ^la buena y bondadosa compañerita.” 

Al día siguiente tuve que explicar con grandísima 
dificultad a la amiga que me visitaba, porqué no la 
había encontrado en el lugar y a la hora convenidos. 

Y durante una semana, cada vez que pasaba 
por donde estaba cierto enfermo, él exclamaba: 
“El gozo se fué al pozo, yank; no es verdad, al 
mero pozo.” 

El cirujano de nuestra sala era americano y se 
había educado en la Universidad de Harvard; se 
llamaba Frost y tenía el apodo de “Jack Frost.” 
Todos lo queríamos mucho, y si un Tommy tenía 
que ser operado, no le importaba nada si Jack 
Frost era él que debía manejar la cuchilla; le 
tenían suma confianza y lo querían como si fuera 
un verdadero compañero y amigo. 

Un sábado por la mañana el jefe y algunos de 
los altos funcionarios estaban visitando nuestra 
sala, cuando uno de los enfermos que había sido 
herido en la cabeza por un fragmento de granada, 







Tarjeta que Emplean las Enfermeras de la Cruz Roja para Notificar a las Familias de los Heridos 




































































































* 






Blighty 


267 


cayó al suelo en convulsiones. Luego lo curaron 
y entonces buscaron a un ordenanza para que 
llevara al enfermo a su cama, que estaba al otro 
extremo de la sala. No se podía encontrar al 
ordenanza en ninguna parte—en eso se parecía 
a nuestra policía que nunca se encuentra cuando 
uno la necesita, No sabían qué hacer para colocar 
a Palmer en su cama. El Dr. Frost se puso 
bastante nervioso, cuando de repente con un 
“maldito sea” en voz baja y otros adjetivos algo 
fuertes, se agachó y levantó al enfermo como si 
fuera un niño, y cuidado que no era una pluma, 
y con su peso atravesó la sala, lo puso en la cama 
y lo desvistió. Todos los enfermos demostraron de 
palabra como alababan su modo de proceder. El 
Dr. Frost se puso muy colorado, y luego que acabó 
de desvestir a Palmer se fué precipitadamente de 
la sala. 

Ya casi se había curado la herida que tenía yo en 
la cara, pero era horrible mi aspecto, pues el 
cachete izquierdo estaba todo estrujado, el ojo 
virado y la boca tenia una dirección de norte a 
noroeste. Muy acongojado me sentía y ya me 
parecía que por el resto de la vida nadie querría 
estar a mi lado o acercárseme, a causa de mi 
horrible herida. 

El Dr. Frost arregló que yo fuera al hospital 
militar de Cambridge en Aldershot, para ver si 
por medio de una operación especial se conseguía 
que mi cicatriz mejorara de aspecto. 

Llegué al hospital y allí tuve una sorpresa desa- 


268 


¡Al Asalto! 


gradable, pues los alimentos que daban eran malos 
y la disciplina sumamente estricta. No se le 
permitía a ningún enfermo que se sentara en la 
cama, y no podía fumar más que en ciertas horas 
dadas. El médico especialista simplemente me 
vió la cara y la herida y no hizo más. Pedí que se 
me permitiera regresar a Paignton, y ofrecí pagar 
el costo de mi viaje de regreso. Se aceptó mi 
ofrecimiento, y después de una ausencia de dos 
semanas ingresé nuevamente en la sala Munsey, 
muy decaído en esperanzas. 

Al día siguiente de mi regreso, el Dr. Frost se 
acercó a mi cama y me dijo: “Pues bien Empey 
si quieres que yo haga el experimento veré como 
arreglo esa cicatriz; lo haré pero tu correrás un 
grave peligro.” 

A eso le contesté: “Pues doctor, Steve Brodie 
arriesgó su vida, él era de Nueva York y yo soy 
del mismo lugar.” 

A los dos días después, los que yo llamo ente¬ 
rradores me llevaron a la sala de operaciones o de 
“cinematógrafo,” pues asi la llamamos porque 
allí se ven caras tan chistosas bajo la influencia del 
éter, y se llevó a efecto la operación. Tuvo un 
magnífico resultado y fué un truinfo del arte 
cirúrgico. De aquí en adelante ese médico siempre 
merecerá mi eterno agradecimiento. 

Con frecuencia algún pobre soldado ha sido 
llevado a la sala en estado moribundo, debido a 
la pérdida de sangre y agotamiento que le ha 
ocasionado su largo viaje desde las trincheras. 



Después de un Encuentro en las Trincheras. 














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Blighty 


269 


Después de examinarlo, el médico dice que la 
única cosa que puede salvarlo es una transfusión 
de sangre. ¿ De donde se sacará esa sangre? No 
tiene que esperar mucho, para que le contesten 
esa pregunta, pues varios Tommies desde luego 
ofrecen su sangre para favorecer a su compañero. 
Se aceptan tres o cuatro, se hace un experimento 
con la sangre, y al día siguiente la transfusión se 
verifica, y poco después hay un nuevo semblante 
pálido que permanece en la sala. 

Siempre que se necesita algún hueso para una 
operación quirúrgica especial, se encuentran com¬ 
pañeros que lo ofrecen voluntariemente—aun 
una pierna si fuera necesario—para impedir que 
otro compañero quede cojo por toda la vida. Ha 
habido más de un soldado que ha seguido en vida 
corriendo por sus venas la sangre de otro soldado, 
o con una costilla o una canilla que no son de su 
propio cuerpo: lo curioso es que a veces ni sabe 
quien le ha hecho ese favor. 

Sorprendente es notar como todos quieren 
sacrificarse. 

En realidad debe decirse que con todo el sufri¬ 
miento que ha causado esta guerra, ha traido 
muchos bienes a Inglaterra—ha convertido sus 
hijos en hombres nobles y buenos; ha fundido 
todas las clases en un conjunto glorioso. 

Y no puedo menos que decir que los médicos, 
las hermanas de Caridad y las enfermeras en los 
hospitales ingleses son verdaderos ángeles de esta 
tierra. Les tengo el mayor cariño y nunca podré 


270 


¡Al Asalto! 


recompensarles por el cuidado y por la bondad 
con que me trataron. Por el resto de mi vida la 
Cruz Roja será para mi el símbolo de la Fe, la 
Esperanza y la Caridad. 

Después de permanecer cuatro meses en el 
hospital me pesenté ante una junta examinadora, 
y me dieron de baja del servicio de Su Majestad 
Británica por “no ser apto físicamente para 
prestar más servicios en la guerra.” 

A poco de ser dado de baja, me embarqué en 
el vapor americano New York, y después de un 
viaje tempestuoso a través del Atlántico, en un 
día memorable y bajo la neblina de un temprano 
amanecer, contemplé la Estatua de la Libertad 
a lo lejos de la proa del buque, y entonces pensé 
entre mi mismo que si alguna otra vez yo iría 
“por arriba con la mejor suerte y echándolos al 
infierno.” 

Y aun entonces, aunque parezca extraño, me 
embargaba un verdadero sentimiento, al pensar 
que ya no estaba al lado de mis compañeros en 
las trincheras. La guerra no es un té de sociedad, 
pero cuando se combate por una causa noble como 
es la nuestra, el lodo, las ratas, los “cooties,” las 
bombas, las heridas y aun la misma muerte no 
pesan lo suficiente para amortiguar el sentimiento 
de satisfacción que tiene el hombre que cumple 
con su deber por la patria. 

Hay una cosa que me enseñó la experiencia, y 
que puede servir de ayuda a los compañeros que 
tengan que ir a la guerra, y es esto, que uno piensa 



Parecen Estar Descontentos. 









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Blighty 


271 


que lo que va a acaecer es peor que lo que es en 
realidad. En la vida cívica todo hombre teme 
al que está sobre él, y a veces no comprende como 
puede desempeñar debidamente su cometido. 
Pero cuando se presenta la ocasión y tiene que 
cumplir con ese deber, muy pronto se sorprende 
al notar como desempeña tal deber más fácil¬ 
mente de lo que él creía poder hacer. Y lo mismo 
sucede “allá del otro lado.” 

Adquiere valor para sobreponerse a los sufrimien¬ 
tos; se interesa sumamente en las tareas que 
desempeña; encuentra solaz en las diversiones y 
el espiritu de compañerismo que hay en las trin¬ 
cheras y al fin concibe esa clase de felicidad que 
proviene del cumplimiento del deber. 



“ VOCABULARIO DE TOMMY EN LAS 
TRINCHERAS ” 

En éste que yo llamo vocabulario he tratado 
de anotar la mayor parte de los dichos y frases 
que acostumbra usar Tommy Atkins, o sea el 
soldado inglés, como mil veces diariamente cuando 
está combatiendo en Francia. Los he coleccionado 
pues estuve con él en las trincheras y en los cuar¬ 
teles y después en los hospitales en Inglaterra, 
en donde vi a muchos soldados de diferentes y 
distintos países del mundo. 

Por supuesto que las definiciones no tienen 
carácter oficial. Tommy no es un ente sentimen¬ 
tal, asi es que algunas de sus definiciones no son 
del todo corteses, pero como no es cínico no trata 
de molestar a sus jefes. Puede decirse que las 
emplea en tono de broma, y con el objeto de pasar 
el tiempo agradablemente. 

FRASES, DICHOS, EXPRESIONES FAMILIARES, ETC. 

A 

“ Abajo.” Orden que se da para retirarse de las trincheras al 
amanecer, y con que Tommy termina su guardia de noche. 
Es muy del agrado de Tommy. 

A. D. M. S. Ayudante del director del servicio médico. Yo 
jamás lo he visto, pero se supone que ayuda al director para 
273 


274 ¡Al Asalto! 

determinar cuando Tommy ya queda inhábil para el servicio 
de las trincheras. 

Aero Torpedo. Clase de bomba de mortero, que según sus 
inventores tiene que poner fin a las comidas de salchichas y 
cerveza de Fritz, aunque él esté comiendo en una covacha 
a treinta piés de profundidad. A veces bien merece su 
reputación. 

Agujero hecho por bomba. Es uno que lo hace una bomba 
cuando se verifica su explosión; es lugar preferido por 
Tommy para descansar durante los bombardeos o cuando 
hay fuego graneado. 

Alambrado con púas. Cerco que se construye con postes que 
sostienen alambres con púas, delante de las trincheras. 
Se crée que este obstáculo impide a los alemanes que se 
vayan a alojar en nuestras covachas. También sirven para 
que el enemigo se divierta tratando de destruirlos. 

Alambre. Véase alambrado con púas, pero no debe uno irse 
“por arriba de la trinchera" para verlo, porque eso es 
algo peligroso. 

Alarma. La señal que se da en las trincheras para anunciar 
que el enemigo va a atacar, y que a veces es falsa. Se emplea 
generalmente para poner fin a las ideas que tenga Tommy 
de que pronto va a volver a su país. 

Alto. Se marca el alto por un sentinela cuando ve un bulto 
que se mueve en la obscuridad, siempre con la esperanza 
de que este bulto conteste “amigo." 

Allemand. Palabra francesa que significa “alemán." Tommy 
la emplea, porque cree que es una especie de juramento. 

Allumettes. Palabra francesa que significa lo que venden a 
Tommy con el nombre de fósforos, y cuyo humo a veces ha 
llegado a envenenar a todos los miembros de una compañía. 

“ Ammo.” Munición de rifle, que sirve para darle más peso 
que cargar a Tommy. Lleva ciento veinte cartuchos como 
regla general, excepto cuando la esconde debajo de la paja 
en su cuartel al ir a hacer una marcha forzada. En las 
trincheras lo emplea arrojándolo en la dirección de Berlín. 

Ammo, Depósito de. Lugar en donde se almacenan las muni¬ 
ciones. Es sumamente útil para hacer que el enemigo mal¬ 
gaste sus bombas tratando de pegarle. 

Ammonal. Fuerte explosivo que se emplea en las bombas Mills. 


“Vocabulario de Tommy” 275 

Los alemanes mejor que Tommy pueden describir sus 
efectos. 

A. O. C. Cuerpo de alimentos del ejército. Departamento que 
destribuye los víveres a las tropas. A veces considera ser 
su deber principal el devolver el rancho, porque en las 
instrucciones respectivas se olvidaron de colocar una coma 
en su lugar. 

“ Aprés la Guerre.” Después de la Guerra. Sinónimo de Cielo 
para Tommy. 

Armón. Una fosforera sobre dos ruedas que sirve para que 
trabajen las muías del ejército; también sirve para llevar 
el equipaje de los oficiales. 

“ Arriba.” Orden para subir al escalón de fuego que se da al 
anochecer. 

Asalto de trinchera. Varios soldados son enviados “por arriba 
de la trinchera," para que den un apretón de manos a los 
alemanes y si es posible los persuadan a que se constituyan 
prisioneros de ellos. A veces los asaltantes son ellos mismos 
asaltados y Fritz rehúsa darles el apretón de manos y se 
conduce poco cortesmente. 

Atrás de la línea. Cualquier lugar detrás de la línea de fuego, 
a donde no puedan llegar las balas del enemigo. 

Avanzada de observación. Lugar en la línea del frente en donde 
se sitúa un oficial para observar la puntería de nuestros 
cañones. Continúa haciendo sus observaciones hasta que 
una bomba alemana lo observa a él, y entonces lo sustituye 
un nuevo oficial y también se escoje un nuevo local para 
esa avanzada. 

Ayudante. El término con que se designa al oficial que ayuda 
al Coronel a no hacer nada. Va a caballo y se le ve siempre 
montado en toda revista. 

B 

Bantames. Soldados que son de menos estatura que la regla¬ 
mentaria de cinco piés tres pulgadas. Se ha constituido 
una organización por separado que se llama el batallón 
Bantam, y aunque son chicos de cuerpo, ellos creen que 
pueden derrotar a todo el ejército alemán. 

Barricada. Obstáculo de sacos de arena que impide el paso 
del enemigo en nuestras trincheras. Uno las erije y él muy 


276 ¡Al Asalto! 

pronto las echa abajo, asi es que a veces son de poca 
utilidad. 

Bayoneta. Una especie de cuchillo que se ajusta al extremo del 
rifle. El gobierno lo da para que pinche a los alemanes y 
Tommy lo emplea para hacer tostadas de pan. 

“ Big Willie.” El Alto Guillermo. Apodo que Tommy le da 
a su amigo íntimo el Kaiser. 

Birinbán. Instrumento con que al tocarlo Tommy se venga 
de los compañeros que no le simpatizan. Algunos están 
en la creencia de que éste es un instrumento de música. 

Bivouac. Palabra que Tommy aplica a una especie de tienda 
de campaña hecha con lienzos impermeables. 

Blastina. Un explosivo fuerte que fomenta la Kultur en las 
líneas alemanas. 

Blighty. Palabra de la India Oriental que significa “del otro 
lado del mar.’ ’ Tommy la ha adoptado como sinónimo de 
patria, hogar. Trata de distintos modos de llegar a Blighty, 
pero las altas autoridades no lo ayudan en esa tarea, y por 
lo tanto generalmente no consigue su deseo. 

B. M. G. C. Compañía de la Brigada de Cañones de Tiro Rápido, 
compuesta de artilleros de cañones Vickers. Ellos colocan 
sus paquetes en un armón o carro pequeño durante las mar¬ 
chas, y eso hace que Tommy los envidie sobremanera. 

Boches. Los amigos de Tommy—los alemanes. 

Bomba. Invención infernal que está llena de altos explosivos 
y que uno debe tirar contra los alemanes. Tiene el mal 
gusto de hacer explosión antes de que uno la suelte. 

Bomba. Un aparato inútil para desaguar las trincheras. Digo 
inútil, porque las trincheras no se dejan desaguar. 

Bombas, Almacén de. Lugar en donde se guardan las bombas 
que se fabriquen, de modo que no pueda localizarlo el ene¬ 
migo. En realidad Tommy a veces tampoco puede hacerlo. 

Botas de Goma. Las usa Tommy en las trincheras, pero a 
veces no le sirven, porque el agua le llega hasta el cogote. 

Botella para agua. Botella de metal que sirve para llevar agua 
“cuando no se emplea para llevar ron, cerveza o vino.” 

B. S. M. Sargento Mayor del Batallón. El oficial más bajo o 
inferior del batallón, y que causa pavor constante a To mm y 
cuando se olvida de limpiar sus botones o dar betún a sus 
zapatos. 


“Vocabulario de Tommy” 


277 


Budín de trinchera. Una magnífica mezcolanza de pedazos de 
galletas, leche condensada, jalea y lodo y ligeramente 
sazonada con humo. Tommy la prepara, la cocina y la 
come. Al día siguiente le dan las calenturas de las trincheras. 

Burro. Asi se designan a las muías del ejército. Es animal 
que Tommy respeta y con el cual nunca se intima. 

C 

Cabo Primero. Aunque sólo tiene un grado más alto que un 
soldado raso, cree que la guerra debiera llevarse a efecto 
de acuerdo con sus ideas. 

Camilla. Aparato en que se colocan y llevan a los muertos y 
heridos. La única vez que Tommy puede ir en coche es 
cuando lo llevan en una camilla; pero como regla general 
no le gusta este método de transporte. 

Camillero. El amigo que lleva Tommy al hospital y a otros 
lugares. 

“Camino peligroso; haga uso de la trinchera. ,, Rótulo que 
con frecuencia se ve en los caminos detrás de la línea de 
fuego. Sirve para que sepan los soldados que están a la 
vista de Fritz. Tommy nunca cree que el rótulo dice la 
verdad, y prosigue por el camino vedado. Poco después 
él tiene que decirle, a la enfermera de la Cruz Roja que 
después de todo el rótulo decía la verdad. 

Cañón Lewis. Un cañón de tiro rápido riflado y que se emplea 
mucho en las trincheras. 

Cañón Vickers. Un cañón de tiro rápido mejorado por un indivi¬ 
duo llamado Vickers. Sus intenciones fueron muy buenas, 
pero sus mejoras, según Tommy, no valen un comino. 

Cantina. Un receptáculo de hojadelata que se le da a Tommy, 
el cual él se olvida de lavar después de la comida y le sirve 
para el té que pide a sus compañeros. 

“ Carbonera.” Término cariñoso que Tommy emplea respecto 
de una bomba alemana que emite un humo negro, y que da 
lugar a que se erizen los cabellos de Tommy cuando cae 
muy cerca de él. 

Castigo del Campamento no. 1. Nombre oficial del castigo que 
consiste en poner a un soldado en cruz en la rueda de un 
armón por dos horas diarias durante veinte y un días. En¬ 
tonces su rancho consiste de carne prensada y galletas. 


278 ¡Al Asalto! 

Tommy denomina a este castigo “Crucifixión,” sobre todo 
cuando lo ha tenido que sufrir. 

Cena. La cuarta comida de Tommy, que generalmente se le 
da antes de que se apaguen las luces y que consiste de lo 
que queda del rancho del día. Hay muchos Tommies que 
no cenan, y es con sobrada razón. 

Cigarros. Tommy los llama “fags,” y es cosa que siempre está 
pidiendo. 

“ Cinco Nueve.” Bomba alemana de a cincuenta y nueve 
pulgadas de diámetro. A Tommy no le gustan mucho, 
pero son como las aceitunas que después de algún tiempo 
se acostumbra uno a ellas. 

Club del Sucidio. Apodo que se da a los tiradores de bomba y 
a los artilleros de cañón de tiro rápido. Este apodo es muy 
adecuado. 

C. of E. Iglesia de Inglaterra o Anglicana. Estas letras están 
estampadas en el disco de identificación de Tommy y en 
tal virtud tiene que ir a la revista de ejercicios religiosos, 
que quiera o no quiera ir al cielo. 

Cocinero. Un soldado que recibe órdenes para echar a perder 
el rancho de Tommy. Generalmente lo escogen para desem¬ 
peñar ese cargo, por haber sido herrero en su vida cívica. 

“ Colé.” Apodo que Tommy dá a un penique; le sirve para 
comprar un vaso de cerveza francesa. 

Columna ligera o volante. Una columna de tropas, que en lugar 
de volar, camina despacio de un punto de la línea a otro, 
Cuando se le necesita, nunca llega al lugar deseado. 

Communiqué. Informe oficial que los distintos gobiernos beli¬ 
gerantes publican diariamente para chotear al público. A 
Tommy no lo chotean. 

Compañero. Término cariñoso que Tommy emplea con respecto 
a los demás soldados, cuando quiere pedirles prestado algo 
o desea que le hagan algún favor. 

Compañero casero. Pequeño bulto con agujas, hilo, cintas 
para zapatos y botones. Cuando Tommy pierde un botón 
de sus pantalones, en lugar de hacer uso de su “compañero 
casero,” apela a un clavo que esté a la mano. 

“ Compray.” Palabra afrancesada de Tommy, en lugar de 
comprennez (comprendes); es palabra que se usa con mucha 
frecuencia en las trincheras. 


“Vocabulario de Tommy” 


279 


41 Contra la pared.” Las palabras con que Tommy denomina 
un fusilamiento. 

Convalecencia. Las seis semanas de descanso que le conceden 
a un Tommy, cuando está herido. Durante ese tiempo el 
gobernó está pensando en el lugar en donde debe mandar a 
Tommy para que lo hieran por segunda vez. 

44 Cooties.” (Piojos blancos). Habitantes poco gratos de la 
camisa de Tommy. 

Cortadores de alambres. Instrumentos hechos para cortar 
alambre, pero que Tommy usa para clavar. 

Cortina de fuego. Palabras que se aplica al fuego graneado 
que se tira sobre las trincheras de comunicación del enemigo 
para impedir que vengan refuerzos de soldados y víveres, 
y también para sostener el ataque de nuestras fuerzas. 
Pero a veces sucede que llegan soldados y víveres a pesar 
de todo eso. 

Covacha. Un agujero hondo en las trincheras excavado por el 
Cuerpo Real de Ingenieros y que se supone está a prueba 
de bomba; lo cual es cierto mientras que no le pega una 
bomba. Las ratas y Tommy la consideran una excelente 
morada para pescar las reumas. 

Covacha de elefante. Una covacha ámplia, segura y que está 
sostenida por soportes de acero. 

Cráter. Un gran agujero circular en la tierra, causado por la 
explosión de una mina. Según los Communiqués oficiales 
Tommy siempre toma posesión de un cráter debido a su 
gran arrojo, pero a veces los alemanes le toman la delantera. 

Cruz de madera. La que se coloca en la tumba de un Tommy, 
y que consiste de dos pedazos de madera puestos en forma 
de cruz. 

Cruz Militar. Distinción honrosa que se les da a los oficiales por 
su valentía. En cuanto a Tommy él insiste en que se 
debía decidir quien es el más valiente por la suerte de los 
dados y que el que ganare debía llevarse la medalla. 

Cruz Victoria. Es una medalla de bronce que Tommy merece 
y recibe cuando ha demostrado mucho descuido con su vida. 

C. S. M. Sargento Primero de la Compañía, cuyo principal 
deber consiste en llevar una corona en el brazo, un par de 
cintas de la guerra boera sobre el pecho y asentar el nombre 
y el número de Tommy en la lista de delitos. 


28o 


¡Al Asalto! 


Cuartel. A veces es un granero, otras una caballeriza, y aun 
otras más una casa particular. La mayor parte de los 
cuarteles tienen muchas entradas; una para Tommy y las 
demás para la lluvia, las ratas, el viento y las bombas. 

Cuartel de descanso. Pequeñas casas, o en lo general graneros, 
en donde Tommy descansa, cuando se retira de la línea de 
fuego. 

Cuerpo de camellos. Apodo que Tommy da a la infantería, 
porque parecen como camellos con cargas pesadas, y porque 
probablemente se están ocho días y más sin beber nada— 
esto es, ninguna bebida fuerte. 

Ch 

Char. Un líquido negro y ponzoñoso que Tommy cree que es té. 

lt Chevaux-de-Frise.” Cercos de alambres con púas para im¬ 
pedir el paso de la caballería. 

D 

D. A. C. Columna de Municiones de la División. Una colección 
de hombres, caballos y armones con municiones y pertrechos 
para la línea, que no deja dormir a Tommy cuando está en 
el cuartel, debido al ruido infernal que hace. Son como los 
buhos—trabajan siempre de noche. 

D. C. M. Medalla por conducta distinguida. Una pieza de 
metal que recibe un soldado por ser bobo. 

D. C. P. E. Compañía de conciertos de la división. Un grupo 
de llamados artistas que molestan a Tommy, demostrándole 
su talento a razón de medio franco por cabeza. 

“ Der uffs.” “ Deux ceufs.” Pronunciación francesa de Tommy 
de las palabras dos huevos. 

Descanso. Periodo de tiempo que se le concede a Tommy 
cuando se le releva de estar en las trincheras. Emplea ese 
“descanso’' arreglando los caminos, excavando trincheras 
y haciendo muchas otras cosas útiles detrás de la línea de 
fuego. 

Destacamento para excavaciones. Son los que mandan a exca¬ 
var trincheras, fosos o tumbas. A Tommy no le importa 
qué clase de excavación tiene que hacer, lo que no le gusta 
es la tarea de excavar, 


‘‘Vocabulario de Tommy” 


281 


Detonador. Un aparato en una bomba que contiene fulminato 
de mercurio, que cuando lo enciende una mecha, produce 
una explosión. 

Diez y ocho libras, canón de a. Cañón que tira balas que pesan 
diez y ocho libras y que sirven para destruir los cercos de 
alambres de los alemanes. Cuando así lo verifica Tommy 
alaba mucho este cañón. 

“ Doce en uno.” Quiere decir que doce soldados tienen que 
repartirse un sólo pan. Con ese motivo se suscitan acalora¬ 
das discusiones. 

D. S. O. Orden por distinguidos servicios. Otra pieza de 
metal que se ofrece a los oficiales que son valientes. 

Dud. Una bomba o granada alemana que no ha hecho explosión, 
debido a una mecha defectuosa. Tommy que le gusta colec¬ 
cionar recuerdos, hace colecciones de estos “ Duds.” A veces 
trata de desatornillar la tapa y estando de prisa emplea un 
martillo con ese objeto—y entonces la imprenta tiene que 
emplear más tinta para llenar la lista de muertos y heridos. 

“ Du pan.” La palabra que Tommy usa en su dialecto francés 
y que significa pan. 

E 

Emplacement. Local rodeado de tierra o sacos de arena de 
donde se verifica el tiro de un cañón. Se supone que el 
enemigo no lo puede ver, pero esto no es muy cierto, pues en 
un par de días generalmente logran destruirlo por completo. 

“ En algún lugar de Francia.” Algún punto en Francia en donde 
Tommy tiene que vivir en el lodo, cazando “cooties” y 
evitando balas y bombas. Es su residencia oficial. 

“ En frente.” El pasar por arriba y colocarse en frente de la 
primera trinchera en la Tierra Inhabitable. 

“ En reserva.” Las tropas que ocupan posiciones, cuarteles o 
covachas inmediatamente a retaguardia de la línea del frente, 
las cuales deben ayudar a la línea de fuego en caso de un 
nuevo ataque. 

Escalas o escaleras. Pequeñas escaleras de madera que Tommy 
emplea para subir la trinchera del frente cuando va por 
arriba” a tomar parte en el combate. Cuando Tommy ve 
que traen estas escaleras en la trinchera, se sienta y escribe 
su testamento en su librito de cuentas. 


282 ¡Al Asalto! 

Escalón de fuego. Un borde sobre la trinchera del frente que 
le permite a Tommy descargar su fusil por arriba de la 
trinchera. Durante los días lluviosos tiene uno que ser 
acróbata para poder quedar parado en él, pues es sumamente 
resbaloso. 

Escolta. Una guardia de soldados que lleva a los prisioneros 
a distintos lugares. Tommy a veces desempeña el papel 
de escolta y a veces el de prisoniero. 

Espía. Una persona sospechosa de quien nadie tiene sospechas 
hasta que lo cojen. Entonces todos dicen que sabían que 
era espía, pero que no tuvieron la oportunidad de delatarlo 
ante las autoridades competentes. 

Estaminet. Cantina francesa en que el agua lodosa se llama 
y se vende como si fuera cerveza. 

F 

Ferrocarril ligero. Dos rieles estrechos de hierro por donde se 
llevan plataformas llenas de municienes y pertrechos. Estos 
ferrocarriles sirven de gran diversión para Tommy cuando 
tiene que cargar, descargar y empujar los carros. 

Fokker. Clase de aeroplano alemán, que según los boches es el 
más rápido del mundo. Tommy cree que eso es cierto, 
porque nuestros aeroplanos nunca los alcanzan. 

Fritz. Nombre con que Tommy designa a un alemán. Tommy 
quiere a los alemanes como si fueran veneno. 

Fuego líquido. Otra prueba convincente de la Kultur alemana. 
Según ellos ese invento diabólico debiera destruir brigadas 
enteras, pero a pesar de ello Tommy ha resulto seguir en 
vida. 

“ Fuegos artificiales.” Un bombardeo de noche. 

Fumigador. Una invención infernal en un hospital que sirve 
para cocinar el uniforme de Fritz y se lo devuelve encogido 
de manera notable. 

Fusilamiento. Lo verifican doce soldados con el que ha sido 
sentenciado a muerte por una corte marcial. Sin comentarios 
por parte de Tommy. 


G 

Galletas. Una mezcolanza de harina y agua que se cocina hasta 
que esté muy dura. Se deben haber empleado anteriormente 


“Vocabulario de Tommy” 


283 


para construcción de edificios, pero se supone que Tommy 
tiene que comerlas. Tommy no es un cobarde, pero les 
tiene miedo. Las galletas sirven muy bien para combustible 
y no producen humo. 

Gas. Humo venenoso que los alemanes arrojan sobre nuestras 
trincheras. Cuando el viento es favorable lo descargan en 
el aire por medio de grandes cilindros y el aire se lo lleva 
hacia nuestras líneas. Parece como una gran nube amari¬ 
llenta y verdosa que va por el suelo. Se da la alarma y 
Tommy inmediatamente se pone su máscara contra el gas 
y se burla de los boches. 

u Gaseado.” Un soldado que aspira mucho gas venenoso 
de los alemanes, o las sempiternas conversaciones de algún 
compañero fastidioso. 

Globo de Observación. Un globo cautivo detrás de las líneas 
que observa al enemigo. Como al enemigo no le importa 
que lo observe, no hace caso del tal globo. A veces da mucho 
trabajo par recogerlo de noche, lo cual es muy del agrado de 
Tommy. 

“ Globo salchicha.” Así llama Tommy a los que se emplean 
para observar al enemigo. 

G. M. P. Policía Militar de la Guarnición. Los soldados que 
son enviados como patrulla para vigilar los caminos y 
dirigir el tráfico detrás de las líneas. Tommy los odia de 
buena gana. 

G. O. C. General en Jefe. Tommy nunca le oye dar la voz de 
mando, pero siempre tiene la oportunidad de leer muchas 
órdenes firmadas G. O. C. 

“ Gippo.” Una especie de sopa que le dan a Tommy. 

Goma. Sirve para hacer las botas que Tommy usa en las trin¬ 
cheras húmedas. Estas botas le sirven para que sus piés 
estén secos, y asi sucede cuando por casualidad consigue 
un par de ellas. 

“ Gorro Rojo.” Apodo que Tommy da a un jefe del Estado 
Mayor, porque lleva una cinta roja alrededor de su gorro. 

Granada. Una invención de la artillería que a veces hace que 
Tommy desee que él hubiese nacido en un país neutral. 

“ Granada de mano.” Término genérico para una bomba que 
se tira con la mano. Tommy tiene algún recelo de toda 
clase de bombas, pues una larga experiencia le ha desmos- 


284 ¡Al Asalto! 

trado que se debe uno cuidar de ellas, aun después de que le 
hayan quitado el detonador. 

G. S. W. Herida de fusil. Cuando Tommy resulta herido, 
no le importa si ha sido por una bala de fusil, o sea un G. S. 
W. o por una coz de muía, con tal de que lo manden de 
regreso a Blighty. 

Guisado. Una mezcolanza del cocinero que contiene carne 
prensada, agua, unos pedacitos de carne fresca, una papa 
y otras cosas. A veces le cae un poco de sal accidentalmente. 
Se supone que Tommy debe comer esta mezcolanza—y a 
veces asi lo hace—¡ pobre de él! 

H 

“ Hacer lo que se le antoja.” Frase famosa que significa que 
a Tommy se le permite hacer lo que quiera. Como regla 
general un oficial le deja a Tommy “hacer lo que se le 
antoja,” cuando lo coloca en una situación difícil y no sabe 
como puede sacarlo de ella. 

“Haversack.” Un saco de lona que forma parte del equipo de 
Tommy y que lo lleva al lado izquierdo. Antes servía para 
llevar su rancho de emergencia y algunas otras cosas. En 
la actualidad lo llena de tabaco, pipas, migajas de pan, 
cartas y una gran cantidad de recuerdos inservibles. 

“ Honroza distinción.” Así se distingue a la que aparece junto 
con el nombre de Tommy en la lista de muertos, heridos, 
etc. Es sólo del agrado de Tommy cuando indica que fué 
levemento herido. 

Huno. Otra palabra que sirve de apodo a un alemán, y que como 
regla general lo emplean los corresponsales de periódicos. 

I 

Identificación. Se verifica la de los soldados por medio de un 
disco que llevan colgado del cuello. De un lado de ese 
disco están estampados el nombre, el rango, el número y le 
nombre del regimiento y del otro lado su religión. Si en 
cualquier momento Tommy está en duda acerca de su iden¬ 
tificación, sólo tiene que mirar ese disco para satisfacer sus 
dudas. 


“Vocabulario de Tommy” 


285 


Indispuesto. Asi cree Tommy estarlo a veces, aunque el médico 
le dice que no padece ninguna enfermedad. 

Intérprete. Trabajo muy remunerativo que se le da a un soldado 
que cree que puede hablar dos idiomas. El pregunta a los 
prisioneros cual es el color de los ojos de sus abuelos y 
porqué ingresaron en el ejército. ¿ Imaginense que chiste 
tiene el preguntar a un alemán el porqué ingresó en el ejér¬ 
cito? 

** Inválido.” Soldado que es enviado de regreso a Inglaterra 
a causa de alguna enfermedad. 

J 

u Jack Johnson.” Una bomba alemana de a diez y siete pulga¬ 
das. Probablemente he han llamado Jack Johnson, porque 
los alemanes creían que podían pegarle a todo el mundo 
con ella. 

Jalea. Una composición horrible de fruta y azúcar con que 
To mm y unta su pan. Siempre tiene el mismo gusto, 
aunque lleve el rótulo de fresas, frambuesas o peras. 

“ Jock.” Apodo que se le da a un escocés. 

K 

“ Khaki.” El uniforme usual de Tommy. 

Kilómetro. Cinco octavos de una milla; pero como regla general 
diez kilómetros significan una marcha de quince millas. 

“Kip.” Apodo que Tommy le da al sueño; también llama 
Kip a su cama. Casi siempre cuando está de guardia 
Tommy desea vehemente su Kip. 

Kitchener, Ejército de. El ejército de voluntarios formado 
por Lord Kitchener, que se comprometieron a pelear mien¬ 
tras que durara la guerra, y que a veces era llamado el 
nuevo ejército. 

L 

tt Lata de aceite.” Asi llama Tommy a las bombas de los mor¬ 
teros de las trincheras alemanas. 

Lata de jalea. Una clase de granada de mano que al principio 
de la guerra Tommy tenía la costumbre de fabricar con 


2 86 


¡Al Asalto! 

latas de jalea, ammonal y lodo. El fabricante con frecuen¬ 
cia recibía una pequeña cruz de madera para demostrar 
que había muerto por su Rey y patria. 

Lee Enfield. Nombre del rifle que usa el ejército británico. 
Su calibre es de .303 y lleva diez tiros. Cuando queda sucio 
tiene la mala costumbre de dar lugar a que el nombre de 
Tommy aparezca en la lista de delitos. 

Libro de pagos. Un librito en que se apuntan las cantidades que 
recibe Tommy. Hacia el fin de este libro se deja un espacio 
para su testamento, con lo cual recuerda Tommy que 
pudiera ser que lo mataran. ¡ Como si fuera necesario tal 
recuerdito! 

Línea del frente. La que está más cerca del enemigo. Este 
no es lugar adecuado para los pacifistas. 

Lista de delitos. Documento inútil en que se enumeran las 
faltas que Tommy ha cometido. 

“ Little Willie.” El pequeño Guillermo. Apodo que Tommy 
da al Príncipe Heredero de la Corona, aunque no existe 
ningún lazo de intimidad entre ellos. 

Lodo. Una substancia café muy pegajosa que se encuentra en 
las trincheras después de copiosas lluvias. Es muy amiga 
de Tommy, y se le pega como goma, aunque a veces él le 
demuestra poco cariño, maldiciéndola de buena gana. 

Lyddite. Material sumamente explosivo que se emplea en las 
bombas. Tiene la mala costumbre de arrojar pedazos de 
la anatomía humana por todo el paisaje. 

L1 

Llamarada. La que despide una pistola cuando tira de noche 
un cohete, que ilumina el terreno en frente de una trinchera. 

M 

Maconochie, Alimento compuesto de carne, verduras y agua 
enjabonada que está metido en una lata. Mr. Maconochie, 
el químico que inventó este revoltijo, parece que va a cometer 
“hari-kari,” o suicidarse, antes de que los compañeros 
regresen del Frente, y tendrá razón en hacerlo. 

Maniobras. Evoluciones innecesarias de tropas, ideadas por 
alguna autoridad superior para demostrar a Tommy cuan 


“Vocabulario de Tommy” 


287 


valientes son sus oficiales y como las batallas deberían 
ganarse. El enemigo nunca presencia estas maniobras, 
para ver si están bien hechas. 

Máscara contra el gas. La que usa Tommy para que los alema¬ 
nes no lo manden al otro mundo con el gas venenoso que 
le envían desde sus trincheras. 

Maxim. Tipo de cañón de tiro rápido que ha sido suplantado 
por el Vickers, a fin de que Tommy se olvide de lo que había 
aprendido con respecto a un Maxim. 

Mayor. Oficial de un batallón que lleva una corona en su uni¬ 
forme, que manda a dos compañías y que vive en una 
covacha. 

Mecha. Parte de una bomba o granada que arde en un tiempo 
dado y sirve para prender el detonador. 

Medalla Militar. Una baratija que se le da a Tommy por hacer 
algo que no es un acto de valentía, ni tampoco un hecho de 
cobardía. Cuando se le da, se pone a pensar porqué se lo 
dieron. 

M Mejor Suerte, La.” La frase fatídica de las trincheras. Cada 
vez que Tommy va “por arriba,” al asalto, sus camaradas 
le desean “la mejor suerte,” lo que quiere decir que si 
queda en vida, regresará con un brazo o una pierna de menos. 

“ Mercy Kamerad.” Lo que Fritz dice cuando se cansa de 
pelear y quiere rendirse. Recientemente esta frase ha sido 
muy popular para él y ha reemplazado al Himno del Odio. 

Metralla. Una bomba de mortero alemán, que se llena de clavos 
y pedazos de hierro. A Tommy no le causa mucha impre¬ 
sión este recuerdo del afecto de los alemanes hacia su persona, 
y emplea los clavos que contiene para colgar su equipo en 
las covachas. 

M. G. Artillero de cañón de tiro rápido. Un individuo el cual, 
como el policía americano, nunca se encuentra en donde 
se le necesita. 

M. G. C. Cuerpo de cañones de tiro rápido. Colección de 
artilleros de cañones de tiro rápido que creen que ellos van 
a decidir la guerra, y que ya la demás artillería es innecesaria. 

“ Mills.” El nombre de una bomba inventada por Mills. La 
única bomba en que Tommy tiene confianza, y aun a veces 
desconfia de ella. 

Mina. Un túnel subterráneo que ha sido excavado por los zapa- 


288 


¡Al Asalto! 


dores del Cuerpo Real de Ingenieros. Este túnel pone en 
comunicación nuestra trinchera con el enemigo, y al extremo 
de ella están almacenadas una gran cantidad de substancias 
explosivas que deben causar su efecto en un momento dado. 
Uno de los deberes de Tommy es ir “por arriba,” y ocupar 
el cráter que la explosión haya hecho. 

Minnenwerfer. Una bomba de mortero que tiran los alemanes 
de sus trincheras y que no hace ningún rmdo al cruzar por 
el aire. Fué inventada por el Professor Kultur. Tommy 
nunca sabe cuando se acerca, hasta que le da el golpe, y 
después ya no se preocupa de nada. Tommy les da el apodo 
de “Minnies.” 

“ Minuto loco.” Quince tiros de un rifle dados en sesenta 
segundos. Es una locura el tratar de hacerlo, pero lo 
hacen. 

M. O. Oficial Médico. Un médico que tiene a su cargo el 
decir a Tommy que no está enfermo. 

Mortero de Trinchera. Mortero que parece un tubo ¿e estufa, 
que echa bombas sobre las trincheras alemanas. A Tommy 
no le gustan estos morteros, porque cuando los colocan 
cerca de él en las trincheras, sabe muy bien que a los pocos 
minutos alguna bomba alemana con su nombre y número 
estará tocando a la puerta de su casa. 

M. P. Policía Militar. Esos son soldados con quien uno no 
debe discutir nada. 

M. T. Transporte mecánico, cuyos miembros son ex-chauffeurs 
de taxis; por eso es que el ranchp de Tommy desaparece 
cuando lo lleva el M. T. 

Mufti. Palabra con que Tommy designa el traje de los del 
estado civil, y que es traje muy de su agrado actualmente. 

“ M. y D.” Lo que el doctor anota en la lista de los enfermos, 
cuando cree que Tommy pretende estar enfermo. Lo que 
quiere decir medicina y deber. 

N 

“ Nap.” Juego de naipes en que el que se quede sin dormirse 
gana la partida. Si todos los que juegan toman su “nap” 
(siesta), las apuestas se regalan al Fondo de Soldados 
Heridos. 


‘‘Vocabulario de Tommy” 289 

“ Napoo-Fini.” Palabra en el francés de Tommy que quiere 
decir acabado, terminado o desaparecido. 

Navaja. La que usa Tommy generalmente pesa una tonelada 
y no corta. Tiene la ventaja de que en una de sus extremi¬ 
dades tiene un abridor de latas, que nunca las puede abrir. 

N. C. C. Cuerpo de los que no combaten. Individuos que han 
entrado en el ejército bajo la condición de que sólo pelearán 
por conseguir sus raciones. Estos no tiene ni Rey ni pais. 

N. C. O. Oficial subalterno; individuo que casi es odiado tanto 

como los alemanes. 

Neutral. Tommy dice que esta palabra significa uno que no 
quiere pelear. 

“No. 9.” Una píldora que el médico le da a uno cuando tiene 
callos, irritación de la cara o cualquiera otra enfermedad. 
Si no tiene ninguna a la mano le da a uno un No. 6 y un 
No. 3, o un No. 5 y un No. 4, con tal de que sumen 9. 

“ No se permite la entrada.” Ese rótulo es suficiente para que 
Tommy trate de entrar en el lugar en que está colocado. 

Número de regimiento. Todo soldado tiene un número, aunque 
no haya estado en la cárcel. Tommy nunca se olvida de 
su número, sobre todo cuando lo ve en las órdenes en que 
conceden licencias. 

O 

O. C. Oficial que manda una compañía o un destacamento. 

Occidente. Irse al Occidente es lo mismo que haber muerto, 

ya sea en batalla o por enfermedad. 

Oficial de Ordenanza. Un oficial que durante la semana va 
preguntado si alguien tiene una queja que formular, y comu¬ 
nica el nombre del soldado que se queje al sargento de 
ordenanza, para que le dé tareas más onerosas. 

Ola. Asi Tommy llama a un destacamento que va “por arriba" 
para cargar contra el enemigo. Las olas están numeradas 
según el turno en que les toca ir “por arriba”; por ejemplo, 
“ola primera,” “ola segunda,” etc. A Tommy le gustaría 
más ir con la “ola décima.” 

Oxo. Cubos de carne prensada que una mamá cariñosa envía 
a Tommy, proque según los anuncios son enteramente fabri¬ 
cados en Inglaterra. 


19 


290 ¡Al Asalto! 

P 

Pala. Un instrumento, hermano del pico. En Francia la “pala ” 
vale más que la espada. 

Papa. El nombre con que Tommy designa a la legumbre soli¬ 
taria que encuentra en su guisado. Casi no se comprende 
como ella se encuentra en tan mala compañía. 

“ Parados.” Las paredes de atrás de una trinchera, que los 
alemanes continuamente llenan de pedazos de bombas y 
balas de rifles. A Tommy no le importa si Fritz se dedica 
a esa diversión. 

Parapeto. La parte alta de la trinchera que Tommy está cons¬ 
tantemente construyendo y que los alemanes están tan 
constantemente destruyendo. 

Parientes. Hay algunos oficiales que molestan a los soldados 
dos o tres veces al mes, preguntándoles para apuntarlos los 
nombres de sus parientes, pues creen que su abuela se ha 
convertido en tío. 

Patrulla. Unos cuantos soldados que son enviados a la Tierra 
Inhabitable, por la noche y que regresan sin traer ningún 
informe. En cuando a esto, siempre tienen el mejor éxito. 

Pelota de Cricket. Así se denomina una bomba que tiene la 
forma y el tamaño de una pelota de cricket. Tommy no 
la emplea para tal juego. 

Periscopio. Un instrumento que sirve en las trincheras para 
observar. Luego que uno ha mirado por él,.también mira 
“por arriba,” y entonces ve lo que no es de su agrado. 

Pico. Un instrumento puntiagudo que parece una ancla y que 
a Tommy le suministran para que trabaje duro. 

Pistola detonadora. Pistola grande que parece fusil. Cuando 
uno más la necesita se acuerda que la dejó en la covacha. 

“ Poilu.” Palabra francesa que se aplica a los soldados rasos 
franceses. Tommy la usa a veces pero simpre la pronuncia 
de manera distinta, así es que no se comprende a lo que él 
se refiere. 

“ Pontoon.” Un juego de naipes que se parece al llamado 
“Veinte y Uno” en los Estados Unidos. El que da las 
cartas es el único que gana en este juego. 

“Por Allá.” Palabra que significa “En Francia.” Los paci¬ 
fistas hacen reparos cuando se les quiere enviar “por allá.” 


“Vocabulario de Tomitiy” 


291 


“Por Arriba.” Famosa frase de las trincheras. En general es 
la órden que se da para asaltar las trincheras alemanas. 
Casi siempre van acompañadas de las fatídicas frases “ con 
la mejor suerte y échenlos al infierno.” 

Q 

“ Quid.” Palabra con que designa Tommy a la libra esterlina, 
o sean veinte chelines ($4.80 poco más o menos). No es muy 
amiga de Tommy, pues rara vez se le ven juntos. 

Q. M. Sargento. Sargento del cuartel Maestre. Un subalterno 

que lleva tres galones y una corona y que tiene a su cargo 
los víveres de la compañía. En la vida cívica se cree fué 
un politicastro o un ladrón. 

R 

Rancho. Las distintas clases de alimentos que el gobierno le 
da a Tommy, que muchas veces no tienen buen sabor, 
aunque le hacen creer que él come bien, mientras que los 
alemanes están muriéndose de hambre. 

Ratas. Los principales habitantes de las trincheras y de las 
covechas. Son muy útiles para comerse los cinturones y 
las correas, y para dar sus paseos nocturnos sobre las caras 
de los Tommies. La rata inglesa se asemeja a un “bull 
dog,” mientras que la rata alemana, debido a la “Kultur” 
se parece a un “dachshund.” 

Recluta. Un individuo que trató de esperar hasta que terminara 
la guerra para presentarse como voluntario, pero a quien 
el gobierno obligó a cumplir con sus deberes militares. A 
Tommy le gusta meterle miedo, contándole distintos acci¬ 
dentes y malos pasos que no le han acaecido. 

Recuerdo. Palabra que usan los muchachos franceses, pero que 
la pronuncian “Sou venir,” y que indica que Tommy debe 
darles un centavo, galletas o una lata de jalea. 

R. E. Ingenieros Reales. 

Refuerzos. Destacamentos de soldados que vienen de Ingla¬ 
terra y que creen que la guerra terminará a la semana des¬ 
pués de que ellos lleguen a las trincheras. 

Respirador. Una máscara de paño, que tiene substancias químicas 
y dos vidrios para los ojos, y que Tommy pone sobre la 
cabeza para protegerle contra el gas venenoso. Acompaña 


292 ¡Al Asalto! 

a Tommy por todas partes, aun mientras que él está dur¬ 
miendo. 

Revistas. Las hay de distintas clases; a Tommy le agradan 
algunas y otras nó. Entre las que le desagradan hay la 
que tiene que hacer con su mochila bien cargada, cuando lo 
castigan por alguna falta leve. 

R. P. Policía del Regimiento. Soldados que tienen órdenes 
del Jefe de un batallón para molestar a Tommy e impedirle 
que haga lo que más le guste. 

“ Ricco.” Palabra que se aplica a una bala “ricochet.” Hace 
un ruido muy conocido. Tommy tiene la costumbre de 
bajar la cabeza cuando se le acerca una “ricco.” 

“ R. I. P.” Es en latín “Requiescat in pace,” y se ponen estas 
letras en las pequeñas cruces de madera que marcan las 
tumbas de los soldados. Significan “Descanse en paz,” 
pero Tommy dice que más bien quieren decir “Descanse en 
pedazos,” sobre todo si el individuo que está debajo de la 
cruz ha sido enviado al Occidente por una bomba o una 
granada. 

R. C. Católico Romano. Una de las ventajas de ser católico 
romano es que uno no está obligado a concurrir a las revistas 
de ejercicios religiosos. 

Ron. Néctar de los dioses que se le da a Tommy muy temprano 
por la mañana. 

“ Rooty.” Apodo que Tommy da al pan. 

S 

“ Sacar chispas.” Al cortar las balas el alambrado enemigo 
por las noches le saca chispas, y de esa manera los artilleros 
localizan la posición de las trincheras. 

Sacos de Arena. Los emplea Tommy para reforzar parapetos 
y para construir su blanda cama. 

Salvo. Una descarga que hace una batería de cuatro cañones 
simultáneamente. 

" Santo José.” El nombre familiar, pero no en tono burlón, 
que Tommy da al capellán del batallón. En realidad lo 
admira mucho, pues aunque no combate, a veces expone 
la vida para salvar a un herido. 

Sector de fuego. Espacio de terreno que se supone puede ser 
dominado por un cañón de tiro rápido. 


“Vocabulario de Tommy” 


293 


tl Setenta y cinco.” Buen cañón francés de campaña que puede 
tirar treinta bombas por minuto. Como este cañón supera 
al que denominan “Jack Johnson,'’ debía llamarse “Jess 
Willard.” 

“ Shrapnel.” Bomba que hace explosión en el aire y distribuye 
pequeños fragmentos de metal por una area bastante ex¬ 
tensa. Se usa para ver que resistencia tienen los cascos 
de acero. 

Sobre verde. Se da a los Tommies una vez por semana. Sólo 
se debe usar para asuntos particulares y dar noticias suyas 
a sus parientes, según certificado que debe firmar. 

“ Sombreros Altos en la Patria.” Nombre con que Tommy 
designa al Parlamento cuando le niegan su solicitud de 
licencia o no le dan jalea con su rancho. 

“ Strafeing.” La diversión que más le gusta a Tommy—tirar 
bombas a los alemanes. Esta palabra es tomada del 
diccionario de “ Fritz.' ’ 

S. W. Herida de bomba. Esas son las iniciales que el médico 
marca en su diagrama del hospital, cuando le ha cortado a 
uno la pierna. 

T 

“ Taube.” Clase de aeroplano alemán cuyo principal objeto 
es subir a la mayor altitud posible. A veces pierde su derro¬ 
tero, vuela por encima de las líneas inglesas y entonces ya 
deja de volar. 

Té. Droga de color obscuro que Tommy tiene que recibir a 
ciertas horas del día. Se asegura que se han suspendido 
algunas batallas para que Tommy pudiera tomar su té, o 
44 char,” como se ñama comunmente. 

Teléfono. Un pequeño instrumento a que está pegado un 
alambre. Un observador del ramo de artillería dice algo en 
voz baja en este instrumento, y luego una de nuestras bate¬ 
rías detrás de la línea principia a tirar bombas que caen 
sobre nuestras trincheras del frente. Esto continúa hasta 
que el observador exclama: “es muy baja la puntería,” y 
entonces las bombas principian a caer en las líneas alemanas. 

Territorial. Soldado que puede clasificarse al igual de la guardia 
nacional americana. Antes de la guerra los llamaban 


294 ¡Al Asalto! 

“soldados de las noches del sábado,” pero después han 
demostrado que son buenos soldados de todas las noches. 

Tierra Inhabitable. El espacio que existe entre las trincheras 
hostiles, que se llama “No Man’s Land,” o sea “Tierra 
Inhabitable,” o “Tierra que no es de nadie.” En realidad 
a nadie lo pertenece, y nadie quisiera poseerla. En Francia 
ninguna persona la aceptaría, ni como regalo. 

Tiro rápido. Asi debe verificarse “por arriba,” y de noche, que 
haya o no haya luna llena. 

T. N. T. Un alto explosivo que el cuerpo de la artillería del 
ejército ha prescrito para “Fritz,” pero éste preferiría una 
pildora No. 9. 

“ Tommy Atkins.” El nombre que en Inglatera se da al soldado 
inglés, aunque se llame Willie Jones. 

Toñita. El explosivo que contiene una granada de rifle. En 
apariencia cree uno que era una bola de algodón que no 
causaba daño, pero después que hace explosión desaparece 
él que la estaba mirando. 

“ Toots Sweet.” Pronunciación de Tommy, de las palabras 
francesas “Tout de Suite,” ésto es “apúrese.” Tommy 
las usa generalmente en un estaminet, cuando sólo tiene 
dos minutos para beber su cerveza. 

Transporte. Una colección de muías, armones y cocheros, 
cuyos deberes consisten en suministrar a los soldados en 
las trincheras su rancho y pertrechos. A veces una bomba 
cae cerca de ellos y entonces Tommy no recibe ni rancho ni 
pertrechos. 

“ Trenchiritis ” o “ Trincheritis.” Enfermedad que le da a 
Tommy en las trincheras, sobre todo cuando recibe una 
carta de un amigo en Blighty que está haciendo una fortuna 
trabajando en una fábrica de municiones. 

Trinchera. Una zanja llena de agua, ratas y soldados. Mien¬ 
tras que está en Francia Tommy usa esas trincheras como 
su casa particular. De vez en cuando saca la cabeza “por 
arriba” para ver el paisaje circumvecino. Cuando tiene 
buena suerte puede contar a sus compañeros lo que él viera. 

Trinchera de fuego. La primera al frente de la línea. Sinónimo 
del infierno. 

Turpenita. Una bomba química qué fué inventada por un co¬ 
rresponsal de periódico que dijo que sus efectos eran mortí- 


•‘Vocabulario de Tommy” 


295 


feros. Se suponía que acabaría con compañías y baterías 
completas, pero eso nunca se ha llegado a realizar. 

V 

V. C. Cruz de Victoria. Es una medalla de bronce que la 
gana Tommy cuando descuida mucho su vida. 

Vela. Un trozo de mecha rodeada de cera o sebo que se em¬ 
plea para alumbrar. Se distribuye una vela para cada seis 
soldados. 

Vicker. Inventor del cañón de tiro rápido que lleva su nombre. 
Tommy no cree que haya hecho mejoras en los anteriores 
cañones. 

Viejo, El. El capitán de la compañía, que así lo llaman, por 
tener más de veinte y ocho años de edad. 

Vin Blanc. Vino blanco francés hecho de vinagre, y en que se 
olvidaron poner tinta roja. 

Vin Rouge. Vino rojo francés hecho de vinagre y tinta roja. 
A Tommy le cuesta bien caro. 

W 

“ Whizz Bang.” Una bomba chica alemana que pasa por el 
aire y estalla dando un “bang.” En este caso se puede 
decir que son más el ruido que las nueces. 

“ Wipers.” Asi Tommy llama a Ypres, y a veces lo llama 
“ Yeps.” Es un lugar de la línea a donde Tommy prefiere 
no ir. En “Wipers” se siente mucho calor aun en invierno. 

Woodbine. Cigarro hecho de papel y heno viejo, que es muy 
del agrado de Tommy. 

Z 

Zapador. Un individuo que escava minas. Cree que es más 
que un soldado raso, cuando en realidad trabaja debajo de él. 

Zeppelin. Un globo lleno de gas inventado por un conde. Es 
el globo dirigible que emplean los alemanes para matar 
niños de pecho y tirar bombas en el campo abierto. Nunca 
los ve uno pasar sobre las trincheras, pues les es más fácil 
bombardear a la gente indefensa en las ciudades. 


V 



































































































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I